Como creo en la teoría del renacimiento, vivo con la esperanza de
que, si no en esta vida, en alguna otra podré abrazar con amor
a toda la humanidad.
MOHANDAS K. GANDHI
En un forcejeo con el tiempo salí perdedor: era un rival
infinitamente más poderoso que yo. Pedro casi había acabado su
terapia y estaba a punto de irse a vivir definitivamente a México.
Si no conocía pronto a Elizabeth, no sería fácil que lo hiciera en
el futuro, viviendo los dos en países diferentes. Las probabilidades
de que se reunieran en esta vida se iban a reducir notablemente.
Ambos se estaban recuperando del -sufrimiento que les había
invadido. Los síntomas físicos como la calidad del sueño, el nivel
de energía y el apetito habían mejorado en ambos casos.
La soledad y el deseo insatisfecho de encontrar una relación
amorosa que fuera positiva seguían vigentes.
Para ir preparando el final de las sesiones terapéuticas de Pedro
había reducido el número de visitas, y lo recibía en semanas
alternas. No disponía de mucho tiempo.
Me las arreglé para que las sesiones futuras de ambos fueran
consecutivas, de manera que la visita de Pedro fuera inmediatamente
posterior a la de Elizabeth. Todo el que entra o sale de mi
consulta ha de atravesar la sala de espera.
Durante la sesión de Elizabeth empecé a preocuparme ante la
posibilidad de que Pedro no acudiera a su cita. A veces surgen
contratiempos (el coche se estropea, hay una emergencia, se contrae
una enfermedad) y entonces el paciente ha de postergar la cita.
Pero llegó. Salí a la sala de espera acompañando a Elizabeth. Se
dirigieron una mirada mutuamente y se contemplaron durante unos
segundos. Percibí un interés repentino por ambas partes, una
insinuación de las infinitas posibilidades que se escondían debajo
de la superficie. ¿ O quizás era simplemente lo que yo deseaba que
ocurriera?
La mente de Elizabeth reafirmó una vez más su acostumbrado dominio,
diciéndole que tenía que irse y advirtiéndola de que adoptara el
comportamiento más apropiado. Se dirigió hacia la puerta de salida
y abandonó el edificio.
Pedro entró en mi despacho al advertir mi ademán.
-Una mujer atractiva -comentó mientras se dejaba caer sobre el
sillón de piel.
-Sí -respondí satisfecho-. Además es una persona muy Interesante.
-Eso está bien -dijo con cierta melancolía.
Su atención empezó a dispersarse en aquel momento. Se concentró en
la tarea de poner fin a nuestras sesiones y avanzar hacia la
siguiente fase de su vida. Su mente ya se había alejado del breve
encuentro con Elizabeth.
Aquel encuentro en la sala de espera no tuvo consecuencias para
ninguno de los dos. Ni Pedro ni Elizabeth pidieron información
acerca del otro. Mi manipulación había sido demasiado sutil,
demasiado fugaz.
Dos semanas más tarde me propuse hacer coincidir de nuevo las
visitas; preferí no urdir algo más directo y romper la
confidencialidad hablando directamente del asunto con uno de ellos
o con los dos. Aquélla sería mi última oportunidad. No iba a
disponer de otra cita con Pedro antes de que abandonara el país.
Se volvieron a mirar mientras yo acompañaba a Elizabeth a través de
la sala de espera. Sus miradas volvieron a encontrarse y esta vez
durante un largo rato. Pedro la saludó con la cabeza y sonrió.
Elizabeth le devolvió la sonrisa. Dudó unos segundos, abrió la
puerta y se marchó.
«Confía en ti misma», pensé, intentando recordar mentalmente a
Elizabeth una lección importante. No respondió.
De nuevo, Pedro no se dio por aludido. No me preguntó por ella.
Estaba absorto en los pequeños detalles de su regreso a México y
además acababa la terapia aquel mismo día.
«Quizá no tiene que ocurrir», pensé. Ambos se habían recuperado,
aunque no eran felices. Tal vez les bastaba con eso.
No siempre nos uniremos al alma gemela más vinculada a nuestro ser.
Tal vez haya más de una para cada persona, puesto que las familias
de almas viajan juntas. Es posible que decidamos casamos con un alma
gemela menos ligada a nosotros que otra, alguna que tenga algo
específico 'que enseñamos o algo que aprender de nosotros. Podemos
reconocer un alma gemela a una edad avanzada, cuando ya hemos
adquirido compromisos familiares. También puede ocurrir que nuestro
padre, nuestra madre, un hijo o un pariente cercano encarnen al alma
gemela con quien más estrechamente estamos unidos. O quizá nuestra
relación más fuerte sea con un alma gemela que no se ha encarnado en
el transcurso de nuestra vida y que está velando por nosotros desde
el otro lado, como un ángel de la guarda.
A veces nuestra alma gemela está deseosa de encontramos y
disponible. Es posible que él o ella se percate de la pasión y la
atracción que existe entre ambos, de los lazos íntimos y sutiles
que indican que nos hemos relacionado en diferentes vidas pasadas.
Sin embargo, esto puede resultamos perjudicial. Depende de la
evolución del alma.
Si una de las dos almas está menos desarrollada y es más ignorante
que la otra, la violencia, la codicia, los celos, el odio y el miedo
pueden: enturbiar la relación.
Tales sentimientos son nocivos hasta para el alma más evolucionada,
aunque se trate de un alma gemela. Es habitual que fantaseemos con
ideas como: «yo puedo cambiarle» o «puedo ayudarle a crecer».
Si la otra persona no deja que la ayudemos, si ha decidido que no
quiere aprender ni evolucionar, la relación está condenada al
fracaso. Tal vez surja otra oportunidad en otra vida; a no ser que
la persona en cuestión tome conciencia más adelante. A veces se
producen estos despertares tardíos.
En algunos casos las almas gemelas deciden no casarse mientras están
encarnadas. Se las componen para encontrarse, permanecen
juntas hasta que cumplen el pacto acordado y después siguen su
camino. Sus intereses y los planes que tienen para el resto
de su vida son diferentes, y no quieren ni necesitan pasar una vida
entera juntas. Esto no es una tragedia, sino una simple
cuestión de aprendizaje: tienen por delante una vida eterna
juntas, pero a veces es posible que necesiten tomar unas clases
por separado.
La imagen del alma gemela disponible pero «adormecida» es patética y
puede causarnos una terrible angustia. «Adormecida» significa que no
ve la vida con claridad y que no es consciente de las distintas
dimensiones de la existencia, que no sabe nada de las almas.
Normalmente son las interferencias cotidianas de la mente las "que
nos impiden despertar.
Estamos constantemente escuchando los pretextos de la mente:
«Soy demasiado joven; necesito adquirir más experiencia; todavía no
estoy preparado para establecerme; pertenezco a otra raza, religión,
región, clase social, nivel intelectual, tengo otro bagaje
cultural, etc.» Todo esto son excusas, puesto que las almas no
poseen ninguno de estos atributos.
La persona reconoce la atracción. No hay duda de que la
atracción existe, pero su origen no se comprende: Creer que esta
pasión, este reconocimiento y esta atracción volverá a producirse
con otra persona es engañarse.
No nos topamos con almas gemelas de este tipo todos los días, quizá
sólo con una o dos más en toda una vida. La gracia divina puede
recompensar a un buen corazón, a un alma llena de amor.
Encontrar a nuestras almas gemelas no debe convertirse en. motivo de
preocupación. Tales encuentros están a merced del destino y, sin
lugar a dudas, se producen. Después del encuentro, prevalece el
libre albedrío de ambas personas. Las decisiones que se toman y las
que se descartan quedan en manos de su voluntad, de su propia
elección. El alma más «adormecida» tomará decisiones basándose en la
mente y en todos sus miedos y prejuicios. Desgraciadamente, esto
suele provocar mucha angustia. Cuanto más «despierta» sea la pareja
más posibilidades habrá de que tome una decisión basada en el amor,
y si los dos miembros de la pareja están «despiertos», el éxtasis se
hallará al alcance de sus manos.
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