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A LOS PIES DEL

MAESTRO

Capitulo II

J. KRISHNAMURTI

 

Capitulo II

Hay muchos individuos para quienes la cuali­dad "CARENCIA DE DESEOS" es verdaderamente di­fícil, porque sienten que sus deseos son ellos mis­mos, y que si desechan sus deseos peculiares, sus gustos y disgustos, dejará de existir su yo. Pero esto les sucede tan sólo a quienes no han visto al Maestro.

 
   

A la luz de su Santa Presencia se extinguen todos los deseos, menos el de igua­larse a Él. Sin embargo, antes que gocéis, de la felicidad de encontraros frente a frente con Él, podréis alcanzar, si queréis, la "Carencia de deseos".

El Discernimiento os ha mostrado ya que las cosas que los hombres más desean, como la riqueza y el poder, no tienen valor alguno. Cuando esto no se dice tan sólo, sino que se siente en ver­dad, cesa todo deseo de ellos.

Así pues, todo eso es sencillo; sólo se requiere que lo comprendáis. Pero hay algunos que cesan de perseguir los bienes terrenales, con el fin de ganar el cielo o alcanzar la liberación personal del renacimiento; no debéis caer en este error. Si habéis olvidado al yo, no podéis pensar en la hora en que este yo sea libre o qué clase de cielo tendrá. Recordad que todo deseo egoísta ata, por elevado que sea su objeto, y en tanto no os ha­yáis librado de él no estaréis enteramente pre­parados para dedicaros a la labor del Maestro.

 

Cuando desaparezcan todos los deseos que se refieren al yo, todavía puede existir el deseo de ver los resultados de vuestra obra. Si ayudáis a alguien, querréis ver en cuánto lo habéis ayuda­do; aun tal vez queréis que aquel a quien habéis ayudado, también lo vea y os lo agradezca. Esto es todavía deseo, y, además, falta de confianza.

Cuando hacéis todo el esfuerzo que podéis pa­ra ayudar, debe dar un resultado, tanto si po­déis verlo como si no; si reconocéis la manera de obrar de la Ley, sabéis que esto es así. Por esto debéis obrar rectamente por amor a lo recto, no con esperanza de recompensa; debéis trabajar por amor al trabajo, no por la esperanza de ver el resultado; debéis entregaros al servicio del mundo, porque lo amáis y no podéis dejar de en­tregaros a él.

No deseéis poderes psíquicos; ya vendrán cuando el Maestro comprenda que debéis tener­los. Además, es esforzarse en adquirirlos trae consigo, muy a menudo, gran perturbación; fre­cuentemente, a su poseedor le descarrían los fa­laces espíritus de la naturaleza, o se envanece y cree que él no puede caer en error; y el tiempo y el esfuerzo que emplea para alcanzar estos po­deres podría emplearlos, de cualquier otro modo, en trabajar para los demás. Los poderes vendrán en el curso del desarrollo; deben venir; y si el Maestro ve que es útil que los tengáis antes, os enseñará a desarrollarlos sin peligro. Hasta en­tonces, estaréis mejor sin ellos.

Además, debéis precaveros de ciertos peque­ños deseos que son comunes en la vida diaria. No deséis jamás brillar o parecer superior en nin­gún sentido; no habléis mucho. Es mejor hablar poco; es mejor todavía callar, hasta que estéis seguros de que lo que vais a decir es VERDADERO, BUENO y PUEDE AYUDAR A OTROS. Antes de hablar, pensad cuidadosamente si lo que vais a decir posee estas tres cualidades; si no es así, no lo digáis.

Lo mejor es acostumbrarse desde el primer momento a pensar cuidadosamente antes de ha­blar, porque cuando alcancéis la Iniciación de­béis fijaros en cada palabra, no sea que digáis lo que no debe decirse. Mucha habladuría vulgar es insensata y vana; cuando es chismosa, es ma­ligna. Así, acostumbraos a escuchar, mejor que a hablar, no expongáis opiniones, a menos que os las pidan directamente. En resumen; las cua­lidades son: saber oír, querer y callar; y la últi­ma es la más ardua de todas.

Otro común deseo que debéis reprimir severa­mente es el de inmiscuiros en los asuntos de los demás. Lo que otro haga o diga o crea, no es co­sa vuestra, y debéis aprender a dejarlo comple­tamente solo. Él tiene perfecto derecho al pen­samiento, palabra y acción libres, mientras no se meta con otro. Así como vosotros reclamáis la libertad de hacer lo más conveniente, debéis con­cederle la misma libertad, y cuando la usufruc­túa no tenéis ningún derecho a ocuparos de él.

Si pensáis que obra equivocadamente, y podéis hallar oportunidad de decirle privadamente y con la mayor delicadeza vuestra opinión, es posi­ble que lo convenzáis; pero hay muchos casos en que, aun de esta manera, la intervención sería impropia. Nunca debéis hablar a una tercera per­sona acerca del asunto, porque ésta es una ac­ción muy baja.

Si veis un caso de crueldad contra un niño o un animal, vuestro deber es defenderlos. Si está­is encargado de instruir a otra persona, es vues­tro deber reprender afectuosamente sus faltas. Excepto en semejantes casos, ocupaos de vues­tros propios asuntos y ejercitad la virtud del silencio.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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