O
acaso los años caballerescos acabaron en la tumba junto con el viejo
mundo yo era rey en Babilonia y tú eras una esclava cristiana. Te vi,
te tomé y te dejé, sometí tu orgullo y acabé con él...y una .mirada
de soles se había puesto y había brillado desde entonces sobre la
tumba decretada por el rey de Babilonia para ella, la que había sido
su esclava. El orgullo que pisoteé es ahora mi cruz, porque ahora
soy yo el pisoteado. El viejo resentimiento dura tanto como la
muerte; porque amas, pero te reprimes. M e parto el corazón contra
tu dura infidelidad, y me lo parto en vano.
WILLIAM ERNEST HENLEY
Elizabeth se sentía frustrada y desalentada. Su nueva relación
había durado tan sólo dos citas. Bob la evitaba. Ella lo había
conocido hacía más de un año en su trabajo. Bob era un hombre guapo
y triunfador, y compartían muchas aficiones. Le había contado que
su largo romance con una mujer casada acababa de finalizar. Había
tenido varias relaciones cortas con otras mujeres, pero por alguna
razón sentía que siempre les faltaba algo. A su modo de ver, eran
mujeres superficiales, poco inteligentes o que no tenían los mismos
principios que él. Dada la situación, las dejaba y regresaba en
busca de su amante casada, que siempre lo aceptaba de nuevo. El
marido de ésta era rico, así que ella no se decidía a separarse y
abandonar aquella vida tan opulenta, aunque la relación matrimonial
carecía en absoluto de pasión.
-Eres distinta a las demás -le juró Bob a Elizabeth-. Compartimos
tantas cosas. Le dijo que era la más inteligente de todas y la más
guapa, y que sabía que su relación podía durar.
Elizabeth se convenció de que Bob verdaderamente
tenía razón: «Siempre estuvo allí, y yo, en realidad, nunca me di
cuenta -pensó-. A veces los árboles no te dejan ver el bosque.» Pero
se olvidó de que el motivo por el cual nunca había reparado en Bob
ni en sus atractivos físicos era que no había química entre ellos.
Estaban sola y desesperada por encontrar un hombre. Se guiaba por
la mente y no hizo caso del aviso de su corazón.
El primer encuentro fue muy prometedor. .Salieron a tomar algo,
fueron a ver una buena película y después mantuvieron una
conversación íntima mientras contemplaban las olas agitadas por el
viento bajo la luz de una luna casi llena.
-Podría enamorarme de ti -le dijo él, tomándole el pelo con una
promesa que nunca iba a cumplirse.
La mente de Elizabeth registraba cada palabra sin inmutarse por su
vacío emocional.
La segunda cita fue bien. Ella se divirtió y tuvo
la sensación de que él también. El afecto que, Bob demostró parecía
verdadero y daba a entender que tendrían relaciones más íntimas en
el futuro. Pero no la volvió a llamar.
Fue Elizabeth quien finalmente lo llamó. Bob estuvo de acuerdo en
volverla a ver, pero le dijo que estaba muy ocupado y que no sabía
cuándo podría disponer de un momento. Le aseguró que nada había
cambiado en sus sentimientos, que quería verla, pero que no podía
precisarle cuándo. -¿Por qué siempre elijo él perdedores? –me
preguntó-. ¿ Qué me ocurre? -No eliges a perdedores -le respondí-.
Bob es un hombre guapo y triunfador que te dijo que tenía interés
por ti y que estaba disponible. No te culpes a ti misma.
Algo en mí me decía que Elizabeth tenía razón, pero no se lo
confesé. Ciertamente escogía a perdedores, en este caso un fracasado
emocional que no era capaz de abandonar la seguridad que le
proporcionaba su amante casada. Decidió seguir dependiendo de ella
y «a salvo». Elizabeth se convirtió en la víctima de sus temores y
de su falta de valor. «Es mejor ahora que más tarde», pensé.
Elizabeth era una mujer fuerte; se recuperaría.
Me preguntó si quedaba tiempo para intentar una regresión. Sentía
que había algo importante cerca de la superficie y estaba ansiosa
por averiguar qué era, así que nos pusimos manos a la obra.
Cuando ella emergió en una vida pasada muy lejana, no estuve del
todo seguro de haber tomado la decisión correcta.
Elizabeth veía unas extensas llanuras onduladas y unas colinas
chatas y uniformes. Era una tierra poblada de animales parecidos al
yak y de caballos pequeños y ágiles, de grandes carpas y de nómadas.
Era una tierra de pasión y también de violencia. Mientras su marido
estaba cazando o haciendo incursiones con otros hombres del lugar,
los enemigos irrumpieron inesperadamente con sus caballos al galope
y atacaron a los reducidos defensores del poblado. Los padres de su
marido fueron los primeros en morir, despedazados por unas grandes
y afiladas espadas. Seguidamente destriparon a su hijo con una
lanza. Su estremecido espíritu se retorcía. Elizabeth también
deseaba morir, pero ése no fue su destino. Era tan bella que fue
capturada por unos guerreros jóvenes y puesta en manos del más
fuerte de los invasores. A otras pocas mujeres jóvenes también se
les perdonó la vida.
-¡Déjame morir! -rogaba, pero él no la complació.
-Ahora eres mía -dijo sin remilgos-. Vivirás en mi tienda y serás
mi esposa.
A excepción de su marido, a quien no volvió a ver nunca más, todos
sus seres queridos estaban muertos. No tenía otra opción. Intentó
escapar varias veces, pero enseguida daban con ella. Asimismo, le
impidieron cualquier intento de suicidio.
Se fue insensibilizando poco a poco y su depresión desembocó en una
constante furia corrosiva que devoraba su capacidad de amar. Su
espíritu se marchitaba y casi dejó de existir; era un corazón
endurecido atrapado en un cuerpo. N o había en el mundo una cárcel
tan restrictiva y cruel como aquélla.
-Retrocedamos un poco más en el tiempo -le indiqué-. Trasladémonos
justo al momento antes de que tu poblado fuera asaltado.
Empecé a contar hacia atrás de tres a uno. - ¿ Qué ves? -le
pregunté.
Su rostro reflejaba paz y serenidad; recordaba sus primeros años, su
crecimiento. Reía y jugaba con el hombre que más adelante sería su
esposo. Ella quería mucho a este amigo de la infancia y él le
devolvió más tarde su amor. Estaba a gusto.
- ¿ Reconoces al hombre con quien te casaste? Mírale a los ojos.
-No, no lo reconozco -respondió.
- Fíjate en el resto de personas que viven en tu pueblo. ¿Puedes
reconocer a alguien?
Ella observó detenidamente a los parientes y amigos que tenía en
aquella vida.
-Sí... sí, ¡ahí está mi madre! -dijo Elizabeth con un grito
ahogado-. Es la madre de mi esposo. Estamos muy unidas. Cuando mi
madre murió me trató como a una hija. ¡La reconozco!
- ¿ Reconoces a alguien más? -le pregunté. - Vive en la tienda más
grande, en la de las banderas y las plumas blancas -contestó sin
hacer el menor caso a mi pregunta.
Se le ensombreció la mirada.
- ¡También la han matado! -exclamó apesadumbrada volviendo a la
masacre.
- ¿ Quién la ha matado? ¿ De dónde vienen? - Del este, del otro lado
del muro... Es el mismo lugar donde estoy cautiva.
-¿Sabes cómo se llama este lugar? Ella pensó un poco.
-No. Creo que podría tratarse de Asia, de algún lugar del norte,
quizá del oeste de China... Tenemos rasgos orientales.
-Está bien -dije-. Avancemos en el tiempo dentro de esta misma
vida. ¿ Qué te ocurrió?
- Finalmente, cuando me hice mayor y ya no era tan atractiva,
dejaron que me suicidara -contestó sin grandes aspavientos-. Creo
que acabaron cansándose de mí - añadió.
Ahora estaba flotando, después de haber salido de su cuerpo. Le
pedí que hiciera un repaso de su vida.
- ¿ Qué puedes decirme? ¿ Qué lecciones has aprendido?
Al principio Elizabeth se quedó callada, pero al poco tiempo
respondió:
- He aprendido muchas cosas. Sé lo que es la ira y lo insensato que
es aferrarse a ella. Hubiera podido trabajar para los niños, para
los viejos, para los enfermos del pueblo enemigo. Podría haberles
enseñado cosas... haberles amado... pero nunca me permití volver a
amar. No dejé que mi furia se desvaneciera. Impedí que mi corazón se
abriera otra vez. Yesos niños, por lo menos, eran inocentes. Eran
almas que estaban entrando en este mundo y no tenían nada que ver
con el ataque ni con la muerte de mis seres queridos. Aun así,
también les culpé. Mi cólera se extendió incluso a las nuevas
generaciones. Es ridículo. Seguramente les herí, pero sobre todo me
herí a mí misma... Nunca me permití volver a amar.
Hizo una pausa y añadió:
- y tenía mucho amor que ofrecer.
Volvió a guardar silencio y de repente habló otra vez, pero desde
una dimensión superior.
-El amor es como un fluido que inunda hasta el último resquicio.
Llena los espacios vacíos espontáneamente. Somos nosotros, la gente,
los que obstaculizamos su paso levantando falsas barreras. y cuando
el amor no puede llenar nuestro corazón y nuestra mente, cuando nos
desconectamos del alma, que a su vez está compuesta de amor, nos
volvemos todos locos.
Pensé en sus palabras. Sabía que el amor era importante, tal vez lo
más importante del mundo, pero nunca había caído en la cuenta de
que la ausencia de amor podía hacemos perder la cordura.
Recordé los famosos experimentos con monos del psicólogo Harry
Harlow. Los monos que no podían tocar a otros, que estaban privados
del afecto y el amor, se volvían totalmente insociables, se ponían
enfermos e incluso llegaban a morir. No podían sobrevivir de un
modo sano sin amor. Amar no es una opción, es una necesidad.
Mi mente volvió a Elizabeth. - Mira más adelante en el tiempo. ¿ En
qué medida te afecta lo que has aprendido? ¿ De qué manera puede
ayudarte actualmente a sentirte más feliz y tranquila y a ser
más afectuosa?
- Debo aprender a soltar mi furia en lugar de agarrarme a ella, a
aceptarla, reconocer su origen y dejarla marchar. Debo sentirme
libre para amar en vez de contenerme, y sin embargo sigo buscando.
N o he encontrado a nadie a quien amar íntegra e incondicionalmente.
Siempre acaban surgiendo problemas.
Guardó silencio durante medio minuto. De pronto se puso a hablar
lentamente con una voz mucho más profunda. En la habitación se
respiraba un aire frío.
-Dios es uno -empezó diciendo. Le costaba articular las palabras-.
Todo él es una vibración, una energía. Lo único que varía es la
velocidad de la vibración. Por lo tanto, Dios, las personas
y las rocas tienen la misma relación que el vapor, el agua y el
hielo. Todo, todo lo que I existe, está hecho de una sola cosa. El
amor rompe las barreras y crea la unidad. Todo lo que levanta
barreras y produce separaciones es ignorancia. Debes enseñarles
todo esto.
Éste fue el final. Elizabeth decidió descansar. Pensé que los
mensajes de Catherine eran muy parecidos a los de Elizabeth. La
habitación estaba fría cuando Catherine transmitía aquellos
mensajes, al igual que cuando lo hacía Elizabeth. Sus palabras me
hicieron reflexionar. Curar es unirse, anular las barreras. La
separación es lo que produce dolor. ¿ Por qué será que a la gente le
cuesta tanto entender este concepto?
Aunque he conducido más de mil regresiones individuales a vidas
pasadas y otras muchas colectivas, personalmente sólo he
experimentado seis. He tenido algunos recuerdos en sueños vívidos y
durante un tratamiento de digitopuntura. Describo algunas de estas
experiencias en mis primeros libros.
Cuando Carole, mi mujer, terminó un curso de hipnoterapia para
completar sus clases prácticas como asistenta social, fui su
paciente en algunas sesiones de regresión a vidas anteriores. Yo
quería vivir esta experiencia con alguien que me inspirara confianza
y que estuviera bien preparado.
Durante años había hecho meditación, así que entré rápidamente en un
profundo trance. Los primeros recuerdos que empezaron a fluir por mi
mente eran visuales y vívidos, como las imágenes de mis sueños.
Me vi a mí mismo como un hombre joven de una rica familia judía de
Alejandría, en los tiempos de Cristo. De alguna manera yo sabía que
nuestra comunidad había ayudado a financiar las inmensas puertas de
oro del Gran Templo de Jerusalén. Había estudiado griego y la
filosofía de la Grecia antigua, especialmente a los discípulos de
Platón y Aristóteles.
Recordé un episodio de la vida de este joven, cuando intenté ampliar
mis conocimientos del mundo clásico visitando las comunidades
clandestinas que había en los desiertos y las cuevas del sur de
Palestina y del norte de Egipto.
Cada comunidad era una especie de centro de aprendizaje, en general
sobre temas místicos y esotéricos. Algunas de ellas probablemente
eran esenias.
Viajaba muy ligero de equipaje, con algunas provisiones y poca ropa.
Casi todo lo que necesitaba me lo iban proporcionando por el
camino. Mi familia era adinerada y conocida entre aquella gente.
Fui adquiriendo cada vez con más rapidez y entusiasmo una sabiduría
espiritual que me hizo disfrutar mucho del viaje.
Durante varias semanas viajé de comunidad en comunidad acompañado
por un hombre de mi edad. Era más alto que yo y tenía unos ojos
marrones de mirada intensa. Ambos llevábamos una túnica y un
turbante en la cabeza. Él emanaba mucha paz, y cuando estudiábamos
juntos con los sabios de los pueblos, absorbía con mucha más
intensidad y rapidez que yo todo lo que nos enseñaban. Después, me
daba clases alrededor de la hoguera cuando acampábamos juntos.
Al cabo de unas semanas nos separamos. Yo fui a estudiar a una
pequeña sinagoga cerca de la Gran Pirámide y él se dirigió al oeste.
Muchos de mis pacientes, incluyendo a Elizabeth y Pedro, han
recordado vidas en la antigua Palestina, y también en Egipto.
Aquellas imágenes fueron para mí, al igual que para ellos,
increíblemente vívidas y reales.
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