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EL CENTAURO

Recuentos para Demián

Jorge Bucay

 
 

EL CENTAURO

Estuve pensando toda la semana en el cuento del círculo del 99.

Alguna pieza se había acomodado, pero al hacerlo había dejado fuera de su lugar a unas cuantas otras.

Cuando llegué a sesión, todavía no sabía muy bien qué estaba pasando, así que decidí no hablar del tema.

Me fui por las ramas toda la sesión, hablamos sobre el tiempo, las vacaciones, los autos y las minas.

Cuando faltaba poco para terminar mi hora, le dije a Jorge que sentía que había desperdiciado mi sesión, que no le había sacado el jugo.

— Acuérdate, Demián, del hachero que no afilaba el hacha.

Quizás una sesión livianita y hasta frívola sea una manera de afilarse.

—Con ese criterio también podría no haber venido.

—Tú eres muy especial.

—Sí, claro, y tú también.

—¡Sí, pero tú más!

—Bueno, acepto. Volviendo al asunto de venir o no.

Cuando yo estudiaba medicina, tenía un profesor que dictaba obstetricia. Era muy agradable y siempre dedicaba una media hora después de la clase para contestar preguntas.

—Profesor, ¿cuál es el mejor método anticonceptivo? –preguntó un día, una de las estudiantes.

—Mire, señorita, el método anticonceptivo ideal debería ser económicamente accesible, de fácil aplicación y de absoluta seguridad... –empezó a contestar el profesor.

—Pero, ¿hay algún método infalible? –preguntó el rubio pintón de la tercera fila.

—Lo más seguro, accesible económicamente y sencillo de aplicar –contestó el profesor— es “El método del vaso de agua fría”.

—¿Cómo es? –preguntamos varios, incluida la dueña de la pregunta..—Cuando su pareja los reclama para intercambio sexual, ustedes deben tomar 2 o 3 vasos de agua bien fría, seguidos, bebidos de a sorbos pequeños.

—¿Antes o después del acto?

—Ni antes ni después –dijo el profe— “En vez de...”

Lo mejor para poder sacarle el jugo a terapia cuando estás en estos días “cruzados”, Demi, podría ser, por ejemplo, irte al cine que te gusta o encontrarte con un amigo, o dormir un par de horitas.

Como decía mi profe: Ni antes ni después, “En vez de...”

Aquello que te hace bien es terapéutico.

—Claro, pero para eso habría que tomar una decisión, yo creo que la dificultad empieza justamente cuando hay que elegir.

El gordo me miró con cara de asco y yo le adiviné su comentario.

—No, Jorge, no estoy diciendo que preferiría no poder elegir ni estoy renegando de la libertad que tengo...

—Lo que pasa es que no quieres lidiar con la indecisión.

—Claro que no. No quiero.

—Sin embargo, ya deberías saber que, a pesar de que los humanos somos una integridad, llevamos en nosotros diferentes partes... algunas más crecidas, algunas menos... algunas más esclarecidas, otras más oscuras... algunas con unas necesidades y otras con otras.

—Entonces no se puede decir nunca nada –protesté.

—Eso también es riesgoso... –dijo el gordo y se acomodó en un almohadón en el piso.

Yo agarré también un almohadón y me dispuse a escuchar otro cuento en ese día.

El gordo siguió.

—Cuando mi hija tenía cinco años, mi esposa y yo comprábamos asiduamente libros de cuentos que después

leíamos para ella y para su hermano antes de dormir. En uno de esos libros infantiles leímos juntos un cuento que se llamaba: El Centauro. Te voy a contar ese cuento porque hoy me parece que fue escrito para ti.

Había una vez un centauro, que, como todos los centauros, era mitad hombre y mitad caballo.

Una tarde, mientras paseaba por el prado sintió hambre.

—¿Qué comeré? –pensó— ¿Una hamburguesa o un fardo de alfalfa, un fardo de alfalfa o una hamburguesa?

...Y como no pudo decidirse, se quedó sin comer.

—¿Dónde dormiré? –pensó— ¿En el establo o en un hotel, en un hotel o en el establo?

...Y como no pudo decidirse, se quedó sin dormir.

Claro, sin comer y sin dormir el centauro se enfermó.

—¿A quién llamar? –pensó— ¿A un médico o a un veterinario, a un veterinario o a un médico?

...Enfermo y sin poder decidir a quién llamar, el centauro se murió.

La gente del pueblo se acercó al cadáver y sintió pena.

—Hay que enterrarlo –dijeron— ¿Pero dónde? ¿En el cementerio del pueblo o a campo traviesa, a campo traviesa o en el cementerio del pueblo?

...Y como no pudieron decidirse, llamaron a la autora del libro que, ya que no podía decidir por ellos, revivió al centauro.

Y colorín, colorado, este cuento nunca se supo que haya terminado.

 
 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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