EL SECRETO DE SHAMBHALA
Durante horas vagamos entre los templos, buscando a la abuela de
Tashi, apresurándonos para llevar en todo momento la delantera a los
militares chinos, y observando el trabajo que estaban haciendo en
los templos. En cada uno encontramos a personas que contemplaban una
situación crítica que se desarrollaba en las culturas exteriores.
Un templo se concentraba en otros problemas relacionados con la
alienación juvenil: la proliferación de experiencias violentas
inducidas por películas y videojuegos con asesinos, que creaban la
ilusión de que podían llevarse a cabo actos violentos en momentos de
ira y luego borrarlos sin que causaran consecuencias, una falsa
realidad que constituía el núcleo de los tiroteos en escuelas.
En estas instancias, observamos mientras a los creadores de esos
juegos se les enviaba energía que surtía el efecto, lo mismo que
antes, de elevarlos a una perspectiva intuitiva más elevada con la
que podían repensar los efectos que sus creaciones surtían en los
chicos. Al mismo tiempo, se elevaba del modo similar a ciertos
padres y madres a estados de energía más alta, en que podían
investigar sus corazonadas sobre lo que hacían sus hijos y encontrar
más tiempo para modelar una realidad diferente.
Un templo se concentraba en el actual debate, dentro del campo de la
medicina, con respecto a los enfoques preventivos alternativos,
enfoques que se demostraban beneficiosos en cuanto a la eliminación
de la enfermedad y el aumento de la longevidad. Los custodios de la
medicina
—las organizaciones médicas de diversos países, los directores de
clínicas de investigación, los institutos de salud del gobierno que
distribuían grandes subvenciones, las empresas farmacéuticas—
operaban todos sobre la base de un paradigma del siglo XVIII, que
combatía los síntomas de la enfermedad sin prestar mucha atención a
la prevención.
Sus blancos eran diversos microbios, genes defectuosos y células
de tumores, y la mayoría creía que tales problemas eran resultado
inevitable de la vejez. Desde este punto de vista, la enorme mayoría
del dinero de las subvenciones iba a parar a los grandes centros de
investigación que buscaban balas mágicas: productos farmacéuticos
que podían patentarse y venderse para matar los microbios, destruir
las células malignas o reprogramar de algún modo los genes. Casi
ningún dinero se destinaba a la investigación para descubrir maneras
de mejorar el sistema inmune y prevenir tales enfermedades.
En una escena que observamos, una reunión en que conferenciaban
representantes de muchos campos médicos, algunos científicos
argumentaban que, si se pretendía solucionar alguna vez el acertijo
de la enfermedad humana —incluidas las lesiones arteriales de la
enfermedad cardiaca, los tumores cancerosos y las enfermedades
degenerativas como la artritis, el lupus y la esclerosis múltiple—,
todo el ámbito de la medicina debía cambiar su punto de vista.
Estos científicos planteaban —lo
mismo que antes lo había hecho Hanh— que la verdadera causa de todo
tipo de enfermedad era la contaminación del medio básico del cuerpo,
a través los alimentos que ingerimos y otras toxinas, que
desplazaban el cuerpo del estado sano, vibrante y alcalino de la
juventud a un estado opaco, ácido y de baja energía, que producía un
clima en el cual los microbios prosperan y comienzan a descomponer
el cuerpo en forma sistemática. Toda dolencia —afirmaban— es el
resultado de esta lenta descomposición de nuestras células por parte
de los microbios, pero éstos no nos atacan sin causa. Son los
alimentos que consumimos lo que nos predispone a estos problemas.
A las otras personas presentes en la sala les costaba aceptar estos
hallazgos. Pensaban que algo debía de estar mal. ¿Cómo podía ser tan
simple la enfermedad humana? Ellos estaban involucrados con
industrias de la salud que veían a los consumidores gastando miles
de millones de dólares en drogas complejas y cirugías caras. Las
autoridades sanitarias presentes en la sala tenían que creer que
todo esto era necesario. Algunos se hallaban consagrados a la
propuesta, cerca de ser aceptada en muchos países, de que debían
colocarse chips en todos los individuos para almacenar información
sobre salud y drogas, una capacidad de control e identificación que
también querían los servicios de inteligencia. Esa gente estaba
comprometida con su programa; sus posiciones de poder dependían de
ello, y sus medios de vida se hallaban en juego.
Además, personalmente les encantaban los alimentos que comían. ¿Cómo
podían recomendar a la gente que cambiara su alimentación, si ellos
mismos se consideraban incapaces de hacerlo? No, no podían
aceptarlo.
Aun así, los médicos de la nueva investigación continuaban
planteando su caso, sabiendo que era el momento adecuado para
cambiar el paradigma. Les pedían que observaran cómo se estaban
talando y destruyendo los bosques tropicales para criar ganado para
los países de Occidente, un problema del que cada vez más gente
tomaba conciencia.
También contribuía el hecho de que la generación nacida después de
la Segunda Guerra Mundial comenzaba a alcanzar la edad en que atacan
las enfermedades, y ya habían visto fracasar con sus padres el
establishment médico. Ahora buscaban nuevas alternativas.
Lentamente vimos que el conflicto comenzaba a moderarse en la
reunión que observábamos. Los que argumentaban a favor de los
enfoques alternativos empezaban a ser escuchados.
En otro ejemplo fuimos testigos del mismo tipo de debate en la
profesión jurídica. Un grupo de abogados urgía a que se impusieran
controles en la profesión. Durante años, abogados de buena
reputación habían visto a sus colegas comprometerse en la práctica
de urdir juicios, entrenar a los testigos para que ocultaran la
verdad, inventar defensas imaginarias e hipnotizar a los jurados.
Ahora surgía un movimiento para elevar las pautas. Ciertos abogados
argumentaban que debían avanzar a una visión más elevada de lo que
hacían, que debían comprender el verdadero papel de los abogados:
reducir el conflicto, no promoverlo.
De manera similar, varios de los templos que vimos contemplaban la
situación de la corrupción política en diversos países. Vimos
escenas de autoridades electas en Washington, D.C., debatiendo a
puertas cerradas si respaldar o no la reforma en cuanto al apoyo
financiero a las campañas electorales. Se debatía en forma especial
la capacidad de los partidos políticos de recibir cantidades
ilimitadas de contribuciones de parte de grupos de intereses
especiales y gastarlos en promociones televisivas que distorsionaban
la verdad de cualquier forma que se les antojara. La dependencia de
grandes corporaciones en cuanto a obtener estos fondos obviamente
obligaba a los políticos del partido a retribuir con ciertos
favores. Y todos lo sabían.
Estos políticos se resistían a los argumentos de los reformadores de
que la democracia jamás podría alcanzar su ideal hasta que se
basara, no en avisos de televisión distorsionados, sino en debates
públicos, en los cuales los ciudadanos pudieran juzgar tangiblemente
el comportamiento, la expresión facial y la veracidad de los
candidatos, y así utilizar su intuición para elegir al mejor.
Mientras continuábamos avanzando por los templos, se tornó claro que
todos ellos se concentraban en forma similar en alguna área en
particular de la vida humana. Vimos a muchos líderes mundiales
temerosos, incluidos los del gobierno chino, a quienes se ayudaba a
unirse a la comunidad global e implementar reformas económicas y
sociales.
Y en todos los casos se iluminaba el área de atrás de la gente
involucrada, y luego los más temerosos, dispuestos a actuar para
controlar o manipular con el objeto de asegurarse ganancia o poder
personal, poco a poco comenzaban a disminuir la obstinación de sus
posiciones.
Mientras seguíamos recorriendo el laberinto de templos en busca de
la abuela de Tashi, no cesaban de acudirme las mismas preguntas.
¿Qué estaba ocurriendo allí? ¿Cuál era la relación entre los dakini
o ángeles y las extensiones de oración que se realizaban? ¿Que sabía
la gente de los templos, que nosotros ignorábamos?
En determinado momento nos paramos frente a varios kilómetros
cubiertos de templos hasta donde alcanzaba la vista. Los senderos
iban en todas direcciones. En el fondo alcanzábamos a oír los
helicópteros. Mientras nos hallábamos allí, otro gran templo, a
ciento cincuenta metros detrás de nosotros, se derrumbó con
estrépito.
—¿Qué les sucede a las personas que están en esos templos? —le
pregunté a Tashi.
Miró fijo la columna de polvo que se elevaba de los escombros.
—No te preocupes; están bien. Pueden pasar a otro punto sin que los
vean. El problema es que su papel de enviar energía se ve
trastornado.
Nos miró a ambos.
—Si ellos no pueden ayudar con estas situaciones, ¿quién va a
hacerlo? Wil se acercó a Tashi.
—Tenemos que decidir adónde ir. No disponemos de mucho tiempo.
—Mi abuela está allá en alguna parte —dijo el chico—. Mi padre me
dijo que está en uno de los templos centrales.
Miré el laberinto de estructuras de piedra.
—No hay ningún centro físico, al menos que yo pueda ver.
—Mi padre no se refería a eso —me contestó Tashi—, sino a que la
abuela está en un templo enfocado en los temas centrales de la
evolución humana. —Mientras hablaba, escrutaba los templos a la
distancia.
—Tú puedes ver a la gente de aquí mejor que nosotros —le dije—.
¿Podrías hablarles y preguntarles adónde ir?
—Traté de hablar con ellos —respondió—, pero mi energía no es lo
bastante fuerte. Posiblemente, si pudiera quedarme aquí un rato...
Antes de que completara lo que iba a decir, cayó otro templo, esta
vez mucho más cerca.
—Tenemos que mantenernos adelante de la energía de los soldados —nos
recordó Wil.
—Espera un momento —dijo Tashi—. Creo que vi algo.
Miraba hacia el laberinto de templos. También yo escruté el
panorama, sin ver nada diferente. Cuando miré a Wil, se encogió de
hombros.
—¿Dónde? —le pregunté a Tashi.
El chico ya se dirigía por un sendero de la derecha, y nos indicó
que lo siguiéramos.
Después de caminar de prisa durante veinte minutos, nos detuvimos
frente a un templo cuya arquitectura era muy similar a la de todos
los otros, excepto que era más grande y sus piedras marrón oscuro
tenían un matiz levemente más azulado.
Tashi permaneció inmóvil, mirando directamente a la enorme puerta de
piedra.
—¿Qué pasa, Tashi? —le preguntó Wil. A lo lejos oímos un estrépito
al desmoronarse otro templo.
Tashi me miró.
—El templo de tu sueño, en el que me dijiste que encontrábamos a
alguien... ¿era azul? Contemplé de nuevo el edificio.
—Sí —respondí—. Era azul. Wil fue hasta la puerta y nos miró. Tashi
asintió y Wil empujó la enorme puerta. El templo estaba lleno de
gente. Lo mismo que antes, yo sólo podía distinguir ligeros
contornos de muchos cuerpos. Todos parecían hallarse en movimiento,
reuniéndose alrededor de nosotros, y me sentí colmado de una
característica sensación de dicha. Se movían de un modo que me dio
la impresión de que iban hacia el centro del templo. Yo mismo me
dirigí hacia allí, donde vi que se abría una ventana espacial.
Comenzamos a ver diversas escenas del Medio Oeste estadounidense,
seguidas por imágenes del Vaticano, después de Asia, todas las
cuales indicaban, en apariencia, un diálogo creciente entre las más
importantes religiones institucionales.
Observamos escenas que mostraban que se iba desarrollando una mayor
tolerancia. En el cristianismo, tanto en la tradición católica como
en la protestante, comenzaba a comprenderse que la verdadera
experiencia de conversión dentro de la cristiandad y las verdaderas
experiencias devocionales y de esclarecimiento de las religiones
orientales, el judaísmo y el Islam —la experiencia en sí— eran
exactamente lo mismo, salvo que cada religión enfatizaba aspectos
diferentes de esta interacción mística con Dios.
Las religiones orientales subrayaban los efectos de la conciencia en
sí, la experiencia de iluminación, una sensación de unión con el
universo, la liberación de los deseos del ego y un cierto desapego.
El Islam enfatizaba el sentimiento de unidad, producto de compartir
esta experiencia con los demás y el poder inherente a la acción de
grupo. El judaísmo enfatizaba la importancia de una tradición basada
en esta conexión, de la experiencia de ser elegidos, y de que cada
persona viviente es responsable de llevar adelante la evolución de
la espiritualidad humana.
El cristianismo enfatizaba la idea de que el espíritu se manifiesta
en los seres humanos no sólo como una mayor conciencia de formar
parte de Dios sino también como un yo más elevado, como que nos
volvemos una versión expandida de quiénes somos, más completa,
capaz, con una guía y una sabiduría interiores que nos conducen a
actuar, como si la personalidad de Dios, el Cristo, estuviera ahora
mirando por nuestros ojos.
En la escena que se desarrollaba ante nosotros podíamos ver los
efectos de estas nuevas tolerancia y unidad. Cada vez más se ponía
el foco en la experiencia de la conexión en sí, no en las
diferencias de énfasis. Parecía haber una creciente disposición a
resolver conflictos étnicos y religiosos, una mayor comunicación
entre líderes religiosos, y una nueva comprensión de cuán poderosa
podía ser la oración, si todos extendían sus campos en unidad
religiosa.
Mientras miraba, comprendí plenamente lo que me habían dicho tanto
el lama Rigden como Ani acerca de la unificación de la religión, de
que ello sería una señal de que comenzaban a conocerse los secretos
de Shambhala.
En ese punto cambió la escena que se veía por la ventana. Vimos
un grupo de personas que hablaban y celebraban alegremente el
nacimiento de un bebé. Todos reían y se pasaban al recién nacido de
uno a otro. Las personas eran de aspecto diferente entre sí;
representaban varias nacionalidades. Mientras yo observaba, tuve la
clara impresión de que representaban también diversas creencias
religiosas. Al mirar con más atención, distinguí a los padres del
bebé. Me resultaban conocidos. Sabía que no eran ellos, pero los
rasgos faciales de los padres eran muy similares a los de Pema y su
marido.
Me esforcé por ver, con la sensación de que ahora se nos mostraba
algo de inmensa importancia. ¿Qué era?
La escena cambió de nuevo, y de pronto estábamos mirando una región
tropical semejante al sudeste de Asia o quizá China. Lo mismo que
antes, la escena se transformó en una casa donde una cantidad de
gente, de diversa apariencia, se turnaba para sostener a un recién
nacido y brindar por los padres.
—¿No ves lo que se nos está mostrando? —me dijo Tashi—. Ahí van los
embarazos desaparecidos. Están yendo a diferentes familias de todo
el mundo. Debe de haber habido un proceso de canalización. De algún
modo los niños habían alcanzado la energía genética más elevada de
Shambhala antes de partir.
Wil tenía la vista fija en el piso, pensativo; luego nos miró a
nosotros.
—Ése es el cambio —dijo—. De eso hablaban las leyendas. Shambhala
no se muda a un solo lugar; su energía está mudándose a muchos
lugares diferentes de todo el globo.
—¿Qué? —pregunté.
Tashi me miró.
—Ya conoces la leyenda que dice que los guerreros de Shambhala
saldrán del este, derrotarán a los poderes de la oscuridad y crearán
una sociedad ideal. No sucederá con caballos y espadas, sino con el
efecto de nuestros campos extendidos, a medida que el conocimiento
de Shambhala salga al mundo. Si las personas de todas las religiones
que creen con fuerza en una conexión con lo divino evitan la oración
negativa y trabajan juntas, todos podremos usar las extensiones de
la oración para desempeñar el papel de Shambhala.
—Pero no conocemos todo lo que están haciendo —repliqué—. ¡No
conocemos el resto del secreto!
En el instante en que lo dije, la escena de la ventana espacial
cambió de nuevo. Ahora veíamos una gran extensión de montañas
cubiertas de nieve y un grupo de helicópteros militares chinos que
se dirigían hacia nosotros. Vimos más templos que comenzaban a
derrumbarse a medida que ellos se aproximaban, y adquirían la
apariencia de antiguas ruinas y luego desaparecían del todo, como
polvo. La escena cambió al exterior del edificio grande donde nos
hallábamos, y luego al interior.
Nos vimos a nosotros mismos de pie en el edificio, y todo alrededor
no había brumosos contornos de personas sino imágenes claras de
ellas. Muchas iban ataviadas con el atuendo formal de los monjes
tibetanos, pero muchas otras vestían de manera diferente. Algunos
lucían las ropas de las religiones orientales; otras, el atuendo
tradicional de los judíos jasídicos; otras aún, las túnicas y los
crucifijos del cristianismo, o los mullahs islámicos.
Una me recordó a una persona que vivía cerca de mi casa en el valle,
y mis ojos se posaron en ella. Caí en un ensueño acerca de mi hogar.
En mi mente pude ver todo con gran claridad: las montañas tal como
se las veía desde mi ventana del frente, y luego la misma vista
desde el manantial. Pensé en el sabor de esa agua. Me vi agachándome
y bebiendo.
De nuevo oímos el rugido de los helicópteros, muy cerca, y el ruido
de otro templo que se estrellaba contra el suelo.
Tashi se volvió y fue a nuestra derecha. En la escena de la ventana
espacial veíamos lo que estaba haciendo. Tashi enfrentaba a uno de
los monjes tibetanos.
—¿Quién es? —le pregunté a Wil.
—Debe de ser la abuela —respondió Wil.
Veíamos que hablaban entre sí, pero yo no podía entender las
palabras. Por fin los dos se abrazaron y Tashi volvió apresurado
hacia nosotros.
Yo seguía mirando a Tashi por la ventana, pero cuando llegó a mi
lado la escena desapareció. La ventana continuaba allí, pero las
imágenes de su interior eran borrosas, como un televisor sintonizado
en un canal inexistente.
Tashi resplandecía.
—¿No entiendes? —me dijo—. Éste es el templo - donde los han estado
observando a ti y a Wil durante todo el tiempo en que trataban de
alcanzar Shambhala. Estas personas son las que han estado utilizando
su Campo de Oración para ayudarlos. Sin ellos, ninguno de nosotros
se encontraría aquí.
Miré a mi alrededor y me di cuenta de que ya no conseguía
distinguir los contornos de ninguno de los que nos rodeaban.
—¿Adónde fueron? —grité.
—Tuvieron que marcharse —respondió Tashi, que miraba fijo la ventana
vacía que flotaba en medio de la habitación—. Ahora depende de
nosotros.
En ese momento un enorme estruendo reverberó en todo el templo y en
la parte exterior se desmoronaron varias piedras.
—¡Son los soldados! —gritó Tashi—. ¡Están aquí!
—Miraba hacia el lugar de donde venía el ruido de los helicópteros.
Sin advertencia, la ventana espacial se aclaró y pudimos ver a los
chinos que bajaban de los helicópteros ante el templo. El coronel
Chang iba al frente, dando órdenes a sus tropas. Le vimos la cara
con claridad.
—Tenemos que elevarlo con nuestros campos —dijo Wil.
Tashi hizo un gesto de aprobación y se apresuró a conducimos a lo
largo de las extensiones. Visualizamos que nuestros campos de
energía rebosaban hacia los campos de los soldados chinos, en
especial el de Chang, elevándolos a una nueva conciencia de sus
intuiciones más altas.
Mientras le observábamos el rostro, pareció que se detenía y miraba
hacia arriba, como percibiendo la energía más elevada.
Busqué con atención cualquier expresión de su yo más elevado, y noté
algo semejante a un ligero cambio en sus ojos, quizás hasta una
semisonrisa. Daba la impresión de estar mirando a sus soldados.
—Concéntrense en la cara —dije—. En la cara. Mientras lo hacíamos,
él volvió a detenerse. Uno de los soldados, en apariencia el
siguiente en la cadena de mando, se le acercó y se puso a hacerle
preguntas. Por un momento Chang ignoró al oficial más joven, pero
lentamente el subordinado ganó su atención, al tiempo que señalaba
el templo en que nos encontrábamos. Chang recobró el foco y una
expresión airada retornó a su rostro. Indicó a los soldados que lo
siguieran mientras se dirigía hacia nosotros.
—No está funcionando —dije. Wil me miró.
—Los dakini no están aquí.
—¡Debemos irnos! —gritó Tashi.
—¿Cómo? —preguntó Wil. Tashi nos miró.
—Tenemos que atravesar la ventana. Mi abuela me dijo que podíamos
partir por la ventana a las culturas exteriores. Pero sólo si
recibíamos ayuda desde ese punto para elevar la energía del otro
lado.
—¿Qué quiso decir con "ayuda"? —pregunté—. ¿Quién ayudaría?
Tashi meneó la cabeza.
—No sé.
—Bueno, tenemos que intentarlo —gritó Wil—. ¡Ya! Tashi se mostró
confundido.
—¿Cómo atravesabas las ventanas allá, en el perímetro?
—pregunté.
—Allá teníamos amplificadores —respondió—. No sé si puedo hacerlo
sin ellos. Le toqué un hombro.
—Ani dijo que cualquier persona del perímetro estaba al borde de
poder manifestar sin la tecnología. Piensa. ¿Cómo lo hacías?
Tashi se debatía.
—No sé, de veras. Era una especie de acción automática. —Calló un
instante. —Supongo que sólo esperaba que ocurriera, y sucedía al
instante.
—Hazlo, Tashi —lo urgió Wil, señalando la ventana—.Hazlo ya.
Vi que Tashi se concentraba por completo, pero enseguida me miró.
—Tengo que saber adónde quiero ir, así puedo visualizar el lugar.
¿Adónde se supone que vamos?
—Aguarda —le dije—. ¿Y el sueño que tuviste? ¿No veías agua?
Tashi pensó un momento y repuso:
—Era un lugar que daba a una fuente de agua. Un pozo, quizá, o un...
—¿Un manantial? —grité—. ¿Un manantial con un estanque de piedra?
Me miró fijo un momento.
—Creo que sí.
Miré a
Wil.
—Sé dónde es. Un manantial que queda en el cerro septentrional de
valle donde vivo. Ahí es adonde debemos ir.
En ese momento el templo volvió a sacudirse con violencia. Me
llenaron la mente imágenes del templo derrumbándose o explosiones
que nos hacían volar, pero las ahuyenté e imaginé en cambio que
conseguíamos escapar. Comencé a sentirme como mi padre, atrapado en
una batalla que no había pedido pero que, a causa de lo que estaba
en juego, no podía evitar. Sólo que la mía era una batalla de la
mente.
—Concéntrate —grité—. ¿Qué hacemos?
—Primero debemos visualizar adónde vamos —respondió Tashi—.
Descríbenos el lugar.
Me apresuré a contarles hasta el último detalle: el sendero de
la montaña, los árboles, cómo fluía el agua, el color del follaje en
esa época del año. Entonces todos tratamos de ayudar mientras Tashi
se concentraba en la imagen. Mientras observábamos, la ventana
cambió a ese mismísimo sitio. Podíamos ver con claridad el
manantial.
—¡Sí, es ése! —exclamé. Wil se volvió hacia Tashi.
—¿Y ahora qué? Tu abuela dijo que necesitaríamos ayuda.
A través de la ventana distinguimos a una persona en el fondo, y nos
concentramos en la borrosa imagen. Me empeñé en distinguir quién
era, y advertí que era un individuo joven, de la edad de Tashi.
Por fin se aclaró la imagen y reconocí de quién se trataba.
—¡Es Natalie, la hija de mi vecino! —grité, recordando mi primera
intuición de ella. Era de esta escena. Tashi esbozaba una amplia
sonrisa.
—¡Es mi hermana!
En ese momento, afuera se derrumbó otro gran pedazo del templo.
—¡Ella está ayudándonos! —gritó Wil, y nos empujó hacia la ventana—.
¡Vamos!
Con un sonido sibilante, Tashi pasó, seguido por Wil.
Justo cuando yo me aproximaba a la ventana, cayó la pared posterior
del templo y allí, del otro lado, estaba el coronel Chang.
Me volví y lo miré de soslayo; luego avancé hacia la ventana.
Su cara mostraba resolución cuando tomó de su cinto una radio de
onda corta.
—¡Ya sé adónde van! —gritó mientras comenzaba a caer el resto del
templo—. ¡Lo sé!
Cuando pasé por la ventana, mis pies aterrizaron en suelo conocido y
sentí el aire cálido en la cara. Había vuelto a casa.
Mientras echaba un vistazo alrededor, noté que Tashi y Natalie
estaban parados juntos, mirándose a los ojos y hablando con
rapidez. Sus rostros mostraban júbilo, como si acabaran de descubrir
algo. Wil se hallaba junto a ellos.
Detrás estaba el padre de Natalie, Bill, y varios otros vecinos de
toda la comunidad, incluidos el padre Brannigan, Sri Devo y Julie
Carmichael, una ministra protestante. Todos parecían ligeramente
confundidos.
Bill se me acercó.
—No sé de dónde viniste, pero gracias a Dios que estás aquí.
Señalé a los religiosos.
—¿Qué hacen todos acá?
—Natalie les pidió que vinieran. Ha estado hablando de leyendas y
mostrándonos cómo crear Campos de Oración, todo tipo de cosas... En
apariencia estas ideas simplemente le han acudido. Dijo que podía
ver lo que te estaba sucediendo, y hemos visto que alguien vigilaba
tu casa.
Miré colina arriba y estaba por decir algo, cuando Bill me
interrumpió:
—Natalie dijo también algo extraño. Dijo que tenía un Hermano.
¿Quién es el chico con el que está hablando?
—Te lo explicaré más tarde —le respondí—. ¿Quién ha estado vigilando
mi casa?
Bill no me contestó. Observaba a Wil y los demás, que venían hacia
nosotros.
En ese momento oímos vehículos que se aproximaban por la colina. Una
camioneta azul se detuvo ante mi casa. Bajaron dos hombres, que nos
vieron y fueron hasta un saliente, a unos treinta metros por encima
de nosotros.
—Son de la inteligencia china —dijo Wil—. Chang debe de haberlos
alertado. Tenemos que crear un campo.
Yo esperaba que los religiosos preguntaran de qué hablábamos, pero
en cambio hicieron gestos de aprobación. Natalie comenzó a
conducimos por las extensiones, con Tashi a su lado.
—Empiecen con la energía del creador —indicó Natalie—. Déjenla
entrar en su cuerpo y llenarlos. Déjenla emanar de lo alto de sus
cabezas y a través de los ojos. Déjenla rebosar hacia el mundo en un
Campo de Oración constante hasta que vean sólo belleza y sientan
sólo amor. En un estado de alerta intensificada, esperen que este
campo rebose e impulse los campos espirituales de los hombres que
están allá arriba, y los eleve a sus intuiciones.
En lo alto de la colina, los hombres nos miraron con aire ominoso y
comenzaron a bajar por el sendero rumbo a nosotros.
Tashi miró a Natalie y asintió.
—Ahora —comenzó Natalie— podemos dar poder a los ángeles.
Miré de reojo a Wil.
—¿Qué?
—Primero —continuó Natalie— debemos asegurarnos de que nuestros
campos estén plenamente dispuestos para entrar en los campos de los
hombres de allá arriba. Véanlo sucediendo. No son enemigos; son
personas, almas presas del miedo. Después debemos reconocer
plenamente a los ángeles, y en forma muy deliberada visualizarlos
yendo hacia los hombres.
"Luego, con todas nuestras expectativas, visualicémolos amplificando
nuestros Campos de Oración. Demos pleno poder a los ángeles para que
energicen los yoes más elevados de esos hombres más allá de lo que
podemos lograrlo nosotros solos, y los eleven hacia una conciencia
incapaz de hacer mal.
Yo no cesaba de mirar a los hombres de la colina, buscando el área
más luminosa que me indicaría la presencia de los dakini; aunque me
esforzaba por enfocar, no veía nada.
—No está funcionando —le dije a Wil.
—¡Mira! —exclamó—. Allá arriba, a la derecha. Cuando me puse a
observar comencé a detectar una luz que se aproximaba, y luego noté
que la luz rodeaba a una persona que caminaba hacia los dos hombres.
El hombre rodeado de luz vestía uniforme de subcomisario.
—¿Quién es ese oficial? —le pregunté a Bill—. Me parece conocido.
—Espera —dijo Wil—. No es una persona.
Miré de nuevo y vi que el subcomisario se ponía a hablar con los dos
hombres. La luz los rodeó y al final regresaron a su vehículo.
Aunque el oficial permaneció donde estaba, la luz se extendió hacia
ellos y rodeó la camioneta. Se marcharon enseguida.
—La extensión funcionó —dijo Wil.
En realidad yo no lo escuchaba. Mis ojos seguían fijos en el
subcomisario, que se había vuelto hacia nosotros. Era alto y tenía
cabello negro. ¿Dónde lo había visto antes?
Lo recordé cuando se marchó. Era el mismo hombre al que había visto
en la piscina de Katmandú, el primero en hablarme de la
investigación sobre el poder de la oración, el mismo al que yo
había vislumbrado en varias otras ocasiones, el que Wil había
llamado mi ángel guardián.
—Siempre han pasado por seres humanos cuando ha sido necesario
—comentó Tashi, al tiempo que se me acercaba junto con Natalie.
"Acabamos de completar la última extensión —agregó el chico—. Por
fin conocemos el secreto de Shambhala. Ahora podemos comenzar a
actuar como lo ha hecho la gente de Shambhala. Ellos han contemplado
el mundo y encontrado situaciones clave que estaban ocurriendo y
luego intercedieron no sólo con la fuerza de sus Campos de Oración
sino también con la fuerza de los reinos angélicos. Éste es el papel
de los ángeles: amplificar.
—No entiendo —dije—. ¿Por qué no funcionó cuando tratamos de
detener a Chang poco antes de atravesar la ventana?
—Yo no conocía el último paso —respondió Tashi—. No me di cuenta
de lo que estaba haciendo la gente de los templos, hasta que pude
hablar con Natalie. Habíamos elevado a Chang, lo cual era necesario,
pero no sabíamos cómo dar poder a las fuerzas angélicas para que
aumentaran nuestra energía e intervinieran. Debemos empezar por
reconocer a los ángeles, pero luego, en este nivel de energía,
TENEMOS QUE DARLES PODER PARA ACTUAR. ES PRECISO HACERLO EN FORMA
MUY INTENCIONAL. DEBEMOS PEDIRLES QUE VENGAN.
Tashi calló y miró pensativo hacia el horizonte; una sonrisa le
iluminó la cara.
—¿Qué pasa, Tashi? —le pregunté.
—Es Ani y el resto de Shambhala —dijo—. Están conectándose con
nosotros. Los siento. Pidió la atención de todos.
—Hay una cosa más que podemos hacer. Podemos dar poder a los ángeles
de una manera general para que protejan este valle.
Natalie nos condujo por el proceso de disponer un campo especial
para que fluyera de las cimas de los cerros boscosos en todas
direcciones por todo el valle, y para dar poder a los ángeles para
que nos protegieran.
—Visualicemos un ángel posado en cada cerro —nos dijo—. Shambhala
estaba siempre protegida. También nosotros podemos estar protegidos.
Todos continuamos concentrándonos en las montañas durante varios
minutos más, y luego los dos jóvenes iniciaron otra intensa
conversación entre ellos, mientras nosotros escuchábamos.
Hablaban sobre los otros chicos que habían venido a través de
Shambhala, y la necesidad de que despertaran, dondequiera que
estuvieren. Nos dijeron que los chicos que van llegando en este
momento son más poderosos que nunca antes. Son más grandes, más
fuertes, más inteligentes de una manera por entero nueva. Muchos
más que antes participan en actividades extracurriculares. Cantan,
bailan, practican una mayor variedad de deportes, hacen música,
escriben. Entre ellos son más numerosos los que desarrollan sus
talentos a una edad más temprana que en las generaciones anteriores.
—Hay un solo problema. La fuerza de su expectativa es mucho más
grande, pero todavía no han aprendido a controlar del todo los
efectos de sus pensamientos, deben aprender cómo funcionan los
Campos de Oración, y nosotros podemos ayudarlos.
Nos quedamos mirando mientras los religiosos echaban a andar hacia
la casa de Bill, junto con Natalie y Tashi, aún profundamente
sumidos en su conversación.
Me inundó un momento de escepticismo. Incluso después de todo lo
que había visto, tenía mis dudas de que los seres humanos de veras
pudiéramos dar poder a los ángeles.
—¿De veras piensas que podemos convocar a los ángeles para ayudarnos
a nosotros mismos y a los demás? —le pregunté a Wil—. ¿Se nos daría
tanto poder?
—No es tan fácil —respondió—. De hecho, es imposible que
siquiera lo intente alguien que alberga intenciones negativas. Nada
de esto funciona a menos que estemos plenamente conectados con la
energía del creador, y enviemos nuestra energía en forma muy
consciente delante de nosotros, para que toque a los demás. Si se
halla presente en nosotros la menor pizca de ego o ira, toda la
energía se derrumba y los ángeles no pueden responder. ¿Entiendes lo
que digo? Somos agentes de Dios en este planeta. Podemos afirmar y
sostener la visión de la voluntad divina, y si nos alineamos
genuinamente con ese futuro positivo, tendremos suficiente energía
de oración para pedir a los ángeles que actúen.
Asentí; sabía que tenía razón.
—¿Comprendes lo que es todo esto? —preguntó—. Toda esta información
es la Undécima Revelación. El conocimiento de los Campos de Oración
lleva a la cultura humana un paso más adelante. Cuando comprendimos
la Décima, en cuanto a que el propósito humano en este planeta era
el de crear una cultura espiritual ideal mediante el acto de
sostener la visión, algo faltaba todavía. No sabíamos con exactitud
cómo sostenerla. No conocíamos los detalles de cómo usar nuestra fe
y nuestra expectativa de manera energética.
"Ahora lo sabemos. La realidad de Shambhala, el secreto de los
Campos de Oración, nos lo ha dado. Ahora podemos sostener la visión
de un mundo espiritual y actuar de modo de producirlo a través de
nuestro poder creativo. La cultura humana no puede progresar más
hasta que utilicemos en forma consciente este poder al servicio de
la evolución espiritual. Tenemos que hacer lo que hace la gente de
los templos: disponer metódicamente nuestros Campos de Oración en
todas aquellas situaciones clave capaces de establecer una
diferencia. El verdadero papel de los medios, en especial la
televisión, es el de señalar esas áreas problemáticas. Debemos
reparar en toda discusión, todo debate científico, toda lucha que
alguien esté librando entre la oscuridad y la luz, y tomarnos tiempo
para utilizar nuestros campos.
Miró alrededor.
—Podemos hacerlo en comunidades pequeñas, iglesias, círculos de
amigos en todo el mundo. Pero... ¿y si el poder de todas las
religiones se combinara en un solo, gigantesco y unificado Campo de
Oración? En este momento el campo se encuentra fragmentado, incluso
cancelado, por la oración negativa y el odio. La gente buena deja
que sus pensamientos aumenten el mal, pues creen que no tienen
importancia.
"Pero, ¿y si eso cambiara? ¿Y si dispusiéramos un campo, más grande
que lo que nunca ha visto el mundo, que abarcara todo el planeta
para elevar a las fuerzas insidiosas de todas partes que pretenden
centralizar el poder y controlar a todos los demás? ¿Y si cada grupo
de reforma de todas las profesiones y ocupaciones supiera cómo
hacerlo? ¿Y si la conciencia del campo se difundiera hasta ese
punto?
Wil hizo una breve pausa.
—¿Y si todos creyéramos de veras en los reinos angélicos —continuó—
y supiéramos que es nuestro derecho de nacimiento darles poder? No
existiría ninguna situación que no pudiéramos afectar de inmediato.
El nuevo milenio podría ser muy diferente de como es ahora. Seríamos
verdaderamente los guerreros de Shambhala ganando la batalla de
cómo será el futuro.
Dejó de hablar y me miró muy serio.
—Es el verdadero desafío de esta generación. Si no tenemos éxito,
todos los sacrificios de las generaciones anteriores podrían haber
sido en vano. Acaso no superemos el daño ambiental que tiene lugar
hoy en día... ni los actos insidiosos de los controladores.
"Lo importante —prosiguió Wil— es comenzar a construir una red
consciente, "pensada", que vincule a los guerreros... A cada persona
que sepa conectarse con todos los demás que deseen saber.
Guardé silencio. Lo que decía Wil me hizo pensar en Yin y en los
otros que vivían bajo la tiranía china. ¿Qué había sido de él? Yo no
habría logrado llegar a Shambhala sin su ayuda. Le comenté mis
reflexiones a Wil.
—Todavía podemos encontrarlo —me respondió—. Recuerda que la
televisión es sólo la precursora del perfeccionamiento de nuestros
ojos mentales. Trata de encontrar una imagen de dónde se halla.
Intenté poner la mente en blanco, pensando sólo en Yin. En cambio,
apareció la cara del coronel, y me sobresalté. Le conté a Wil.
—Recuerda la expresión que tenía —me aconsejó Wil— cuando parecía
estar despertando, y encuentra esa expresión en la imagen.
Encontré esa expresión con mis ojos mentales, y entonces, de pronto,
la imagen cambió a Yin en una celda, rodeado de guardias.
—Vi a Yin —dije, al tiempo que extendía mi Campo de Oración y daba
poder a los reinos más elevados, hasta que la escena se volvió más
luminosa todo alrededor de él. Luego visualicé que la luz se
difundía a todos los que lo mantenían prisionero.
—Visualiza a un ángel junto a Yin —dijo Wil—... y junto al coronel.
Asentí, pensando en el código de compasión tibetano.
Wil enarcó una ceja y sonrió mientras yo volvía a concentrarme en
las imágenes. Yin se encontraría a salvo. El Tíbet acabaría por ser
libre.
Esta vez no tuve dudas.
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