MILAGROS DEL SEXTO SENTIDO
El autor no es ni un creyente ni un defensor de los «milagros»,
debido a que posee una comprensión suficiente de la naturaleza como
para saber que ésta nunca se desvía de sus leyes establecidas.
Algunas de esas leyes son tan incomprensibles que producen lo
que parecen ser «milagros». El sexto sentido es lo más cercano a un
milagro que yo haya experimentado nunca.
Esto es lo que el autor sabe: que existe un poder, o Primera Causa,
o Inteligencia, que impregna cada átomo de la materia, y abarca toda
unidad de energía perceptible para el hombre; que esa Inteligencia
Infinita convierte la semilla en roble, hace que el agua fluya
colina abajo en respuesta a la ley de la gravedad; que el día siga a
la noche, y el invierno al verano, cada uno de ellos manteniendo su
adecuado lugar y relación con el otro. A través de los principios de
esta filosofía podemos inducir a esa Inteligencia a que nos ayude en
la transmutación de los deseos en formas concretas o materiales. El
autor posee este conocimiento porque ha llevado a cabo experimentos
con él, y ha sido experimentado por él mismo.
Paso a paso, a lo largo de los capítulos precedentes, se le ha
conducido a usted hasta este último principio.
Si ha dominado cada uno de los principios precedentes, ahora estará
preparado para aceptar, sin
escepticismo,
las grandiosas afirmaciones que aquí se han hecho. Si no ha logrado
dominar los otros principios, debe hacerlo antes de poder
determinar, definitivamente, si las afirmaciones hechas en este
capítulo son hechos o sólo ficción.
Cuando pasé por el período de «adoración del héroe», me encontré
intentando imitar a aquellos a quienes más admiraba. Es más,
descubrí que el elemento de la fe con el que me dotaba para imitar a
mis ídolos me proporcionaba una gran capacidad para hacerlo con
éxito.
DEJE QUE LOS GRANDES HOMBRES LE DEN FORMA A SU VIDA
Nunca me he despojado por completo de este hábito de adorar a los
héroes. Mi experiencia me ha enseñado que lo mejor que se puede
hacer para ser en verdad grande es emular a los grandes, en
sentimientos y acciones.
Mucho antes de que hubiera escrito una sola línea para ser
publicada, o que me hubiera dedicado a pronunciar un discurso en
público, adquirí el hábito de reconfigurar mi propio carácter
tratando de imitar a los nueve hombres cuyas vida y obra me
parecieron más impresionantes. Esos nueve hombres fueron: Emerson,
Paine, Edison, Darwin, Lincoln, Burbank, Napoleón, Ford y Carnegie.
Cada noche, y durante un largo período de años, sostenía una
conferencia imaginaria con ese grupo al que yo denominaba mis
«consejeros invisibles».
El procedimiento que seguía era el siguiente. Por la noche, poco
antes de quedarme dormido, cerraba los ojos y, en mi imaginación,
veía a este grupo de hombres, sentados conmigo alrededor de mi mesa
de conferencias. Allí no sólo tenía la oportunidad de sentarme entre
quienes yo consideraba como los más grandes, sino que, en realidad,
dominaba el grupo, y actuaba entre ellos como su presidente.
Yo tenía un propósito concreto al permitir a mi imaginación asistir
a esas reuniones nocturnas. Ese propósito consistía en reconstruir
mi propio carácter de tal modo que representara un compendio de los
caracteres de mis consejeros imaginarios. Al darme cuenta, como me
sucedió a edad muy temprana, que debería superar el obstáculo de
haber nacido en un medio ambiente de ignorancia y superstición, me
asigné la deliberada tarea de renacer voluntariamente a través del
método que acabo de describir.
LA CONSTRUCCIÓN DEL CARÁCTER MEDIANTE LA AUTOSUGESTIÓN
Yo sabía, desde luego, que todos los hombres han llegado a ser lo
que son gracias a sus pensamientos y a sus deseos dominantes. Sabía
que todo deseo profundamente asentado le induce a uno a buscar una
expresión exterior a través de la cual ese mismo deseo pueda
transmutarse en una realidad. Sabía que la autosugestión es un
factor poderoso en la formación del carácter y que es, de hecho, el
único principio a través del cual se forma el carácter.
Dotado de este conocimiento acerca de los principios que rigen el
funcionamiento de la mente, me sentí bastante bien armado con el
equipo necesario para reconfigurar mi carácter. En esas reuniones
imaginarias, yo convocaba a los miembros de mi gabinete para que me
transmitieran el conocimiento que deseaba adquirir, dirigiéndome a
cada uno de ellos con palabras audibles, del siguiente modo:
«Señor Emerson, deseo adquirir de usted la maravillosa comprensión
de la naturaleza que distinguió su vida. Le pido que deje una huella
en mi subconsciente acerca de todas aquellas cualidades que usted
haya poseído, y que le permitieron comprender las leyes de la
naturaleza y adaptarse a ellas.
»Señor Burbank, le pido que me transmita el conocimiento que le
permitió armonizar las leyes de la naturaleza, y que le hizo
arrancarle sus espinas al cactus para transformarlo en alimento
comestible.
Ofrézcame acceso al conocimiento que le permitió hacer crecer dos
hojas de hierba allí donde antes crecía una sola.
»Napoleón, deseo adquirir de usted, por emulación, la maravillosa
habilidad que poseyó para inspirar a los hombres y para despertar el
mayor y más decidido espíritu de acción en ellos. También deseo
adquirir el espíritu de una fe duradera, que le permitió transformar
la derrota en victoria y superar obstáculos cada vez más grandes.
»Señor Paine, deseo adquirir de usted la libertad de pensamiento y
el valor y la claridad con los que expresar las convicciones que
tanto le distinguieron a usted.
»Señor Darwin, deseo adquirir de usted la maravillosa paciencia y la
habilidad para el estudio de la causa y el efecto, sin desviación ni
prejuicio, tan ejemplificadas por usted en el campo de las ciencias
naturales.
»Señor Lincoln, deseo introducir en mi propio carácter el agudo
sentido de la justicia, el incansable espíritu de la paciencia, el
sentido del humor, la comprensión humana y la tolerancia que fueron
sus características más distinguidas.
»Señor Carnegie, deseo adquirir de usted una comprensión completa de
los principios del esfuerzo
organizado,
que usted utilizó con tanta efectividad en la formación de una gran
empresa industrial.
»Señor Ford, deseo adquirir su espíritu de perseverancia, la
determinación, la serenidad y la confianza en sí mismo que le
permitieron dominar la pobreza y organizar, unificar y simplificar
el esfuerzo humano, para que así yo pueda ayudar a otros a seguir
sus pasos.
»Señor Edison, deseo adquirir de usted el maravilloso espíritu de fe
con el que descubrió tantos secretos de la naturaleza, y el espíritu
de herramienta inconmovible con el que, tan a menudo, extrajo la
victoria de la derrota.»
EL PASMOSO PODER DE LA IMAGINACIÓN
Mi método de dirigirme a los miembros de mi gabinete imaginario
variaban, de acuerdo con los rasgos de carácter que yo estaba más
interesado en adquirir en aquellos momentos. Estudié todo lo que se
sabía de sus vidas, y lo hice con minucioso cuidado. Después de
algunos meses de haber empleado este procedimiento nocturno, me
sentí asombrado al descubrir que estas figuras imaginarias se
convertían en aparentemente reales.
Cada uno de estos nueve hombres desarrolló características
individuales que me sorprendían. Por ejemplo, Lincoln tenía la
costumbre de llegar siempre tarde, para luego entrar de una forma
solemne donde era esperado. Siempre llevaba una expresión de
seriedad en el rostro. Raras veces le veían sonreír.
Eso no era cierto en lo que se refería a los demás. Burbank y Paine
se enfrascaban a menudo en conversaciones burlonas que a veces
parecían conmocionar a los otros miembros del gabinete. En cierta
ocasión, Burbank llegó tarde. Al hacer su entrada, apareció lleno de
entusiasmo y explicó que se había retrasado debido a un experimento
que estaba realizando, y con el que confiaba poder hacer crecer
manzanas de cualquier clase de árbol. Paine se burló de él,
recordándole que fue precisamente una manzana la que dio lugar a
todos los problemas existentes entre el hombre y la mujer. Darwin
intervino cordial, y sugirió a Paine que se dedicara a vigilar a las
serpientes pequeñas cuando acudiera al bosque en busca de manzanas,
puesto que aquéllas tenían la costumbre de desarrollarse hasta
convertirse en serpientes grandes. Emerson observó: «Si no hay
serpientes, no hay manzanas», a lo que Napoleón afirmó: «¡Sin
manzanas, no hay Estado!».
Estas reuniones se hicieron tan realistas que incluso llegué a temer
sus consecuencias, y, durante varios meses, dejé de convocarlas con
tanta frecuencia. Las experiencias eran tan extrañas que temía que,
de continuar así, pudiera perder de vista el hecho de que tales
reuniones no eran más que puras experiencias de mi imaginación.
Esta es la primera vez que he tenido el valor de mencionar mis
reuniones. Desde entonces me he mantenido en silencio con respecto
al tema, porque sabía, a partir de mi propia actitud con respecto a
estas cuestiones, que sería malinterpretado si describiera mi
experiencia insólita. Me he visto obligado ahora a verterla en la
página impresa porque me preocupa menos el «qué dirán» de lo que me
sucedía en los años que han transcurrido desde entonces.
Para no ser mal interpretado, quisiera afirmar aquí, del modo más
categórico posible, que sigo considerando las reuniones de mi
gabinete como puramente imaginarias; pero que me siento con derecho
a sugerir que, aun cuando los miembros de mi gabinete sean
ficticios, y esas reuniones existan sólo en mi propia imaginación,
me han conducido por gloriosos caminos de aventura, y han
configurado en mí un aprecio por la verdadera grandeza, han
estimulado mi comportamiento creativo y han sido siempre la
expresión de un pensamiento honesto.
RECURRA A LA FUENTE DE INSPIRACIÓN
En alguna parte de la estructura celular del cerebro se halla
localizado un órgano que recibe las vibraciones del pensamiento
habitualmente denominadas «presentimientos». Por el momento, la
ciencia no ha podido descubrir dónde se encuentra este órgano del
sexto sentido, pero eso no es importante. Sigue existiendo el hecho
de que los seres humanos reciben un conocimiento exacto a través de
fuentes que son distintas a los sentidos físicos. En general, tal
conocimiento se recibe cuando la mente se halla bajo la influencia
de un estímulo extraordinario. Cualquier emergencia que despierte
las emociones y haga que el corazón empiece a latir con mayor
rapidez de lo normal puede poner el sexto sentido en acción, y así
sucede en general.
Cualquiera que haya experimentado una situación muy próxima al
accidente mientras conducía, sabe que, en tales ocasiones, el sexto
sentido suele acudir al rescate, y ayuda a evitar el accidente por
décimas de segundo.
Todos estos hechos se mencionan con anterioridad a una afirmación
que haré ahora: durante mis reuniones con mis «consejeros
invisibles», siento que mi mente se muestra de lo más receptiva a
ideas, pensamientos y conocimientos que me llegan a través del sexto
sentido.
Ha habido un gran número de ocasiones en las que me he enfrentado a
situaciones de emergencia, algunas tan graves que mi vida llegó a
correr verdadero peligro, y en las que me he visto milagrosamente
guiado hacia la superación de esas dificultades, gracias a la
influencia de mis «consejeros invisibles».
Mi propósito original al convocar estas reuniones con seres
imaginarios fue el de impresionar mi propio subconsciente, a través
del principio de la auto sugestión, con ciertas características que
yo deseaba adquirir.
En años más recientes, mi experimentación ha adquirido una tendencia
distinta. Ahora acudo a mis consejeros invisibles para consultarles
cada problema difícil con el que debo enfrentarme, ya sea propio o
de mis clientes.
A menudo, los resultados han sido verdaderamente asombrosos, a pesar
de que no dependo por completo de esa forma de consejos.
UNA FUERZA VIGOROSA DE CRECIMIENTO LENTO
El sexto sentido no es algo que uno pueda quitarse y ponerse a
voluntad. La habilidad para usar este gran poder va creciendo con
lentitud, mediante la aplicación de los otros principios expuestos
en este libro.
No importa quién sea usted, ni cuál pueda haber sido su propósito al
leer esta obra, lo cierto es que puede aprovecharse de ella sin
llegar a comprender el principio descrito en este capítulo. Eso es
cierto, sobre todo, en el caso de que su propósito principal sea el
de la acumulación de dinero o de otras cosas materiales.
He incluido el capítulo sobre el sexto sentido porque este libro ha
sido diseñado con el propósito de presentar una filosofía completa
por la que los in dividuos puedan dirigirse para alcanzar aquello
que le piden a la vida. El punto de partida de todo logro es el
deseo. El punto final es esa rama del conocimiento que nos conduce a
la comprensión de uno mismo, de los demás y de las leyes de la
naturaleza; en definitiva, el reconocimiento y la comprensión de la
felicidad.
Esta clase de comprensión sólo se alcanza de forma completa a través
de la familiaridad y el uso del sexto sentido.
Tras acabar este capítulo, usted habrá observado que, durante su
lectura, se sentía elevado a un nivel más alto de estimulación
mental. ¡Espléndido! Vuelva a leerlo dentro de un mes y observe cómo
su mente alcanza un nivel de estimulación aún más elevado. Repita
esta experiencia de vez en cuando, sin que le preocupe lo mucho o lo
poco que aprenda en cada ocasión, y terminará por encontrarse en
posesión de un poder que le permitirá desembarazarse del desánimo,
dominar el temor, superar la dilación y utilizar la imaginación con
plena libertad. Entonces percibirá el tacto de ese «algo»
desconocido que ha sido el espíritu motivador de todo pensador,
líder, artista, músico, escritor o estadista realmente grandes.