Veamos los efectos de
la maledicencia: Principia con el mal pensamiento, y esto en sí
mismo es ya un crimen. Porque en todas las personas y en todas las
cosas existe el bien y el mal. A cualquiera de éstos podemos
prestarle fuerza, pensando en él, y por este medio ayudar o
estorbar la evolución; podemos hacer la voluntad del Logos o
trabajar en contra de ella.
Si pensáis mal de
otro, cometéis tres iniquidades a un tiempo:
1a Llenáis
el ambiente que os rodea de malos pensamientos en vez de buenos, y
así aumentáis las tristezas del mundo.
2a Si en
el ser en quien pensáis existe el mal que le atribuís, lo vigorizáis
y alimentáis; y así, hacéis peor a vuestro hermano en vez de hacerlo
mejor. Pero, si generalmente el mal no existe en él y tan sólo lo
habéis imaginado, entonces vuestro maligno pensamiento tienta a
vuestro hermano y lo induce a obrar mal, porque, si no es todavía
perfecto, podéis convertirlo en aquello que de él habéis pensado.
3a Nutrís
vuestra propia mente de malos en vez de buenos pensamientos, y así
impedís vuestro propio desarrollo y os hacéis, a los ojos de quienes
pueden ver, un objeto feo y repulsivo, en vez de bello y amable.
No contento con
hacerse todo este daño y hacerlo a su víctima, el maldiciente
procura con todas sus fuerzas que los demás participen de su
crimen. Les expone con vehemencia su chisme, con la esperanza de que
lo crean, y entonces los convencidos cooperan con él, enviando malos
pensamientos al pobre paciente. Y esto continúa día tras día, y no
lo hace sólo una persona, sino miles. ¿Veis ahora cuán bajo, cuán
terrible es este pecado? Procurad evitarlo en absoluto. No habléis
jamás mal de nadie; negaos a escuchar a quien os hable mal de otro,
y decidle, afectuosamente: "Tal vez eso no sea verdad, y, aunque lo
fuese, es mejor no hablar de ello".
En cuanto a la
crueldad, ésta es de dos clases: intencionada y sin intención.
La crueldad
intencionada consiste en causar, de propósito, dolor a otros seres
vivientes, y éste es el pecado más grave de todos: obra de diablo
más bien que de hombre. Diréis que ningún hombre puede hacer una
cosa semejante; pero precisamente los hombres la han hecho muy a
menudo y aún la están haciendo cada día. Los inquisidores la
practicaron, y también muchas gentes religiosas en nombre de su
religión; los vivisectores, así como habitualmente algunos maestros
de escuela. Todas estas personas tratan de excusar su brutalidad
con la costumbre; pero un crimen no deja de serlo porque muchos
hombres lo cometan. Karma no tiene en cuenta las costumbres; y el
karma de la crueldad es el más terrible. En la India, al menos, no
puede haber excusa para tales costumbres, porque todos conocen el
deber de no acusar mal a nadie. El destino de los crueles cae
también sobre aquellos que se dedican intencionadamente a matar a
las criaturas de Dios, y llaman a esto deporte.
Ya sé que tales cosas
no las efectuáis vosotros, y por amor de Dios hablaréis claramente
contra ellas cuando la oportunidad se os presente. Pero también hay
crueldad en las palabras como en los actos, y una persona que diga
una palabra con intención de herir a otra es culpable de este
crimen. Esto tampoco lo haréis vosotros; pero algunas veces una
palabra dicha al descuido hace tanto daño como una maliciosa. Así
pues, debéis estar siempre en guardia contra la crueldad no
intencionada.
En general, ello
procede de la irreflexión. Hay hombres tan poseídos de la ambición y
de la avaricia, que ni siquiera se dan cuenta del sufrimiento que
causan a los demás pagándoles poco, o haciendo pasar hambre a su
mujer e hijos Otros, pensando tan sólo en su codicia, se preocupan
poco de los cuerpos y de las almas, a quienes arruinan por
satisfacerla. Para librarse de unos cuantos minutos de molestia, un
hombre deja de pagar a sus obreros el día que les corresponde, sin
acordarse de las dificultades que este hecho les reporta. ¡Tanto
sufrimiento se causa por descuido, por olvidar cómo una acción ha de
afectar a los demás!... Pero Karma nunca olvida, y no tiene en
cuenta que los hombres olviden los hechos.
Si deseáis entrar en
el Sendero, debéis pensar en las consecuencias de vuestros actos,
para que no seáis culpables de crueldad irreflexiva.
La superstición es
otro mal tremendo, que ha causado grandes y terribles crueldades.
Las personas esclavas de ella menosprecian a las que saben más, y
tratan de obligarlas a hacer lo que ellas hacen.
Pensad en la
horrorosa matanza debida a la superstición de sacrificar a los
animales y al todavía más terrible prejuicio de que el hombre
necesita alimentarse de carnes. Pensad en el trato a que la
superstición ha dado motivo con respecto a las clases oprimidas en
nuestra amada India, y ved cómo esta mala tendencia puede engendrar
una despiadada inconsideración, aun entre los que conocen el deber
de fraternidad.
Los hombres han
cometido muchos crímenes en nombre del Dios de Amor, movidos por la
pesadilla de la superstición; cuidad mucho de que no quede en
vosotros ni el más leve vestigio de ella.
Debéis evitar estos
tres grandes delitos, porque son fatales a todo progreso, por ser
pecados contra el amor. Pero no tan sólo estáis obligados a
refrenaros de este modo ante el mal, sino que habéis de ser activos
para el bien. El intenso deseo de servir ha de llegar al máximo,
hasta el punto de estar siempre a la mira para aplicarlo alrededor
de vosotros no tan sólo a las personas, sino a los animales y a las
plantas. Debéis prestar vuestro servicio hasta en las pequeñas
cosas de la vida diaria, de modo que, acostumbrándoos a ello, no
podáis substraeros, cuando se presente la oportunidad de hacer cosas
de mayor importancia. Pues si deseáis llegar a ser uno con Dios,
que no sea para vuestro propio beneficio, sino para convertiros en
canal por donde fluya Su amor para alcanzar a vuestros semejantes.
El que está en el
Sendero no vive para sí mismo, sino para los demás; se olvida de él
para poder servirlos. Es a manera de pluma en manos de Dios, por la
que fluye Su pensamiento y tiene expresión aquí abajo, lo que no
podría suceder sin ella. Es a manera de un canal de fuego viviente
que derrama sobre el mundo el Divino Amor que llena su corazón.
La sabiduría que os
capacita para ayudar, la voluntad que dirige la sabiduría, el amor
que inspira la voluntad, éstas son vuestras cualidades.
Voluntad, Sabiduría y
Amor son los tres aspectos del Logos; y vosotros, que deseáis
alistaros para servirlo, debéis, hacer gala de ellos en
el mundo.
Quien la palabra del Maestro anhele,
De
Sus mandatos póngase en escucha
Entre el fragor de la terrena lucha,
Y
la escondida Luz atento cele.