Las uvas no siempre
están maduras.
Los sepultureros no siempre están ociosos y no
siempre reina la paz.
Ahora, lamentablemente, reconozco otra verdad. A pesar de que ya
he
saboreado el embriagador vino del éxito, gracias a estos
pergaminos, sé que
no puedo esperar que durante el resto de mis
días caminaré sobre las cimas
de las montañas. No importa lo
mucho que los intente, lo mucho que persista
y sobresalga en el
trabajo que he elegido, aun así habrá días y semanas y
meses en
que todo lo que intente dé por resultado frustraciones y fracasos.
Todos nosotros, incluso los más poderosos y heroicos, pasamos muchos
de
nuestros días viviendo con el temor al fracaso.
¿Poseemos
sacos de oro y piedras preciosas?
No son suficientes; otros
tienen más. ¿Nos sentimos protegidos y a salvo?
¿A salvo de qué?
¿De enfermedades? ¿Del desempleo? ¿De robos? ¿Tenemos muchos amigos
y una
familia que nos amen? ¿Podremos confiar siempre en la
amistad? ¿Perdurará el amor
de los demás sobre nosotros?
El temor a la adversidad, que conduce al fracaso, proyecta una
terrible
sombra sobre todos los días de nuestra vida. Su forma y
sus colores son muy
variados, imaginarios y reales, confundidos y
claros, temporales y
permanentes. La adversidad aterroriza al
trabajador que lucha por conservar
su trabajo, al padre que reza
por que pueda alimentar a su familia, al
comerciante que espera
vender su mercancía, al soldado que guía a otros en
la batalla.
Tortura a todos por igual, a príncipes y mendigos, a sabios y
necios, a
santos y criminales.
Antes no sabía cómo
enfrentarme a la realidad, y las heridas que recibía de
mis
derrotas eran lo bastante severas para nublar mis esperanzas y
destruir
mi ambición. ¡Pero ahora ya no será así! Esta es una
nueva vida y ahora ya
conozco el secreto de sacar el mejor
partido de mis derrotas siempre que
caigan sobre mi.
Siempre buscaré la semilla del triunfo en todas las adversidades.
No hay mejor escuela que la adversidad. Todas derrota, toda
angustia, toda
pérdida, contiene su propia semilla, su propia
lección sobre las forma de mejorar
mi desempeño la próxima vez.
Jamás volveré a contribuir a mi propia caída,
rehusándome a
enfrentarme a la verdad y a aprender de mis pasados errores.
La
experiencia es el más valioso extracto del sufrimiento y, no
obstante,
una de las condiciones más terribles de esta vida es
que no es posible
transferir su sabiduría a los demás. Todos
deben asistir a su propia
escuela, y las lecciones siempre son
diferentes para cada persona. No hay
otra forma. Sin embargo, la
adversidad siempre es el primer sendero que
conduce hacia la
verdad, y yo estoy preparado para aprender cualquier cosa
que
necesite saber con objeto de mejorar la condición de mi vida.
Siempre buscaré la semilla del triunfo en todas las
adversidades.
Ahora estoy mejor preparado par enfrentarme a cualquier
adversidad. Por vez
primera me doy cuenta de lo veloz que pasan y
dejan de ser todos los hechos
y acontecimientos, buenos y malos,
grandes y pequeños. Todas las cosas de
la vida no sólo se
encuentran en un constante estado de cambio, sino que,
además,
son la causa de un cambio constante e infinito unas en otras.
Cada día me encuentro parado en un angosto reborde. Detrás de mí se
encuentra el insondable abismo del pasado. Frente a mí está el
futuro,
que devorará todo lo que me acontezca el día de hoy. No
importa lo que
el destino me depare, sé que lo saborearé o lo
sufriré sólo durante un tiempo
muy breve. Son tan pocos los que
comprenden esta verdad tan obvia,
mientras que el resto permite
que sus esperanzas y sus metas se desvanezcan
tan pronto como lo
hiere la tragedia.
Esas desafortunadas personas llevan consigo,
hasta que mueren,
su propio lecho de espinas y todos los día
miran hacia los demás en
busca de simpatía y atención. La
adversidad jamás destruirá a la persona
que tiene valor y fe. A
todos nos someten a una prueba en el horno del
desastre y no
todos salimos de él. Yo sí lograré salir. El oro puede
permanecer
un mes sobre ardientes carbones sin perder un solo gramo, y yo
soy más valioso que cualquier oro.
Siempre buscaré las
semillas del triunfo en todas las adversidades.
Ahora puedo ver que la adversidad tiene muchos beneficios, muy
poco
reconocidos. Es la única balanza en la cual puedo pesar a
todos aquellos
que profesan ser mis amigos, y enterarme de la
verdad. También es el estado
en el cual puedo familiarizarme con
mayor facilidad con mi yo interno y
posee la maravillosa
capacidad de sacar a relucir los talentos que hay en
mí, los
cuales en circunstancias prósperas es probable que hubiesen
permanecido inactivos.
La adversidad nos acompaña desde que nacemos hasta nuestra
sepultura.
La gema no puede pulirse sin tallarla y yo no puedo
perfeccionarme sin
pruebas. Reconozco que me ha hecho bien
sentirme tostado por el calor y
empapado por la lluvia de la vida
y, no obstante, debo confesar que todas
las adversidades que he
sufrido han ido seguidas de mis gritos de cólera y
resentimiento
contra el cielo. ¿Por qué Dios tenía que hacerme algo tan
terrible? ¿Por qué Dios me privó de una cosa y otra, cuando era tan
importante par mí?
Ahora sé que hay otras épocas en la vida en que las
oportunidades de ser y
de hacer, se reúnan con tanta abundancia
alrededor de mi espíritu como
cuando tiene que sufrir una cruel
adversidad. Entonces, todo depende de si
levanto la cabeza o la
bajo pidiendo ayuda. Si recurro a simples recuerdos
y trucos, la
oportunidad se habrá perdido para siempre y yo no resultaré
más
rico ni más grande, más bien quizá más duro, más pobre y más pequeño
por mi dolor. Pero si me vuelvo hacia Dios, y lo haré de aquí en
adelante,
cualquier momento de adversidad puede transformarse en
un triunfante punto
crucial de mi vida.
Siempre buscaré la
semilla del triunfo en todas las adversidades