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LA DÉCIMA REVELACIÓN

EN BUSCA DE LA LUZ INTERIOR

LA HISTORIA DE UN DESPERTAR

James Redfield

 

LA HISTORIA DE UN DESPERTAR

Cuando abrí los ojos, estaba en una zona de luz azul intenso y experimentaba una sensación familiar de paz y bienestar. Detecté la presencia de Wil a mi izquierda.

Como antes, se mostró muy aliviado y feliz de que hubiera regresado. Se acercó y susurró:

—Te encantará estar acá.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

—Mira con más detenimiento. Sacudí la cabeza.

—Antes tengo que hablarte. Es imperativo que descubramos este experimento y lo detengamos. Des­truyeron la cima de una colina. Quién sabe qué van a hacer ahora.

—¿Qué haremos si los encontramos? —preguntó Wil.

—No sé.

—Bueno, yo tampoco. Cuéntame qué pasó. Cerré los ojos y traté de concentrarme, luego de lo cual describí la experiencia de mi nuevo encuentro con Maya, en especial su resistencia a mi sugerencia de que ella formaba parte del grupo.

Wil asintió sin hacer comentarios. Seguí con la descripción de mi encuentro con Curtis, la comunicación con Williams y la supervivencia a los efectos del experimento.

—¿Williams les habló? —preguntó Wil.

—En realidad, no. La comunicación no era mental, como entre tú y yo. Parecía influir de alguna manera en las ideas que se nos ocurrían. Sentí que era información que yo ya conocía en algún nivel; sin embargo, los dos decíamos lo que él trataba de comunicamos. Fue extraño, pero sé que estaba ahí.

—¿Cuál fue su mensaje?

—Confirmó lo que tú y yo vimos con Maya; dijo que podíamos recordar más allá de nuestras intenciones individuales al nacer abarcando un conocimiento mayor del propósito humano y cómo podemos consumar ese propósito. En apariencia, recordar ese conocimiento aporta una energía ampliada que puede ponerle fin al Miedo... y a este experimento. Lo llamó una Visión del Mundo.

Wil guardó silencio.

—¿Qué te parece? —pregunté.

—Creo que son más conocimientos de la Décima Revelación. Comprende, por favor; comparto tu sensa­ción de urgencia. Pero la única forma en que podemos ayudar es seguir explorando la Otra Vida hasta saber algo más sobre esta Visión que Williams trataba de transmitir. Tiene que haber un proceso exacto para recordar qué es.

A la distancia, un movimiento atrajo mi mirada. Ocho o diez seres muy distintos, sólo parcialmente fuera de foco, se movieron hasta quedar a unos quince metros. Detrás de ellos había docenas más, mezclados en la habitual mancha color ámbar. Todos exhalaban una sensación particular de emoción y nostalgia que resul­taba nítidamente familiar.

—¿Sabes quiénes son esas almas? —preguntó Wil, con una gran sonrisa.

Observé el grupo y experimenté una sensación de parentesco. Sabía pero no sabía. Mientras miraba el gru­po de almas, la conexión emocional iba adquiriendo una intensidad que superaba todo lo que recordaba haber vivido hasta ese momento. Sin embargo, al mismo tiempo, reconocía la cercanía; yo ya había estado allí.

El grupo se hallaba ahora a unos seis metros de mí, lo cual aumentó aún más mi euforia y mi aceptación. Me abandoné muy feliz, entregándome a la sensación, sin desear nada más que complacerme en ella, contento, quizá por primera vez en mi vida. Olas de agradeci­miento y aprecio llenaron mi mente.

—¿Te has dado cuenta? —volvió a preguntar Wil. Me volví para mirarlo.

—Es mi grupo de almas, ¿no?

Con ese pensamiento me llegó un torrente de recuerdos. Francia, en el siglo XIII, un monasterio y un claustro. A mi alrededor, un grupo de monjes, risas, cercanía, luego una caminata solitaria por una senda boscosa. De pronto, dos hombres harapientos, ascetas, pidiendo ayuda, algo relacionado con la preservación de un saber secreto.

Ahuyenté la visión y miré a Wil presa, de pronto, de un miedo perverso. ¿Qué estaba a punto de ver? Traté de centrarme y mi grupo de almas se aproximó un metro más.

—¿Qué está pasando? —preguntó Wil.

—No pude entender.

Describí lo que había observado.

—Ahonda más —sugirió Wil.

Enseguida vi otra vez a los ascetas y supe, de algún modo, que eran miembros de una orden secreta de "espirituales" franciscanos, recientemente excomulgada al perder el trono el papa Celestino V.

——¿El papa Celestino? —Miré a Wil. —¿Oíste eso? Nunca supe que hubiera un papa con ese nombre.

—Fines del siglo XIII —confirmó Wil—. Las ruinas de Perú, donde se encontró finalmente la Novena Revelación, fueron bautizadas tomando su nombre en el siglo XVI.

—¿Quiénes eran los "espirituales"?

—Eran un grupo de monjes que creían que podía alcanzarse una conciencia superior apartándose de la cultura humana y retomando a una vida contemplativa en la naturaleza. El papa Celestino apoyaba la idea y de hecho llegó a vivir en una cueva durante un tiempo. Como es obvio, fue depuesto y más tarde la mayoría de las sectas de los espirituales fueron condenadas por gnósticas y excomulgadas.

Afloraron más recuerdos. Los dos ascetas se habían acercado para pedirme ayuda y yo, con cierta renuencia, me había reunido con ellos en el bosque. Sus ojos y la temeridad de su comportamiento eran tales que no había tenido alternativa. Según me dijeron, antiguos docu­mentos corrían peligro de perderse para siempre. Más tarde los hice entrar de contrabando en la abadía y leí los papeles a la luz de la vela en mis aposentos, con las puertas cerradas y bloqueadas.

Los documentos en cuestión eran copias latinas antiguas de las Nueve Revelaciones, y yo había accedido a copiarlas antes de que fuera demasiado tarde, empleando cada minuto de mi tiempo libre para reproducir trabajosamente docenas de los manuscritos. En un momento estaba tan subyugado por las Revelaciones que intenté convencer a los ascetas de que las dieran a conocer.

Se negaron de manera categórica. Alegaron que habían mantenido los documentos durante muchos siglos, esperando que surgiera dentro de la Iglesia la correspondiente comprensión. Cuando pregunté el signi­ficado de esta última expresión, me explicaron que las revelaciones no serían aceptadas hasta que la iglesia no se aviniera con lo que denominaban el "dilema gnóstico".

Yo recordaba de manera vaga que los gnósticos eran cristianos primitivos que creían que los seguidores del Dios único no sólo veneran a Cristo sino que luchan por emularlo en el espíritu de Pentecostés. Trataron de describir esta emulación en términos filosóficos, como método de ejercicio. Cuando la Iglesia primitiva formuló sus cánones, los gnósticos fueron considerados al final herejes intencionales, contrarios a dar su vida y entre­garla a Dios como materia de fe. Los primeros dirigentes de la Iglesia llegaron a la conclusión de que, para ser un verdadero creyente, era necesario renunciar a la com­prensión y el análisis y contentarse con vivir la vida a través de la revelación divina, adhiriendo a la voluntad de Dios momento a momento, pero satisfecho de desconocer su plan general.

• Los gnósticos acusaron de tirana a la jerarquía de la Iglesia, afirmando que sus comprensiones y sus métodos tendían a facilitar de verdad este acto de "abandonarse a la voluntad de Dios" que la Iglesia exigía, en vez de alabar la idea de dientes afuera, como lo hacían los hombres de la Iglesia.

A la larga, los gnósticos perdieron y fueron expul­sados de todas las funciones y los textos eclesiásticos, luego de lo cual sus creencias se desarrollaron en forma oculta entre las distintas sectas y órdenes secretas. No obstante, el dilema era claro. Mientras la Iglesia mantu­viera la visión de una conexión espiritual transformadora con lo divino, persiguiendo al mismo tiempo a quien­quiera que hablara abiertamente de la experiencia específica —de qué manera se podía alcanzar realmente una conciencia, y cómo era—, el "reino interior" seguiría siendo un concepto intelectualizado dentro de la doctrina eclesiástica, y las Revelaciones serían aplastadas cada vez que aparecieran.

En aquel entonces, escuché con preocupación a los ascetas y no dije nada, pero en mi interior estaba en desacuerdo. Tenía la certeza de que la orden benedictina de la cual formaba parte se interesaría en esos escritos, en especial en el nivel del monje individual. Más tarde, sin decir nada a los espirituales, le pasé una copia a un amigo que era el consejero más cercano al cardenal Nicolás en mi distrito. La reacción no se hizo esperar. Me llegaron rumores de que el cardenal se hallaba fuera del país pero se me pidió que cesara toda discusión del tema y partiera de inmediato hacia Nápoles para informar acerca de mis hallazgos a los superiores del cardenal. Sentí pánico y de inmediato repartí los manuscritos en toda la orden, con la esperanza de ganar el apoyo de otros hermanos interesados.

Para posponer mi convocación, fingí una lesión grave en el tobillo y escribí una serie de cartas en las que explicaba mi impedimento, con lo cual logré postergar el viaje durante meses mientras copiaba todos los manus­critos que podía en mi aislamiento. Por último, una noche de luna nueva, unos soldados derribaron mi puerta, me golpearon y me llevaron con los ojos vendados al castillo del noble local, donde más tarde languidecí en el cepo durante días antes de ser decapitado.

El shock de recordar mi muerte volvió a darme mucho miedo y provocó una fuerte palpitación en mi tobillo lastimado. El grupo de almas siguió acercándose varios metros más hasta que pude centrarme. No obstante, me quedó cierto grado de confusión. Wil hizo un gesto con la cabeza, como diciéndome que había visto toda la historia.

—Ése fue el comienzo de mi problema en el tobillo, ¿no? —pregunté.

—Sí —replicó Wil. Lo miré fijo.

—¿Y todos los demás recuerdos? ¿Entendiste el dilema gnóstico?

Asintió y se acomodó para quedar justo frente a mí.

—¿Por qué creó la Iglesia un dilema así? —pregunté.

—Porque la Iglesia primitiva temía salir a decir que Cristo encamaba una forma de vida a la que cada uno de nosotros podía aspirar, si bien era lo que se decía con claridad en las Escrituras. Temían que esta posición diera demasiado poder a los individuos; de ahí que perpe­tuaran la contradicción. Por un lado, los hombres de la Iglesia impulsaban al creyente a buscar el reino místico de Dios en su interior, a intuir la voluntad de Dios y a llenarse del Espíritu Santo. Pero por el otro, condenaban por blasfema toda discusión referida a la manera en que una persona podía ir alcanzando esos estados, llegando a recurrir con frecuencia al asesinato liso y llano para proteger su poder.

—O sea que yo fui un tonto al tratar de hacer circular las Revelaciones.

—No diría un tonto —musitó Wil—, sino más bien poco diplomático. Te mataron porque trataste de introducir una comprensión en la cultura antes de tiempo.

Miré un instante más los ojos de Wil; luego retomé al conocimiento del grupo y me encontré en la escena de las guerras del siglo XIX. Me hallaba otra vez en la reunión de jefes del valle, sosteniendo el mismo caballo de carga, al parecer justo antes de partir. Hombre de montaña y trampero, yo era amigo tanto de los nativos como de los colonizadores. Casi todos los indios querían luchar pero Maya había conquistado los corazones de algunos con su búsqueda de la paz. En silencio, escuché a las dos partes y luego observé cómo se iban la mayoría de los jefes.

En un momento, Maya se me acercó.

—Supongo que usted también se va.

Asentí y le expliqué que si esos hechiceros nativos no comprendían lo que ella hacía, yo sin duda tampoco.

Me miró como si estuviera bromeando; luego se dio vuelta y dirigió su atención a otra persona. ¡Charlene! De pronto recordé que había estado ahí; era una india de gran poder, pero ignorada en general por los jefes, envidiosos debido a su sexo. Parecía saber algo impor­tante sobre el papel de los ancestros, pero su voz caía en oídos sordos.

Me vi a mí mismo queriendo quedarme, queriendo apoyar a Maya y revelar mis sentimientos por Charlene, pero a la larga me iba, ya que el recuerdo inconsciente de mi error en el siglo XIII todavía estaba demasiado cerca de la superficie. Lo único que deseaba era escapar, eludir toda responsabilidad. Mi esquema de vida estaba establecido: ponía trampas para conseguir pieles, me las arreglaba y no corría riesgos por nadie. Tal vez en otra oportunidad fuera mejor.

¿Otra oportunidad? Mi mente avanzó velozmente y me vi mirando hacia la Tierra, contemplando mi actual encamación. Observaba mi propia Visión del Nacimiento y veía la posibilidad de resolver mi renuencia a actuar o tomar posición. Imaginaba cómo podía utilizar todo el potencial de mi familia original asimilando la sensibi­lidad de mi madre y la integridad y la diversión de mi padre. Un abuelo aportaría una conexión con la vida silvestre, un tío y una tía serían modelos de cumpli­miento y disciplina.

Y estar entre individuos tan fuertes traería rápida­mente a la conciencia mi tendencia a ser distante. En razón de sus egos y de su gran expectativa, al principio yo trataría de apartarme de sus mensajes e intentaría ocultarme, pero luego superaría el miedo y vería la preparación positiva que me daban, lo cual eliminaría esa tendencia para que yo pudiera seguir plenamente mi camino de vida.

Sería una preparación perfecta y yo abandonaría esa educación buscando los detalles de la espiritualidad que había visto siglos antes en las Revelaciones. Analizaría las descripciones psicológicas del movimiento humano potencial, la sabiduría de la experiencia oriental, los místicos de Occidente, y luego por fin encontraría otra vez las verdaderas revelaciones, justo en el momento en que afloraban para alcanzar al fin la conciencia masiva. Toda esta preparación y liberación me permitiría entonces explorar de qué manera estas revelaciones estaban cambiando la cultura humana y formar parte del grupo de Williams.

Me retiré y miré a Wil.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Tampoco para mí las cosas fueron precisamente ideales. Siento que desperdicié la preparación. Ni siquiera me liberé de la indiferencia. Fueron tantos los libros que no leí, tantas las personas que pudieron haberme dado mensajes y yo las ignoré. Cuando miro para atrás ahora, me parece haber perdido todo.

Wil casi se echó a reír.

—Nadie puede seguir sus Visiones del Nacimiento a la perfección.

De repente se interrumpió y se quedó pensativo.

—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo aquí? Acabas de recordar la forma ideal en que querías que transcurriera tu vida, la forma que te habría dado más satisfacción, y cuando ves cómo viviste realmente te lle­nas de pesar, tal como se sentía Williams después de morir, al ver las oportunidades que había dejado pasar. En vez de tener que esperar hasta después de la muerte, tú puedes experimentar la Revisión de Vida ahora.

No entendía bien.

—¿No lo ves? Esto debe de ser una parte clave de la Décima. No estamos descubriendo sólo que nuestras intuiciones y nuestro sentido del destino en nuestra vida es una remembranza de nuestras Visiones del Nacimien­to. Al entender mejor la idea de aclarar el pasado de la Sexta Revelación, analizamos dónde nos apartamos del camino o no logramos aprovechar las oportunidades para poder retomar un camino que armonice más con la razón de nuestra presencia aquí. En otras palabras, traemos a la conciencia un poco más del proceso. Anti­guamente, teníamos que morir para iniciar esta revisión de nuestras vidas, pero ahora podemos hacerla antes y en definitiva lograr que la muerte sea obsoleta, tal como lo predice la Novena Revelación.

Por fin entendí.

—De modo que eso es lo que vinimos a hacer los seres humanos a la Tierra: a recordar de manera sistemá­tica, a despertar poco a poco.

—Eso es. Por fin vamos tomando conciencia de un proceso que fue inconsciente desde que empezó la experiencia humana. Desde el comienzo, los seres humanos percibieron una Visión del Nacimiento, y después de nacer se volvieron inconscientes, al tanto sólo de las intuiciones más vagas. Al principio, en los primeros tiempos de la historia humana, la distancia entre lo que proyectábamos y lo que en realidad hacíamos era muy grande; luego, con el tiempo, la distancia se achicó. Ahora estamos a punto de recordar todo.

En ese momento fui arrastrado de nuevo al conocimiento del grupo de almas. En un instante, mi conciencia aumentó otro nivel y todo lo que Wil había dicho se confirmó. Ahora por fin podíamos ver la historia no como una lucha sangrienta del animal humano, que egoístamente aprendió a dominar la naturaleza y a sobrevivir con un estilo mejor, apartándose de la vida en la selva para crear una civilización vasta y compleja;podíamos ver la historia humana más bien como un proceso espiritual, como un esfuerzo más profundo y sistemático de almas que, generación tras generación, vida tras vida, luchaban a través de los milenios en pos de un objetivo solitario: recordar lo que ya conocíamos en la Otra Vida, y llevar ese conocimiento a la conciencia en la Tierra.

Desde una gran altura, se abrió a mi alrededor una gran imagen holográfica y de un vistazo pude ver, de alguna manera, la larga saga de la historia humana. Sin previo aviso, fui arrastrado a la imagen, me vi trasladado hacia adelante en la historia y la reviví en cámara rápida, como si ya hubiera estado allí, experimentándola momento a momento.

De pronto me hallaba presenciando los albores de la conciencia. Ante mí había una llanura larga barrida por el viento en algún lugar de Asia. Mis ojos percibieron un movimiento; un grupo reducido de seres humanos, des­nudos, recorría un campo de bayas. Mientras observaba, me dio la impresión de que captaba la conciencia de la época. Íntimamente conectados con los ritmos y los signos del mundo natural, los seres humanos vivíamos y respondíamos de manera instintiva. Las rutinas de la vida diaria se orientaban hacia los desafíos de la bús­queda de alimentos y la pertenencia al grupo. Los niveles de poder derivaban de un individuo físicamente más fuerte y perceptivo y, dentro de esta jerarquía, aceptá­bamos nuestro lugar del mismo modo que aceptábamos las tragedias y dificultades constantes de la existencia: sin reflexionar.

Mientras observaba, pasaron miles de años e innumerables generaciones vivieron y perecieron. Luego, lentamente, algunos individuos empezaron a inquietarse al ver las rutinas que tenían por delante. Cuando un niño moría en sus brazos, su conciencia se expandía y empe­zaban a preguntarse: ¿por qué? Y a tratar de averiguar cómo evitarlo en el futuro. Estos individuos empezaban a adquirir "conciencia de sí mismos": a darse cuenta de que estaban aquí y ahora, vivos. Fueron capaces de apartarse de sus respuestas automáticas y vislumbrar el alcance total de la existencia. Sabían que la vida sobrevivía a los ciclos del Sol, la Luna y las estaciones, pero, tal como lo probaban los muertos a su alrededor, también tenía un final. ¿Cuál era el propósito?

Mirando con más atención a estos individuos pensantes, me di cuenta de que podía percibir sus Visiones del Nacimiento; habían venido a la dimensión terrena con el propósito específico de iniciar el primer despertar existencial de la humanidad. Y si bien no podían ver todo su alcance, supieron que en el fondo de sus mentes se hallaba contenida la inspiración más amplia de la Visión Global. Antes de su nacimiento, sa­bían que la humanidad emprendía un largo viaje que ya podían ver. Pero también sabían que el progreso a lo largo de ese viaje debía ir ganándose generación tras generación, pues si bien despertábamos para ir en pos de un destino superior, también perdíamos la tranquila paz de la inconsciencia. Junto al júbilo y la libertad de saber que estábamos vivos aparecían el miedo y la incertidumbre de estar vivos sin saber por qué.

Vi que la larga historia de la humanidad se movía entre estos dos impulsos conflictivos. Por un lado, supe­rábamos nuestros miedos gracias a la fuerza de nuestras intuiciones, gracias a nuestras imágenes mentales de que la vida tenía que ver con alcanzar alguna meta en particular, con hacer avanzar la cultura en una dirección positiva que sólo nosotros, como individuos, actuando con coraje y sabiduría, podíamos inspirar. A partir de la fuerza de estos sentimientos, se nos recordaba que, por insegura que pareciera la vida, de hecho no estábamos solos, que por debajo del misterio de la existencia había un propósito y un sentido.

Sin embargo, por otro lado muchas veces éramos presa del impulso contrario, el impulso de protegemos del Miedo, y perdíamos de vista, en forma temporaria, el propósito, cayendo en la angustia de la separación y el abandono. Este Miedo nos llevaba a una autoprotección aterrada, a luchar por retener nuestras posiciones de poder, a robamos mutuamente la energía y a resistir siempre al cambio y la evolución, con independencia de la información nueva o mejor que pudiera haber.

El despertar continuaba a lo largo de los milenios; observé que los seres humanos empezaban de manera gradual a unirse en grupos cada vez más grandes, siguiendo un impulso natural de identificarse con más personas, a introducirse en organizaciones sociales más complejas. Vi que este impulso provenía de la vaga intuición, plenamente conocida en la Otra Vida, de que el destino humano en la Tierra debía evolucionar hacia la unificación. Siguiendo esta intuición, nos dimos cuenta de que podíamos superar la vida nómade de colectar y cazar y empezar a cultivar las plantas de la Tierra y cosecharlas en forma regular. Asimismo, podíamos do­mesticar y criar a muchos de los animales que nos rodeaban, asegurando así una presencia constante de proteínas y productos afines. Con las imágenes de la Visión Global profundamente grabadas en nuestro in­consciente impulsándonos de manera arquetípica, empezamos a pensar en un cambio que constituiría una de las transformaciones más impresionantes de la historia humana, el salto del nomadismo al estableci­miento de grandes aldeas agrícolas.

A medida que estas comunidades agrícolas fueron volviéndose más complejas, los excedentes de alimentos generaron el comercio y permitieron que la humanidad se dividiera en los primeros grupos ocupacionales: pastores, constructores e hilanderos; luego mercaderes, trabajadores en metales y soldados. En seguida se produjo el invento de la escritura y la tabulación. Pero los caprichos de la naturaleza y los desafíos de la vida se­guían afectando la conciencia de la humanidad primitiva y todavía se planteaba la pregunta tácita. ¿Por qué estamos vivos? Como antes, observé las Visiones del Nacimiento de aquellos individuos que se esforzaban por entender la realidad espiritual en un nivel superior. Llegaron a la dimensión terrenal específicamente para expandir la conciencia humana de la fuente divina, pero sus primeras intuiciones de lo divino siguieron siendo vagas e incompletas y adquirieron una forma politeísta. La humanidad empezó a reconocer lo que supusimos era una multitud de deidades crueles y exigentes, dioses que existían fuera de nosotros mismos y regían el tiempo, las estaciones y las etapas de la cosecha. En nuestra inse­guridad, pensamos que debíamos aplacar a esos dioses con ritos y rituales y sacrificios.

Al cabo de miles de años, las numerosas comunidades agrícolas se unieron hasta formar grandes civilizaciones en la Mesopotamia, Egipto, el valle del Indo, Creta y el norte de China, que en cada caso inventaron sus propias versiones de los dioses de la naturaleza y los animales. Mas dichas deidades no pudieron impedir la ansiedad durante mucho tiempo. Vi cómo generaciones de almas llegaban a la dimensión terrenal con la intención de traer el mensaje de que la humanidad estaba destinada a progresar compartiendo y comparando el conocimiento. Sin embargo, una vez aquí, estos individuos sucumbieron al Miedo y distorsionaron esa intuición convirtiéndola en una necesidad inconsciente de conquistar, dominar e imponer su forma de vida a otros por la fuerza.

Empezó entonces la gran era de los imperios y los tiranos, cuando surgían un gran líder tras otro, unían la fuerza de su pueblo y conquistaban toda la tierra posible, convencidos de que las visiones de su cultura debían ser adoptadas por todos. No obstante, a lo largo de toda esta era, estos numerosos tiranos fueron a su vez conquista­dos, y presionados bajo el yugo de una visión cultural más fuerte y amplia. Durante miles de años, diferentes imperios invadieron la conciencia humana y diezmaron sus ideas, mostrando durante un tiempo una realidad, un plan económico y una tecnología bélica más efectivos, para ser depuestos más tarde por una visión más fuerte y organizada.

Vi que, pese a la lentitud y crueldad de este proceso, algunas verdades clave fueron pasando lentamente desde la Otra Vida a la dimensión física. Una de las más importantes de estas verdades —una nueva ética de inte­racción— empezó a aflorar en distintos lugares alrededor del globo hasta encontrar al fin una expresión clara en la filosofía de los antiguos griegos. De inmediato vi las Visiones del Nacimiento de cientos de individuos naci­dos en la cultura griega, cada uno con la esperanza de recordar esta oportuna revelación.

Durante muchas generaciones habían visto la inuti­lidad y la injusticia de la interminable violencia de la humanidad contra sí misma, y sabían que los seres huma­nos podían trascender el hábito de luchar y conquistar a otros y poner en práctica un nuevo sistema para el intercambio y la comparación de ideas, un sistema que protegiera el derecho soberano de todo individuo a tener su propia opinión, sin tener en cuenta la fuerza física: un sistema que ya era conocido y aplicado en la Otra Vida. Mientras observaba, esta nueva forma de interacción empezó a surgir y cobrar forma en la Tierra, llegando a ser conocido finalmente como "democracia".

En este método de intercambio de ideas, la comu­nicación entre seres humanos degeneraba todavía muchas veces en una insegura lucha de poderes, pero al menos ahora, por primera vez, se hallaba en marcha el proceso de proseguir la evolución de la realidad humana en el nivel verbal antes que en el nivel físico.

Al mismo tiempo, otra idea decisiva destinada a transformar por entero la comprensión humana de la realidad espiritual aparecía en las historias escritas de una pequeña tribu de Medio Oriente. Asimismo pude ver las Visiones del Nacimiento de muchos de los defensores de esta idea. Estos individuos, nacidos en la cultura judaica, sabían antes de nacer que, si bien teníamos razón al intuir un principio divino, nuestra descripción de dicho princi­pio era erróneo y distorsionado. Nuestro concepto de muchos dioses era simplemente un cuadro fragmentado de un todo más grande. Se dieron cuenta de que, en realidad, existía un solo Dios, Dios que, en su opinión, todavía era exigente, amenazador y patriarcal —y que todavía existía fuera de nosotros mismos— pero, por primera vez, era también personal y sensible, y el único creador de todos los seres humanos.

Seguí mirando y vi cómo esta intuición de una fuente divina aparecía y se esclarecía en culturas de todo el mundo. En China e India, líderes durante mucho tiempo en tecnología, comercio y desarrollo social, las religiones del hinduismo, el budismo y otros credos llevaron a Oriente hacia un enfoque más contemplativo.

Quienes crearon estas religiones intuyeron que Dios era más que un personaje. Dios era una fuerza, una conciencia, que sólo podía ser encontrada totalmente alcanzando lo que describieron como una experiencia de iluminación. En vez de agradar a Dios respetando sólo algunas leyes o rituales, las religiones orientales buscaron la conexión con Dios en el interior, como un cambio en la conciencia, una apertura de la propia conciencia a una armonía y una seguridad constantemente disponibles.

Mi visión pasó al mar de Galilea y allí vi que la idea de un Dios que transformaría a la larga las culturas occidentales evolucionaba pasando de la noción de una deidad fuera de nosotros, patriarcal y juzgadora, hacia la posición mantenida en Oriente, hacia la idea de un Dios interno, un Dios cuyo reino está en el interior humano. Vi llegar a la dimensión terrena a una persona que recor­daba casi toda su Visión del Nacimiento.

Sabía que se encontraba aquí para traer una nueva energía al mundo, una nueva cultura basada en el amor. Su mensaje fue éste: el único Dios era un Espíritu Santo, una energía divina, cuya existencia podía sentirse y probarse en forma vivencial. Llegar a una conciencia espiritual significaba mucho más que rituales, sacrificios y plegarias públicas. Implicaba un arrepentimiento de naturaleza más profunda; un arrepentimiento que era un cambio psicológico interno basado en la anulación de las adicciones del yo, y un "abandonarse" trascendente, que aseguraba los verdaderos frutos de la vida espiritual.

Cuando este mensaje empezó a difundirse, vi que el más influyente de los imperios, el romano, abrazó la nueva religión y difundió la idea del Dios interior único en gran parte de Europa. Más adelante, cuando los bárbaros atacaron desde el norte y desmembraron el imperio, la idea sobrevivió en la organización feudal de la cristiandad que vino a continuación.

En ese momento volví a ver los llamados de los gnósticos instando a la Iglesia a concentrarse de manera más plena en la experiencia interna y transformadora y a usar la vida de Cristo como ejemplo de lo que cada uno de nosotros puede alcanzar. Vi que la Iglesia caía en el Miedo, que sus líderes sentían una pérdida de control y edificaban la doctrina en tomo de la poderosa jerarquía de los hombres de la Iglesia, que se convertían a sí mismos en mediadores, dispensadores del espíritu al pueblo. Por último, todos los textos relacionados con el gnosticismo fueron considerados blasfemos y excluidos de la Biblia.

Aunque muchos individuos venían de la dimensión de la Otra Vida con la intención de ampliar y democratizar la nueva religión, fue un tiempo de gran temor y los esfuerzos por llegar a otras culturas se distorsionaron de nuevo, convirtiéndose en una necesidad de dominar y controlar.

Aquí volví a ver las sectas secretas de benedictinos y franciscanos, que trataron de incluir una veneración por la naturaleza y un retomo a la experiencia interior de lo divino. Estos individuos habían venido a la dimensión terrenal intuyendo que la contradicción gnóstica al fin se resolvería y decididos a preservar los viejos textos y manuscritos hasta ese momento. Nuevamente vi mi intento fallido por dar a conocer la información dema­siado pronto, y mi partida inoportuna.

No obstante, vi con claridad que en Occidente se desplegaba una nueva era. El poder de la Iglesia era desafiado por otra unidad social: el Estado-nación. Cuan­do los pueblos de la Tierra tomaron conciencia unos de otros, los grandes imperios llegaron a su fin. Surgieron nuevas generaciones, capaces de intuir nuestro destino de unificación, que trabajaron por promover una conciencia de origen nacional basada en lenguajes comunes y vinculada de modo más estrecho con un área de tierra soberana. Estos Estados todavía se hallaban dominados por líderes autocráticos, de los cuales se pensaba en muchos casos que gobernaban por derecho divino, pero una nueva civilización humana empezaba a desarrollarse con fronteras reconocidas, monedas establecidas y rutas de comercio.

Por último, en Europa, al difundirse la riqueza y el alfabetismo, se produjo un amplio renacimiento. Apare­cieron entonces ante mis ojos las Visiones del Nacimiento de muchos de los participantes. Sabían que el destino humano debía desarrollar una democracia habilitada y llegaron con la esperanza de darle vida. Se descubrieron los escritos de los griegos y romanos, que estimularon sus recuerdos. Se establecieron los primeros parlamentos democráticos y se lanzaron llamados tendientes a terminar con el derecho divino de los reyes y el reinado sangriento de los hombres de la Iglesia sobre la realidad espiritual y social. Muy pronto sobrevino la Reforma protestante con la promesa de que los individuos podían recurrir directamente a las Escrituras y concebir una conexión directa con la divinidad.

   

Al mismo tiempo, individuos que buscaban mayor libertad y expansión exploraron el continente americano, una masa de tierra ubicada simbólicamente entre las culturas de Oriente y Occidente. Mientras observaba cómo entraban en este nuevo mundo las Visiones del Naci­miento de europeos inspirados, vi que llegaban sabiendo que esta tierra ya estaba habitada, conscientes de que la comunicación y la inmigración debían emprenderse sólo por invitación. En lo más hondo de sí mismos, sabían que los americanos habrían de ser el fundamento, el camino de regreso para una Europa que perdía con rapidez su sentido de intimidad sagrada con el medio ambiente natural y se encaminaba a un secularismo peligroso. Pese a no ser perfectas, las culturas de los americanos nativos constituyeron un modelo perfecto a partir del cual la mentalidad europea podía recobrar sus raíces.

Sin embargo, de nuevo debido al Miedo, estos indivi­duos fueron capaces de intuir sólo el impulso de trasladarse a esta tierra al sentir una nueva libertad y apertura del espíritu, pero trajeron consigo la necesidad de dominar, conquistar y buscar su propia seguridad. Las verdades importantes de las culturas nativas se perdie­ron en la carrera por explotar los vastos recursos naturales de la región.

Mientras tanto, en Europa, el renacimiento continuó y yo empecé a ver todo el alcance de la Segunda Revelación. El poder de la Iglesia para definir la realidad iba disminuyendo y los europeos sentían que desper­taban para ver la vida de otra manera. Gracias al coraje de innumerables individuos, todos inspirados por sus memorias intuitivas, se adoptó el método científico como proceso democrático para explorar y llegar a entender el mundo en el cual se encontraban los seres humanos. Este método —explorar algún aspecto del mundo natural, sacar conclusiones y luego presentar esta opinión a otros— fue tomado como un proceso de creación de consenso a través del cual al fin todos podríamos comprender la situación real de la humanidad en este planeta, incluida nuestra naturaleza espiritual.

Pero la gente de la Iglesia, acantonada en el Miedo, trató de cercenar esta nueva ciencia. Como las fuerzas políticas estaban alineadas de ambos lados, por último se llegó a una negociación. La ciencia sería libre de explorar el mundo material y exterior, pero debía dejar los fenómenos espirituales a los dictados de los todavía influyentes hombres de la Iglesia. Todo el mundo interior de la experiencia —nuestros estados perceptivos supe­riores de la belleza y el amor, las intuiciones, las coincidencias, los fenómenos interpersonales, hasta los sueños— quedó al principio fuera de los límites de la ciencia nueva.

Pese a estas restricciones, la ciencia empezó a rastrear y describir el funcionamiento del mundo físico, dando abundante información sobre las maneras de incremen­tar el comercio y utilizar los recursos naturales. La seguridad económica humana aumentó y lentamente empezamos a perder nuestro sentido del misterio y nuestros interrogantes esenciales referidos al propósito de la vida. Decidimos que ya era bastante útil sobrevivir y construir un mundo mejor y más seguro para nosotros y nuestros hijos. Poco a poco, fuimos entrando en un trance del consenso que negó la realidad de la muerte y creó la ilusión de que el mundo era explicable, común y desprovisto de sentido.

A pesar de nuestra retórica, nuestra otrora fuerte intuición de un origen divino quedaba cada vez más relegada al fondo. En este materialismo ascendente. Dios no podía ser más que un Dios de Abandono, un Dios que simplemente ponía en movimiento al mundo y después se quedaba a un lado para dejarlo marchar con un criterio mecánico, como una máquina predecible, donde cada efecto tenía una causa y ocurrían hechos inconexos al azar, sólo por casualidad.

Sin embargo, aquí vi la Intención del Nacimiento de muchos de los individuos de esta época. Llegaron sabiendo que el desarrollo de la tecnología y la pro­ducción era importante porque al fin podía resultar no contaminante y sostenible y podía liberar a la huma­nidad más allá de lo imaginable. Pero al comienzo, al nacer en el ambiente de su época, lo único que lograron recordar fue la intuición general de construir, producir y trabajar, aferrándose con firmeza al ideal democrático.

La visión cambió y vi que en ningún lugar la intuición fue tan fuerte como en la creación de los Estados Unidos, con su constitución democrática y su sistema de equilibrio de poderes. Como un gran experimento. Estados Unidos se fundó para el rápido intercambio de ideas que caracterizaría al futuro. Sin embargo, debajo de la super­ficie, los mensajes de los americanos nativos y los afroestadounidenses, y de otros pueblos sobre cuyas espaldas se inició el experimento de ese país, gritaron para ser oídos, para ser integrados a la mentalidad europea.

En el siglo XIX estuvimos al borde de una segunda gran transformación de la cultura humana, una trans­formación que se edificaría sobre la base de las nuevas fuentes de energía del petróleo, el vapor y la electricidad. La economía humana había llegado a ser un campo de esfuerzo vasto y complicado que ofrecía más productos que nunca gracias a una explosión de nuevas técnicas. En grandes números, la gente se trasladaba de las comu­nidades rurales a los grandes centros urbanos de producción, pasando de la vida en la granja a participar en la nueva revolución industrial especializada.

En ese entonces la mayoría creía que un capitalismo fundado en forma democrática, no obstaculizado por regulaciones estatales, constituía el método deseado del comercio humano. No obstante, una vez más, al captar Visiones del Nacimiento individuales, vi que la mayoría de los individuos nacidos en este período habían llegado con la esperanza de llevar al capitalismo hacia una forma más perfecta. Por desgracia, el nivel de Miedo fue tal que lo único que lograron intuir fue un deseo de edificar una seguridad individual, explotar a otros trabajadores y maximizar las ganancias en toda ocasión, participando a veces en acuerdos que entraban en conflicto con compe­tidores y gobiernos. Ésta fue la gran era de los barones Robber y de la banca secreta y los carteles industriales.

No obstante, a comienzos del siglo XX, debido a los abusos de este capitalismo desenfrenado, aparecieron como alternativa otros dos sistemas económicos. Ante­riormente, en Inglaterra, dos hombres habían formulado un "manifiesto" alternativo que apelaba a un nuevo sistema manejado por los trabajadores que a la larga crearía una utopía económica, donde los recursos de la humanidad en su totalidad estarían disponibles para cada persona de acuerdo con sus necesidades, sin codicia o competencia.

Con las espantosas condiciones de trabajo de la época, la idea ganó muchos adherentes. Pero vi en segui­da que el "manifiesto" materialista de los trabajadores había sido una corrupción de la intención original. Cuando tuve ante mis ojos las Visiones del Nacimiento de los dos hombres, me di cuenta de que intuían que el destino humano a la larga alcanzaría dicha utopía. Por desgracia, no pudieron recordar que esta utopía sólo podría concretarse a través de la participación demo­crática, nacida de la voluntad libre y desarrollada con lentitud.

Luego los iniciadores de este sistema comunista, desde la primera revolución en Rusia a todos los even­tuales países satélites, pensaron erróneamente que este sistema podía crearse mediante la fuerza y la dictadura, un enfoque que falló de manera miserable y costó millones de vidas. En su impaciencia, los individuos implicados habían imaginado una utopía, pero crearon el comunismo y décadas de tragedia.

La escena pasó a la otra alternativa del capitalismo democrático: la lacra del fascismo. Este sistema fue pensado para aumentar los beneficios y el control de los integrantes de una elite gobernante que se consideraban líderes privilegiados de la sociedad humana. Creían que sólo a través del abandono de la democracia y la unión del Estado con la nueva dirigencia industrial, una nación podía alcanzar su máximo potencial y su posición óptima en el mundo.

Vi con claridad que al crear semejante sistema, los participantes eran casi totalmente inconscientes de sus Visiones del Nacimiento. Habían llegado aquí deseando promover con exclusividad la idea de que la civilización evolucionaba hacia la perfección y que una nación formada por un pueblo plenamente unificado en térmi­nos de propósito y voluntad, que luchara por alcanzar su máximo potencial, podía obtener grandes niveles de energía y eficacia. Lo que se creó fue una visión temerosa y egoísta que proclamaba en forma errónea la superioridad de ciertas razas y naciones y la posibilidad de desarrollar una supernación cuyo destino era gobernar el mundo. De nuevo, la intuición de que todos los humanos evolucionaban hacia la perfección fue distorsionada por hombres débiles y temerosos que la convirtieron en el mortífero Tercer Reich.

Vi que otros —que también habían imaginado la .perfectibilidad de la humanidad, pero que tenían más contacto con la importancia de una democracia dele­gada— intuían que debían oponer a ambas alternativas una economía expresada con libertad. La primera postura derivó en una guerra mundial sangrienta contra la distorsión fascista, ganada al fin a un costo extremo. La segunda derivó en una guerra fría larga y amarga contra el bloque comunista.

De pronto me vi concentrado en los Estados Unidos durante los primeros años de esta guerra fría, en la década de los 50. En ese momento el país se hallaba en la cima de lo que había sido una preocupación de 400 años por el materialismo secular. La riqueza y la seguridad se habían difundido hasta incluir a una clase media grande y ascendente, y en medio de este éxito material nació una inmensa generación nueva, una generación cuyas intuiciones conducirían a la humanidad a una tercera gran transformación.

Esta generación creció escuchando sin cesar que vivía en el país más grande del mundo, la tierra de la libertad, con independencia y justicia para todos sus ciudadanos. Sin embargo, al madurar, los miembros de dicha gene­ración encontraron una disparidad perturbadora entre esta imagen popular y la realidad. Descubrieron que en esta tierra había muchos —algunas minorías raciales y las mujeres— que, por la ley y la costumbre, no eran libres. En de década de los 60, la nueva generación se dedicó a analizar más de cerca y descubrió otros aspectos inquietantes de la imagen de los Estados Unidos, por ejemplo, el patriotismo ciego que esperaba que los jóvenes fueran a una tierra extranjera a librar una guerra política sin un propósito claramente enunciado y sin perspectivas de victoria.

Igualmente inquietante era la práctica espiritual de la cultura. El materialismo de los cuatrocientos años anteriores había relegado el misterio de la vida y la muerte a un rincón. Para muchos, las iglesias y las sina­gogas estaban llenas de rituales pomposos y carentes de sentido. La participación era más social que espiritual y los miembros estaban muy limitados por la idea de cómo podían ser percibidos y juzgados por sus pares observadores.

A medida que la visión avanzaba, vi que la tendencia de la nueva generación a analizar y juzgar surgió de una intuición profundamente asentada de que en la vida debía tenerse en cuenta mucho más que la vieja realidad material. La nueva generación percibió el nuevo signi­ficado espiritual más allá del horizonte y empezó a explorar otras religiones y puntos de vista espirituales menos conocidos. Por primera vez, las religiones orientales fueron comprendidas por muchos y sirvieron para validar la intuición masiva de que la percepción espiritual era una experiencia interna, un cambio en la conciencia que cambiaba para siempre el sentido personal de identidad y propósito. Asimismo, los escritos cabalísticos judíos y los místicos cristianos occidentales, como Meister Ekhart y Teilhard De Chardin, propor­cionaron otras descripciones fascinantes de una espiritualidad más profunda.

Al mismo tiempo, nueva información afloraba a partir de las ciencias humanas —sociología, psiquiatría, psicología y antropología—, así como de la física moderna, que arrojaba nueva luz sobre la naturaleza de la conciencia humana y la creatividad. Esta acumulación de pensamiento, junto con la perspectiva aportada por Oriente, empezó a cristalizar de forma gradual en lo que más tarde se denominaría el "Momento del potencial humano", la creencia emergente de que los seres humanos aplicaban actualmente sólo una pequeña parte de su vasto potencial espiritual, físico y psicológico.

Observé el momento en que, después de varias décadas, esta información y la experiencia espiritual que produjo crecieron hasta convertirse en una "masa crítica" de conciencia, un salto a la conciencia desde el cual empezamos a formular una nueva visión de lo que era vivir una vida humana que incluía, en definitiva, una verdadera remembranza de las nueve revelaciones.

No obstante, mientras esta nueva visión cristalizaba, difundiéndose a través del mundo humano como un contagio de conciencia, muchos otros de la nueva generación empezaron a retirarse, alarmados por la creciente inestabilidad en la cultura que parecía corres­ponderse con la llegada del nuevo paradigma. Durante cientos de años, los sólidos acuerdos de la vieja visión del mundo habían mantenido un orden bien definido y hasta rígido para la vida humana. Todos los papeles estaban claramente definidos y cada uno conocía su lugar: por ejemplo, los hombres en el trabajo, las mujeres y los niños en la casa, las familias nucleares y genéticas intactas, una ética laboral ubicua. Se esperaba que los ciudadanos encontraran un lugar en la economía, que descubrieran el sentido en la familia y los hijos y supieran que el propósito de la vida era vivir bien y crear un mundo materialmente más seguro para la generación siguiente.

Luego llegó la ola de cuestionamiento, análisis y crítica de la década de los 60, y las normas inamovibles de pronto empezaron a derrumbarse. El comportamiento dejó de regirse por acuerdos fuertes. De pronto cada uno parecía facultado, liberado, libre de marcar su propio rumbo en la vida, de alcanzar esta idea nebulosa de potencial. En medio de este clima, lo que los demás pensaran dejó de ser el determinante real de nuestra acción y conducta; cada vez más, nuestro compor­tamiento pasó a ser determinado por cómo nos sentíamos en nuestro interior y por nuestra propia ética interna.

Para los que habían adoptado sinceramente un punto de vista más espiritual, caracterizado por la honestidad y el amor a los demás, la conducta ética no fue un problema. Pero sí resultaban preocupantes quienes habían perdido las pautas de vida exteriores sin haber formado todavía un código interno fuerte. Daban la impresión de caer en una tierra de nadie cultural donde todo parecía permitido: el crimen, las drogas y los impulsos adictivos de todo tipo, para no mencionar una pérdida de la ética del trabajo. Para colmo de males, muchos parecían usar los nuevos descubrimientos del movimiento del potencial humano para dar a entender que los criminales y los desviados no eran ni siquiera responsables de sus actos. Se los consideraba en cambio víctimas de una cultura opresiva que permitía descara­damente las condiciones sociales que modelaban esta conducta.

Seguí mirando y de pronto comprendí lo que veía: estaba formándose en el planeta una polarización de puntos de vista, en la cual los indecisos reaccionaban contra un punto de vista cultural que, en su opinión, llevaba al caos y la incertidumbre generalizados, quizás incluso a la desintegración total de su forma de vida. En los Estados Unidos, sobre todo, un grupo cada vez mayor de personas se convencían de que enfrentaban algo que equivalía a una lucha de vida o muerte contra la permisividad y el liberalismo de los últimos veinticinco años, una guerra cultural, como la llamaron, en la que se hallaba en juego nada menos que la supervivencia de la civilización occidental. Vi que muchos consideraban que la causa estaba casi perdida y por eso defendían la acción extrema.

Frente a esta repercusión, vi que los defensores del potencial humano caían a su vez en una postura defensiva y temerosa, al sentir que muchas victorias duras ganadas en favor de los derechos individuales y la compasión social corrían peligro de ser avasalladas por la marea de conservadurismo. Muchos consideraban que esta reacción contra la liberación era un ataque de las fuerzas forti­ficadas de la ambición y la explotación, que ejercían presión en un último intento por dominar a los miembros más débiles de la sociedad.

Aquí vi claramente qué era lo que intensificaba la polarización: cada bando pensaba que el otro era una conspiración maligna.

Los defensores de la vieja visión del mundo ya no consideraban que el potencial humano era engañoso o ingenuo, sino que, de hecho, lo veían como parte de una conspiración más grande de socialistas omnipresentes, seguidores resistentes de la solución comunista que trata­ban de realizar justo lo que estaba produciéndose: la erosión de la vida cultural hasta el punto en que cualquier gobierno fuerte pudiera llegar y enderezar todo. Para ellos, esta conspiración utilizaba el miedo a la escalada criminal como excusa para registrar armas y desarmar en forma sistemática al pueblo, dando un control cada vez mayor a una burocracia centralizada que al fin supervisaría el movimiento de efectivo y tarjetas de crédito a través de conexiones realizadas con esa intención, explicando el mayor control de la econo­mía electrónica como prevención del crimen o como una necesidad de cobrar impuestos o prevenir el sabotaje. Por último, tal vez sirviéndose de la estratagema de un desastre natural inminente, el Estado intervendría, confiscaría bienes y declararía la ley marcial.

A los defensores de la liberación y el cambio les parecía más probable justamente la situación contraria. Frente a las victorias políticas de los conservadores, todo aquello para lo cual habían trabajado daba la impresión de desmoronarse ante sus ojos. Ellos también observa­ban el aumento del crimen violento y la degeneración de las estructuras familiares, sólo que, para ellos, la causa no era tanto la excesiva intervención del Estado, sino una intervención demasiado escasa y tardía.

En todos los países, el capitalismo le había fallado a toda una clase, y la razón era evidente: para los pobres no existía ninguna oportunidad de participar en el sistema. No había una educación eficaz. No había trabajo. Y en vez de ayudar, el Estado parecía dispuesto a echarse atrás, dejando de lado los programas contra la pobreza junto con todos los demás logros sociales ganados durante veinticinco años.

Vi con total claridad que, en medio de su creciente desencanto, los reformadores empezaban a creer lo peor: que el vuelco de la sociedad hacia la derecha sólo podía derivar de la mayor manipulación y el mayor control de los intereses empresariales adinerados del mundo. Estos intereses parecían estar comprando a los gobiernos y los medios de comunicación, y, a la larga, igual que en la Alemania nazi, dividían el mundo entre los que tienen y los que no, y las empresas más ricas hacían quebrar a las empresas pequeñas y controlaban cada vez más los bienes. Por cierto, había manifestaciones, pero sólo ser­vían para seguirle el juego a la elite, que fortalecía su control policial.

Mi conciencia saltó de pronto a un nivel más alto y por fin entendí bien la polarización: grandes cantidades de personas parecían favorecer una perspectiva o la otra, y los dos bandos apostaban cada vez más a una guerra de buenos contra malos; ambos visualizaban al otro como autor de una gran conspiración.

En el fondo, ahora entendí la creciente influencia de los que proclamaban ser capaces de explicar este mal incipiente. Eran los analistas de los "tiempos finales" a los que antes había hecho referencia Joel. En la creciente agitación de la transición, estos intérpretes empezaban a aumentar su poder. En su opinión, las profecías de la Biblia debían entenderse literalmente y lo que veían en la incertidumbre de nuestro tiempo era el tan ansiado apocalipsis que se aprestaba a descender. Pronto se pro­duciría la guerra santa abierta, en la cual los seres humanos se dividirían entre las fuerzas de las tinieblas y los ejércitos de la luz. Imaginaban la guerra como un conflicto físico real, rápido y sangriento, y para aquellos que sabían que venía, sólo una decisión era importante: estar del lado correcto cuando empezara la lucha.

No obstante, de manera simultánea, tal como había ocurrido con los otros giros significativos en la historia humana, vi, más allá del miedo y el atrincheramiento, las verdaderas Visiones del Nacimiento de los afectados. Resultaba obvio que todos los que estábamos a ambos lados de la polarización habíamos llegado a la dimensión física con la intención de que dicha polarización no fuera tan intensa. Queríamos una transición suave de la vieja visión materialista del mundo a una nueva visión espiritual, y queríamos una transformación en la que se reconociera e integrara en el nuevo mundo que emergía lo mejor de las antiguas tradiciones.

Vi que esta belicosidad cada vez mayor era una aberración provocada no por una intención sino por el Miedo. Nuestra visión original era que la ética de la sociedad humana se mantendría y que al mismo tiempo cada persona se liberaría por entero y el medio ambiente estaría protegido; que se conservaría y a la vez se trans­formaría la creatividad económica introduciendo un propósito espiritual dominante. Más aún, que esta conciencia espiritual podía descender al mundo e iniciar una utopía de una manera que simbólicamente cum­pliera con las escrituras de los tiempos finales.

De pronto mi conciencia se amplió aún más y Justo después de observar la Visión del Nacimiento de Maya, casi pude vislumbrar esta comprensión espiritual supe­rior, la imagen completa del lugar al que se dirigía la historia humana a partir de ese momento, cómo podíamos lograr esta conciliación de puntos de vista y seguir adelante hasta cumplir con nuestro destino humano. Entonces, igual que antes, empezó a darme vueltas la cabeza y me desconcentré; no pude alcanzar el nivel de energía necesario para captarlo.

La visión empezó a desaparecer y, esforzándome por mantenerla, vi la situación actual una última vez. Obvia­mente, sin la influencia mediadora de la Visión Global, la polarización del Miedo seguiría acelerándose. Vi que los dos bandos se endurecían y sus sentimientos se inten­sificaban cuando ambos empezaban a pensar que el otro no sólo estaba equivocado, sino que era malvado y venal... cómplice del mismísimo diablo.

Después de un momento de mareo y una sensación de movimiento rápido, miré a mi alrededor y vi a Wil a mi lado. Me miró y luego echó un vistazo a la oscuridad grisácea en que nos hallábamos, con expresión preo­cupada. Nos trasladamos a otro lugar.

—¿Pudiste ver mi visión de la historia? —pregunté. Volvió a mirarme y asintió.

—Lo que acabamos de ver es una interpretación nueva y espiritual de la historia, propia, en cierto sentido, de tu visión cultural, pero sumamente reveladora. Nunca había visto algo así. Esto tiene que ser parte de la Décima, una visión clara de la búsqueda humana tal como se ve en la Otra Vida. Estamos comprendiendo que todos nacemos con una intención positiva, tratando de traer a lo físico algo más del conocimiento contenido en la Otra Vida. ¡Todos! La historia empezó un largo proceso de despertar. Cuando nacemos a lo físico, lógicamente chocamos con el problema de avanzar en forma incons­ciente y de tener que socializar y entrenamos en la realidad cultural de la época. Después de esto, lo único que podemos recordar son esos sentimientos esenciales, esas intuiciones para hacer ciertas cosas. Pero tenemos que combatir sin cesar el Miedo. Muchas veces es tan grande que no podemos concretar lo que pensábamos, o lo distorsionamos de alguna manera. Pero todos, repito, todos venimos con las mejores intenciones.

—¿Entonces dé veras piensas que un asesino en serie puede haber venido a hacer algo bueno?

—Originalmente, sí. Toda matanza es ira y golpes furiosos como manera de superar un sentimiento interior de miedo y desamparo.

—No sé —dije—. ¿Algunas personas no son intrínse­camente malas?

—No, sólo se enloquecen por el Miedo y cometen errores espantosos. Y, al final deben asumir la plena responsabilidad de esos errores. Pero lo que hay que entender es que estos actos horribles son causados, en parte, por nuestra propia tendencia a suponer que algunas personas son naturalmente malas. Ésa es la visión equivocada que fomenta la polarización. Ninguno de los dos lados puede creer que los seres humanos actúen de la forma en que lo hacen sin ser intrínsecamente malos, y por eso se deshumanizan y alienan cada vez más entre ellos. Como consecuencia esto incre­menta el miedo, y así aflora lo peor de cada individuo. Volvió a mirar para otro lado, como distraído.

—Cada bando piensa que el otro está envuelto en una conspiración de gran envergadura —agregó—, epítome de todo lo negativo.

Noté que volvía a mirar a lo lejos y cuando seguí sus ojos y también enfoqué el ambiente, empecé a captar una sensación ominosa de penumbra y presentimiento.

—Creo que no podemos traer la Visión Global ni resolver la polarización hasta no entender la verdadera naturaleza del mal y la auténtica realidad del Infierno.

—¿Por qué dices eso? —pregunté. Me miró una vez más y luego dirigió de nuevo la mirada hacia la penumbra.

—Porque precisamente estamos en el Infierno.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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