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DIOS Y LA RELIGIÓN

Los Mensajes de los Sabios

CAPITULO 15

Brian Weiss

 

      Me dicen que hay muchos dioses, porque Dios está en el interior de cada uno de nosotros. Sólo hay una religión, la del amor. También tenemos que recordar que el ser trascendente es la única causa, el padre y creador del universo, que es él quien lo llena todo no sólo con su pensamiento, sino también con su esencia. Su esencia no se agota en el universo. Está por encima de eso y más allá. Podemos decir que sólo sus poderes están en el universo pero, aunque está por encima de sus poderes,  los incluye. Lo que hacen lo hace él a través de ellos.

  

De vez en cuando, en cartas, en conferencias o en programas de radio con participación de los oyentes, la gente me ha preguntado dónde está Dios en mis escritos. Esa pregunta siempre me sorprende, porque para mí Dios está en todas partes en mis escritos, no sólo identificado por ese nombre, sino también de muchas otras formas. Cada vez que vea la palabra «amor», es que hablo de Dios. Todos tenemos a Dios en nuestro interior.

   Puede parecer extraño oír a un psiquiatra hablar de Dios y del amor, pero yo debo hacerlo, porque las bases de la psicoterapia espiritual exigen el reconocimiento de nuestra divinidad, de la auténtica naturaleza de nuestras almas y del verdadero objetivo de la existencia aquí, en nuestra forma física. Sólo así podremos ver las cosas con la necesaria perspectiva.

   Sin amor y sin Dios no hay nada.

   Dios no exige nuestro respeto. Insistimos en personificar a Dios a pesar de que sabemos que está mucho más allá de lo que somos capaces de conceptualizar. Dios no tiene sexo. Ésa es otra personificación. Dios no tiene religión. En el fondo del corazón todos lo sabemos.

   Dios no tiene raza.

   Dios lo es todo, una energía de amor que posee una sabiduría y un poder incomprensibles, además de cualidades incognoscibles. Todos estamos comprendidos en Dios, porque él está en todos y cada uno de nosotros, es la sustancia de nuestro ser.

   Dios está incluso más allá del vapor que contiene el potencial del agua, que contiene el potencial del hielo.

   Dios es invisible, impenetrable, sin embargo contiene el potencial de todo.

  Se cuenta un chiste sobre un hombre devoto y piadoso cuya vida estaba en peligro por unas inundaciones.

Las aguas iban subiendo rápidamente y se vio obligado a refugiarse en el tejado de su casa, pero el nivel del agua seguía ascendiendo.

  Al final llegó una barca de la policía a rescatarle del tejado.

  -¡Suba en la barca! -le gritó el policía.

  -No -respondió-. Toda la vida he practicado la devoción y la caridad. Dios me protegerá.

  -No sea tonto -replicó el policía-. Suba a la barca. El agua sigue ascendiendo y corre un grave peligro.

  El hombre se empeñó en quedarse, y la barca se alejó.

  El nivel del agua siguió subiendo y la barca de rescate volvió dos veces. Dos veces más el hombre se negó a subir. -Dios me protegerá -insistió, lleno de confianza.

  La barca se marchó a salvar a otra gente.

  Poco después el agua cubrió el tejado de la casa y el hombre se ahogó.

  Al encontrarse a Dios en el cielo, se quejó a gritos porque no le había rescatado.

  -Toda la vida he sido muy devoto. He cumplido todos los mandamientos. He dado mucho dinero a obras de caridad. Y la única vez que te pido algo, me abandonas.

  -Pero si te he mandado la barca tres veces -explicó Dios-. ¿Por qué no has subido?

  Durante incalculables siglos y milenios, Dios y la religión han sido malinterpretados, distorsionados y manipulados conscientemente en manos de la humanidad. El nombre de Dios, quizás el símbolo más claro de la paz, el amor y la compasión, se ha invocado como justificación de innumerables guerras, asesinatos y genocidios. Todavía hoy, cuando está naciendo el siglo XXI, las guerras «santas» contaminan nuestro planeta como una plaga medieval. ¿Cómo puede ser santa una guerra? Eso es una contradicción, un horrible oximoron, un pecado absoluto, disfrazado superficialmente por una racionalización manipuladora.

  Dios es paz; Dios es amor. Nos hemos olvidado de que, puesto que hemos sido creados a imagen divina,

Dios está en nuestros corazones y somos criaturas de paz, seres de amor y divinidad. Sólo puede haber una religión, porque sólo hay un Dios, el Dios de todos nosotros. Tenemos que amarnos los unos a los otros, porque el amor es el camino. De lo contrario, como niños testarudos, nos condenaremos a repetir curso tras curso, hasta que aprendamos la lección del amor.

  Sólo si nos deshacemos de nuestros miedos, si vemos a la gente de otras religiones como iguales, como almas como nosotros que van camino del cielo, podremos amar, en un sentido auténtico, incondicional. Todos somos lo mismo; todos remamos en la misma galera. En nuestras muchas reencarnaciones, hemos sido de todas las religiones, de todas las razas. El alma no tiene raza, no tiene religión. Sólo conoce el amor y la compasión.

   

  Cuando nos damos cuenta de que todos somos lo mismo, de que sólo hay diferencias superficiales y poco importantes entre nosotros, pero ninguna que de verdad importe, podemos tender la mano hacia atrás y ayudar a los demás que están en el mismo sendero, da igual que sean como nosotros o no.

  Al escarbar bajo los rituales y las costumbres superficiales de las diversas religiones se encuentran sorprendentes similitudes de ideas, conceptos y consejos. Incluso el lenguaje es increíblemente parecido*. Nos hemos matado en nombre de la religión cuando, en el fondo, muchos de los más devotos creen en realidad en lo mismo.

 * Véase en el «Apéndice A» ejemplos de valores espirituales comunes a las principales religiones del mundo.

   Todas las grandes religiones hacen hincapié en la importancia de llevar una vida espiritual, de comprender la presencia divina en todos los seres y todas las cosas y más allá de ellos, de las buenas acciones, del amor, la compasión, la caridad, la fe y la esperanza. Todas hablan de una vida después de la muerte del alma. Todas subrayan la importancia de la bondad, del perdón y de la paz.

   Cuando hablo de religiones, me refiero a la maravillosa sabiduría espiritual y a las tradiciones, no a los edictos y las reglas producto de la mano del hombre que se han promulgado por motivos políticos y que sirven para separar a la gente, más que para unirla. Hay que saber diferenciar las verdades espirituales de las normas de motivación política. Esas normas son barreras que nos mantienen temerosos y separados.

   Ahora podemos empezar a aceptar conceptos como la omnipresencia divina, la inmortalidad del alma, la existencia continuada tras la muerte física, sobre una base de datos, no sólo de fe.

   Así pues, ¿por qué somos tan ignorantes ante la esencia de nuestras propias religiones, con sus ricas tradiciones espirituales, por no hablar de las religiones de nuestros amigos y vecinos? ¿Por qué insistimos en ver sólo las diferencias, cuando las similitudes son abrumadoras? ¿Por qué hacemos caso omiso de las enseñanzas, de los preceptos, de las normas y de las pautas que los grandes maestros nos han presentado con tanto amor y tan bien?

   Repito que nos hemos olvidado de que sabemos. Atrapados en la rutina de la vida diaria, nos obsesionamos tanto con las preocupaciones y la ansiedad, nos preocupamos tanto de nuestra situación, de nuestro exterior, de lo que los demás piensan de nosotros, que nos hemos olvidado de nuestro yo espiritual. Nos da miedo la muerte porque nos hemos olvidado de nuestra verdadera naturaleza. Nos preocupan tanto nuestra reputación y nuestra posición, que los demás nos manipulen para «obtener» algo que nosotros «perdemos», nos aterra tanto parecer estúpidos, que hemos perdido el valor de ser espirituales.

   No obstante, la ciencia y la espiritualidad, consideradas antitéticas durante mucho tiempo, se están acercando. Los físicos y los psiquiatras se están convirtiendo en los místicos de los tiempos modernos.

Estamos confirmando lo que los anteriores místicos sabían de forma intuitiva. Todos somos seres divinos.

Hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado. Y para volver a casa tenemos que recordar el camino.

   Sólo hay un Dios y sólo existe una religión, que es el amor. ¿Por qué practicar la religión de nuestro nacimiento, o elegir una única fe por encima de las demás?

   Al fin y al cabo, no importa a qué iglesia o a qué templo asistimos, si es que decidimos ir a uno. Como los radios de una rueda de bicicleta, todos los caminos indicados por las grandes religiones llevan al mismo centro, a la devoción y a la iluminación. No hay un camino mejor o peor que otro. Todos son iguales.

   Sin embargo, estar sumido en la sabiduría y las verdades de una religión desde la primera infancia no sólo sirve para tener una buena base (ya se ha acumulado una gran cantidad de conocimientos y de experiencias), sino que además aporta una familiaridad cómoda. Y eso comporta una sensación de paz. La mente se relaja y, casi sin esfuerzo consciente, se puede entrar en un estado meditativo más profundo. La familiaridad y la comodidad reducen las distracciones y permiten aumentar la concentración mental, entrar mucho más fácilmente en niveles más profundos de meditación, oración y contemplación. En ese estado profundo, pueden experimentarse niveles trascendentes de conciencia.

   Hay grandes verdades, belleza y sabiduría en todas las grandes tradiciones religiosas. Conviene conocerlas todas, como un estudiante, porque un cambio de la perspectiva espiritual puede acelerar el progreso espiritual.

No hay necesidad de que abandone su tradición. Al fin y al cabo, unos prefieren las rosas, y en cambio a otros les gustan más las orquídeas, las azucenas, las flores silvestres o los girasoles. Todas tienen su belleza propia y Dios hace que el mismo sol las ilumine, que la misma lluvia las alimente. Son distintas, pero todas son especiales.

   Parafraseando una enseñanza que se encuentra en todas las disciplinas espirituales, podemos decir que la lluvia cae sobre las malas hierbas igual que sobre las flores, y que el sol brilla en las cárceles igual que en las iglesias.  

 La luz de Dios no discrimina, y tampoco la nuestra debe hacerlo.

   No hay un único camino, una única iglesia, una única ideología.

   Sólo hay una luz.

   Cuando caen las barreras, todas las flores pueden florecer juntas en un jardín de un esplendor sin igual, un paraíso terrenal.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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