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Lazos de Amor

CAPITULO 1

Brian Weiss

 

 Sabed, por tanto, que del silencio más inmenso regresaré. [...] No olvidéis que volveré junto a vosotros. [...] Unos momentos más, un instante de reposo en el viento, y otra mujer me concebirá

KAHLIL GIBRAN

 Hay alguien especial para cada uno de noso­tros. A menudo, nos están destinados dos, tres y hasta cuatro seres. Pertenecen a distintas genera­ciones y viajan a través de los mares, del tiempo y de las inmensidades celestiales para encontrar­se de nuevo con nosotros. Proceden del otro la­do, del cielo. Su aspecto es diferente, pero nues­tro corazón los reconoce, porque los ha amado en los desiertos de Egipto iluminados por la luna y en las antiguas llanuras de Mongolia. Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos de guerreros y convivido en las cuevas cubiertas de are­na de la Antigüedad. Estamos unidos a ellos por los vínculos de la eternidad y nunca nos abandonarán.

Es posible que nuestra mente diga: «Yo no te conozco.» Pero el corazón sí le conoce.

Él o ella nos cogen de la mano por primera vez y el recuerdo de ese contacto trasciende el tiempo y sacude cada uno de los átomos de nuestro ser. Nos miran a los ojos y vemos a una alma gemela a través de los siglos. El corazón nos da un vuelco. Se nos pone la piel de gallina. En ese momento todo lo demás pierde importancia.

Puede que no nos reconozcan a pesar de que finalmente nos hayamos encontrado otra vez, aunque nosotros sí sepamos quiénes son. Sentimos el vínculo que nos une. También intuimos las posibilidades, el futuro. En cambio, él o ella no lo ve. Sus temores, su intelecto y sus problemas forman un velo que cubre los ojos de su corazón, y no nos permite que se lo retiremos. Sufrimos y nos lamentamos mientras el individuo en cuestión sigue su camino. Tal es la fragilidad del destino.

La pasión que surge del mutuo reconoci­miento supera la intensidad de cualquier erup­ción volcánica, y se libera una tremenda energía. Podemos reconocer a nuestra alma gemela de un modo inmediato. Nos invade de repente un sentimiento de familiaridad, sentimos que ya conocemos profundamente a esta persona, a un nivel que rebasa los límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está reserva­da para los miembros más íntimos de la familia. O incluso más profundamente. De una forma intuitiva, sabemos qué decir y cuál será su reacción. Sentimos una seguridad y una confianza enormes, que no se adquieren en días, semanas o meses.

Pero el reconocimiento se da casi siempre de un modo lento y sutil. La conciencia se ilumina a medida que el velo se va descorriendo. No todo el mundo está preparado para percatarse al ins­tante. Hay que esperar el momento adecuado, y la persona que se da cuenta primero tiene que ser paciente.

Gracias a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento podemos llegar a reconocer a una alma gemela. Sus manos nos rozan o sus la­bios nos besan, y nuestra alma recobra vida súbitamente.

El contacto que nos despierta tal vez sea el de un hijo, hermano, pariente o amigo íntimo. O puede tratarse de nuestro ser amado que, a través de los siglos; llega a nosotros y nos besa de nuevo para recordarnos que permaneceremos siem­pre juntos, hasta la eternidad.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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