LA APERTURA AL CONOCIMIENTO
"Maldición", pensé. Me hallaba acostado sobre la roca, con la
superficie áspera del borde de la piedra en mi espalda; otra vez me
encontré en el río. Durante un rato largo contemplé el cielo gris,
que ahora amenazaba lluvia, mientras escuchaba el fluir del agua.
Me incorporé sobre un codo y miré en derredor; noté de inmediato que
mi cuerpo estaba pesado y cansado, como la última vez que había
abandonado la otra dimensión.
Con torpeza, me levanté con un ligero dolor punzante en el tobillo
y caminé renqueando hasta el bosque. Saqué mi mochila del escondite
y preparé un poco de comida moviéndome muy despacio, sin pensar.
Incluso mientras comía mi mente se mantenía asombrosamente en
blanco, como después de una meditación prolongada. Luego, muy
despacio, empecé a aumentar mi energía respirando hondo varias veces
y conteniendo el aire. De pronto volví a oír el sonido inarticulado.
Mientras escuchaba, vino a mi mente una imagen espontánea. Iba
caminando hacia el este en dirección al sonido, en busca de su
causa.
La idea me aterró y sentí el viejo impulso de huir. En forma
instantánea, el sonido inarticulado se desvaneció y oí el roce de
hojas a mi espalda. Me volví, sobresaltado, y vi a Maya.
—¿Siempre aparece en el momento preciso? —balbuceé.
—¡Aparecer! ¿Está loco? Lo he buscado por todas partes. ¿De dónde
viene?
—Estaba en el río.
—No; lo busqué ahí. —Me miró por un instante y luego observó mi pie.
—¿Qué tal su tobillo? Intenté sonreír.
—Está bien. Escuche, tengo que decirle algo.
—Yo también tengo que hablar con usted. Está sucediendo algo muy
extraño. Uno de los agentes del Servicio Forestal me vio caminando
hacia el pueblo anoche, y le hablé de su situación. En apariencia,
no quería que trascendiera e insistió en enviar una camioneta a
buscarlo esta mañana. Le indiqué su ubicación general y me hizo
prometerle que lo acompañaría hasta aquí esta mañana. Algo en la
manera en que hablaba me resultó tan extraño que decidí adelantarme
a él, pero es probable que llegue aquí en un momento.
—Entonces tenemos que irnos —dije, y me apresté a empacar.
—¡Espere un momento! Dígame qué pasa. —Su expresión era de pánico.
Me detuve y la miré.
—Alguien, no sé quién, está haciendo algún tipo de experimento o
algo por el estilo en el valle. Creo que mi amiga Charlene está
involucrada de alguna manera o puede hallarse en peligro. Alguien
del Servicio Forestal tiene que haberlo aprobado en secreto.
Me miró, tratando de asimilar lo que le había dicho. Recogí mi
mochila y la tomé de la mano.
—Camine conmigo un rato. Por favor. Necesito decirle algo más.
Asintió, levantó su mochila y, mientras caminábamos hada el este
siguiendo la orilla del río, le conté toda la historia, desde el
encuentro con David y Wil hasta ver la Revisión de Vida de
William y escuchar a Joel. Al llegar a la parte de su Visión del
Nacimiento caminé hasta una rocas y me senté. Ella se recostó
contra un árbol a mi derecha.
—Usted también está envuelta en
esto —le dije—. Es evidente que ya sabe que su vida tiene que ver
con la introducción de técnicas alternativas de cura, pero usted
pensaba hacer más. Se supone que forma parte del grupo que Williams
vio venir.
—¿Cómo sabe todo eso?
—Wil y yo vimos su Visión del Nacimiento. Sacudió la cabeza y cerró
los ojos.
—Maya, todos venimos con una visión de cómo puede ser nuestra vida,
qué queremos hacer. Las intuiciones que experimentamos, los sueños y
las coincidencias tienen por objeto mantenemos en el camino
correcto y recuperar nuestra memoria de cómo queríamos que se
desarrollara nuestra vida.
—¿Y qué otra cosa quería hacer yo?
—No lo sé con exactitud; no pude captarlo. Pero tenía que ver con
este Miedo colectivo que está surgiendo en la conciencia humana. El
experimento es una consecuencia de dicho Miedo... Maya, usted
pensaba usar lo que aprendió sobre la cura física para contribuir a
resolver lo que está pasando en este valle. ¡Debe recordarlo!
Se puso de pie y miró a lo lejos.
—Oh, no, ¡no puede endilgarme esa clase de responsabilidad! No
recuerdo nada de eso. Estoy haciendo exactamente lo que se supone
que debo hacer como médica. ¡Odio este tipo de intrigas! ¿Entiende?
¡Las odio! Por fin tengo la clínica instalada como quiero. Usted no
puede esperar que me involucre en todo esto. ¡Dio con la persona
equivocada!
La miré mientras trataba de pensar algo que decir. Durante el
silencio, volví a oír el sonido inarticulado.
—¿Oye ese sonido. Maya, la disonancia en el aire, un ruido
inarticulado? Es el experimento. Está ocurriendo justo ahora. ¡Trate
de oírlo!
Escuchó durante un instante y luego dijo:
—No oigo nada. Le tomé el brazo.
—¡Trate de elevar su energía! Se apartó.
—¡No oigo ningún sonido inarticulado! Respiré hondo.
—Está bien, lo lamento. No sé, tal vez esté equivocado. Tal vez no
tenga que suceder de esta forma. Me miró durante un instante.
—Conozco a alguien en el departamento de alguaciles. Trataré de
ponerme en contacto con él por usted. Es todo lo que puedo hacer.
—No sé si eso servirá de algo —objeté—. Según parece, no todos
pueden oír ese sonido.
—¿Quiere que lo llame?
—Sí, pero dígale que investigue en forma independiente. No sé si
puede confiar en todos los del Servicio Forestal. —Volví a recoger
mi mochila.
—Espero que entienda —dijo—. No puedo meterme en esto. Siento que
pasaría algo horrible.
—Pero eso se debe a lo que ocurrió cuando lo intentó antes, en el
siglo XVIII, aquí mismo, en el valle. ¿Se acuerda de algo?
Volvió a cerrar los ojos, negándose a escuchar. De pronto vi con
claridad una imagen en la que, vestido con calzones de ante, subía
una colina arrastrando un caballo de carga. Era la misma imagen que
había visto antes. ¡El hombre de la montaña era yo! Llegaba hasta la
cima de la colina y me detenía para mirar a mis espaldas. Desde allí
veía las cascadas y la garganta del otro lado. Estaba Maya, así como
el indio y el joven asistente del parlamento. Como antes, la batalla
apenas empezaba. Me invadía la angustia, tiraba del caballo y seguía
caminando, incapaz de ayudarlos o de evitar su destino.
Ahuyenté las imágenes.
—Está bien —dije, dándome por vencido—. Sé cómo se siente.
Maya se acercó.
—Aquí le traje más agua y más comida. ¿Qué tiene pensado hacer?
—Voy a dirigirme hacia el este... al menos por un rato. Sé que
Charlene iba en esa dirección. Me miró el pie.
—¿Está seguro de que su tobillo resistirá? Me acerqué y le dije:
—En realidad, no le di las gracias por lo que hizo. Mi tobillo
estará bien, creo, sólo un poco dolorido. Supongo que nunca sabré lo
mal que podría haber estado.
—Cuando sucede de este modo, nadie lo sabe nunca. Asentí, recogí mi
mochila y me encaminé hacia el este, volviéndome una vez para mirar
a Maya. Por un instante, me pareció que se sentía culpable, pero
luego una expresión de alivio invadió su cara.
Caminé a través de densos bosques hacia el sonido inarticulado, sin
perder de vista el río, a mi izquierda, y deteniéndome sólo para
descansar el pie. Alrededor de mediodía el sonido cesó, de modo que
paré para almorzar y evaluar la situación. Tenía el tobillo algo
inflamado; descansé durante una hora y media antes de reanudar mi
marcha. Tras recorrer apenas un kilómetro y medio más, me invadió el
agotamiento y volví a descansar. A media tarde estaba buscando un
lugar para acampar.
Había caminado a través de bosques tupidos que crecían a la orilla
del río, pero más adelante el paisaje se abría en una serie de
estribaciones suaves cubiertas por un bosque antiguo: árboles de
trescientos y cuatrocientos años. A través de un claro que se abría
entre las ramas, vi un gran cerro que se elevaba hacia el sudeste a
unos dos kilómetros.
Divisé una loma cubierta de pasto cerca de la cima de la primera
colina, que parecía un lugar ideal para pasar la noche. Al
acercarme, un movimiento en los árboles desvió mi atención. Me
deslicé detrás de una gran saliente y volví a mirar. ¿Qué era? ¿Un
ciervo? ¿Una persona? Esperé varios minutos, luego caminé con mucha
cautela hacia el norte. Mientras avanzaba, vi de pronto, a unos cien
metros al sur de la loma, a un hombre robusto al que había visto
antes, que parecía armar a su vez un campamento. Agazapado y con
movimientos diestros, levantó una pequeña carpa y la disimuló con
ramas. Por un momento pensé que podía ser David, pero me di cuenta
de que era demasiado alto. Luego lo perdí de vista.
Después de esperar varios
minutos, decidí avanzar hacia el norte hasta perderme de vista. No
llevaba ni cinco minutos caminando cuando el hombre de pronto se
apareció frente a mí.
—¿Quién es usted? —preguntó.
Le dije mi nombre y decidí mostrarme abierto.
—Estoy tratando de encontrar a una amiga.
—Es peligroso por acá —dijo—. Le aconsejaría que volviera. Todo esto
es propiedad privada.
—¿Por qué está usted acá? —inquirí.
Se quedó en silencio, mirándome.
De pronto recordé lo que me había dicho David.
—¿Usted es Curtis Webber? —pregunté. Me miró un rato largo y de
repente sonrió.
—¡Conoce a David Lone Eagle!
—Sólo hablé con él brevemente, pero me dijo que usted estaba aquí y
que le dijera que vendría al valle y que lo encontraría.
Curtis asintió y miró su campamento.
—Se hace tarde y debemos mantenemos fuera de la vista. Vayamos a mi
carpa. Puede pasar la noche allí.
Bajamos por una pendiente y después subimos hacia la densa capa de
árboles más grandes. Mientras clavaba mi carpa, encendió su
calentador para hacer café y abrió una lata de atún. Yo aporté un
paquete de pan que me había dado Maya.
. —Dijo que está buscando a alguien —comentó Curtís—. ¿A quién?
En pocas palabras le conté de la desaparición de Charlene y que
David la había visto caminando por el valle; también que creía que
había caminado en esa dirección. No le conté lo ocurrido en la otra
dimensión pero sí le dije que había oído el sonido inarticulado y
que había visto los vehículos.
—El sonido inarticulado proviene de un aparato generador de energía
—explicó—; alguien está experimentando aquí con él por alguna
razón. Hasta ahí puedo confirmarlo. Pero no sé si lo lleva a cabo
algún organismo secreto del gobierno o algún grupo privado. La
mayoría de los agentes del Servicio Forestal parecen ignorar lo que
pasa; pero no sé nada de los administradores.
—¿Fue a los medios —pregunté— o a las autoridades locales para
hablarles de esto?
—Todavía no. El hecho de que no todos oigan el sonido inarticulado
es un problema.
—Sí, ya lo sé. Miró hacia el valle.
—Si supiera dónde están... Contando la tierra privada y el Bosque
Nacional, hay decenas de miles de hectáreas en las que podrían
hallarse. Creo que quieren realizar el experimento e irse antes de
que alguien sepa qué pasó. Eso, si consiguen evitar una tragedia.
—¿A qué se refiere?
—Podrían arruinar por completo este lugar, convertirlo en una zona
sombría, otro triángulo de las Bermudas donde las leyes de la física
actúan en un flujo impredecible. —Me miró fijo. —Las cosas que saben
hacer son increíbles. La mayoría de la gente no tiene idea de la
complejidad de los fenómenos electromagnéticos. En las teorías de
cadenas numéricas más recientes, por ejemplo, debemos suponer que
esta radiación emana a través de nueve dimensiones para hacer que la
matemática funcione. Este dispositivo tiene la capacidad de
desorganizar esas dimensiones. Podría provocar terremotos masivos o
incluso una desintegración física completa de ciertas zonas.
—¿Cómo sabe todo eso? —pregunté. Bajó la cabeza.
—Porque en la década de los 80 contribuí a desarrollar parte de esa
tecnología. Trabajaba para una empresa multinacional que creí que se
llamaba DelTech, aunque más tarde, cuando me despidieron, descubrí
que era un nombre totalmente ficticio. Sin duda oyó hablar de Alvin
Tesla. Bueno, nosotros ampliamos muchas de sus teorías y vinculamos
algunos de sus descubrimientos con otras tecnologías que aportaba la
empresa. Lo gracioso es que esta tecnología se compone de varias
partes distintas, pero básicamente funciona de esta forma. Imagínese
que el campo electromagnético de la Tierra es una batería gigante
que puede suministrar abundante energía eléctrica si logra
conectarse con ella en forma correcta. Para eso, toma un inhibidor
electrónico de retroalimentación muy complicado, que en esencia
aumenta desde el punto de vista matemático ciertas resonancias
estáticas de salida. Entonces conecta varias de ellas en series,
amplificando y generando la carga, y cuando logra las calibraciones
exactas, muy pronto obtiene energía libre directamente del espacio
inmediato. Necesita una pequeña cantidad de energía para empezar,
tal vez una sola célula fotográfica o una batería, pero después se
autoperpetúa. Un aparato del tamaño de una bomba de calor podría dar
energía a varias casas, incluso a una fábrica pequeña.
"Sin embargo, existen dos problemas. Primero, calibrar estos
minigeneradores es increíblemente complicado. Nosotros teníamos
acceso a algunas de las computadoras más grandes que existían, y no
pudimos hacerlo. Segundo, descubrimos que cuando tratábamos de
aumentar la salida total por encima de este tamaño relativamente
pequeño incrementando el desplazamiento de la masa, el espacio que
rodeaba al generador se volvía muy inestable y empezaba a alabearse.
Entonces no lo sabíamos, pero estábamos tomando la energía de otra
dimensión y empezaron a pasar cosas extrañas. Una vez hicimos
desaparecer todo el generador, como había ocurrido en el Experimento
Filadelfia.
—¿Cree que en 1942 realmente hicieron desaparecer un barco para
hacerlo aparecer otra vez en otro lugar?
—¡Por supuesto que sí! Hay mucha tecnología compleja dando vueltas,
y son astutos. En nuestro caso, pudieron eliminar nuestro equipo en
menos de un mes y despedimos a todos sin alterar la seguridad porque
cada equipo trabajaba en una parte aislada de la tecnología. En ese
momento no me inquietaba demasiado. En general aceptaba la idea de
que los obstáculos eran demasiado grandes para seguir adelante, de
modo que empezaba algo que era una investigación sin salida...
aunque supe que varios de los ex empleados fueron contratados por
otra empresa.
Por un instante se quedó pensativo; luego continuó:
—Yo sabía, de todos modos, que quería hacer otra cosa. Ahora soy
consultor y trabajo con pequeñas empresas de tecnología, brindando
asesoramiento para mejorar su eficiencia en la investigación y el
uso de los recursos y manejo de los desechos, ese tipo de cosa. Y
cuanto más trabajo con ellas, más me convenzo de que las
Revelaciones están teniendo efecto en la economía. Está cambiando la
forma de hacer negocios. Sin embargo, pensé que trabajaríamos con
fuentes de energía tradicionales durante largo tiempo. No creí en
los experimentos energéticos durante años, hasta que me trasladé a
esta zona. Se imaginará el impacto que significó para mí entrar en
este valle y oír el mismo sonido, ese ruido inarticulado
característico, que oía todos los días durante años cuando trabajaba
en el proyecto.
"Alguien continuó la investigación y, a juzgar por las resonancias,
están mucho más avanzados que nosotros. Luego, traté de ponerme en
contacto con dos personas que pudieran verificar el sonido y en todo
caso ir conmigo a la División de Protección Ambiental o a alguna
comisión parlamentaria, pero descubrí que uno había muerto hacía
diez años y que el otro, mi mejor amigo cuando estaba en la empresa,
también murió, tuvo un ataque al corazón, justo hace unos días. Su
voz se apagó.
—Desde entonces —continuó—, estoy aquí escuchando, tratando de
averiguar por qué están en este valle. En general, se supone que
este tipo de experimento se desarrolla en algún laboratorio. Quiero
decir, ¿por qué no? Su fuente de energía es el espacio mismo, y está
en todas partes. Pero entonces empecé a comprender. Sin duda piensan
que están a punto de perfeccionar las calibraciones, lo cual
significa que trabajan en el problema de la amplificación. Creo que
tratan de conectarse con los vórtices de energía de este valle en
un intento por estabilizar el proceso.
Una ola de rabia le atravesó la cara.
—Lo cual es una locura y por entero innecesario. Si en realidad
pueden encontrar las calibraciones, no hay razón para no utilizar la
tecnología en unidades pequeñas. De hecho, es la forma perfecta de
usarla. Lo que intentan ahora es insensato. Sé bastante como para
ver los peligros. Le digo que podrían arruinar por completo este
valle, o peor aún. Si enfocan esto hacia los caminos
interdimensionales, quién sabe qué podría ocurrir.
De pronto se interrumpió.
—Usted sabe a qué me refiero. ¿Oyó hablar de las Revelaciones?
Por un momento guardé silencio. Luego dije:
—Curtis, debo contarle lo que experimenté en este valle. Es posible
que le parezca increíble.
Asintió y luego escuchó con paciencia la descripción de mi encuentro
con Wil y las partes de exploración de la otra dimensión. Cuando
llegué a la Revisión de Vida, pregunté:
—¿Ese amigo suyo que murió hace poco se llamaba Williams?
—Eso es. El doctor Williams. ¿Cómo lo sabía?
—Lo vimos llegar a la otra dimensión después de su muerte. Lo
observamos mientras experimentaba una Revisión de Vida.
Se quedó impresionado.
—Me cuesta creerlo. Conozco las Revelaciones, al menos de modo
intelectual, y creo en la existencia probable de otras dimensiones,
pero, como científico, lo que dice la Novena Revelación es mucho más
difícil de tomar en forma literal, la idea de poder comunicarse con
la gente después de la muerte... ¿Está diciendo que el doctor
Williams todavía está vivo en el sentido de que su personalidad
sigue intacta?
—Sí, y estaba pensando en usted.
Me miró con intensidad mientras yo seguía hablándole de la toma de
conciencia de Williams, de que Curtís y él supuestamente habían
tomado parte en la resolución del Miedo... y la interrupción del
experimento.
—No entiendo —dijo—. ¿A qué se refería al hablar de un Miedo
creciente?
—No lo sé con exactitud. Tiene que ver con cierto porcentaje de la
población que se niega a creer que está surgiendo una nueva
conciencia espiritual. Creen, en cambio, que la civilización humana
está degenerando.
Esto va creando una polarización de opiniones y creencias. La
cultura humana no puede seguir evolucionando hasta que termine la
polarización. Yo esperaba que usted recordara algo al respecto.
Me dirigió una mirada inexpresiva.
—No sé nada de una polarización, pero voy a detener este
experimento. —Su cara volvió a adoptar una expresión de enojo y
miró para otro lado.
—Williams parecía entender el proceso para detenerlo —señalé.
—Bueno, nunca lo sabremos, ¿no?
Mientras decía esto vi pasar rápidamente la imagen de Curtis y
Williams hablando en la colina cubierta de pasto y rodeada de varios
árboles grandes.
Curtis sirvió la comida, todavía con aire contrariado, y terminamos
de comer en silencio. Más tarde, mientras me hallaba recostado
contra un pequeño nogal, miré en dirección a la colina con la loma
cubierta de pasto. Cuatro o cinco robles enormes formaban un
semicírculo casi perfecto en la cima.
—¿Por qué no acampó en la colína? —le pregunté a Curtis, señalando
en esa dirección.
—No sé —respondió—. Lo pensé, pero supongo que me pareció que estaba
muy expuesta o que tal vez era demasiado imponente. Se llama loma de
Codder. ¿Quiere caminar hasta ahí?
Asentí y me levanté. Una luz grisácea bajaba sobre el bosque.
Hablando de la belleza de los árboles y los arbustos mientras
caminábamos, Curtis inició el camino de ascenso por la pendiente.
Desde la cima, y a pesar de que la luz bajaba, veíamos hasta casi
cuatrocientos metros al norte y al este. En esta última dirección se
alzaba una luna casi llena por encima de la hilera de árboles.
—Mejor sentémonos —aconsejó Curtis—. No queremos que nos vean.
Durante un rato largo permanecimos sentados en silencio, admirando
el panorama y sintiendo la energía. Curtis sacó una linterna del
bolsillo y la puso en el suelo a su lado. Yo estaba deslumhrado por
los colores del follaje de otoño.
En ese momento Curtis alzó los ojos y me preguntó:
—¿Huele algo? ¿Humo?
Enseguida miré hacia los bosques con la sospecha de que podía
tratarse de un incendio forestal y olfateé el
aire.
—No, no creo. —Algo en el comportamiento de Curtis había alterado el
clima, introduciendo un sentimiento de tristeza y nostalgia. —¿A qué
clase de humo se refiere?
—Humo de cigarro.
Bajo la luz de la luna, pude ver que sonreía para sí mismo, pensando
en algo. De pronto, yo también empecé a oler el humo.
—¿Qué es eso? —pregunté, y volví a mirar en derredor.
—El doctor Williams fumaba cigarros que justo tenían ese aroma. No
puedo creer que se haya ido.
Mientras hablábamos, el olor persistía; descarté la experiencia de
plano, contentándome con mirar los pastos y los grandes robles que
había junto a nosotros. De repente, en ese momento me di cuenta de
que era el lugar exacto en que Williams se veía encontrándose con
Curtis. ¡Debía de tener lugar justo allí!
Segundos más tarde observé cómo se formaba una figura por detrás de
los árboles.
—¿Ve algo por ahí? —le pregunté con tranquilidad a Curtis al tiempo
que señalaba en esa dirección.
Apenas terminé de hablar, la forma desapareció.
Curtis se esforzaba por ver.
—¿Qué? No veo nada.
No respondí. De alguna manera,
había empezado a recibir conocimiento en forma intuitiva,
exactamente como lo había recibido de los grupos de almas, sólo que
la conexión era más distante y borrosa. Presentía algo respecto del
experimento energético, una confirmación de las sospechas de Curtis;
los experimentadores trataban de concentrarse en los vórtices
dimensionales.
—Acabo de recordar —dijo Curtis de golpe—. Uno de los aparatos en
los que trabajaba el doctor Williams hace años era un foco remoto,
un sistema de proyección de antena. Apuesto a que eso es lo que
están usando para enfocar las aperturas. Pero, ¿cómo saben dónde
están los vórtices?
De inmediato percibí una respuesta. Alguien de una conciencia
superior se los señalaba hasta que veían las variaciones espaciales
a medida que aparecían en la computadora de foco remoto. Yo no sabía
qué significaba.
—Hay una sola manera —dijo Curtis—. Deben encontrar a alguien que
se lo señale, alguien que pueda sentir estos lugares de energía
superior. Luego pueden diagramar un perfil de energía del lugar y
enfocarlo con precisión escaneándolo con una antena de foco. Es
probable que el individuo ni siquiera sepa lo que está haciendo.
—Sacudió la cabeza. —Esta gente es perversa. No hay ninguna duda al
respecto. ¿Cómo podrían hacer esto?
A guisa de respuesta, sentí otro conocimiento que era demasiado vago
para comprenderlo del todo, pero parecía sostener que existía, de
hecho, una razón. Sin embargo, primero debíamos entender el Miedo y
cómo vencerlo.
Cuando miré a Curtis, parecía sumergido en una profunda reflexión.
Por fin me miró y dijo:
—Ojalá supiera por qué aparece ahora este Miedo.
—Durante una transición en la cultura —dije—, las viejas certezas y
opiniones empiezan a quebrarse y evolucionan hasta convertirse en
nuevas tradiciones, lo cual genera ansiedad a corto plazo. A la vez,
esas mismas personas despiertan y mantienen una conexión interna de
amor que las sostiene y les permite evolucionar más rápido; otras,
en cambio, sienten que todo cambia demasiado rápido y que pierden su
rumbo. Se vuelven más temerosas y más controladoras para tratar de
aumentar su energía. Esta polarización del miedo puede ser muy
peligrosa, ya que los individuos temerosos pueden adoptar medidas
extremas.
Mientras decía esto, sentía que ampliaba lo que le había oído decir
antes a Wil y a Williams, pero también tenía la nítida sensación de
que era algo por entero nuevo, aunque no me había dado cuenta de
que lo sabía hasta ese preciso instante.
—Lo entiendo —dijo Curtis con seguridad—. Por eso están tan deseosos
de echar a perder este valle. Piensan que la civilización va a
desaparecer en el futuro y no van a hallarse a salvo a menos que
adquieran un mayor control. Bueno, no permitiré que ocurra. Haré
volar todo por los aires.
Lo miré fijo.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Simplemente eso. Yo era experto en demoliciones. Sé cómo hacerlo.
Debo de haber mostrado alarma, porque dijo:
—No se preocupe, ya pensaré la manera de lograrlo sin lastimar a
nadie. No querría tener eso sobre la conciencia.
Me invadió una ola de conocimiento.
—Cualquier tipo de violencia lo único que hace es empeorar las
cosas, ¿no se da cuenta? —dije.
—¿Qué otra forma hay?
Por el rabillo del ojo volví a ver la forma durante un segundo;
luego desapareció.
—No lo sé exactamente —dije—. Pero si los combatimos con ira y
odio, sólo ven a un enemigo. Eso los afianza más. Se vuelven más
temerosos. En cierto sentido, se supone que este grupo del que
hablaba Williams va a hacer otra cosa. Debemos recordar en su
totalidad nuestras Visiones del Nacimiento... y luego podemos
recordar algo más, una Visión del Mundo.
Conocía la expresión, pero no recordaba dónde la había oído.
—Una Visión del Mundo... —Curtis volvió a hundirse en sus
pensamientos. —Creo que David Lone Eagle la mencionó.
—Sí —dije—. Así es.
—¿Qué cree que es una Visión del Mundo? Estaba por responder que no
sabía, cuando se me ocurrió una idea.
—Es una comprensión... no, un recuerdo, de la manera en que
cumpliremos con el objetivo humano, que genera otro nivel de amor,
una energía capaz de llenar el vacío de la polarización y poner fin
a este experimento.
—No veo de qué manera puede resultar posible —objetó Curtis.
—Involucra la energía que los rodea —dije, con la sensación de que
de veras lo sabía—. Se conmoverían y se apartarían de su
preocupación. Decidirían detenerse.
Durante unos minutos permanecimos en silencio. Luego Curtis dijo:
—Tal vez, pero ¿cómo generamos esa energía? En mi mente no surgió
nada.
—Ojalá supiera hasta qué punto están dispuestos a llegar con este
experimento —agregó.
—¿Qué es lo que causa el sonido inarticulado? —pregunté.
—El sonido inarticulado es una disonancia de enlace entre pequeños
generadores. Significa que todavía están tratando de calibrar el
aparato. Cuanto más chirriante e inarmónico es, más desfasado está.
Pensó un instante más.
—Me pregunto qué vórtice de energía van a enfocar. De pronto sentí
un nerviosismo especial, no en mi interior, sino afuera; como si me
hallara junto a alguien angustiado. Miré a Curtis, que parecía
bastante tranquilo. Más allá de los árboles volví a ver los vagos
contomos de una forma. Se movía como si estuviera agitada o
asustada.
—Creería —dijo Curtis con aire ausente— que si estuviéramos cerca
del lugar que es el objetivo, oiríamos el sonido inarticulado y
luego sentiríamos una especie de electricidad estática en el aire.
Nos miramos y en silencio pude oír un ruido débil, apenas una
vibración.
—¿Oye eso? —preguntó Curtis, ahora alarmado. Al mirarlo sentí que
los pelos de la parte posterior del cuello y los brazos se me
erizaban.
—¿Qué es?
Por un momento. Curtis observó
sus propios brazos; después me miró horrorizado.
—¡Tenemos que salir de acá! —gritó al tiempo que tomaba su linterna
y se ponía de pie de un salto sacándome casi a la rastra de la cima
de la pendiente.
De pronto descendió otra vez el mismo zumbido estruendoso que había
oído con Wil; en esta ocasión trajo consigo una onda de impacto que
nos derribó a los dos. Al mismo tiempo, la tierra se sacudió con
violencia y a unos seis metros se abrió una fisura enorme que generó
una explosión de polvo y escombros.
Detrás de nosotros, uno de los robles altos, debilitado por el
movimiento de la tierra, se inclinó y cayó al suelo con un estruendo
asombroso que se sumó al ruido. A los pocos segundos, otra fisura
más grande se abrió junto a nosotros y el suelo se estremeció.
Incapaz de sostenerse, Curtis se deslizó hada el abismo que se
ensanchaba. Me aferré a un arbusto pequeño y logré tomar la mano de
Curtis. Por un instante quedamos asidos con fuerza; luego nuestro
apretón se aflojó y vi, impotente, cómo se deslizó por el borde. La
fisura se movió y se agrandó, despidió otro penacho de polvo y roca,
volvió a sacudirse y luego se aquietó. Debajo de un árbol caído se
quebró con ruido una rama y luego la noche quedó otra vez en
silencio.
Al despejarse el polvo, solté el arbusto y me arrastré hada el borde
del enorme agujero. Cuando pude ver, me di cuenta de que Curtis
estaba tendido en el borde pese a que yo tenía la certeza de que lo
había visto caer allí. Rodó hacia donde me encontraba yo y se
incorporó de un salto. —¡Vámonos! —gritó—. ¡Puede volver a empezar!
Sin decir una palabra, corrimos pendiente abajo hacia el campamento.
Curtis adelante y yo renqueando atrás. Cuando Curtis llegó al lugar,
tomó las dos carpas, las arrancó del suelo con las estacas
balanceándose y las metió en las mochilas. Yo levanté el resto de
las cosas y seguimos hada el sudoeste hasta que el suelo se aplanó
con una maleza densa. Al cabo de otro kilómetro, el agotamiento y mi
tobillo debilitado me obligaron a detenerme. Curtis vigilaba el
terreno.
—Tal vez estemos seguros acá —dijo—, pero adentrémonos más en la
espesura, hacia la derecha.
Lo seguí unos quince metros
entre los densos bosques.
—Acá está bien —comentó—. Levantemos las carpas. En unos minutos las
dos carpas estaban armadas y cubiertas con ramas; nos mirábamos sin
aliento, sentados sobre el ala de entrada de su carpa.
—¿Qué cree que pasó? —pregunté. Mientras revisaba su mochila para
sacar el agua, la cara de Curtis lucía demacrada.
—Están haciendo exactamente lo que pensábamos —dijo—. Tratan de
enfocar el generador en un espacio remoto. —Tomó un largo sorbo de
su cantimplora, —Van a arrumar el valle; hay que detener a esa
gente.
—¿Y el humo que olfateamos?
—No sé qué pensar —dijo Curtis—. Era como si el doctor Williams
estuviera ahí. Casi podía oír su acento, el tono de su voz, lo que
podría haber dicho en esa situación.
Lo miré fijo.
—Yo creo que él estaba ahí. Curtis me pasó la cantimplora.
—¿Cómo es posible?
—No lo sé —repuse—. Pero creo que vino a transmitir un mensaje, un
mensaje para usted. Cuando lo vimos en su Revisión de Vida, sufría
porque no había podido despertar, recordar por qué había nacido.
Estaba convencido de que usted y él debían formar parte de ese grupo
que le mencioné. ¿No recuerda nada al respecto? Creo que quería que
usted supiera que la violencia no va a detener a esta gente. Tenemos
que hacerlo de otra forma, con esta Visión Global de la que habló
David. Me dirigió una mirada inexpresiva.
—¿Y lo que pasó cuando empezó el movimiento de la tierra y se abrió
la fisura? —pregunté—. Sé que lo vi caer adentro, y sin embargo,
cuando llegué, usted estaba echado allí.
Me miró totalmente perplejo.
—En realidad no estoy seguro. No pude sostenerme y me deslizaba
hacia el pozo. Mientras caía, me invadió una sensación de serenidad
increíble y el golpe se amortiguó como si cayera en un colchón
mullido. Lo único que veía a mi alrededor era una mancha blanca. Lo
que recuerdo después de eso es que me hallaba otra vez acostado al
lado de la fisura y usted estaba ahí. ¿Cree que el doctor Williams
pudo hacer algo así?
—No lo creo —dije—. Ayer tuve una experiencia similar. Estuve a
punto de ser aplastado por unas piedras y vi la misma forma blanca.
Está ocurriendo alguna otra cosa.
Curtis me miró un instante y después agregó algo, pero no respondí.
Estaba durmiéndome.
—Durmamos —propuso.
Cuando salí de mi carpa. Curtis ya se había levantado. La mañana era
clara pero una niebla baja cubría el suelo del bosque. Enseguida me
di cuenta de que estaba enojado.
—No puedo dejar de pensar en lo que están haciendo
—dijo—. Y no van a darse por vencidos. —Tomó aliento.
—A esta altura, ya saben qué desastre hicieron en la colina. Pasarán
un tiempo recalibrando, pero no mucho, y después harán otro intento.
Puedo detenerlos, pero debemos averiguar dónde se encuentran.
—Curtis, la violencia no hace más que empeorar las cosas. ¿No
entendió la información del doctor Williams? Debemos descubrir cómo
usar la Visión.
—¡No! —gritó de pronto con profunda emoción—. ¡Ya lo intenté antes!
Lo miré.
—¿Cuando?
La emoción abrió paso a la confusión.
—No lo sé.
—Bueno —subrayé—. Yo creo que sí. Hizo un gesto vago con la mano.
—No quiero oírlo. Esto es una locura. Todo lo que está pasando es
culpa mía. Si no hubiera trabajado en esta tecnología tal vez no
estarían haciendo esto. Lo manejaré a mi manera. —Se alejó y empezó
a empacar.
Vacilé un instante y luego me puse a levantar yo también mi carpa,
tratando de pensar. Después de un momento dije:
—Ya pedí ayuda. Una mujer que conocí. Maya, considera que puede
convencer al departamento de alguaciles de que investigue. Quiero
que me prometa que me dará un poco de tiempo.
Estaba arrodillado junto a su mochila, revisando un bolsillo lateral
abultado.
—No puedo hacerlo. Es posible que tenga que actuar cuando pueda.
—¿Lleva explosivos en su mochila? Se acercó a mí.
—Ya le dije antes que no voy a lastimar a nadie.
—Quiero un poco de tiempo —repetí—. Si logro encontrar otra vez a
Wil, creo que conseguiré descifrar esa Visión del Mundo.
—Está bien —accedió—. Le daré todo lo que pueda, pero si empiezan a
experimentar de nuevo, y yo considero que me quedé sin tiempo,
tendré que hacer algo.
Mientras hablaba, vi otra vez la
cara de Wil con el ojo de mi mente, rodeada por un color esmeralda
intenso.
—¿Hay algún otro lugar de energía alta cerca de acá? —pregunté.
Señaló hacia el sur.
—Por allá, subiendo el cerro grande, hay una saliente rocosa de la
que he oído hablar. Pero es tierra privada que se vendió hace poco.
No sé quién es el dueño ahora.
—Iré hasta ahí. Si encuentro el lugar indicado, tal vez vuelva a
localizar a Wil.
Curtis terminó de empacar, me ayudó a recoger mis cosas y a
diseminar hojas y ramas donde habían estado las carpas. Hacia el
noroeste, oímos el ruido débil de unos vehículos.
—Yo voy para el este —dijo.
Asentí mientras él se alejaba; luego cargué la mochila en mis
hombros y empecé a caminar por la pendiente rocosa hacia el sur.
Atravesé varias colinas pequeñas y llegué al declive empinado del
cerro principal. Más o menos cuando había llegado a la mitad,
comencé a buscar una saliente entre el bosque denso, pero no había
indicios de una abertura.
Después de ascender varios cientos de metros más, me detuve. Ninguna
saliente a la vista, ni tampoco en la cima del cerro. No sabía por
qué camino seguir; pensé que era mejor que me sentara y tratara de
aumentar mi energía. A los pocos minutos me sentía mejor y estaba
escuchando los sonidos de los pájaros y las ranas de los árboles
entre las densas ramas que se elevaban sobre mi cabeza, cuando una
gran águila dorada abandonó su nido y sobrevoló la cima del cerro
hacia el este.
Sabía que la presencia del pájaro tenía un sentido, de modo que,
igual que antes con el halcón, decidí seguirlo. Poco a poco, la
pendiente fue volviéndose más rocosa. Crucé un pequeño manantial que
brotaba de las rocas; llené mi cantimplora y me lavé la cara. Por
fin, un kilómetro más adelante, me abrí paso entre una arboleda de
abetos y allí, ante mí, se hallaba la majestuosa saliente. Casi un
cuarto de hectárea de la pendiente estaba cubierta por enormes
terrazas de una piedra caliza gruesa, y en el borde más alejado,
una plataforma de unos seis metros de ancho sobresalía por lo menos
doce metros del cerro, desplegando una maravillosa vista del valle
de abajo. Por un momento detecté un brillo color esmeralda oscuro
alrededor de la plataforma inferior.
En el borde de la roca crecía una maleza densa, de modo que me quité
la mochila, la empujé fuera de la vista debajo de una pila de hojas
y fui a sentarme al borde. Al concentrarme, la imagen de Wil surgió
enseguida en mi mente. Respiré hondo una vez más y empecé a moverme.
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