LA HISTORIA DE UN DESPERTAR
Cuando abrí los ojos, estaba en una zona de luz azul intenso y
experimentaba una sensación familiar de paz y bienestar. Detecté la
presencia de Wil a mi izquierda.
Como antes, se mostró muy aliviado y feliz de que hubiera regresado.
Se acercó y susurró:
—Te encantará estar acá.
—¿Dónde estamos? —pregunté.
—Mira con más detenimiento. Sacudí la cabeza.
—Antes tengo que hablarte. Es imperativo que descubramos este
experimento y lo detengamos. Destruyeron la cima de una colina.
Quién sabe qué van a hacer ahora.
—¿Qué haremos si los encontramos? —preguntó Wil.
—No sé.
—Bueno, yo tampoco. Cuéntame qué pasó. Cerré los ojos y traté de
concentrarme, luego de lo cual describí la experiencia de mi nuevo
encuentro con Maya, en especial su resistencia a mi sugerencia de
que ella formaba parte del grupo.
Wil asintió sin hacer comentarios. Seguí con la descripción de mi
encuentro con Curtis, la comunicación con Williams y la
supervivencia a los efectos del experimento.
—¿Williams les habló? —preguntó Wil.
—En realidad, no. La comunicación no era mental, como entre tú y yo.
Parecía influir de alguna manera en las ideas que se nos ocurrían.
Sentí que era información que yo ya conocía en algún nivel; sin
embargo, los dos decíamos lo que él trataba de comunicamos. Fue
extraño, pero sé que estaba ahí.
—¿Cuál fue su mensaje?
—Confirmó lo que tú y yo vimos con Maya; dijo que podíamos recordar
más allá de nuestras intenciones individuales al nacer abarcando un
conocimiento mayor del propósito humano y cómo podemos consumar ese
propósito. En apariencia, recordar ese conocimiento aporta una
energía ampliada que puede ponerle fin al Miedo... y a este
experimento. Lo llamó una Visión del Mundo.
Wil guardó silencio.
—¿Qué te parece? —pregunté.
—Creo que son más conocimientos de la Décima Revelación. Comprende,
por favor; comparto tu sensación de urgencia. Pero la única forma
en que podemos ayudar es seguir explorando la Otra Vida hasta saber
algo más sobre esta Visión que Williams trataba de transmitir. Tiene
que haber un proceso exacto para recordar qué es.
A la distancia, un movimiento atrajo mi mirada. Ocho o diez seres
muy distintos, sólo parcialmente fuera de foco, se movieron hasta
quedar a unos quince metros. Detrás de ellos había docenas más,
mezclados en la habitual mancha color ámbar. Todos exhalaban una
sensación particular de emoción y nostalgia que resultaba
nítidamente familiar.
—¿Sabes quiénes son esas almas? —preguntó Wil, con una gran sonrisa.
Observé el grupo y experimenté una sensación de parentesco. Sabía
pero no sabía. Mientras miraba el grupo de almas, la conexión
emocional iba adquiriendo una intensidad que superaba todo lo que
recordaba haber vivido hasta ese momento. Sin embargo, al mismo
tiempo, reconocía la cercanía; yo ya había estado allí.
El grupo se hallaba ahora a unos seis metros de mí, lo cual aumentó
aún más mi euforia y mi aceptación. Me abandoné muy feliz,
entregándome a la sensación, sin desear nada más que complacerme en
ella, contento, quizá por primera vez en mi vida. Olas de
agradecimiento y aprecio llenaron mi mente.
—¿Te has dado cuenta? —volvió a preguntar Wil. Me volví para
mirarlo.
—Es mi grupo de almas, ¿no?
Con ese pensamiento me llegó un torrente de recuerdos. Francia, en
el siglo XIII, un monasterio y un claustro. A mi alrededor, un grupo
de monjes, risas, cercanía, luego una caminata solitaria por una
senda boscosa. De pronto, dos hombres harapientos, ascetas, pidiendo
ayuda, algo relacionado con la preservación de un saber secreto.
Ahuyenté la visión y miré a Wil presa, de pronto, de un miedo
perverso. ¿Qué estaba a punto de ver? Traté de centrarme y mi grupo
de almas se aproximó un metro más.
—¿Qué está pasando? —preguntó Wil.
—No pude entender.
Describí lo que había observado.
—Ahonda más —sugirió Wil.
Enseguida vi otra vez a los ascetas y supe, de algún modo, que eran
miembros de una orden secreta de "espirituales" franciscanos,
recientemente excomulgada al perder el trono el papa Celestino V.
——¿El papa Celestino? —Miré a Wil. —¿Oíste eso? Nunca supe que
hubiera un papa con ese nombre.
—Fines del siglo XIII —confirmó Wil—. Las ruinas de Perú, donde se
encontró finalmente la Novena Revelación, fueron bautizadas tomando
su nombre en el siglo XVI.
—¿Quiénes eran los "espirituales"?
—Eran un grupo de monjes que creían que podía alcanzarse una
conciencia superior apartándose de la cultura humana y retomando a
una vida contemplativa en la naturaleza. El papa Celestino apoyaba
la idea y de hecho llegó a vivir en una cueva durante un tiempo.
Como es obvio, fue depuesto y más tarde la mayoría de las sectas de
los espirituales fueron condenadas por gnósticas y excomulgadas.
Afloraron más recuerdos. Los dos ascetas se habían acercado para
pedirme ayuda y yo, con cierta renuencia, me había reunido con ellos
en el bosque. Sus ojos y la temeridad de su comportamiento eran
tales que no había tenido alternativa. Según me dijeron, antiguos
documentos corrían peligro de perderse para siempre. Más tarde los
hice entrar de contrabando en la abadía y leí los papeles a la luz
de la vela en mis aposentos, con las puertas cerradas y bloqueadas.
Los documentos en cuestión eran copias latinas antiguas de las Nueve
Revelaciones, y yo había accedido a copiarlas antes de que fuera
demasiado tarde, empleando cada minuto de mi tiempo libre para
reproducir trabajosamente docenas de los manuscritos. En un momento
estaba tan subyugado por las Revelaciones que intenté convencer a
los ascetas de que las dieran a conocer.
Se negaron de manera categórica. Alegaron que habían mantenido los
documentos durante muchos siglos, esperando que surgiera dentro de
la Iglesia la correspondiente comprensión. Cuando pregunté el
significado de esta última expresión, me explicaron que las
revelaciones no serían aceptadas hasta que la iglesia no se aviniera
con lo que denominaban el "dilema gnóstico".
Yo recordaba de manera vaga que los gnósticos eran cristianos
primitivos que creían que los seguidores del Dios único no sólo
veneran a Cristo sino que luchan por emularlo en el espíritu de
Pentecostés. Trataron de describir esta emulación en términos
filosóficos, como método de ejercicio. Cuando la Iglesia primitiva
formuló sus cánones, los gnósticos fueron considerados al final
herejes intencionales, contrarios a dar su vida y entregarla a Dios
como materia de fe. Los primeros dirigentes de la Iglesia llegaron a
la conclusión de que, para ser un verdadero creyente, era necesario
renunciar a la comprensión y el análisis y contentarse con vivir la
vida a través de la revelación divina, adhiriendo a la voluntad de
Dios momento a momento, pero satisfecho de desconocer su plan
general.
• Los gnósticos acusaron de tirana a la jerarquía de la Iglesia,
afirmando que sus comprensiones y sus métodos tendían a facilitar de
verdad este acto de "abandonarse a la voluntad de Dios" que la
Iglesia exigía, en vez de alabar la idea de dientes afuera, como lo
hacían los hombres de la Iglesia.
A la larga, los gnósticos perdieron y fueron expulsados de todas
las funciones y los textos eclesiásticos, luego de lo cual sus
creencias se desarrollaron en forma oculta entre las distintas
sectas y órdenes secretas. No obstante, el dilema era claro.
Mientras la Iglesia mantuviera la visión de una conexión espiritual
transformadora con lo divino, persiguiendo al mismo tiempo a
quienquiera que hablara abiertamente de la experiencia específica
—de qué manera se podía alcanzar realmente una conciencia, y cómo
era—, el "reino interior" seguiría siendo un concepto
intelectualizado dentro de la doctrina eclesiástica, y las
Revelaciones serían aplastadas cada vez que aparecieran.
En aquel entonces, escuché con preocupación a los ascetas y no dije
nada, pero en mi interior estaba en desacuerdo. Tenía la certeza de
que la orden benedictina de la cual formaba parte se interesaría en
esos escritos, en especial en el nivel del monje individual. Más
tarde, sin decir nada a los espirituales, le pasé una copia a un
amigo que era el consejero más cercano al cardenal Nicolás en mi
distrito. La reacción no se hizo esperar. Me llegaron rumores de que
el cardenal se hallaba fuera del país pero se me pidió que cesara
toda discusión del tema y partiera de inmediato hacia Nápoles para
informar acerca de mis hallazgos a los superiores del cardenal.
Sentí pánico y de inmediato repartí los manuscritos en toda la
orden, con la esperanza de ganar el apoyo de otros hermanos
interesados.
Para posponer mi convocación, fingí una lesión grave en el tobillo y
escribí una serie de cartas en las que explicaba mi impedimento, con
lo cual logré postergar el viaje durante meses mientras copiaba
todos los manuscritos que podía en mi aislamiento. Por último, una
noche de luna nueva, unos soldados derribaron mi puerta, me
golpearon y me llevaron con los ojos vendados al castillo del noble
local, donde más tarde languidecí en el cepo durante días antes de
ser decapitado.
El shock de recordar mi muerte volvió a darme mucho miedo y
provocó una fuerte palpitación en mi tobillo lastimado. El grupo de
almas siguió acercándose varios metros más hasta que pude centrarme.
No obstante, me quedó cierto grado de confusión. Wil hizo un gesto
con la cabeza, como diciéndome que había visto toda la historia.
—Ése fue el comienzo de mi problema en el tobillo, ¿no? —pregunté.
—Sí —replicó Wil. Lo miré fijo.
—¿Y todos los demás recuerdos? ¿Entendiste el dilema gnóstico?
Asintió y se acomodó para quedar justo frente a mí.
—¿Por qué creó la Iglesia un dilema así? —pregunté.
—Porque la Iglesia primitiva temía salir a decir que Cristo encamaba
una forma de vida a la que cada uno de nosotros podía aspirar, si
bien era lo que se decía con claridad en las Escrituras. Temían que
esta posición diera demasiado poder a los individuos; de ahí que
perpetuaran la contradicción. Por un lado, los hombres de la
Iglesia impulsaban al creyente a buscar el reino místico de Dios en
su interior, a intuir la voluntad de Dios y a llenarse del Espíritu
Santo. Pero por el otro, condenaban por blasfema toda discusión
referida a la manera en que una persona podía ir alcanzando esos
estados, llegando a
recurrir con frecuencia al asesinato liso y llano para proteger su
poder.
—O sea que yo fui un tonto al tratar de hacer circular las
Revelaciones.
—No diría un tonto —musitó Wil—, sino más bien poco diplomático. Te
mataron porque trataste de introducir una comprensión en la cultura
antes de tiempo.
Miré un instante más los ojos de Wil; luego retomé al conocimiento
del grupo y me encontré en la escena de las guerras del siglo XIX.
Me hallaba otra vez en la reunión de jefes del valle, sosteniendo el
mismo caballo de carga, al parecer justo antes de partir. Hombre de
montaña y trampero, yo era amigo tanto de los nativos como de los
colonizadores. Casi todos los indios querían luchar pero Maya había
conquistado los corazones de algunos con su búsqueda de la paz. En
silencio, escuché a las dos partes y luego observé cómo se iban la
mayoría de los jefes.
En un momento, Maya se me acercó.
—Supongo que usted también se va.
Asentí y le expliqué que si esos hechiceros nativos no comprendían
lo que ella hacía, yo sin duda tampoco.
Me miró como si estuviera bromeando; luego se dio vuelta y dirigió
su atención a otra persona. ¡Charlene! De pronto recordé que había
estado ahí; era una india de gran poder, pero ignorada en general
por los jefes, envidiosos debido a su sexo. Parecía saber algo
importante sobre el papel de los ancestros, pero su voz caía en
oídos sordos.
Me vi a mí mismo queriendo quedarme, queriendo apoyar a Maya y
revelar mis sentimientos por Charlene, pero a la larga me iba, ya
que el recuerdo inconsciente de mi error en el siglo XIII todavía
estaba demasiado cerca de la superficie. Lo único que deseaba era
escapar, eludir toda responsabilidad. Mi esquema de vida estaba
establecido: ponía trampas para conseguir pieles, me las arreglaba y
no corría riesgos por nadie. Tal vez en otra oportunidad fuera
mejor.
¿Otra oportunidad? Mi mente avanzó velozmente y me vi mirando hacia
la Tierra, contemplando mi actual encamación. Observaba mi propia
Visión del Nacimiento y veía la posibilidad de resolver mi renuencia
a actuar o tomar posición. Imaginaba cómo podía utilizar todo el
potencial de mi familia original asimilando la sensibilidad de mi
madre y la integridad y la diversión de mi padre. Un abuelo
aportaría una conexión con la vida silvestre, un tío y una tía
serían modelos de cumplimiento y disciplina.
Y estar entre individuos tan fuertes traería rápidamente a la
conciencia mi tendencia a ser distante. En razón de sus egos y de su
gran expectativa, al principio yo trataría de apartarme de sus
mensajes e intentaría ocultarme, pero luego superaría el miedo y
vería la preparación positiva que me daban, lo cual eliminaría esa
tendencia para que yo pudiera seguir plenamente mi camino de vida.
Sería una preparación perfecta y yo abandonaría esa educación
buscando los detalles de la espiritualidad que había visto siglos
antes en las Revelaciones. Analizaría las descripciones psicológicas
del movimiento humano potencial, la sabiduría de la experiencia
oriental, los místicos de Occidente, y luego por fin encontraría
otra vez las verdaderas revelaciones, justo en el momento en que
afloraban para alcanzar al fin la conciencia masiva. Toda esta
preparación y liberación me permitiría entonces explorar de qué
manera estas revelaciones estaban cambiando la cultura humana y
formar parte del grupo de Williams.
Me retiré y miré a Wil.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Tampoco para mí las cosas fueron precisamente ideales. Siento que
desperdicié la preparación. Ni siquiera me liberé de la
indiferencia. Fueron tantos los libros que no leí, tantas las
personas que pudieron haberme dado mensajes y yo las ignoré. Cuando
miro para atrás ahora, me parece haber perdido todo.
Wil casi se echó a reír.
—Nadie puede seguir sus Visiones del Nacimiento a la perfección.
De repente se interrumpió y se quedó pensativo.
—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo aquí? Acabas de recordar la
forma ideal en que querías que transcurriera tu vida, la forma que
te habría dado más satisfacción, y cuando ves cómo viviste realmente
te llenas de pesar, tal como se sentía Williams después de morir,
al ver las oportunidades que había dejado pasar. En vez de tener que
esperar hasta después de la muerte, tú puedes experimentar la
Revisión de Vida ahora.
No entendía bien.
—¿No lo ves? Esto debe de ser una parte clave de la Décima. No
estamos descubriendo sólo que nuestras intuiciones y nuestro sentido
del destino en nuestra vida es una remembranza de nuestras Visiones
del Nacimiento. Al entender mejor la idea de aclarar el pasado de
la Sexta Revelación, analizamos dónde nos apartamos del camino o no
logramos aprovechar las oportunidades para poder retomar un camino
que armonice más con la razón de nuestra presencia aquí. En otras
palabras, traemos a la conciencia un poco más del proceso.
Antiguamente, teníamos que morir para iniciar esta revisión de
nuestras vidas, pero ahora podemos hacerla antes y en definitiva
lograr que la muerte sea obsoleta, tal como lo predice la Novena
Revelación.
Por fin entendí.
—De modo que eso es lo que vinimos a hacer los seres humanos a la
Tierra: a recordar de manera sistemática, a despertar poco a poco.
—Eso es. Por fin vamos tomando conciencia de un proceso que fue
inconsciente desde que empezó la experiencia humana. Desde el
comienzo, los seres humanos percibieron una Visión del Nacimiento, y
después de nacer se volvieron inconscientes, al tanto sólo de las
intuiciones más vagas. Al principio, en los primeros tiempos de la
historia humana, la distancia entre lo que proyectábamos y lo que en
realidad hacíamos era muy grande; luego, con el tiempo, la distancia
se achicó. Ahora estamos a punto de recordar todo.
En ese momento fui arrastrado de nuevo al conocimiento del grupo de
almas. En un instante, mi conciencia aumentó otro nivel y todo lo
que Wil había dicho se confirmó. Ahora por fin podíamos ver la
historia no como una lucha sangrienta del animal humano, que
egoístamente aprendió a dominar la naturaleza y a sobrevivir con un
estilo mejor, apartándose de la vida en la selva para crear una
civilización vasta y compleja;podíamos ver la historia humana más
bien como un proceso espiritual, como un esfuerzo más profundo y
sistemático de almas que, generación tras generación, vida tras
vida, luchaban a través de los milenios en pos de un objetivo
solitario: recordar lo que ya conocíamos en la Otra Vida, y llevar
ese conocimiento a la conciencia en la Tierra.
Desde una gran altura, se abrió a mi alrededor una gran imagen
holográfica y de un vistazo pude ver, de alguna manera, la larga
saga de la historia humana. Sin previo aviso, fui arrastrado a la
imagen, me vi trasladado hacia adelante en la historia y la reviví
en cámara rápida, como si ya hubiera estado allí, experimentándola
momento a momento.
De pronto me hallaba presenciando los albores de la conciencia. Ante
mí había una llanura larga barrida por el viento en algún lugar de
Asia. Mis ojos percibieron un movimiento; un grupo reducido de seres
humanos, desnudos, recorría un campo de bayas. Mientras observaba,
me dio la impresión de que captaba la conciencia de la época.
Íntimamente conectados con los ritmos y los signos del mundo
natural, los seres humanos vivíamos y respondíamos de manera
instintiva. Las rutinas de la vida diaria se orientaban hacia los
desafíos de la búsqueda de alimentos y la pertenencia al grupo. Los
niveles de poder derivaban de un individuo físicamente más fuerte y
perceptivo y, dentro de esta jerarquía, aceptábamos nuestro lugar
del mismo modo que aceptábamos las tragedias y dificultades
constantes de la existencia: sin reflexionar.
Mientras observaba, pasaron miles de años e innumerables
generaciones vivieron y perecieron. Luego, lentamente, algunos
individuos empezaron a inquietarse al ver las rutinas que tenían por
delante. Cuando un niño moría en sus brazos, su conciencia se
expandía y empezaban a preguntarse: ¿por qué? Y a tratar de
averiguar cómo evitarlo en el futuro. Estos individuos empezaban a
adquirir "conciencia de sí mismos": a darse cuenta de que estaban
aquí y ahora, vivos. Fueron capaces de apartarse de sus respuestas
automáticas y vislumbrar el alcance total de la existencia. Sabían
que la vida sobrevivía a los ciclos del Sol, la Luna y las
estaciones, pero, tal como lo probaban los muertos a su alrededor,
también tenía un final. ¿Cuál era el propósito?
Mirando con más atención a estos individuos pensantes, me di cuenta
de que podía percibir sus Visiones del Nacimiento; habían venido a
la dimensión terrena con el propósito específico de iniciar el
primer despertar existencial de la humanidad. Y si bien no podían
ver todo su alcance, supieron que en el fondo de sus mentes se
hallaba contenida la inspiración más amplia de la Visión Global.
Antes de su nacimiento, sabían que la humanidad emprendía un largo
viaje que ya podían ver. Pero también sabían que el progreso a lo
largo de ese viaje debía ir ganándose generación tras generación,
pues si bien despertábamos para ir en pos de un destino superior,
también perdíamos la tranquila paz de la inconsciencia. Junto al
júbilo y la libertad de saber que estábamos vivos aparecían el miedo
y la incertidumbre de estar vivos sin saber por qué.
Vi que la larga historia de la humanidad se movía entre estos dos
impulsos conflictivos. Por un lado, superábamos nuestros miedos
gracias a la fuerza de nuestras intuiciones, gracias a nuestras
imágenes mentales de que la vida tenía que ver con alcanzar alguna
meta en particular, con hacer avanzar la cultura en una dirección
positiva que sólo nosotros, como individuos, actuando con coraje y
sabiduría, podíamos inspirar. A partir de la fuerza de estos
sentimientos, se nos recordaba que, por insegura que pareciera la
vida, de hecho no estábamos solos, que por debajo del misterio de la
existencia había un propósito y un sentido.
Sin embargo, por otro lado muchas veces éramos presa del impulso
contrario, el impulso de protegemos del Miedo, y perdíamos de vista,
en forma temporaria, el propósito, cayendo en la angustia de la
separación y el abandono. Este Miedo nos llevaba a una
autoprotección aterrada, a luchar por retener nuestras posiciones de
poder, a robamos mutuamente la energía y a resistir siempre al
cambio y la evolución, con independencia de la información nueva o
mejor que pudiera haber.
El despertar continuaba a lo largo de los milenios; observé que los
seres humanos empezaban de manera gradual a unirse en grupos cada
vez más grandes, siguiendo un impulso natural de identificarse con
más personas, a introducirse en organizaciones sociales más
complejas. Vi que este impulso provenía de la vaga intuición,
plenamente conocida en la Otra Vida, de que el destino humano en la
Tierra debía evolucionar hacia la unificación. Siguiendo esta
intuición, nos dimos cuenta de que podíamos superar la vida nómade
de colectar y cazar y empezar a cultivar las plantas de la Tierra y
cosecharlas en forma regular. Asimismo, podíamos domesticar y criar
a muchos de los animales que nos rodeaban, asegurando así una
presencia constante de proteínas y productos afines. Con las
imágenes de la Visión Global profundamente grabadas en nuestro
inconsciente impulsándonos de manera arquetípica, empezamos a
pensar en un cambio que constituiría una de las transformaciones más
impresionantes de la historia humana, el salto del nomadismo al
establecimiento de grandes aldeas agrícolas.
A medida que estas comunidades agrícolas fueron volviéndose más
complejas, los excedentes de alimentos generaron el comercio y
permitieron que la humanidad se dividiera en los primeros grupos
ocupacionales:
pastores, constructores e hilanderos; luego mercaderes, trabajadores
en metales y soldados. En seguida se produjo el invento de la
escritura y la tabulación. Pero los caprichos de la naturaleza y los
desafíos de la vida seguían afectando la conciencia de la humanidad
primitiva y todavía se planteaba la pregunta tácita. ¿Por qué
estamos vivos? Como antes, observé las Visiones del Nacimiento de
aquellos individuos que se esforzaban
por entender la realidad espiritual en un nivel superior. Llegaron a
la dimensión terrenal específicamente para expandir la conciencia
humana de la fuente divina, pero sus primeras intuiciones de lo
divino siguieron siendo vagas e incompletas y adquirieron una forma
politeísta. La humanidad empezó a reconocer lo que supusimos era una
multitud de deidades crueles y exigentes, dioses que existían fuera
de nosotros mismos y regían el tiempo, las estaciones y las etapas
de la cosecha. En nuestra inseguridad, pensamos que debíamos
aplacar a esos dioses con ritos y rituales y sacrificios.
Al cabo de miles de años, las numerosas comunidades agrícolas se
unieron hasta formar grandes civilizaciones en la Mesopotamia,
Egipto, el valle del Indo, Creta y el norte de China, que en cada
caso inventaron sus propias versiones de los dioses de la naturaleza
y los animales. Mas dichas deidades no pudieron impedir la ansiedad
durante mucho tiempo. Vi cómo generaciones de almas llegaban a la
dimensión terrenal con la intención de traer el mensaje de que la
humanidad estaba destinada a progresar compartiendo y comparando el
conocimiento. Sin embargo, una vez aquí, estos individuos
sucumbieron al Miedo y distorsionaron esa intuición convirtiéndola
en una necesidad inconsciente de conquistar, dominar e imponer su
forma de vida a otros por la fuerza.
Empezó entonces la gran era de los imperios y los tiranos, cuando
surgían un gran líder tras otro, unían la fuerza de su pueblo y
conquistaban toda la tierra posible, convencidos de que las visiones
de su cultura debían ser adoptadas por todos. No obstante, a lo
largo de toda esta era, estos numerosos tiranos fueron a su vez
conquistados, y presionados bajo el yugo de una visión cultural más
fuerte y amplia. Durante miles de años, diferentes imperios
invadieron la conciencia humana y diezmaron sus ideas, mostrando
durante un tiempo una realidad, un plan económico y una tecnología
bélica más efectivos, para ser depuestos más tarde por una visión
más fuerte y organizada.
Vi que, pese a la lentitud y crueldad de este proceso, algunas
verdades clave fueron pasando lentamente desde la Otra Vida a la
dimensión física. Una de las más importantes de estas verdades —una
nueva ética de interacción— empezó a aflorar en distintos lugares
alrededor del globo hasta encontrar al fin una expresión clara en la
filosofía de los antiguos griegos. De inmediato vi las Visiones del
Nacimiento de cientos de individuos nacidos en la cultura griega,
cada uno con la esperanza de recordar esta oportuna revelación.
Durante muchas generaciones habían visto la inutilidad y la
injusticia de la interminable violencia de la humanidad contra sí
misma, y sabían que los seres humanos podían trascender el hábito
de luchar y conquistar a otros y poner en práctica un nuevo sistema
para el intercambio y la comparación de ideas, un sistema que
protegiera el derecho soberano de todo individuo a tener su propia
opinión, sin tener en cuenta la fuerza física: un sistema que ya era
conocido y aplicado en la Otra Vida. Mientras observaba, esta nueva
forma de interacción empezó a surgir y cobrar forma en la Tierra,
llegando a ser conocido finalmente como "democracia".
En este método de intercambio de ideas, la comunicación entre seres
humanos degeneraba todavía muchas veces en una insegura lucha de
poderes, pero al menos ahora, por primera vez, se hallaba en marcha
el proceso de proseguir la evolución de la realidad humana en el
nivel verbal antes que en el nivel físico.
Al mismo tiempo, otra idea decisiva destinada a transformar por
entero la comprensión humana de la realidad espiritual aparecía en
las historias escritas de una pequeña tribu de Medio Oriente.
Asimismo pude ver las Visiones del Nacimiento de muchos de los
defensores de esta idea. Estos individuos, nacidos en la cultura
judaica, sabían antes de nacer que, si bien teníamos razón al intuir
un principio divino, nuestra descripción de dicho principio era
erróneo y distorsionado. Nuestro concepto de muchos dioses era
simplemente un cuadro fragmentado de un todo más grande. Se dieron
cuenta de que, en realidad, existía un solo Dios, Dios que, en su
opinión, todavía era exigente, amenazador y patriarcal —y que
todavía existía fuera de nosotros mismos— pero, por primera vez, era
también personal y sensible, y el único creador de todos los seres
humanos.
Seguí mirando y vi cómo esta intuición de una fuente divina aparecía
y se esclarecía en culturas de todo el mundo. En China e India,
líderes durante mucho tiempo en tecnología, comercio y desarrollo
social, las religiones del hinduismo, el budismo y otros credos
llevaron a Oriente hacia un enfoque más contemplativo.
Quienes crearon estas religiones intuyeron que Dios era más que un
personaje. Dios era una fuerza, una conciencia, que sólo podía ser
encontrada totalmente alcanzando lo que describieron como una
experiencia de iluminación. En vez de agradar a Dios respetando sólo
algunas leyes o rituales, las religiones orientales buscaron la
conexión con Dios en el interior, como un cambio en la conciencia,
una apertura de la propia conciencia a una armonía y una seguridad
constantemente disponibles.
Mi visión pasó al mar de Galilea y allí vi que la idea de un Dios
que transformaría a la larga las culturas occidentales evolucionaba
pasando de la noción de una deidad fuera de nosotros, patriarcal y
juzgadora, hacia la posición mantenida en Oriente, hacia la idea de
un Dios interno, un Dios cuyo reino está en el interior humano. Vi
llegar a la dimensión terrena a una persona que recordaba casi toda
su Visión del Nacimiento.
Sabía que se encontraba aquí para traer una nueva energía al mundo,
una nueva cultura basada en el amor. Su mensaje fue éste: el único
Dios era un Espíritu Santo, una energía divina, cuya existencia
podía sentirse y probarse en forma vivencial. Llegar a una
conciencia espiritual significaba mucho más que rituales,
sacrificios y plegarias públicas. Implicaba un arrepentimiento de
naturaleza más profunda; un arrepentimiento que era un cambio
psicológico interno basado en la anulación de las adicciones del yo,
y un "abandonarse" trascendente, que aseguraba los verdaderos frutos
de la vida espiritual.
Cuando este mensaje empezó a difundirse, vi que el más influyente de
los imperios, el romano, abrazó la nueva religión y difundió la idea
del Dios interior único en gran parte de Europa. Más adelante,
cuando los bárbaros atacaron desde el norte y desmembraron el
imperio, la idea sobrevivió en la organización feudal de la
cristiandad que vino a continuación.
En ese momento volví a ver los llamados de los gnósticos instando a
la Iglesia a concentrarse de manera más plena en la experiencia
interna y transformadora y a usar la vida de Cristo como ejemplo de
lo que cada uno de nosotros puede alcanzar. Vi que la Iglesia caía
en el Miedo, que sus líderes sentían una pérdida de control y
edificaban la doctrina en tomo de la poderosa jerarquía de los
hombres de la Iglesia, que se convertían a sí mismos en mediadores,
dispensadores del espíritu al pueblo. Por último, todos los textos
relacionados con el gnosticismo fueron considerados blasfemos y
excluidos de la Biblia.
Aunque muchos individuos venían de la dimensión de la Otra Vida con
la intención de ampliar y democratizar la nueva religión, fue un
tiempo de gran temor y los esfuerzos por llegar a otras culturas se
distorsionaron de nuevo, convirtiéndose en una necesidad de dominar
y controlar.
Aquí volví a ver las sectas secretas de benedictinos y franciscanos,
que trataron de incluir una veneración por la naturaleza y un retomo
a la experiencia interior de lo divino. Estos individuos habían
venido a la dimensión terrenal intuyendo que la contradicción
gnóstica al fin se resolvería y decididos a preservar los viejos
textos y manuscritos hasta ese momento. Nuevamente vi mi intento
fallido por dar a conocer la información demasiado pronto, y mi
partida inoportuna.
No obstante, vi con claridad que en Occidente se desplegaba una
nueva era. El poder de la Iglesia era desafiado por otra unidad
social: el Estado-nación. Cuando los pueblos de la Tierra tomaron
conciencia unos de otros, los grandes imperios llegaron a su fin.
Surgieron nuevas generaciones, capaces de intuir nuestro destino de
unificación, que trabajaron por promover una conciencia de origen
nacional basada en lenguajes comunes y vinculada de modo más
estrecho con un área de tierra soberana. Estos Estados todavía se
hallaban dominados por líderes autocráticos, de los cuales se
pensaba en muchos casos que gobernaban por derecho divino, pero una
nueva civilización humana empezaba a desarrollarse con fronteras
reconocidas, monedas establecidas y rutas de comercio.
Por último, en Europa, al difundirse la riqueza y el alfabetismo, se
produjo un amplio renacimiento. Aparecieron entonces ante mis ojos
las Visiones del Nacimiento de muchos de los participantes. Sabían
que el destino humano debía desarrollar una democracia habilitada y
llegaron con la esperanza de darle vida. Se descubrieron los
escritos de los griegos y romanos, que estimularon sus recuerdos. Se
establecieron los primeros parlamentos democráticos y se lanzaron
llamados tendientes a terminar con el derecho divino de los reyes y
el reinado sangriento de los hombres de la Iglesia sobre la realidad
espiritual y social. Muy pronto sobrevino la Reforma protestante con
la promesa de que los individuos podían recurrir directamente a las
Escrituras y concebir una conexión directa con la divinidad.
Al mismo tiempo, individuos que buscaban mayor libertad y expansión
exploraron el continente americano, una masa de tierra ubicada
simbólicamente entre las culturas de Oriente y Occidente. Mientras
observaba cómo entraban en este nuevo mundo las Visiones del
Nacimiento de europeos inspirados, vi que llegaban sabiendo que
esta tierra ya estaba habitada, conscientes de que la comunicación y
la inmigración debían emprenderse sólo por invitación. En lo más
hondo de sí mismos, sabían que los americanos habrían de ser el
fundamento, el camino de regreso para una Europa que perdía con
rapidez su sentido de intimidad sagrada con el medio ambiente
natural y se encaminaba a un secularismo peligroso. Pese a no ser
perfectas, las culturas de los americanos nativos constituyeron un
modelo perfecto a partir del cual la mentalidad europea podía
recobrar sus raíces.
Sin embargo, de nuevo debido al Miedo, estos individuos fueron
capaces de intuir sólo el impulso de trasladarse a esta tierra al
sentir una nueva libertad y apertura del espíritu, pero trajeron
consigo la necesidad de dominar, conquistar y buscar su propia
seguridad. Las verdades importantes de las culturas nativas se
perdieron en la carrera por explotar los vastos recursos naturales
de la región.
Mientras tanto, en Europa, el renacimiento continuó y yo empecé a
ver todo el alcance de la Segunda Revelación. El poder de la Iglesia
para definir la realidad iba disminuyendo y los europeos sentían que
despertaban para ver la vida de otra manera. Gracias al coraje de
innumerables individuos, todos inspirados por sus memorias
intuitivas, se adoptó el método científico como proceso democrático
para explorar y llegar a entender el mundo en el cual se encontraban
los seres humanos. Este método —explorar algún aspecto del mundo
natural, sacar conclusiones y luego presentar esta opinión a otros—
fue tomado como un proceso de creación de consenso a través del cual
al fin todos podríamos comprender la situación real de la humanidad
en este planeta, incluida nuestra naturaleza espiritual.
Pero la gente de la Iglesia, acantonada en el Miedo, trató de
cercenar esta nueva ciencia. Como las fuerzas políticas estaban
alineadas de ambos lados, por último se llegó a una negociación. La
ciencia sería libre de explorar el mundo material y exterior, pero
debía dejar los fenómenos espirituales a los dictados de los todavía
influyentes hombres de la Iglesia. Todo el mundo interior de la
experiencia —nuestros estados perceptivos superiores de la belleza
y el amor, las intuiciones, las coincidencias, los fenómenos
interpersonales, hasta los sueños— quedó al principio fuera de los
límites de la ciencia nueva.
Pese a estas restricciones, la ciencia empezó a rastrear y describir
el funcionamiento del mundo físico, dando abundante información
sobre las maneras de incrementar el comercio y utilizar los
recursos naturales. La seguridad económica humana aumentó y
lentamente empezamos a perder nuestro sentido del misterio y
nuestros interrogantes esenciales referidos al propósito de la vida.
Decidimos que ya era bastante útil sobrevivir y construir un mundo
mejor y más seguro para nosotros y nuestros hijos. Poco a poco,
fuimos entrando en un trance del consenso que negó la realidad de la
muerte y creó la ilusión de que el mundo era explicable, común y
desprovisto de sentido.
A pesar de nuestra retórica, nuestra otrora fuerte intuición de un
origen divino quedaba cada vez más relegada al fondo. En este
materialismo ascendente. Dios no podía ser más que un Dios de
Abandono, un Dios que simplemente ponía en movimiento al mundo y
después se quedaba a un lado para dejarlo marchar con un criterio
mecánico, como una máquina predecible, donde cada efecto tenía una
causa y ocurrían hechos inconexos al azar, sólo por casualidad.
Sin embargo, aquí vi la Intención del Nacimiento de muchos de los
individuos de esta época. Llegaron sabiendo que el desarrollo de la
tecnología y la producción era importante porque al fin podía
resultar no contaminante y sostenible y podía liberar a la
humanidad más allá de lo imaginable. Pero al comienzo, al nacer en
el ambiente de su época, lo único que lograron recordar fue la
intuición general de construir, producir y trabajar, aferrándose con
firmeza al ideal democrático.
La visión cambió y vi que en ningún lugar la intuición fue tan
fuerte como en la creación de los Estados Unidos, con su
constitución democrática y su sistema de equilibrio de poderes. Como
un gran experimento. Estados Unidos se fundó para el rápido
intercambio de ideas que caracterizaría al futuro. Sin embargo,
debajo de la superficie, los mensajes de los americanos nativos y
los afroestadounidenses, y de otros pueblos sobre cuyas espaldas se
inició el experimento de ese país, gritaron para ser oídos, para ser
integrados a la mentalidad europea.
En el siglo XIX estuvimos al borde de una segunda gran
transformación de la cultura humana, una transformación que se
edificaría sobre la base de las nuevas fuentes de energía del
petróleo, el vapor y la electricidad. La economía humana había
llegado a ser un campo de esfuerzo vasto y complicado que ofrecía
más productos que nunca gracias a una explosión de nuevas técnicas.
En grandes números, la gente se trasladaba de las comunidades
rurales a los grandes centros urbanos de producción, pasando de la
vida en la granja a participar en la nueva revolución industrial
especializada.
En ese entonces la mayoría creía que un capitalismo fundado en forma
democrática, no obstaculizado por regulaciones estatales, constituía
el método deseado del comercio humano. No obstante, una vez más, al
captar Visiones del Nacimiento individuales, vi que la mayoría de
los individuos nacidos en este período habían llegado con la
esperanza de llevar al capitalismo hacia una forma más perfecta. Por
desgracia, el nivel de Miedo fue tal que lo único que lograron
intuir fue un deseo de edificar una seguridad individual, explotar a
otros trabajadores y maximizar las ganancias en toda ocasión,
participando a veces en acuerdos que entraban en conflicto con
competidores y gobiernos. Ésta fue la gran era de los barones
Robber y de la banca secreta y los carteles industriales.
No obstante, a comienzos del siglo XX, debido a los abusos de este
capitalismo desenfrenado, aparecieron como alternativa otros dos
sistemas económicos. Anteriormente, en Inglaterra, dos hombres
habían formulado un "manifiesto" alternativo que apelaba a un nuevo
sistema manejado por los trabajadores que a la larga crearía una
utopía económica, donde los recursos de la humanidad en su totalidad
estarían disponibles para cada persona de acuerdo con sus
necesidades, sin codicia o competencia.
Con las espantosas condiciones de trabajo de la época, la idea ganó
muchos adherentes. Pero vi en seguida que el "manifiesto"
materialista de los trabajadores había sido una corrupción de la
intención original. Cuando tuve ante mis ojos las Visiones del
Nacimiento de los dos hombres, me di cuenta de que intuían que el
destino humano a la larga alcanzaría dicha utopía. Por desgracia, no
pudieron recordar que esta utopía sólo podría concretarse a través
de la participación democrática, nacida de la voluntad libre y
desarrollada con lentitud.
Luego los iniciadores de este sistema comunista, desde la primera
revolución en Rusia a todos los eventuales países satélites,
pensaron erróneamente que este sistema podía crearse mediante la
fuerza y la dictadura, un enfoque que falló de manera miserable y
costó millones de vidas. En su impaciencia, los individuos
implicados habían imaginado una utopía, pero crearon el comunismo y
décadas de tragedia.
La escena pasó a la otra alternativa del capitalismo democrático: la
lacra del fascismo. Este sistema fue pensado para aumentar los
beneficios y el control de los integrantes de una elite gobernante
que se consideraban líderes privilegiados de la sociedad humana.
Creían que sólo a través del abandono de la democracia y la unión
del Estado con la nueva dirigencia industrial, una nación podía
alcanzar su máximo potencial y su posición óptima en el mundo.
Vi con
claridad que al crear semejante sistema, los participantes eran casi
totalmente inconscientes de sus Visiones del Nacimiento. Habían
llegado aquí deseando promover con exclusividad la idea de que la
civilización evolucionaba hacia la perfección y que una nación
formada por un pueblo plenamente unificado en términos de propósito
y voluntad, que luchara por alcanzar su máximo potencial, podía
obtener grandes niveles de energía y eficacia. Lo que se creó fue
una visión temerosa y egoísta que proclamaba en forma errónea la
superioridad de ciertas razas y naciones y la posibilidad de
desarrollar una supernación cuyo destino era gobernar el mundo. De
nuevo, la intuición de que todos los humanos evolucionaban hacia la
perfección fue distorsionada por hombres débiles y temerosos que la
convirtieron en el mortífero Tercer Reich.
Vi que otros —que también habían imaginado la .perfectibilidad de la
humanidad, pero que tenían más contacto con la importancia de una
democracia delegada— intuían que debían oponer a ambas alternativas
una economía expresada con libertad. La primera postura derivó en
una guerra mundial sangrienta contra la distorsión fascista, ganada
al fin a un costo extremo. La segunda derivó en una guerra fría
larga y amarga contra el bloque comunista.
De pronto me vi concentrado en los Estados Unidos durante los
primeros años de esta guerra fría, en la década de los 50. En ese
momento el país se hallaba en la cima de lo que había sido una
preocupación de 400 años por el materialismo secular. La riqueza y
la seguridad se habían difundido hasta incluir a una clase media
grande y ascendente, y en medio de este éxito material nació una
inmensa generación nueva, una generación cuyas intuiciones
conducirían a la humanidad a una tercera gran transformación.
Esta generación creció escuchando sin cesar que vivía en el país más
grande del mundo, la tierra de la libertad, con independencia y
justicia para todos sus ciudadanos. Sin embargo, al madurar, los
miembros de dicha generación encontraron una disparidad
perturbadora entre esta imagen popular y la realidad. Descubrieron
que en esta tierra había muchos —algunas minorías raciales y las
mujeres— que, por la ley y la costumbre, no eran libres. En de
década de los 60, la nueva generación se dedicó a analizar más de
cerca y descubrió otros aspectos inquietantes de la imagen de los
Estados Unidos, por ejemplo, el patriotismo ciego que esperaba que
los jóvenes fueran a una tierra extranjera a librar una guerra
política sin un propósito claramente enunciado y sin perspectivas de
victoria.
Igualmente inquietante era la práctica espiritual de la cultura. El
materialismo de los cuatrocientos años anteriores había relegado el
misterio de la vida y la muerte a un rincón. Para muchos, las
iglesias y las sinagogas estaban llenas de rituales pomposos y
carentes de sentido. La participación era más social que espiritual
y los miembros estaban muy limitados por la idea de cómo podían ser
percibidos y juzgados por sus pares observadores.
A medida que la visión avanzaba, vi que la tendencia de la nueva
generación a analizar y juzgar surgió de una intuición profundamente
asentada de que en la vida debía tenerse en cuenta mucho más que la
vieja realidad material. La nueva generación percibió el nuevo
significado espiritual más allá del horizonte y empezó a explorar
otras religiones y puntos de vista espirituales menos conocidos. Por
primera vez, las religiones orientales fueron comprendidas por
muchos y sirvieron para validar la intuición masiva de que la
percepción espiritual era una experiencia interna, un cambio en la
conciencia que cambiaba para siempre el sentido personal de
identidad y propósito. Asimismo, los escritos cabalísticos judíos y
los místicos cristianos occidentales, como Meister Ekhart y Teilhard
De Chardin, proporcionaron otras descripciones fascinantes de una
espiritualidad más profunda.
Al mismo tiempo, nueva información afloraba a partir de las ciencias
humanas —sociología, psiquiatría, psicología y antropología—, así
como de la física moderna, que arrojaba nueva luz sobre la
naturaleza de la conciencia humana y la creatividad. Esta
acumulación de pensamiento, junto con la perspectiva aportada por
Oriente, empezó a cristalizar de forma gradual en lo que más tarde
se denominaría el "Momento del potencial humano", la creencia
emergente de que los seres humanos aplicaban actualmente sólo una
pequeña parte de su vasto potencial espiritual, físico y
psicológico.
Observé el momento en que, después de varias décadas, esta
información y la experiencia espiritual que produjo crecieron hasta
convertirse en una "masa crítica" de conciencia, un salto a la
conciencia desde el cual empezamos a formular una nueva visión de lo
que era vivir una vida humana que incluía, en definitiva, una
verdadera remembranza de las nueve revelaciones.
No
obstante, mientras esta nueva visión cristalizaba, difundiéndose a
través del mundo humano como un contagio de conciencia, muchos otros
de la nueva generación empezaron a retirarse, alarmados por la
creciente inestabilidad en la cultura que parecía corresponderse
con la llegada del nuevo paradigma. Durante cientos de años, los
sólidos acuerdos de la vieja visión del mundo habían mantenido un
orden bien definido y hasta rígido para la vida humana. Todos los
papeles estaban claramente definidos y cada uno conocía su lugar:
por ejemplo, los hombres en el trabajo, las mujeres y los niños en
la casa, las familias nucleares y genéticas intactas, una ética
laboral ubicua. Se esperaba que los ciudadanos encontraran un lugar
en la economía, que descubrieran el sentido en la familia y los
hijos y supieran que el propósito de la vida era vivir bien y crear
un mundo materialmente más seguro para la generación siguiente.
Luego llegó la ola de cuestionamiento, análisis y crítica de la
década de los 60, y las normas inamovibles de pronto empezaron a
derrumbarse. El comportamiento dejó de regirse por acuerdos fuertes.
De pronto cada uno parecía facultado, liberado, libre de marcar su
propio rumbo en la vida, de alcanzar esta idea nebulosa de
potencial. En medio de este clima, lo que los demás pensaran dejó de
ser el determinante real de nuestra acción y conducta; cada vez más,
nuestro comportamiento pasó a ser determinado por cómo nos
sentíamos en nuestro interior y por nuestra propia ética interna.
Para los que habían adoptado sinceramente un punto de vista más
espiritual, caracterizado por la honestidad y el amor a los demás,
la conducta ética no fue un problema. Pero sí resultaban
preocupantes quienes habían perdido las pautas de vida exteriores
sin haber formado todavía un código interno fuerte. Daban la
impresión de caer en una tierra de nadie cultural donde todo parecía
permitido: el crimen, las drogas y los impulsos adictivos de todo
tipo, para no mencionar una pérdida de la ética del trabajo. Para
colmo de males, muchos parecían usar los nuevos descubrimientos del
movimiento del potencial humano para dar a entender que los
criminales y los desviados no eran ni siquiera responsables de sus
actos. Se los consideraba en cambio víctimas de una cultura opresiva
que permitía descaradamente las condiciones sociales que modelaban
esta conducta.
Seguí mirando y de pronto comprendí lo que veía: estaba formándose
en el planeta una polarización de puntos de vista, en la cual los
indecisos reaccionaban contra un punto de vista cultural que, en su
opinión, llevaba al caos y la incertidumbre generalizados, quizás
incluso a la desintegración total de su forma de vida. En los
Estados Unidos, sobre todo, un grupo cada vez mayor de personas se
convencían de que enfrentaban algo que equivalía a una lucha de vida
o muerte contra la permisividad y el liberalismo de los últimos
veinticinco años, una guerra cultural, como la llamaron, en la que
se hallaba en juego nada menos que la supervivencia de la
civilización occidental. Vi que muchos consideraban que la causa
estaba casi perdida y por eso defendían la acción extrema.
Frente a esta repercusión, vi que los defensores del potencial
humano caían a su vez en una postura defensiva y temerosa, al sentir
que muchas victorias duras ganadas en favor de los derechos
individuales y la compasión social corrían peligro de ser
avasalladas por la marea de conservadurismo. Muchos consideraban que
esta reacción contra la liberación era un ataque de las fuerzas
fortificadas de la ambición y la explotación, que ejercían presión
en un último intento por dominar a los miembros más débiles de la
sociedad.
Aquí vi claramente qué era lo que intensificaba la polarización:
cada bando pensaba que el otro era una conspiración maligna.
Los defensores de la vieja visión del mundo ya no consideraban que
el potencial humano era engañoso o ingenuo, sino que, de hecho, lo
veían como parte de una conspiración más grande de socialistas
omnipresentes, seguidores resistentes de la solución comunista que
trataban de realizar justo lo que estaba produciéndose: la erosión
de la vida cultural hasta el punto en que cualquier gobierno fuerte
pudiera llegar y enderezar todo. Para ellos, esta conspiración
utilizaba el miedo a la escalada criminal como excusa para registrar
armas y desarmar en forma sistemática al pueblo, dando un control
cada vez mayor a una burocracia centralizada que al fin supervisaría
el movimiento de efectivo y tarjetas de crédito a través de
conexiones realizadas con esa intención, explicando el mayor control
de la economía electrónica como prevención del crimen o como una
necesidad de cobrar impuestos o prevenir el sabotaje. Por último,
tal vez sirviéndose de la estratagema de un desastre natural
inminente, el Estado intervendría, confiscaría bienes y declararía
la ley marcial.
A los defensores de la liberación y el cambio les parecía más
probable justamente la situación contraria. Frente a las victorias
políticas de los conservadores, todo aquello para lo cual habían
trabajado daba la impresión de desmoronarse ante sus ojos. Ellos
también observaban el aumento del crimen violento y la degeneración
de las estructuras familiares, sólo que, para ellos, la causa no era
tanto la excesiva intervención del Estado, sino una intervención
demasiado escasa y tardía.
En todos los países, el capitalismo le había fallado a toda una
clase, y la razón era evidente: para los pobres no existía ninguna
oportunidad de participar en el sistema. No había una educación
eficaz. No había trabajo. Y en vez de ayudar, el Estado parecía
dispuesto a echarse atrás, dejando de lado los programas contra la
pobreza junto con todos los demás logros sociales ganados durante
veinticinco años.
Vi con total claridad que, en medio de su creciente desencanto, los
reformadores empezaban a creer lo peor: que el vuelco de la sociedad
hacia la derecha sólo podía derivar de la mayor manipulación y el
mayor control de los intereses empresariales adinerados del mundo.
Estos intereses parecían estar comprando a los gobiernos y los
medios de comunicación, y, a la larga, igual que en la Alemania
nazi, dividían el mundo entre los que tienen y los que no, y las
empresas más ricas hacían quebrar a las empresas pequeñas y
controlaban cada vez más los bienes. Por cierto, había
manifestaciones, pero sólo servían para seguirle el juego a la
elite, que fortalecía su control policial.
Mi conciencia saltó de pronto a un nivel más alto y por fin entendí
bien la polarización: grandes cantidades de personas parecían
favorecer una perspectiva o la otra, y los dos bandos apostaban cada
vez más a una guerra de buenos contra malos; ambos visualizaban al
otro como autor de una gran conspiración.
En el
fondo, ahora entendí la creciente influencia de los que proclamaban
ser capaces de explicar este mal incipiente. Eran los analistas de
los "tiempos finales" a los que antes había hecho referencia Joel.
En la creciente agitación de la transición, estos intérpretes
empezaban a aumentar su poder. En su opinión, las profecías de la
Biblia debían entenderse literalmente y lo que veían en la
incertidumbre de nuestro tiempo era el tan ansiado apocalipsis que
se aprestaba a descender. Pronto se produciría la guerra santa
abierta, en la cual los seres humanos se dividirían entre las
fuerzas de las tinieblas y los ejércitos de la luz. Imaginaban la
guerra como un conflicto físico real, rápido y sangriento, y para
aquellos que sabían que venía, sólo una decisión era importante:
estar del lado correcto cuando empezara la lucha.
No
obstante, de manera simultánea, tal como había ocurrido con los
otros giros significativos en la historia humana, vi, más allá del
miedo y el atrincheramiento, las verdaderas Visiones del Nacimiento
de los afectados. Resultaba obvio que todos los que estábamos a
ambos lados de la polarización habíamos llegado a la dimensión
física con la intención de que dicha polarización no fuera tan
intensa. Queríamos una transición suave de la vieja visión
materialista del mundo a una nueva visión espiritual, y queríamos
una transformación en la que se reconociera e integrara en el nuevo
mundo que emergía lo mejor de las antiguas tradiciones.
Vi que esta belicosidad cada vez mayor era una aberración provocada
no por una intención sino por el Miedo. Nuestra visión original era
que la ética de la sociedad humana se mantendría y que al mismo
tiempo cada persona se liberaría por entero y el medio ambiente
estaría protegido; que se conservaría y a la vez se transformaría
la creatividad económica introduciendo un propósito espiritual
dominante. Más aún, que esta conciencia espiritual podía descender
al mundo e iniciar una utopía de una manera que simbólicamente
cumpliera con las escrituras de los tiempos finales.
De
pronto mi conciencia se amplió aún más y Justo después de observar
la Visión del Nacimiento de Maya, casi pude vislumbrar esta
comprensión espiritual superior, la imagen completa del lugar al
que se dirigía la historia humana a partir de ese momento, cómo
podíamos lograr esta conciliación de puntos de vista y seguir
adelante hasta cumplir con nuestro destino humano. Entonces, igual
que antes, empezó a darme vueltas la cabeza y me desconcentré; no
pude alcanzar el nivel de energía necesario para captarlo.
La
visión empezó a desaparecer y, esforzándome por mantenerla, vi la
situación actual una última vez. Obviamente, sin la influencia
mediadora de la Visión Global, la polarización del Miedo seguiría
acelerándose. Vi que los dos bandos se endurecían y sus sentimientos
se intensificaban cuando ambos empezaban a pensar que el otro no
sólo estaba equivocado, sino que era malvado y venal... cómplice del
mismísimo diablo.
Después
de un momento de mareo y una sensación de movimiento rápido, miré a
mi alrededor y vi a Wil a mi lado. Me miró y luego echó un vistazo a
la oscuridad grisácea en que nos hallábamos, con expresión
preocupada. Nos trasladamos a otro lugar.
—¿Pudiste ver mi visión de la historia? —pregunté. Volvió a mirarme
y asintió.
—Lo que
acabamos de ver es una interpretación nueva y espiritual de la
historia, propia, en cierto sentido, de tu visión cultural, pero
sumamente reveladora. Nunca había visto algo así. Esto tiene que ser
parte de la Décima, una visión clara de la búsqueda humana tal como
se ve en la Otra Vida. Estamos comprendiendo que todos nacemos con
una intención positiva, tratando de traer a lo físico algo más del
conocimiento contenido en la Otra Vida. ¡Todos! La historia empezó
un largo proceso de despertar. Cuando nacemos a lo físico,
lógicamente chocamos con el problema de avanzar en forma
inconsciente y de tener que socializar y entrenamos en la realidad
cultural de la época. Después de esto, lo único que podemos recordar
son esos sentimientos esenciales, esas intuiciones para hacer
ciertas cosas. Pero tenemos que combatir sin cesar el Miedo. Muchas
veces es tan grande que no podemos concretar lo que pensábamos, o lo
distorsionamos de alguna manera. Pero todos, repito, todos venimos
con las mejores intenciones.
—¿Entonces dé veras piensas que un asesino en serie puede haber
venido a hacer algo bueno?
—Originalmente, sí. Toda matanza es ira y golpes furiosos como
manera de superar un sentimiento interior de miedo y desamparo.
—No sé —dije—. ¿Algunas personas no son intrínsecamente malas?
—No, sólo se enloquecen por el Miedo y cometen errores espantosos.
Y, al final deben asumir la plena responsabilidad de esos errores.
Pero lo que hay que entender es que estos actos horribles son
causados, en parte, por nuestra propia tendencia a suponer que
algunas personas son naturalmente malas. Ésa es la visión equivocada
que fomenta la polarización. Ninguno de los dos lados puede creer
que los seres humanos actúen de la forma en que lo hacen sin ser
intrínsecamente malos, y por eso se deshumanizan y alienan cada vez
más entre ellos. Como consecuencia esto incrementa el miedo, y así
aflora lo peor de cada individuo. Volvió a mirar para otro lado,
como distraído.
—Cada bando piensa que el otro está envuelto en una conspiración de
gran envergadura —agregó—, epítome de todo lo negativo.
Noté que volvía a mirar a lo lejos y cuando seguí sus ojos y también
enfoqué el ambiente, empecé a captar una sensación ominosa de
penumbra y presentimiento.
—Creo que no podemos traer la Visión Global ni resolver la
polarización hasta no entender la verdadera naturaleza del mal y la
auténtica realidad del Infierno.
—¿Por qué dices eso? —pregunté. Me miró una vez más y luego dirigió
de nuevo la mirada hacia la penumbra.
—Porque precisamente estamos en el Infierno.
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