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LA NOVENA REVELACIÓN

FLUIR

James Redfield

 
 

FLUIR

Los dos sacerdotes regresaron a la casa y yo me quedé varios minutos más observando la belleza de las montañas, tratando de obtener más energía. De pronto me desconcentré y empecé a pensar distraídamente en Wil. ¿Dónde se hallaría? ¿Estaría por encontrar la Novena Revelación?

Me lo imaginé corriendo por la jungla, con la Novena Revelación en la mano, perseguido por montones de soldados. Pensé en Sebastián orquestando la persecución. Sin embargo, en mi ensueño era evidente que, pese a toda su autoridad, Sebastián estaba equivocado, había malinterpretado algo en cuanto al impacto que tendrían las revelaciones en la gente. Sentí que alguien podría persuadirlo de adoptar otra postura.

Bastaba con que descubriéramos qué parte del Manuscrito lo amenazaba tanto.

Estaba elaborando esta idea cuando evoqué a Marjorie. ¿Dónde estaría? Imaginé volver a verla. ¿Cómo podía ocurrir?

El ruido de la puerta de entrada que se cerraba me trajo otra vez a la realidad. Volví a sentirme débil y nervioso. Sánchez se me acercó. Su paso era rápido, resuelto.

Se sentó a mi lado y me preguntó:

—¿Decidió qué va a hacer? Negué con la cabeza.

—No se lo ve muy fuerte —observó.

—No me siento muy fuerte.

—TAL VEZ NO ESTÉ DESARROLLANDO SU ENERGÍA EN FORMA SISTe­mática.

—¿A qué se refiere?

—PERMÍTAME QUE LE PROPONGA EL MODO EN QUE YO OBTENGO ENERGÍA. Tal vez mi método lo ayude cuando cree su propio procedimiento.

Le hice una seña para que continuara.

—LO PRIMERO QUE HAGO —explicó— ES CONCENTRARME EN EL MEDIO QUE ME RODEA, COMO SUPONGO TAMBIÉN HACE USTED. LUEGO TRATO DE RECORDAR CÓMO ES TODO CUANDO ME LLENO DE ENERGÍA. LO HAGO RECORDANDO LA PRESENCIA QUE EXHIBE CADA COSA, LA BELLEZA SINGULAR Y LA FORMA DE TODO, EN ESPECIAL LAS PLANTAS Y LA FORMA EN QUE LOS COLORES PARECEN BRILLAR Y LUCEN MÁS RESPLAN­DECIENTES. ¿Me sigue?

—Sí, yo trato de hacer lo mismo.

—DESPUÉS —continuó— TRATO DE EXPERIMENTAR ESA SENSA­CIÓN DE PROXIMIDAD, LA SENSACIÓN DE QUE, POR MÁS LEJOS QUE ALGO ESTÉ, YO PUEDO TOCARLO, CONECTARME. Y ENTONCES LO ASPIRO.

—¿Lo aspira?

—¿El padre John no se lo explicó?

—No.

Sánchez se mostró confundido.

—Tal vez pensara volver sobre eso y explicárselo más adelante. A menudo es muy tajante. Se va y deja a su alumno reflexionando sobre lo que enseñó y más tarde aparece en el momento justo para agregar algo más a la enseñanza. Supongo que se proponía hablar con usted otra vez, pero nos fuimos a toda prisa.

—Me gustaría saber de qué se trata —dije.

—¿Recuerda la sensación de plenitud que experimentó en la cima de la montaña? —preguntó.

—Sí.

—PARA RECUPERAR ESA PLENITUD, TRATO DE ASPIRAR LA ENERGÍA CON LA CUAL ACABO DE CONECTARME.

Había seguido a Sánchez mientras hablaba. El sólo escu­char el procedimiento ya aumentaba mi conexión. A mi alrede­dor todo había aumentado en presencia y belleza. Hasta las rocas parecían tener un resplandor blanquecino, y el campo de energía de Sánchez era amplio y azul. En ese momento hacía inhalaciones profundas, conscientes, reteniendo el aire unos cinco segundos antes de exhalar. Seguí su ejemplo.

—CUANDO VISUALIZAMOS QUE CADA INHALACIÓN INCORPORA ENERGÍA EN NOSOTROS Y NOS LLENA COMO UN GLOBO —continuó—, REALMENTE NOS VOLVEMOS MÁS PLENOS DE ENERGÍA Y NOS SENTIMOS MÁS LIVIANOS Y REGOCIJADOS.

Después de hacer varias inhalaciones, empecé a sentirme de esa manera.

—UNA VEZ QUE ASPIRO LA ENERGÍA —continuó Sánchez—, CONTROLO PARA VER SI EXPERIMENTO LA EMOCIÓN CORRECTA. COMO YA LE DIJE ANTES, CONSIDERO QUE ESO ES LA VERDADERA PAUTA DE QUE ME ENCUENTRO REALMENTE CONECTADO.

—¿Se refiere al amor?

—Exacto. Como habíamos dicho en la misión, EL AMOR NO ES UN CONCEPTO INTELECTUAL NI UN IMPERATIVO MORAL O CUALQUIER OTRA COSA. ES UNA EMOCIÓN DE FONDO QUE EXISTE CUANDO UNO ESTÁ CONECTADO CON LA ENERGÍA DISPONIBLE EN EL UNIVERSO, QUE, OBVIAMENTE, ES LA ENERGÍA DE DIOS.

El padre Sánchez me miraba con los ojos ligeramente fuera de foco.

—Ahí lo alcanzó —me dijo—. Ése es el nivel de energía que necesita tener. Estoy asistiéndolo un poco, pero ya está listo para mantenerlo solo.

—¿Qué quiere decir con que me asiste? El padre Sánchez sacudió la cabeza.

—No se preocupe por eso ahora. Lo sabrá más adelante, con la Octava Revelación.

El padre Carl salió de la casa y nos miró a los dos, como complacido. Al acercarse, me miró.

—¿No se decidió todavía?

La pregunta me irritó; luché contra la consiguiente pérdida de energía.

—No vuelva a caer en su drama, no se ponga distante —me advirtió el padre Carl—. No puede evitar asumir una posición. ¿Qué piensa que necesita hacer?

—No pienso nada —repuse—. Ése es el problema.

—¿Está seguro? LOS PENSAMIENTOS SE SIENTEN DE OTRA MANE­RA UNA VEZ QUE UNO SE CONECTA CON LA ENERGÍA. Lo miré perplejo.

—LAS PALABRAS QUE UNO SUELE MANIPULAR EN SU CABEZA, EN UN INTENTO POR CONTROLAR LÓGICAMENTE LOS HECHOS, SE DETIENEN CUANDO SE DEJA DE LADO EL DRAMA DEL CONTROL. AL LLENARSE CON ENERGÍA INTERIOR, ENTRA EN NUESTRA MENTE OTRO TIPO DE PENSA­MIENTOS, DE UNA PARTE MÁS ELEVADA DE NOSOTROS MISMOS. ÉSAS SON LAS INTUICIONES. SE SIENTEN DE OTRA FORMA. APARECEN EN EL FONDO DE LA MENTE, A VECES EN UNA ESPECIE DE ENSUEÑO O MINIVISIÓN, Y NOS LLEGAN DE MODO DIRECTO, PARA GUIARNOS.

Seguía sin comprender.

—Cuéntenos en qué pensó cuando lo dejamos solo hace un rato —dijo el padre Carl.

—No sé si lo recuerdo todo —respondí.

—Trate.

Intenté concentrarme.

—Pensé en Wil, creo; en la posibilidad de que estuviera cerca de hallar la Novena Revelación, y en la cruzada de Sebastián contra el Manuscrito.

—¿Qué más?

—Pensé en Marjorie; me preguntaba qué le habría pasado. Pero no entiendo de qué manera me sirve esto para decidir qué hacer.

—Permítame explicárselo—dijo el Padre Sánchez—. CUAN­DO ADQUIRIMOS SUFICIENTE ENERGÍA, ESTAMOS LISTOS PARA INICIAR CONSCIENTEMENTE LA EVOLUCIÓN, PARA HACERLA FLUIR Y PRODUCIR LAS COINCIDENCIAS QUE NOS LLEVARÁN ADELANTE. INICIAMOS LA EVOLU­CIÓN DE UNA MANERA MUY ESPECÍFICA. PRIMERO, COMO YA DIJE, REUNIMOS SUFICIENTE ENERGÍA, LUEGO RECORDAMOS EL INTERROGANTE BÁSICO DE CADA UNO EN LA VIDA, EL QUE NOS TRANSMITIERON NUESTROS PADRES, PORQUE ESTE INTERROGANTE NOS PROPORCIONA EL CONTEXTO GENERAL PARA NUESTRA EVOLUCIÓN. LUEGO, NOS CONCENTRAMOS EN NUESTRO CAMINO DESCUBRIENDO LOS INTERROGANTES MÁS INMEDIA­TOS Y PEQUEÑOS QUE SOLEMOS ENFRENTAR EN LA VIDA. ESTOS INTERROGANTES SIEMPRE FORMAN PARTE DE NUESTRO INTERROGANTE MÁS AMPLIO Y DEFINEN DÓNDE NOS HALLAMOS ACTUALMENTE EN NUESTRA BÚSQUEDA DE TODA LA VIDA.

UNA VEZ QUE SOMOS CONSCIENTES DE LOS INTERROGANTES ACTI­VOS EN ESTE MOMENTO, SIEMPRE OBTENEMOS ALGÚN TIPO DE DIREC­CIÓN ESPIRITUAL RESPECTO DE QUÉ HACER O ADÓNDE IR. EXPERIMEN­TAMOS PRESENTIMIENTOS RELACIONADOS CON EL PASO SIGUIENTE. SIEMPRE. SI ESTO NO OCURRE ES PORQUE TENEMOS EN MENTE EL INTERROGANTE EQUIVOCADO. MIRE, EL PROBLEMA EN LA VIDA NO RADICA EN RECIBIR RESPUESTAS. EL PROBLEMA ESTÁ EN IDENTIFICAR LOS INTERROGANTES ACTUALES. UNA VEZ QUE LOS INTERROGANTES SON LOS CORRECTOS, LAS RESPUESTAS SIEMPRE LLEGAN.

DESPUÉS DE TENER UNA INTUICIÓN RESPECTO DE LO QUE PUEDE PASAR A CONTINUACIÓN —prosiguió—, EL SIGUIENTE PASO CONSISTE EN ESTAR MUY ATENTOS Y VIGILANTES. TARDE O TEMPRANO SE PRODU­CIRÁN LAS COINCIDENCIAS QUE NOS HARÁN MOVER EN LA DIRECCIÓN INDICADA POR LA INTUICIÓN. ¿Me sigue?

—Eso creo.

—Entonces —continuó—, ¿no cree que esos pensamientos sobre Wil, Sebastián y Marjorie son importantes? Piense por qué se le ocurren ahora, teniendo en cuenta la historia de su vida. Usted sabe que salió de su familia queriendo averiguar cómo convertir la vida espiritual en una aventura internamente enriquecedora, ¿cierto?

—Sí.

—Al crecer, le interesaron los temas misteriosos, estudió sociología y trabajó con gente, aunque entonces no sabía por qué lo hacía. Después empezó a despertar, oyó hablar del Manuscrito y vino a Perú y encontró las revelaciones una por una, y cada una le enseñó algo sobre la clase de espiritualidad que usted busca. AHORA QUE HA PUESTO LAS COSAS EN CLARO, PUEDE VOLVERSE SUPERCONSCIENTE DE ESA EVOLUCIÓN DEFINIENDO SUS INTERROGANTES ACTUALES Y VIENDO LUEGO CÓMO APARECEN LAS RES­PUESTAS.

Lo miré.

—¿Cuáles son sus interrogantes actuales? —preguntó.

—Supongo que quiero conocer las otras revelaciones —respondí—. Quiero saber, sobre todo, si Wil va a encontrar la Novena Revelación. Quiero saber qué le pasó a Marjorie. Y quiero saber lo de Sebastián.

—¿Y qué le sugirieron sus intuiciones en cuanto a estos interrogantes?

—No lo sé. Imaginé que volvía a ver a Marjorie y que Wil corría perseguido por tropas. ¿Qué significa?

—¿Wil corría?

—En la jungla.

—Tal vez le esté indicando adónde debería ir. Iquitos está en la jungla. ¿Y Marjorie?

—Imaginé que la veía otra vez.

—¿Y Sebastián?

—Fantaseé que estaba en contra del Manuscrito porque lo interpretaba mal, que cambiaría de opinión si lográbamos averiguar qué pensaba, qué temía exactamente del Manuscrito.

Ambos hombres se miraron atónitos.

—¿Qué significa? —pregunté.

El padre Carl me respondió con otra pregunta:

—¿Usted qué idea tiene?

Por primera vez desde la experiencia de la montaña, empe­zaba a sentirme de nuevo lleno de energía y confianza. Los miré y dije:

—Me parece que debería ir hacia la jungla para tratar de descubrir qué aspecto del Manuscrito desagrada a la Iglesia. El padre Carl sonrió.

—¡Exacto! Puede llevarse mi camión.

Asentí y fuimos los tres hasta el frente de la casa, donde se hallaban estacionados los vehículos. Mis cosas, junto con una provisión de alimentos y agua, ya estaban en el camión del padre Carl. El vehículo del padre Sánchez también estaba cargado.

—Quiero decirle algo —me atajó Sánchez—. RECUERDE PARAR TODAS LAS VECES QUE SEA NECESARIO PARA RECONECTAR SU ENERGÍA. MANTÉNGASE A PLENO, PERMANEZCA EN UN ESTADO DE AMOR. RECUERDE QUE UNA VEZ QUE ALCANZA ESE ESTADO DE AMOR, NADA NI NADIE PUEDE QUITARLE MÁS ENERGÍA DE LA QUE PUEDE REPONER. DE HECHO, LA ENERGÍA QUE FLUYE DE USTED CREA UNA CORRIENTE QUE INCORPORA ENERGÍA EN USTED AL MISMO RITMO. NUNCA SE AGOTARÁ. PERO, PARA QUE FUNCIONE, DEBE SER CONSCIENTE DE ESE PROCESO. Y ESTO ES ESPECIALMENTE IMPORTANTE CUANDO INTERACTÚA CON LAS PERSONAS.

Hizo una pausa. Al mismo tiempo, como si le hubiera dado el pie, el Padre Carl se acercó y dijo:

—Leyó todas menos dos revelaciones: la Séptima y la Octava. LA SÉPTIMA TRATA DEL PROCESO DE LA EVOLUCIÓN CONSCIEN­TE, DE MANTENERSE ALERTA A CUALQUIER COINCIDENCIA, A CUALQUIER RESPUESTA QUE EL UNIVERSO NOS DÉ.

Me entregó un grupito de hojas.

—Esta es la Séptima. Es muy corta y general —conti­nuó—, pero HABLA DE CÓMO LOS OBJETOS VIENEN A NOSOTROS, DE CÓMO ALGUNOS PENSAMIENTOS APARECEN COMO GUÍA. EN CUANTO A LA OCTAVA, la encontrará usted mismo cuando sea el momento. EXPLICA CÓMO PODEMOS AYUDAR A LOS DEMÁS CUANDO NOS TRAEN LAS RESPUESTAS QUE BUSCAMOS. Y ADEMÁS, DESCRIBE TODA UNA NUEVA ÉTICA QUE RIGE LA FORMA EN QUE LOS SERES HUMANOS DEBEN TRATARSE ENTRE SÍ PARA FACILITAR LA EVOLUCIÓN DE TODOS Y CADA UNO.

—¿Por qué no puede darme la Octava Revelación ahora? —pregunté.

El padre Carl sonrió y me puso la mano en el hombro.

—Porque creemos que no debemos. También nosotros tenemos que seguir nuestras intuiciones. CONSEGUIRÁ LA OCTAVA REVELACIÓN EN CUANTO HAGA LA PREGUNTA CORRECTA.

Le dije que comprendía. Después, ambos sacerdotes se despidieron y me desearon lo mejor. El padre Carl hizo hinca­pié en que pronto volveríamos a vemos y que en verdad encontraría las respuestas que debía recibir.

Estábamos a punto de subir a nuestros respectivos vehícu­los, cuando Sánchez de pronto se dio vuelta y me miró:

—Tengo la intuición de que debo decirle algo. Más adelan­te, averiguará más. DEJE QUE SU PERCEPCIÓN DE LA BELLEZA Y LA IRIDISCENCIA LO GUÍEN. LOS LUGARES Y LAS PERSONAS QUE TIENEN RESPUESTAS PARA USTED LE RESULTARÁN MÁS LUMINOSOS Y ATRACTI­VOS.

Asentí y subí al camión del padre Carl; después los seguí por el camino rocoso durante varios kilómetros hasta llegar a una bifurcación. Sánchez me hizo señas con la mano, y él y el padre Carl tomaron hacia el este. Los observé durante un instante e hice girar el viejo camión hacia el norte, rumbo a la cuenca del Amazonas.

Tuve un ataque de impaciencia. Después de haber avanzado a buen ritmo durante más de tres horas, me encontraba parado en un cruce, incapaz de decidir entre dos rutas.

Una posibilidad era tomar hacia la izquierda. A juzgar por el mapa, ese camino iba hacia el norte bordeando el límite de las montañas por unos ciento sesenta kilómetros y después giraba bruscamente hacia el este, rumbo a Iquitos. La otra ruta, la de la derecha, mantenía el mismo ángulo hacia el este a través de la jungla para llegar al mismo destino.

Respiré hondo y traté de relajarme. Después eché un vistazo rápido al espejo retrovisor. Nadie. De hecho, en más de una hora no había visto a nadie: ni tránsito ni nativos a pie. Intenté librarme de la angustia que me había asaltado. Sabía que, si pretendía tomar la decisión correcta, debía relajarme y mantenerme conectado.

Me concentré en el paisaje. La ruta por la selva, hacia la derecha, avanzaba entre un grupo de árboles grandes. Varias enormes salientes de piedra marcaban el terreno circundante. La mayoría estaban rodeadas de grandes arbustos tropicales. La otra ruta, a través de las montañas, parecía comparativa­mente despojada. En esa dirección crecía un árbol, pero el resto del paisaje era rocoso, con muy poca vegetación.

Volví a mirar hacia la derecha y traté de inducir un estado de amor. Los árboles y los arbustos eran de un verde exuberan­te. Miré a la izquierda y repetí el procedimiento. Enseguida noté una zona de pasto que bordeaba el camino. Las briznas eran pálidas y manchadas, pero las flores blancas, vistas en conjunto, creaban, de lejos, un esquema singular. Me pregunté por qué no habría visto las flores antes. Ahora casi parecían brillar. Amplié mi foco para incluir todo lo que había en esa dirección. Las rocas pequeñas y los pedazos de ripio resultaban extraordinariamente llenos de color, llamativos. Matices ám­bar y violeta, e incluso rojo oscuro, recorrían todo el paisaje.

Volví a mirar los árboles y los arbustos de la derecha. Si bien eran bellos, habían palidecido en comparación con la otra ruta. Pero, ¿cómo podía ser?, pensé. Al principio, el camino de la derecha lucía más atractivo. Miré de nuevo a la izquierda y mi intuición se afirmó. La riqueza de forma y color me dejó pasmado.

Convencido, puse en marcha el camión y tomé hacia la izquierda, seguro de lo acertado de mi decisión. El camino estaba lleno de rocas y baches. A medida que avanzaba, mi cuerpo se volvía más liviano. Mi peso se centró en mis nalgas; tenía la espalda y el cuello derechos. Mis brazos sostenían el volante pero no se apoyaban en él.

Durante dos horas manejé sin ningún incidente, comiendo cada tanto algo del canasto de comida que el padre Carl había preparado, y siempre sin ver a nadie. El camino subía y bajaba serpenteante de una colina a otra. En la cima de una loma, observé dos autos viejos estacionados a mi derecha. Se halla­ban bastante alejados, a un costado del camino, junto a un grupo de árboles pequeños. Como no veía ningún ocupante, supuse que estaban abandonados. Más adelante, el camino giraba de golpe a la izquierda y bajaba en círculo hasta un ancho valle. Desde el pico alcanzaba a ver varios kilómetros más adelante.

Frené el camión de golpe. Más o menos en la mitad del valle había tres o cuatro vehículos militares asentados a ambos lados del camino. Entre los camiones se veía un grupito de soldados. Me dio un escalofrío. La ruta estaba cortada. Di marcha atrás y estacioné el camión detrás de dos rocas grandes; bajé y regresé al promontorio para observar de nuevo la actividad en el valle. Justo salía un vehículo en la dirección opuesta.

De pronto oí algo a mis espaldas. Me volví con rapidez. Era Phil, el ecologista al que había conocido en Vicente.

Él se mostró igualmente sorprendido.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó mientras se pre­cipitaba hacia mí.

—Trato de llegar a Iquitos —respondí. Tenía una expresión llena de angustia.

—Nosotros también, pero el gobierno se ha vuelto loco con lo del Manuscrito. Ahora intentamos decidir si nos arriesga­mos a pasar la barrera. Somos cuatro.

Hizo un gesto hacia la izquierda. A través de los árboles, vi a varios hombres más.

—¿Para qué vas a Iquitos? —me preguntó.

—Me propongo encontrar a Wil. Nos separamos en Cula, pero oí decir que podría haber ido a Iquitos para buscar el resto del Manuscrito.

Me miró horrorizado.

—¡No debería hacer eso! Los militares prohibieron tener copias. ¿No supiste lo que pasó en Vicente?

—Sí, algo, pero, ¿qué sabes tú?

—Yo no estaba, pero, por lo que sé, las autoridades irrumpieron y arrestaron a todos los que poseían copias. Detu­vieron a todos los huéspedes, para interrogarlos. Se llevaron a Dale y a los otros científicos. Nadie sabe qué fue de ellos.

—¿Sabes por qué el gobierno está tan alterado con este Manuscrito? —pregunté.

—No, pero cuando me enteré de lo riesgoso que se estaba poniendo el asunto, decidí volver a Iquitos para buscar los datos de mi investigación y después abandonar el país.

Le conté los detalles de lo que nos había ocurrido a Wil y a mí después de dejar Vicente, en especial lo del tiroteo en el cordón montañoso.

—Maldición —exclamó—. ¿Y todavía sigues dando vuel­tas con esa cosa?

La pregunta hizo tambalear mi seguridad, pero dije:

—Mira, si no hacemos nada, el gobierno eliminará el Ma­nuscrito por completo. ¡El mundo no podrá conocerlo, y yo creo que las revelaciones son importantes!

—¿Importantes como para morir por ellas? —preguntó. Nos distrajo el ruido de unos motores. Los camiones avan­zaban por el valle hacia nosotros.

—¡Oh, diablos! —maldijo—. Aquí vienen. Antes de que pudiéramos movemos, oímos el ruido de vehículos que se acercaban también del otro lado. —¡Nos tienen rodeados! —gritó Phil, aterrado. Corrí hasta el camión y metí la canasta con comida en una valijita. Tomé los papeles que contenían el Manuscrito y tam­bién los puse en la valija; luego lo pensé mejor y los empujé debajo del asiento.

Los ruidos se volvían más intensos, de modo que crucé el camino a la derecha, hacia donde se había dirigido Phil. Desde lo alto de la pendiente los veía a él y a los otros hombres apiñados detrás de un grupo de rocas. Me escondí con ellos. Mi esperanza era que los camiones militares pasaran y siguieran adelante. Mi camión se hallaba fuera de la vista. Ojalá pensa­ran, como yo, que los otros camiones estaban abandonados.

Los camiones que se acercaban por el sur llegaron primero y para nuestro gran horror, se detuvieron.

—¡No se muevan! ¡Policía! —gritó una voz. Nos quedamos helados cuando vimos que varios soldados se acercaban por detrás. Todos iban fuertemente armados y eran muy cautos. Los soldados nos registraron a fondo y nos quitaron todo; luego nos forzaron a regresar al camino. Allí, docenas de soldados revisa­ban los vehículos. Phil y sus compañeros fueron ubicados en uno de los camiones militares, que arrancó rápidamente. Cuando pasaron a mi lado, pude verlo. Estaba pálido y espectral.

Me llevaron a pie en la dirección contraria y me ordenaron que me sentara en la cresta de la colina. Había varios soldados parados cerca, cada uno con un arma automática al hombro. Por último, un oficial se acercó y arrojó mis copias de las revelaciones a mis pies. Sobre ellas apoyó las llaves del camión del padre Carl.

—¿Estas copias son suyas? —preguntó. Lo miré sin responder.

—Usted tenía estas llaves —dijo—. Dentro del vehículo encontramos estas copias. Le pregunto otra vez: ¿son suyas?

—Creo que no voy a responder hasta no ver a un abogado —balbuceé. La observación dibujó una sonrisa sarcástica en la cara del oficial. Dijo algo a los otros soldados y se fue. Los soldados me llevaron a uno de los jeeps y me ubicaron en el asiento del acompañante. Otros dos se sentaron atrás, con las armas listas. Más soldados subieron a un segundo camión.

Luego de una breve espera, ambos vehículos se dirigieron al norte por el valle.

Pensamientos angustiados me llenaron la mente. ¿Adónde me llevaban? ¿Por qué me había metido en semejante situa­ción? Qué buena la preparación que los sacerdotes me habían dado; no había aguantado ni un día. En el cruce, me había sentido tan seguro de estar eligiendo el camino correcto. Esta ruta era la más atractiva, no había duda. ¿En qué me había equivocado?

Respiré hondo e intenté relajarme; me pregunté qué sucedería. Alegaría ignorancia, pensé, y me presentaría como un turista engañado que no pretendía hacer ningún daño. Alega­ría que me había topado con la gente equivocada. Déjenme ir a casa, pediría.

Tenía las manos apoyadas en la falda; me temblaban levemente. Uno de los soldados que iban sentados atrás me ofreció una cantimplora de agua y la acepté, pese a que no pude beber. El soldado era joven y cuando le devolví la cantimplora sonrió sin rastros de malicia. Me cruzó por la mente la imagen de Phil aterrado. ¿Qué iban a hacerle?

Se me ocurrió que el encuentro con Phil en esa colina había sido una coincidencia. ¿Qué significaba? ¿De qué habríamos hablado si no nos hubieran interrumpido? En realidad, todo lo que yo había hecho era enfatizar la importancia del Manuscrito, y él, por su parte, advertirme acerca del peligro que había allí y aconsejarme que saliera antes de que me capturaran. Desgra­ciadamente, su consejo había llegado demasiado tarde.

Durante varias horas nadie habló. El terreno era cada vez más llano. El aire, más cálido. En un momento, el soldado joven me entregó una lata de raciones, algo parecido a una hambur­guesa; de nuevo no pude tragar nada. Después del crepúsculo la luz se desvaneció con rapidez.

Me dejé llevar sin pensar, mirando adelante las luces de los faros del camión, y caí en un sueño inquieto durante el cual soñé que iba volando. Escapaba desesperadamente de un enemigo desconocido entre cientos de disparos, seguro de que en alguna parte había una llave secreta que abriría un camino hacia el conocimiento y la seguridad. En medio de uno de los estallidos gigantes, vi la llave. ¡Me precipité para tomarla!

Me desperté sobresaltado y transpirando profusamente. Los soldados me miraron nerviosos. Sacudí la cabeza y me apoyé contra la puerta del camión. Durante un rato largo, miré por la ventanilla las sombras oscuras del paisaje, luchando contra el pánico. Iba solo y bajo vigilancia, rumbo a la oscuri­dad, y a nadie le preocupaban mis pesadillas.

   

Alrededor de medianoche llegamos a un edificio grande, de piedra, de dos pisos, apenas iluminado. Caminamos hasta la entrada principal pero seguimos de largo y entramos por una puerta lateral. Unas escaleras llevaban a un pasillo estrecho. Las paredes interiores también eran de piedra; el techo, de troncos grandes y vigas irregulares. Iluminaban el camino unas bombitas colgadas del cielo raso. Pasamos por otra puerta e ingresamos en una zona de celdas. Uno de los soldados que había desaparecido nos alcanzó, abrió una de las puertas de las celdas y me hizo señas de que entrara.

Adentro había tres catres, una mesa de madera y un florero. Para mi gran asombro, la celda estaba muy limpia. Al entrar, un joven peruano, de no más de dieciocho o diecinueve años, parado detrás de la puerta, me miró con afecto. El soldado salió y cerró la puerta. Me senté en uno de los catres mientras el muchacho se acercaba para encender un farol de aceite. Cuan­do la luz le iluminó la cara, me di cuenta de que era indio.

—¿Hablas inglés? —pregunté.

—Sí, un poco —respondió.

—¿Donde estamos?

—Cerca de Pullcupa.

—¿Esto es una cárcel?

—No, todos estamos acá por hacer averiguaciones sobre el

Manuscrito.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunté. Me miró con sus tímidos ojos oscuros.

—Dos meses.

—¿Qué te hicieron?

—Tratan de convencerme de que no crea en el Manuscrito y de que convenza a todos los que tienen copias.

——¿Cómo?

—Hablándome.

—¿Sólo hablándote, sin amenazas?

—Sólo hablándome —repitió.

—¿Te han dicho cuándo van a dejarte ir?

—No.

Hizo una pausa y me miró con expresión inquisitiva.

—¿Te atraparon con copias del Manuscrito? —preguntó.

—Sí. ¿A ti también?

—Sí. Vivo cerca de aquí, en un orfanato. Mi director sacaba enseñanzas del Manuscrito y me dejaba enseñarles a los chicos.

Él logró escapar, pero a mí me atraparon.

—¿Cuántas revelaciones viste? —pregunté.

—Todas las que se encontraron —repuso—. ¿Y tú?

—Todas, excepto la Séptima y la Octava. Tenía la Séptima pero no conseguí leerla antes de que aparecieran los soldados. El muchacho bostezó y me preguntó:

—¿Dormimos?

—Sí —comenté distraído—. Claro.

Me acosté en mi catre y cerré los ojos. Mi mente estaba aceleradísima. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo había dejado que me capturaran? ¿Podría escapar? Imaginé varias estrategias y situaciones hasta que al final me quedé dormido.

De nuevo soñé en forma muy vívida. Buscaba la misma llave pero esta vez me encontraba perdido en una selva espesa. Había caminado mucho tiempo sin rumbo, deseando hallar algún tipo de guía. En un momento se desató una fuerte tormen­ta eléctrica que inundó el paisaje. Durante el diluvio fui arrastra­do barranca abajo y caí en el río, que fluía en sentido contrario y amenazaba con ahogarme. Con todo mi poder, luché contra la corriente durante un lapso que me pareció durar siglos. Por último logré salir del torrente aferrándome a la orilla rocosa. Trepé por las rocas y los acantilados escarpados que bordeaban el río, subiendo cada vez más e internándome en zonas aún más dificultosas. Si bien había reunido todas mis fuerzas y habilidad para abrirme paso por los acantilados, en un momento quedé peligrosamente pegado a la cara de la roca, sin poder avanzar. Miré hacia abajo. Me di cuenta, lleno de estupor, de que el río contra el cual acababa de luchar fluía hasta salir de la selva y desembocaba en una playa y una pradera. En la pradera, rodeada de flores, estaba la llave. Entonces me resbalé y me precipité hacia abajo hasta caer en el río y hundirme.

Me incorporé en el catre. Me faltaba el aire. El joven indio, que al parecer ya estaba despierto, se acercó.

—¿Qué te pasa? —me preguntó.

Tomé aire y miré a mi alrededor. Recién entonces vi dónde me hallaba. También noté que la habitación tenía una ventana y que ya había claridad afuera.

—Fue sólo una pesadilla —dije.

Me sonrió como si le complaciera lo que había dicho.

—LAS PESADILLAS CONTIENEN MENSAJES IMPORTANTÍSIMOS —comentó.

—¿Mensajes? —pregunté. Me levanté y me puse la camisa. Me pareció que lo incomodaba tener que dar explicaciones.

—LA SÉPTIMA REVELACIÓN HABLA DE LOS SUEÑOS —dijo.

—¿Qué dice?

—Dice cómo, eh...

—¿Interpretarlos?

—Sí.

—¿Qué dice al respecto?

—Que HAY QUE COMPARAR LA HISTORIA DEL SUEÑO CON LA HISTORIA DE NUESTRA VIDA.

Pensé por un momento, sin entender muy bien qué signi­ficaba esa instrucción.

—¿A qué te refieres con "comparar historias"? El muchacho indio apenas me miraba.

—¿Quieres interpretar tu sueño?

Asentí y le conté qué había sentido.

Me escuchó con atención y luego me indicó:

—Compara partes de la historia con tu vida. Lo miré.

—¿Por dónde empiezo?

—Por el principio. ¿Qué hacía al comienzo del sueño?

—Buscaba una llave en una selva.

—¿Cómo te sentías?

—Perdido.

—Compara esa situación con tu situación real.

—Es posible que se relacionen —reflexioné—. Estoy bus­cando algunas respuestas sobre el Manuscrito y es absoluta­mente cierto que me siento perdido.

—¿Y qué más te ocurre en la vida real? —me preguntó.

—Me atraparon —dije—. Pese a todo lo que intenté hacer, me encerraron. Lo único que me queda es tratar de convencer a alguien de que me deje volver a mi país.

—¿Luchas para que no te atrapen?

—Por supuesto.

—¿Qué pasó después en el sueño?

—Luché contra la corriente.

—¿Por qué? —preguntó.

Empecé a captar adónde quería llegar.

—Porque en ese momento pensé que me ahogaría.

—¿Y si no hubieras luchado contra el agua?

—El agua me habría llevado hasta la llave. ¿Qué quieres decir? ¿Que si no lucho contra esta situación tal vez encuentre las respuestas que busco?

Nuevamente pareció incomodarse.

—Yo no digo nada. Lo dice el sueño.

Me quedé pensativo. ¿Sería correcta esa interpretación?

El indio me miró y preguntó:

—Si tuvieras que experimentar otra vez el sueño, ¿qué cambiaría?

—No me resistiría al agua, aunque me diera la impresión de que podría matarme. Elegiría mejor.

—¿Qué te amenaza ahora?

—Supongo que los soldados. Estar detenido.

—Entonces, ¿cuál es el mensaje para ti?

—¿Crees que el mensaje de los sueños es que vea esta captura como algo positivo?

No me respondió; se limitó a sonreír.

Yo estaba sentado en mi catre con la espalda contra la pared. La interpretación me entusiasmaba. Si era acertada, significaba que, después de todo, en el cruce de rutas no me había equivocado, que todo formaba parte de lo que debían ocurrir.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Pablo —respondió.

Me presenté y le conté brevemente la historia de mi viaje a Perú y lo que había pasado. Pablo estaba sentado en su catre, con los codos en las rodillas. Tenía el pelo corto y negro y era muy delgado.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó.

—Para averiguar algo sobre ese Manuscrito —respondí.

—¿Por qué, específicamente? —volvió a preguntarme.

—Para averiguar qué dice la Séptima Revelación y para saber qué les pasó a unos amigos, Wil y Marjorie. Y supongo que para averiguar por qué la Iglesia se opone tanto al Manus­crito.

—Aquí hay muchos sacerdotes con los que puedes hablar —dijo.

Pensé un instante en lo que había dicho y pregunté:

—¿Qué más dice la Séptima Revelación sobre los sueños? Pablo me contó que LOS SUEÑOS NOS DICEN SOBRE NUESTRA VIDA ALGO QUE SE NOS ESTÁ PASANDO POR ALTO. Después me dijo otra cosa, pero en lugar de escuchar me puse a pensar en Marjorie. Veía su cara muy nítida en mi mente y me preguntaba dónde se hallaría; luego la vi corriendo hacia mí y sonriéndome.

De pronto tomé conciencia de que Pablo había dejado de hablar. Lo miré.

—Lo lamento, mi mente se dispersó —me excusé—. ¿Qué decías?

—Está bien —respondió—. ¿En qué pensabas?

—En una amiga.

Me miró como queriendo ahondar en el tema, pero alguien se acercó a la puerta de la celda. A través de las barras vimos a un soldado que corría el cerrojo.

—Es hora de desayunar —anunció Pablo. El soldado abrió la puerta y con una seña nos indicó que saliéramos al pasillo. Pablo caminó adelante por el corredor de piedra. Llegamos a una escalera y subimos un piso hasta un pequeño comedor. Cuatro o cinco soldados estaban parados en el rincón de la habitación, en tanto que varios civiles, dos hombres y una mujer, hacían cola esperando que los atendie­ran.

Me quedé paralizado. No podía creer lo que veía. La mujer era Marjorie. Al mismo tiempo, ella me vio, se cubrió la boca con la mano y abrió los ojos sorprendida. Eché un vistazo al soldado que se hallaba a mis espaldas. Caminaba en dirección a otros militares que estaban en el rincón, sonriendo despreo­cupado y diciendo algo en español. Seguí a Pablo, que atravesó el salón hasta el final de la cola.

Estaban sirviéndole a Marjorie. Los otros dos hombres fueron charlando con sus respectivas bandejas hasta una mesa. Varias veces, Marjorie me miró y nuestros ojos se cruzaron; nos esforzábamos por no decir nada. Después de la segunda mira­da, Pablo adivinó que nos conocíamos y me interrogó con los ojos. Marjorie llevó su comida a la mesa y, una vez que nos sirvieron, fuimos a sentarnos con ella. Los soldados seguían hablando entre ellos, al parecer indiferentes a nuestros movi­mientos.

—¡Qué alegría volver a verte!—exclamó Marjorie—. ¿Cómo llegaste aquí?

—Me oculté un tiempo con unos sacerdotes —respon­dí—. Después salí en busca de Wil y me prendieron ayer.

¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Desde que me encontraron en la montaña —dijo. Noté que Pablo nos miraba intensamente, y le presenté a Marjorie.

—Supongo que ella es Marjorie —observó. Hablaron brevemente y luego le pregunté a Marjorie:

—¿Qué más pasó?

—No mucho —repuso—. Ni siquiera sé por qué me han detenido. Todos los días me llevan para que me interrogue uno de los sacerdotes o uno de los oficiales. Quieren saber cuáles eran mis contactos en Vicente, y si sé donde hay más copias.

¡Una y otra vez!

Marjorie sonrió y me pareció vulnerable, lo cual me hizo sentir otra vez una fuerte atracción hacia ella. Me miró de soslayo. Los dos nos reímos, callados. Hubo un lapso de silen­cio, en el que comimos. Luego la puerta se abrió y entró un sacerdote, vestido formalmente. Lo acompañaba un hombre que parecía un oficial de alto rango.

—Ése es el cura director —me informó Pablo. El oficial dijo algo a los soldados, que chasquearon los dedos para pedir atención, y luego él y el sacerdote atravesaron el comedor en dirección a la cocina. El cura me miró; nuestros ojos se cruzaron durante un largo segundo. Desvié la vista y comí un bocado tratando de no llamar la atención. Ambos hombres siguieron hacia la cocina y desaparecieron.

—¿Ése era uno de los sacerdotes con los que hablaste? —le pregunté a Marjorie.

—No —respondió—. Nunca lo había visto.

—Conozco a ese sacerdote—dijo Pablo—. Llegó ayer. Es el cardenal Sebastián.

Me incorporé en la silla.

—¿Ése es Sebastián?

—Parece que has oído hablar de él —comentó Marjorie.

—Sí —respondí—. Es el principal responsable de la oposi­ción de la Iglesia al Manuscrito. Creí que estaba en la Misión del padre Sánchez.

—¿Quién es el padre Sánchez? —quiso saber Marjorie. Estaba por decírselo, cuando el soldado que nos había escoltado se acercó a la mesa y nos ordenó a Pablo y a mí que lo siguiéramos.

—Hora de hacer ejercicio —murmuró Pablo.

Marjorie y yo nos miramos. Sus ojos revelaban ansiedad interior.

—No te preocupes —la tranquilicé—. Hablaremos en la próxima comida. Todo estará bien.

Mientras me retiraba, me pregunté si mi optimismo era realista. Esa gente podía hacemos desaparecer sin rastros en cualquier momento. El soldado nos guió hasta un vestíbulo pequeño y atravesamos una puerta que daba a una escalera exterior. Bajamos a un patio lateral rodeado por un muro de piedra. El soldado se quedó en la entrada. Pablo me indicó que caminara con él bordeando el patio. Mientras lo hacíamos, Pablo se agachó varias veces para recoger algunas flores que crecían en canteros dispuestos junto a la pared.

—¿Qué más dice la Séptima Revelación? —pregunté. Se agachó y recogió otra flor.

—Dice que NO SÓLO NOS GUÍAN LOS SUEÑOS. TAMBIÉN NOS GUÍAN LOS PENSAMIENTOS O LOS ENSUEÑOS.

—Sí, el padre Carl me lo dijo. Cuéntame cómo nos guían los ensueños.

—NOS MUESTRAN UNA ESCENA, UN HECHO, Y ESO ES UN INDICIO DE QUE ESE HECHO PODRÍA OCURRIR. SI PRESTAMOS ATENCIÓN, PODE­MOS ESTAR LISTOS PARA ESE GIRO EN NUESTRA VIDA.

Lo miré.

—¿Sabes, Pablo? Se me presentó la imagen de que vería a Marjorie. Y ocurrió.

Sonrió.

Me corrió un escalofrío por la espalda. Sin duda me hallaba en el lugar correcto. Había intuido algo que se había hecho realidad. Varias veces había pensado en volver a encontrar a Marjorie, y ahora sucedía. Iban produciéndose coincidencias.

Me sentí más liviano.

—No me ocurre a menudo tener pensamientos que luego se hagan realidad —observé.

Pablo miró para otra parte y después dijo:

—LA SÉPTIMA REVELACIÓN DICE QUE TODOS TENEMOS MUCHOS MÁS DE ESOS PENSAMIENTOS DE LO QUE CREEMOS. PARA RECONOCER­LOS, DEBEMOS PONEMOS EN POSICIÓN DE OBSERVADORES. CUANDO SURGE UN PENSAMIENTO DEBEMOS PREGUNTARNOS: ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ SE ME OCURRIÓ AHORA ESE PENSAMIENTO EN PARTICULAR? ¿CÓMO SE RELACIONA CON MIS INTERROGANTES VITALES? UBICARNOS EN ESA POSICIÓN DE OBSERVADORES NOS AYUDA A LIBERAR NUESTRA NECESI­DAD DE CONTROLARLO TODO. NOS COLOCA EN EL FLUJO DE LA EVOLUCIÓN.

—¿Pero qué pasa con los pensamientos negativos? —pregunté—. ¿Esas imágenes aterradoras de que va a ocurrir algo malo, como que alguien a quien queremos resultará lasti­mado o que no lograremos algo que deseamos mucho?

—Muy simple —repuso Pablo—. LA SÉPTIMA REVELACIÓN DICE QUE LAS IMÁGENES DE MIEDO DEBEN SER FRENADAS EN CUANTO APARECEN. ENTONCES, HAY QUE INTRODUCIR EN LA MENTE OTRA IMAGEN, CON UN RESULTADO BUENO. MUY PRONTO LAS IMÁGENES NEGATIVAS CASI DEJAN DE SURGIR. LAS INTUICIONES SE REMITIRÁN, A PARTIR DE ALLÍ, A COSAS POSITIVAS. CUANDO, DESPUÉS DE ESTO, APARECEN IMÁGENES NEGATIVAS, EL MANUSCRITO DICE QUE DEBEN TOMARSE CON MUCHA SERIEDAD Y NO CEDER A ELLAS. POR EJEMPLO, SI SE TE OCURRE LA IDEA DE QUE VAS A SUFRIR UN ACCIDENTE EN UNA CAMIONETA Y VIENE ALGUIEN Y TE OFRECE DAR UNA VUELTA EN CAMIO­NETA, NO ACEPTES.

Habíamos completado una vuelta alrededor del patio y nos acercábamos al guardia. Cuando pasamos frente a él nin­guno de los dos habló. Pablo levantó una flor y yo respiré hondo. El aire era cálido, y húmedo y la vegetación del otro lado de la pared, espesa y tropical. Había mosquitos.

—¡Vengan! —gritó de repente el soldado.

Nos hizo entrar y nos llevó hasta la celda. Pablo entró antes que yo y el soldado me bloqueó el camino.

—Usted no —dijo. Luego me indicó que siguiera por el vestíbulo y saliera por la misma puerta por la que habíamos entrado la noche anterior. En el estacionamiento, el padre Sebastián subía en ese momento al asiento trasero de un auto grande. Un chófer cerró la puerta. Por un momento, Sebastián volvió a mirarme; luego se volvió y le dijo algo al chófer. El auto arrancó.

El soldado me empujó hasta el frente del edificio. Entramos y fuimos hasta una oficina. Me ordenaron sentarme en una silla de madera frente a un escritorio metálico blanco. A los pocos minutos, un sacerdote petizo y de pelo ceniciento, de unos treinta años, entró y se sentó al escritorio sin dar muestras de notar mi presencia. Examinó un expediente durante un rato y luego levantó la vista. Los anteojos redondos con armazón dorada le daban un aspecto intelectual.

—Lo arrestaron con documentos públicos ilegales —dijo a quemarropa—. Estoy aquí para contribuir a determinar si el proceso está en orden. Apreciaría mucho su cooperación. Asentí.

—¿Dónde consiguió las traducciones?

—No entiendo —contesté—. ¿Por qué habrían de ser ilega­les las copias de un viejo manuscrito?

—El gobierno de Perú tiene sus razones —replicó—. Por favor, responda la pregunta.

—¿Por qué está involucrada la Iglesia? —pregunté.

—Porque el Manuscrito contradice las tradiciones de nues­tra religión —aclaró—. Deforma la verdad de nuestra natura­leza espiritual. ¿Dónde...?

—Mire—lo interrumpí—. Estoy tratando de entender. No soy más que un turista que se interesó en ese Manuscrito. No soy una amenaza para nadie. Sólo quiero saber por qué es tan alarmante.

Me miró confundido, como si intentara decidir la mejor estrategia para lidiar conmigo. Yo lo urgía conscientemente a darme detalles.

—La Iglesia considera que el Manuscrito está confundiendo a nuestro pueblo —dijo con cautela—. Da la impresión de que las personas pueden decidir solas cómo vivir, sin tener en cuenta las Escrituras.

—¿Qué Escrituras?

—El mandamiento de honrar al padre y a la madre, en primer lugar.

—¿A qué se refiere?

—El Manuscrito responsabiliza de los problemas a los padres, lo cual socava la familia.

—Pensé que hablaba de acabar con los viejos resentimien­tos —lo contradije—. Y de encontrar una visión positiva de nuestros primeros años de vida.

—No —replicó—. Es engañoso. Ante todo, nunca tendría que haber un sentimiento negativo.

—¿Los padres no pueden equivocarse?

—Los padres hacen lo que pueden. Los hijos deben perdo­narlos.

—¿Pero no es eso lo que aclara el Manuscrito? ¿El perdón no surge cuando vemos lo positivo de nuestras infancias?

Alzó la voz con rabia.

—¿Con qué autoridad habla ese Manuscrito? ¿Cómo se le puede tener confianza?

Rodeó el escritorio y se paró a mi lado, todavía enojado.

—Usted no sabe lo que dice —afirmó—. ¿Es religioso practicante? Creo que no. Esa es una prueba evidente del tipo de confusión que genera el Manuscrito. ¿No entiende que en el mundo hay orden solamente debido a la ley y la autoridad? ¿Cómo puede cuestionar a las autoridades en este asunto?

No dije nada, lo cual pareció enfurecerlo aún más.

—Permítame decirle algo —siguió—. El delito que come­tió es pasible de años en prisión. ¿Alguna vez estuvo en una cárcel peruana? ¿Su curiosidad yanqui ansía descubrir cómo son nuestras cárceles? ¡Yo me encargo! ¿Entiende? ¡Yo me encargo!

Se cubrió los ojos con la mano, hizo una pausa, respirando hondo, obviamente para tratar de serenarse.

—Estoy aquí para descubrir quién tiene copias y de dónde vienen. Se lo preguntaré una vez más. ¿Dónde consiguió sus traducciones?

Su arrebato me había llenado de ansiedad. Con mis pre­guntas no hacía más que empeorar mi situación. ¿Qué podría hacer él si yo no cooperaba? No obstante, ¿cómo podía implicar al padre Sánchez y al padre Carl?

—Necesito tiempo para poder contestarle —repuse. Por un momento pensé que iba a darle otro ataque de furia.

Luego se relajó y me dio la impresión de que estaba muy cansado.

—Le daré hasta mañana a la mañana —dijo y le hizo una seña al soldado que estaba en la puerta de que me llevara. Seguí al soldado y fuimos directamente a la celda.

Sin decir nada, me dirigí a mi catre y me acosté, exhausto. Pablo miraba por la ventana con barrotes.

—¿Hablaste con el padre Sebastián? —me preguntó.

—No, con otro sacerdote. Quería saber quién me dio las copias que tenía.

—¿Qué dijiste?

—Nada. Le pedí tiempo para pensar y me dio hasta maña­na.

—¿Dijo algo sobre el Manuscrito? —preguntó Pablo. Lo miré a los ojos y esta vez no bajó la cabeza.

—Habló un poco acerca de que el Manuscrito socava la autoridad tradicional —dije—. Después empezó a delirar y a amenazarme.

Pablo me miró sorprendido.

—¿Tenía el pelo castaño y anteojos redondos?

—Sí.

—Es el padre Costous —me informó—. ¿Qué más le dijis­te?

—No acepté eso de que el Manuscrito socava la tradición

—respondí—. Me amenazó con mandarme a la cárcel. ¿Crees que lo decía en serio?

—No lo sé —repuso Pablo. Regresó a su catre y se sentó frente a mí. Presentí que él sabía algo más, pero yo estaba tan cansado y asustado que cerré los ojos. Cuando me desperté, Pablo me sacudía.

—Hora de almorzar —dijo.

Seguimos a un guardia arriba y nos sirvieron un plato de carne llena de tendones, con papas. Los dos hombres que habíamos visto más temprano iban detrás de nosotros. Marjorie no se hallaba con ellos.

—¿Dónde está Marjorie? —les pregunté, susurrando. Ambos se horrorizaron de que les hablara y los soldados me miraron fijo.

—No creo que hablen inglés —comentó Pablo.

—Me pregunto dónde estará mi amiga —murmuré. Pablo respondió algo, pero una vez más no lo oí. De repente, sentí deseos de escapar y me imaginé corriendo por una calle y atravesando un portón hacia la libertad.

—¿En qué piensas? —preguntó Pablo.

—Fantaseaba con una fuga —respondí—. ¿Qué decías?

—Espera —me cortó Pablo—. No ahuyentes tu pensa­miento. Puede ser importante. ¿Qué clase de fuga?

—Corría por un callejón o una calle y después cruzaba un portón. Tengo la impresión de que lograba huir.

—¿Qué piensas de esa imagen? —me preguntó.

—No lo sé. No parecía conectada lógicamente con el tema del que hablábamos.

—¿Recuerdas qué era?

—Sí. Me preguntaba dónde estará Marjorie.

—¿No crees que hay una conexión entre Marjorie y tu pensamiento?

—No se me ocurre ningún vínculo obvio.

—¿Y algún vínculo oculto?

—No veo ninguna conexión. ¿Cómo podría relacionarse una fuga con Marjorie? ¿Crees que ella se escapó? Se quedó pensativo.

—Tu pensamiento se refería a tu fuga.

—Sí, eso es —dije—. Tal vez voy a escaparme sin ella. —Lo miré. —Tal vez voy a escaparme con ella.

—Yo diría más bien eso —opinó.

—¿Pero dónde está?

—No sé.

Terminamos de comer sin hablar. Tenía hambre pero la comida era muy pesada. Por algún motivo, me sentía cansado y aletargado. El hambre me abandonó enseguida.

Noté que Pablo tampoco comía.

—Creo que debemos regresar a la celda —dijo.

Asentí y Pablo le hizo señas al soldado para que nos acompañara. Cuando llegamos, me estiré en mi catre y el indio se sentó, mirándome.

—Tu energía parece baja —observó.

—Lo está —confirmé—. No sé qué me pasa.

—¿Estás tratando de incorporar energía? —preguntó.

—Creo que no —respondí—. Y esa comida no ayuda.

—Pero no necesitas mucha comida si incorporas todo.

—Agitó el brazo como para enfatizar "todo".

—Ya sé. En una situación como ésta me cuesta captar el amor que fluye.

Me miró con ironía.

—Pero no hacerlo implica lastimarte a ti mismo.

—¿Qué quieres decir?

—TU CUERPO ESTÁ VIBRANDO EN CIERTO NIVEL. SI DEJAS QUE TU ENERGÍA BAJE DEMASIADO, TU CUERPO SUFRE. ÉSA ES LA RELACIÓN ENTRE EL ESTRÉS Y LA ENFERMEDAD. EL AMOR ES LA FORMA DE MANTENER LA VIBRACIÓN ALTA. NOS CONSERVA SANOS. ASÍ DE IMPORTANTE ES.

—Dame unos minutos —le pedí.

Puse en práctica el método que me había enseñado el padre Sánchez. Enseguida me sentí mejor. Los objetos empezaron a adquirir presencia. Cerré los ojos y me concentré en esa sensa­ción.

—Muy bien —aprobó Pablo.

Abrí los ojos y me dirigió una amplia sonrisa. Tenía una cara y un cuerpo todavía aniñados e inmaduros, pero sus ojos lucían llenos de sabiduría.

—Puedo ver cómo entra en ti la energía —dijo.

Detecté un ligero campo verde alrededor del cuerpo de Pablo. Las nuevas flores que había puesto en el florero de la mesa lucían radiantes.

—PARA CAPTAR LA SÉPTIMA REVELACIÓN Y ENTRAR REALMENTE EN EL MOVIMIENTO DE LA EVOLUCIÓN, HAY QUE REUNIR TODAS LAS REVELA­CIONES EN UNA FORMA DE SER —explicó. No dije nada.

—¿Puedes resumir cómo cambió el mundo para ti como consecuencia de las revelaciones? Reflexioné un momento.

—Supongo que ME DESPERTÉ Y VI EL MUNDO COMO UN LUGAR MISTERIOSO QUE NOS DA TODO LO QUE NECESITAMOS SI NOS ABRIMOS Y RECORREMOS EL CAMINO.

—¿Y después qué pasa? —preguntó.

—DESPUÉS ESTAMOS LISTOS PARA EMPRENDER LA CORRIENTE EVOLUCIONISTA.

—¿Y cómo iniciamos ese proceso?

Me quedé pensando.

—MANTENIENDO FIRMES EN LA MENTE NUESTROS INTERROGANTES ACTUALES SOBRE LA VIDA —contesté—. Y LUEGO BUSCANDO UNA DIRECCIÓN, YA SEA A TRAVÉS DE UN SUEÑO, UN PENSAMIENTO INTUITI­VO O LA FORMA EN QUE EL AMBIENTE SE ILUMINA Y SE IMPONE.

Hice otra pausa, tratando de reunir toda la revelación y agregué:

—JUNTAMOS ENERGÍA Y NOS CONCENTRAMOS EN NUESTRAS SITUACIONES, EN LOS INTERROGANTES QUE TENEMOS; LUEGO RECIBIMOS ALGÚN TIPO DE GUÍA INTUITIVA, UNA IDEA RESPECTO DE ADÓNDE IR O QUÉ HACER, Y LUEGO SE PRODUCEN LAS COINCIDENCIAS QUE NOS PERMITEN AVANZAR EN ESA DIRECCIÓN.

—¡Sí, sí! —exclamó Pablo—. Ésa es la forma. Y CADA VEZ QUE ESAS COINCIDENCIAS NOS CONDUCEN A ALGO NUEVO, CRECEMOS, NOS VOLVEMOS PERSONAS MÁS PLENAS, EXISTIMOS EN UNA VIBRACIÓN MÁS ALTA.

Se inclinó hacia mí y noté la energía increíble que lo rodeaba. Resplandecía, ya no parecía tímido, ni joven siquiera.

Estaba lleno de poder.

—Pablo, ¿qué te pasó? —pregunté—. En comparación con la primera vez que te vi, pareces más confiado, informado y de alguna manera pleno.

Se rió.

—Cuando llegaste, había dejado que mi energía se disipa­ra. Al principio pensé que tal vez podrías ayudarme con mi flujo de energía, pero me di cuenta de que todavía no habías aprendido a hacerlo. Eso se aprende en la Octava Revelación.

Me sentí confundido.

—¿Qué fue lo que no hice?

—DEBES APRENDER QUE EN REALIDAD TODAS LAS RESPUESTAS QUE MISTERIOSAMENTE NOS LLEGAN VIENEN DE OTRAS PERSONAS. PIENSA EN TODO LO QUE APRENDISTE DESDE QUE ESTÁS EN PERÚ. ¿LAS RES­PUESTAS NO TE LLEGARON, ACASO, A TRAVÉS DE LAS ACCIONES DE OTRAS PERSONAS QUE CONOCISTE MISTERIOSAMENTE?

Me quedé pensando. Tenía razón. Había encontrado a las personas indicadas en el momento indicado: Charlene, Dobson, Wil, Dale, Marjorie, Phil, Reneau, el padre Sánchez y el padre Carl; ahora, Pablo.

—EL MANUSCRITO MISMO FUE REDACTADO POR UNA PERSONA —agregó Pablo—. PERO NO TODAS LAS PERSONAS QUE ENCUENTRES POSEERÁN ENERGÍA O CLARIDAD PARA REVELARTE EL MENSAJE QUE TIE­NEN PARA TI. DEBES AYUDARLAS ENVIÁNDOLES ENERGÍA. —Hizo una pausa. —Me dijiste que habías aprendido a proyectar tu ener­gía hacia una planta concentrándote en su belleza, ¿recuerdas?

—Sí.

—Bueno, debes hacer exactamente lo mismo AL PROYECTAR HACIA UNA PERSONA. CUANDO LA ENERGÍA ENTRA EN ELLA, LA AYUDA A VER SU VERDAD. Y LUEGO TE PUEDE DAR ESA VERDAD A TI.

"El padre Costous es un ejemplo —continuó—. Tenía un mensaje importante para ti, que tú no le ayudaste a revelar. Trataste de exigirle respuestas y eso creó una competencia por la energía entre tú y él. Cuando lo sintió, el drama de su infancia, su intimidador, copó la conversación.

—¿Qué se supone que debí decir? —pregunté.

Pablo no respondió. Volvimos a oír alguien ante la puerta. Entró el padre Costous.

Saludó a Pablo con un movimiento de cabeza y sonrió apenas. Pablo le dirigió una sonrisa abierta, como si el sacerdote de veras le agradara. El padre Costous desvió la mirada hacia mí y su expresión se endureció. La angustia me cerró el estómago.

—El cardenal Sebastián quiere verlo —me anunció—. Será trasladado a Iquitos esta tarde. Le aconsejo que responda a todas sus preguntas.

—¿Para qué quiere verme? —pregunté.

—Porque el camión en que fue capturado pertenece a uno de nuestros sacerdotes. Suponemos que recibió las copias del Manuscrito de él. Que uno de nuestros propios religiosos infrinja la ley es muy serio. —Me miró con determinación. Miré a Pablo, que me alentó a continuar.

—¿Cree que el Manuscrito está perjudicando su religión?

—le pregunté amablemente a Costous. Me miró con aire condescendiente.

—No sólo nuestra religión; la religión de todos. ¿Cree que no hay un plan para este mundo? Dios lo controla todo. Él determina nuestro destino. Nuestra tarea es obedecer las leyes establecidas por Dios. La Evolución es un mito. Dios crea el futuro como Él lo quiere. Decir que los seres humanos pueden hacerse evolucionar a sí mismos deja a Dios fuera de juego. Permite que las personas sean egoístas y distantes y crean que lo importante es su evolución, no el plan de Dios. Se tratarán unas a otras aun peor que ahora.

No se me ocurrió ninguna otra pregunta. El sacerdote me miró un momento y me dijo, casi con gentileza:

—Espero que coopere con el cardenal Sebastián. Se volvió y miró a Pablo, evidentemente orgulloso de la forma en que había manejado mis preguntas. El indio se limitó a sonreír y mover la cabeza. El sacerdote salió y un soldado cerró la puerta. Pablo se incorporó en su catre y me miró con una actitud transformada, con una expresión llena de confianza. Lo observé un instante y sonreí.

—¿Qué crees que acaba de pasar? —preguntó. Traté de mostrar sentido del humor.

—¿Descubrí que mis problemas son más graves de lo que pensaba? Se rió.

—¿Qué más?

—No entiendo adónde quieres llegar.

—¿Cuáles eran tus interrogantes cuando llegaste aquí?

—Quería encontrar a Marjorie y a Wil.

—Bueno, encontraste a uno de ellos. ¿Cuál era tu otro interrogante?

—Tenía la sensación de que estos sacerdotes estaban en contra del Manuscrito no por maldad sino porque lo interpre­taban mal. Quería saber qué pensaban. Por algún motivo, tenía la idea de que lograría disuadirlos de su oposición.

Al decir esto entendí de pronto adónde quería llegar Pablo. Había conocido a Costous allí, en ese momento, para poder averiguar qué le molestaba del Manuscrito.

—¿Y cuál fue el mensaje que recibiste? —preguntó.

—¿El mensaje?

—Sí, el mensaje. Lo miré.

—Lo que les molesta es la idea de participar en la evolución, ¿verdad?

—Sí.

—Tiene sentido —reflexioné—. La idea de la evolución física ya es bastante mala. Pero extenderla a la vida cotidiana, a las decisiones individuales que tomamos, a la historia misma, es inaceptable. Ellos creen que con esta evolución los seres humanos perderán todo el control, que las relaciones entre las personas van a degenerar. Con razón quieren eliminar el Ma­nuscrito.

—¿Podrías convencerlos de lo contrario? —preguntó Pa­blo.

—No... Quiero decir, yo mismo no sé lo suficiente.

—¿Qué se necesitaría para poder convencerlos?

—Habría que conocer la verdad. Habría que saber cómo se tratarían los seres humanos entre sí si todos siguieran las revelaciones y evolucionaran.

Pablo se mostró complacido.

—¿Qué? —pregunté, sonriendo con él.

—La forma en que van a actuar los seres humanos es justo el tema de la siguiente revelación, la Octava. Tu pregunta acerca de por qué los sacerdotes están en contra del Manuscrito ya fue contestada, y la respuesta, a su vez, evolucionó a otra pregunta.

—Sí —concordé, absorto en mis pensamientos—. Tengo que encontrar la Octava. Tengo que salir de aquí.

—No te apresures tanto —me advirtió Pablo—. Debes asegurarte de captar completamente la Séptima antes de seguir adelante.

—¿Crees que la capto?—pregunté—. ¿ESTOY EN LA CORRIEN­TE DE LA EVOLUCIÓN?

—LO ESTARÁS —ASEGURÓ—, SI TE ACUERDAS DE TENER SIEMPRE PRESENTES TUS INTERROGANTES. HAY PERSONAS TODAVÍA INCONSCIEN­TES QUE INCLUSO PUEDEN TOPARSE CON RESPUESTAS Y VER COINCIDEN­CIAS DE MANERA RETROSPECTIVA. LA SÉPTIMA REVELACIÓN SE PRODU­CE CUANDO VEMOS ESAS RESPUESTAS NO BIEN SE PRESENTAN. ILUMINA LA EXPERIENCIA COTIDIANA.

DEBEMOS PARTIR DE LA BASE DE QUE CADA HECHO TIENE SIGNI­FICADO Y CONTIENE UN MENSAJE QUE DE ALGÚN MODO CORRESPONDE A NUESTROS INTERROGANTES. ESTO SE APLICA EN ESPECIAL A LO QUE SOLÍAMOS LLAMAR 'COSAS MALAS'. LA SÉPTIMA REVELACIÓN DICE QUE EL DESAFÍO CONSISTE EN ENCONTRAR LA PARTE POSITIVA EN CADA HECHO, NO IMPORTA CUÁN NEGATIVO SEA. Al principio pensaste que ser capturado había arruinado todo. Pero ahora ves que debías estar aquí. Aquí aguardaban tus respuestas.

Tenía razón, pero si yo estaba recibiendo respuestas allí y evolucionando a un nivel más alto, sin duda Pablo hacía lo mismo.

De pronto oímos que alguien venía por el pasillo. Pablo me miró con expresión seria y agregó.

—Escucha, no olvides lo que te dije. La Octava Revelación está cerca para ti. TIENE QUE VER CON UNA ÉTICA INTERPERSONAL, UNA FORMA DE TRATAR A LAS PERSONAS DE MANERA QUE SE COMPARTAN MÁS MENSAJES. Pero acuérdate de no ir tan rápido. Manténte concentrado en tu situación. ¿Cuáles son tus interrogantes?

—Quiero saber dónde está Wil —dije—. Y quiero encon­trar la Octava Revelación. Y encontrar a Marjorie.

—¿Y cuál fue tu intuición rectora en cuanto a Marjorie?

Pensé un momento.

—Que escaparía... Que escaparíamos. Oímos a alguien al otro lado de la puerta.

—¿Y yo te transmití algún mensaje? —le pregunté a Pablo rápidamente.

—Por supuesto —respondió—. Cuando llegaste, no sabía por qué me hallaba aquí. Sabía que tenía que ver con la transmisión de la Séptima Revelación, pero dudaba de mi habilidad. No creía saber suficiente. Gracias a ti, ahora sé que puedo. Ése fue uno de los mensajes que me trajiste.

—¿Hubo algún otro?

—Sí, tu intuición de que los sacerdotes pueden ser conven­cidos de aceptar el Manuscrito también es un mensaje para mí.

Eso me hace pensar que estoy aquí para convencer al padre Costous.

Cuando terminó de hablar, un soldado abrió la puerta y me hizo una seña.

Miré a Pablo.

—Quiero decirte uno de los conceptos que menciona la próxima revelación —me susurró.

El soldado lo miró y me tomó del brazo. Luego me hizo salir y cerró la puerta. Mientras me conducía. Pablo miraba a través de los barrotes.

—LA OCTAVA REVELACIÓN ADVIERTE ALGO —gritó—. ADVIERTE QUE TU CRECIMIENTO PUEDE DETENERSE... OCURRE CUANDO TE VUEL­VES ADICTO A OTRA PERSONA.

 

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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