Más aún, proclamó que todas las
propiedades de esas pequeñas partículas derivaban de ese movimiento
giratorio en forma de vórtice, en medio del éter.
Pero como había una convicción
generalizada de que la materia se componía de partículas tangibles
(comparaban la forma del átomo con la de una bola de billar), la
teoría de Lord Kelvin quedaba totalmente relegada al olvido.
La ciencia siguió avanzando. El átomo
fue dividido y se llegó a visualizar como un sistema planetario en
miniatura, donde el núcleo estaba formado por protones (carga
positiva) y neutrones (sin carga aparente), y alrededor de
ese núcleo giraban los electrones (de carga negativa).
Se demostró que el éter no existía como
tal y que lo que imperaba era un vacío casi absoluto. Albert
Einstein había escrito una fórmula: E = M x C2, donde E
es la energía, M es la materia y C2 es el cuadrado de la
velocidad de la luz.
Esa fórmula se llegó a demostrar
algunos años después con el estallido de la bomba atómica, donde una
fracción de materia se transformó en una inmensa cantidad de
energía, llegando a arrasar una ciudad entera.
Si Kelvin viviera hoy no hablaría de
átomos en forma de vórtice girando en medio del éter, sino que sería
más sutil. Se preguntaría: si puede existir una onda de energía...
¿por qué no un vórtice de energía? ¿Y cómo estaría conformado un
vórtice de energía? ¡Por una partícula elemental!
O sea:
Una partícula elemental es un vórtice de energía.
El propio Einstein una vez definió la
materia como una energía congelada. El vórtice nos da un panorama
mucho más claro: demuestra que la partícula elemental se mueve en
espiral y el movimiento es el fundamento mismo de la materia.
El gran logro de esta teoría es el
poder demostrar que la materia es una forma de energía.
¿Cómo puede ser —dirán algunos— si la
energía es inmaterial?
La respuesta es simple. De la misma
forma que el movimiento no puede existir si no se avanza en una
dirección determinada, la energía no existe si no es con una
forma definida.
No es que dicha energía forme un
vórtice o una onda: el vórtice es la energía en sí.
En el mundo que conocemos a simple
vista, el universo material que todos podemos observar, hay dos
formas básicas de energía: la electricidad y la luz
visible.
La
materia es el tercer tipo de energía.
La mayoría de los vórtices tienen forma
de cono, por ejemplo, los remolinos y los tornados, que giran como
si fueran un gigantesco trompo.
Pero en el mundo de las partículas
subatómicas, el vórtice forma una figura geométrica distinta: ni
como “anillos de humo” ni como trompos. En este caso, la partícula
elemental tiene la forma de un vórtice esférico. O sea: el
vórtice es un movimiento en espiral de tres dimensiones y así llega
a formar una bola giratoria de energía.
Para configurar ese
vórtice en nuestra imaginación, podemos representarlo mentalmente
como un pequeñísimo ovillo de lana, con una rotación continua.
El movimiento giratorio es lo que crea
la estabilidad de la partícula, al igual que el anillo de humo (que
no se desarma) y el trompo (que no se cae mientras gira).
No son ejemplos exactos, pero sirven
para dar una idea aproximada de lo que estamos hablando.
Ahora volvamos a lo que se dijo
precedentemente, donde se demostró que mediante una fisión nuclear
podía liberarse una gran cantidad de energía.
¿Cómo ilustramos el tema
con el ejemplo del ovillo de lana?
Es fácil. Si desenrollamos dicho ovillo
en una habitación cualquiera, tendría una longitud tal que no cabría
en ella, mientras que enrollado lo contendríamos dentro de una mano.
Si pudiéramos desenrollar así un
vórtice de energía, la cantidad liberada sería impresionantemente
grande.
Así como el ovillo de lana es una
figura muy compactada de ese material, una partícula elemental en
vórtice es una forma muy concentrada de energía.
Esta teoría también puede explicar la
carga eléctrica de la materia.
Por ejemplo, dijimos que el vórtice es
un movimiento en espiral de tres dimensiones, pero ese movimiento
giratorio tiene dos sentidos posibles: desde el centro de la espiral
hacia fuera o desde el borde hacia el punto central.
El vórtice centrípeto corresponde a una
carga positiva y el vórtice centrífugo a una carga negativa.
La teoría también aclara el concepto de
la masa: La masa es una medida de la cantidad de energía que
contiene una espiral.
La materia se ve así como
una ilusión de lo real.
Siempre acostumbramos a decir: “Tan
sólido como una montaña”, pero... ¿hasta qué punto la montaña es una
entidad sólida?
Si la materia es un conjunto de
partículas elementales y éstas, a su vez, son vórtices de energía,
nada de lo aprendido hasta el presente tiene vigencia.
Una partícula elemental de materia es
una bola giratoria de energía, un vórtice esférico en movimiento.
Pero hay distintas vibraciones en ese vórtice y cada vibración
representa una partícula distinta (un quark, un leptón,
etc.)
Si el movimiento ocurre a la velocidad de la luz, el vórtice deja
de ser una partícula elemental para transformarse en un fotón.
Según Einstein, ningún cuerpo puede
moverse a mayor velocidad que la de la luz. Pero... ¿esa regla es
también aplicable a la energía en sí?
Si el movimiento del vórtice llegara a
vencer esa barrera y superara la velocidad de la luz, daría origen a
un tipo de energía por completo distinto, a la que llamaríamos la
superenergía o supraenergía.
Obviamente, la energía y la
supraenergía serían distintas. La materia que formaría la energía se
diferenciaría en sustancia de la que formaría el vórtice
supraenergético.
La materia conocida se detecta en el
universo físico. La materia formada por la supraenergía estaría
contenida en un universo suprafísico. Habría suprapartículas
y suprafotones, y juntos darían cabida a una realidad suprafísica.
Nuestra materia no podría afectar a
ningún elemento de ese mundo, pues su sustancia sería completamente
distinta. Su vibración sería tan alta que ese suprauniverso no
podría captarse por nuestra realidad. Los elementos de ese mundo
serían absolutamente invisibles e intangibles para nosotros.
¿Cómo comprobar la existencia de tales
formas suprafísicas, si nuestros sentidos no las pueden captar?
Si la supraenergía no se encuentra en
nuestro espacio-tiempo, las formas suprafísicas están en un nivel
superior de vibración.
Así se explicarían muchos de los
fenómenos paranormales que tanto nos intrigan. Por ejemplo, la
transustanciación.
Todos hemos escuchado historias donde
había objetos que desaparecían y aparecían en forma misteriosa. La
ciencia tradicional nunca tuvo explicación para tales hechos.
Antes habíamos dicho que cada partícula
elemental era un vórtice de energía donde el movimiento en espiral
es inferior a la velocidad de la luz. Imaginemos que ese movimiento
en vórtice se acelera más y más.
Al sobrepasar el límite de la velocidad
de la luz, la energía se transformaría en forma instantánea en
supraenergía. La partícula elemental dejaría de interactuar con
la luz visible y la materia, y no se podría detectar por medios
normales. No se movería a ningún otro sitio, pero dejaría de ser
perceptible para nosotros.
Si en forma hipotética se pudiera
revertir el proceso, el vórtice deceleraría y la supraenergía se
revertiría a energía y podríamos detectar la partícula, que
reaparecería de inmediato.
Dicho proceso de ida y vuelta se
denomina transustanciación. Es el puente entre lo normal y lo
paranormal.
Si tuviéramos el poder para cruzar ese
puente podríamos desmaterializar o materializar todo
objeto que quisiéramos estudiar.
Según la religión judeocristiana, los
cielos podrían ser la denominación bíblica para los planos de
supraenergía, existentes más allá de la velocidad de la luz.
Falta aclarar qué papel tiene el
espacio casi vacío de materia en esta teoría.
El centro del vórtice energético sería
la materia y la energía de los bordes del vórtice, que no logramos
percibir en forma directa, sería el espacio.
El espacio se origina en las regiones
más tenues del vórtice y la materia está compuesta por las partes
más densas del mismo.