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POR QUÉ A MI, POR QUÉ ESTO, POR QUÉ AHORA

Capitulo 4

¿Para que sirve el dolor?

ROBIN NORWOOD

 

Capitulo 4

¿PARA QUÉ SIRVE EL DOLOR?

            En mis tiempos de joven terapeuta especializada en adicciones, yo me dedicaba a ayudar a los alcohólicos y drogadictos que me consultaban, pero mi éxito fue mínimo hasta que aprendí a pedir que todos mis pacientes adictos asistieran a las reuniones de Alcohólicos Anónimos o narcóticos anónimos. Sólo así, con la comprensión y el apoyo de otros que estaban en recuperación, podían muchos de ellos mantenerse libres y sobrios.

 
   

            Aun así, no alcancé el éxito profesional sino cuando dejé a los alcohólicos y adictos al cuidado de esos programas y me dediqué exclusivamente a trabajar con sus familiares. Yo comprendía a esos cónyuges, padres, hijos adultos, a todos los que amaban a un adicto, porque yo compartía su situación. Yo también había amado a un adicto. Lo amé obsesivamente, como tantos de los que me consultaban, y aprendí a recobrarme de esa herida observando la recuperación de mis ex pacientes alcohólicos en AA. Utilicé los pasos y los métodos que ellos empleaban (incluyendo el rendirse a un Poder más elevado que una misma y un fuerte énfasis en el servicio). Ese programa comenzó a obra también sobre mi herida, mi adicción a las relaciones, tal como obraba sobre la herida de ellos: la dependencia química.

Me avergüenza admitirlo, pero en otros tiempos pensaba que la fuente de todos mis problemas eran los alcohólicos presentes en mi vida. Hoy reconozco, agradecida, que cada una de esas personas fue un agente catalítico para lo que aún me parece una recuperación maravillosa, puesto que ha actuado sobre mis defectos de carácter más profundos, corrigiendo gran parte de lo que estaba mal en mi interacción con otras personas. Los años que pasé trabajando con familiares y escribiendo mis dos libros ayudaron a completar el ciclo curativo. Figuran entre los más productivos y satisfactorios de mi vida. Nada de esto habría sido posible sin la herida.  

            Por otra parte, los años que estuve sometida al tormento de mi coalcoholismo fueron sumamente dolorosos. Si alguien me hubiera dicho que todo eso era necesario, pues tenía mucho por saber y esa era la manera más eficaz de aprenderlo… bueno, no creo que lo hubiera escuchado agradecida. Aunque, retrospectivamente, comprendo lo necesario y hasta lo perfecto que fue todo eso, aun aceptando que el don valía esos sufrimientos, aun así podría no haber aceptado a conciencia pasar por todo lo que viví a fin de aprender lo que ahora sé.  Ninguno de nosotros se sometería de buena gana a esa herida tormentosa a fin de recibir el don, pues este no parece valer tanto, desde nuestra poco esclarecida perspectiva.

            Imagina que alguien se presenta ante ti para decirte: “En estos años siguientes vas a pasar por unas cuantas dificultades. Sufrirás una depresión constante, por momentos incapacitante, y un par de veces te derrumbarás por colapsos nerviosos. Pasarás por dos divorcios; por un tiempo perderás a tus dos hijos, que no podrán convivir con todas tus dificultades; desarrollarás graves alergias digestivas y otros problemas de salud. ¡Ah!, también sufrirás una humillación profesional, cuando te despidan de tu empleo. Todo esto te pondrá de rodillas y por fin te rendirás a la necesidad de recibir la ayuda que necesitas, no de un terapeuta, sino de un grupo de colegas que te prestarán apoyo para que adoptes un enfoque espiritual de tus problemas. Tu recuperación demandará años, pero con el correr del tiempo aprenderás y comprenderás la importancia de muchas cosas que aún no captas siquiera. Entonces estarás realmente en condiciones de ayudar a otras personas en tu profesión, escribiendo libros sobre la adicción a las relaciones”.

            ¿Cuál sería tu reacción?  A mí me ocurrió todo esto y más aun, pero de haber podido optar yo habría dicho: “¡Ni pensarlo! ¡No hay nada que valga tanto la pena para pasar por todo eso!”

            Y si, pocos años después, me hubieran informado que, a fin de escribir este tercer libro, primero debería pasar seis años largos y vacíos en reclusión, habría dicho: “No, no podría. Soy una persona demasiado activa. Tiene que haber otra manera…

            Ya ves por qué el alma no nos da alternativa. Sabe lo que necesitamos experimentar y diseña los cuerpos físico, emotivo astral y mental que, juntos, conformarán nuestro siguiente vehículo para la existencia en el plano terrestre. Estos cuerpos nos hacen atraer las experiencias necesarias sin consentimiento consciente. El alma sabe también, que en último término, aunque pueda demandarnos muchas vidas, el valor de las lecciones que hemos aprendido y la conciencia alcanzada sobrepasará ampliamente los sufrimientos soportados. Además, el sufrimiento se esfuma de la memoria, como los dolores de parto una vez nacido el bebé; de lo contrario, sus efectos duraderos se pueden elaborar más adelante, mediante ciclos de curación. Pero todo progreso de conciencia alcanzado durante la existencia en el plano terrestre pasa de encarnación a encarnación, pues se acumula en nuestros cuerpos energéticos sutiles. Se lo puede reestimular con bastante facilidad en una encarnación subsiguiente, una vez que alcanzamos suficiente madurez física, emocional y mental. Esto explica porqué gran parte de nuestro aprendizaje subjetivo encierra un “ ¡Ajá! ” : es que traemos de regreso a la conciencia alguna verdad que ya estaba almacenada en lo profundo de uno mismo.

LA ESPIRAL EVOLUTIVA

            Considera lo que sigue como una fórmula para todo el viaje del alma durante la existencia en el plano terrestre, encarnándose una y otra vez en materia física con el fin de lograr la expansión de la conciencia:

Paz → Deseo → Experiencia → Herida → Rendición ↓

↑ Iluminación ← Don curativo ← Intervención divina

            Toda evolución se produce en una espiral o ciclo; después de cada giro de la espiral hay un punto de conclusión, una saciedad que dice: “Con esto basta”. Entre dos encarnaciones tenemos un período de descanso. Al fin esa paz es de nuevo agitada por el deseo de expansión. En los seres humanos es el deseo lo que crea el impulso hacia cada oportunidad de expresión física. La espiral gira hacia arriba hasta que la iluminación última nos libera definitivamente de la necesidad de expresión física. La espiral gira hacia arriba hasta que la iluminación última nos libera definitivamente de la necesidad de expresión física. Todo lo intercalado se experimenta a fin de contribuir a esa iluminación. Esta fórmula se aplica a todo el viaje asumido por cada uno de nosotros por cuenta del alma; se inició hace muchos milenios, cuando el alma respondió por primera vez al reclamo de enviar una porción de sí abajo, a la materia física, con el siguiente propósito:

EXPRESION • EXPERIENCIA • EXPANSION 

            La fórmula se aplica también a cualquier episodio de expresión, experiencia y expansión dentro del viaje más amplio. Un episodio puede producirse dentro de una sola vida o extenderse a lo largo de muchas antes de que se alcance la conciencia que cura mediante la comprensión y el remedio.

¿CUÁL ES TU HERIDA?

            Con toda probabilidad, si estás leyendo este libro es porque, en términos de la fórmula para la evolución de la conciencia, estás envuelto en un episodio en el punto de la herida y luchas por librarte de su dolor. Es herida cualquier situación que te cause un profundo y duradero malestar emocional, aunque la misma situación no afectara a cualquier otra persona de igual manera. La herida puede basarse en factores internos o externos; puede ser infligida por otros o por el Destino; puede ser una situación permanente o de las que, con el tiempo, disminuyen o dejan de ser una carga. Cualquiera sea su naturaleza, casi siempre pensamos que nuestra herida es injusta e inmerecida. Finalmente, como veremos, la herida se experimenta de modo muy distinto en diferentes etapas de la curación. Lo que en un momento considerábamos una prisión constrictiva se convierte más adelante en una puerta a la comprensión.

            Echemos una mirada a tu herida y al efecto que tiene en tu vida y tu conciencia. No intentaremos “arreglarla”, porque lo que buscamos no es eso, sino expandir la conciencia. Sin embargo, una mayor comprensión acelera el proceso de curación y expansión.

            Podría resultarte útil especificar el nombre de tu herida, en forma directa y concisa. Utiliza una palabra o la frase más breve que puedas, como en los ejemplos siguientes:

 

Enfermedad mortal • SIDA • Adicción de un ser querido •

Falta de amor • Desventaja • Inadaptación • Desempleo •

Pérdida de un ser querido • Bancarrota • Impotencia •

Minoridad • Inestabilidad • Aislamiento • Desfiguración •

Acoso sexual • Discapacidad • Maltrato • Abandono •

Adicción • Ser rechazado • Ser adoptado • Fracaso •

Depresión • Divorcio • Tendencias suicidas

            Ahora visualízate con un distintivo que anuncie al mundo entero tu herida, tu dolor, para que puedas experimentar en tu imaginación cómo te sentirías si no tuvieras que esforzarte tanto en continuar, pese a lo que te está pasando.

            Ciertas costumbres tradicionales, como el luto o la cinta negra en la manga, cumplían justamente esta función; liberar al doliente de responder a las expectativas habituales de la sociedad durante el período de luto. Hoy en día hemos abandonado esas prácticas casi por completo, pero por el momento te pondrás la “cinta negra” bajo la forma de un distintivo imaginario, que te excusará de la necesidad de mostrarte “normal”.

            Yo solía aplicar una variante de esta técnica cuando dictaba un curso titulado “Comprensión de las adicciones”. Solicitaba que todos los participantes usaran un distintivo anunciando una adicción contra la cual estuvieran luchando. Casi todos descubrieron algo gracias a las reacciones que provocaba este ejercicio. Algunos experimentaban vergüenza; otros se sentían “descubiertos”. Había quienes sólo podían nombrar una adicción secundaria en vez de la que constituía su problema principal. Para muchos fue una sorpresa experimentar alivio, pues ya no tenían que seguir disimulando algo tan importante. ¡Y algunos no sabían cuál escoger!

            Observa tus propias reacciones al imaginarte con un distintivo que identifica tu herida. ¿Sientes vergüenza? ¿Tanta que no puedes identificarla siquiera en tu imaginación? ¿Buscas una manera menos dolorosa de expresarla o escoges un problema menos acuciante? ¿O te sientes aliviado de que los otros lo sepan, porque tal vez alguno te comprenda? ¿Te sientes herido en tantas formas que te cuesta elegir sólo una?  No hay reacciones correctas ni incorrectas. Observa cuál es la tuya, simplemente, pues te dirá algo sobre el modo en que estás tratando tu herida.

            Admitir ante otros que nuestra herida existe es un paso inicial necesario para encaminarse hacia la fase de rendición, en la fórmula ya citada. Por esta razón, en los programas de doce pasos, las reuniones comienzan con los presentes admitiendo que son alcohólicos, drogadictos, glotones, jugadores o lo que sea; de ese modo se identifican abiertamente con lo que por mucho tiempo trataron de ocultar y que, de ese modo, estaba haciéndoles la vida imposible. Por supuesto, es más adecuado admitir eso en reuniones anónimas que en público. En este caso te pido que admitas tu herida sólo en tu imaginación, porque basta eso para ayudar a liberar en parte la energía que empleas para disimular lo que, al presente, es una gran parte de ti.

            De cualquier modo, todos “mostramos” nuestras heridas en lo energético y todos podemos, aunque sea inconscientemente, detectar esas heridas en los campos energéticos ajenos. Se puede decir que, en un plano profundo, nada está oculto y no existen los secretos. A medida que continuemos evolucionando, acabaremos por leer conscientemente los campos de energía ajenos. Cuando así ocurra ya no será posible negar nada y será más fácil continuar con la propia curación.

            Ahora bien: en una escala de uno a diez, ¿cómo clasificarías el impacto que tiene tu herida en tu vida? Dicho de otro modo: ¿qué porcentaje ocupa tu herida en lo que actualmente eres? Tómate un momento para evaluar esto. Muchísimas personas descubren que su herida representa el noventa por ciento o más de lo que son, en cuanto a sus pensamientos, sentimientos, conducta y uso diario de su energía. Debes comprender que el grado de dominio que la herida tenga sobre ti es también la medida de su poder de transformarte. Una herida profunda es un tema alrededor del cual se organizará tu herida hasta que esté curada y recibas su don. Por cierto, se puede ver la herida como parte de una conspiración entre el alma y el cometido de nuestra vida.

EN QUÉ SIRVEN LAS HERIDAS A LA EVOLUCIÓN

            A veces, como en el caso siguiente, la herida nos empuja hacia el camino que el alma quiere y hacernos tomar y al que la personalidad se resiste. Otro modo de decir esto es que una herida puede crear la presión necesaria para que avancemos en un ciclo de curación.

Bancarrota. La herida de Renée fue la bancarrota. Era doblemente canceriana; tanto su sol como su ascendente la imbuían de una gran ansia de seguridad. Cuando “lo perdió todo”, para utilizar sus palabras, nunca se recobró del golpe. En los años en que la empresa de su marido, antes lucrativa, comenzó a fallar y su matrimonio se fue desmoronando por la tensión de los problemas financieros, ella buscó ayuda en muchos psíquicos, desesperada por un consejo que pudiera devolver el rumbo a su vida. Varias veces le dijeron que sí, que la vida de ambos estaba sufriendo varios cambios, pero que eso era necesario para que, al final, cada uno de ellos pudiera ser más feliz; eso no hizo sino intensificar su miedo. Aún no sabía que la inminente quiebra y el divorcio serían los catalizadores para la curación profunda de una herida mucho más honda, muy relacionada con quien ella era y su razón de estar aquí.

Aunque Renée y yo nos conocimos en un radiante día de verano, ella vestía toda de negro. El pelo, oscuro y largo, colgaba en un velo recto, tras el cual parecía esconderse. Sus grandes ojos tenían una expresión sobresaltada; una expresión crónica de miedo y preocupación prestaba un aspecto casi amenazador a su cara, tan bonita. Su aura, como la ropa y la expresión, era pesada, oscura y constreñida.

            Renée  se había divorciado hacía ya varios años, pero la pérdida de todo el dinero la preocupaba mucho más que el fin del matrimonio. Una y otra vez, iniciaba sus frases con las palabras: “cuando teníamos dinero…” Desde la bancarrota luchaba por mantenerse sola; si decidió consultarme fue porque acababa de perder su empleo y no lograba hallar otro, situación que la estaba hundiendo casi en el pánico. Una amiga común le había dicho que yo interpretaba ocasionalmente el horóscopo y, una vez más, venía en busca de consuelo. Llegó desesperada por oírme decir que conseguiría otro empleo y que todo volvería pronto a la normalidad. En cuanto la vi, la intuición me dijo que jamás volvería “a la normalidad”; por el contrario, iría hacia delante, hacia un reino enteramente nuevo. Su edad confirmaba mi corazonada: tenía cuarenta y dos años.

Según la astrología, cabe esperar que se produzcan cambios significativos cada siete años, debido a los aspectos que asume Saturno en la carta natal. Pero a los veintiuno, cuarenta y dos, sesenta y tres y ochenta y cuatro, la fuerza explosiva y revolucionaria de Urano se agrega a la tendencia saturnina a enseñar mediante el sufrimiento. Era de sospechar que Renée , estando en la decisiva edad de cuarenta y dos años, estaba a punto de sufrir una gran conmoción.

            Su carta natal indicaba que, decididamente, tenía lecciones que aprender en esta vida, referidas al dinero y a la riqueza material. Pero más interesante me resultaron las señales de un enorme poder y un notable don psíquico propio, que adoptaría una rarísima forma de expresión. Cuando se lo mencioné, Renée bajó la vista a su regazo, escudada tras su largo telón de pelo. Decidí no seguir hablando y esperar. Durante un instante, ella guardó un silencio tenso; luego admitió, incómoda, que su abuela había sido una psíquica muy dotada. Me limité a asentir con la cabeza y aguardé el resto del relato.

Por fin balbuceó que siempre había deseado ser psíquica, que poseía la capacidad de hablar con los animales, comunicarse con ellos y traducir esa comunicación a palabras. También recibía orientación que le indicaba cómo dirigir la energía para ayudar a la curación de animales enfermos o heridos. En realidad, varios amigos que conocían esa habilidad le solicitaban lecturas de sus mascotas o sus animales de exposición. Aquellos que tenían animales atacados por misteriosas heridas, enfermedades o conductas desconcertantes eran los que más le pedían ayuda. Hasta entonces ella se había negado a satisfacerlos, intimidada por la posibilidad de provocar la crítica o algo peor en cualquier grupo religioso o individuo que pudiera sentirse amenazado por sus “poderes”. Cuando aventuré que un don tan maravilloso debía ser aprovechado, ella me espetó:

-          ¡Es obvio que a ti nunca te quemaron en la hoguera!

-          ¿Ya ti sí? –pregunté.

Por toda respuesta se retiró aun más tras su velo de cabellos y se retorció las manos; eran manos bellas y sensibles, con largos y finos dedos ahusados. Manos de psíquica, manos de curandera.

-          Sólo sé que esto es lo que más deseo hacer en el mundo. Quiero ayudar y sé que puedo, pero tengo tanto miedo…

Dejó morir sus palabras y se estrujó las manos con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

Ese día, fue poco lo que pude decir para ayudarla, y no volví a verla hasta pasados dos años. En realidad Renée tuvo que decirme quién era, sacudiéndome el brazo entre risas, mientras intentaba activar mi memoria. Nunca habría reconocido en esa mujer vibrante y alegre, cuyo pelo corto refulgía, a la misma Renée que había conocido dos años antes.

Esos dos años habían sido increíbles. Al fracasar en todos sus intentos de hallar empleo, como su situación financiera empeoraba si pausa, Renée empezó, muy contra su voluntad, a hacer lecturas de los animales de sus amigos. Los resultados fueron impresionantes. Cada lectura, dirigida por sus guías, incluía detalles sobre la historia de ese animal que ella no tenía modo de conocer, verificados por los propietarios actuales, los anteriores o los criadores. Su capacidad empezó a ser reconocida cuando los propietarios de varios caballos cojos informaron que los animales volvieron a la salud gracias a sus “trabajos de energía” a larga distancia y a recomendaciones suyas que los propietarios respetaron. Empezó a desarrollar más confianza a medida que perfectos desconocidos  le pedían lecturas sobre aves, serpientes, caballos, gatos y perros. Sólo requería el nombre y la fotografía del animal para sintonizar lo que él estuviera comunicando.

En general, los animales se comunican con los seres humanos que los sintonizan psíquicamente enviando imágenes telepáticas de lo que ansían, lo que les falta, etcétera. Renée descubrió que, a veces, le enviaban la imagen del ambiente o la situación que deseaban. Con frecuencia esta imagen se hacía realidad poco después, casi como el animal le hubiera mostrado su futuro. Por ejemplo: un enorme e intimidante perro guardián, cuya propietaria trataba de hallarle un nuevo hogar, mostró a Renée la imagen de unos niños montados en su lomo. Antes de esa lectura su propietaria no lo consideraba adecuado para una familia con niños, pero pocos días después, cuando la madre de dos pequeños vio al perro  en el parque y quiso llevárselo, pese a su feroz reputación, la mujer aceptó, aunque vaciló. Al día siguiente la nueva propietaria llamó para contarle que sus hijos se habían pasado la mañana montados en el perro, el cual parecía muy feliz.

Renée me contó, orgullosa, que ahora da clases para enseñar a muchas personas a comunicarse con los animales; esto, junto con las lecturas y los trabajos curativos, la mantienen ocupada y feliz. Ahora frecuenta mucho a su ex esposo, que ha iniciado una nueva empresa, de la cual disfruta mucho, y se está recuperando financieramente.

-          El me comprende mejor que nadie y entiende mi trabajo –comentó Renée-. Siempre me ha alentado a seguir este camino, pero yo tenía demasiado miedo para intentarlo, hasta que me encontré sola y no tuve más remedio. Ahora no me explico cómo pude vivir sin hacer otra cosa, y él también.

-          ¿Y en cuanto al dinero? – pregunté.

-          Oh, eso. –Se echó a reír. – En realidad, hacía años que mis finanzas no estaban tan bien como ahora, pero ya no le doy tanta importancia. La verdad es que, cuando teníamos tanto dinero, yo no era realmente feliz; sin embargo tenía mucho miedo de perderlo. –Su voz se tornó reflexiva. –Tal vez porque, en el fondo, ya sabía que estaba destinada a arreglarme sola y a trabajar como psíquica, y tenía mucho miedo de ir allí otra vez, por lo que pudiera pasar.

Noté que Renée había empleado la expresión “otra vez”, pero no le hice ningún comentario. Como ella se había esforzado tan poco en esta vida para desarrollar su percepción psíquica y su habilidad curativa, lo más probable era que la hubiera desarrollado en otras encarnaciones. La bancarrota fue la herida que impulsó a Renée a reclamar esos dones innatos, que debe de haber pagado muy caros en otra época y en otro lugar. Sólo al utilizarlos otra vez pudo dar paz a la “bruja perseguida” que llevaba sutilmente en su conciencia y, hasta cierto punto, también en su aspecto. La curación de esa profunda herida de otra vida curó también la de esta existencia. La quiebra había cumplido su propósito, obligándola a rendirse a su propio proceso de curación. Y el miedo a la persecución hizo que examinara a conciencia los motivos de todo cuanto hacía en el reino psíquico.

-          Debo admitir –prosiguió Renée-, que en cierto modo comprendo que las lecturas psíquicas y la curación por energía pueden parecer peligrosas y hasta algo malo. Es porque se usa la voluntad y, a menos que una se deje guiar en todo por una voluntad superior, lo que usa es sólo una voluntad terca y egoísta.

Hizo una pausa.

-          ahora rezo siempre y pido a diario orientación: antes de cada lectura, antes de cada clase. Quiero que mi único motivo sea el amor. Y siento esa guía y ese amor cuando operan a través de mí, aun cuando las cosas no son como yo creo que deberían ser. –volvió a mirarme, serios los ojos. –Espero haber aprendido a no emplear mal mi don,  a usarlo sólo de la manera más elevada posible.

En la época actual, que confiera tanto atractivo a dones psíquicos como el de Renée, tendemos a suponer que cualquier persona dotada de esas habilidades debe de tener una conciencia muy elevada. Esto no es más acertado que atribuir una gran evolución espiritual a quien tiene un don innato para la música, la pintura o la matemática superior. Cualquier don que nos hace sobresalir (una gran belleza, el talento, la inteligencia, la fuerza atlética o lo que sea) es en verdad una prueba. Cuanto mayor es el don, mayor el desafío de usarlo con responsabilidad, pese a las oportunidades y las tentaciones de hace lo contrario.

Creo que Renée estaba atendiendo dos defectos de carácter provenientes de vidas anteriores: la codicia y el egoísmo, que probablemente la habían llevado a abusar de sus poderes. En esta vida, su miedo a la persecución era garantía de que, si utilizaba sus dones, lo haría con responsabilidad. Fue un paso vital en su evolución, como psíquica y como alma encarnada.

ATENDER DEFECTOS DE CARÁCTER A TRAVÉS DE LAS HERIDAS

Como veremos en este capítulo, las heridas y los defectos de carácter están estrechamente relacionados. A veces sufrimos una herida por un defecto de carácter que acerca a nosotros cierto tipo de personas y de hechos. En otros casos, la herida puede no resultar de un defecto de carácter, pero aun así es un medio de atender y superar fallas semejantes.

            Analiza ahora, si quieres, los defectos de carácter que tu alma pueda haber decidido atender mediante tu dificultad o tu herida actual. Bien pueden estar representados en los que llamamos siete pecados capitales. Originariamente, “pecar” significaba “fallar el blanco”. El arquero que arrojaba su flecha y no daba en el blanco había pecado. Pecar así es parte necesaria e inevitable del aprendizaje de todo arquero… y también para aprender a ser un alma en cuerpo físico. Natural es también el impulso innato de superar el error, de alcanzar la perfección y dar en el blanco, como arquero y como alma encarnada.

            Aunque los siete pecados capitales puedan parecer anticuados y arcaicos, aún siguen muy vigentes entre nosotros:

                                                           Ira

                                                           Orgullo

                                                           Gula

                                                           Codicia

                                                           Vanidad

                                                           Lujuria

                                                           Pereza

            He aquí algunas de las reacciones humanas más naturales y previsibles ante las presiones y limitaciones de vivir en un cuerpo físico en el plano terrestre. Sin embargo, a medida que nos vamos reconciliando con el alma, todos esos defectos de carácter o pecados deben ser refinados hasta convertirlos en su opuesto. La ira debe evolucionar hasta convertirse en tolerancia; el orgullo en humildad, la gula en moderación; la codicia en conformidad con lo que se posee; la vanidad en modestia; la lujuria, en una relación casta, y la pereza en la voluntad de cargar con el propio peso. A estos defectos de carácter yo agregaría dos: la obsesión egocéntrica que debe ceder en el servicio al prójimo, y la terquedad que tiene que ser reemplazada por la sumisión a una Voluntad Superior a la nuestra.

            Analicemos por un momento las oportunidades que nos proporcionan las diversas heridas para atender particulares defectos de carácter. Si nos sentimos faltos de amor, por ejemplo, el verdadero problema puede estar en nuestra obsesión egocéntrica, nuestra exigencia de que nos presten atención. Si estamos desfigurados, quizás estemos aprendiendo a basar nuestro valer en algo que no sea el aspecto físico. Si sufrimos una desventaja económica, tal vez estemos atendiendo un arraigado hábito de codicia. Nuestra lección es, por lo tanto, aprender a compartir lo poco que poseemos, pues compartir es la base de la prosperidad saludable.

            Todos estos ejemplos están excesivamente simplificados. En la mayoría de los casos, tanto la expresión de nuestros defectos como las situaciones por las que debemos atenderlos son muy personales. No vayas a pensar, por ejemplo, que todos los pobres lo son para curarse de la codicia. Al fin y al cabo, juzgar al prójimo también es un defecto de carácter.

            Puesto que los defectos de carácter se desarrollan y ahondan a lo largo de muchas vidas, pueden ser necesarias varias encarnaciones para convertirlos en virtudes. Pero con el cultivo de cada una de estas virtudes nuestro egocentrismo es reemplazado por una actitud que toma en cuenta el bienestar del prójimo. Desarrollar esta conciencia de grupo es una de las tareas básicas al las que se enfrenta, tarde o temprano, toda alma en encarnación individual. Inevitablemente atraemos hacia nosotros la presión y las oportunidades que nos permiten hacerlo.

DESCUBRIR LA VERDAD MEDIANTE EL TRAUMA

            Otra de nuestras tareas en la encarnación es desechar el error. Con frecuencia nuestras heridas se vinculan con algún error con el cual hemos vivido varias existencias. Aun cuando logramos, finalmente, emerger de ese error, es raro que sepamos apreciar la magnitud del proceso que hemos sobrellevado. El siguiente relato ilustra el vínculo que puede haber entre la herida de abandono y la falsa ilusión del rescate por obra de un salvador. Muestra el complejo proceso por el cual una persona se abrió paso hacia la verdad.

Jennifer nunca había pensado mucho en el tema de las vidas anteriores; no estaba siquiera segura de creer en ellas y nunca había esperado hundirse súbitamente en ese tipo de experiencias. Una antigua lesión de cuello y hombro hizo que recurriera a Irene, una hábil practicante de las técnicas de Ida Rolf para corregir con masaje profundo la desalineación estructural. Esa era la novena de las diez sesiones acostumbradas. Mientras Irene trabajaba alrededor de la boca y las mandíbulas, para eliminar la tensión habitual, Jennifer emitió una serie de chillidos que fueron creciendo, hasta convertirse en alaridos de terror; su cuerpo era presa de violentas convulsiones.

Como Irene había pasado por una experiencia similar, al igual que varios de sus pacientes, reconoció de inmediato lo que estaba ocurriendo. Sujetando la mano a Jennifer, le dijo con serena firmeza:

-Mira y dime qué está pasando. Dime lo que ves.

Repetidas veces, pese a los gritos de la paciente, Irene insistió para que describiera la dura prueba. Cuando Jennifer pudo hacerlo, la escena fue perdiendo parte de su carga emocional, hasta que ella pudo relatar el incidente según se desarrollaba, desde el principio al fin.

-Es un niño de ocho o nueve años – comenzó-. No se me parece en nada, pero yo lo conozco. Sé todo lo que piensa y siente, quién es muy en el fondo.

“Afuera empieza a oscurecer. Nos hemos sentado a cenar. Todo es muy sencillo y tosco. Mi padre es granjero.

Luchando por dominar sus emociones, Jennifer continuó:

-Derriban la puerta a puntapiés. Ni siquiera los oímos llegar. Yo estoy de espaldas a la puerta, pero veo todo en la cara de mi padre. Es como si dijera: “Han venido.”

“Visten uniforme y dicen algo a mi padre, le gritan, pero no sé qué dicen. Dos de ellos van de cuarto en cuarto, rompiendo nuestros muebles con la culata de los fusiles. Hay una cortina que cubre la alacena, en la cocina, y allí es donde hallan lo que están buscando: el transmisor de radio que operaba mi padre. La ponen en la mesa y la destrozan ante nuestra vista. Luego uno de los soldados me clava los dedos en el hombro. –Jennifer hizo una mueca intensa, sintiendo el dolor.- Me arrastra afuera. Grito: “ ¡Papá, papa! ”

Jennifer volvió a romper en lágrimas; su respiración se hizo rápida y superficial, en tanto se esforzaba por continuar.

-Me lleva detrás de un granero, empujándome con su fusil. Luego me aferra por los hombros y me estrella contra la pared, mientras grita. No puedo protegerme. La cabeza se me golpea contra la pared y me derrumbo. Entonces me patea; estoy ene. Suelo y él me patea una y otra vez. –Por entonces Jennifer estaba gimiendo.- No dejo de pensar: “Mi padre vendrá a salvarme. El es muy fuerte. Vendrá a impedir esto”. –Miró a Irene por entre un torrente de lágrimas.- Eso es todo. Así termina.

Irene se sentó en la camilla, junto a Jennifer, y la abrazó hasta que hubo desaparecido en parte la inmediatez aterrorizante de la escena. Luego explicó lo que Jennifer ya había comprendido: que probablemente había visto y sentido el violento final de su encarnación más reciente. Sugirió la posibilidad de que la existencia actual de Jennifer estuviera dominada por un tema relacionado con esa muerte cruel. ¿Podría Jennifer identificarlo?

Después de un largo momento de silencio, ella meneó la cabeza y respondió con suave convicción:

-Si me abandonan moriré. –Tras otra pausa larga agregó, con un gesto afirmativo: -Así me sentí cuando era ese niño y mi padre no acudió; abandonado. Y en esta vida me han abandonado una y otra vez.

Irene asintió.

-Yo diría que el abandono ya era un problema para ti aun antes de esa vida, porque así interpretaste el trauma: como abandono. Podrías haberte sentido desconcertada por el ataque””Esto no es justo. Yo no he hecho nada para merecer esto.” En ese caso ahora podrías estar atendiendo el problema de la justicia, en vez del abandono. O pudiste sentir ira y el deseo de venganza. Ignorando que te quedaban pocos minutos de vida, pudiste haberte prometido: “Cuando sea grande mataré a este hombre.”

“Lo que cristaliza en el momento de una muerte violenta suele fijar el patrón de la vida siguiente. Y la única manera de liberar esa energía cristalizada es mediante una perspectiva totalmente distinta o, en tu caso, el abandono.

-eso es lo que ha ocurrido –dijo Jennifer-. Es como si me hubiera pasado la vida preparándome para lo que sucedió el año pasado, el morir mi esposo. Yo lo amaba mucho… lo amo –se corrigió-, pero pude permitir que se fuera, que me dejara, porque eso fue lo que él eligió. Creo que fue lo más difícil y lo mejor que hice nunca.

-Comienza por el principio- propuso Irene.

La historia de Jennifer, narrada sin rastros de autocompasión, era en verdad una saga de abandonos.

-Mi padre abandonó a mamá cuando yo tenía cuatro años. Yo lo adoraba, pero de pronto desapareció. Todavía recuerdo que no dejaba de llorar, preguntando dónde estaba mi papito. Pero como las preguntas enojaban a mi madre, aprendí a no hacerlas, aunque me moría por saber. A los cinco años también mi madre se fue y me dejó con i abuela. De vez en cuando nos hacía una breve visita, cada dos o tres años, pero por entonces era más una desconocida que una madre. Cuando yo tenía unos trece años, dejó de venir. Mi abuela no respondía a ninguna de mis preguntas sobre mis padres. A él lo odiaba y de ella estaba muy avergonzada. Y yo seguía sin preguntar, para mantener la paz.

“Mi abuela siempre me hizo notar que yo era una carga financiera; por eso se alegró de que, a los dieciséis años, ganara un certamen y comenzara a ganar dinero como modelo profesional. Tuve bastante éxito y, a los dieciocho años, conocí a un hombre mucho mayor que yo, escritor. Sus atenciones me halagaban; me la compuse para ignorar que bebía mucho más de lo que escribía. El me convenció de que lo acompañara a México, donde pasamos tres años en una especie de colonia de escritores. Hasta que él volvió a Estados Unidos, y me dejó con un embarazo de siete meses.

“tuve a mi hija Lori en México; para mantenerla administraba casas de vacaciones para norteamericanos. Cuando a Lori le llegó el tiempo de ir a la escuela, volvimos aquí, a California, donde me había criado.

“En esos años tuve relaciones con varios hombres. Algunos me abandonaron por otra. Otros me abandonaron, simplemente. En su mayoría eran alcohólicos. Por fin, alrededor de los treinta y dos años, ingresé en AA. Ya no soportaba lo que la vida me estaba dando. Se me ocurrió que, si ingresaba en AA, descubriría cómo retener al último de mis alcohólicos. Aun así él se marchó, pero por entonces yo había aprendido de los otros miembros a resistirlo mejor. Por lo que oía en las reuniones, sumé dos más dos y comprendí que mi madre había tenido problemas de alcoholismo; sin duda mi padre también. Me había pasado la vida tratando de retener a un alcohólico u otro, aterrorizada por la posibilidad de que se fueran. En AA comencé a comprender que, a veces, la mayor muestra de amor es dejar que alguien se vaya. Esa fue, para mí, la lección más dura. Algo en mi gritaba siempre: “¡No me abandones, no me abandones! ¡No quiero que me abandonen otra vez!

“Tras un par de años en el programa tropecé con Gregor. Si existe la pareja perfecta, eso era Gregor para mí. Nos entendíamos a la perfección.

“Nos casamos un año después, aunque a veces me pregunto cómo tuvo el valor de asumir semejante compromiso. Mi hija no estaba conforme, y eso es decir poco. Tuve que ir a las reuniones de AA sólo para recordar que algunas cosas no se pueden cambiar ni componer. Nada deseaba tanto como que todos fuéramos felices juntos, pero eso nunca cuajó. Gregor era muy amable, paciente y afectuoso. Pero casi pienso que Lori echaba de menos todos los dramas que habíamos vivido con los alcohólicos.

“Una noche, de buenas a primeras, llamó el padre de Lori. En su vida la había visto y así, de pronto, quería que ella viajara a Chicago APRA visitarlo. Después de esa llamada discutimos la posibilidad de que ella lo visitara en el verano. En cambio huyó. Subió a un autobús y fue directamente al apartamento del padre. Tenía catorce años. Gregor y yo, después de muchos exámenes de conciencia, decidimos respetar la decisión de Lori. Si la obligábamos a regresar podía volver a huir, y tratar de impedirlo nos habría amargado a todos. Los dos creíamos, supongo, que ella volvería por su propia voluntad. Pero Lori consiguió una agencia en Chicago y se inició como modelo a los quince años, tal vez siguiendo mis pasos, en cierto modo. Ahora tiene diecinueve y habla de dedicarse a la actuación. Es un estilo de vida muy sofisticado, pero creo que le sienta bien. Quizá porque no la vi convertirse en la joven que es ahora, todavía espero que entre por la puerta trasera, que vuelva a casa.

“Tras la huida de Lori, supuse que no podía pasar nada peor”. Creo que, sin Gregor y AA, me habría vuelto loca.

“Y entonces, hace dos años, Gregor se derrumbó con un ataque de asma. Cuando llegamos al hospital no tenía signos vitales. Lo revivieron; pasó días enteros sin hacer otra cosa que llorar. Por fin me tomó de la mano y me dijo que no tenía miedo alguno y que iba a lanzarse. Esas fueron sus palabras exactas: “Creo que voy a lanzarme”.

“Yo entendí lo que eso significaba. Iba a vivir en vez de tratar de mantenerse vivo. Y a mí se me abandonaba otra vez. Pero también supe que esa era su vida y que tenía derecho a elegir. Y comprendí que su elección era absolutamente acertada.

“Gregor era tallador de madera. Le encantaba ese trabajo, aunque lijar era muy malo para su asma. Amaba a los amigos que vivían en la zona; a muchos los conocía desde la niñez. Amaba las montañas donde vivíamos, llenas de tantas especies de chaparrales y mohos como no hay casi en ningún otro lugar de la tierra, por la humedad del océano. Eso era mortal para él, pero aquí tenía su corazón.

“Volvió a casa y recobró lentamente sus fuerza. Todos sus amigos comenzaron a venir. Era casi como si hicieran peregrinajes para verlo. También vino Lori; le dijo lo mucho que lo amaba y lo agradecida que estaba por todo lo que le había dado como padrastro. Lo que ocurrió entre ellos fue todo lo que yo soñaba.

“Cada momento estaba lleno de vida, porque sabíamos que era tiempo prestado. Era como si estuviéramos en luna de miel: sinceros, libres, presentes, sin dar nada por sentado. Muchas veces, más de las que quisiera admitir, yo habría querido aferrarlo y rogarle que pensara en mí, que se mudara a un sitio donde pudiera respirar, estar a salvo, vivir… Pero estábamos viviendo, tal como él deseaba, y ese era el único regalo que yo podía hacerle. Tuvimos todo un año antes de que sufriera otro ataque terrible; esa vez estaba solo, en la cabina de su camión, en el estacionamiento del supermercado.

La voz de Jennifer se redujo a un susurro. Después de un momento continuó hablando.

-A veces me pregunto si hice lo correcto. Podría haber discutido con él, insistir que tenía la obligación de vivir por mí; pude tratar de que se mudara, de que no trabajara más. Pude no haberlo perdido nunca de vista. Pero aunque nadie más lo sepa, yo sé que dejarlo vivir ese año como deseaba, sin estorbarlo, fue lo mejor, la mayor muestra de amor que he dado en mi vida.

-Yo también lo sé – dijo Irene, estrujándole los hombros-. Y también sé apreciar la tremenda iniciación por la que has pasado. Una iniciación es una expansión de la conciencia, un medio de abrir la mente y el corazón al reconocimiento de lo que ya existe en la realidad. Eso es lo que te ha pasado.

“Supongo que has pasado vidas enteras explorando los temas de la pérdida, el abandono, la deserción. Terminaste tu vida anterior convencida de que el abandono representaba la muerte. Después de perder a tantas personas importantes en esta vida, por fin buscaste ayuda y aprendiste un enfoque completamente distinto de tus problemas. Aprendiste a dejar ir, a dejar que Dios obre, ¿no? A rendirte. Entonces sobrevino la prueba. Debías permitir que alguien a quien amabas tanto tomara una decisión por la cual serías nuevamente abandonada. ¿Te das cuenta de lo que has demostrado? Que el poder del amor es más fuerte que el poder de la muerte. ¡Que victoria!

Jennifer meneó la cabeza.

-          No lo siento como una victoria. Lo extraño demasiado.

Irene asintió.

-          Lo sé. Pero ¿y si tuviéramos una cantidad fija de años para cada vida? Si es así, como yo lo creo, mira lo que pasó. En vez de tratar de complacerte, haciendo todo lo posible para posponer la muerte que tú temías y él no, Gregor pudo pasar ese último año exactamente como deseaba. Y fue tu victoria la que lo hizo posible.

-          Las  victorias no tienen por qué ser maravillosas, ¿no? –preguntó Jennifer, melancólica.

-          - Tal vez no, para la personalidad. Pero el alma sabe cuándo hemos alcanzado algo de tanta magnitud como tú. Creo que, si hoy has tenido esa experiencia de tu vida pasada, fue para ayudarte a comprender lo que has logrado. Puede parecerte poca compensación, pero la posibilidad de ver, por fin, el modo en que todo se ordena es un don que proviene de tu alma.

-          - He rezado para comprender por qué debía ocurrir todo esto –admitió Jennifer-. Y ahora lo comprendo, al menos hasta cierto punto.

DESCUBRIR EL DON EN LA HERIDA

            Ahora que has leído ejemplos del servicio que prestan las heridas a la evolución espiritual, pregúntate: “¿De qué modo obra mi herida sobre mí?  ¿De qué modo me está incitando a crecer, a expandirme, a extender mi conciencia de lo personal a lo universal? ¿Cómo me ayuda a superar mis defectos de carácter y a liberarme de la ilusión? ”

            Recuerda que, cuando Jennifer rezaba por lograr comprender y, una vez que la herida hubo cumplido su propósito, las respuestas llegaron de una manera muy extraña. No todos tendremos experiencias de vidas pasadas tan gráficas como la de Jennifer, además de contar con una persona que pueda explicarnos su significado. En realidad, con respecto a las vidas pasadas debemos recordar siempre que nuestro único interés válido es el de nuestra vida actual. Ella contiene todo lo que debe interesarnos. Buscar revelaciones sobre vidas pasadas por pura curiosidad es, cuanto menos, un gusto caprichoso y totalmente insalubre. Es preciso ocuparse de los temas, las presiones y los defectos de carácter que uno tiene en el presente. Sólo cuando hayamos superado hasta cierto punto los defectos de carácter puede sernos útil conocer los detalles de las vidas pasadas que vengan al caso. De lo contrario, no servirán más que para distraernos de nuestros desafíos actuales o como excusa para no enfrentarlos.

            Una ley espiritual pertinente establece que, cuando llega el momento adecuado, lo que debemos saber nos será revelado sin esfuerzo alguno de nuestra parte. Así lo demuestra la historia de Jennifer, pues ella no buscó activamente revelaciones sobre su vida anterior. La información se presentó por sí sola cuando era útil para profundizar su comprensión y su corazón.

            Es prudente confiar en que el alma sabrá elegir el momento y el método para efectuar esas revelaciones. Gran parte de lo que atribuimos a la casualidad, al azar, es en verdad la obra sutil del alma. A veces nuestra captación proviene de algo tan simple como una conversación entre dos desconocidos oída por casualidad. Otras veces estamos leyendo un libro o viendo una película y de pronto vemos, sabemos. Puede ocurrir que, mientras meditamos o soñamos, algo se mueva en nosotros y surja una captación que no podríamos expresar con palabras. Pero nos vemos cambiados de alguna manera profunda e irrevocable.

            ¿Todo ocurre por casualidad, pues?  ¿No hay nada que podamos hacer para facilitar un proceso esencialmente divino?

            Como Jennifer, podemos pedir, podemos rezar pidiendo comprender nuestra herida, su finalidad, su lección. Podemos orar pidiendo fuerzas para no resistirnos a sus enseñanzas, pues cada vez que nos negamos a ocuparnos de nuestros defectos de carácter, estos empeoran en vez de desaparecer. Entonces se hace necesario otro ciclo de curación.

 El pedir no asegura que recibamos una respuesta inmediata que nos sea comprensible. Tampoco es promesa de que el dolor de la herida desaparecerá de inmediato. Pero si pedimos humilde y seriamente, avanzamos hacia el don de nuestra herida y nuestra propia iluminación.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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