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MILES DE MILLONES, de Carl Sagan.

   Otro excepcional libro de Carl Sagan, el último que nos dejó. Esta vez nos habla de diferentes temas: matemática, medio ambiente, aborto... Pasamos aquí un fragmento que trata sobre el tema del medio ambiente, ahora que parece ser que los acuerdos de Kyoto van a la deriva, y que los representantes de los/as ciudadanos/as están más preocupados por contentar a las multinacionales y pensar en el dinero y el beneficio a corto plazo. Dionís TC.

(...) Si no tenemos cuidado, es posible que calentemos el planeta a través del efecto invernadero, o bien que lo enfriemos y oscurezcamos tras una guerra nuclear o el incendio masivo de los campos petrolíferos (o por hacer caso omiso del riesgo que supone el impacto de un asteroide o de un cometa). Con la lluvia ácida, la disminución del ozono, la contaminación química, la radioactividad, la tala de los bosques tropicales y una docena más de otras agresiones al entorno, estamos empujando este pequeño mundo hacia vías apenas conocidas. Nuestra civilización pretendidamente avanzada puede estar alterando el delicado equilibrio ecológico que ha evolucionado tortuosamente a lo largo de los 4.000 millones de años de existencia de la vida en la Tierra.

(...) Durante largo tiempo todos -plantas, animales y microbios- han trabajado juntos.

(...) La inclinación a cooperar es un hecho dolorosamente conseguido a través del proceso evolutivo. Los organismos que no cooperaron, que no trabajaron codo con codo, acabaron por extinguirse. La cooperación está codificada en los genes de los supervivientes. Su naturaleza es cooperar, y esto constituye la clave de la supervivencia.
   Los seres humanos somos unos recién llegados, estamos aquí desde hace apenas unos pocos millones de años. Nuestra presente civilización técnica cuenta tan sólo unos cuantos siglos. No tenemos demasiada experiencia reciente en lo que se refiere a cooperación voluntaria entre especies (ni siquiera dentro de la propia). Nos hemos consagrado a tareas a corto plazo y apenas pensamos a largo plazo. No hay ninguna garantía de que seamos capaces de entender nuestro sistema ecológico planetario cerrado o de cambiar de conducta en consonancia con ese conocimiento.
   Nuestro planeta es indivisible. En Norteamérica respiramos el oxígeno generado en las selvas ecuatoriales brasileñas. La lluvia ácida emanada de las industrias contaminantes del Medio Oeste de Estados Unidos destruye los bosques canadienses. La radiactividad de un accidente nuclear en Ucrania pone en peligro la economía y la cultura de Laponia. El carbón quemado en China eleva la temperatura en Argentina. Los clorofluorocarbonos que despide un acondicionador de aire de Terranova contribuyen al desarrollo del cáncer de piel en Nueva Zelanda. Las enfermedades se propagan rápidamente a los más remotos rincones del planeta, y su erradicación requiere un esfuerzo médico global. Por último, la guerra nuclear y el impacto de un asteroide suponen un peligro no desdeñable para todos. Nos guste o no, los seres humanos estamos ligados a nuestros semejantes y a las plantas y animales de todo el mundo. Nuestras vidas están entrelazadas.
   Dado que no hemos sido dotados de un conocimiento instintivo sobre el modo de convertir nuestro mundo tecnificado en un ecosistema seguro y equilibrado, debemos deducir la manera de conseguirlo. Necesitamos más investigación científica y más control tecnológico. Probablemente sea un exceso de optimismo confiar en que algún Defensor del Ecosistema vaya a intervenir desde el cielo para enderezar nuestros abusos ambientales. Es a nosotros a quienes corresponde hacerlo.
   No tendría por qué ser imposible. Las aves -cuya inteligencia tendemos a subestimar- saben cómo mantener limpio su nido. Otro tanto puede decirse de los camarones, cuyo cerebro tiene el tamaño de una mota de polvo, y de las algas, y de los microorganismos unicelulares. Es tiempo de que también nosotros lo sepamos.

(...) De vez en cuando se oye hablar del "océano" de aire que envuelve a la Tierra; sin embargo, el grosor de la mayor parte de la atmósfera -contando la implicada en el efecto invernadero- sólo supone un 0,1 % del diámetro terrestre. Aun tomando en consideración la alta estratosfera, la atmósfera no llega a constituir el 1 % del diámetro de nuestro planeta. "Océano" suena a enorme, imperturbable. Sin embargo, en relación al planeta entero, el espesor de la capa de aire equivale al del revestimiento de goma laca de un globo terráqueo escolar. El espesor de la capa de ozono estratosférica en relación al diámetro de la Tierra guarda una proporción de uno a 4.000 millones. Al nivel de la superficie resultaría prácticamente invisible. Muchos astronautas han declarado que, después de haber visto el aura delicada, fina y azul en el horizonte de la hemisfera terrestre a la luz del día -aura que representa el grosor de toda la atmósfera- de forma inmediata y espontánea han tomado conciencia de su fragilidad y su vulnerabilidad y se han sentido inquietos. Tienen razones para estarlo.

(...) La Tierra constituye una anomalía. Por lo que hasta ahora sabemos, es el único planeta habitado en todo el sistema solar. La especie humana es una entre millones en un mundo rebosante de vida. Sin embargo, la mayor parte de las especies que han existido en el pasado ya no existen. Los dinosaurios se extinguieron tras un florecimiento de 150 millones de años. hasta el último; no ha quedado ni uno. Ninguna especie tiene garantizada su permanencia en este planeta. Nosotros, que estamos aquí desde hace no más de un millón de años, somos la primera especie que ha concebido los medios para su autodestrucción. Somos una especie rara y preciada porque estamos capacitados para reflexionar y tenemos el privilegio de influir en nuestro futuro y, quizá, de controlarlo. Creo que tenemos el deber de luchar por la vida en la Tierra y no sólo en nuestro beneficio, sino en el de todos aquellos, humanos o no, que llegaron antes que nosotros y ante quienes estamos obligados, así como en el de quienes, si somos lo bastante sensatos, llegarán después. No hay causa más apremiante, ni afán más justo, que proteger el futuro de nuestra especie. Casi todos los problemas que padecemos son obra de los seres humanos y pueden ser resueltos por éstos. No existe convención social, sistema político, hipótesis económica o dogma religioso que revista mayor importancia.

"Hace falta valor para temer".
Montaigne, Essais, III, 6 (1588)
 
Del libro "Miles de Millones", de Carl Sagan, Ediciones B, 1998.

 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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