FLUIR
Los dos sacerdotes regresaron a la casa y yo me quedé varios minutos
más observando la belleza de las montañas, tratando de obtener más
energía. De pronto me desconcentré y empecé a pensar distraídamente
en Wil. ¿Dónde se hallaría? ¿Estaría por encontrar la Novena
Revelación?
Me lo imaginé corriendo por la jungla, con la Novena Revelación en
la mano, perseguido por montones de soldados. Pensé en Sebastián
orquestando la persecución. Sin embargo, en mi ensueño era evidente
que, pese a toda su autoridad, Sebastián estaba equivocado, había
malinterpretado algo en cuanto al impacto que tendrían las
revelaciones en la gente. Sentí que alguien podría persuadirlo de
adoptar otra postura.
Bastaba con que descubriéramos qué parte del Manuscrito lo amenazaba
tanto.
Estaba elaborando esta idea cuando evoqué a Marjorie. ¿Dónde
estaría? Imaginé volver a verla. ¿Cómo podía ocurrir?
El ruido de la puerta de entrada que se cerraba me trajo otra vez a
la realidad. Volví a sentirme débil y nervioso. Sánchez se me
acercó. Su paso era rápido, resuelto.
Se sentó a mi lado y me preguntó:
—¿Decidió qué va a hacer? Negué con la cabeza.
—No se lo ve muy fuerte —observó.
—No me siento muy fuerte.
—TAL VEZ NO ESTÉ DESARROLLANDO SU ENERGÍA EN FORMA SISTemática.
—¿A qué se refiere?
—PERMÍTAME QUE LE PROPONGA EL MODO EN QUE YO OBTENGO ENERGÍA. Tal
vez mi método lo ayude cuando cree su propio procedimiento.
Le hice una seña para que continuara.
—LO PRIMERO QUE HAGO —explicó— ES CONCENTRARME EN EL MEDIO QUE ME
RODEA, COMO SUPONGO TAMBIÉN HACE USTED. LUEGO TRATO DE RECORDAR CÓMO
ES TODO CUANDO ME LLENO DE ENERGÍA. LO HAGO RECORDANDO LA PRESENCIA
QUE EXHIBE CADA COSA, LA BELLEZA SINGULAR Y LA FORMA DE TODO, EN
ESPECIAL LAS PLANTAS Y LA FORMA EN QUE LOS COLORES PARECEN BRILLAR Y
LUCEN MÁS RESPLANDECIENTES. ¿Me sigue?
—Sí, yo trato de hacer lo mismo.
—DESPUÉS —continuó— TRATO DE EXPERIMENTAR ESA SENSACIÓN DE
PROXIMIDAD, LA SENSACIÓN DE QUE, POR MÁS LEJOS QUE ALGO ESTÉ, YO
PUEDO TOCARLO, CONECTARME. Y ENTONCES LO ASPIRO.
—¿Lo aspira?
—¿El padre John no se lo explicó?
—No.
Sánchez se mostró confundido.
—Tal vez pensara volver sobre eso y explicárselo más adelante. A
menudo es muy tajante. Se va y deja a su alumno reflexionando sobre
lo que enseñó y más tarde aparece en el momento justo para agregar
algo más a la enseñanza. Supongo que se proponía hablar con usted
otra vez, pero nos fuimos a toda prisa.
—Me gustaría saber de qué se trata —dije.
—¿Recuerda la sensación de plenitud que experimentó en la cima de la
montaña? —preguntó.
—Sí.
—PARA RECUPERAR ESA PLENITUD, TRATO DE ASPIRAR LA ENERGÍA CON LA
CUAL ACABO DE CONECTARME.
Había seguido a Sánchez mientras hablaba. El sólo escuchar el
procedimiento ya aumentaba mi conexión. A mi alrededor todo había
aumentado en presencia y belleza. Hasta las rocas parecían tener un
resplandor blanquecino, y el campo de energía de Sánchez era amplio
y azul. En ese momento hacía inhalaciones profundas, conscientes,
reteniendo el aire unos cinco segundos antes de exhalar. Seguí su
ejemplo.
—CUANDO VISUALIZAMOS QUE CADA INHALACIÓN INCORPORA ENERGÍA EN
NOSOTROS Y NOS LLENA COMO UN GLOBO —continuó—, REALMENTE NOS
VOLVEMOS MÁS PLENOS DE ENERGÍA Y NOS SENTIMOS MÁS LIVIANOS Y
REGOCIJADOS.
Después de hacer varias inhalaciones, empecé a sentirme de esa
manera.
—UNA VEZ QUE ASPIRO LA ENERGÍA —continuó Sánchez—, CONTROLO PARA VER
SI EXPERIMENTO LA EMOCIÓN CORRECTA. COMO YA LE DIJE ANTES, CONSIDERO
QUE ESO ES LA VERDADERA PAUTA DE QUE ME ENCUENTRO REALMENTE
CONECTADO.
—¿Se refiere al amor?
—Exacto. Como
habíamos dicho en la misión, EL AMOR NO ES UN CONCEPTO INTELECTUAL
NI UN IMPERATIVO MORAL O CUALQUIER OTRA COSA. ES UNA EMOCIÓN DE
FONDO QUE EXISTE CUANDO UNO ESTÁ CONECTADO CON LA ENERGÍA DISPONIBLE
EN EL UNIVERSO, QUE, OBVIAMENTE, ES LA ENERGÍA DE DIOS.
El padre Sánchez me miraba con los ojos ligeramente fuera de foco.
—Ahí lo alcanzó —me dijo—. Ése es el nivel de energía que necesita
tener. Estoy asistiéndolo un poco, pero ya está listo para
mantenerlo solo.
—¿Qué quiere decir con que me asiste? El padre Sánchez sacudió la
cabeza.
—No se preocupe por eso ahora. Lo sabrá más adelante, con la Octava
Revelación.
El padre Carl salió de la casa y nos miró a los dos, como
complacido. Al acercarse, me miró.
—¿No se decidió todavía?
La pregunta me irritó; luché contra la consiguiente pérdida de
energía.
—No vuelva a caer en su drama, no se ponga distante —me advirtió el
padre Carl—. No puede evitar asumir una posición. ¿Qué piensa que
necesita hacer?
—No
pienso nada —repuse—. Ése es el problema.
—¿Está seguro?
LOS PENSAMIENTOS SE SIENTEN DE OTRA MANERA UNA VEZ QUE UNO SE
CONECTA CON LA ENERGÍA. Lo miré perplejo.
—LAS PALABRAS QUE UNO SUELE MANIPULAR EN SU CABEZA, EN UN INTENTO
POR CONTROLAR LÓGICAMENTE LOS HECHOS, SE DETIENEN CUANDO SE DEJA DE
LADO EL DRAMA DEL CONTROL. AL LLENARSE CON ENERGÍA INTERIOR, ENTRA
EN NUESTRA MENTE OTRO TIPO DE PENSAMIENTOS, DE UNA PARTE MÁS
ELEVADA DE NOSOTROS MISMOS. ÉSAS SON LAS INTUICIONES. SE SIENTEN DE
OTRA FORMA. APARECEN EN EL FONDO DE LA MENTE, A VECES EN UNA ESPECIE
DE ENSUEÑO O MINIVISIÓN, Y NOS LLEGAN DE MODO DIRECTO, PARA
GUIARNOS.
Seguía sin comprender.
—Cuéntenos en qué pensó cuando lo dejamos solo hace un rato —dijo el
padre Carl.
—No sé si lo recuerdo todo —respondí.
—Trate.
Intenté concentrarme.
—Pensé en Wil, creo; en la posibilidad de que estuviera cerca de
hallar la Novena Revelación, y en la cruzada de Sebastián contra el
Manuscrito.
—¿Qué más?
—Pensé en Marjorie; me preguntaba qué le habría pasado. Pero no
entiendo de qué manera me sirve esto para decidir qué hacer.
—Permítame explicárselo—dijo el Padre Sánchez—. CUANDO ADQUIRIMOS
SUFICIENTE ENERGÍA, ESTAMOS LISTOS PARA INICIAR CONSCIENTEMENTE LA
EVOLUCIÓN, PARA HACERLA FLUIR Y PRODUCIR LAS COINCIDENCIAS QUE NOS
LLEVARÁN ADELANTE. INICIAMOS LA EVOLUCIÓN DE UNA MANERA MUY
ESPECÍFICA. PRIMERO, COMO YA DIJE, REUNIMOS SUFICIENTE ENERGÍA,
LUEGO RECORDAMOS EL INTERROGANTE BÁSICO DE CADA UNO EN LA VIDA, EL
QUE NOS TRANSMITIERON NUESTROS PADRES, PORQUE ESTE INTERROGANTE NOS
PROPORCIONA EL CONTEXTO GENERAL PARA NUESTRA EVOLUCIÓN. LUEGO, NOS
CONCENTRAMOS EN NUESTRO CAMINO DESCUBRIENDO LOS INTERROGANTES MÁS
INMEDIATOS Y PEQUEÑOS QUE SOLEMOS ENFRENTAR EN LA VIDA. ESTOS
INTERROGANTES SIEMPRE FORMAN PARTE DE NUESTRO INTERROGANTE MÁS
AMPLIO Y DEFINEN DÓNDE NOS HALLAMOS ACTUALMENTE EN NUESTRA BÚSQUEDA
DE TODA LA VIDA.
UNA VEZ QUE
SOMOS CONSCIENTES DE LOS INTERROGANTES ACTIVOS EN ESTE MOMENTO,
SIEMPRE OBTENEMOS ALGÚN TIPO DE DIRECCIÓN ESPIRITUAL RESPECTO DE
QUÉ HACER O ADÓNDE IR. EXPERIMENTAMOS PRESENTIMIENTOS RELACIONADOS
CON EL PASO SIGUIENTE. SIEMPRE. SI ESTO NO OCURRE ES PORQUE TENEMOS
EN MENTE EL INTERROGANTE EQUIVOCADO. MIRE, EL PROBLEMA EN LA VIDA NO
RADICA EN RECIBIR RESPUESTAS. EL PROBLEMA ESTÁ EN IDENTIFICAR LOS
INTERROGANTES ACTUALES. UNA VEZ QUE LOS INTERROGANTES SON LOS
CORRECTOS, LAS RESPUESTAS SIEMPRE LLEGAN.
DESPUÉS DE TENER UNA INTUICIÓN RESPECTO DE LO QUE PUEDE PASAR A
CONTINUACIÓN —prosiguió—, EL SIGUIENTE PASO CONSISTE EN ESTAR MUY
ATENTOS Y VIGILANTES. TARDE O TEMPRANO SE PRODUCIRÁN LAS
COINCIDENCIAS QUE NOS HARÁN MOVER EN LA DIRECCIÓN INDICADA POR LA
INTUICIÓN. ¿Me sigue?
—Eso creo.
—Entonces —continuó—, ¿no cree que esos pensamientos sobre Wil,
Sebastián y Marjorie son importantes? Piense por qué se le ocurren
ahora, teniendo en cuenta la historia de su vida. Usted sabe que
salió de su familia queriendo averiguar cómo convertir la vida
espiritual en una aventura internamente enriquecedora, ¿cierto?
—Sí.
—Al crecer, le interesaron los temas misteriosos, estudió sociología
y trabajó con gente, aunque entonces no sabía por qué lo hacía.
Después empezó a despertar, oyó hablar del Manuscrito y vino a Perú
y encontró las revelaciones una por una, y cada una le enseñó algo
sobre la clase de espiritualidad que usted busca. AHORA QUE HA
PUESTO LAS COSAS EN CLARO, PUEDE VOLVERSE SUPERCONSCIENTE DE ESA
EVOLUCIÓN DEFINIENDO SUS INTERROGANTES ACTUALES Y VIENDO LUEGO CÓMO
APARECEN LAS RESPUESTAS.
Lo miré.
—¿Cuáles son sus interrogantes actuales? —preguntó.
—Supongo que quiero conocer las otras revelaciones —respondí—.
Quiero saber, sobre todo, si Wil va a encontrar la Novena
Revelación. Quiero saber qué le pasó a Marjorie. Y quiero saber lo
de Sebastián.
—¿Y qué le sugirieron sus intuiciones en cuanto a estos
interrogantes?
—No lo sé. Imaginé que volvía a ver a Marjorie y que Wil corría
perseguido por tropas. ¿Qué significa?
—¿Wil corría?
—En la jungla.
—Tal vez le esté indicando adónde debería ir. Iquitos está en la
jungla. ¿Y Marjorie?
—Imaginé que la veía otra vez.
—¿Y Sebastián?
—Fantaseé que estaba en contra del Manuscrito porque lo interpretaba
mal, que cambiaría de opinión si lográbamos averiguar qué pensaba,
qué temía exactamente del Manuscrito.
Ambos hombres se miraron atónitos.
—¿Qué significa? —pregunté.
El padre Carl me respondió con otra pregunta:
—¿Usted qué idea tiene?
Por primera vez desde la experiencia de la montaña, empezaba a
sentirme de nuevo lleno de energía y confianza. Los miré y dije:
—Me parece que debería ir hacia la jungla para tratar de descubrir
qué aspecto del Manuscrito desagrada a la Iglesia. El padre Carl
sonrió.
—¡Exacto! Puede llevarse mi camión.
Asentí y fuimos los tres hasta el frente de la casa, donde se
hallaban estacionados los vehículos. Mis cosas, junto con una
provisión de alimentos y agua, ya estaban en el camión del padre
Carl. El vehículo del padre Sánchez también estaba cargado.
—Quiero
decirle algo —me atajó Sánchez—. RECUERDE PARAR TODAS LAS VECES QUE
SEA NECESARIO PARA RECONECTAR SU ENERGÍA. MANTÉNGASE A PLENO,
PERMANEZCA EN UN ESTADO DE AMOR. RECUERDE QUE UNA VEZ QUE ALCANZA
ESE ESTADO DE AMOR, NADA NI NADIE PUEDE QUITARLE MÁS ENERGÍA DE LA
QUE PUEDE REPONER. DE HECHO, LA ENERGÍA QUE FLUYE DE USTED CREA UNA
CORRIENTE QUE INCORPORA ENERGÍA EN USTED AL MISMO RITMO. NUNCA SE
AGOTARÁ. PERO, PARA QUE FUNCIONE, DEBE SER CONSCIENTE DE ESE
PROCESO. Y ESTO ES ESPECIALMENTE IMPORTANTE CUANDO INTERACTÚA CON
LAS PERSONAS.
Hizo una pausa. Al mismo tiempo, como si le hubiera dado el pie, el
Padre Carl se acercó y dijo:
—Leyó todas menos dos revelaciones: la Séptima y la Octava. LA
SÉPTIMA TRATA DEL PROCESO DE LA EVOLUCIÓN CONSCIENTE, DE
MANTENERSE ALERTA A CUALQUIER COINCIDENCIA, A CUALQUIER RESPUESTA
QUE EL UNIVERSO NOS DÉ.
Me entregó un grupito de hojas.
—Esta es la Séptima. Es muy corta y general —continuó—, pero HABLA
DE CÓMO LOS OBJETOS VIENEN A NOSOTROS, DE CÓMO ALGUNOS PENSAMIENTOS
APARECEN COMO GUÍA. EN CUANTO A LA OCTAVA, la encontrará
usted mismo cuando sea el momento. EXPLICA CÓMO PODEMOS AYUDAR A LOS
DEMÁS CUANDO NOS TRAEN LAS RESPUESTAS QUE BUSCAMOS. Y ADEMÁS,
DESCRIBE TODA UNA NUEVA ÉTICA QUE RIGE LA FORMA EN QUE LOS SERES
HUMANOS DEBEN TRATARSE ENTRE SÍ PARA FACILITAR LA EVOLUCIÓN DE TODOS
Y CADA UNO.
—¿Por qué no puede darme la Octava Revelación ahora? —pregunté.
El padre Carl sonrió y me puso la mano en el hombro.
—Porque
creemos que no debemos. También nosotros tenemos que seguir nuestras
intuiciones. CONSEGUIRÁ LA OCTAVA REVELACIÓN EN CUANTO HAGA LA
PREGUNTA CORRECTA.
Le dije que comprendía. Después, ambos sacerdotes se despidieron y
me desearon lo mejor. El padre Carl hizo hincapié en que pronto
volveríamos a vemos y que en verdad encontraría las respuestas que
debía recibir.
Estábamos a punto de subir a nuestros respectivos vehículos, cuando
Sánchez de pronto se dio vuelta y me miró:
—Tengo la
intuición de que debo decirle algo. Más adelante, averiguará más.
DEJE QUE SU PERCEPCIÓN DE LA BELLEZA Y LA IRIDISCENCIA LO GUÍEN. LOS
LUGARES Y LAS PERSONAS QUE TIENEN RESPUESTAS PARA USTED LE
RESULTARÁN MÁS LUMINOSOS Y ATRACTIVOS.
Asentí y subí al camión del padre Carl; después los seguí por el
camino rocoso durante varios kilómetros hasta llegar a una
bifurcación. Sánchez me hizo señas con la mano, y él y el padre Carl
tomaron hacia el este. Los observé durante un instante e hice girar
el viejo camión hacia el norte, rumbo a la cuenca del Amazonas.
Tuve un ataque de impaciencia. Después de haber avanzado a buen
ritmo durante más de tres horas, me encontraba parado en un cruce,
incapaz de decidir entre dos rutas.
Una posibilidad era tomar hacia la izquierda. A juzgar por el mapa,
ese camino iba hacia el norte bordeando el límite de las montañas
por unos ciento sesenta kilómetros y después giraba bruscamente
hacia el este, rumbo a Iquitos. La otra ruta, la de la derecha,
mantenía el mismo ángulo hacia el este a través de la jungla para
llegar al mismo destino.
Respiré hondo y traté de relajarme. Después eché un vistazo rápido
al espejo retrovisor. Nadie. De hecho, en más de una hora no había
visto a nadie: ni tránsito ni nativos a pie. Intenté librarme de la
angustia que me había asaltado. Sabía que, si pretendía tomar la
decisión correcta, debía relajarme y mantenerme conectado.
Me concentré en el paisaje. La ruta por la selva, hacia la derecha,
avanzaba entre un grupo de árboles grandes. Varias enormes salientes
de piedra marcaban el terreno circundante. La mayoría estaban
rodeadas de grandes arbustos tropicales. La otra ruta, a través de
las montañas, parecía comparativamente despojada. En esa dirección
crecía un árbol, pero el resto del paisaje era rocoso, con muy poca
vegetación.
Volví a mirar hacia la derecha y traté de inducir un estado de amor.
Los árboles y los arbustos eran de un verde exuberante. Miré a la
izquierda y repetí el procedimiento. Enseguida noté una zona de
pasto que bordeaba el camino. Las briznas eran pálidas y manchadas,
pero las flores blancas, vistas en conjunto, creaban, de lejos, un
esquema singular. Me pregunté por qué no habría visto las flores
antes. Ahora casi parecían brillar. Amplié mi foco para incluir todo
lo que había en esa dirección. Las rocas pequeñas y los pedazos de
ripio resultaban extraordinariamente llenos de color, llamativos.
Matices ámbar y violeta, e incluso rojo oscuro, recorrían todo el
paisaje.
Volví a mirar los árboles y los arbustos de la derecha. Si bien eran
bellos, habían palidecido en comparación con la otra ruta. Pero,
¿cómo podía ser?, pensé. Al principio, el camino de la derecha lucía
más atractivo. Miré de nuevo a la izquierda y mi intuición se
afirmó. La riqueza de forma y color me dejó pasmado.
Convencido, puse en marcha el camión y tomé hacia la izquierda,
seguro de lo acertado de mi decisión. El camino estaba lleno de
rocas y baches. A medida que avanzaba, mi cuerpo se volvía más
liviano. Mi peso se centró en mis nalgas; tenía la espalda y el
cuello derechos. Mis brazos sostenían el volante pero no se apoyaban
en él.
Durante dos horas manejé sin ningún incidente, comiendo cada tanto
algo del canasto de comida que el padre Carl había preparado, y
siempre sin ver a nadie. El camino subía y bajaba serpenteante de
una colina a otra. En la cima de una loma, observé dos autos viejos
estacionados a mi derecha. Se hallaban bastante alejados, a un
costado del camino, junto a un grupo de árboles pequeños. Como no
veía ningún ocupante, supuse que estaban abandonados. Más adelante,
el camino giraba de golpe a la izquierda y bajaba en círculo hasta
un ancho valle. Desde el pico alcanzaba a ver varios kilómetros más
adelante.
Frené el camión de golpe. Más o menos en la mitad del valle había
tres o cuatro vehículos militares asentados a ambos lados del
camino. Entre los camiones se veía un grupito de soldados. Me dio un
escalofrío. La ruta estaba cortada. Di marcha atrás y estacioné el
camión detrás de dos rocas grandes; bajé y regresé al promontorio
para observar de nuevo la actividad en el valle. Justo salía un
vehículo en la dirección opuesta.
De pronto oí algo a mis espaldas. Me volví con rapidez. Era Phil, el
ecologista al que había conocido en Vicente.
Él se mostró igualmente sorprendido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó mientras se precipitaba hacia
mí.
—Trato de llegar a Iquitos —respondí. Tenía una expresión llena de
angustia.
—Nosotros también, pero el gobierno se ha vuelto loco con lo del
Manuscrito. Ahora intentamos decidir si nos arriesgamos a pasar la
barrera. Somos cuatro.
Hizo un gesto hacia la izquierda. A través de los árboles, vi a
varios hombres más.
—¿Para qué vas a Iquitos? —me preguntó.
—Me propongo encontrar a Wil. Nos separamos en Cula, pero oí decir
que podría haber ido a Iquitos para buscar el resto del Manuscrito.
Me miró horrorizado.
—¡No debería hacer eso! Los militares prohibieron tener copias. ¿No
supiste lo que pasó en Vicente?
—Sí, algo, pero, ¿qué sabes tú?
—Yo no estaba, pero, por lo que sé, las autoridades irrumpieron y
arrestaron a todos los que poseían copias. Detuvieron a todos los
huéspedes, para interrogarlos. Se llevaron a Dale y a los otros
científicos. Nadie sabe qué fue de ellos.
—¿Sabes por qué el gobierno está tan alterado con este Manuscrito?
—pregunté.
—No, pero cuando me enteré de lo riesgoso que se estaba poniendo el
asunto, decidí volver a Iquitos para buscar los datos de mi
investigación y después abandonar el país.
Le conté los detalles de lo que nos había ocurrido a Wil y a mí
después de dejar Vicente, en especial lo del tiroteo en el cordón
montañoso.
—Maldición —exclamó—. ¿Y todavía sigues dando vueltas con esa cosa?
La pregunta hizo tambalear mi seguridad, pero dije:
—Mira, si no hacemos nada, el gobierno eliminará el Manuscrito por
completo. ¡El mundo no podrá conocerlo, y yo creo que las
revelaciones son importantes!
—¿Importantes como para morir por ellas? —preguntó. Nos distrajo el
ruido de unos motores. Los camiones avanzaban por el valle hacia
nosotros.
—¡Oh, diablos! —maldijo—. Aquí vienen. Antes de que pudiéramos
movemos, oímos el ruido de vehículos que se acercaban también del
otro lado. —¡Nos tienen rodeados! —gritó Phil, aterrado. Corrí hasta
el camión y metí la canasta con comida en una valijita. Tomé los
papeles que contenían el Manuscrito y también los puse en la
valija; luego lo pensé mejor y los empujé debajo del asiento.
Los ruidos se volvían más intensos, de modo que crucé el camino a la
derecha, hacia donde se había dirigido Phil. Desde lo alto de la
pendiente los veía a él y a los otros hombres apiñados detrás de un
grupo de rocas. Me escondí con ellos. Mi esperanza era que los
camiones militares pasaran y siguieran adelante. Mi camión se
hallaba fuera de la vista. Ojalá pensaran, como yo, que los otros
camiones estaban abandonados.
Los camiones que se acercaban por el sur llegaron primero y para
nuestro gran horror, se detuvieron.
—¡No se muevan! ¡Policía! —gritó una voz. Nos quedamos helados
cuando vimos que varios soldados se acercaban por detrás. Todos iban
fuertemente armados y eran muy cautos. Los soldados nos registraron
a fondo y nos quitaron todo; luego nos forzaron a regresar al
camino. Allí, docenas de soldados revisaban los vehículos. Phil y
sus compañeros fueron ubicados en uno de los camiones militares, que
arrancó rápidamente. Cuando pasaron a mi lado, pude verlo. Estaba
pálido y espectral.
Me llevaron a pie en la dirección contraria y me ordenaron que me
sentara en la cresta de la colina. Había varios soldados parados
cerca, cada uno con un arma automática al hombro. Por último, un
oficial se acercó y arrojó mis copias de las revelaciones a mis
pies. Sobre ellas apoyó las llaves del camión del padre Carl.
—¿Estas copias son suyas? —preguntó. Lo miré sin responder.
—Usted tenía estas llaves —dijo—. Dentro del vehículo encontramos
estas copias. Le pregunto otra vez: ¿son suyas?
—Creo que no voy a responder hasta no ver a un abogado —balbuceé. La
observación dibujó una sonrisa sarcástica en la cara del oficial.
Dijo algo a los otros soldados y se fue. Los soldados me llevaron a
uno de los jeeps y me ubicaron en el asiento del acompañante. Otros
dos se sentaron atrás, con las armas listas. Más soldados subieron a
un segundo camión.
Luego de una breve espera, ambos vehículos se dirigieron al norte
por el valle.
Pensamientos angustiados me llenaron la mente. ¿Adónde me llevaban?
¿Por qué me había metido en semejante situación? Qué buena la
preparación que los sacerdotes me habían dado; no había aguantado ni
un día. En el cruce, me había sentido tan seguro de estar eligiendo
el camino correcto. Esta ruta era la más atractiva, no había duda.
¿En qué me había equivocado?
Respiré hondo e intenté relajarme; me pregunté qué sucedería.
Alegaría ignorancia, pensé, y me presentaría como un turista
engañado que no pretendía hacer ningún daño. Alegaría que me había
topado con la gente equivocada. Déjenme ir a casa, pediría.
Tenía las manos apoyadas en la falda; me temblaban levemente. Uno de
los soldados que iban sentados atrás me ofreció una cantimplora de
agua y la acepté, pese a que no pude beber. El soldado era joven y
cuando le devolví la cantimplora sonrió sin rastros de malicia. Me
cruzó por la mente la imagen de Phil aterrado. ¿Qué iban a hacerle?
Se me ocurrió que el encuentro con Phil en esa colina había sido una
coincidencia. ¿Qué significaba? ¿De qué habríamos hablado si no nos
hubieran interrumpido? En realidad, todo lo que yo había hecho era
enfatizar la importancia del Manuscrito, y él, por su parte,
advertirme acerca del peligro que había allí y aconsejarme que
saliera antes de que me capturaran. Desgraciadamente, su consejo
había llegado demasiado tarde.
Durante varias horas nadie habló. El terreno era cada vez más llano.
El aire, más cálido. En un momento, el soldado joven me entregó una
lata de raciones, algo parecido a una hamburguesa; de nuevo no pude
tragar nada. Después del crepúsculo la luz se desvaneció con
rapidez.
Me dejé llevar sin pensar, mirando adelante las luces de los faros
del camión, y caí en un sueño inquieto durante el cual soñé que iba
volando. Escapaba desesperadamente de un enemigo desconocido entre
cientos de disparos, seguro de que en alguna parte había una llave
secreta que abriría un camino hacia el conocimiento y la seguridad.
En medio de uno de los estallidos gigantes, vi la llave. ¡Me
precipité para tomarla!
Me desperté sobresaltado y transpirando profusamente. Los soldados
me miraron nerviosos. Sacudí la cabeza y me apoyé contra la puerta
del camión. Durante un rato largo, miré por la ventanilla las
sombras oscuras del paisaje, luchando contra el pánico. Iba solo y
bajo vigilancia, rumbo a la oscuridad, y a nadie le preocupaban mis
pesadillas.
Alrededor de medianoche llegamos a un edificio grande, de piedra, de
dos pisos, apenas iluminado. Caminamos hasta la entrada principal
pero seguimos de largo y entramos por una puerta lateral. Unas
escaleras llevaban a un pasillo estrecho. Las paredes interiores
también eran de piedra; el techo, de troncos grandes y vigas
irregulares. Iluminaban el camino unas bombitas colgadas del cielo
raso. Pasamos por otra puerta e ingresamos en una zona de celdas.
Uno de los soldados que había desaparecido nos alcanzó, abrió una de
las puertas de las celdas y me hizo señas de que entrara.
Adentro había tres catres, una mesa de madera y un florero. Para mi
gran asombro, la celda estaba muy limpia. Al entrar, un joven
peruano, de no más de dieciocho o diecinueve años, parado detrás de
la puerta, me miró con afecto. El soldado salió y cerró la puerta.
Me senté en uno de los catres mientras el muchacho se acercaba para
encender un farol de aceite. Cuando la luz le iluminó la cara, me
di cuenta de que era indio.
—¿Hablas inglés? —pregunté.
—Sí, un poco —respondió.
—¿Donde estamos?
—Cerca de Pullcupa.
—¿Esto es una cárcel?
—No, todos estamos acá por hacer averiguaciones sobre el
Manuscrito.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunté. Me miró con sus tímidos ojos
oscuros.
—Dos meses.
—¿Qué te hicieron?
—Tratan de convencerme de que no crea en el Manuscrito y de que
convenza a todos los que tienen copias.
——¿Cómo?
—Hablándome.
—¿Sólo hablándote, sin amenazas?
—Sólo hablándome —repitió.
—¿Te han dicho cuándo van a dejarte ir?
—No.
Hizo una pausa y me miró con expresión inquisitiva.
—¿Te atraparon con copias del Manuscrito? —preguntó.
—Sí. ¿A ti también?
—Sí. Vivo cerca de aquí, en un orfanato. Mi director sacaba
enseñanzas del Manuscrito y me dejaba enseñarles a los chicos.
Él logró escapar, pero a mí me atraparon.
—¿Cuántas revelaciones viste? —pregunté.
—Todas las que se encontraron —repuso—. ¿Y tú?
—Todas, excepto la Séptima y la Octava. Tenía la Séptima pero no
conseguí leerla antes de que aparecieran los soldados. El muchacho
bostezó y me preguntó:
—¿Dormimos?
—Sí —comenté distraído—. Claro.
Me acosté en mi catre y cerré los ojos. Mi mente estaba
aceleradísima. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo había dejado que me
capturaran? ¿Podría escapar? Imaginé varias estrategias y
situaciones hasta que al final me quedé dormido.
De
nuevo soñé en forma muy vívida. Buscaba la misma llave pero esta vez
me encontraba perdido en una selva espesa. Había caminado mucho
tiempo sin rumbo, deseando hallar algún tipo de guía. En un momento
se desató una fuerte tormenta eléctrica que inundó el paisaje.
Durante el diluvio fui arrastrado barranca abajo y caí en el río,
que fluía en sentido contrario y amenazaba con ahogarme. Con todo mi
poder, luché contra la corriente durante un lapso que me pareció
durar siglos. Por último logré salir del torrente aferrándome a la
orilla rocosa. Trepé por las rocas y los acantilados escarpados que
bordeaban el río, subiendo cada vez más e internándome en zonas aún
más dificultosas. Si bien había reunido todas mis fuerzas y
habilidad para abrirme paso por los acantilados, en un momento quedé
peligrosamente pegado a la cara de la roca, sin poder avanzar. Miré
hacia abajo. Me di cuenta, lleno de estupor, de que el río contra el
cual acababa de luchar fluía hasta salir de la selva y desembocaba
en una playa y una pradera. En la pradera, rodeada de flores, estaba
la llave. Entonces me resbalé y me precipité hacia abajo hasta caer
en el río y hundirme.
Me incorporé en el catre. Me faltaba el aire. El joven indio, que al
parecer ya estaba despierto, se acercó.
—¿Qué te pasa? —me preguntó.
Tomé aire y miré a mi alrededor. Recién entonces vi dónde me
hallaba. También noté que la habitación tenía una ventana y que ya
había claridad afuera.
—Fue sólo una pesadilla —dije.
Me sonrió como si le complaciera lo que había dicho.
—LAS
PESADILLAS CONTIENEN MENSAJES IMPORTANTÍSIMOS —comentó.
—¿Mensajes? —pregunté. Me levanté y me puse la camisa. Me pareció
que lo incomodaba tener que dar explicaciones.
—LA SÉPTIMA REVELACIÓN HABLA DE LOS SUEÑOS —dijo.
—¿Qué dice?
—Dice cómo, eh...
—¿Interpretarlos?
—Sí.
—¿Qué dice al respecto?
—Que HAY QUE COMPARAR LA HISTORIA DEL SUEÑO CON LA HISTORIA DE
NUESTRA VIDA.
Pensé por un momento, sin entender muy bien qué significaba esa
instrucción.
—¿A qué te refieres con "comparar historias"? El muchacho indio
apenas me miraba.
—¿Quieres interpretar tu sueño?
Asentí y le conté qué había sentido.
Me escuchó con atención y luego me indicó:
—Compara partes de la historia con tu vida. Lo miré.
—¿Por dónde empiezo?
—Por el principio. ¿Qué hacía al comienzo del sueño?
—Buscaba una llave en una selva.
—¿Cómo te sentías?
—Perdido.
—Compara esa situación con tu situación real.
—Es posible que se relacionen —reflexioné—. Estoy buscando algunas
respuestas sobre el Manuscrito y es absolutamente cierto que me
siento perdido.
—¿Y qué más te ocurre en la vida real? —me preguntó.
—Me atraparon —dije—. Pese a todo lo que intenté hacer, me
encerraron. Lo único que me queda es tratar de convencer a alguien
de que me deje volver a mi país.
—¿Luchas para que no te atrapen?
—Por supuesto.
—¿Qué pasó después en el sueño?
—Luché contra la corriente.
—¿Por qué? —preguntó.
Empecé a captar adónde quería llegar.
—Porque en ese momento pensé que me ahogaría.
—¿Y si no hubieras luchado contra el agua?
—El agua me habría llevado hasta la llave. ¿Qué quieres decir? ¿Que
si no lucho contra esta situación tal vez encuentre las respuestas
que busco?
Nuevamente pareció incomodarse.
—Yo no digo nada. Lo dice el sueño.
Me quedé pensativo. ¿Sería correcta esa interpretación?
El indio me miró y preguntó:
—Si tuvieras que experimentar otra vez el sueño, ¿qué cambiaría?
—No me resistiría al agua, aunque me diera la impresión de que
podría matarme. Elegiría mejor.
—¿Qué te amenaza ahora?
—Supongo que los soldados. Estar detenido.
—Entonces, ¿cuál es el mensaje para ti?
—¿Crees que el mensaje de los sueños es que vea esta captura como
algo positivo?
No me respondió; se limitó a sonreír.
Yo estaba sentado en mi catre con la espalda contra la pared. La
interpretación me entusiasmaba. Si era acertada, significaba que,
después de todo, en el cruce de rutas no me había equivocado, que
todo formaba parte de lo que debían ocurrir.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Pablo —respondió.
Me presenté y le conté brevemente la historia de mi viaje a Perú y
lo que había pasado. Pablo estaba sentado en su catre, con los codos
en las rodillas. Tenía el pelo corto y negro y era muy delgado.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó.
—Para averiguar algo sobre ese Manuscrito —respondí.
—¿Por qué, específicamente? —volvió a preguntarme.
—Para averiguar qué dice la Séptima Revelación y para saber qué les
pasó a unos amigos, Wil y Marjorie. Y supongo que para averiguar por
qué la Iglesia se opone tanto al Manuscrito.
—Aquí hay muchos sacerdotes con los que puedes hablar —dijo.
Pensé un instante en lo que había dicho y pregunté:
—¿Qué más dice la Séptima Revelación sobre los sueños? Pablo me
contó que LOS SUEÑOS NOS DICEN SOBRE NUESTRA VIDA ALGO QUE SE NOS
ESTÁ PASANDO POR ALTO. Después me dijo otra cosa, pero en lugar de
escuchar me puse a pensar en Marjorie. Veía su cara muy nítida en mi
mente y me preguntaba dónde se hallaría; luego la vi corriendo hacia
mí y sonriéndome.
De pronto tomé conciencia de que Pablo había dejado de hablar. Lo
miré.
—Lo lamento, mi mente se dispersó —me excusé—. ¿Qué decías?
—Está bien —respondió—. ¿En qué pensabas?
—En una amiga.
Me miró como queriendo ahondar en el tema, pero alguien se acercó a
la puerta de la celda. A través de las barras vimos a un soldado que
corría el cerrojo.
—Es hora de desayunar —anunció Pablo. El soldado abrió la puerta y
con una seña nos indicó que saliéramos al pasillo. Pablo caminó
adelante por el corredor de piedra. Llegamos a una escalera y
subimos un piso hasta un pequeño comedor. Cuatro o cinco soldados
estaban parados en el rincón de la habitación, en tanto que varios
civiles, dos hombres y una mujer, hacían cola esperando que los
atendieran.
Me quedé paralizado. No podía creer lo que veía. La mujer era
Marjorie. Al mismo tiempo, ella me vio, se cubrió la boca con la
mano y abrió los ojos sorprendida. Eché un vistazo al soldado que se
hallaba a mis espaldas. Caminaba en dirección a otros militares que
estaban en el rincón, sonriendo despreocupado y diciendo algo en
español. Seguí a Pablo, que atravesó el salón hasta el final de la
cola.
Estaban sirviéndole a Marjorie. Los otros dos hombres fueron
charlando con sus respectivas bandejas hasta una mesa. Varias veces,
Marjorie me miró y nuestros ojos se cruzaron; nos esforzábamos por
no decir nada. Después de la segunda mirada, Pablo adivinó que nos
conocíamos y me interrogó con los ojos. Marjorie llevó su comida a
la mesa y, una vez que nos sirvieron, fuimos a sentarnos con ella.
Los soldados seguían hablando entre ellos, al parecer indiferentes a
nuestros movimientos.
—¡Qué alegría volver a verte!—exclamó Marjorie—. ¿Cómo llegaste
aquí?
—Me oculté un tiempo con unos sacerdotes —respondí—. Después salí
en busca de Wil y me prendieron ayer.
¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Desde que me encontraron en la montaña —dijo. Noté que Pablo nos
miraba intensamente, y le presenté a Marjorie.
—Supongo que ella es Marjorie —observó. Hablaron brevemente y luego
le pregunté a Marjorie:
—¿Qué más pasó?
—No mucho —repuso—. Ni siquiera sé por qué me han detenido. Todos
los días me llevan para que me interrogue uno de los sacerdotes o
uno de los oficiales. Quieren saber cuáles eran mis contactos en
Vicente, y si sé donde hay más copias.
¡Una y otra vez!
Marjorie sonrió y me pareció vulnerable, lo cual me hizo sentir otra
vez una fuerte atracción hacia ella. Me miró de soslayo. Los dos nos
reímos, callados. Hubo un lapso de silencio, en el que comimos.
Luego la puerta se abrió y entró un sacerdote, vestido formalmente.
Lo acompañaba un hombre que parecía un oficial de alto rango.
—Ése es el cura director —me informó Pablo. El oficial dijo algo a
los soldados, que chasquearon los dedos para pedir atención, y luego
él y el sacerdote atravesaron el comedor en dirección a la cocina.
El cura me miró; nuestros ojos se cruzaron durante un largo segundo.
Desvié la vista y comí un bocado tratando de no llamar la atención.
Ambos hombres siguieron hacia la cocina y desaparecieron.
—¿Ése era uno de los sacerdotes con los que hablaste? —le pregunté a
Marjorie.
—No —respondió—. Nunca lo había visto.
—Conozco a ese sacerdote—dijo Pablo—. Llegó ayer. Es el cardenal
Sebastián.
Me incorporé en la silla.
—¿Ése es Sebastián?
—Parece que has oído hablar de él —comentó Marjorie.
—Sí —respondí—. Es el principal responsable de la oposición de la
Iglesia al Manuscrito. Creí que estaba en la Misión del padre
Sánchez.
—¿Quién es el padre Sánchez? —quiso saber Marjorie. Estaba por
decírselo, cuando el soldado que nos había escoltado se acercó a la
mesa y nos ordenó a Pablo y a mí que lo siguiéramos.
—Hora de hacer ejercicio —murmuró Pablo.
Marjorie y yo nos miramos. Sus ojos revelaban ansiedad interior.
—No te preocupes —la tranquilicé—. Hablaremos en la próxima comida.
Todo estará bien.
Mientras me retiraba, me pregunté si mi optimismo era realista. Esa
gente podía hacemos desaparecer sin rastros en cualquier momento. El
soldado nos guió hasta un vestíbulo pequeño y atravesamos una puerta
que daba a una escalera exterior. Bajamos a un patio lateral rodeado
por un muro de piedra. El soldado se quedó en la entrada. Pablo me
indicó que caminara con él bordeando el patio. Mientras lo hacíamos,
Pablo se agachó varias veces para recoger algunas flores que crecían
en canteros dispuestos junto a la pared.
—¿Qué más dice la Séptima Revelación? —pregunté. Se agachó y recogió
otra flor.
—Dice que NO
SÓLO NOS GUÍAN LOS SUEÑOS. TAMBIÉN NOS GUÍAN LOS PENSAMIENTOS O LOS
ENSUEÑOS.
—Sí, el padre Carl me lo dijo. Cuéntame cómo nos guían los ensueños.
—NOS MUESTRAN
UNA ESCENA, UN HECHO, Y ESO ES UN INDICIO DE QUE ESE HECHO PODRÍA
OCURRIR. SI PRESTAMOS ATENCIÓN, PODEMOS ESTAR LISTOS PARA ESE GIRO
EN NUESTRA VIDA.
Lo miré.
—¿Sabes, Pablo? Se me presentó la imagen de que vería a Marjorie. Y
ocurrió.
Sonrió.
Me corrió un escalofrío por la espalda. Sin duda me hallaba en el
lugar correcto. Había intuido algo que se había hecho realidad.
Varias veces había pensado en volver a encontrar a Marjorie, y ahora
sucedía. Iban produciéndose coincidencias.
Me sentí más liviano.
—No me ocurre a menudo tener pensamientos que luego se hagan
realidad —observé.
Pablo miró para otra parte y después dijo:
—LA SÉPTIMA REVELACIÓN DICE QUE TODOS TENEMOS MUCHOS MÁS DE ESOS
PENSAMIENTOS DE LO QUE CREEMOS. PARA RECONOCERLOS, DEBEMOS PONEMOS
EN POSICIÓN DE OBSERVADORES. CUANDO SURGE UN PENSAMIENTO DEBEMOS
PREGUNTARNOS: ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ SE ME OCURRIÓ AHORA ESE PENSAMIENTO
EN PARTICULAR? ¿CÓMO SE RELACIONA CON MIS INTERROGANTES VITALES?
UBICARNOS EN ESA POSICIÓN DE OBSERVADORES NOS AYUDA A LIBERAR
NUESTRA NECESIDAD DE CONTROLARLO TODO. NOS COLOCA EN EL FLUJO DE LA
EVOLUCIÓN.
—¿Pero qué pasa con los pensamientos negativos? —pregunté—. ¿Esas
imágenes aterradoras de que va a ocurrir algo malo, como que alguien
a quien queremos resultará lastimado o que no lograremos algo que
deseamos mucho?
—Muy simple —repuso Pablo—. LA SÉPTIMA REVELACIÓN DICE QUE LAS
IMÁGENES DE MIEDO DEBEN SER FRENADAS EN CUANTO APARECEN. ENTONCES,
HAY QUE INTRODUCIR EN LA MENTE OTRA IMAGEN, CON UN RESULTADO BUENO.
MUY PRONTO LAS IMÁGENES NEGATIVAS CASI DEJAN DE SURGIR. LAS
INTUICIONES SE REMITIRÁN, A PARTIR DE ALLÍ, A COSAS POSITIVAS.
CUANDO, DESPUÉS DE ESTO, APARECEN IMÁGENES NEGATIVAS, EL MANUSCRITO
DICE QUE DEBEN TOMARSE CON MUCHA SERIEDAD Y NO CEDER A ELLAS. POR
EJEMPLO, SI SE TE OCURRE LA IDEA DE QUE VAS A SUFRIR UN ACCIDENTE EN
UNA CAMIONETA Y VIENE ALGUIEN Y TE OFRECE DAR UNA VUELTA EN
CAMIONETA, NO ACEPTES.
Habíamos completado una vuelta alrededor del patio y nos acercábamos
al guardia. Cuando pasamos frente a él ninguno de los dos habló.
Pablo levantó una flor y yo respiré hondo. El aire era cálido, y
húmedo y la vegetación del otro lado de la pared, espesa y tropical.
Había mosquitos.
—¡Vengan! —gritó de repente el soldado.
Nos hizo entrar y nos llevó hasta la celda. Pablo entró antes que yo
y el soldado me bloqueó el camino.
—Usted no —dijo. Luego me indicó que siguiera por el vestíbulo y
saliera por la misma puerta por la que habíamos entrado la noche
anterior. En el estacionamiento, el padre Sebastián subía en ese
momento al asiento trasero de un auto grande. Un chófer cerró la
puerta. Por un momento, Sebastián volvió a mirarme; luego se volvió
y le dijo algo al chófer. El auto arrancó.
El soldado me empujó hasta el frente del edificio. Entramos y fuimos
hasta una oficina. Me ordenaron sentarme en una silla de madera
frente a un escritorio metálico blanco. A los pocos minutos, un
sacerdote petizo y de pelo ceniciento, de unos treinta años, entró y
se sentó al escritorio sin dar muestras de notar mi presencia.
Examinó un expediente durante un rato y luego levantó la vista. Los
anteojos redondos con armazón dorada le daban un aspecto
intelectual.
—Lo arrestaron con documentos públicos ilegales —dijo a quemarropa—.
Estoy aquí para contribuir a determinar si el proceso está en orden.
Apreciaría mucho su cooperación. Asentí.
—¿Dónde consiguió las traducciones?
—No entiendo —contesté—. ¿Por qué habrían de ser ilegales las
copias de un viejo manuscrito?
—El gobierno de Perú tiene sus razones —replicó—. Por favor,
responda la pregunta.
—¿Por qué está involucrada la Iglesia? —pregunté.
—Porque el Manuscrito contradice las tradiciones de nuestra
religión —aclaró—. Deforma la verdad de nuestra naturaleza
espiritual. ¿Dónde...?
—Mire—lo interrumpí—. Estoy tratando de entender. No soy más que un
turista que se interesó en ese Manuscrito. No soy una amenaza para
nadie. Sólo quiero saber por qué es tan alarmante.
Me miró confundido, como si intentara decidir la mejor estrategia
para lidiar conmigo. Yo lo urgía conscientemente a darme detalles.
—La Iglesia considera que el Manuscrito está confundiendo a nuestro
pueblo —dijo con cautela—. Da la impresión de que las personas
pueden decidir solas cómo vivir, sin tener en cuenta las Escrituras.
—¿Qué Escrituras?
—El mandamiento de honrar al padre y a la madre, en primer lugar.
—¿A qué se refiere?
—El Manuscrito responsabiliza de los problemas a los padres, lo cual
socava la familia.
—Pensé que hablaba de acabar con los viejos resentimientos —lo
contradije—. Y de encontrar una visión positiva de nuestros primeros
años de vida.
—No —replicó—. Es engañoso. Ante todo, nunca tendría que haber un
sentimiento negativo.
—¿Los padres no pueden equivocarse?
—Los padres hacen lo que pueden. Los hijos deben perdonarlos.
—¿Pero no es eso lo que aclara el Manuscrito? ¿El perdón no surge
cuando vemos lo positivo de nuestras infancias?
Alzó la voz con rabia.
—¿Con qué autoridad habla ese Manuscrito? ¿Cómo se le puede tener
confianza?
Rodeó el escritorio y se paró a mi lado, todavía enojado.
—Usted no sabe lo que dice —afirmó—. ¿Es religioso practicante? Creo
que no. Esa es una prueba evidente del tipo de confusión que genera
el Manuscrito. ¿No entiende que en el mundo hay orden solamente
debido a la ley y la autoridad? ¿Cómo puede cuestionar a las
autoridades en este asunto?
No dije nada, lo cual pareció enfurecerlo aún más.
—Permítame decirle algo —siguió—. El delito que cometió es pasible
de años en prisión. ¿Alguna vez estuvo en una cárcel peruana? ¿Su
curiosidad yanqui ansía descubrir cómo son nuestras cárceles? ¡Yo me
encargo! ¿Entiende? ¡Yo me encargo!
Se cubrió los ojos con la mano, hizo una pausa, respirando hondo,
obviamente para tratar de serenarse.
—Estoy aquí para descubrir quién tiene copias y de dónde vienen. Se
lo preguntaré una vez más. ¿Dónde consiguió sus traducciones?
Su arrebato me había llenado de ansiedad. Con mis preguntas no
hacía más que empeorar mi situación. ¿Qué podría hacer él si yo no
cooperaba? No obstante, ¿cómo podía implicar al padre Sánchez y al
padre Carl?
—Necesito tiempo para poder contestarle —repuse. Por un momento
pensé que iba a darle otro ataque de furia.
Luego se relajó y me dio la impresión de que estaba muy cansado.
—Le daré hasta mañana a la mañana —dijo y le hizo una seña al
soldado que estaba en la puerta de que me llevara. Seguí al soldado
y fuimos directamente a la celda.
Sin decir nada, me dirigí a mi catre y me acosté, exhausto. Pablo
miraba por la ventana con barrotes.
—¿Hablaste con el padre Sebastián? —me preguntó.
—No, con otro sacerdote. Quería saber quién me dio las copias que
tenía.
—¿Qué dijiste?
—Nada. Le pedí tiempo para pensar y me dio hasta mañana.
—¿Dijo algo sobre el Manuscrito? —preguntó Pablo. Lo miré a los ojos
y esta vez no bajó la cabeza.
—Habló un poco acerca de que el Manuscrito socava la autoridad
tradicional —dije—. Después empezó a delirar y a amenazarme.
Pablo me miró sorprendido.
—¿Tenía el pelo castaño y anteojos redondos?
—Sí.
—Es el padre Costous —me informó—. ¿Qué más le dijiste?
—No acepté eso de que el Manuscrito socava la tradición
—respondí—. Me amenazó con mandarme a la cárcel. ¿Crees que lo decía
en serio?
—No lo sé —repuso Pablo. Regresó a su catre y se sentó frente a mí.
Presentí que él sabía algo más, pero yo estaba tan cansado y
asustado que cerré los ojos. Cuando me desperté, Pablo me sacudía.
—Hora de almorzar —dijo.
Seguimos a un guardia arriba y nos sirvieron un plato de carne llena
de tendones, con papas. Los dos hombres que habíamos visto más
temprano iban detrás de nosotros. Marjorie no se hallaba con ellos.
—¿Dónde está Marjorie? —les pregunté, susurrando. Ambos se
horrorizaron de que les hablara y los soldados me miraron fijo.
—No creo que hablen inglés —comentó Pablo.
—Me pregunto dónde estará mi amiga —murmuré. Pablo respondió algo,
pero una vez más no lo oí. De repente, sentí deseos de escapar y me
imaginé corriendo por una calle y atravesando un portón hacia la
libertad.
—¿En qué piensas? —preguntó Pablo.
—Fantaseaba con una fuga —respondí—. ¿Qué decías?
—Espera —me cortó Pablo—. No ahuyentes tu pensamiento. Puede ser
importante. ¿Qué clase de fuga?
—Corría por un callejón o una calle y después cruzaba un portón.
Tengo la impresión de que lograba huir.
—¿Qué piensas de esa imagen? —me preguntó.
—No lo sé. No parecía conectada lógicamente con el tema del que
hablábamos.
—¿Recuerdas qué era?
—Sí. Me preguntaba dónde estará Marjorie.
—¿No crees que hay una conexión entre Marjorie y tu pensamiento?
—No se me ocurre ningún vínculo obvio.
—¿Y algún vínculo oculto?
—No veo ninguna conexión. ¿Cómo podría relacionarse una fuga con
Marjorie? ¿Crees que ella se escapó? Se quedó pensativo.
—Tu pensamiento se refería a tu fuga.
—Sí, eso es —dije—. Tal vez voy a escaparme sin ella. —Lo miré. —Tal
vez voy a escaparme con ella.
—Yo diría más bien eso —opinó.
—¿Pero dónde está?
—No sé.
Terminamos de comer sin hablar. Tenía hambre pero la comida era muy
pesada. Por algún motivo, me sentía cansado y aletargado. El hambre
me abandonó enseguida.
Noté que Pablo tampoco comía.
—Creo que debemos regresar a la celda —dijo.
Asentí y Pablo le hizo señas al soldado para que nos acompañara.
Cuando llegamos, me estiré en mi catre y el indio se sentó,
mirándome.
—Tu energía parece baja —observó.
—Lo está —confirmé—. No sé qué me pasa.
—¿Estás tratando de incorporar energía? —preguntó.
—Creo que no —respondí—. Y esa comida no ayuda.
—Pero no necesitas mucha comida si incorporas todo.
—Agitó el brazo como para enfatizar "todo".
—Ya sé. En una situación como ésta me cuesta captar el amor que
fluye.
Me miró con ironía.
—Pero no hacerlo implica lastimarte a ti mismo.
—¿Qué quieres decir?
—TU CUERPO ESTÁ VIBRANDO EN CIERTO NIVEL. SI DEJAS QUE TU ENERGÍA
BAJE DEMASIADO, TU CUERPO SUFRE. ÉSA ES LA RELACIÓN ENTRE EL ESTRÉS
Y LA ENFERMEDAD. EL AMOR ES LA FORMA DE MANTENER LA VIBRACIÓN ALTA.
NOS CONSERVA SANOS. ASÍ DE IMPORTANTE ES.
—Dame unos minutos —le pedí.
Puse en práctica el método que me había enseñado el padre Sánchez.
Enseguida me sentí mejor. Los objetos empezaron a adquirir
presencia. Cerré los ojos y me concentré en esa sensación.
—Muy bien —aprobó Pablo.
Abrí los ojos y me dirigió una amplia sonrisa. Tenía una cara y un
cuerpo todavía aniñados e inmaduros, pero sus ojos lucían llenos de
sabiduría.
—Puedo ver cómo entra en ti la energía —dijo.
Detecté un ligero campo verde alrededor del cuerpo de Pablo. Las
nuevas flores que había puesto en el florero de la mesa lucían
radiantes.
—PARA CAPTAR LA SÉPTIMA REVELACIÓN Y ENTRAR REALMENTE EN EL
MOVIMIENTO DE LA EVOLUCIÓN, HAY QUE REUNIR TODAS LAS REVELACIONES
EN UNA FORMA DE SER —explicó. No dije nada.
—¿Puedes resumir cómo cambió el mundo para ti como consecuencia de
las revelaciones? Reflexioné un momento.
—Supongo que ME DESPERTÉ Y VI EL MUNDO COMO UN LUGAR MISTERIOSO QUE
NOS DA TODO LO QUE NECESITAMOS SI NOS ABRIMOS Y RECORREMOS EL
CAMINO.
—¿Y después qué pasa? —preguntó.
—DESPUÉS ESTAMOS LISTOS PARA EMPRENDER LA CORRIENTE EVOLUCIONISTA.
—¿Y cómo iniciamos ese proceso?
Me quedé pensando.
—MANTENIENDO FIRMES EN LA MENTE NUESTROS INTERROGANTES ACTUALES
SOBRE LA VIDA —contesté—. Y LUEGO BUSCANDO UNA DIRECCIÓN, YA SEA A
TRAVÉS DE UN SUEÑO, UN PENSAMIENTO INTUITIVO O LA FORMA EN QUE EL
AMBIENTE SE ILUMINA Y SE IMPONE.
Hice otra pausa, tratando de reunir toda la revelación y agregué:
—JUNTAMOS ENERGÍA Y NOS CONCENTRAMOS EN NUESTRAS SITUACIONES, EN LOS
INTERROGANTES QUE TENEMOS; LUEGO RECIBIMOS ALGÚN TIPO DE GUÍA
INTUITIVA, UNA IDEA RESPECTO DE ADÓNDE IR O QUÉ HACER, Y LUEGO SE
PRODUCEN LAS COINCIDENCIAS QUE NOS PERMITEN AVANZAR EN ESA
DIRECCIÓN.
—¡Sí, sí! —exclamó Pablo—. Ésa es la forma. Y CADA VEZ QUE ESAS
COINCIDENCIAS NOS CONDUCEN A ALGO NUEVO, CRECEMOS, NOS VOLVEMOS
PERSONAS MÁS PLENAS, EXISTIMOS EN UNA VIBRACIÓN MÁS ALTA.
Se inclinó hacia mí y noté la energía increíble que lo rodeaba.
Resplandecía, ya no parecía tímido, ni joven siquiera.
Estaba lleno de poder.
—Pablo, ¿qué te pasó? —pregunté—. En comparación con la primera vez
que te vi, pareces más confiado, informado y de alguna manera pleno.
Se rió.
—Cuando llegaste, había dejado que mi energía se disipara. Al
principio pensé que tal vez podrías ayudarme con mi flujo de
energía, pero me di cuenta de que todavía no habías aprendido a
hacerlo. Eso se aprende en la Octava Revelación.
Me sentí confundido.
—¿Qué fue lo que no hice?
—DEBES APRENDER QUE EN REALIDAD TODAS LAS RESPUESTAS QUE
MISTERIOSAMENTE NOS LLEGAN VIENEN DE OTRAS PERSONAS. PIENSA EN TODO
LO QUE APRENDISTE DESDE QUE ESTÁS EN PERÚ. ¿LAS RESPUESTAS NO TE
LLEGARON, ACASO, A TRAVÉS DE LAS ACCIONES DE OTRAS PERSONAS QUE
CONOCISTE MISTERIOSAMENTE?
Me quedé pensando. Tenía razón. Había encontrado a las personas
indicadas en el momento indicado: Charlene, Dobson, Wil, Dale,
Marjorie, Phil, Reneau, el padre Sánchez y el padre Carl; ahora,
Pablo.
—EL MANUSCRITO MISMO FUE REDACTADO POR UNA PERSONA —agregó Pablo—.
PERO NO TODAS LAS PERSONAS QUE ENCUENTRES POSEERÁN ENERGÍA O
CLARIDAD PARA REVELARTE EL MENSAJE QUE TIENEN PARA TI. DEBES
AYUDARLAS ENVIÁNDOLES ENERGÍA. —Hizo una pausa. —Me dijiste que
habías aprendido a proyectar tu energía hacia una planta
concentrándote en su belleza, ¿recuerdas?
—Sí.
—Bueno, debes hacer exactamente lo mismo AL PROYECTAR HACIA UNA
PERSONA. CUANDO LA ENERGÍA ENTRA EN ELLA, LA AYUDA A VER SU VERDAD.
Y LUEGO TE PUEDE DAR ESA VERDAD A TI.
"El padre Costous es un ejemplo —continuó—. Tenía un mensaje
importante para ti, que tú no le ayudaste a revelar. Trataste de
exigirle respuestas y eso creó una competencia por la energía entre
tú y él. Cuando lo sintió, el drama de su infancia, su intimidador,
copó la conversación.
—¿Qué se supone que debí decir? —pregunté.
Pablo no respondió. Volvimos a oír alguien ante la puerta. Entró el
padre Costous.
Saludó a Pablo con un movimiento de cabeza y sonrió apenas. Pablo le
dirigió una sonrisa abierta, como si el sacerdote de veras le
agradara. El padre Costous desvió la mirada hacia mí y su expresión
se endureció. La angustia me cerró el estómago.
—El cardenal Sebastián quiere verlo —me anunció—. Será trasladado a
Iquitos esta tarde. Le aconsejo que responda a todas sus preguntas.
—¿Para qué quiere verme? —pregunté.
—Porque el camión en que fue capturado pertenece a uno de nuestros
sacerdotes. Suponemos que recibió las copias del Manuscrito de él.
Que uno de nuestros propios religiosos infrinja la ley es muy serio.
—Me miró con determinación. Miré a Pablo, que me alentó a continuar.
—¿Cree que el Manuscrito está perjudicando su religión?
—le pregunté amablemente a Costous. Me miró con aire
condescendiente.
—No sólo nuestra religión; la religión de todos. ¿Cree que no hay un
plan para este mundo? Dios lo controla todo. Él determina nuestro
destino. Nuestra tarea es obedecer las leyes establecidas por Dios.
La Evolución es un mito. Dios crea el futuro como Él lo quiere.
Decir que los seres humanos pueden hacerse evolucionar a sí mismos
deja a Dios fuera de juego. Permite que las personas sean egoístas y
distantes y crean que lo importante es su evolución, no el plan de
Dios. Se tratarán unas a otras aun peor que ahora.
No se me ocurrió ninguna otra pregunta. El sacerdote me miró un
momento y me dijo, casi con gentileza:
—Espero que coopere con el cardenal Sebastián. Se volvió y miró a
Pablo, evidentemente orgulloso de la forma en que había manejado mis
preguntas. El indio se limitó a sonreír y mover la cabeza. El
sacerdote salió y un soldado cerró la puerta. Pablo se incorporó en
su catre y me miró con una actitud transformada, con una expresión
llena de confianza. Lo observé un instante y sonreí.
—¿Qué crees que acaba de pasar? —preguntó. Traté de mostrar sentido
del humor.
—¿Descubrí que mis problemas son más graves de lo que pensaba? Se
rió.
—¿Qué más?
—No entiendo adónde quieres llegar.
—¿Cuáles eran tus interrogantes cuando llegaste aquí?
—Quería encontrar a Marjorie y a Wil.
—Bueno, encontraste a uno de ellos. ¿Cuál era tu otro interrogante?
—Tenía la sensación de que estos sacerdotes estaban en contra del
Manuscrito no por maldad sino porque lo interpretaban mal. Quería
saber qué pensaban. Por algún motivo, tenía la idea de que lograría
disuadirlos de su oposición.
Al decir esto entendí de pronto adónde quería llegar Pablo. Había
conocido a Costous allí, en ese momento, para poder averiguar qué le
molestaba del Manuscrito.
—¿Y cuál fue el mensaje que recibiste? —preguntó.
—¿El mensaje?
—Sí, el mensaje. Lo miré.
—Lo que les molesta es la idea de participar en la evolución,
¿verdad?
—Sí.
—Tiene sentido —reflexioné—. La idea de la evolución física ya es
bastante mala. Pero extenderla a la vida cotidiana, a las decisiones
individuales que tomamos, a la historia misma, es inaceptable. Ellos
creen que con esta evolución los seres humanos perderán todo el
control, que las relaciones entre las personas van a degenerar. Con
razón quieren eliminar el Manuscrito.
—¿Podrías convencerlos de lo contrario? —preguntó Pablo.
—No... Quiero decir, yo mismo no sé lo suficiente.
—¿Qué se necesitaría para poder convencerlos?
—Habría que conocer la verdad. Habría que saber cómo se tratarían
los seres humanos entre sí si todos siguieran las revelaciones y
evolucionaran.
Pablo se mostró complacido.
—¿Qué? —pregunté, sonriendo con él.
—La forma en que van a actuar los seres humanos es justo el tema de
la siguiente revelación, la Octava. Tu pregunta acerca de por qué
los sacerdotes están en contra del Manuscrito ya fue contestada, y
la respuesta, a su vez, evolucionó a otra pregunta.
—Sí —concordé, absorto en mis pensamientos—. Tengo que encontrar la
Octava. Tengo que salir de aquí.
—No te apresures tanto —me advirtió Pablo—. Debes asegurarte de
captar completamente la Séptima antes de seguir adelante.
—¿Crees que la capto?—pregunté—. ¿ESTOY EN LA CORRIENTE DE LA
EVOLUCIÓN?
—LO ESTARÁS —ASEGURÓ—, SI TE ACUERDAS DE TENER SIEMPRE PRESENTES TUS
INTERROGANTES. HAY PERSONAS TODAVÍA INCONSCIENTES QUE INCLUSO
PUEDEN TOPARSE CON RESPUESTAS Y VER COINCIDENCIAS DE MANERA
RETROSPECTIVA. LA SÉPTIMA REVELACIÓN SE PRODUCE CUANDO VEMOS ESAS
RESPUESTAS NO BIEN SE PRESENTAN. ILUMINA LA EXPERIENCIA COTIDIANA.
DEBEMOS PARTIR DE LA BASE DE QUE CADA HECHO TIENE SIGNIFICADO Y
CONTIENE UN MENSAJE QUE DE ALGÚN MODO CORRESPONDE A NUESTROS
INTERROGANTES. ESTO SE APLICA EN ESPECIAL A LO QUE SOLÍAMOS LLAMAR
'COSAS MALAS'. LA SÉPTIMA REVELACIÓN DICE QUE EL DESAFÍO CONSISTE EN
ENCONTRAR LA PARTE POSITIVA EN CADA HECHO, NO IMPORTA CUÁN NEGATIVO
SEA. Al principio pensaste que ser capturado había arruinado todo.
Pero ahora ves que debías estar aquí. Aquí aguardaban tus
respuestas.
Tenía razón, pero si yo estaba recibiendo respuestas allí y
evolucionando a un nivel más alto, sin duda Pablo hacía lo mismo.
De pronto oímos que alguien venía por el pasillo. Pablo me miró con
expresión seria y agregó.
—Escucha, no olvides lo que te dije. La Octava Revelación está cerca
para ti. TIENE QUE VER CON UNA ÉTICA INTERPERSONAL, UNA FORMA DE
TRATAR A LAS PERSONAS DE MANERA QUE SE COMPARTAN MÁS MENSAJES. Pero
acuérdate de no ir tan rápido. Manténte concentrado en tu situación.
¿Cuáles son tus interrogantes?
—Quiero saber dónde está Wil —dije—. Y quiero encontrar la Octava
Revelación. Y encontrar a Marjorie.
—¿Y cuál fue tu intuición rectora en cuanto a Marjorie?
Pensé un momento.
—Que escaparía... Que escaparíamos. Oímos a alguien al otro lado de
la puerta.
—¿Y yo te transmití algún mensaje? —le pregunté a Pablo rápidamente.
—Por supuesto —respondió—. Cuando llegaste, no sabía por qué me
hallaba aquí. Sabía que tenía que ver con la transmisión de la
Séptima Revelación, pero dudaba de mi habilidad. No creía saber
suficiente. Gracias a ti, ahora sé que puedo. Ése fue uno de los
mensajes que me trajiste.
—¿Hubo algún otro?
—Sí, tu intuición de que los sacerdotes pueden ser convencidos de
aceptar el Manuscrito también es un mensaje para mí.
Eso me hace pensar que estoy aquí para convencer al padre Costous.
Cuando terminó de hablar, un soldado abrió la puerta y me hizo una
seña.
Miré a Pablo.
—Quiero decirte uno de los conceptos que menciona la próxima
revelación —me susurró.
El soldado lo miró y me tomó del brazo. Luego me hizo salir y cerró
la puerta. Mientras me conducía. Pablo miraba a través de los
barrotes.
—LA OCTAVA
REVELACIÓN ADVIERTE ALGO —gritó—. ADVIERTE QUE TU CRECIMIENTO PUEDE
DETENERSE... OCURRE CUANDO TE VUELVES ADICTO A OTRA PERSONA.
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