A partir de
hoy, uno debe tratar a todas las personas que encuentre, sean amigas
o enemigas, conocidas o extrañas, como si fueran a morirse a
medianoche. No importa qué tan trivial sea el contacto, Hay que
brindar a cada persona toda la atención, amabilidad comprensión y
afecto que uno pueda mostrar, y hay que hacerlo sin pensar en
ninguna recompensa. Su vida nunca volverá a ser igual.
Al igual que las reglas de cualquier juego, todas las reglas de la
vida se relacionan entre sí.
Cuando se siguen las indicaciones de una regla, ésta lo llevará a la
siguiente y así sucesivamente, pero ahora uno está comenzando a
jugar el juego de la vida como debe jugarse. Vivir cada día como si
fuera el único que uno va a tener es, de hecho, uno de los
principios supremos para una existencia dichosa y con éxito. Sin
embargo, he aquí una regla asociada que es exactamente igual de
poderosa y productiva pero que, a diferencia de la otra, muy poca
gente la conoce.
Mientras se vive cada día como si fuera el único que se va a tener,
hay que comenzar a tratar a todos los que encuentre - su familia,
vecinos, compañeros de trabajo, los desconocidos, los clientes,
incluso los enemigos, si se tienen - como si de cada una de esas
personas se conociera un secreto profundo y oscuro: ¡que todos están
viviendo también su último día en este mundo y morirán a media
noche!
Ahora bien, amigo lector, ¿cómo se imagina que trataría a todos los
que encuentre el día de hoy si supiera que se van a ir para siempre
cuando acabe el día? Usted lo sabe. Con más consideración, atención,
ternura y afecto de lo que nunca antes les haya brindado. ¿Y cómo se
imagina que reaccionará ante su amabilidad? Por supuesto. Con más
consideración, amabilidad, cooperación y afecto de lo que usted haya
recibido de otras personas en el pasado. Siga haciendo lo mismo, día
tras día, ¿Y cómo se imagina que será su futuro, si lo llenó con ese
tipo de amor desinteresado? Ya está sonriendo. Usted conoce la
respuesta, amigo lector.
Hace años, cuando se enviaba a los autores a un recorrido
publicitario para hacer la promoción de sus libros en la radio, la
televisión y la prensa, lo hacían más por su cuenta, a diferencia de
lo que ocurre hoy en día cuando literalmente son llevados de la mano
de ciudad en ciudad y de entrevista en entrevista, por
representantes de la editorial en cada ciudad. En esos "viejos
tiempos", nuestros editores nos enviaban por correo boletos de avión
más las reservaciones de hotel y un programa de nuestras
presentaciones de cada ciudad. Era entonces responsabilidad del
autor trasladarse a los aeropuertos y hoteles y tomar taxis para ir
de una entrevista a la siguiente. Si uno tenía siete u ocho
compromisos al día, lo cual no era desusado, y las entrevistas se
repartían en el tiempo y la distancia, como ocurría en Los Ángeles,
se volvía un desafío supero a la propia resistencia y agilidad el
simple hecho de llegar a tiempo de una cita a la siguiente.
Este día memorable sucedió en Nashville hace varios años, cuando
realizaba un recorrido. Un joven chofer negro me llevó desde mi
hotel hasta la estación de televisión WSM donde me iba a presentar
en The Noon Show. Como el viaje tomaba algo de tiempo, comenzamos a
conversar, y el conductor, cuyo nombre me lo aprendí, era Raymond
Bright, parecía fascinado por el hecho de que su pasajero iba a
salir en televisión.
Mi programa impreso tan detallado me informaba que este programa se
transmitía en vivo, con público en el estudio, y que tenía un
formato muy similar al de The Tonight Show, incluso contaba, con su
propia banda y tal vez uno o dos cantantes. Mientras nos
aproximábamos al hermoso edificio, mi taxista dejo en voz alta:
-¡Esa de allí es la mejor estación del Nashville!Tal vez se debió a
que la regla de tratar a los demás con afecto y atención como si
fueran a morir a medianoche, seguía estando fresca en mi mente ya
que la había mencionado extensamente en varios programas el día
anterior, el hecho es que, cuando le estaba pagando a Ray, le
pregunté impulsivamente:
-¿Alguna vez ha visto como se hace un programa de televisión?
- No, señor.
- Pues bien... si dispone usted de una hora o algo así, y está bien
que me cobre la espera,
¿por qué no entra conmigo para que me vea hacer el tonto?
Me miró con ojos de asombro:
-¿De veras?
- Claro, y luego que termine, me puede llevar al centro, a la
librería Cokesbury, donde voy a firmar autógrafos a la una y media.
De un salto, Raymond subió de nuevo en su taxi, levantó la
banderilla amarilla de taxímetro, lo que significaba que no me
estaba cobrando nada, y volvió a salir. Dentro de la estación, le
presenté mi nuevo amigo a un sorprendido Teddy Bart, el conductor
del programa y a Elaine Ganick, la productora, quienes nos
condujeron al estudio iluminado donde la banda ya estaba afinando.
Ray fue llevado a un asiento en primera fila, y mientras yo salía a
ponerme de acuerdo con Teddy y Elaine sobre qué era lo que íbamos a
conversar, el taxista veía admirado a la banda que repasaba sus
números mientras las cámaras de televisión y los micrófonos pasaban
de un lado a otro en un ensayo final.
Cuando terminó el programa, nos fuimos a toda prisa a la librería
del centro. Después de esto, le dije a Ray que me estaba muriendo de
hambre y me llevó a almorzar a lo que denominó "mi sección de la
ciudad", y aunque yo era el único blanco en ese sitio, las
hamburguesas fueron las mejores que he comido. Cuando llegó el
momento de pagar, empecé a buscar mi cartera pero un brazo fuerte me
lo impidió. Ray iba a pagar, y no había más que decir. Nada de
discusión. Me llevó a otros dos programas de radio, me esperó, me
llevó de regreso al hotel a recoger mis cosas y luego me transportó
al aeropuerto.
En el camino, mientras comenzaba a dormitarme en el asiento trasero,
escuché su voz
profunda:
- Señor Og (para entonces me llamaba como me habían estado llamado
antes los conductores de los programas de radio)... Señor Og, nunca
voy a olvidar este día mientras viva.
- Por qué, Ray?
- Porque hoy, por primera vez en mi vida, me siento importante.
En todo el camino al aeropuerto, una que otra vez veía esos grandes
ojos marrón que se me quedaban viendo por el espejo retrovisor y lo
oía repetir, una y otra vez: ¡Usted me hizo sentir importante! En el
aeropuerto, Ray saltó del taxi y llevó mis maletas al sitio donde se
registra el equipaje.
Luego le pagué y se me acercó y me abrazó - lo que sorprendió a unos
cuantos mirones mientras gruesas lágrimas le corrían por las
mejillas.
- Lo amo, señor Og
- murmuró.
- Y yo a usted también, Ray
- repuse con voz ronca.
Muerto a media noche. Una visión que procede a una nueva forma de
tratar a todos los que uno encuentra. Realmente es fácil de hacer y
lo que uno recibe en retribución puede cambiar su vida para siempre
¡Inténtelo, amigo lector!
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