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LA DÉCIMA REVELACIÓN

EN BUSCA DE LA LUZ INTERIOR

PERDONAR

James Redfield

 

 

PERDONAR

 

Cuando mi cabeza se despejó, tomé conciencia de algo frío y húmedo contra mi mejilla derecha. Abrí con lentitud los ojos. El resto de mi cuerpo estaba inmovi­lizado. Durante un instante, el lobo mediano me miró y me olfateó, con la cola erizada, y luego disparó hacia el bosque cuando me incorporé para sentarme.

Invadido por un estupor lánguido, recuperé mi mochila bajo la luz mortecina, me interné en la densa arboleda y armé la carpa, luego de lo cual casi me des­plomé en la bolsa de dormir. Durante un momento me esforcé por permanecer despierto, intrigado por mi extraño encuentro con Charlene. ¿Por qué estaba en la otra dimensión? ¿Qué nos había unido?

A la mañana siguiente me desperté temprano y me preparé una comida con avena que engullí rápidamente, luego caminé otra vez con cuidado hacia la pequeña ensenada que había pasado de camino hacia el cerro, para lavarme la cara y llenar la cantimplora. Todavía me sentía cansado, pero también ansioso por encontrar a Curtis.

De pronto me sobresaltó el ruido de una explosión, hacia el este. "Tiene que ser Curtis", pensé mientras corría hasta la carpa. Una ola de miedo me invadió mientras empacaba; emprendí la marcha en dirección al sonido de la explosión.

Después de un kilómetro, los bosques terminaban de golpe en un sitio que parecía una pastura abandonada. Sobre el camino, varios hilos de alambre de púa oxidado colgaban sueltos entre los árboles. Oteé el campo abierto y la línea de los árboles y los matorrales densos, unos cien metros más adelante. En ese momento los arbustos se abrieron y apareció Curtis, que emprendió una carrera alocada directamente hacia donde me hallaba yo. Le hice señas, me reconoció enseguida y disminuyó la velocidad. Cuando me alcanzó, pasó con cuidado por el alambre de púas y se dejó caer contra un árbol, respirando agitado.

—¿Qué pasó? —pregunté—. ¿Qué hizo explotar? Movió la cabeza.

—No pude hacer demasiado. Están realizando el experimento bajo tierra. No tenía suficientes explosivos y... no quería lastimar a la gente que se encontraba adentro. Sólo pude volar una antena parabólica externa, lo que con suerte va a demorarlos un poco.

—¿Cómo logró llegar tan cerca?

—Puse las cargas anoche, después de que oscureció. Seguro que no esperan que haya alguien por acá, porque hay muy pocos guardias afuera.

Hizo una pausa mientras oíamos el ruido de camio­netas a lo lejos.

—Tenemos que salir de este valle —continuó— y conseguir ayuda. Ahora no nos queda alternativa. Van a venir.

—Espere un momento —dije—. Creo que tenemos una posibilidad de detenerlos, pero debo encontrar a Maya y a Charlene.

Sus ojos se abrieron.

—¿Se refiere a Charlene Billings?

—Así es.

—La conozco. Hacía investigaciones por contrato para la empresa. No la veía desde hacía años, pero ano­che la vi, entrando en el bunker subterráneo. Iba con varios hombres, todos fuertemente armados.

—¿La llevaban contra su voluntad?

—No sabría decirlo —respondió Curtis, distraído, concentrado en el ruido de las camionetas que ahora parecían avanzar en nuestra dirección—. Tenemos que irnos de acá. Conozco un lugar donde podemos refugiamos hasta que oscurezca, pero debemos damos prisa. —Volvió a mirar hacia el este. —Dejé una pista falsa, pero no va a engañarlos durante mucho tiempo.

—Tengo que contarle qué pasó —dije—. Encontré de nuevo a Wil.

—Está bien, cuéntemelo en el camino —replicó, caminando rápido—. Debemos movemos.

Miré fuera de la boca de la cueva y a través de la profunda garganta hasta la pendiente opuesta. Ningún movimiento. Escuché con atención pero no oí nada. Habíamos caminado en dirección nordeste un kilómetro y medio, más o menos, y lo más rápido posible le había contado a Curtis lo que había experimentado en la otra dimensión, poniendo énfasis en mi creencia de que Williams tenía razón. Podríamos frenar el experimento si lográbamos encontrar al resto del grupo y recordar la Visión más amplia.

Me daba cuenta de que Curtis se resistía. Había escu­chado un momento pero después empezó a divagar sobre su asociación anterior con Charlene. Me sentía frustrado porque no sabía nada que pudiera explicar qué tenía que ver ella con el experimento. También me dijo cómo había conocido a David. Me explicó que se habían hecho amigos después de un encuentro casual en el cual habían salido a relucir muchas experiencias comunes durante el servicio militar.

Le dije que resultaba significativo que tanto él como yo tuviéramos una relación con David y que conocié­ramos a Charlene.

—No sé qué significa —repuso, distraído, y yo lo dejé pasar, pero sabía que era una prueba más de que todos nos encontrábamos en ese valle por una razón. Luego seguimos caminando en silencio mientras Curtis buscaba la cueva. Cuando la hallamos volvió atrás, borró nuestras huellas con ramas secas de pino y luego se demoró afuera hasta convencerse de que no nos habían visto.

—La sopa está lista —anunció más tarde. Había usado mi calentador y mi agua para cocinar el último alimento deshidratado que me quedaba. Me acerqué, serví un bol para cada uno y después volví a sentarme en la boca de la cueva, mirando para afuera.

—¿Así que cree que este grupo puede reunir sufi­ciente energía como para provocar un efecto en esta gente? —preguntó.

—No lo sé con exactitud —respondí—. Tenemos que averiguarlo.

Meneó la cabeza.

—No creo que sea posible algo así. Es probable que lo único que haya logrado con mis pequeños explosivos ha­ya sido irritarlos y ponerlos en guardia. Van a traer más gente, pero no creo que se detengan. Deben de tener una antena de repuesto por ahí. Tal vez debería haber volado la puerta. Podría haberlo hecho. Pero no pude llegar a eso. Charlene estaba adentro, y quién sabe cuántos más. Tendría que haber acortado el tiempo y me habrían atrapado... pero tal vez habría valido la pena.

—No, no piense eso —dije—. Encontraremos otra manera.

—¿Cómo?

—Ya se nos ocurrirá.

De pronto oímos de nuevo el débil sonido de ve­hículos y al mismo tiempo noté movimiento en la pendiente, más abajo.

—Hay alguien —señalé.

Nos agazapamos y miramos con atención. La figura volvió a moverse, oculta en parte por la maleza.

—Es Maya —dije, incrédulo.

Curtis y yo nos miramos un largo rato.

Al fin, hice un movimiento para levantarme.

—Iré por ella.

Me tomó del brazo.

—Agáchese y, si los vehículos se acercan, déjela y vuelva. No se arriesgue a que lo vean.

Asentí y corrí con cuidado pendiente abajo. Cuando estuve bastante cerca, me detuve y escuché. Las camio­netas seguían acercándose. La llamé en voz baja. Se quedó paralizada un momento, después me reconoció y subió la pendiente rocosa hasta donde yo me hallaba.

—¡Me parece increíble haberlo encontrado! —ex­clamó al tiempo que me presionaba el cuello con la mano.

La llevé hasta la cueva y la ayudé a pasar por la abertura de la roca. Parecía agotada y tenía los brazos cubiertos de rasguños, algunos de los cuales todavía

sangraban.

—¿Qué pasó? —preguntó—. Oí una explosión y aparecieron esas camionetas por todas partes.

—¿Alguien la vio venir para este lado? —preguntó Curtis con irritación. Estaba de pie y miraba hacia afuera.

—Creo que no —contestó—. Pude esconderme. Los presenté rápidamente. Curtis dijo:

—Iré a echar un vistazo. —Salió por la abertura y desapareció.

Abrí mi mochila y saqué un botiquín de primeros auxilios.

—¿Pudo encontrar a su amigo en la oficina del alguacil?

—No, ni siquiera logré volver al pueblo. Había ofi­ciales en todos los caminos de regreso. Vi a una mujer a la que conocía y le di una nota para que se la llevara. Es lo único que pude hacer.

Apliqué un poco de antiséptico sobre una raspadura de la rodilla de Maya.

—Entonces, ¿por qué no se fue con la mujer que vio? ¿Por qué cambió de idea y volvió aquí?

Tomó el antiséptico y en silencio empezó a aplicarlo en zonas que yo no podía alcanzar. Luego, habló:

—No sé por qué regresé. Tal vez porque no cesaba de tener esos recuerdos. —Me miró. —Quiero entender qué está ocurriendo.

Me senté frente a ella y le hice una síntesis de todo lo que había pasado desde nuestra separación, sobre todo la información que Wil y yo habíamos recibido sobre el proceso grupal de superar el resentimiento para encon­trar la Visión Global.

Me miró abrumada, pero en apariencia aceptando su papel.

—Noté que ya no renquea.

—Sí, supongo que desapareció cuando recordé de dónde venía.

Me miró un instante y dijo:

—Somos sólo tres. Usted dijo que Williams y Feyman habían visto a siete. ¿Dónde cree que están?

—No sé —respondí—. Pero me alegra que esté acá. Usted es la que entiende de fe y visualización.

Una mirada de terror le cruzó la cara.

A los pocos minutos llegó Curtis y nos dijo que no había visto nada fuera de lo común; luego se sentó lejos de nosotros para terminar su comida. Me levanté, serví otro plato y se lo di a Maya.

Curtis se inclinó y le alcanzó su cantimplora.

—¿Sabe? —dijo—. Corrió un riesgo enorme al cami­nar por acá tan expuesta. Podría haberlos conducido directamente hasta nosotros.

Maya me dirigió una mirada y luego replicó, un poco a la defensiva:

—¡Estaba tratando de escapar! No sabía que ustedes estaban acá. Ni siquiera habría venido para este lado de no haber sido por los pájaros.

—Bueno, tiene que entender que nos encontramos en una situación muy difícil —la interrumpió Curtis—. Todavía no detuvimos este experimento. —Se levantó, volvió a salir y se sentó detrás de una roca grande, junto a la abertura.

—¿Por qué está tan furioso conmigo? —preguntó Maya.

—Usted dijo que tenía recuerdos. Maya. ¿De qué tipo?

—Qué sé yo... De otra época, supongo. Como que trato de frenar algo violento. Por eso me resulta todo tan extraño.

—¿Curtis le resulta familiar? Hizo un esfuerzo de concentración.

—Tal vez, no sé. ¿Por qué?

—¿Recuerda que antes le hablé de una visión de todos nosotros en el pasado, durante las guerras de los americanos nativos? Bueno, a usted la mataban, y había alguien más, que al parecer la seguía y también lo mata­ban. Creo que era Curtis.

—¿Él me culpa? Oh, Dios, con razón está tan enojado.

—Maya, ¿recuerda algo sobre lo que hacían los dos? Cerró los ojos y otra vez trató de pensar. De repente me miró y dijo:

—¿También había un americano nativo? ¿Un chamán?

—Sí —respondí—. También lo mataban.

—Estábamos pensando en algo... —De pronto me miró a los ojos. —No, estábamos visualizando. Creíamos que podíamos parar la guerra... Es todo lo que veo.

—Tiene que hablar con Curtís y superar este enojo. Es parte del proceso de recordar.

—¿Habla en serio? ¿Con lo enojado que está?

—Iré a hablarle yo primero —dije, poniéndome de pie.

Asintió y me alejé. Fui hasta la boca de la cueva y me arrastré hasta donde se hallaba Curtís. ' —¿En qué piensa? —pregunté.

Me miró un poco incómodo.

—Pienso que su amiga tiene algo que me saca de quicio.

—¿Qué siente, exactamente?

—No sé. Me sentí mal en cuanto la vi. Tuve la sen­sación de que podía cometer algún error y exponemos o permitir que nos capturen.

—¿Que nos maten, quizás?

—¡Sí, que nos maten! —La fuerza del tono nos sorprendió a los dos. Curtis respiró hondo y se encogió de hombros.

—¿Se acuerda de las visiones que le mencioné de la época de las guerras de los americanos nativos en el siglo XIX?

—Vagamente —murmuró.

—Bueno, en ese momento no se lo dije, pero creo que los vi a usted y a Maya juntos. Curtis, a los dos los mata­ron unos soldados.

Levantó la vista.

—¿Y usted cree que por eso estoy enfadado con ella? Sonreí.

En ese momento, una leve disonancia invadió el aire y los dos oímos el sonido inarticulado.

—Maldición —exclamó—. Están disparando otra vez.

Lo tomé del brazo.

—Curtis, tenemos que averiguar qué trataban de hacer Maya y usted en aquel momento, por qué fallaron y qué quieren que sea distinto esta vez.

Sacudió la cabeza.

—Ni siquiera sé si creo mucho en todo esto; no sabría por dónde empezar.

—Considero que si habla con ella algo va a surgir. Se limitó a mirarme.

—¿Lo intentará?

Asintió y volvimos a la cueva. Maya sonrió con torpeza.

—Lamento haberme mostrado tan enojado —se disculpo Curtis—. Al parecer, es posible que esté enojado por algo que pasó hace mucho tiempo.

—Olvídelo —dijo ella—. Ojalá pudiéramos recordar qué tratábamos de hacer. Curtis la miró fijo.

—Creo recordar que usted hace algo relacionado con alguna clase de sanación. —Me miró. —¿Usted me lo dijo?

—No creo —respondí—, pero es cierto.

—Soy médica —explicó Maya—. En mi trabajo uso la fe e imágenes positivas.

—¿Fe? ¿Quiere decir que trata a la gente desde una perspectiva religiosa?

—Bueno, sólo en un sentido general. Cuando hablé de fe, me refería a la fuerza energética que proviene de la esperanza humana. Trabajo en una clínica donde tratamos de entender la fe como un proceso mental real, como medio para ayudar a crear el futuro.

—¿Y cómo llegó a todo eso? —preguntó Curtis. Miró a Curtis y después a mí.

—Toda mi vida me preparó para analizar la idea de cura. —Continuó contándole a Curtís la misma historia de su vida que me había relatado antes, incluida la tendencia de la madre a preocuparse y su temor a enfermarse de cáncer. Mientras Maya hablaba de todo lo que le había ocurrido. Curtis y yo le hacíamos preguntas. Al escucharla y darle energía, el cansancio que había evi­denciado empezó a aflojar, sus ojos se iluminaron poco a poco y se sentó más derecha.

Curtis le preguntó:

—¿Cree que la preocupación y la visión negativa de su madre respecto de su futuro afectaron su salud?

—Sí. Los seres humanos atraemos a nuestras vidas dos tipos particulares de hechos: lo que creemos y lo que tememos. Pero lo hacemos de manera inconsciente. Como médica, creo que podría ganarse mucho si concientizáramos plenamente el proceso.

Curtis asintió.

—¿Pero cómo se hace?

Maya no respondió. Se puso de pie y miró a lo lejos, con una mirada llena de pánico.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Acabo de... ver lo que pasó durante las guerras.

—¿Qué pasó? —preguntó Curtis. Lo miró.

—Recuerdo que estábamos en los bosques. Puedo verlo todo: los soldados, el humo de la pólvora.

Curtis cayó en una profunda reflexión; era obvio que trataba de capturar el recuerdo.

—Yo estaba —masculló—. ¿Por qué estaba ahí? —Miró a Maya. —¡Usted me llevó a ese lugar! Yo no sabía nada: era sólo un veedor del Congreso. ¡Usted me dijo que podíamos detener la lucha!

Ella se volvió, tratando de entender.

—Pensé que podíamos... Hay una forma... Espere un momento, no estábamos solos. —Se dio vuelta y me miró, ahora con una expresión de rabia dibujada en la cara. —Usted también estaba, pero nos abandonó. ¿Por qué nos dejó?

Su afirmación activó el recuerdo que había recu­perado antes. Les dije a ambos lo que había visto, describí a los otros que también estaban allí: los ancianos de varias tribus, Charlene, yo. Expliqué que un anciano manifestó un firme apoyo a los esfuerzos de Maya, pero creía que el momento no era el indicado y sostenía que las tribus todavía no habían encontrado su visión correcta. Les dije que otro jefe había estallado de rabia ante las atrocidades cometidas por los soldados blancos.

—No pude quedarme —les dije. Describí mi recuerdo de la experiencia con los franciscanos. —No pude evitar la necesidad de huir. Tenía que salvarme. Lo siento.

Maya parecía perdida en sus pensamientos. Le toqué el brazo.

—Los ancianos sabían que no podía funcionar y Charlene confirmó que todavía no habíamos recordado la sabiduría de los antepasados.

—Entonces, ¿por qué se quedó con nosotros uno de los jefes? —preguntó Maya.

—Porque no quería que ustedes dos murieran solos.

—¡Yo no quería morir! —exclamó Curtis con violen­cia, mirando a Maya—. Usted me guió mal.

—Lo lamento —se excusó ella—. No recuerdo qué fue lo que salió mal.

—Yo sí sé qué salió mal —dijo él—. Usted creyó que podía detener una guerra simplemente porque así lo deseaba.

Maya lo miró un momento y luego me miró a mí.

—Tiene razón. Estábamos visualizando que los soldados debían suspender su agresión, pero no con­tábamos con una imagen clara de cómo ocurriría. No dio resultado porque no teníamos toda la información. Todos visualizábamos a partir del miedo, no de la fe. Funciona igual que el proceso de sanar nuestros cuerpos. Cuando recordamos lo que en realidad se supone que debemos hacer en la vida, eso puede restablecer nuestra salud. Cuando podemos recordar lo que se supone que toda la humanidad debe hacer, empezando ya mismo, a partir de este momento, podemos sanar el mundo.

—Aparentemente —continué yo—, nuestra Visión del Nacimiento contiene no sólo lo que pensamos hacer en forma individual en la dimensión física, sino también una visión más amplia de lo que los seres humanos han tratado de hacer a lo largo de toda la historia y los detalles del lugar adonde vamos y cómo llegar allí. Lo único que debemos hacer es amplificar nuestra energía y compartir nuestras intenciones de Nacimiento, y entonces podemos recordar.

Antes de que Maya respondiera. Curtis se puso de pie de un salto y fue hasta la boca de la cueva.

—Oí algo —dijo—. Hay alguien afuera. Maya y yo nos agachamos a su lado, tratando de ver.

Nada se movía; entonces me pareció detectar el ruido de roce de alguien que caminaba.

—Voy a verificar —anunció Curtis, y salió. Miré a Maya.

—Mejor voy con él.

—Yo también voy —dijo ella.

Seguimos a Curtis por la pendiente hasta una saliente desde donde podíamos ver directamente la garganta situada entre las dos colinas. Un hombre y una mujer, en parte ocultos por la maleza, cruzaban las rocas más abajo, en dirección al oeste.

—¡Esa mujer está en problemas! —exclamó Maya.

—¿Cómo lo sabe? —pregunté.

—Lo sé. Me resulta familiar.

La mujer se volvió una vez y el hombre la empujó en forma amenazadora, exponiendo una pistola que llevaba en la mano derecha.

Maya se inclinó hacia adelante, mirándonos.

—¿Vieron eso? Debemos hacer algo.

Miré con más atención. La mujer tenía el pelo claro y llevaba puestos unos pantalones de fajina verdes con bolsillos en las piernas y una remera. En un momento se volvió y le dijo algo a su captor; luego nos miró un ins­tante, lo que me dio la oportunidad de verle la cara.

—Es Charlene —dije—. ¿Adónde creen que la lleva?

—¿Quién sabe? —contestó Curtis—. Miren, creo que puedo ayudar, pero tengo que hacerlo solo. Necesito que los dos se queden acá.

Protesté, pero Curtis no aceptaba hacerlo de otra manera. Lo vimos dirigirse hacia la izquierda y bajar por la pendiente hasta la zona de los bosques. Desde allí se arrastró en silencio hasta otra saliente de roca, justo a tres metros del fondo de la garganta.

—Van a tener que pasar justo al lado de él —le dije a Maya.

Observamos ansiosos cómo se acercaban a las rocas. En el preciso instante en que pasaban. Curtis saltó colina abajo y cayó sobre el hombre, al que derribó. Lo aferró de la garganta de una manera muy peculiar hasta que dejó de moverse. Charlene se echó atrás, asustada, e hizo el amago de echar a correr.

—¡Charlene, espera! —gritó Curtis. Charlene se detuvo y dio un paso adelante con mucha cautela. —Soy Curtis Farrell. Trabajamos juntos en DelTech, ¿te acuer­das? Estoy aquí para ayudarte.

Ella lo reconoció y se acercó. Maya y yo bajamos con cuidado la colina. Cuando Charlene me vio, se quedó helada; luego corrió a abrazarme. Curtis se abalanzó so­bre nosotros y nos arrojó al suelo.

—Agáchense —ordenó—. Podrían vemos. Ayudé a Curtis a atar al guardia con un rollo de cinta que encontramos en su bolsillo, y lo subimos por la pen­diente hasta el monte.

—¿Qué le hiciste? —preguntó Charlene. Curtis le revisaba en ese momento los bolsillos.

—Lo dejé knock out. Nada más. Se pondrá bien. Maya se agachó para verificar su pulso.

Charlene se volvió hacia mí buscando mi mano.

—¿Cómo llegaste acá? —preguntó.

Tomé aliento y le conté que me habían llamado de su oficina para informarme sobre su desaparición, que había encontrado el dibujo y había llegado al valle para buscarla.

Sonrió.

—Hice el mapa con la intención de llamarte, pero salí tan rápido que no tuve tiempo... —Su voz se apagó al mirarme a los ojos. Luego dijo:

—Creo que te vi ayer, en la otra dimensión. La llevé a un costado, lejos de los demás.

—Yo también te vi, pero no pude comunicarme contigo.

Mientras nos mirábamos sentí que mi cuerpo se volvía más liviano, que me invadía una ola de amor orgásmico, centrado no en mi zona pélvica sino alrede­dor de la parte exterior de mi piel. Al mismo tiempo, sentía que caía en los ojos de Charlene. Su sonrisa se intensificó, y me di cuenta de que ella sentía lo mismo.

Un movimiento de Curtis rompió el hechizo; me percaté de que tanto él como Maya nos miraban.

Miré de nuevo a Charlene.

—Quiero contarte lo que ha estado pasando —dije, y le describí que había visto otra vez a Wil, que había descubierto lo de la polarización del Miedo y el grupo que regresaba. —Charlene, ¿cómo entraste en la dimen­sión de la Otra Vida?

Bajó la cabeza.

—Todo esto es culpa mía. Hasta ayer no supe lo pe­ligroso que era. Le hablé a Feyman de las revelaciones. Mientras tú estabas todavía en Perú, descubrí otro grupo que conocía las Nueve Revelaciones, y las estudié con ellos en profundidad. Tuve muchas de las experiencias que mencionabas en la carta que me escribiste. Más tarde, vine a este valle con un amigo porque habíamos oído decir que los lugares sagrados de aquí estaban conec­tados de alguna manera con la Décima Revelación. Mi amigo no experimentó nada en especial, pero yo sí, y me quedé para explorar. Fue entonces cuando encontré a Feyman, que me empleó para que le enseñara lo que sabía. A partir de ese momento estaba conmigo todo el tiempo. Insistía en que no llamara a mi oficina, por razones de seguridad; entonces escribí cartas cambiando los horarios de todas mis citas. Supongo que inter­ceptaba mis cartas; por eso todos pensaron que había desaparecido.

"Con Feyman exploré la mayoría de los vórtices, en especial los de la loma de Codder y las cascadas. Él no podía sentir la energía personalmente, pero más tarde me di cuenta de que nos rastreaba en forma electrónica y obtenía cierto perfil de energía de mí cuando llegábamos al lugar. Después podía agrandar la zona y encontrar la localización exacta del vórtice, por medios electrónicos. Miré a Curtis, que asintió a guisa de confirmación. Los ojos de Charlene se llenaron de lágrimas.

—Me engañó por completo. Dijo que trabajaba en una fuente muy barata de energía que nos liberaría a todos. Me envió a zonas remotas del monte durante gran parte de la experimentación. Sólo más tarde, cuando lo enfrenté, admitió los peligros de lo que estaba haciendo.

Curtis se volvió para mirar a Charlene.

—Feyman Carter era el jefe de ingenieros de DelTech. ¿Te acuerdas?

—No —dijo ella—, pero es quien controla por entero el proyecto. Ahora hay otra empresa involucrada, y tienen estos hombres armados; Feyman los llama "opera­tivos". Al final le dije que me iba, y fue entonces cuando me puso bajo vigilancia. Cuando le dije que nunca lograría salirse con la suya en esto, se rió. Se jactó de tener en el Ministerio del Interior a alguien que trabajaba con él.

—¿Adónde te mandaba? —preguntó Curtis. Charlene sacudió la cabeza.

—No tengo idea.

—No creo que tuviera intenciones de dejarte con vida —opinó Curtis—. No después de decirte eso.

Un silencio angustiado se abatió sobre el grupo...

—Lo que no entiendo —dijo al final Charlene— es por qué aquí, en este monte. ¿Qué quiere con estas localizaciones de energía?

La mirada de Curtis y la mía volvieron a cruzarse, y él dijo entonces:

—Experimenta con una forma de centralizar esta fuente de energía que encontró concentrándose en las sendas dimensionales de este valle. Por eso es tan peli­groso.

Noté que Charlene miraba a Maya y sonreía. Maya le devolvió la mirada con expresión cálida.

—Cuando estaba en las cascadas —contó Charlene— pasé a la otra dimensión y todos los recuerdos me vinieron a la mente. —Me miró. —Después pude volver varias veces, incluso cuando estaba vigilada, ayer. Fue cuando te vi a ti... —me dijo.

Hizo una pausa y volvió a mirar al grupo.

—Vi que nos hallamos todos acá para detener este experimento, si podemos recordar algo. Maya la miraba con atención.

—Entendiste lo que queríamos hacer durante la batalla con los soldados y nos ayudaste —dijo—. Aun sabiendo que no podía salir bien.

   

La sonrisa de Charlene me reveló que recordaba.

—Hemos recordado la mayor parte de lo que pasó

—comenté—. Pero hasta ahora no hemos podido recor­dar cómo planeamos hacerlo de otra manera esta vez. ¿Te acuerdas?

Charlene meneó la cabeza.

—Sólo algunas partes. Sé que debemos identificar nuestros sentimientos inconscientes recíprocos para poder seguir adelante. —Me miró a los ojos e hizo una pausa.

—Todo esto forma parte de la Décima Revelación... sólo que todavía no se ha escrito en ninguna parte. Va sur­giendo de manera intuitiva. Asentí.

—Lo sabemos.

—Parte de la Décima es una ampliación de la Octava. Sólo un grupo que actúe siguiendo plenamente la Octava Revelación puede lograr este tipo de lucidez superior.

—No puedo seguirte —dijo Curtis.

—La Octava se refiere a saber cómo elevar a los demás —explicó—, saber cómo enviar energía concen­trándonos en la belleza y la sabiduría del yo superior del otro. Este proceso puede elevar el nivel de energía y creatividad al grupo de manera exponencial. Por des­gracia, a muchos grupos les cuesta elevarse entre sí de esta manera, aun cuando los individuos involucrados sean capaces de hacerlo en otros momentos. Esto ocurre sobre todo si el grupo está orientado hacia el trabajo, un grupo de empleados, por ejemplo, o gente que se reúne para crear un proyecto único de algún tipo, porque muchas veces estas personas han estado juntas antes. El problema es que surgen viejas emociones de vidas pasadas y se interponen.

"Nos toca trabajar con alguien y en forma automática nos desagrada, sin saber exactamente por qué. O puede pasar justo lo contrario; que no le agrademos a la otra persona, también por razones que no comprendemos. Las emociones que surgen pueden ser celos, irritación, envidia, resentimiento, amargura, culpa o cualesquiera otras. Lo que intuimos con claridad es que ningún grupo puede alcanzar su máximo potencial si los participantes no tratan de entender y superar estas emociones.

Maya se inclinó hacia adelante.

—Es justo lo que hemos estado haciendo: superar las emociones que aparecieron, los resentimientos de cuando estuvimos juntos antes.

—¿Te fue mostrada tu Visión del Nacimiento? —pregunté.

—Sí —respondió Charlene—. Pero no logré ir más lejos. No tenía suficiente energía. Lo único que vi es que se formaban grupos y que yo debía estar aquí, en este valle, en un grupo de siete. ¿Dónde estaban los otros?

En ese momento atrajo nuestra atención el ruido de otro vehículo, hacia el norte, a lo lejos.

—No podemos quedarnos acá —dijo Curtis—. Estamos demasiado expuestos. Regresemos a la cueva.

Charlene terminó lo que quedaba de la comida y me dio el plato. Como no tenía más agua, lo guardé sucio en mi mochila y me senté otra vez. Curtis entró por la boca de la caverna y se sentó frente a mí al lado de Maya, quien le sonrió débilmente. Charlene estaba sentada a mi izquierda. El operativo había quedado fuera de la cueva, todavía atado y amordazado.

—¿Está todo bien afuera? —le preguntó Charlene a Curtis.

Él parecía nervioso.

—Supongo que sí, pero oí más ruidos al norte. Creo que tendremos que quedamos aquí hasta que oscurezca.

Durante un momento nos limitamos a miramos, mientras cada uno trataba de elevar su energía.

Al fin, los miré a todos y les hablé del proceso de llegar a la Visión Global que había visto con el grupo de almas de Feyman. Al terminar, miré a Charlene y le pregunté:

—¿Qué más recibiste respecto de ese proceso de esclarecimiento?

—Lo único que entendí —respondió Charlene— es que el proceso no puede empezar hasta no retomar por completo al amor.

—Es fácil decirlo —objetó Curtis—. La cuestión es hacerlo.

Nos miramos y simultáneamente nos dimos cuenta de que la energía se trasladaba a Maya.

—La clave reside en reconocer la emoción, tomar plena conciencia del sentimiento y luego comunicarlo con honestidad, por torpes que puedan resultar nuestros intentos. Esto trae toda la emoción a la conciencia presente y a la larga permite relegarla al pasado, que es el lugar al cual pertenece. Por eso, pasar por el a veces largo proceso de decirlo, discutirlo, ponerlo sobre el tape­te, nos ilumina, de modo que podemos retomar a un estado de amor, que es la emoción más elevada.

Durante un instante todos nos miramos; me di cuenta de que la mayor parte de la emoción negativa se había disipado.

—Espera un momento —dije—. ¿Y Charlene? Tiene que haber emociones residuales hacia ella. —Miré a Maya. —Sé que usted sintió algo.

—Sí —respondió Maya—. Pero sólo cosas positivas, un sentimiento de gratitud. Ella se quedó y trató de ayudar... —Maya hizo una pausa para estudiar la cara de Charlene. —Trataste de decimos algo, algo sobre los ancestros. Pero no hicimos caso.

Me adelanté hacia Charlene.

—¿A ti también te mataron? Maya respondió por ella:

—No, no la mataron. Había ido a tratar de llamar a los soldados una vez más.

—Así es. Pero las tropas se habían ido. Maya preguntó:

—¿Quién más siente algo hacia Charlene?

—Yo no siento nada —dijo Curtis.

—¿Y tú, Charlene? —pregunté—. ¿Qué sientes hacia nosotros?

Durante un momento su mirada recorrió a cada integrante del grupo.

—No me parece que exista ningún sentimiento residual hacia Curtis —dijo—. Y hacia Maya todo es posi­tivo. —Sus ojos se fijaron en los míos. —Hacia ti creo que siento un poco de rencor.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque eras tan práctico e indiferente, eras un hombre independiente que no estaba dispuesto a comprometerse si la sincronización no era perfecta.

—Charlene —dije—. Ya me había sacrificado por esas revelaciones como un monje. Sentía que habría sido inútil. Mis protestas la irritaron; miró para otra parte. Maya me tocó el brazo.

—Su comentario fue defensivo. Si usted responde de esa manera, la otra persona no se siente escuchada. La emoción que alberga queda en su mente porque sigue pensando maneras de hacerlo entender, de convencerlo. O pasa a ser inconsciente y entonces lo que ensombrece la energía entre los dos es un malestar. Sea como fuere, la emoción sigue siendo un problema que se interpone en el camino. Le sugiero que reconozca cómo podía estar sin­tiéndose ella.

Miré a Charlene.

—Ah, comprendo. Ojalá hubiera podido ayudar. Tal vez podría haber hecho algo si hubiera tenido el coraje. Charlene asintió y sonrió.

—¿Y usted? —preguntó Maya, mirándome—. ¿Qué siente por Charlene?

—Supongo que siento un poco de culpa —res­pondí—. No tanta culpa por la guerra, sino por el presente, por esta situación. Me había mantenido alejado durante varios meses. Creo que si hubiera hablado contigo inmediatamente después de llegar de Perú, tal vez podríamos haber frenado antes el experimento y nada de esto estaría pasando.

Nadie respondió.

—¿Hay algún otro sentimiento? —preguntó Maya.

Nos miramos.

En ese momento, bajo la dirección de Maya, cada uno se concentró en su conexión interior para reunir toda la energía posible. Al enfocar la belleza que me rodeaba, una oleada de amor me recorrió el cuerpo. El color apa­gado de las paredes de la cueva y el suelo empezaron a encenderse y brillar. La cara de cada una de las personas adquirió más energía. Un estremecimiento hizo vibrar mi espina dorsal.

—Ahora —indicó Maya—. Estamos listos para ave­riguar qué pensábamos hacer esta vez... —Volvió a hundirse en una profunda reflexión. —Yo... sabía que esto iba a pasar —dijo al fin—. Esto era parte de mi Visión del Nacimiento; debía dirigir el proceso de amplificación. Cuando tratamos de detener la guerra contra los americanos nativos, no sabíamos cómo hacerlo.

Mientras hablaba, noté un movimiento detrás de ella, en la pared de la cueva. Al principio pensé que era un reflejo de luz, pero luego detecté una sombra verde oscuro exactamente igual a la que había percibido antes, cuando observaba el grupo de almas de Maya. Al esfor­zarme por enfocar el globo de luz, de unos treinta centímetros, se agrandó hasta formar una escena holográfica que se calcó directamente en la pared, llena de formas humanoides difusas. Miré a los demás; nadie parecía ver la imagen, excepto yo.

Sabía que era el grupo de almas de Maya, y en cuanto tuve esa certeza empecé a recibir un torrente de infor­mación intuitiva. Volví a ver su Visión del Nacimiento, su intención superior de nacer en su familia particular, la enfermedad de su madre, el consiguiente interés en la medicina, en especial la conexión mente/cuerpo, y ahora este encuentro. Oí claramente que ningún grupo puede alcanzar su poder creativo total hasta no concientizar y luego amplificar su energía.

—Una vez libre de las emociones —decía ahora Maya—, un grupo puede superar con mayor facilidad las luchas y los dramas de poder y encontrar su creatividad plena. Pero tenemos que hacerlo de manera consciente, encontrando una expresión personal superior en cada cara.

La mirada interrogante de Curtis trajo aparejada una explicación más amplia.

—Tal como lo revela la Octava Revelación —con­tinuó Maya—, si miramos bien la cara de otra persona, podemos derribar cualquier fachada o defensa del yo que pueda haber y encontrar la expresión auténtica del individuo, su yo real. En general, la mayoría de las per­sonas no saben qué mirar cuando se hablan. ¿Los ojos? Cuesta concentrarse en los dos. ¿Cuál, entonces? ¿O sería mejor enfocar el rasgo más sobresaliente, como la nariz o la boca?

"En realidad, estamos llamados a enfocar toda la cara, que con su singularidad de luz y sombra y disposi­ción de los rasgos es como una mancha de tinta. Pero dentro de esa colección de rasgos podemos encontrar una expresión auténtica, el alma que se adelanta. Cuando nos concentramos en el amor, la energía afectiva es enviada a este aspecto del yo superior de la persona, y la persona parecerá cambiar ante nuestros ojos al instalarse allí sus mayores capacidades.

"Todos los grandes maestros enviaron siempre este tipo de energía hacia sus estudiantes. Por eso fueron grandes maestros. Pero el efecto es aún mayor con gru­pos que interactúan de esta manera con cada integrante, porque cada persona envía energía a las demás, todos los miembros acceden a otro nivel de sabiduría que tiene más energía a su disposición, y esta energía más elevada es enviada de vuelta a todos los demás en lo que pasa a ser un "efecto invernadero".

Miré a Maya tratando de encontrar su expresión superior. Ya no parecía cansada ni renuente para nada. Sus rasgos revelaban, en cambio, una certeza y un talento que no había expresado antes. Miré a los otros y vi que se concentraban también en Maya. Cuando volví a mirarla, noté que parecía abrevar en el verde de su grupo de almas. Ya no sólo absorbía su conocimiento; daba la impresión de moverse en una suerte de armonía con ellas.

Maya había dejado de hablar y respiraba hondo. Sentí que la energía se apartaba de ella.

—Siempre supe que los grupos podían adquirir un nivel superior de funcionamiento —dijo de pronto Curtis—, sobre todo en los ambientes de trabajo. Pero no había podido vivenciarlo hasta ahora... Ahora entré en esta dimensión para participar en la transformación de la empresa y transmitir esta visión a la creatividad empre­sarial, para poder utilizar al fin las nuevas fuentes de energía de la manera correcta e implementar la automatización de la producción de la Novena Revelación.

Hizo una pausa, pensativo, y agregó: —Es decir, la empresa es acusada muchas veces de ser el malo ambicioso, sin control y sin conciencia. Y supongo que fue así en el pasado. Pero siento que tam­bién la empresa avanzó hacia una conciencia espiritual y que necesitábamos un nuevo tipo de ética empresarial.

En ese momento vi otro movimiento de luz, di­rectamente detrás de Curtis. Lo observé durante varios segundos y después me di cuenta de que también estaba viendo la formación de su grupo de almas. Al igual que con el grupo de Maya, cuando enfoqué la imagen que aparecía logré captar su conocimiento colectivo. Curtis había nacido en el punto culminante de la revolución industrial que se produjo justo después de la Segunda Guerra Mundial. El poderío nuclear había sido el triunfo final y el horror impactante de la visión materialista del mundo, y él había llegado con la visión de que el avance tecnológico ahora podía hacerse consciente, y moverse, con plena conciencia, hacia su propósito determinado.

—Recién ahora —dijo de pronto Curtis— estamos listos para comprender cómo hacer evolucionar a la empresa y la consiguiente nueva tecnología de una manera consciente; todas las medidas están en su lugar. No es casual que una de las categorías estadísticas más importantes de la economía sea el índice de produc­tividad: el registro de cuántos bienes y servicios produce cada individuo en nuestra sociedad. Los aumentos de productividad han crecido en forma constante debido a los descubrimientos tecnológicos y al uso más amplio de los recursos naturales y la energía. A lo largo de los años, el individuo ha ido encontrando cada vez más formas de crear.

Mientras hablaba, me vino una idea a la mente. Al principio decidí guardarla para mí, pero luego todos me miraron.

—¿El daño ambiental que está causando el creci­miento económico no constituye una limitación natural para la empresa? No podemos seguir como hasta ahora, porque el medio ambiente va a romperse, literalmente. Muchos de los peces del océano ya están tan contami­nados que no podemos comerlos. Las tasas de cáncer aumentan en forma exponencial. Hasta la Asociación Médica dice que las mujeres y los niños no deben comer verduras comerciales debido a los residuos de pesticidas. Si esto continúa, ¿se imaginan qué clase de mundo les dejaremos a nuestros hijos?

Apenas terminé de decir esto, recordé lo que Joel había dicho antes sobre el colapso del ambiente. Sentí cómo mi energía bajaba al experimentar el mismo Miedo.

De pronto me golpeó un brote de energía cuando todos me miraron en un esfuerzo por volver a encontrar mi verdadera expresión. Enseguida restablecí mi conexión interna.

—Tiene razón —dijo Curtis—, pero nuestra respuesta a este problema ya está cambiando. Hemos avanzado en la tecnología como en un túnel inconsciente, olvidando que vivimos en un planeta orgánico, un planeta de ener­gía. No obstante, una de las áreas empresariales más creativas es la del campo de control de la contaminación.

"Nuestro problema fue tratar de depender del Estado para controlar a los contaminadores. La contaminación es contraria a la ley desde hace tiempo, pero nunca bastarán las reglamentaciones estatales para evitar que se arrojen ilegalmente desechos químicos o que se ventilen las chimeneas a medianoche. Esta contaminación de la bios­fera no terminará del todo hasta que una ciudadanía alarmada saque sus grabadoras de video y pesque a esta gente in fraganti. En cierto modo, la empresa y los empleados de la empresa deben reglamentarse a sí mismos.

Maya se inclinó hacia adelante.

—Yo veo otro problema con la forma en que evolucio­na la economía. ¿Qué pasa con todos los trabajadores desalojados que pierden sus trabajos debido a que la economía cada vez se automatiza más? ¿Cómo pueden sobrevivir? Antes teníamos una clase media grande, y ahora disminuye con rapidez.

Curtis sonrió y le brillaron los ojos. La imagen de su grupo de almas creció detrás de él.

—Estas personas desplazadas sobrevivirán apren­diendo a vivir de manera intuitiva y sincrónica —pronosticó—. Todos tenemos que entenderlo: no hay vuelta atrás. Ya estamos viviendo la era de la información. Cada uno tendrá que educarse lo mejor que pueda, ser experto en algo para poder estar en el lugar indicado para asesorar a otro, o prestar otro servicio. Cuanto más técnica sea la automatización y más rápido cambie el mundo, más información necesitaremos de la persona indicada que llegue a nuestras vidas en el momento justo. No hace falta una educación formal para eso; sólo un nicho que uno se cree para sí mismo a través de la autoformación.

"No obstante, para que este flujo se establezca de manera óptima en toda la economía, los propósitos declarados de las empresas deben alcanzar una concien­cia superior. Nuestras intuiciones orientadoras se vuelven más claras cuando enfocamos la empresa desde una perspectiva evolucionista. Nuestros planteos deben cambiar. En vez de preguntamos qué producto o servicio podemos producir para ganar más dinero, empezamos a preguntamos qué podemos producir que libere e informe y haga que el mundo sea mejor y al mismo tiempo asegure un delicado equilibrio ambiental.

"A la ecuación de la libre empresa se suma un nuevo código de ética. Tenemos que despertar, estemos donde estemos, y preguntamos: "¿Qué estamos creando? ¿Res­ponde en forma consciente al objetivo general para el cual fue inventada la tecnología en primer lugar, el de facilitar la subsistencia día a día, para que la orientación dominante de la vida pase de la mera supervivencia y la comodidad al intercambio de información espiritual pura?". Todos debemos ver que tenemos una parti­cipación en la evolución hacia costos de subsistencia cada vez menores hasta que los medios básicos de supervi­vencia resulten prácticamente gratis.

"Podemos avanzar hacia un capitalismo de veras ilustrado si, en vez de recargar todo lo que el mercado puede soportar, seguimos una nueva ética empresarial basada en bajar nuestros precios a un porcentaje específico como declaración consciente del destino que queremos para la economía. Este sería el equivalente empresarial de sumamos a la fuerza de "pagar el diezmo" de la Novena Revelación.

Charlene se volvió para mirarlo con el rostro luminoso.

—Entiendo lo que dices. Quieres decir que si todas las empresas reducen los precios en un diez por ciento, el costo de vida de todos, incluidos la materia prima y las provisiones de las empresas mismas, también bajará.

—Eso es. Aunque algunos precios podrían subir temporariamente cuando cada uno tome en cuenta el verdadero costo de la eliminación de los residuos y otros efectos ambientales. En general, los precios disminuirán de manera sistemática de todos modos.

—¿No se produce ya ese proceso a veces, como consecuencia de las leyes del mercado? —pregunté.

—Sí —respondió Curtis—, por supuesto, pero puede acelerarse si lo hacemos en forma consciente, pese a que, tal como lo predice la Novena Revelación, este proceso se verá favorecido por el descubrimiento de una fuente de energía muy barata. Al parecer, Feyman la encontró. Pero la energía debe ponerse a disposición de todos, de la manera menos costosa posible, si se pretende que tenga el mayor impacto liberador.

A medida que hablaba, parecía inspirarse más. Se volvió y me miró fijo.

—Es la idea que quise aportar al venir aquí —dijo—. Nunca lo vi con tanta claridad. Por eso quise tener las experiencias de vida que tuve; quería estar preparado para transmitir este mensaje.

—¿De veras piensa que la cantidad de gente que baje los precios bastará para cambiar algo? —preguntó Maya—. ¿Sobre todo si les saca dinero del bolsillo? Pare­cería ir en contra de la naturaleza humana.

Curtis no respondió. Me miró en cambio a mí, al igual que los demás, como si fuera yo el encargado de responder. Durante un momento guardé silencio, hasta sentir que la energía se movía.

—Curtis tiene razón —dije al fin—. Lo haremos de todos modos aunque debamos renunciar a algún bene­ficio personal a corto plazo. Nada de esto resultará lógico hasta no comprender la Novena y la Décima Revela­ciones. Si creemos que la vida es sólo una cuestión de supervivencia personal en un mundo esencialmente sin sentido y hostil, entonces es lógico centrar toda nuestra inteligencia en vivir con la mayor comodidad posible y cuidar que nuestros hijos tengan las mismas oportu­nidades. Pero si comprendemos las primeras nueve revelaciones y vemos la vida en términos espirituales como una evolución espiritual, con responsabilidades espirituales, nuestra visión cambia por completo.

"Y una vez que empecemos a entender la Décima, veremos el proceso del nacimiento desde la perspectiva de la Otra Vida, y nos daremos cuenta de que todos estamos aquí para poner la dimensión terrenal en armonía con la esfera celestial. Además, la oportunidad y él éxito constituyen un proceso muy misterioso, y si hacemos funcionar nuestra vida económica en el flujo del plan general, encontraremos de manera sincrónica a todas las demás personas que hagan lo mismo, y de pronto se abrirá para nosotros la prosperidad.

"Lo haremos —continué—, porque de manera individual es allí adonde nos llevarán la intuición y las coincidencias. Recordaremos más acerca de nuestras Visiones del Nacimiento y se tornará evidente la intención que teníamos de hacer determinada contri­bución al mundo. Y, lo que es más importante, sabremos que, si no seguimos esa intuición, no sólo terminarán las coincidencias mágicas y el sentido de inspiración, sino que tal vez debamos observar nuestras acciones en una Revisión de la Otra Vida. Tendremos que enfrentar nuestro fracaso.

Callé de pronto, al notar que Charlene y Maya miraban con ojos muy abiertos el espado detrás de mí. Por reflejo, me di vuelta; a mis espaldas se dibujaba el contorno borroso de mi grupo de almas, docenas de individuos que se desvanecían a lo lejos, una vez más, como si las paredes de la cueva no existieran.

—¿Qué están mirando? —preguntó Curtis.

—Es su grupo de almas —dijo Charlene—. Vi esos grupos cuando estuve en las cascadas.

—Yo vi un grupo detrás de Maya y de Curtis —co­menté.

Maya se dio vuelta y miró el espacio que había detrás de ella. El grupo titiló una vez y después se definió plenamente.

—No veo nada —dijo Curtis—. ¿Dónde están? Maya siguió mirando. Veía todos los grupos.

—Están ayudándonos, ¿no? Pueden damos la visión que buscamos.

En cuanto hizo ese comentario, todos los grupos se alejaron y se volvieron menos claros.

—¿Qué pasó? —preguntó Maya.

—Es su expectativa —dije—. Si recurre a ellas buscando energía como reemplazo de su propia conexión interior con Dios, se van. No permiten la dependencia. A mí me pasó lo mismo.

Charlene hizo un gesto, asintiendo.

—A mí también me ocurrió. Son como una familia. Estamos conectadas con ellas en pensamiento, pero debemos sostener nuestra propia conexión con la fuente divina independientemente de ellas para poder vincular­nos con ellas y absorber lo que saben, que es en realidad nuestra propia memoria superior.

—¿Mantienen la memoria para nosotros? —preguntó Maya.

—Sí —respondió Charlene, mirándome directamen­te. Empezó a decir algo pero se detuvo, como si la idea se le hubiera escapado por el momento. Luego dijo:

—Empiezo a comprender lo que vi en la otra dimensión. En la Otra Vida, cada uno proviene de un grupo de almas particular, y cada uno de estos grupos tiene un ángulo o una verdad especial para dar al resto de la humanidad.

—Me miró. —Por ejemplo, tú vienes de un grupo de "facilitadoras". ¿Lo sabías? Almas que ayudan a desa­rrollar nuestra comprensión filosófica respecto de qué es la vida. Todos los que pertenecen a este grupo de almas tratan siempre de encontrar la mejor y más completa forma de describir la realidad espiritual. Tú luchas con información compleja porque eres muy consistente, avanzas y exploras hasta encontrar una manera de expresarlo claramente.

La miré interrogante, lo cual la hizo reír.

—Es un don que tienes —me tranquilizó. Volviéndose a Maya, dijo:

—Y en tu caso. Maya, tu grupo de almas se orienta hacia la salud y el bienestar. Se consideran solidificadoras de la dimensión física, que mantienen a nuestras células funcionando de manera óptima y llena de energía, y rastrean y eliminan los bloqueos emocionales antes de que se manifiesten en enfermedad.

"El grupo de Curtis tiene que ver con la transfor­mación del uso de la tecnología y nuestra comprensión general del comercio. A lo largo de la historia humana, este grupo ha trabajado para espiritualizar nuestros conceptos de dinero y capitalismo, para encontrar la conceptualización ideal.

Charlene hizo una pausa; yo empecé a ver una imagen de luz titilando detrás de ella.

—¿Y tú, Charlene? —pregunté—. ¿Qué hace tu grupo?

—Somos periodistas, investigadoras —respondió—, que trabajamos para ayudar a la gente a apreciar y aprender de los demás. El periodismo consiste en realidad en analizar en profundidad la vida y las creencias de la gente y las organizaciones que abarca, en su verdadera esencia, en su expresión y forma superiores, como esta­mos viendo ahora en cada uno de nosotros, su mensaje positivo y su contribución al mundo.

Recordé otra vez mi conversación con Joel, sobre todo su cinismo agotado.

—No es fácil ver a los periodistas haciendo eso —dije.

—No estamos haciéndolo —respondió—. No toda­vía. Pero es el ideal hacia el cual evoluciona la profesión. Ése será nuestro verdadero destino una vez que nos sintamos más seguros y nos liberemos de la vieja visión del mundo en la cual necesitamos "ganar" y poner la energía y el status de nuestro lado.

"Coincide perfectamente con la razón por la que quise nacer en mi familia. Todos eran muy inquisidores. Absorbí su entusiasmo, su necesidad de información. Por eso fui periodista durante tanto tiempo y después con la empresa de investigaciones. Quería ayudar a elaborar la técnica de informar y después encontrarme con...

Hizo una pausa y volvió a ensimismarse, mirando el piso de la cueva. Luego abrió los ojos y dijo: —Sé cómo estamos trayendo la Visión Global. Al recordar nuestras Visiones del Nacimiento e integrarlas como grupo, fusionamos el poder de nuestros grupos relativos en la otra dimensión, y eso nos ayuda a recordar aún más, de manera que al final obtenemos la Visión general del Mundo.

Todos la miramos, perplejos.

—Miren toda la situación —explicó—. Cada persona en la Tierra pertenece a un grupo de almas, y estos grupos de almas representan a los distintos grupos ocupacionales que existen en el planeta: gente de la medicina, abogados, contadores, programadores informáticos, productores agrícolas, todos los campos de la actividad humana. Una vez que la persona encuentra su trabajo correcto, el trabajo se adecua perfectamente a ella y entonces trabaja con otros miembros de su grupo de almas.

"Cuando despertamos y empezamos a recordar nues­tras Visiones del Nacimiento, por qué estamos acá, los grupos ocupacionales a los cuales pertenecemos se armo­nizan más con los integrantes de nuestro grupo en la otra dimensión y cada grupo ocupacional en la Tierra avanza hacia el verdadero objetivo de su alma, su papel de servicio en la sociedad humana.

Todos seguimos fascinados.

—Como nosotros, los periodistas —prosiguió—. A lo largo de la historia hemos sido los individuos más inquisitivos respecto de lo que hacían otros en la cultura. Y luego, hace unos pocos siglos, tomamos suficiente conciencia de nosotros mismos como para formar una ocupación definida. Desde ese momento nos hemos ocupado de ampliar nuestro uso de los medios de comu­nicación, llegando cada vez a más personas con nuestros informativos y esa clase de cosas. Pero, como todos los demás, fuimos víctimas de la inseguridad. Pensamos que para atraer la atención y la energía del resto de la hu­manidad debíamos inventar noticias cada vez más sensacionales, partiendo de la idea de que sólo lo negativo y lo violento vende.

"Sea como fuere, no es ése nuestro verdadero papel, sino el de profundizar y espiritualizar nuestra percepción de los demás. Nosotros vemos y luego transmitimos qué hacen y qué defienden los distintos grupos de almas y los individuos dentro de esos grupos, con lo cual facilitamos el aprendizaje de la verdad que otros suministran.

"Esto vale para cada grupo ocupacional; todos esta­mos despertando a nuestro verdadero mensaje y a nues­tro propósito. Y cuando esto ocurra en todo el planeta, podremos entonces avanzar. Podemos formar asocia­ciones espirituales cercanas con personas ajenas a nuestro grupo de almas particular, como lo estamos haciendo aquí y ahora. ¿Ven lo que acaba de pasar? Todos compartimos el mensaje que vinimos a dar, el mensaje que nos fue mostrado previamente en nuestras Visiones del Nacimiento y que transforma no sólo la sociedad humana sino también la cultura en la Otra Vida.

"Primero, cada uno de nuestros grupos de almas se aproxima en vibración a nosotros en la Tierra, y nosotros a ellos, con lo cual las dos dimensiones se abren. Gracias a esta proximidad, podemos empezar a tener comuni­cación entre las dimensiones. Somos capaces de ver a las almas en la Otra Vida y captar su conocimiento y su memoria con mayor rapidez. Eso está ocurriendo cada vez con mayor frecuencia en la Tierra.

Mientras Charlene hablaba, noté que los grupos de almas que estaban detrás de cada uno de nosotros se ampliaban y extendían hasta tocar a los otros y formar un círculo continuo a nuestro alrededor. Me dio la sensación de que la convergencia me catapultaba a un nivel más elevado de conciencia.

Charlene también pareció sentirlo. Respiró hondo y luego prosiguió con énfasis:

—La otra cosa que sucede en la Otra Vida es que los grupos mismos se aproximan entre sí en resonancia. Por eso la Tierra es el foco primordial de las almas en el Cielo. No pueden unirse solas. Allí, los grupos de almas se hallan fragmentados y fuera de resonancia entre sí, porque viven en un mundo imaginario de ideas que se manifiestan en forma instantánea y desaparecen con igual rapidez, de modo que la realidad siempre es arbitraria. No hay un mundo natural, una estructura ató­mica, tal como tenemos aquí, que sirva como plataforma estable, un escenario de fondo, común a todos. Produ­cimos alteraciones en lo que pasa en este escenario, pero las ideas se manifiestan con mucho más lentitud y debemos llegar a algún acuerdo respecto de lo que queremos que pase en el futuro. Este acuerdo, este consenso, esta unidad de visión respecto de la Tierra, es lo que también reúne a los grupos de almas en la dimen­sión de la Otra Vida. Por eso se considera tan importante la dimensión terrenal. Es la dimensión donde tiene lugar la verdadera unificación de las almas.

"Éste es el proceso que hay detrás del largo viaje histórico que emprendieron los seres humanos. Los grupos de almas de la Otra Vida endeuden la Visión Global, la visión de la manera en que el mundo físico puede evolucionar y las dimensiones pueden acercarse, pero esto sólo pueden llevarlo a cabo individuos nacidos en lo físico, uno por vez, con la esperanza de llevar la realidad consensual de la Tierra en esa dirección. La arena física es el teatro en el cual se ha representado la evolución para ambas dimensiones, y ahora estamos llevándola a su culminación al recordar de manera cons­ciente lo que está ocurriendo.

Hizo con el dedo un movimiento abarcador que nos envolvió a todos.

—Ésa es la conciencia que estamos recordando todos, aquí mismo, y es la conciencia que otros grupos, como nosotros, están recordando en todo el planeta. Todos tenemos una parte de la visión total, y si compartimos lo que sabemos y unificamos nuestros grupos de almas podemos traer toda la situación a la conciencia.

De pronto Charlene fue interrumpida por un leve temblor que sacudió la tierra debajo de la cueva. Del techo cayeron partículas de polvo. Al mismo tiempo, volvimos a oír el sonido inarticulado, pero esta vez la disonancia había desaparecido; resultaba casi armónico.

—Oh, Dios —dijo Curtis—. Ya casi tienen las calibra­ciones exactas. Debemos volver al bunker. —Hizo un movimiento para levantarse y el nivel de energía del grupo cayó a pique.

—Espere —dije—. ¿Qué vamos a hacer ahí? Convi­nimos en que esperaríamos hasta que oscureciera; todavía quedan muchas horas de luz. Yo digo que nos quedemos acá. Logramos un nivel alto de energía pero todavía no avanzamos hasta el resto del proceso. Al parecer, eliminamos nuestras emociones residuales, amplificamos nuestra energía y compartimos nuestras Visiones del Nacimiento, pero todavía no vimos la intención detrás de la historia. Creo que podemos lograr más si nos quedamos donde estamos a salvo y tratamos de avanzar más. —Incluso mientras hablaba veía una imagen de todos nosotros nuevamente en el valle, juntos en la oscuridad.

—Es demasiado tarde para eso —dijo Curtis—. Ya están listos para concluir el experimento. Si todavía se puede hacer algo, tenemos que ir ahí y ahora.

Lo miré fijo.

—Usted dijo que era probable que mataran a Charlene. Si nos atrapan, nos harán lo mismo a nosotros.

Maya se tomó la cara entre las manos y Curtis miró para otro lado, tratando de ahuyentar el pánico.

—Bueno, yo voy —dijo al fin Curtis. Charlene se inclinó hacia adelante.

—Creo que deberíamos seguir juntos.

Por un instante, la vi vestida con ropa de americana nativa, otra vez en los bosques vírgenes del siglo XIX. La imagen se desvaneció enseguida.

Maya se puso de pie.

—Charlene tiene razón —dijo—. Debemos seguir juntos y tal vez resulte útil ver qué están haciendo.

Miré hacia afuera por la entrada de la cueva con una sensación de renuencia muy afianzada en mi interior.

—¿Qué vamos a hacer con el... operativo... que está afuera?

—Lo arrastraremos a la cueva y lo dejaremos aquí .—dijo Curtis—. Por la mañana enviaremos a alguien, si podemos.

Mis ojos se cruzaron con los de Charlene y asentí.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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