Lo que el viejo
estaba diciendo no tenía mucho sentido para el
muchacho. Pero él quería saber qué eran esas «fuerzas
misteriosas»; la hija del comerciante se quedaría
boquiabierta con esto.
-Son fuerzas que parecen malas, pero en verdad te están
enseñando cómo realizar tu Leyenda Personal. Están
preparando tu espíritu y tu voluntad, porque existe una gran
verdad en este planeta; seas quien seas o hagas lo que
hagas, cuando deseas con firmeza alguna cosa, es porque este
deseo nació en el alma del Universo. Es tu misión en la
Tierra.
-¿Aunque sólo sea viajar? ¿O casarse con la hija de un
comerciante de tejidos?
-O buscar un tesoro. El Alma del Mundo se alimenta con la
felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia,
los celos. Cumplir su Leyenda Personal es la única
obligación de los hombres. Todo es una sola cosa. Y cuando
quieres algo, todo el Universo conspira para que realices tu
deseo.
Durante algún tiempo permanecieron silenciosos, contemplando
la plaza y la gente. Fue el viejo quien habló primero.
-¿Por qué cuidas ovejas?
-Porque me gusta viajar.
El viejo señaló a un vendedor de palomitas de maíz que, con
su carrito rojo, estaba en un rincón de la plaza.
-Aquel vendedor también deseó viajar cuando era niño; pero
prefirió comprar un carrito para vender sus palomitas y así
juntar dinero durante años. Cuando sea viejo, piensa pasar
un mes en Africa. Jamás entendió que la gente siempre está
en condiciones de realizar lo que sueña.
-Debería haber elegido ser pastor -pensó en voz alta el
muchacho.
-Lo pensó -dijo el viejo-. Pero los vendedores de palomitas
de maíz son más importantes que los pastores. Tienen una
casa, mientras que los pastores duermen a la intemperie. Las
personas prefieren casar a sus hijas con vendedores de
palomitas antes que con pastores.
El muchacho sintió una punzada en el corazón al recordar a
la hija del comerciante. En su ciudad debía de haber algún
vendedor de palomitas.
-En fin, que lo que las personas piensan sobre vendedores de
palomitas y pastores pasa a ser más importante para ellas
que la Leyenda Personal.
El viejo hojeó el libro y se distrajo leyendo una página. El
chico
esperó un poco y lo interrumpió de la misma manera que él lo
había interrumpido.
-¿Por qué habla de todo esto conmigo?
-Porque tú intentas vivir tu Leyenda Personal. Y estás a
punto de desistir de ella.
-¿Y usted aparece siempre en estos momentos?
-No siempre de esta forma, pero jamás dejé de aparecer. A
veces aparezco bajo la forma de una buena salida, de una
buena idea. Otras veces, en un momento crucial, hago que
todo se vuelva más fácil. Y cosas así. Pero la mayor parte
de la gente no se da cuenta.
El viejo le contó que la semana pasada había tenido que
aparecer ante un garimpeiro (buscador de oro y piedras
preciosas) bajo la forma de una piedra. El garimpeiro lo
había dejado todo para partir en busca de esmeraldas.
Durante cinco años trabajó en un río, y había partido
999 999 piedras en busca de una esmeralda. En ese momento el
garimpeiro pensó en desistir, y sólo le faltaba una piedra,
solamente UNA PIEDRA, para descubrir su esmeralda. Como era
un hombre que había apostado por su Leyenda Personal, el
viejo decidió intervenir. Se transformó en una piedra, que
rodó sobre el pie del garimpeiro. Éste, con la rabia y la
frustración de los cinco años perdidos, arrojó la piedra
lejos. Pero la arrojó con tanta fuerza que chocó contra otra
y se rompió, mostrando la esmeralda más bella del mundo.
-Las personas aprenden muy pronto su razón de vivir -dijo el
viejo con cierta amargura en los ojos-. Quizá también sea
por eso que desisten tan pronto. Pero así es el mundo.
Entonces el muchacho se acordó de que la conversación había
empezado con el tesoro escondido.
-Los tesoros son levantados de la tierra por los torrentes
de agua,
y enterrados también por ellos -prosiguió el viejo-. Si
quieres saber sobre tu tesoro, tendrás que cederme la décima
parte de tus ovejas.
-¿Y no sirve una décima parte del tesoro? El viejo se
decepcionó.
-Si empiezas por prometer lo que aún no tienes, perderás tu
voluntad para conseguirlo.
El muchacho le contó que había prometido una parte a la
gitana.
-Los gitanos son muy listos -dijo el viejo con un suspiro-.
De cualquier manera, es bueno que aprendas que todo en la
vida tiene un precio. Y esto es lo que los Guerreros de la
Luz intentan enseñar.
El viejo le devolvió el libro.
-Mañana, a esta misma hora, me traes aquí una décima parte
de tus ovejas. Y yo te enseñaré cómo conseguir el tesoro
escondido. Buenas tardes.
Y desapareció por una de las esquinas de la plaza.
El muchacho intentó leer el libro, pero ya no consiguió
concen- trarse. Estaba agitado y tenso, porque sabía que el
viejo decía la verdad. Se fue hasta el vendedor y le compró
una bolsa de palomitas, mientras meditaba si debía o no
contarle lo que le había dicho el viejo. «A veces es mejor
dejar las cosas como están», pensó el chico, y no dijo nada.
Si se lo contaba, el vendedor se pasaría tres días pensando
en abandonar- lo todo, pero estaba muy acostumbrado a su
carrito. Podía evitarle ese
sufrimiento.
Comenzó a
caminar sin rumbo por la ciudad, y llegó hasta el puerto.
Había un pequeño edificio, y en él una ventanilla donde la
gente compraba pasajes. Egipto estaba en África.
-¿Quieres algo? -preguntó el hombre de la ventanilla.
-Quizá mañana -contestó el chico alejándose. Sólo con vender
una oveja podría cruzar hasta el otro lado del estrecho. Era
una idea que le espantaba.
-Otro soñador -dijo el hombre de la ventanilla a su
ayudante, mientras el muchacho se alejaba-. No tiene dinero
para viajar.
Cuando estaba en la ventanilla el muchacho se había acordado
de sus ovejas, y sintió miedo de volver junto a ellas. Había
pasado dos años aprendiéndolo todo sobre el arte del
pastoreo: sabía esquilar, cuidar a las ovejas preñadas,
protegerlas de los lobos. Conocía todos los campos y pastos
de Andalucía. Conocía el precio justo de comprar
y vender cada uno de sus animales.
Decidió volver al establo de su amigo por el camino más
largo. La ciudad también tenía un castillo, y decidió subir
la rampa de piedra y sentarse en una de sus murallas. Desde
allí arriba se podía ver África. Alguien le había explicado
en cierta ocasión que por allí llegaron los moros que
ocuparon durante tantos años casi toda España. Y el muchacho
detestaba a los moros. Además, habían sido ellos los que
trajeron a los gitanos.
Desde allí podía ver también casi toda la ciudad, inclusive
la plaza donde había conversado con el viejo.
«Maldita sea la hora en que encontré a ese viejo», pensó.
Había ido solamente a buscar a una mujer que interpretase
sueños. Ni la mujer
ni el viejo concedían importancia al hecho de que él era un
pastor.
Eran personas solitarias, que ya no confiaban en la vida, y
no enten- dían que los pastores terminaran aficionándose a
sus ovejas. Él conocía los detalles de cada una de ellas:
sabía cuál cojeaba, cuál tendría cría dentro de dos meses, y
cuáles eran las más perezosas. Sabía también cómo
esquilarlas y cómo matarlas. Si se decidiera a partir, ellas
sufrirían.
Comenzó a soplar el viento. Él conocía aquel viento: la
gente lo llamaba Levante, porque con él llegaron también las
hordas de infieles. Hasta que conoció Tarifa nunca había
imaginado que África estuviera tan cerca. Eso suponía un
gran peligro: los moros podían invadirnos nuevamente.
El Levante comenzó a soplar más fuerte. «Estoy entre las
ovejas y el tesoro», pensaba el muchacho. Tenía que
decidirse entre una cosa a la que se había acostumbrado y
una cosa que le gustaría tener. Estaba también la hija del
comerciante, pero ella no era tan importante como las
ovejas, porque no dependía de él. Hasta era posible que ni
se acordara de él. Tuvo la seguridad de que si no aparecía
dentro de dos días, la chica ni siquiera lo notaría; para
ella todos los días eran iguales
y cuando todos los días parecen iguales es porque las
personas han dejado de percibir las cosas buenas que
aparecen en sus vidas siempre que el sol cruza el cielo.
«Yo abandoné a mi padre, a mi madre y el castillo de mi
ciudad. Ellos se acostumbraron y yo me acostumbré. Las
ovejas también se acostumbrarán a mi ausencia», pensó el
muchacho.
Desde allá arriba contempló la plaza. El vendedor de
palomitas continuaba vendiendo sus papelinas. Una joven
pareja se sentó en el banco donde él había estado
conversando con el viejo y se dio un largo beso.
«El vendedor de palomitas», dijo para sí sin completar la
frase. Porque el Levante había comenzado a soplar con más
fuerza y él se quedó sintiendo el viento en el rostro. El
viento traía a los moros, es verdad, pero también traía el
olor del desierto y de las mujeres cubiertas con velo. Traía
el sudor y los sueños de los hombres que un día habían
partido en busca de lo desconocido, de oro, de aventuras...
y de pirámides. El muchacho comenzó a envidiar la libertad
del viento, y percibió que podría ser como él. Nada se lo
impedía, excepto
él mismo. Las ovejas, la hija del comerciante, los campos de
Andalucía no eran más que los pasos de su Leyenda Personal.
A1 día siguiente, el muchacho se encontró con el viejo a
mediodía.
Traía seis ovejas consigo.
-Estoy sorprendido -exclamó-. Mi amigo compró inmediatamente
las ovejas. Dijo que toda su vida había soñado con ser
pastor, y que aquello era una buena señal.
-Siempre es así -dijo el viejo-. Lo llamamos el Principio
Favorable.
Si juegas a las cartas por primera vez, verás que casi con
seguridad ganas. Es la suerte del principiante.
-¿Y por qué?
-Porque la vida quiere que vivas tu Leyenda Personal.
Después comenzó a examinar las seis ovejas y descubrió que
una de ellas cojeaba. El muchacho le explicó que no tenía
importancia porque era la más inteligente y producía
bastante lana.
-¿Dónde está el tesoro? -preguntó.
-El tesoro está en Egipto, cerca de las Pirámides.
El muchacho se asustó. La vieja le había dicho lo mismo,
pero no le había cobrado nada.
-Para llegar hasta él tendrás que seguir las señales. Dios
escribió en
el mundo el camino que cada hombre debe seguir. Sólo hay que
leer lo que Él escribió para ti.
Antes de que el muchacho dijera nada, una mariposa comenzó a
revolotear entre él y el viejo. Se acordó de su abuelo:
cuando era pequeño, su abuelo le había dicho que las
mariposas son señal de buena suerte. Como los grillos, las
mariquitas, las lagartijas y los tréboles de cuatro hojas.
-Eso es -dijo el viejo, que era capaz de leer sus
pensamientos-. Exactamente como tu abuelo te enseñó. Éstas
son las señales.
Después el viejo abrió el manto que le cubría el pecho. El
mucha- cho se quedó impresionado con lo que vio, y recordó
el brillo que había detectado el día anterior. El viejo
llevaba un pectoral de oro macizo, cubierto de piedras
preciosas.
Era realmente un
rey. Debía de ir disfrazado así para huir de los asaltantes.
-Toma -dijo el viejo sacando una piedra blanca y una piedra
negra que llevaba prendidas en el centro del pectoral de
oro-. Se llaman Urim y Tumim. La negra quiere decir «sí» y
la blanca quiere decir «no». Cuando tengas dificultad para
percibir las señales, te serán de utilidad. Hazles siempre
una pregunta objetiva, pero en general procura tomar tú las
decisiones.