EL DIOS DE PAZ
(Respuesta
de la conciencia en reposo) Nadie puede decir que el Dios de las
fases uno y dos está muy interesado por la paz. Ya sea
desencadenando inundaciones o incitando a la guerra, al Dios que
hemos visto hasta ahora le gusta la lucha. Pero lazos tan poderosos
como el miedo y el respeto empiezan a desgastarse. «Creemos que
hemos sido creados para servir a Dios —me hizo notar en una ocasión
un gurú indio—, pero en realidad Dios ha sido creado para
servirnos.» La sospecha de que esto puede ser verdad nos conduce a
la fase tres, pues hasta ahora el balance ha sido a favor de Dios,
puesto que obedecerle ha tenido más importancia que nuestras propias
necesidades.
La balanza
empieza a desequilibrarse cuando nos damos cuenta de que podemos
satisfacer nuestras propias necesidades y no hace falta que ningún
Dios de «allá arriba» nos traiga paz y prudencia, porque el córtex
cerebral ya tiene un mecanismo para ambas cosas. Cuando una persona
ya no se centra en actividades exteriores, cierra los ojos y se
relaja, se altera automáticamente la actividad cerebral. El dominio
de los ritmos de las ondas alfa nos señala un estado de descanso que
está consciente al mismo tiempo. El cerebro no piensa pero al mismo
tiempo tampoco duerme. En lugar de ello hay un nuevo estado de
alerta que no necesita de pensamientos para llenar el silencio.
Al mismo
tiempo, el cuerpo experimenta los correspondientes cambios:
desciende la presión sanguínea y el ritmo cardíaco y hay un menor
consumo de oxígeno.
Estos
cambios no parecen demasiado impresionantes vistos en términos
técnicos, pero el efecto subjetivo puede ser espectacular: la paz
sustituye la caótica actividad de la mente y cesa el desorden
interior. El salmo declara: «Ponte en comunicación con tu propio
corazón en la cama y queda en silencio.» Y aún más explícitamente:
«Permanece en silencio y sabrás que yo soy Dios.» Éste es el Dios de
la fase tres, que puede describirse como: Desapegado Calmado Ofrece
consolación Poco exigente Conciliador Silencioso Meditativo Apenas
parece posible que esta deidad no violenta surja de la fase dos,
pero es que no es éste su origen. La fase tres supera al Dios
testarudo y exigente que se impuso, del mismo modo que el nuevo
cerebro supera al viejo. Sólo al descubrir que la paz está dentro,
el devoto encuentra un sitio que la venganza y el justo castigo de
Dios no pueden tocar. En esencia, la mente hace una introspección
para percibirse a sí misma. En todas las tradiciones, esto forma la
base de la contemplación y la meditación.
La primera
investigación seria de la conciencia en reposo se hizo con el
estudio de la meditación 52 por mantra (específicamente la
meditación trascendental) en los años sesenta y setenta. Hasta
entonces Occidente no le había prestado demasiada atención
científica a la meditación. No se le había ocurrido a nadie que si
la meditación era auténtica debían acompañarla algunas alteraciones
del sistema nervioso. Sin embargo, experimentos anteriores hechos en
la Fundación Menninger habían permitido constatar que algunos yoguis
son capaces de reducir su ritmo cardíaco y permanecer casi sin
respirar. Fisiológicamente, deberían estar a las puertas de la
muerte, pero en lugar de ello informaron sentir una intensa paz
interior, un éxtasis y una unidad con Dios. El fenómeno ya no era
una simple curiosidad oriental.
En diciembre
de 1577, un monje español de Ávila fue secuestrado a medianoche. Fue
llevado a Toledo y arrojado a una prisión eclesial. Sus captores no
eran bandidos sino su propia orden carmelita, contra la que él había
cometido la grave ofensa de tomar el bando equivocado en una feroz
discusión teológica. El monje, que era consejero en un convento de
monjas carmelitas, les había dado permiso para elegir a su propia
líder en lugar de dejar la elección al obispo.
Desde
nuestra perspectiva moderna, esta discusión carece totalmente de
sentido, pero los superiores del monje estaban seriamente
disgustados. El monje sufrió una tortura horrenda. Su calabozo, que
carecía de iluminación, «era en realidad un pequeño armario que no
le permitía ni estar de pie. Cada día era llevado a la rectoría,
donde se le daba pan, agua y sobras de sardinas en el suelo. Luego
era objeto de la disciplina circular: le arrodillaban en el suelo, y
los monjes andaban alrededor de él azotándole la espalda desnuda con
látigos de cuero. Primero esto se hacía diariamente y luego sólo los
viernes, pero fue torturado con tanto celo que quedó tullido el
resto de su vida».
Al monje
torturado lo conocemos como un santo, se trata de san Juan de la
Cruz, cuya poesía mística más inspirada fue escrita exactamente en
aquella época. Mientras estaba prisionero en su oscuro armario, a
san Juan le traía tan sin cuidado la rigurosa experiencia por la que
atravesaba que lo único que imploraba era una pluma y papel para así
describir sus experiencias interiores extáticas, sintiendo una
especial alegría al estar en comunión con Dios en un lugar que el
mundo no podía tocar: En una noche oscura, con ansias en amores
inflamada, ¡oh, dichosa ventura!
salí
sin ser notada, estando esa mi casa sosegada.
Estas
primeras líneas de «Noche oscura» describen cómo el alma salía del
cuerpo, lo que transportaba al poeta desde el dolor al gozo. Pero
para que esto suceda, el cerebro tiene que encontrar una forma de
separar la percepción interior de la exterior. En medicina tenemos
ejemplos de pacientes que parecen notablemente inmunes al dolor. En
casos de psicosis avanzadas, una persona en estado catatónico está
rígido y no responde a la estimulación. No hay señal de reacción al
dolor, como los pacientes cuyos nervios están muertos. Se sabe que
algunos esquizofrénicos crónicos se han cortado con cuchillos o se
han quemado los brazos con cigarrillos encendidos sin dar muestras
de dolor.
Sin embargo,
no podemos poner en el mismo grupo a un gran poeta y santo y a los
enfermos mentales. En el caso de san Juan de la Cruz, había una
necesidad urgente de separarse de sus torturadores. Tenía que
encontrar una ruta de escape, y esto fue quizá el detonador
psicológico de su éxtasis. En su poesía se abandona a su amor
secreto, Cristo, que le acaricia y le da consuelo: ...y todos mis
sentidos suspendía.
Quédeme y
olvídeme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo, y déjeme,
dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.
San Juan
describe con palabras escogidas con gran precisión la transición
desde el nivel material en el que están atrapados nuestros cuerpos
hasta el nivel cuántico, que no tiene nada que ver con el dolor
físico y el sufrimiento. Aún por debajo de la belleza espiritual de
la experiencia, su base es la respuesta de la conciencia en reposo.
Para
ponernos en una situación comparable, imaginemos que somos
corredores de maratón, una carrera que pone a prueba los límites de
sufrimiento y dolor del cuerpo; en un punto determinado, los
corredores de larga distancia entran en «la zona», un lugar que
trasciende el sufrimiento físico.
*??El
corredor ya no siente dolor como parte de su experiencia. El Dios de
paz es desapegado.
*??El
corredor de fondo ya no lucha o se esfuerza. El Dios de paz es
calmado.
*??En «la
zona» nos sentimos inmunes al dolor. El Dios de paz ofrece
consolación.
*??Ganar o
perder ya no es la fuerza motivadora. El Dios de paz es poco
exigente.
*??No hace
falta luchar; nos abandonaremos en «la zona». El Dios de paz es
conciliador.
*??La mente
del corredor permanece en silencio. El Dios de paz es silencioso.
*??En «la
zona», el corredor se expande más allá de los límites del cuerpo,
tocando el todo y el uno de todas las cosas. El Dios de paz es
meditativo.
He oído que
hay jugadores profesionales de fútbol que declaran que, en
determinado momento del partido, se abandonan al juego y se sienten
como si se movieran con pasos de danza. En lugar de utilizar toda su
voluntad para cortar un pase a un contrario, se ven a sí mismos
corriendo hacia adelante y cruzándose con el balón como por
casualidad. El Dios de paz no se encuentra buceando en el interior,
porque es él mismo el que emerge de dentro cuando llega la hora.
¿Quién soy?
Un testigo
silencioso.
El Dios de
la fase tres es un Dios de paz porque nos muestra el camino de la
lucha. No hay paz en el mundo exterior que no sea gobernada por la
lucha. Los que intentan controlar su entorno, y estoy pensando en
perfeccionistas y personas atrapadas en un comportamiento obsesivo,
han rehusado la invitación a encontrar una solución interior.
«Fui criado
sin ningún tipo de sentimiento religioso —me explicó un hombre—.
Tuve una niñez sin problemas y así continuó durante años. Me planteé
algunas metas inmensas para conseguirlas por mi propio esfuerzo: una
profesión importante, una esposa, hijos, la jubilación a los
cincuenta años, en fin, todo.» Este hombre había gozado de una buena
situación económica y para él un empleo no era importante si no era
director ejecutivo. Consiguió esta meta: cuando tenía unos treinta
años ya dirigía una empresa suministradora de equipos en Chicago.
Todo iba sobre ruedas hasta el desgraciado partido de frontenis.
«No me
estaba esforzando excesivamente ni jugando más fuerte que de
costumbre, pero seguramente hice algo, porque sentí un fuerte
chasquido y caí al suelo. Me di cuenta inmediatamente de que me
había roto el tendón de Aquiles, pero lo que sucedía era muy
extraño.» En lugar de sentir un vivísimo dolor, se sintió
extremadamente calmado y desapegado. «Aquello le podía haber
sucedido a cualquiera. Yo seguía en el suelo mientras llamaron a una
ambulancia, pero mi mente estaba flotando más allá, en alguna
parte.» La sensación que tuvo en aquel momento fue de una calma
dulce, incluso arrobada. Este hombre, le llamaremos Tomás, nunca
había experimentado algo parecido, y ese estado persistió incluso
cuando el tobillo empezó a hincharse y a dolerle. Mientras Tomás
estuvo hospitalizado se dio cuenta de que esta paz nueva que
experimentaba iba gradualmente disminuyendo. Se sorprendió a sí
mismo preguntándose si había tenido alguna experiencia espiritual,
pero después de un intenso estudio de las Escrituras Tomás no era
capaz de señalar con el dedo un pasaje concreto que pudiera
corresponder con lo que le había sucedido.
Es bastante
común que las personas irrumpan en la fase tres de esta forma tan
abrupta. En lugar de una mente activa y llena de emociones,
encuentran un testigo silencioso. Las interpretaciones difieren en
gran manera y algunas personas van inmediatamente a la religión, e
igualan esta paz con 54 Dios, Cristo o Buda; otros lo atribuyen
simplemente al desapego. Una persona me explicaba: «Yo estaba
siempre dentro de la película, pero ahora estoy entre los
espectadores mirándola.» Desde el punto de vista médico, sabemos que
el cerebro puede escoger la cancelación de la conciencia del dolor.
Hasta el descubrimiento de las endorfinas, la versión de la morfina
del propio cerebro, no había explicación biológica para la
autoanestesia. Sin embargo, las endorfinas no son suficientes para
explicar las experiencias extáticas de san Juan o la calma interior
del hombre que se rompió el tendón de Aquiles. Si examinamos los
mecanismos de que dispone el cuerpo para atenuar el dolor queda
claro que el cerebro no se da a sí mismo una simple inyección de
opiáceos cuando hay dolor. Hay muchas situaciones en las que el
dolor no puede ser superado ni total ni parcialmente y algunas veces
hay que engañar al cerebro para que reaccione. Si tomamos el ejemplo
de personas que sufren un dolor intratable, hay un cierto número de
ellas que obtienen alivio si les inyectan una solución salina
diciéndoles que es un poderoso narcótico. Todo el tratamiento es
puramente psicológico, sólo es cuestión de cambiar la interpretación
que le dé cada persona. Recordemos también las famosas «operaciones
espectáculo» en el régimen maoísta, en las que los pacientes estaban
despiertos y alegres durante las apendicectomías, charlando y
bebiendo té, sin otra anestesia que la acupuntura. Sin embargo,
aunque se intentó reproducir el hecho fuera de China, los resultados
no fueron nada fiables, porque la diferencia en la percepción era
muy diferente entre las creencias de Oriente y el escepticismo de
Occidente.
Entre el
dolor y el cerebro interviene algo que decide la proporción de dolor
que se va a sufrir, pero lo sorprendente es que este centro de
decisiones puede controlar la respuesta de nuestro cuerpo. El
interruptor del dolor se activa mentalmente, y es tan normal no
sentir ningún dolor como sentir mucho. Para alguien que ha entrado
en la fase tres, este centro de decisiones no es un misterio, sino
que es la presencia de Dios que nos aporta paz, y el alivio del
dolor es más que físico, porque incluye el dolor del alma atrapada
en el desorden. Si hacemos una introspección, el devoto ha
encontrado la forma de eliminar este dolor.
¿Cómo encajo
en esto?
Permanezco
centrado en mí mismo.
Un Dios
peligroso sólo era adecuado para un mundo peligroso. El Dios de la
paz ya no es peligroso porque ha creado un mundo de soledad interior
y de reflexión. Cuando hacemos una introspección, ¿en qué nos
reflejamos? El mundo interior parece un paisaje que conocemos muy
bien: está lleno de pensamientos y de memorias, ambiciones y deseos.
Si nos concentramos en estos hechos que pasan como un rayo en el
fluir de la consciencia, el mundo interior no es un misterio.
Puede ser
complejo porque nuestros pensamientos son variados y provienen de
muchos lugares, pero una mente llena de pensamientos no es un
enigma.
Alguien que
ha llegado a la fase tres se refleja en algo muy distinto que un
terapeuta llamaría el núcleo o el centro de una persona. En el
centro de la mente no hay acontecimientos, sino que somos
simplemente nosotros mismos esperando que ocurran los pensamientos.
Toda la cuestión de «permanecer centrado» es que no nos saquen del
equilibrio. Para seguir siendo nosotros mismos en medio del caos
exterior. (Recordemos al jugador de fútbol americano que está tan
concentrado que el juego se desarrolla por sí mismo y él se dirige a
bloquear un balón como si estuviera programado.) En muchos aspectos,
encontrar nuestro centro es el gran don de la fase tres, y el Dios
de paz existe para asegurar a sus adoradores que hay un lugar en el
que refugiarnos del miedo y de la confusión. «Así que me acuesto en
paz y duermo —dice el salmo 4— pues tú sólo, Señor, en tu seguridad
me das firmeza.» La ausencia de paz en el mundo nunca se aparta de
las mentes de aquellos que escribieron las Escrituras. Parte de la
lucha se halla implicada en nuestro modo de vida, pero en gran
medida es lucha política. Los ángeles que saludaron a los pastores
con el anuncio del nacimiento de Cristo mencionaban la promesa de
paz en el mundo y buena voluntad para los hombres, con lo que daban
a entender que la función del Mesías sería terminar para siempre con
la turbulenta historia del pueblo escogido.
El problema
no se solucionaba con un Dios guerrero, ni promulgando incontables
leyes, y el Dios de paz no puede en modo alguno imponer el fin a las
disensiones y las luchas. O bien debe cambiar la naturaleza humana o
debe desvelarnos un nuevo aspecto que trascienda la violencia. El
nuevo 55 aspecto de la fase tres consiste en estar centrado, porque
si encontramos paz en nuestro interior el aspecto de la violencia
queda resuelto, al menos para nosotros. Tengo un amigo muy
influenciado por el budismo que va incluso más lejos y dice que si
podemos encontrar un punto absolutamente inmóvil en nuestro centro
entonces estamos en el centro de todo el universo.
«A veces,
mientras conducimos por una autopista, tenemos la sensación de que
no nos movemos. El punto de vista se invierte y permanecemos
inmóviles, mientras que la carretera y el paisaje son los que se
mueven. Lo mismo sucede cuando hacemos jogging; todo parece moverse,
discurriendo alrededor de nosotros mientras nosotros permanecemos
inmóviles.» Son muchas las personas que podrían vivir fácilmente
esta experiencia que es de la mayor importancia. «Este punto inmóvil
que jamás se mueve es el testigo silencioso o, por lo menos, está
todo lo cerca de lo que la mayoría de nosotros puede alcanzar. Una
vez que lo encontramos, nos damos cuenta de que no tenemos que
perdernos en la inacabable actividad que se desarrolla a nuestro
alrededor, sino que vernos a nosotros mismos en el centro de todo es
perfectamente legítimo.» En Oriente se ha trabajado mucho con este
argumento. El budismo, por ejemplo, no cree que la personalidad sea
real. Todas las etiquetas que podamos colgarnos a nosotros mismos
son sólo una multitud de pájaros distintos que están posados en la
misma rama. El que yo tenga algo más de cincuenta años, sea hindú,
médico de profesión, casado y con dos hijos no describe el yo real.
Estas características han escogido posarse juntas y formar la
ilusión de una identidad. ¿Cómo llegaron a encontrar la misma rama?
El budismo diría que yo las elegí por medio de la atracción y la
repulsión.
En esta
vida, yo preferí ser varón antes que mujer, oriental antes que
occidental, casado antes que soltero y así sucesivamente. Escoger
esto en lugar de aquello es totalmente arbitrario. Para cada una de
las opciones, su opuesto sería perfectamente válido. Sin embargo,
debido a las tendencias de mi pasado (en India diríamos mis vidas
anteriores, pero no es necesario) he hecho mi elección personal y yo
estoy tan unido a estas preferencias que llego a pensar que forman
mi yo. Mi ego mira la casa, el coche, la familia, la profesión y las
posesiones y dice: «Yo soy estas cosas.» Pero en el budismo nada de
esto es verdad. En cualquier momento, los pájaros posados en la rama
pueden volar, y de hecho esto sucederá cuando yo muera. Si mi alma
sobrevive (Buda no se hizo responsable de lo que pudiera pasar
después de la muerte), mis opciones se disolverán en el viento una
vez que abandone este cuerpo. Por lo tanto, ¿quién soy yo si no soy
estos millones de opciones que se aferran a mí como si fueran un
abrigo pegajoso? No soy nada excepto el silencioso punto de
consciencia que se halla en mi centro, lo único que permanecerá
aunque eliminemos todas las experiencias que yo haya podido tener.
Por lo tanto, vernos como un punto sin movimiento cuando conducimos
por la autopista se convierte en una valiosa experiencia, porque
estamos más cerca de descubrir quiénes somos realmente.
¿Cómo
encontraré a Dios?
Meditación,
contemplación silenciosa.
La fase tres
sirve para centrarnos en nosotros mismos. El Antiguo Testamento
afirma claramente que el camino hacia la paz pasa por la confianza
en Dios como poder exterior, siendo como es siempre él el foco de
atención. Los versos que tratan de este tema dicen: «Tendrán gran
paz aquellos que aman sus leyes» y «Mantendrás en perfecta paz a
aquel cuya mente está fija en ti, porque él pone su confianza en
ti.» Abandonar la confianza en Dios para mirarnos a nosotros mismos
podría ser muy peligroso, e incluso podría ser una herejía. Después
de la caída, el pecado separó al hombre y a Dios. La deidad está
«allá arriba» en su cielo, mientras que nosotros estamos «aquí
abajo», en la tierra, lugar de lágrimas y lucha. Así, me permito
rogar a Dios, le pido que me ayude y me consuele, pero él decide si
debe o no responder mis ruegos. Yo no puedo mantenerme conectado a
él permanentemente porque mi imperfección y las leyes de Dios lo
prohíben.
Sin embargo,
hay indicios de que podemos arriesgarnos a hacer un enfoque
diferente. En la Biblia encontramos versos como «Buscad el reino del
cielo en vuestro interior». El significado de ir a nuestro interior,
principalmente en la meditación y en contemplación silenciosa no
está muy alejado de la plegaria. Si es verdad que «poseerás tu alma
en silencio», entonces ¿cómo va Dios a preocuparse de la forma en
que lo encuentre?
Los
argumentos religiosos se vuelven secundarios una vez que nos damos
cuenta de que detrás 56 de la conciencia en reposo hay una respuesta
biológica.
Los orígenes
orientales son innegables. La tradición hindú,.interiorizando,
empieza una búsqueda espiritual que terminará eventualmente en la
iluminación. El doctor Herbert Benson de Harvard, que desempeñó un
papel importante en la popularización de la meditación sin religión,
basó su «respuesta de relajación» en los principios de la meditación
trascendental, sin sus implicaciones espirituales. Eliminó el mantra
sustituyéndolo por una palabra neutra (él sugería la palabra uno)
que debía repetirse mentalmente mientras se iba inspirando y
espirando lentamente. Otros, entre los que me cuento yo mismo, no
hemos estado de acuerdo con este enfoque y hemos basado el nuestro
en el valor central del mantra como el significado de desplegar los
niveles espirituales más profundos dentro de la mente. Para nosotros
la palabra recitada tiene que estar conectada con Dios.
Las
propiedades espirituales de los mantras tienen dos bases. Algunos
hindúes ortodoxos dirían que cada mantra es una versión del nombre
de Dios, mientras que otros pretenden que la vibración es la clave
del mantra, cosa que queda muy cerca de la física cuántica. La
palabra vibración significa la frecuencia de la actividad cerebral
en el córtex. El mantra forma un bucle de retroalimentación mientras
el cerebro produce el sonido, lo escucha y luego responde con un
nivel de atención más profundo. El misticismo no tiene nada que ver
con todo esto. Cualquier persona puede utilizar cualquiera de sus
cinco sentidos para entrar en un bucle de retroalimentación. En los
antiguos Shiva Sutras se describen más de cien maneras de
trascender, entre las cuales encontramos mirar al azul del cielo y
luego mirar incluso más allá, o mirar la belleza de una mujer y
tratar de encontrar qué hay detrás de esa belleza. La finalidad de
todo esto es ir más allá de los sentidos para encontrar su origen.
(La idea que tenemos de los budistas mirándose fijamente al ombligo
es una distorsión de la práctica de concentrar la mente en un único
punto y se imagina que el ombligo es este punto. En algunas
tradiciones sirve también como foco de energía que se supone que
tiene un significado espiritual.) En todos los casos, el origen es
el mejor estado de actividad cerebral. La teoría es que la actividad
mental contiene sus propios mecanismos para hacerse más y más
refinada hasta que se percibe el completo silencio.
Se considera
que el silencio es importante porque es el origen de la mente; del
mismo modo, el mantra va creciendo de modo imperceptible, puede
desvanecerse por completo y, en este punto, nuestra conciencia cruza
los límites cuánticos. Por primera vez en nuestras fases de
crecimiento interior, abandonamos el plano material y nos
encontramos en la región en que la actividad espiritual impone sus
propias leyes.
Persiste el
argumento de que no sucede nada de esto, y que un cerebro
aprendiendo a calmarse puede ser confortable pero no es espiritual.
Esta objeción puede ser resuelta si nos damos cuenta de que no hay
ningún desacuerdo fundamental en seguir adelante. El córtex cerebral
produce pensamientos utilizando energía en forma de fotones; su
interacción tiene lugar a nivel cuántico, lo que significa que para
cada uno de los pensamientos podemos remontarnos hasta su origen al
nivel más profundo. No hay pensamientos «espirituales» que existan
aparte por sí mismos, pero los pensamientos ordinarios no cruzan la
frontera cuántica (tal y como muestra la técnica no espiritual de
Benson). Seguimos en el nivel material porque nos centramos en lo
que significa el pensamiento.
Nuestra
atención es atraída hacia afuera más que hacia adentro.
Un mantra,
como también lo es la palabra neutral de Benson, uno, tiene poco o
ningún significado para distraernos y, por tanto, es un vehículo más
fácil para ir hacia adentro que la plegaria o la contemplación
verbal (en estos últimos casos tomamos un aspecto de Dios para
pensar y explayarse en él).
No hay duda
de que nos resistimos a la noción de que Dios es un fenómeno
interno. La inmensa mayoría de los fieles de este mundo están
firmemente comprometidos con las fases uno y dos, y creen en un Dios
que está «allá arriba» o, de una u otra forma, fuera de nosotros. Y
el problema es complicado por el hecho de que ir hacia adentro no es
una revelación sino que sólo es el principio. La mente en silencio
no ofrece destellos repentinos de percepción divina, aunque su
importancia se manifiesta elocuentemente en el documento medieval
anónimo del siglo xiv conocido como La nube del desconocimiento. El
autor nos dice que Dios, los ángeles y todos los santos sienten una
gran complacencia cuando una persona empieza a hacer trabajo
interior. Al principio, sin embargo, ninguno de ellos es aparente:
57 Ya que, cuando empiezas, encuentras sólo oscuridad, como si fuera
una nube de desconocimiento... Esta oscuridad y esta nube están
entre tú y tu Dios, hagas lo que hagas.
El bloqueo
adopta dos formas: no podemos ver a Dios con la razón y el
entendimiento de la mente ni tampoco podemos sentirlo en «la dulzura
de nuestro afecto». En otras palabras, Dios no tiene presencia, ni
emocionalmente ni intelectualmente. La nube de desconocimiento es
todo lo que tenemos para continuar, y la única solución, según nos
informa el autor anónimo, es la perseverancia.
El trabajo
interior debe continuar. El autor nos informa de que cualquier
pensamiento de la mente nos separa de Dios, porque el pensamiento
vierte luz sobre su objeto. El foco de atención es como «el ojo de
un arquero fijado en el blanco al que va a disparar». Incluso aunque
la nube de desconocimiento nos desconcierte, está realmente más
cerca de Dios que un pensamiento sobre Dios y su maravillosa
creación. Se nos recomienda ir a una «nube de desconocimiento» sobre
cualquier cosa que no sea el silencio del mundo interior.
Durante
siglos, este documento nos ha parecido completamente místico, pero
tiene sentido en cuanto nos damos cuenta de que recomienda la
respuesta de la conciencia en reposo, que no contiene pensamientos.
El autor ahonda lo suficiente como para encontrar al Dios de la fase
tres que está más allá de cualquier consideración material. Teniendo
en cuenta el peso de clérigos, catedrales, capillas, reliquias
sagradas y de leyes de la Iglesia en la época medieval este
desconocido autor llevó a cabo un acto muy valiente, aunque hubiera
sido igualmente valiente hoy en día porque todavía somos adictos a
la vida volcada al exterior y la gente quiere un Dios que puedan ver
y tocar y con el que puedan hablar.
Consideremos
ahora lo radical de su planteamiento tal como el autor anónimo lo
revela en el siguiente capítulo de su libro: En este trabajo de poco
o de nada sirve pensar en la bondad y en los merecimientos de Dios,
o en nuestra Señora, o en los santos y ángeles del cielo, o en el
júbilo celestial... Es mucho mejor pensar en el ser desnudo de Dios.
Este «ser
desnudo» es conciencia sin contenido, espíritu puro, que por
supuesto no se desvela en pocas horas o en pocos días. Como en cada
fase, en ésta hay que entrar para luego explorarla. Para alguien que
ama la religión, al principio puede ser un lugar inhóspito, marcado
por la pérdida de todos los rituales y comodidades de la fe
organizada. El valor de la fase tres radica más en la promesa que en
el cumplimiento, porque es un camino solitario. La promesa nos la
hace nuestro autor anónimo que enfatiza una y otra vez que el
deleite y el amor surgirán posiblemente del silencio. El trabajo
interior se hace para un solo fin, sentir el amor de Dios, y no hay
otra forma de alcanzarlo.
¿Cuál es la
naturaleza del bien y del mal?
Dios es
claridad, calma interior, y contacto con uno mismo.
El mal es
desorden interior y caos.
El lector
puede haber llegado hasta aquí y preguntarse cuántas personas han
evolucionado en la fase tres. Si miramos alrededor vemos
sufrimientos y luchas tremendas. Incluso en sociedades prósperas, la
fe predominante fomenta normalmente los valores de trabajo y de
logros personales.
«Nadie te da
nada sin que des nada a cambio» y «Ayúdate y Dios te ayudará», dicen
algunos refranes y dichos.
Cada fase
del crecimiento interior tiene un coste importante y no hay ninguna
fuerza exterior que nos tome por el cogote y nos deposite en un
lugar más avanzado del viaje. También es verdad que las
circunstancias externas no determinan la fe de cada uno. Recuerdo la
conmoción que causó la llegada de Alexander Solzhenitsin por primera
vez a Estados Unidos a primeros de los años setenta, cuando la
guerra fría estaba en su punto más glacial. Todo el mundo esperaba
que alabara la superioridad de Occidente con sus libertades
individuales, en comparación con la desalmada represión que dejaba
atrás en Rusia pero, aunque él mismo había sufrido terriblemente en
los campos de prisioneros del Gulag durante dieciocho años después
de haber escrito una carta contra Stalin, Solzhenitsin conmocionó a
todo el mundo denunciando la vacuidad espiritual del consumismo 58
americano y, como consecuencia de ello, sólo sobrevivió retirándose
a la soledad de los bosques de Nueva Inglaterra, tan ignorado como
Thoreau cuando hizo lo mismo ciento cincuenta años antes.
Este
enfrentamiento de valores nos pone en la antesala de la fase tres.
Dios y el mal ya no se miden por lo que sucede fuera de uno mismo
sino que la brújula ha girado hacia el interior. Dios se mide por el
hecho de seguir centrado en uno mismo, lo que da claridad y calma.
El mal se mide por la perturbación que causa a la claridad y trae
confusión, caos e incapacidad para ver la verdad.
La vida
interior nunca puede ser una experiencia común. Hace cincuenta años
el sociólogo David Riesman se dio cuenta de que la inmensa mayoría
de personas están «orientadas hacia el exterior» y que una pequeña
minoría está «orientada hacia el interior». La orientación hacia el
exterior viene de lo que los demás piensan de nosotros. Si estamos
orientados hacia el exterior, anhelamos la aprobación y nos
acobardamos ante la desaprobación, plegándonos a las necesidades de
conformidad y absorbiendo las opiniones imperantes como propias. La
orientación hacia el interior está arraigada en la estabilidad de
uno mismo, que no puede ser debilitada; una persona orientada hacia
el interior no necesita la aprobación, y este desapego hace que le
sea mucho más fácil objetar las opiniones imperantes. Pero el hecho
de estar orientado hacia el interior no nos hace religiosos, sino
que la religión de los que están orientados hacia el interior es la
fase tres.