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Conversaciones con Dios

Neale Donald

 
Neale Donald al inicio del libro, empieza relatando cómo comenzaron sus
Conversaciones con Dios, explica que en una época de profunda frustración se
sentía muy infeliz con su vida personal, profesional ,emocional y fue
entonces cuando ocurrió un hecho maravilloso para él. Cuenta que habituado
desde hacía años a escribir sus pensamientos en forma de cartas, cogió un
lápiz y un papel y comenzó a volcar sus sentimientos en éste; pero esa vez
en lugar de escribir otra carta a cualquier persona, decidió escribir una
carta a Dios "... fue una carta rencorosa, apasionada, llena de confusiones,
deformaciones y condenas. Y un montón de enojosas preguntas", asegura Neale
Donald, agregando luego "...Para mi sorpresa cuando hube acabado de
garabatear toda mi amargura, mis preguntas sin respuesta, y me disponía a
dejar la pluma, mi mano se quedó suspendida sobre le papel, como si la
sostuviera una fuerza invisible. De repente la pluma comenzó a moverse .No
sabía en absoluto lo que estaba a punto de escribir, pero parecía que iba a
acudir una idea, de modo que decidí dejarme llevar", y los que salió como
resultado fueron unas interesante Conversaciones con Dios.

En estos diálogos se insiste en el hecho de que cada ser humano se va
creando a sí mismo a través de determinas acciones y situaciones que se le
anteponen, especialmente cuando estas son difíciles; se ahonda en el tema de
que las personas no nos vamos "descubriendo" tal o cual aspecto de nuestra
alma y personalidad sino más bien nos vamos creando día a día sumidos en un
proceso individual en el que podemos evolucionar o involucionar dependiendo
del tipo de actitud, pensamiento o acción que decidamos tomar.

Es un texto sencillo pero lleno de sabiduría, que puede dar respuestas a las
más difíciles interrogantes que llevemos dentro si podemos ser capaces de
adoptar una posición abierta y respetuosa hacia el hecho de recibir ciertas
ideas en pro de una vida más armónica y feliz, plena de conocimientos y
sobretodo de evolución espiritual.


1  En la primavera de 1.992 - recuerdo que fue por Pascua -, un fenómeno
extraordinario ocurrió en mi vida. Dios empezó a hablar con usted. A través
mío.
Me explicaré.
En aquella época era muy infeliz, personal, profesional y emocionalmente,
sentía que mi vida era un fracaso a todos los niveles. Dado que, desde hacía
años, había adquirido el hábito de escribir mis pensamientos en forma de
cartas (que normalmente nunca enviaba), cogí mi fiel cuaderno de papel
amarillo tamaño folio, y empecé a volcar mis sentimientos.
Esa vez, en lugar de escribir otra carta a otra persona de la que yo
imaginaba ser una víctima, pensé que iría directamente a la fuente;
directamente al mayor "victimizador" de todos. Decidí escribir una carta a
Dios.
Fue una carta rencorosa, apasionada, llena de confusiones, deformaciones y
condenas. Y un montón de enojosas preguntas.
¿Por qué mi vida no funcionaba? ¿Qué haría que llegara a funcionar? ¿Por
qué no lograba ser feliz en mis relaciones? ¿Siempre iba a escapárseme la
experiencia de disponer de suficiente dinero? Finalmente - y sobre todo -
¿qué había hecho yo para merecer una vida de continua lucha como la que
tenía?
Para mi sorpresa, cuando hube acabado de garabatear toda mi amargura, mis
preguntas sin respuesta, y me disponía a dejar la pluma, mi mano se quedó
suspendida sobre el papel, como si la sostuviera una fuerza invisible. De
repente, la pluma empezó a moverse por sí misma. No sabía en absoluto lo que
estaba a punto de escribir, pero parecía que iba a acudir a una idea, de
modo que decidí dejarme llevar. Y lo que salió fue:
¿Realmente deseas una respuesta a todas esas preguntas, o simplemente te
estás desahogando?
Parpadeé... y entonces surgió una respuesta en mi mente. La escribí
también:
"Las dos cosas. Es verdad que me estoy desahogando; pero, si esas
preguntas tienen respuesta, ¡tan cierto es que quiero oírlas como que hay
infierno!"
Muchas cosas son ciertas... "como que hay infierno". Pero ¿no sería más
agradable que lo fueran "como que hay Cielo"?
Y escribí:
"¿Qué se supone que significa eso?"
Sin que yo lo supiera, había empezado una conversación... y, más que
escribir por mi cuenta, estaba escribiendo al dictado.
Este dictado duró tres años, y durante ese tiempo no tenía la menor idea
de cómo acabaría. Las respuestas a las preguntas que yo expresaba en el
papel no me llegaban hasta que no terminaba de escribir completamente cada
pregunta y apartaba mis propios pensamientos. A menudo las respuestas me
llegaban más de prisa de lo que podía escribir; entonces tenía que
garabatear rápidamente para no quedarme atrás.
Cuando me sentía confuso, o desaparecía la sensación de que las palabras
me llegaban de otra parte, dejaba la pluma e interrumpía el diálogo hasta
que de nuevo me sentía "inspirado" - lo siento: es la única palabra que
realmente resulta apropiada - para volver a coger mi cuaderno de papel
amarillo tamaño folio y reanudar la transcripción.
Esas conversaciones todavía duran en el momento en que estoy escribiendo
esto. Y la mayor parte se encuentra en las siguientes páginas... las cuales
contienen un asombroso diálogo que al principio no podía creer, que luego
supuse que me resultaría personalmente valioso, pero que ahora comprendo que
estaba destinado a otras personas y no sólo a mí. Estaba destinado a usted y
a cualquiera que acceda a este material, puesto que mis preguntas son
también las suyas.
Deseo que intervenga en este diálogo lo antes posible, ya que lo realmente
importante no es mi historia, sino la suya. Es la historia de su vida la que
aquí se presenta. Y si este material es importante, lo es para su
experiencia personal. De lo contrario no estaría usted aquí, con el en las
manos, en este momento.
Así pues, vamos a iniciar el diálogo con una pregunta que me había estado
formulando durante mucho tiempo: ¿cómo habla Dios, y a quién? Cuando lo
planteé, he aquí la respuesta que obtuve:
Hablo a todo el mundo. Constantemente. La cuestión no es a quién hablo,
sino quién me escucha.
Intrigado, le pedí a Dios que me lo explicara mejor. Y esto es lo que
dijo:
En primer lugar, vamos a cambiar la palabra hablar por la palabra
comunicarse. Es un término mucho mejor; resulta más completo y más
apropiado. Cuando tratamos de hablar a otros - tú a Mí, Yo a ti -,
inmediatamente nos vemos restringidos por la increíble limitación de las
palabras. Por esta razón, no me comunico únicamente con palabras. En
realidad, rara vez lo hago. Mi modo usual de comunicarme es por medio del
sentimiento.
   

El sentimiento es el lenguaje del alma.
Si quieres saber hasta que punto algo es cierto para ti, presta atención a
lo que sientes al respecto.
A veces los sentimientos son difíciles de descubrir, y con frecuencia aún
más difíciles de reconocer. Sin embargo, en tus más profundos sentimientos
se oculta tu más alta verdad.
El truco está en llegar a dichos sentimientos. Te mostraré cómo. De nuevo.
Si tú quieres.
Le dije a Dios que si quería, pero que en ese momento deseaba aún más una
respuesta completa y detallada a mi primera pregunta. He aquí lo que Dios me
dijo:
También me comunico con el pensamiento. El pensamiento y los sentimientos
no son lo mismo, aunque pueden darse al mismo tiempo. Al comunicarme con el
pensamiento, a menudo utilizo imágenes. Por ello, los pensamientos resultan
más efectivos como herramientas de comunicación que las mismas palabras.
Además de los sentimientos y pensamientos, utilizo también el vehículo de
la experiencia, que es un magnífico medio de comunicación.
Y finalmente, cuando fallan los sentimientos, los pensamientos y la
experiencia, utilizo  las palabras. En realidad, las palabras resultan el
medio de comunicación menos eficaz. Están más sujetas a interpretaciones
equivocadas, y muy a menudo a malentendidos.
¿Y eso por qué? Pues debido a lo que son las palabras. Éstas son
simplemente expresiones: ruidos que expresan sentimientos, pensamientos y
experiencia. Son símbolos. Signos. Insignias. No son la verdad. No son el
objeto real.
Las palabras le pueden ayudar a uno a entender algo. La experiencia le
permite conocerlo. Sin embargo, hay algunas cosas que uno no puede
experimentar. Por eso os he dado otras herramientas de conocimiento: son los
llamados sentimientos; y también los pensamientos.
La suprema ironía del asunto es que vosotros hayáis dado tanta importancia
a la palabra de Dios, y tan poca a la experiencia.
En efecto, dais tan poco valor a la experiencia que, cuando vuestra
experiencia de Dios difiere de lo que habéis oído sobre Dios,
automáticamente desecháis la experiencia y os quedáis con las palabras,
cuando debería ser precisamente lo contrario.
Vuestra experiencia y vuestros sentimientos sobre algo representan lo que
efectiva e intuitivamente sabéis acerca de ello. Las palabras únicamente
pueden aspirar a simbolizar lo que sabéis, y a menudo pueden confundir lo
que sabéis.
Así pues, esas son las herramientas con las que Yo me comunico; aunque no
sistemáticamente, pues ni todos los sentimientos, ni todos los pensamientos,
ni toda la experiencia ni todas las palabras proceden de Mí.
Muchas palabras han sido pronunciadas por otros en Mi nombre. Muchos
pensamientos y muchos sentimientos han sido promovidos por causas que no son
resultado directo de Mi creación. Y muchas experiencias se derivan también
de dichas causas.
La cuestión consiste en discernir. La dificultad estriba en saber la
diferencia entre los mensajes de Dios y los que proceden de otras fuentes.
Esta distinción resulta sencilla con la aplicación de una regla básica:
Vuestro Pensamiento más Elevado, vuestra Palabra más Clara, vuestro
Sentimiento más Grandioso, son siempre Míos. Todo lo demás procede de otra
fuente.
Con ello se facilita la labor de diferenciación, ya que no debería
resultar difícil, ni siquiera para el principiante, identificar lo más
Elevado lo más Claro y lo más Grandioso.
No obstante, te daré algunas directrices:
El Pensamiento más Elevado es siempre aquel que encierra alegría.
Las Palabras más Claras son aquellas que encierran verdad. El Sentimiento
más Grandioso es el llamado amor.
Alegría, Verdad, Amor.
Los tres son intercambiables, y cada uno lleva siempre a los otros. No
importa en qué orden se encuentren.
Una vez determinado, utilizando estas directrices, que mensajes son Míos y
cuáles proceden de otra fuente, lo único que falta es saber si Mis mensajes
serán tenidos en cuenta.
La mayoría de Mis mensajes no lo son. Algunos, porque parecen demasiado
buenos para ser verdad. Otros, porque parece demasiado difícil seguirlos.
Muchos, debido simplemente a que se entienden mal. La mayoría, porque no se
reciben.
Mi mensajero más potente es la experiencia, e incluso a ésta la ignoráis;
especialmente a ésta la ignoráis.
Vuestro mundo no se hallaría en el estado en que se encuentra si
simplemente hubierais escuchado a vuestra experiencia. El resultado de que
no escuchéis a vuestra experiencia es que seguís reviviéndola, una y otra
vez; puesto que mi propósito no puede verse frustrado, ni mi voluntad
ignorada. Tenéis que recibir el mensaje. Antes o después.
Sin embargo, no os forzaré. Nunca os coaccionaré; ya que os he dado el
libre albedrío - la facultad de hacer lo que queráis -, y nunca jamás os lo
quitaré.
Así pues, seguiré enviándoos los mismos mensajes una y otra vez, a lo
largo de milenios y a cualquier rincón del universo en el que habitéis.
Seguiré enviando infinitamente Mis mensajes, hasta que los hayáis recibido y
los hayáis escuchado con atención, haciéndolos vuestros.
Mis mensajes pueden venir bajo un centenar de formas, en miles de
momentos, durante un millón de años. No podéis pasarlos por alto si
realmente escucháis. No podéis ignorarlos una vez los hayáis oído
verdaderamente. De este modo nuestra comunicación empezará en serio, ya que
en el pasado únicamente Me habéis hablado, Me habéis rezado, habéis
intercedido ante Mí, Me habéis suplicado. Pero ahora puedo responderos,
siquiera sea como lo estoy haciendo en este momento.
¿Cómo puedo saber que esta comunicación procede de Dios? ¿Cómo sé que no
se trata de mi propia imaginación?
¿Qué diferencia habría?  ¿No ves que puedo utilizar tu imaginación con la
misma facilidad que cualquier otro medio? Te traeré los pensamientos,
palabras o sentimientos exactamente apropiados; y en un determinado momento,
precisamente cuando me venga bien para mi propósito, utilizaré alguna
sentencia, o varias.
Sabrás que esas palabras proceden de Mí porque tú, espontáneamente, no has
hablado nunca con tanta claridad. Si hubieras hablado ya con claridad de
tales asuntos, no te preguntarías acerca de ellos.
¿Con quién se comunica Dios? ¿ Se trata de personas especiales? ¿En
momentos especiales?
Todo el mundo es especial, y todos los momentos son buenos. No hay ninguna
persona que sea más especial que otra, ni ningún momento que sea más
especial que otro. Mucha gente decide creer que Dios se comunica de maneras
especiales y únicamente  con personas especiales. Esto libera a las masas de
la responsabilidad de escuchar Mi mensaje, y aún más de aceptarlo (esa es
otra cuestión), y les permite quedarse con lo que dicen otros. No tenéis que
escucharme, puesto que ya habéis decidido que otros Me han oído acerca de
todos  los asuntos, y tenéis que oírles a ellos.
Al escuchar lo que otras personas piensan que Me han oído decir, vosotros
no tenéis que pensar en absoluto.
Esta es la razón principal de que la mayoría de la gente eluda Mis
mensajes a nivel personal. Si uno reconoce que recibe Mis mensajes
directamente, entonces es responsable de interpretarlos. Es mucho más seguro
y mucho más fácil aceptar la interpretación de otros (aunque se trate de
otros que han vivido hace 2.000 años) que tratar de interpretar el mensaje
que uno puede muy bien estar recibiendo en este mismo momento.
No obstante, te propongo una nueva forma de comunicación con Dios. Una
comunicación de doble dirección. En realidad, eres tú quien me lo ha
propuesto a Mí, ya que he venido a ti, en esta forma, aquí y ahora, en
respuesta a tu llamada.
¿Por qué algunas personas - como, por ejemplo, Jesucristo - parecen
escuchar más lo que Tú comunicas que otras?
Porque algunas personas están verdaderamente dispuestas a escuchar. Están
dispuestas a oír, y están dispuestas a permanecer abiertas a la comunicación
aun cuando lo que oyen parezca espantoso, disparatado o manifiestamente
equivocado.
¿Debemos escuchar a Dios aun en el caso de que lo que diga nos parezca
equivocado?
Especialmente cuando parece equivocado. Si creéis que estáis en lo cierto
respecto de algo, ¿para qué necesitáis hablar con Dios?
Seguid adelante, actuando según vuestro entender. Pero observad lo que
habéis estado haciendo desde el principio de los tiempos. Y mirad cómo es el
mundo. Evidentemente, en algo habéis fallado; y es obvio que hay algo que no
entendéis. Lo que sí entendéis ha de pareceros correcto, puesto que
"correcto" es un termino que utilizáis para designar aquello con lo que
estáis de acuerdo. Por lo tanto, aquello que se os escapa aparecerá, en un
primer momento, como "equivocado".
La única manera de adelantar en esto es preguntándose a sí mismo: "¿Qué
pasaría si todo lo que considero "equivocado" fuese realmente "correcto"?".
Todos los grandes científicos conocen esta pregunta. Lo que hace el
científico no es simplemente trabajar; el científico cuestiona todos los
presupuestos y principios. Todos los grandes descubrimientos han surgido de
la voluntad, de la capacidad, de no estar en lo cierto. Y eso es lo que se
necesita en este caso.
No podéis conocer a Dios hasta que hayáis dejado de deciros a vosotros
mismos que ya conocéis a Dios. No podéis escuchar a Dios hasta que dejéis de
pensar que ya habéis escuchado a Dios.
No puedo deciros Mi Verdad hasta que vosotros dejéis de decirme las
vuestras.
Pero mi verdad acerca de Dios procede de Ti.
¿Quién lo ha dicho?
Otros.
¿Qué otros?
Predicadores. Vicarios. Rabinos. Sacerdotes. Libros. ¡La Biblia, por amor
de Dios!
Esas no son fuentes autorizadas.
¿No lo son?
No

Entonces, ¿ que hay que sí lo sea?
Escucha tus sentimientos. Escucha tus Pensamientos más Elevados. Escucha a
tu experiencia. Cada vez que una de estas tres cosas difiera de lo que te
han dicho tus maestros, o has leído en tus libros, olvida las palabras. Las
palabras constituyen el vehículo de Verdad menos fiable.
Hay tantas cosas que quiero decirte, tantas cosas que deseo preguntarte,
que no sé por donde empezar.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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