Descubro Mi Yo no circunscripto a través del espejo de las
relaciones
Sutra: Tat
Tvam Asi
Me veo en
los demás y veo a los demás en mí mismo,
La
comprensión del funcionamiento de las relaciones humanas es una de
las claves más importantes del
sincrodestino.
En Occidente tendemos a esperar que la psicología
popular nos proporcione estrategias
para manejar nuestros pensamientos y sentimientos. Con demasiada
frecuencia, los libros
de
autoayuda nos proponen manipular nuestras relaciones para hacerlas
más satisfactorias. Sin
embargo, el
desarrollo de relaciones humanas positivas implica mucho más que una
táctica; significa
crear un
entorno humano en el que el sincrodestino pueda manifestarse. Esto
es absolutamente
fundamental, en el mismo sentido en que lo es la fuerza de gravedad
o el aire que respiramos.
El
mantra para este principio dice: «Yo soy aquello». Este principio se
basa en el primero, en
el que
aprendimos que todos somos extensiones del campo universal de
energía, distintos puntos de
vista de
una entidad única.
Yo soy
aquello
implica ver
todas las cosas del mundo, ver a todas las
personas
del mundo y darnos cuenta de que estamos mirando otra versión de
nosotros. Tú y yo
somos lo
mismo. Todo es lo mismo. Yo soy aquello, tú eres aquello, todo es
aquello. Todos somos
espejos de
los demás y debemos aprender a vernos en el reflejo de las demás
personas. A esto se le
llama
espejo de las relaciones. A través del espejo de una relación,
descubro mi yo no circunscrito.
Por esta
razón, el desarrollo de las relaciones es la actividad más
importante de mi vida. Todo lo que
veo a mi
alrededor es una expresión de mí mismo.
Por todo esto, las relaciones son una herramienta para la evolución
espiritual cuya meta última
es la
unidad en la conciencia. Todos somos inevitablemente parte de la
misma conciencia universal,
pero los
verdaderos avances tienen lugar cuando empezamos a reconocer esa
conexión en nuestra
vida
cotidiana.
Las relaciones son una de las maneras más efectivas para alcanzar la
unidad en la
conciencia,
porque siempre estamos envueltos en relaciones. Piensa en la red de
relaciones que
mantienes:
padres, hijos, amigos, compañeros de trabajo, relaciones amorosas.
Todas son, en
esencia,
experiencias espirituales. Por ejemplo, cuando estás enamorado,
romántica y
profundamente enamorado, tienes una sensación de atemporalidad. En
ese momento, estás en paz
con la
incertidumbre. Te sientes de maravilla, pero vulnerable; sientes
cercanía pero también
desprotección. Estás transformándote, cambiando, pero sin miedo. Te
sientes maravillado. Ésa es
una
experiencia espiritual.
A
través del espejo de las relaciones, de cada una de ellas,
descubrimos estados prolongados
de
conciencia. Tanto aquellos a quienes amamos como aquellos por
quienes sentimos rechazo, son
espejos de
nosotros. ¿Hacia quiénes nos sentimos atraídos? Hacia las personas
que tienen
características similares a las nuestras, pero eso no es todo.
Queremos estar en su compañía porque
subconscientemente sentimos que al hacerlo, nosotros podemos
manifestar más de esas carac-
terísticas.
Del mismo modo, sentimos rechazo hacia las personas que nos reflejan
las características
que negamos
de nosotros. Si sientes una fuerte reacción negativa hacia alguien,
puedes estar seguro
de que tú y
esa persona tienen características en común, características que no
estás dispuesto a
aceptar. Si
las aceptaras, no te molestarían.
Cuando reconocemos que podemos vernos en los demás, cada relación se
convierte en una
herramienta
para la evolución de nuestra conciencia. Gracias a esta evolución
experimentamos
estados
extendidos de conciencia. Es en estos estados, cuando accedemos al
ámbito no circunscrito,
que podemos
experimentar el sincrodestino.
La
próxima vez que te sientas atraído por alguien, pregúntate qué te
atrajo. ¿Su belleza,
gracia,
elegancia, autoridad, poder o inteligencia? Cualquier cosa que haya
sido, sé consciente de
que esa
característica también florece en ti. Si prestas atención a esos
sentimientos podrás iniciar el
proceso de
convertirte en ti más plenamente.
Obviamente, lo mismo se aplica a las personas hacia las que sientes
rechazo. Al adoptar más
plenamente
tu verdadero yo, debes comprender y aceptar tus características
menos atractivas. La
naturaleza
esencial del Universo es la coexistencia de valores opuestos. No
puedes ser valeroso si
no tienes a
un cobarde en tu interior; no puedes ser generoso si no tienes a un
tacaño; no puedes ser
virtuoso si
careces de la capacidad para actuar con maldad.
Gastamos gran parte de nuestras vidas negando este lado oscuro y
terminamos proyectando
esas
características oscuras en quienes nos rodean. ¿Has conocido
personas que atraigan
sistemáticamente a su vida a los sujetos equivocados? Normalmente,
aquéllas no comprenden por
qué les
sucede esto una y otra vez, año tras año. No es que atraigan esa
oscuridad; es que no están
dispuestas
a aprobarlas en sus propias vidas. Un encuentro con una persona que
no te agrada es
una
oportunidad para aceptar la paradoja de la coexistencia de los
opuestos; de descubrir una nueva
faceta de
ti. Es otro paso a favor del desarrollo de tu ser espiritual. Las
personas más esclarecidas del
mundo
aceptan todo su potencial de luz y oscuridad. Cuando estás con
alguien que reconoce y
aprueba sus
rasgos negativos, nunca te sientes juzgado. Esto sólo ocurre cuando
las personas ven el
bien y el
mal, lo correcto y lo incorrecto, como características externas.
Cuando estamos dispuestos a aceptar los lados luminoso y oscuro de
nuestro ser, podemos
empezar a
curarnos y a curar nuestras relaciones. Empieza por algo muy simple,
con la persona más
desagradable que se te pueda ocurrir. Por ejemplo, piensa en Adolfo
Hitler y di: ¿Cómo es posible
que yo
pueda parecerme a Hitler? La mayoría se niega a aceptar algún
parecido, por mínimo que
sea, con
Adolfo Hitler. Pero piénsalo detenidamente. ¿Alguna vez has
expresado prejuicios con
respecto a
algún grupo de personas por su nombre, su color de piel, su acento,
su discapacidad? Si
puedes
pensar en algún ejemplo de esto en tu vida, entonces debes aceptar
la similitud entre tú y
Adolfo
Hitler. Todos somos multidimensionales, omnidimensionales. Todo lo
que existe en algún lugar
del mundo
también existe en nosotros. Cuando aceptamos esos distintos aspectos
de nuestro ser,
reconocemos
nuestra conexión con la conciencia universal y expandimos nuestra
conciencia
personal.
Hay
un maravilloso relato sufí que ilustra la manera en que este espejo
influye en nuestras
vidas. Un
hombre llegó a un pueblo y fue a ver al maestro sufí, el anciano
sabio de la localidad. El
visitante
dijo:
—Estoy considerando mudarme aquí. Me preguntaba qué clase de
vecindario es éste.
¿Puede
decirme cómo son las personas de aquí?
—Dime qué clase de personas vivían en el lugar de donde vienes —dijo
el maestro sufí.
—Oh,
eran salteadores, estafadores y embusteros.
—¿Sabes algo? Ésa es exactamente la clase de personas que viven
aquí.
El
visitante se fue y nunca volvió. Media hora después, otro hombre
entró al pueblo, buscó al
maestro
sufí y le dijo:
—Estoy pensando en mudarme para acá. ¿Puede decirme qué clase de
personas viven aquí?
—Dime qué clase de personas vivían en el lugar de donde vienes
—volvió a responder el
maestro.
—Oh,
eran las personas más amables, dulces, compasivas y afectuosas. ¡Los
voy a extrañar
muchísimo!
—Ésa es exactamente la clase de personas que vive aquí —dijo el
maestro.
Esta historia nos recuerda que las características que distinguimos
más claramente en los
demás están
presentes en nosotros. Cuando seamos capaces de ver en el espejo de
las relaciones,
podremos
empezar a ver nuestro ser completo. Para esto es necesario estar en
paz con nuestra
ambigüedad,
aceptar todos los aspectos de nosotros. Necesitamos reconocer, en un
nivel profundo,
que tener
características negativas no significa que seamos imperfectos. Nadie
tiene exclusivamente
características positivas. La presencia de características negativas
sólo significa que estamos
completos;
gracias a esta totalidad, podemos acceder más fácilmente a nuestro
ser universal, no
circunscrito.
Ejercicio 3:
Aceptar la dualidad
Para este
ejercicio, necesitas una hoja de papel y una pluma.
Piensa en una persona que te resulte muy atractiva. En el lado
izquierdo del papel haz una
lista de
diez o más características positivas de esa persona. Anota todo lo
que se te ocurra. Escribe
rápidamente. El secreto está en no darle tiempo a tu mente
consciente para que edite tus
pensamientos. ¿Por qué te gusta esta persona? ¿Porqué la encuentras
atractiva? ¿Qué admiras en
ella? ¿Es
una persona amable, afectuosa, flexible, independiente? ¿Admiras que
maneje un auto her-
moso, que
luzca un peinado favorecedor, que viva en una casa bonita? Sólo tú
vas a ver esta lista; sé
completamente honesto. Si te atoras antes de llegar a diez
características, di en voz alta: «Me gusta
esta
persona porque.».» y llena el espacio en blanco. Puedes escribir
tantas como quieras, pero no te
detengas
antes de llegar a diez.
Ahora trae a tu conciencia a alguien que te resulte repulsivo,
alguien que moleste, te irrite, te
exaspere o
te incomode en alguna forma. Empieza a definir las características
específicas que te
parecen
poco atractivas. En el lado derecho del papel, elabora una lista de
diez o más de estos
rasgos
indeseables. ¿Por qué te molesta esa persona? ¿Por qué te molesta o
enfurece? Escribe
tantas
características como quieras, pero no te detengas antes de diez.
Cuando hayas terminado ambas listas, piensa de nuevo en la persona
que te parece atractiva
e
identifica al menos tres características poco atractivas de ella. No
rechaces esta idea; nadie es
perfecto
(mientras más puedas aprender a aceptar esto en los demás, más
dispuesto estarás a
hacerlo en
ti). Luego piensa en la persona que te parece poco atractiva e
identifica tres rasgos que
sean
relativamente interesantes.
Ahora debes tener, al menos, 26 características escritas en el
papel. Léelas todas y encierra
en un
círculo las que puedas reconocer en ti. Por ejemplo, si escribiste
«compasivo» para la persona
atractiva,
pregúntate si alguna vez has actuado con compasión. Si es así,
encierra esa palabra. No lo
pienses
demasiado; responde con lo primero que se te ocurra. Haz esto con
todas las palabras de la
lista;
encierra las que describan un rasgo que puedas identificar en tu
propia naturaleza.
Lee la lista otra vez. Entre las palabras que no encerraste,
encuentra las que definitivamente
no te
puedes aplicar, las que no te describen en absoluto. Señálalas con
una palomita.
Por último, entre las palabras encerradas en un círculo, identifica
las tres que mejor te
describan.
Da vuelta a la hoja y escribe esas tres palabras. Luego vuelve a las
palabras palomeadas
e
identifica las tres que menos te describan, las que por ninguna
circunstancia se te pueden aplicar.
Escribe
estas tres palabras atrás de la hoja, debajo de las tres que mejor
te describen. Lee esas seis
palabras:
las tres que mejor te describen y las tres que menos se te aplican.
Tú tienes
todos estos
rasgos y
características.
Las
características que niegas con mayor energía también son parte de
ti, y
probablemente son las que provocan más turbulencias en tu vida.
Atraes a las personas que tienen
estas seis
características, las más positivas porque tal vez sientas que no las
mereces, y las más
negativas
porque te rehúsas a reconocer su presencia en tu vida.
Una vez que puedas verte en los demás, será mucho más fácil
establecer contacto con ellos y,
a través de
esa conexión, descubrir la conciencia de la unidad. La puerta que
lleva al sincrodestirto
estará
abierta. Éste es el poder del espejo de las relaciones.