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LA DÉCIMA REVELACIÓN

EN BUSCA DE LA LUZ INTERIOR

LA APERTURA AL CONOCIMIENTO

James Redfield

 

LA APERTURA AL CONOCIMIENTO

"Maldición", pensé. Me hallaba acostado sobre la roca, con la superficie áspera del borde de la piedra en mi espalda; otra vez me encontré en el río. Durante un rato largo contemplé el cielo gris, que ahora amenazaba llu­via, mientras escuchaba el fluir del agua. Me incorporé sobre un codo y miré en derredor; noté de inmediato que mi cuerpo estaba pesado y cansado, como la última vez que había abandonado la otra dimensión.

Con torpeza, me levanté con un ligero dolor pun­zante en el tobillo y caminé renqueando hasta el bosque. Saqué mi mochila del escondite y preparé un poco de comida moviéndome muy despacio, sin pensar. Incluso mientras comía mi mente se mantenía asombrosamente en blanco, como después de una meditación prolongada. Luego, muy despacio, empecé a aumentar mi energía respirando hondo varias veces y conteniendo el aire. De pronto volví a oír el sonido inarticulado. Mientras escu­chaba, vino a mi mente una imagen espontánea. Iba caminando hacia el este en dirección al sonido, en busca de su causa.

La idea me aterró y sentí el viejo impulso de huir. En forma instantánea, el sonido inarticulado se desvaneció y oí el roce de hojas a mi espalda. Me volví, sobresaltado, y vi a Maya.

—¿Siempre aparece en el momento preciso? —balbuceé.

—¡Aparecer! ¿Está loco? Lo he buscado por todas partes. ¿De dónde viene?

—Estaba en el río.

—No; lo busqué ahí. —Me miró por un instante y luego observó mi pie. —¿Qué tal su tobillo? Intenté sonreír.

—Está bien. Escuche, tengo que decirle algo.

—Yo también tengo que hablar con usted. Está sucediendo algo muy extraño. Uno de los agentes del Servicio Forestal me vio caminando hacia el pueblo anoche, y le hablé de su situación. En apariencia, no que­ría que trascendiera e insistió en enviar una camioneta a buscarlo esta mañana. Le indiqué su ubicación general y me hizo prometerle que lo acompañaría hasta aquí esta mañana. Algo en la manera en que hablaba me resultó tan extraño que decidí adelantarme a él, pero es probable que llegue aquí en un momento.

—Entonces tenemos que irnos —dije, y me apresté a empacar.

—¡Espere un momento! Dígame qué pasa. —Su expresión era de pánico. Me detuve y la miré.

—Alguien, no sé quién, está haciendo algún tipo de experimento o algo por el estilo en el valle. Creo que mi amiga Charlene está involucrada de alguna manera o puede hallarse en peligro. Alguien del Servicio Forestal tiene que haberlo aprobado en secreto.

Me miró, tratando de asimilar lo que le había dicho. Recogí mi mochila y la tomé de la mano.

—Camine conmigo un rato. Por favor. Necesito decirle algo más.

Asintió, levantó su mochila y, mientras caminábamos hada el este siguiendo la orilla del río, le conté toda la historia, desde el encuentro con David y Wil hasta ver la Revisión de Vida de William y escuchar a Joel. Al llegar a la parte de su Visión del Nacimiento caminé hasta una ro­cas y me senté. Ella se recostó contra un árbol a mi derecha.

—Usted también está envuelta en esto —le dije—. Es evidente que ya sabe que su vida tiene que ver con la introducción de técnicas alternativas de cura, pero usted pensaba hacer más. Se supone que forma parte del grupo que Williams vio venir.

—¿Cómo sabe todo eso?

—Wil y yo vimos su Visión del Nacimiento. Sacudió la cabeza y cerró los ojos.

—Maya, todos venimos con una visión de cómo puede ser nuestra vida, qué queremos hacer. Las intuiciones que experimentamos, los sueños y las coin­cidencias tienen por objeto mantenemos en el camino correcto y recuperar nuestra memoria de cómo queríamos que se desarrollara nuestra vida.

—¿Y qué otra cosa quería hacer yo?

—No lo sé con exactitud; no pude captarlo. Pero tenía que ver con este Miedo colectivo que está surgiendo en la conciencia humana. El experimento es una consecuencia de dicho Miedo... Maya, usted pensaba usar lo que aprendió sobre la cura física para contribuir a resolver lo que está pasando en este valle. ¡Debe recordarlo!

Se puso de pie y miró a lo lejos.

—Oh, no, ¡no puede endilgarme esa clase de res­ponsabilidad! No recuerdo nada de eso. Estoy haciendo exactamente lo que se supone que debo hacer como médica. ¡Odio este tipo de intrigas! ¿Entiende? ¡Las odio! Por fin tengo la clínica instalada como quiero. Usted no puede esperar que me involucre en todo esto. ¡Dio con la persona equivocada!

La miré mientras trataba de pensar algo que decir. Durante el silencio, volví a oír el sonido inarticulado.

—¿Oye ese sonido. Maya, la disonancia en el aire, un ruido inarticulado? Es el experimento. Está ocurriendo justo ahora. ¡Trate de oírlo!

Escuchó durante un instante y luego dijo:

—No oigo nada. Le tomé el brazo.

—¡Trate de elevar su energía! Se apartó.

—¡No oigo ningún sonido inarticulado! Respiré hondo.

—Está bien, lo lamento. No sé, tal vez esté equivo­cado. Tal vez no tenga que suceder de esta forma. Me miró durante un instante.

—Conozco a alguien en el departamento de alguaciles. Trataré de ponerme en contacto con él por usted. Es todo lo que puedo hacer.

—No sé si eso servirá de algo —objeté—. Según parece, no todos pueden oír ese sonido.

—¿Quiere que lo llame?

—Sí, pero dígale que investigue en forma indepen­diente. No sé si puede confiar en todos los del Servicio Forestal. —Volví a recoger mi mochila.

—Espero que entienda —dijo—. No puedo meterme en esto. Siento que pasaría algo horrible.

—Pero eso se debe a lo que ocurrió cuando lo intentó antes, en el siglo XVIII, aquí mismo, en el valle. ¿Se acuerda de algo?

Volvió a cerrar los ojos, negándose a escuchar. De pronto vi con claridad una imagen en la que, vestido con calzones de ante, subía una colina arrastrando un caballo de carga. Era la misma imagen que había visto antes. ¡El hombre de la montaña era yo! Llegaba hasta la cima de la colina y me detenía para mirar a mis espaldas. Desde allí veía las cascadas y la garganta del otro lado. Estaba Maya, así como el indio y el joven asistente del parlamento. Como antes, la batalla apenas empezaba. Me invadía la angustia, tiraba del caballo y seguía caminando, incapaz de ayudarlos o de evitar su destino.

Ahuyenté las imágenes.

—Está bien —dije, dándome por vencido—. Sé cómo se siente.

Maya se acercó.

—Aquí le traje más agua y más comida. ¿Qué tiene pensado hacer?

—Voy a dirigirme hacia el este... al menos por un rato. Sé que Charlene iba en esa dirección. Me miró el pie.

—¿Está seguro de que su tobillo resistirá? Me acerqué y le dije:

—En realidad, no le di las gracias por lo que hizo. Mi tobillo estará bien, creo, sólo un poco dolorido. Supongo que nunca sabré lo mal que podría haber estado.

—Cuando sucede de este modo, nadie lo sabe nunca. Asentí, recogí mi mochila y me encaminé hacia el este, volviéndome una vez para mirar a Maya. Por un instante, me pareció que se sentía culpable, pero luego una expresión de alivio invadió su cara.

Caminé a través de densos bosques hacia el sonido inarticulado, sin perder de vista el río, a mi izquierda, y deteniéndome sólo para descansar el pie. Alrededor de mediodía el sonido cesó, de modo que paré para almor­zar y evaluar la situación. Tenía el tobillo algo inflamado; descansé durante una hora y media antes de reanudar mi marcha. Tras recorrer apenas un kilómetro y medio más, me invadió el agotamiento y volví a descansar. A media tarde estaba buscando un lugar para acampar.

Había caminado a través de bosques tupidos que crecían a la orilla del río, pero más adelante el paisaje se abría en una serie de estribaciones suaves cubiertas por un bosque antiguo: árboles de trescientos y cuatrocientos años. A través de un claro que se abría entre las ramas, vi un gran cerro que se elevaba hacia el sudeste a unos dos kilómetros.

Divisé una loma cubierta de pasto cerca de la cima de la primera colina, que parecía un lugar ideal para pasar la noche. Al acercarme, un movimiento en los árboles desvió mi atención. Me deslicé detrás de una gran saliente y volví a mirar. ¿Qué era? ¿Un ciervo? ¿Una persona? Esperé varios minutos, luego caminé con mucha cautela hacia el norte. Mientras avanzaba, vi de pronto, a unos cien metros al sur de la loma, a un hombre robusto al que había visto antes, que parecía armar a su vez un campa­mento. Agazapado y con movimientos diestros, levantó una pequeña carpa y la disimuló con ramas. Por un momento pensé que podía ser David, pero me di cuenta de que era demasiado alto. Luego lo perdí de vista.

Después de esperar varios minutos, decidí avanzar hacia el norte hasta perderme de vista. No llevaba ni cinco minutos caminando cuando el hombre de pronto se apareció frente a mí.

—¿Quién es usted? —preguntó.

Le dije mi nombre y decidí mostrarme abierto.

—Estoy tratando de encontrar a una amiga.

—Es peligroso por acá —dijo—. Le aconsejaría que volviera. Todo esto es propiedad privada.

—¿Por qué está usted acá? —inquirí.

Se quedó en silencio, mirándome.

De pronto recordé lo que me había dicho David.

—¿Usted es Curtis Webber? —pregunté. Me miró un rato largo y de repente sonrió.

—¡Conoce a David Lone Eagle!

—Sólo hablé con él brevemente, pero me dijo que usted estaba aquí y que le dijera que vendría al valle y que lo encontraría.

Curtis asintió y miró su campamento.

—Se hace tarde y debemos mantenemos fuera de la vista. Vayamos a mi carpa. Puede pasar la noche allí.

Bajamos por una pendiente y después subimos hacia la densa capa de árboles más grandes. Mientras clavaba mi carpa, encendió su calentador para hacer café y abrió una lata de atún. Yo aporté un paquete de pan que me había dado Maya.

. —Dijo que está buscando a alguien —comentó Curtís—. ¿A quién?

En pocas palabras le conté de la desaparición de Charlene y que David la había visto caminando por el valle; también que creía que había caminado en esa dirección. No le conté lo ocurrido en la otra dimensión pero sí le dije que había oído el sonido inarticulado y que había visto los vehículos.

—El sonido inarticulado proviene de un aparato generador de energía —explicó—; alguien está experi­mentando aquí con él por alguna razón. Hasta ahí puedo confirmarlo. Pero no sé si lo lleva a cabo algún organismo secreto del gobierno o algún grupo privado. La mayoría de los agentes del Servicio Forestal parecen ignorar lo que pasa; pero no sé nada de los administradores.

—¿Fue a los medios —pregunté— o a las autoridades locales para hablarles de esto?

—Todavía no. El hecho de que no todos oigan el sonido inarticulado es un problema.

—Sí, ya lo sé. Miró hacia el valle.

—Si supiera dónde están... Contando la tierra pri­vada y el Bosque Nacional, hay decenas de miles de hectáreas en las que podrían hallarse. Creo que quieren realizar el experimento e irse antes de que alguien sepa qué pasó. Eso, si consiguen evitar una tragedia.

—¿A qué se refiere?

—Podrían arruinar por completo este lugar, conver­tirlo en una zona sombría, otro triángulo de las Bermudas donde las leyes de la física actúan en un flujo impredecible. —Me miró fijo. —Las cosas que saben hacer son increíbles. La mayoría de la gente no tiene idea de la complejidad de los fenómenos electromagnéticos. En las teorías de cadenas numéricas más recientes, por ejemplo, debemos suponer que esta radiación emana a través de nueve dimensiones para hacer que la matemática funcione. Este dispositivo tiene la capacidad de desor­ganizar esas dimensiones. Podría provocar terremotos masivos o incluso una desintegración física completa de ciertas zonas.

—¿Cómo sabe todo eso? —pregunté. Bajó la cabeza.

—Porque en la década de los 80 contribuí a desa­rrollar parte de esa tecnología. Trabajaba para una empresa multinacional que creí que se llamaba DelTech, aunque más tarde, cuando me despidieron, descubrí que era un nombre totalmente ficticio. Sin duda oyó hablar de Alvin Tesla. Bueno, nosotros ampliamos muchas de sus teorías y vinculamos algunos de sus descubrimientos con otras tecnologías que aportaba la empresa. Lo gracioso es que esta tecnología se compone de varias partes distintas, pero básicamente funciona de esta forma. Imagínese que el campo electromagnético de la Tierra es una batería gigante que puede suministrar abundante energía eléctrica si logra conectarse con ella en forma correcta. Para eso, toma un inhibidor electrónico de retroalimentación muy complicado, que en esencia aumenta desde el punto de vista matemático ciertas resonancias estáticas de salida. Entonces conecta varias de ellas en series, amplificando y generando la carga, y cuando logra las calibraciones exactas, muy pronto obtiene energía libre directamente del espacio inmediato. Necesita una pequeña cantidad de energía para empezar, tal vez una sola célula fotográfica o una batería, pero después se autoperpetúa. Un aparato del tamaño de una bomba de calor podría dar energía a varias casas, incluso a una fábrica pequeña.

"Sin embargo, existen dos problemas. Primero, calibrar estos minigeneradores es increíblemente compli­cado. Nosotros teníamos acceso a algunas de las computadoras más grandes que existían, y no pudimos hacerlo. Segundo, descubrimos que cuando tratábamos de aumentar la salida total por encima de este tamaño relativamente pequeño incrementando el desplazamien­to de la masa, el espacio que rodeaba al generador se volvía muy inestable y empezaba a alabearse. Entonces no lo sabíamos, pero estábamos tomando la energía de otra dimensión y empezaron a pasar cosas extrañas. Una vez hicimos desaparecer todo el generador, como había ocurrido en el Experimento Filadelfia.

—¿Cree que en 1942 realmente hicieron desaparecer un barco para hacerlo aparecer otra vez en otro lugar?

—¡Por supuesto que sí! Hay mucha tecnología compleja dando vueltas, y son astutos. En nuestro caso, pudieron eliminar nuestro equipo en menos de un mes y despedimos a todos sin alterar la seguridad porque cada equipo trabajaba en una parte aislada de la tecnología. En ese momento no me inquietaba demasiado. En general aceptaba la idea de que los obstáculos eran demasiado grandes para seguir adelante, de modo que empezaba algo que era una investigación sin salida... aunque supe que varios de los ex empleados fueron contratados por otra empresa.

Por un instante se quedó pensativo; luego continuó:

—Yo sabía, de todos modos, que quería hacer otra cosa. Ahora soy consultor y trabajo con pequeñas em­presas de tecnología, brindando asesoramiento para mejorar su eficiencia en la investigación y el uso de los recursos y manejo de los desechos, ese tipo de cosa. Y cuanto más trabajo con ellas, más me convenzo de que las Revelaciones están teniendo efecto en la economía. Está cambiando la forma de hacer negocios. Sin embargo, pensé que trabajaríamos con fuentes de energía tradicionales durante largo tiempo. No creí en los expe­rimentos energéticos durante años, hasta que me trasladé a esta zona. Se imaginará el impacto que significó para mí entrar en este valle y oír el mismo sonido, ese ruido inarticulado característico, que oía todos los días durante años cuando trabajaba en el proyecto.

"Alguien continuó la investigación y, a juzgar por las resonancias, están mucho más avanzados que nosotros. Luego, traté de ponerme en contacto con dos personas que pudieran verificar el sonido y en todo caso ir conmigo a la División de Protección Ambiental o a algu­na comisión parlamentaria, pero descubrí que uno había muerto hacía diez años y que el otro, mi mejor amigo cuando estaba en la empresa, también murió, tuvo un ataque al corazón, justo hace unos días. Su voz se apagó.

—Desde entonces —continuó—, estoy aquí escu­chando, tratando de averiguar por qué están en este valle. En general, se supone que este tipo de experimento se desarrolla en algún laboratorio. Quiero decir, ¿por qué no? Su fuente de energía es el espacio mismo, y está en todas partes. Pero entonces empecé a comprender. Sin duda piensan que están a punto de perfeccionar las calibraciones, lo cual significa que trabajan en el problema de la amplificación. Creo que tratan de conec­tarse con los vórtices de energía de este valle en un intento por estabilizar el proceso.

Una ola de rabia le atravesó la cara.

—Lo cual es una locura y por entero innecesario. Si en realidad pueden encontrar las calibraciones, no hay razón para no utilizar la tecnología en unidades pequeñas. De hecho, es la forma perfecta de usarla. Lo que intentan ahora es insensato. Sé bastante como para ver los peligros. Le digo que podrían arruinar por completo este valle, o peor aún. Si enfocan esto hacia los caminos interdimensionales, quién sabe qué podría ocurrir.

De pronto se interrumpió.

—Usted sabe a qué me refiero. ¿Oyó hablar de las Revelaciones?

Por un momento guardé silencio. Luego dije:

—Curtis, debo contarle lo que experimenté en este valle. Es posible que le parezca increíble.

Asintió y luego escuchó con paciencia la descripción de mi encuentro con Wil y las partes de exploración de la otra dimensión. Cuando llegué a la Revisión de Vida, pregunté:

—¿Ese amigo suyo que murió hace poco se llamaba Williams?

—Eso es. El doctor Williams. ¿Cómo lo sabía?

—Lo vimos llegar a la otra dimensión después de su muerte. Lo observamos mientras experimentaba una Revisión de Vida.

Se quedó impresionado.

—Me cuesta creerlo. Conozco las Revelaciones, al menos de modo intelectual, y creo en la existencia probable de otras dimensiones, pero, como científico, lo que dice la Novena Revelación es mucho más difícil de tomar en forma literal, la idea de poder comunicarse con la gente después de la muerte... ¿Está diciendo que el doctor Williams todavía está vivo en el sentido de que su personalidad sigue intacta?

—Sí, y estaba pensando en usted.

Me miró con intensidad mientras yo seguía hablándole de la toma de conciencia de Williams, de que Curtís y él supuestamente habían tomado parte en la resolución del Miedo... y la interrupción del experimento.

—No entiendo —dijo—. ¿A qué se refería al hablar de un Miedo creciente?

—No lo sé con exactitud. Tiene que ver con cierto porcentaje de la población que se niega a creer que está surgiendo una nueva conciencia espiritual. Creen, en cambio, que la civilización humana está degenerando.

   

Esto va creando una polarización de opiniones y creencias. La cultura humana no puede seguir evolucionando hasta que termine la polarización. Yo esperaba que usted recordara algo al respecto.

Me dirigió una mirada inexpresiva.

—No sé nada de una polarización, pero voy a detener este experimento. —Su cara volvió a adoptar una ex­presión de enojo y miró para otro lado.

—Williams parecía entender el proceso para detenerlo —señalé.

—Bueno, nunca lo sabremos, ¿no?

Mientras decía esto vi pasar rápidamente la imagen de Curtis y Williams hablando en la colina cubierta de pasto y rodeada de varios árboles grandes.

Curtis sirvió la comida, todavía con aire contrariado, y terminamos de comer en silencio. Más tarde, mientras me hallaba recostado contra un pequeño nogal, miré en dirección a la colina con la loma cubierta de pasto. Cuatro o cinco robles enormes formaban un semicírculo casi perfecto en la cima.

—¿Por qué no acampó en la colína? —le pregunté a Curtis, señalando en esa dirección.

—No sé —respondió—. Lo pensé, pero supongo que me pareció que estaba muy expuesta o que tal vez era demasiado imponente. Se llama loma de Codder. ¿Quiere caminar hasta ahí?

Asentí y me levanté. Una luz grisácea bajaba sobre el bosque. Hablando de la belleza de los árboles y los arbustos mientras caminábamos, Curtis inició el camino de ascenso por la pendiente. Desde la cima, y a pesar de que la luz bajaba, veíamos hasta casi cuatrocientos metros al norte y al este. En esta última dirección se alzaba una luna casi llena por encima de la hilera de árboles.

—Mejor sentémonos —aconsejó Curtis—. No quere­mos que nos vean.

Durante un rato largo permanecimos sentados en silencio, admirando el panorama y sintiendo la energía. Curtis sacó una linterna del bolsillo y la puso en el suelo a su lado. Yo estaba deslumhrado por los colores del follaje de otoño.

En ese momento Curtis alzó los ojos y me preguntó:

—¿Huele algo? ¿Humo?

Enseguida miré hacia los bosques con la sospecha de que podía tratarse de un incendio forestal y olfateé el aire.

—No, no creo. —Algo en el comportamiento de Curtis había alterado el clima, introduciendo un sentimiento de tristeza y nostalgia. —¿A qué clase de humo se refiere?

—Humo de cigarro.

Bajo la luz de la luna, pude ver que sonreía para sí mismo, pensando en algo. De pronto, yo también empecé a oler el humo.

—¿Qué es eso? —pregunté, y volví a mirar en derredor.

—El doctor Williams fumaba cigarros que justo tenían ese aroma. No puedo creer que se haya ido.

Mientras hablábamos, el olor persistía; descarté la experiencia de plano, contentándome con mirar los pas­tos y los grandes robles que había junto a nosotros. De repente, en ese momento me di cuenta de que era el lugar exacto en que Williams se veía encontrándose con Curtis. ¡Debía de tener lugar justo allí!

Segundos más tarde observé cómo se formaba una figura por detrás de los árboles.

—¿Ve algo por ahí? —le pregunté con tranquilidad a Curtis al tiempo que señalaba en esa dirección. Apenas terminé de hablar, la forma desapareció.

Curtis se esforzaba por ver.

—¿Qué? No veo nada.

No respondí. De alguna manera, había empezado a recibir conocimiento en forma intuitiva, exactamente como lo había recibido de los grupos de almas, sólo que la conexión era más distante y borrosa. Presentía algo respecto del experimento energético, una confirmación de las sospechas de Curtis; los experimentadores trata­ban de concentrarse en los vórtices dimensionales.

—Acabo de recordar —dijo Curtis de golpe—. Uno de los aparatos en los que trabajaba el doctor Williams hace años era un foco remoto, un sistema de proyección de antena. Apuesto a que eso es lo que están usando para enfocar las aperturas. Pero, ¿cómo saben dónde están los vórtices?

De inmediato percibí una respuesta. Alguien de una conciencia superior se los señalaba hasta que veían las variaciones espaciales a medida que aparecían en la computadora de foco remoto. Yo no sabía qué signifi­caba.

—Hay una sola manera —dijo Curtis—. Deben encon­trar a alguien que se lo señale, alguien que pueda sentir estos lugares de energía superior. Luego pueden diagramar un perfil de energía del lugar y enfocarlo con precisión escaneándolo con una antena de foco. Es probable que el individuo ni siquiera sepa lo que está haciendo. —Sacudió la cabeza. —Esta gente es perversa. No hay ninguna duda al respecto. ¿Cómo podrían hacer esto?

A guisa de respuesta, sentí otro conocimiento que era demasiado vago para comprenderlo del todo, pero parecía sostener que existía, de hecho, una razón. Sin embargo, primero debíamos entender el Miedo y cómo vencerlo.

Cuando miré a Curtis, parecía sumergido en una profunda reflexión.

Por fin me miró y dijo:

—Ojalá supiera por qué aparece ahora este Miedo.

—Durante una transición en la cultura —dije—, las viejas certezas y opiniones empiezan a quebrarse y evo­lucionan hasta convertirse en nuevas tradiciones, lo cual genera ansiedad a corto plazo. A la vez, esas mismas personas despiertan y mantienen una conexión interna de amor que las sostiene y les permite evolucionar más rápido; otras, en cambio, sienten que todo cambia demasiado rápido y que pierden su rumbo. Se vuelven más temerosas y más controladoras para tratar de aumentar su energía. Esta polarización del miedo puede ser muy peligrosa, ya que los individuos temerosos pueden adoptar medidas extremas.

Mientras decía esto, sentía que ampliaba lo que le había oído decir antes a Wil y a Williams, pero también tenía la nítida sensación de que era algo por entero nue­vo, aunque no me había dado cuenta de que lo sabía hasta ese preciso instante.

—Lo entiendo —dijo Curtis con seguridad—. Por eso están tan deseosos de echar a perder este valle. Piensan que la civilización va a desaparecer en el futuro y no van a hallarse a salvo a menos que adquieran un mayor control. Bueno, no permitiré que ocurra. Haré volar todo por los aires.

Lo miré fijo.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Simplemente eso. Yo era experto en demoliciones. Sé cómo hacerlo.

Debo de haber mostrado alarma, porque dijo:

—No se preocupe, ya pensaré la manera de lograrlo sin lastimar a nadie. No querría tener eso sobre la conciencia.

Me invadió una ola de conocimiento.

—Cualquier tipo de violencia lo único que hace es empeorar las cosas, ¿no se da cuenta? —dije.

—¿Qué otra forma hay?

Por el rabillo del ojo volví a ver la forma durante un segundo; luego desapareció.

—No lo sé exactamente —dije—. Pero si los comba­timos con ira y odio, sólo ven a un enemigo. Eso los afianza más. Se vuelven más temerosos. En cierto sen­tido, se supone que este grupo del que hablaba Williams va a hacer otra cosa. Debemos recordar en su totalidad nuestras Visiones del Nacimiento... y luego podemos recordar algo más, una Visión del Mundo.

Conocía la expresión, pero no recordaba dónde la había oído.

—Una Visión del Mundo... —Curtis volvió a hundirse en sus pensamientos. —Creo que David Lone Eagle la mencionó.

—Sí —dije—. Así es.

—¿Qué cree que es una Visión del Mundo? Estaba por responder que no sabía, cuando se me ocurrió una idea.

—Es una comprensión... no, un recuerdo, de la manera en que cumpliremos con el objetivo humano, que genera otro nivel de amor, una energía capaz de llenar el vacío de la polarización y poner fin a este experimento.

—No veo de qué manera puede resultar posible —objetó Curtis.

—Involucra la energía que los rodea —dije, con la sensación de que de veras lo sabía—. Se conmoverían y se apartarían de su preocupación. Decidirían detenerse.

Durante unos minutos permanecimos en silencio. Luego Curtis dijo:

—Tal vez, pero ¿cómo generamos esa energía? En mi mente no surgió nada.

—Ojalá supiera hasta qué punto están dispuestos a llegar con este experimento —agregó.

—¿Qué es lo que causa el sonido inarticulado? —pregunté.

—El sonido inarticulado es una disonancia de enlace entre pequeños generadores. Significa que todavía están tratando de calibrar el aparato. Cuanto más chirriante e inarmónico es, más desfasado está.

Pensó un instante más.

—Me pregunto qué vórtice de energía van a enfocar. De pronto sentí un nerviosismo especial, no en mi interior, sino afuera; como si me hallara junto a alguien angustiado. Miré a Curtis, que parecía bastante tran­quilo. Más allá de los árboles volví a ver los vagos contomos de una forma. Se movía como si estuviera agitada o asustada.

—Creería —dijo Curtis con aire ausente— que si estuviéramos cerca del lugar que es el objetivo, oiríamos el sonido inarticulado y luego sentiríamos una especie de electricidad estática en el aire.

Nos miramos y en silencio pude oír un ruido débil, apenas una vibración.

—¿Oye eso? —preguntó Curtis, ahora alarmado. Al mirarlo sentí que los pelos de la parte posterior del cuello y los brazos se me erizaban.

—¿Qué es?

Por un momento. Curtis observó sus propios brazos; después me miró horrorizado.

—¡Tenemos que salir de acá! —gritó al tiempo que tomaba su linterna y se ponía de pie de un salto sacándome casi a la rastra de la cima de la pendiente.

De pronto descendió otra vez el mismo zumbido estruendoso que había oído con Wil; en esta ocasión trajo consigo una onda de impacto que nos derribó a los dos. Al mismo tiempo, la tierra se sacudió con violencia y a unos seis metros se abrió una fisura enorme que generó una explosión de polvo y escombros.

Detrás de nosotros, uno de los robles altos, debilitado por el movimiento de la tierra, se inclinó y cayó al suelo con un estruendo asombroso que se sumó al ruido. A los pocos segundos, otra fisura más grande se abrió junto a nosotros y el suelo se estremeció. Incapaz de sostenerse, Curtis se deslizó hada el abismo que se ensanchaba. Me aferré a un arbusto pequeño y logré tomar la mano de Curtis. Por un instante quedamos asidos con fuerza; luego nuestro apretón se aflojó y vi, impotente, cómo se deslizó por el borde. La fisura se movió y se agrandó, despidió otro penacho de polvo y roca, volvió a sacudirse y luego se aquietó. Debajo de un árbol caído se quebró con ruido una rama y luego la noche quedó otra vez en silencio.

Al despejarse el polvo, solté el arbusto y me arrastré hada el borde del enorme agujero. Cuando pude ver, me di cuenta de que Curtis estaba tendido en el borde pese a que yo tenía la certeza de que lo había visto caer allí. Rodó hacia donde me encontraba yo y se incorporó de un salto. —¡Vámonos! —gritó—. ¡Puede volver a empezar!

Sin decir una palabra, corrimos pendiente abajo hacia el campamento. Curtis adelante y yo renqueando atrás. Cuando Curtis llegó al lugar, tomó las dos carpas, las arrancó del suelo con las estacas balanceándose y las metió en las mochilas. Yo levanté el resto de las cosas y seguimos hada el sudoeste hasta que el suelo se aplanó con una maleza densa. Al cabo de otro kilómetro, el agotamiento y mi tobillo debilitado me obligaron a detenerme. Curtis vigilaba el terreno.

—Tal vez estemos seguros acá —dijo—, pero adentré­monos más en la espesura, hacia la derecha.

Lo seguí unos quince metros entre los densos bosques.

—Acá está bien —comentó—. Levantemos las carpas. En unos minutos las dos carpas estaban armadas y cubiertas con ramas; nos mirábamos sin aliento, sentados sobre el ala de entrada de su carpa.

—¿Qué cree que pasó? —pregunté. Mientras revisaba su mochila para sacar el agua, la cara de Curtis lucía demacrada.

—Están haciendo exactamente lo que pensábamos —dijo—. Tratan de enfocar el generador en un espacio remoto. —Tomó un largo sorbo de su cantimplora, —Van a arrumar el valle; hay que detener a esa gente.

—¿Y el humo que olfateamos?

—No sé qué pensar —dijo Curtis—. Era como si el doctor Williams estuviera ahí. Casi podía oír su acento, el tono de su voz, lo que podría haber dicho en esa situación.

Lo miré fijo.

—Yo creo que él estaba ahí. Curtis me pasó la cantimplora.

—¿Cómo es posible?

—No lo sé —repuse—. Pero creo que vino a trans­mitir un mensaje, un mensaje para usted. Cuando lo vimos en su Revisión de Vida, sufría porque no había podido despertar, recordar por qué había nacido. Estaba convencido de que usted y él debían formar parte de ese grupo que le mencioné. ¿No recuerda nada al respecto? Creo que quería que usted supiera que la violencia no va a detener a esta gente. Tenemos que hacerlo de otra forma, con esta Visión Global de la que habló David. Me dirigió una mirada inexpresiva.

—¿Y lo que pasó cuando empezó el movimiento de la tierra y se abrió la fisura? —pregunté—. Sé que lo vi caer adentro, y sin embargo, cuando llegué, usted estaba echado allí.

Me miró totalmente perplejo.

—En realidad no estoy seguro. No pude sostenerme y me deslizaba hacia el pozo. Mientras caía, me invadió una sensación de serenidad increíble y el golpe se amortiguó como si cayera en un colchón mullido. Lo único que veía a mi alrededor era una mancha blanca. Lo que recuerdo después de eso es que me hallaba otra vez acostado al lado de la fisura y usted estaba ahí. ¿Cree que el doctor Williams pudo hacer algo así?

—No lo creo —dije—. Ayer tuve una experiencia simi­lar. Estuve a punto de ser aplastado por unas piedras y vi la misma forma blanca. Está ocurriendo alguna otra cosa.

Curtis me miró un instante y después agregó algo, pero no respondí. Estaba durmiéndome.

—Durmamos —propuso.

Cuando salí de mi carpa. Curtis ya se había levantado. La mañana era clara pero una niebla baja cubría el suelo del bosque. Enseguida me di cuenta de que estaba enojado.

—No puedo dejar de pensar en lo que están haciendo

—dijo—. Y no van a darse por vencidos. —Tomó aliento.

—A esta altura, ya saben qué desastre hicieron en la colina. Pasarán un tiempo recalibrando, pero no mucho, y después harán otro intento. Puedo detenerlos, pero debemos averiguar dónde se encuentran.

—Curtis, la violencia no hace más que empeorar las cosas. ¿No entendió la información del doctor Williams? Debemos descubrir cómo usar la Visión.

—¡No! —gritó de pronto con profunda emoción—. ¡Ya lo intenté antes! Lo miré.

—¿Cuando?

La emoción abrió paso a la confusión.

—No lo sé.

—Bueno —subrayé—. Yo creo que sí. Hizo un gesto vago con la mano.

—No quiero oírlo. Esto es una locura. Todo lo que está pasando es culpa mía. Si no hubiera trabajado en esta tecnología tal vez no estarían haciendo esto. Lo ma­nejaré a mi manera. —Se alejó y empezó a empacar.

Vacilé un instante y luego me puse a levantar yo también mi carpa, tratando de pensar. Después de un momento dije:

—Ya pedí ayuda. Una mujer que conocí. Maya, considera que puede convencer al departamento de alguaciles de que investigue. Quiero que me prometa que me dará un poco de tiempo.

Estaba arrodillado junto a su mochila, revisando un bolsillo lateral abultado.

—No puedo hacerlo. Es posible que tenga que actuar cuando pueda.

—¿Lleva explosivos en su mochila? Se acercó a mí.

—Ya le dije antes que no voy a lastimar a nadie.

—Quiero un poco de tiempo —repetí—. Si logro encontrar otra vez a Wil, creo que conseguiré descifrar esa Visión del Mundo.

—Está bien —accedió—. Le daré todo lo que pueda, pero si empiezan a experimentar de nuevo, y yo considero que me quedé sin tiempo, tendré que hacer algo.

Mientras hablaba, vi otra vez la cara de Wil con el ojo de mi mente, rodeada por un color esmeralda intenso.

—¿Hay algún otro lugar de energía alta cerca de acá? —pregunté.

Señaló hacia el sur.

—Por allá, subiendo el cerro grande, hay una saliente rocosa de la que he oído hablar. Pero es tierra privada que se vendió hace poco. No sé quién es el dueño ahora.

—Iré hasta ahí. Si encuentro el lugar indicado, tal vez vuelva a localizar a Wil.

Curtis terminó de empacar, me ayudó a recoger mis cosas y a diseminar hojas y ramas donde habían estado las carpas. Hacia el noroeste, oímos el ruido débil de unos vehículos.

—Yo voy para el este —dijo.

Asentí mientras él se alejaba; luego cargué la mochila en mis hombros y empecé a caminar por la pendiente rocosa hacia el sur. Atravesé varias colinas pequeñas y llegué al declive empinado del cerro principal. Más o menos cuando había llegado a la mitad, comencé a bus­car una saliente entre el bosque denso, pero no había indicios de una abertura.

Después de ascender varios cientos de metros más, me detuve. Ninguna saliente a la vista, ni tampoco en la cima del cerro. No sabía por qué camino seguir; pensé que era mejor que me sentara y tratara de aumentar mi energía. A los pocos minutos me sentía mejor y estaba escuchando los sonidos de los pájaros y las ranas de los árboles entre las densas ramas que se elevaban sobre mi cabeza, cuando una gran águila dorada abandonó su nido y sobrevoló la cima del cerro hacia el este.

Sabía que la presencia del pájaro tenía un sentido, de modo que, igual que antes con el halcón, decidí seguirlo. Poco a poco, la pendiente fue volviéndose más rocosa. Crucé un pequeño manantial que brotaba de las rocas; llené mi cantimplora y me lavé la cara. Por fin, un kilómetro más adelante, me abrí paso entre una arboleda de abetos y allí, ante mí, se hallaba la majestuosa saliente. Casi un cuarto de hectárea de la pendiente estaba cubierta por enormes terrazas de una piedra caliza grue­sa, y en el borde más alejado, una plataforma de unos seis metros de ancho sobresalía por lo menos doce metros del cerro, desplegando una maravillosa vista del valle de abajo. Por un momento detecté un brillo color esmeralda oscuro alrededor de la plataforma inferior.

En el borde de la roca crecía una maleza densa, de modo que me quité la mochila, la empujé fuera de la vista debajo de una pila de hojas y fui a sentarme al borde. Al concentrarme, la imagen de Wil surgió enseguida en mi mente. Respiré hondo una vez más y empecé a moverme.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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