Sabed,
por tanto, que del silencio más inmenso regresaré.
[...] No olvidéis que volveré junto a vosotros. [...]
Unos momentos más, un instante de reposo en el viento, y otra mujer
me concebirá
KAHLIL GIBRAN
Hay
alguien especial para cada uno de nosotros. A menudo, nos están
destinados dos, tres y hasta cuatro seres. Pertenecen a distintas
generaciones y viajan a través de los mares, del tiempo y de las
inmensidades celestiales para encontrarse de nuevo con nosotros.
Proceden del otro lado, del cielo. Su aspecto es diferente, pero
nuestro corazón los reconoce, porque los ha amado en los desiertos
de Egipto iluminados por la luna y en las antiguas llanuras de
Mongolia. Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos de
guerreros y convivido en las cuevas cubiertas de arena de la
Antigüedad. Estamos unidos a ellos por los vínculos de la eternidad
y nunca nos abandonarán.
Es posible que nuestra mente diga: «Yo no te conozco.» Pero el
corazón sí le conoce.
Él o ella nos cogen de la mano por primera vez y el recuerdo de ese
contacto trasciende el tiempo y sacude cada uno de los átomos de
nuestro ser. Nos miran a los ojos y vemos a una alma gemela a través
de los siglos. El corazón nos da un vuelco. Se nos pone la piel de
gallina. En ese momento todo lo demás pierde importancia.
Puede que no nos reconozcan a pesar de que finalmente nos hayamos
encontrado otra vez, aunque nosotros sí sepamos quiénes son.
Sentimos el vínculo que nos une. También intuimos las posibilidades,
el futuro. En cambio, él o ella no lo ve. Sus temores, su intelecto
y sus problemas forman un velo que cubre los ojos de su corazón, y no nos permite que se lo retiremos. Sufrimos
y nos lamentamos mientras el individuo en cuestión sigue su camino.
Tal es la fragilidad del destino.
La pasión que surge del mutuo reconocimiento supera la intensidad
de cualquier erupción volcánica, y se libera una tremenda energía.
Podemos reconocer a nuestra alma gemela de un modo inmediato. Nos
invade de repente un sentimiento de familiaridad, sentimos que ya
conocemos profundamente a esta persona, a un nivel que rebasa los
límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está
reservada para los miembros más íntimos de la familia. O incluso
más profundamente. De una forma intuitiva, sabemos qué decir y cuál
será su reacción. Sentimos una seguridad y una confianza enormes,
que no se adquieren en días, semanas o meses.
Pero el reconocimiento se da casi siempre de un modo lento y sutil.
La conciencia se ilumina a medida que el velo se va descorriendo. No
todo el mundo está preparado para percatarse al instante. Hay que
esperar el momento adecuado, y la persona que se da cuenta primero
tiene que ser paciente.