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EL ALQUIMISTA

Primera Parte 

 Pág. 26 a 30

Paulo Coelho

 
 

Lo que el viejo estaba diciendo no tenía mucho sentido para el
muchacho. Pero él quería saber qué eran esas «fuerzas misteriosas»; la hija del comerciante se quedaría boquiabierta con esto.
-Son fuerzas que parecen malas, pero en verdad te están enseñando cómo realizar tu Leyenda Personal. Están preparando tu espíritu y tu voluntad, porque existe una gran verdad en este planeta; seas quien seas o hagas lo que hagas, cuando deseas con firmeza alguna cosa, es porque este deseo nació en el alma del Universo. Es tu misión en la Tierra.

 
   


-¿Aunque sólo sea viajar? ¿O casarse con la hija de un comerciante de tejidos?
-O buscar un tesoro. El Alma del Mundo se alimenta con la felicidad de las personas. O con la infelicidad, la envidia, los celos. Cumplir su Leyenda Personal es la única obligación de los hombres. Todo es una sola cosa. Y cuando quieres algo, todo el Universo conspira para que realices tu deseo.
Durante algún tiempo permanecieron silenciosos, contemplando la plaza y la gente. Fue el viejo quien habló primero.
-¿Por qué cuidas ovejas?
-Porque me gusta viajar.
El viejo señaló a un vendedor de palomitas de maíz que, con su carrito rojo, estaba en un rincón de la plaza.
-Aquel vendedor también deseó viajar cuando era niño; pero prefirió comprar un carrito para vender sus palomitas y así juntar dinero durante años. Cuando sea viejo, piensa pasar un mes en Africa. Jamás entendió que la gente siempre está en condiciones de realizar lo que sueña.
-Debería haber elegido ser pastor -pensó en voz alta el muchacho.
-Lo pensó -dijo el viejo-. Pero los vendedores de palomitas de maíz son más importantes que los pastores. Tienen una casa, mientras que los pastores duermen a la intemperie. Las personas prefieren casar a sus hijas con vendedores de palomitas antes que con pastores.
El muchacho sintió una punzada en el corazón al recordar a la hija del comerciante. En su ciudad debía de haber algún vendedor de palomitas.
-En fin, que lo que las personas piensan sobre vendedores de palomitas y pastores pasa a ser más importante para ellas que la Leyenda Personal.

El viejo hojeó el libro y se distrajo leyendo una página. El chico
esperó un poco y lo interrumpió de la misma manera que él lo había interrumpido.
-¿Por qué habla de todo esto conmigo?
-Porque tú intentas vivir tu Leyenda Personal. Y estás a punto de desistir de ella.
-¿Y usted aparece siempre en estos momentos?
-No siempre de esta forma, pero jamás dejé de aparecer. A veces aparezco bajo la forma de una buena salida, de una buena idea. Otras veces, en un momento crucial, hago que todo se vuelva más fácil. Y cosas así. Pero la mayor parte de la gente no se da cuenta.
El viejo le contó que la semana pasada había tenido que aparecer ante un garimpeiro (buscador de oro y piedras preciosas) bajo la forma de una piedra. El garimpeiro lo había dejado todo para partir en busca de esmeraldas. Durante cinco años trabajó en un río, y había partido
999 999 piedras en busca de una esmeralda. En ese momento el garimpeiro pensó en desistir, y sólo le faltaba una piedra, solamente UNA PIEDRA, para descubrir su esmeralda. Como era un hombre que había apostado por su Leyenda Personal, el viejo decidió intervenir. Se transformó en una piedra, que rodó sobre el pie del garimpeiro. Éste, con la rabia y la frustración de los cinco años perdidos, arrojó la piedra lejos. Pero la arrojó con tanta fuerza que chocó contra otra y se rompió, mostrando la esmeralda más bella del mundo.
-Las personas aprenden muy pronto su razón de vivir -dijo el viejo con cierta amargura en los ojos-. Quizá también sea por eso que desisten tan pronto. Pero así es el mundo.
Entonces el muchacho se acordó de que la conversación había empezado con el tesoro escondido.
-Los tesoros son levantados de la tierra por los torrentes de agua,
y enterrados también por ellos -prosiguió el viejo-. Si quieres saber sobre tu tesoro, tendrás que cederme la décima parte de tus ovejas.
-¿Y no sirve una décima parte del tesoro? El viejo se decepcionó.
-Si empiezas por prometer lo que aún no tienes, perderás tu voluntad para conseguirlo.
El muchacho le contó que había prometido una parte a la gitana.
-Los gitanos son muy listos -dijo el viejo con un suspiro-. De cualquier manera, es bueno que aprendas que todo en la vida tiene un precio. Y esto es lo que los Guerreros de la Luz intentan enseñar.

El viejo le devolvió el libro.
-Mañana, a esta misma hora, me traes aquí una décima parte de tus ovejas. Y yo te enseñaré cómo conseguir el tesoro escondido. Buenas tardes.
Y desapareció por una de las esquinas de la plaza.
El muchacho intentó leer el libro, pero ya no consiguió concen- trarse. Estaba agitado y tenso, porque sabía que el viejo decía la verdad. Se fue hasta el vendedor y le compró una bolsa de palomitas, mientras meditaba si debía o no contarle lo que le había dicho el viejo. «A veces es mejor dejar las cosas como están», pensó el chico, y no dijo nada. Si se lo contaba, el vendedor se pasaría tres días pensando en abandonar- lo todo, pero estaba muy acostumbrado a su carrito. Podía evitarle ese
sufrimiento.

Comenzó a caminar sin rumbo por la ciudad, y llegó hasta el puerto. Había un pequeño edificio, y en él una ventanilla donde la gente compraba pasajes. Egipto estaba en África.
-¿Quieres algo? -preguntó el hombre de la ventanilla.
-Quizá mañana -contestó el chico alejándose. Sólo con vender una oveja podría cruzar hasta el otro lado del estrecho. Era una idea que le espantaba.
 


-Otro soñador -dijo el hombre de la ventanilla a su ayudante, mientras el muchacho se alejaba-. No tiene dinero para viajar.
Cuando estaba en la ventanilla el muchacho se había acordado de sus ovejas, y sintió miedo de volver junto a ellas. Había pasado dos años aprendiéndolo todo sobre el arte del pastoreo: sabía esquilar, cuidar a las ovejas preñadas, protegerlas de los lobos. Conocía todos los campos y pastos de Andalucía. Conocía el precio justo de comprar
y vender cada uno de sus animales.
Decidió volver al establo de su amigo por el camino más largo. La ciudad también tenía un castillo, y decidió subir la rampa de piedra y sentarse en una de sus murallas. Desde allí arriba se podía ver África. Alguien le había explicado en cierta ocasión que por allí llegaron los moros que ocuparon durante tantos años casi toda España. Y el muchacho detestaba a los moros. Además, habían sido ellos los que trajeron a los gitanos.
Desde allí podía ver también casi toda la ciudad, inclusive la plaza donde había conversado con el viejo.
«Maldita sea la hora en que encontré a ese viejo», pensó. Había ido solamente a buscar a una mujer que interpretase sueños. Ni la mujer
ni el viejo concedían importancia al hecho de que él era un pastor.
Eran personas solitarias, que ya no confiaban en la vida, y no enten- dían que los pastores terminaran aficionándose a sus ovejas. Él conocía los detalles de cada una de ellas: sabía cuál cojeaba, cuál tendría cría dentro de dos meses, y cuáles eran las más perezosas. Sabía también cómo esquilarlas y cómo matarlas. Si se decidiera a partir, ellas sufrirían.
Comenzó a soplar el viento. Él conocía aquel viento: la gente lo llamaba Levante, porque con él llegaron también las hordas de infieles. Hasta que conoció Tarifa nunca había imaginado que África estuviera tan cerca. Eso suponía un gran peligro: los moros podían invadirnos nuevamente.
El Levante comenzó a soplar más fuerte. «Estoy entre las ovejas y el tesoro», pensaba el muchacho. Tenía que decidirse entre una cosa a la que se había acostumbrado y una cosa que le gustaría tener. Estaba también la hija del comerciante, pero ella no era tan importante como las ovejas, porque no dependía de él. Hasta era posible que ni se acordara de él. Tuvo la seguridad de que si no aparecía dentro de dos días, la chica ni siquiera lo notaría; para ella todos los días eran iguales
y cuando todos los días parecen iguales es porque las personas han dejado de percibir las cosas buenas que aparecen en sus vidas siempre que el sol cruza el cielo.
«Yo abandoné a mi padre, a mi madre y el castillo de mi ciudad. Ellos se acostumbraron y yo me acostumbré. Las ovejas también se acostumbrarán a mi ausencia», pensó el muchacho.
Desde allá arriba contempló la plaza. El vendedor de palomitas continuaba vendiendo sus papelinas. Una joven pareja se sentó en el banco donde él había estado conversando con el viejo y se dio un largo beso.
«El vendedor de palomitas», dijo para sí sin completar la frase. Porque el Levante había comenzado a soplar con más fuerza y él se quedó sintiendo el viento en el rostro. El viento traía a los moros, es verdad, pero también traía el olor del desierto y de las mujeres cubiertas con velo. Traía el sudor y los sueños de los hombres que un día habían partido en busca de lo desconocido, de oro, de aventuras...
y de pirámides. El muchacho comenzó a envidiar la libertad del viento, y percibió que podría ser como él. Nada se lo impedía, excepto
él mismo. Las ovejas, la hija del comerciante, los campos de Andalucía no eran más que los pasos de su Leyenda Personal.


A1 día siguiente, el muchacho se encontró con el viejo a mediodía.
Traía seis ovejas consigo.
-Estoy sorprendido -exclamó-. Mi amigo compró inmediatamente las ovejas. Dijo que toda su vida había soñado con ser pastor, y que aquello era una buena señal.
-Siempre es así -dijo el viejo-. Lo llamamos el Principio Favorable.
Si juegas a las cartas por primera vez, verás que casi con seguridad ganas. Es la suerte del principiante.
-¿Y por qué?
-Porque la vida quiere que vivas tu Leyenda Personal.
Después comenzó a examinar las seis ovejas y descubrió que una de ellas cojeaba. El muchacho le explicó que no tenía importancia porque era la más inteligente y producía bastante lana.
-¿Dónde está el tesoro? -preguntó.
-El tesoro está en Egipto, cerca de las Pirámides.
El muchacho se asustó. La vieja le había dicho lo mismo, pero no le había cobrado nada.
-Para llegar hasta él tendrás que seguir las señales. Dios escribió en
el mundo el camino que cada hombre debe seguir. Sólo hay que leer lo que Él escribió para ti.
Antes de que el muchacho dijera nada, una mariposa comenzó a revolotear entre él y el viejo. Se acordó de su abuelo: cuando era pequeño, su abuelo le había dicho que las mariposas son señal de buena suerte. Como los grillos, las mariquitas, las lagartijas y los tréboles de cuatro hojas.
-Eso es -dijo el viejo, que era capaz de leer sus pensamientos-. Exactamente como tu abuelo te enseñó. Éstas son las señales.
Después el viejo abrió el manto que le cubría el pecho. El mucha- cho se quedó impresionado con lo que vio, y recordó el brillo que había detectado el día anterior. El viejo llevaba un pectoral de oro macizo, cubierto de piedras preciosas.
 

Era realmente un rey. Debía de ir disfrazado así para huir de los asaltantes.
-Toma -dijo el viejo sacando una piedra blanca y una piedra negra que llevaba prendidas en el centro del pectoral de oro-. Se llaman Urim y Tumim. La negra quiere decir «sí» y la blanca quiere decir «no». Cuando tengas dificultad para percibir las señales, te serán de utilidad. Hazles siempre una pregunta objetiva, pero en general procura tomar tú las decisiones.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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