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Lazos de Amor

CAPITULO 8

Brian Weiss

 

El secreto del mundo es que todas las cosas subsisten y no mueren; tan sólo se retiran y desaparecen de nuestra vista para regresar más tarde. Nada muere; los hombres fingen estar muertos y tienen que aguantar la parodia de sus funerales y afligidas necrológicas, y ahí están, de pie, mi­rando por la ventana, sanos y salvos, con un nuevo y extraño disfraz.

RALPH WALDO EMERSON

Tanto Pedro como yo necesitábamos cono­cer mejor el origen de aquel intenso dolor que se había incrementado desde la trágica muerte de su hermano. Teníamos que hallar una explica­ción a la superficialidad de sus relaciones. ¿ Qui­zá las críticas continuas de su madre a sus novias y el sentimiento de culpabilidad por aquel abor­to le impedían enamorarse de verdad? ¿ O tal vez no había encontrado todavía a la mujer idó­nea?

El proceso de regresión es parecido al de bus­car petróleo: nunca se sabe exactamente dónde excavar, pero cuanto más profunda es la perfora­ción, más posibilidades hay de encontrarlo.

En esa sesión estábamos profundizando 'más.         Hacía muy poco tiempo que Pedro había em­pezado a recordar sus vidas pasadas. Es frecuen­te que en las primeras exploraciones se evoquen los momentos más traumáticos de las vidas ante­riores. Una vez más, esto volvió a ocurrir.

-Soy un soldado... inglés, creo -dijo Pe­dro-. Llegamos todos en un barco para tomar por asalto la fortaleza de los enemigos. Es enor­me, con altos y gruesos muros. Han intercepta­do el puerto con unas rocas inmensas. Hemos de acceder por otro lugar.

Pedro se calló. La invasión se retrasaba. -Sigue adelante en el tiempo -le sugerí-. Intenta ver qué ocurre después.     Le di tres palmadas en la frente para concen­trar su atención y ayudarle a avanzar en el tiempo.

-Hemos podido acceder por las rocas y he­mos entrado en la fortaleza -dijo resoplando y sudando-. Hay unos pequeños túneles, los atravesamos pero no sabemos adónde nos dirigi­mos, los túneles son estrechos y de techos bajos. Avanzamos agachados y en fila.

Pedro empezó a sudar muchísimo. Respiraba muy rápido y parecía muy alterado.

-Enfrente hay una puerta pequeña. La abri­mos y entramos.

»jDios mío! -exclamó súbitamente-. Los españoles están al otro lado. Nos van matando a medida que entramos, uno por uno... ¡Me han clavado una espada! -dijo dando un grito aho­gado y llevándose una mano al cuello. Su respi­ración se aceleró todavía más. Se estaba quedan­do sin aire y las gotas de sudor se deslizaban por su cara y le empapaban la camisa.

De repente se quedó quieto, empezó a respi­rar con regularidad y se tranquilizó. Le pasé un pañuelo por la frente y el rostro para secarle, y poco a poco, dejó de transpirar.

-Floto por encima de mi cuerpo -dijo-. He dejado esta vida... tantos cadáveres... tanta sangre... pero ahora floto por encima de ellos.

Continuó flotando en silencio durante unos minutos.

-Haz un repaso de esta vida -le indiqué-.

¿Qué has aprendido? ¿ Cuál es la lección?

Él consideró con especial cuidado estas pre­guntas, desde una elevada perspectiva.

-He descubierto que la violencia refleja una profunda ignorancia. Mi muerte fue absurda.

 Fallecí lejos de mi hogar y de mis seres queridos, [por culpa de la codicia de los demás. Los ingleses y los españoles se mataron los unos a los otros estúpidamente en tierras lejanas a causa del oro. Lo robaron y se mataron por él. La codicia y la 'Violencia acabó con sus vidas... se habían olvida­do del amor...

Pedro se quedó en silencio. Dejé que descan­sara y asimilara aquellas extraordinarias leccio­nes. Yo también me puse a pensar en ellas. Con el paso de los siglos, desde esa muerte sin sentido de Pedro en la fortaleza, lejos de su hogar inglés, el oro se ha transformado en dólares, libras, ye­nes y pesos, pero todavía nos matamos los unos a los otros por él. En realidad esto ha ocurrido siempre a lo largo de la historia. Qué poco he­mos aprendido con los siglos. ¿ Cuánto más ne­cesitamos sufrir antes de recordar de nuevo que el amor existe?

. Pedro, sentado en el sillón, empezó a mover la cabeza de un lado a otro. Sonreía de placer. De un modo espontáneo, acababa de entrar en otra vida mucho más reciente. Tan pronto como em­pezó a recordar vidas pasadas, las experiencias que visualizó fueron especialmente vívidas.

-¿Qué te ocurre ahora?                            .

-Soy una mujer --dijo-. Soy bastante gua­pa. Tengo el pelo largo y rubio, los ojos azules y la piel muy blanca.

Vestía un elegante traje, era una prostituta muy cotizada en Alemania después de la Prime­ra Guerra Mundial. A pesar de que el país estaba abrumado por una inflación galopante, los ricos disponían de dinero para disfrutar de sus servicios.

Pedro tenía dificultades para recordar el nom­bre de aquella elegante mujer.

-Magda, creo -dijo.

Dejé que continuara, pues no quería desviar su atención de las imágenes que estaba evocando.

-El trabajo me va muy bien -dijo Magda con orgullo-. Soy la confidente de políticos, al­tos cargos militares y hombres de negocios muy Importantes.

Conforme iba recordando más detalles, su to­no se volvía más arrogante.

-Están todos obsesionados por mi belleza y mi talento -añadió-. Yo siempre sé lo que ten­go que hacer.

Pensé para mí: «Seguramente gracias a todas  tus vidas como hombre.»

   

Luego empezó a susurrar.

-Ejerzo una inmensa influencia sobre to­dos ellos... Puedo hacerles cambiar de opinión... Harían cualquier cosa por mí -dijo orgullosa de su posición y su capacidad para dominar a aque­llos hombres tan poderosos-. Generalmente sé más que ellos -continuó en un  tono ligeramente compungido-. ¡Yo les doy lecciones de política! Le encantaban el poder y las intrigas políticas.          Magda tenía una voz excelente y solía cantar en locales nocturnos muy refinados. Aprendió a manipular a los hombres. Sin embargo, su poder político era indirecto. Siempre tenía que ejercer­lo por mediación de los hombres y se sentía frus­trada por ello. En una vida futura, Pedro no iba a necesitar intermediarios.

Un hombre joven estaba de pie, apartado del resto.

-Es el más inteligente y formal de todos -dijo Magda-. Tiene el pelo castaño y los ojos azules... ¡Se apasiona con todo lo que hace! Nos pasamos largas horas hablando. Y creo que nos queremos.

  No reconoció a este hombre como alguien perteneciente a su vida actual.

  Pedro tenía ahora un aire triste. Vi cómo se le formaba una lágrima en el ojo izquierdo.

-Lo dejé por otro hombre, uno mayor, más importante y poderoso, que me quería sólo para él. No seguí los impulsos de mi corazón. Cometí un grave error. Le hice mucho daño. Nunca me perdonó... no lo entendió.

Magda optó por la seguridad y el poder en lu­gar de inclinarse por el amor, la verdadera fuente de la fuerza y la seguridad.

Por lo visto aquella decisión se convirtió en un punto crítico en su vida. Llegó a una encruci­jada en su camino, y una vez eligió, ya no pudo volver atrás.

Este hombre mayor perdió el poder cuando la política alemana .se desplazó .bruscamente ha­cia los nuevos y violentos partidos.

Abandonó a Magda. Ella había perdido la pista de aquel joven apasionado. Con el tiempo se empezó a deteriorar físicamente debido a una afección sexual crónica, probablemente la sífilis. Cayó en una fuerte depresión que no fue capaz de superar.

-Ve al final de esta vida -le insté-. Trata de ver lo que te ocurrió y quién estaba contigo.

-Estoy en un camastro de un hospital. Es un hospital para pobres. Hay mucha gente enferma que gime: los más miserables de la tierra. ¡Debe­mos de estar en el infierno! -dijo.

-¿Puedes verte?

-Mi cuerpo es grotesco -contestó Magda. -¿ Hay médicos y enfermeras contigo?

-Están por ahí -contestó con amargura-.

No me hacen caso, no sienten pena por mí. No están de acuerdo con la vida que he llevado ni con lo que he hecho. Y ahora me están castigando -añadió.

Aquella vida llena de belleza, poder e intrigas había pasado a ser patética. Flotó por encima de su cuerpo, libre por fin.

-Ahora estoy en paz. Sólo quiero descansar- dijo.

Pedro se quedó en silencio. Continuaríamos revisando aquella vida en otra ocasión. Él estaba agotado y le desperté.

En las cinco semanas siguientes, su dolor cró­nico en el cuello y el hombro izquierdo empezó a remitir. Los médicos que le atendieron nunca encontraron el origen de aquella dolencia. Evi­dentemente tampoco consideraron la posibili­dad de que su causa fuera una herida mortal de espada que Pedro recibió varios siglos atrás.

 La estrechez de miras de la mayoría de la gen­te no deja de sorprenderme. Conozco a muchas personas que están obsesionadas por la educa­ción de sus hijos. Se preocupan por cuál será el mejor parvulario, por si es preferible llevados a una escuela privada o pública, por cuáles son los cursos preparatorios para la selectividad mejor diseñados. Piensan que de este modo sus hijos obtendrán mejores notas y gracias a ello, y tam­bién a las actividades extracurriculares que ha­brán realizado, estarán en condiciones de entrar en aquella universidad determinada, de cursar ese máster en concreto, y así ad infinitum. Lue­go, repiten el mismo ciclo con sus nietos.

Tales personas piensan que este mundo no evoluciona y que el futuro será una réplica del presente.

Si seguimos devastando nuestros bosques y destruyendo así nuestras fuentes de oxígeno, ¿qué van a respirar nuestros hijos dentro de treinta o cuarenta años? Si no dejamos de enve­nenar el agua y los alimentos naturales, ¿ de qué se nutrirán? Si continuamos produciendo un ex­ceso de CFC y otros desechos orgánicos y agu­jereando sin ningún escrúpulo la capa de ozono, ¿podrán vivir en el exterior? Si nuestro planeta se sobrecalienta debido al efecto invernadero y el nivel de los océanos aumenta hasta inundar nuestras costas y presionar demasiado las fallas oceánicas y continentales, ¿dónde vivirán? Y los hijos y nietos de los chinos, los africanos, los australianos y del resto del mundo son tan vul­nerables como los demás, pues también son ine­vitablemente residentes de este planeta. Además hay otra cuestión. Si nos reencarnamos, no hay duda de que seremos uno de estos niños.

Entonces, ¿por qué nos preocupamos tanto por los tests de inteligencia y por las universida­des cuando no dispondremos de un mundo que albergue a nuestros descendientes?

¿ Por qué la gente se obsesiona tanto por vivir muchos años? ¿ Para qué conseguir unos pocos años más de vida? ¿ Para pasados infelizmente en un geriátrico? ¿ De qué sirve preocuparse por el nivel de colesterol, las dietas ricas en fibra, el con­trol de las grasas, los ejercicios aeróbicos, etc.?

¿No tendría más sentido disfrutar del presen­te, realizarnos cada día, amar y ser amados, y no preocupamos tanto de la salud física en ese futu­ro incierto? ¿Y si no hay futuro? ¿Y si la muerte es una liberación y un estado de felicidad?

Con esto no quiero decir que nos olvidemos de nuestro cuerpo y que fumemos y bebamos en exceso ni tampoco que abusemos de ciertas sus­tancias o nos volvamos obesos. Esto nos causaría dolor, aflicción e incapacidad física. Simplemen­te dejemos de preocupamos tanto por el futuro. Tratemos de ser felices ahora.

La paradoja es que, adoptando esta actitud y sintiéndonos dichosos en el presente, es proba­ble que vivamos más años.                                             

El cuerpo y el alma son como el coche y el conductor. Recordemos siempre que somos el conductor y no el coche. No debemos identificarnos con el vehículo. Este empeño actual en prolongar nuestra vida, en vivir hasta los cien años, es una locura. Sería como conservar nuestro viejo Ford después de haber recorrido con él más de trescientos mil kilómetros. La carrocería está oxidada, el circuito de transmisión se ha reparado cinco veces, el motor se está cayendo a trozos, y aun así nos resistimos a cambiado. Entretanto, hay un Corvette de primera mano esperándonos a la vuelta de la esquina. Sólo hemos de bajar tranquilamente del Ford y subimos al hermoso Corvette. El conductor, el alma, nunca cambia. Sólo cambiamos de coche.

Y, por cierto, creo que a vosotros os está esperando un Ferrari en la calle.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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