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Lazos de Amor

CAPITULO 21

Brian Weiss

 

Como creo en la teoría del renacimiento, vivo con la esperanza de que, si no en esta vida, en alguna otra podré abrazar  con amor a toda la humanidad.

MOHANDAS K. GANDHI

 

En un forcejeo con el tiempo salí perdedor: era un rival infinitamente más poderoso que yo. Pedro casi había acabado su terapia y estaba a punto de irse a vivir definitivamente a México. Si no conocía pronto a Elizabeth, no sería fácil que lo hiciera en el futuro, viviendo los dos en países diferentes. Las probabilidades de que se reunieran en esta vida se iban a reducir notable­mente.

Ambos se estaban recuperando del -sufri­miento que les había invadido. Los síntomas físi­cos como la calidad del sueño, el nivel de energía y el apetito habían mejorado en ambos casos.

La soledad y el deseo insatisfecho de encon­trar una relación amorosa que fuera positiva se­guían vigentes.

Para ir preparando el final de las sesiones te­rapéuticas de Pedro había reducido el número de visitas, y lo recibía en semanas alternas. No dis­ponía de mucho tiempo.

Me las arreglé para que las sesiones futuras de ambos fueran consecutivas, de manera que la vi­sita de Pedro fuera inmediatamente posterior a la de Elizabeth. Todo el que entra o sale de mi con­sulta ha de atravesar la sala de espera.

Durante la sesión de Elizabeth empecé a pre­ocuparme ante la posibilidad de que Pedro no acudiera a su cita. A veces surgen contratiempos (el coche se estropea, hay una emergencia, se contrae una enfermedad) y entonces el paciente ha de postergar la cita.

Pero llegó. Salí a la sala de espera acompañan­do a Elizabeth. Se dirigieron una mirada mu­tuamente y se contemplaron durante unos se­gundos. Percibí un interés repentino por ambas partes, una insinuación de las infinitas posibili­dades que se escondían debajo de la superficie. ¿ O quizás era simplemente lo que yo deseaba que ocurriera?

La mente de Elizabeth reafirmó una vez más su acostumbrado dominio, diciéndole que tenía que irse y advirtiéndola de que adoptara el com­portamiento más apropiado. Se dirigió hacia la puerta de salida y abandonó el edificio.

Pedro entró en mi despacho al advertir mi ademán.

-Una mujer atractiva -comentó mientras se dejaba caer sobre el sillón de piel.

-Sí -respondí satisfecho-. Además es una persona muy Interesante.

-Eso está bien -dijo con cierta melancolía.

   

Su atención empezó a dispersarse en aquel momento. Se concentró en la tarea de poner fin a nuestras sesiones y avanzar hacia la siguiente fa­se de su vida. Su mente ya se había alejado del breve encuentro con Elizabeth.

Aquel encuentro en la sala de espera no tuvo consecuencias para ninguno de los dos. Ni Pe­dro ni Elizabeth pidieron información acerca del otro. Mi manipulación había sido demasiado su­til, demasiado fugaz.

Dos semanas más tarde me propuse hacer coincidir de nuevo las visitas; preferí no urdir al­go más directo y romper la confidencialidad ha­blando directamente del asunto con uno de ellos o con los dos. Aquélla sería mi última oportuni­dad. No iba a disponer de otra cita con Pedro antes de que abandonara el país.

Se volvieron a mirar mientras yo acompañaba a Elizabeth a través de la sala de espera. Sus mi­radas volvieron a encontrarse y esta vez durante un largo rato. Pedro la saludó con la cabeza y sonrió. Elizabeth le devolvió la sonrisa. Dudó unos segundos, abrió la puerta y se marchó.

«Confía en ti misma», pensé, intentando re­cordar mentalmente a Elizabeth una lección im­portante. No respondió.

De nuevo, Pedro no se dio por aludido. No me preguntó por ella. Estaba absorto en los pe­queños detalles de su regreso a México y además acababa la terapia aquel mismo día.

«Quizá no tiene que ocurrir», pensé. Ambos se habían recuperado, aunque no eran felices. Tal vez les bastaba con eso.

 No siempre nos uniremos al alma gemela más vinculada a nuestro ser. Tal vez haya más de una para cada persona, puesto que las familias de almas viajan juntas. Es posible que decidamos casamos con un alma ge­mela menos ligada a nosotros que otra, alguna que tenga algo específico 'que enseñamos o algo que aprender de nosotros. Podemos reconocer un alma gemela a una edad avanzada, cuando ya hemos adquirido compromisos familiares. Tam­bién puede ocurrir que nuestro padre, nuestra madre, un hijo o un pariente cercano encarnen al alma gemela con quien más estrechamente esta­mos unidos. O quizá nuestra relación más fuerte sea con un alma gemela que no se ha encarnado en el transcurso de nuestra vida y que está velan­do por nosotros desde el otro lado, como un án­gel de la guarda.

A veces nuestra alma gemela está deseosa de encontramos y disponible. Es posible que él o ella se percate de la pasión y la atracción que existe en­tre ambos, de los lazos íntimos y sutiles que indi­can que nos hemos relacionado en diferentes vi­das pasadas. Sin embargo, esto puede resultamos perjudicial. Depende de la evolución del alma.

Si una de las dos almas está menos desarrolla­da y es más ignorante que la otra, la violencia, la codicia, los celos, el odio y el miedo pueden: en­turbiar la relación.

Tales sentimientos son nocivos hasta para el alma más evolucionada, aunque se trate de un al­ma gemela. Es habitual que fantaseemos con ideas como: «yo puedo cambiarle» o «puedo ayudarle a crecer». Si la otra persona no deja que la ayude­mos, si ha decidido que no quiere aprender ni evolucionar, la relación está condenada al fraca­so. Tal vez surja otra oportunidad en otra vida; a no ser que la persona en cuestión tome concien­cia más adelante. A veces se producen estos des­pertares tardíos.

En algunos casos las almas gemelas deciden no casarse mientras están encarnadas. Se las com­ponen para encontrarse, permanecen juntas hasta que cumplen el pacto acordado y después siguen su camino. Sus intereses y los planes que tienen para el resto de su vida son diferentes, y no quieren ni necesitan pasar una vida entera juntas. Es­to no es una tragedia, sino una simple cuestión de aprendizaje: tienen por delante una vida eterna juntas, pero a veces es posible que necesiten tomar unas clases por separado.

La imagen del alma gemela disponible pero «adormecida» es patética y puede causarnos una terrible angustia. «Adormecida» significa que no ve la vida con claridad y que no es consciente de las distintas dimensiones de la existencia, que no sabe nada de las almas. Normalmente son las in­terferencias cotidianas de la mente las "que nos impiden despertar.

Estamos constantemente escuchando los pre­textos de la mente: «Soy demasiado joven; nece­sito adquirir más experiencia; todavía no estoy preparado para establecerme; pertenezco a otra raza, religión, región, clase social, nivel intelec­tual, tengo otro bagaje cultural, etc.» Todo esto son excusas, puesto que las almas no poseen nin­guno de estos atributos.

La persona reconoce la atracción. No hay du­da de que la atracción existe, pero su origen no se comprende: Creer que esta pasión, este reconocimiento y esta atracción volverá a producirse con otra per­sona es engañarse.

No nos topamos con almas gemelas de este ti­po todos los días, quizá sólo con una o dos más en toda una vida. La gracia divina puede recompen­sar a un buen corazón, a un alma llena de amor.

Encontrar a nuestras almas gemelas no debe convertirse en. motivo de preocupación. Tales encuentros están a merced del destino y, sin lu­gar a dudas, se producen. Después del encuen­tro, prevalece el libre albedrío de ambas perso­nas. Las decisiones que se toman y las que se descartan quedan en manos de su voluntad, de su propia elección. El alma más «adormecida» tomará decisiones basándose en la mente y en todos sus miedos y prejuicios. Desgraciadamen­te, esto suele provocar mucha angustia. Cuanto más «despierta» sea la pareja más posibilidades habrá de que tome una decisión basada en el amor, y si los dos miembros de la pareja están «despiertos», el éxtasis se hallará al alcance de sus manos.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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