Uno no debe permitir nunca que nadie le eche a perder su desfile y
de esa manera arroje una sombra de tristeza y derrota en todo el
día. Hay que recordar que no se requiere nada de talento, ni
abnegación, ni inteligencia, ni carácter, para estar en el equipo de
los que encuentran fallas. Nada externo puede tener poder sobre una
a menos que uno lo permita. El tiempo es demasiado precioso para
sacrificarlo en días desperdiciados combatiendo las fuerzas
rastreras del odio, los celos y la envidia. Usted debe proteger
cuidadosamente su frágil vida. Únicamente Dios puede crear la forma
de una flor, pero cualquier niño puede hacerla pedazos.
La vida, según nos dijo Montaigne, es algo tierno que puede
lastimarse con facilidad. Siempre hay algo que puede marchar mal. A
menudo, los contratiempos más ligeros y pequeños son los más
inquietantes y, al igual que las letras pequeñas son las que más nos
cansan los ojos, estas pequeñas vejaciones son las que más nos
perturban y ensombrecen nuestro día, si lo permitimos.
Los humanos somos animales extremadamente frágiles. Podemos
despertar con una canción en los labios y una gozosa anticipación de
las horas por venir en nuestros corazones, y luego permitimos que
palabra severas de otro humano o el embotellamiento del tránsito, o
el derrame de una taza de café nos arruinen todo el día.
Uno no debe permitir nunca que nadie, ni nada, le arruine su
desfile. Siempre habrá detractores, críticos o cínicos que sienten
envidia de uno, de sus habilidades, de su trabajo y de su manera de
vivir. No hay que tomarlos en cuenta. Son como una campana en un
paso elevado, que tañe con durezas y en vano mientras pasa rugiendo
el tren. Las horas y los días de uno son demasiado valiosos para
molestarse con este grupo de envidiosos que nunca ven una buena
cualidad en ningún ser humano pero que nunca dejan de ver una mala
cualidad.
Son búhos humanos, vigilantes en la oscuridad y ciegos en la luz, al
acecho de sabandijas pero incapaces de ver una buena presa.
Nadie puede nunca distraernos de ser felices o hacer lo mejor que
podemos hacer... a menos que le demos permiso para ello. Hay que
recordar que quien puede reprimir una ira momentánea puede impedir
todo un día de tristeza.
Las pequeñas aventuras y los comentarios hirientes de cada día, si
se les toma mucho en cuenta y se les magnifica, pueden hacerle un
gran daño a uno, pero si uno los pasa por alto y los saca de su
mente, gradualmente pierden toda su fuerza. Los detractores están en
todas partes. Hay que recordar que la envidia, al igual que el
gusano, siempre se siente atraída por la mejor manzana. Franklin
dijo una vez que quienes se desesperan por alcanzar la distinción
con sus propios esfuerzos, se sienten felices cuando es posible
rebajar a otros a su nivel.
Uno no puede progresar en la vida si vive como ermitaño, así es que
hay que entrar en contacto con el mundo y su desfile de desventuras
y críticas, pero sin permitir nunca que le echen a perder su
desfile. Hay que alejarse de los envidiosos.
Nunca debe responderse a su envidia y veneno con la misma moneda.
Debe tenerse presente que incitar el fuego para el enemigo equivale
a quemar toda la casa para deshacerse de una rata. No hay que
rebajarse nunca a su nivel. Boooker T. Washington, quien se elevó
desde la situación degradante y desesperada de la esclavitud, nos
dio a todos una lección especial sobre cómo vivir una vida mejor
cuando escribió:
"No permitiré que nadie rebaje mi alma haciéndome odiarlo". Piense
usted, amigo lector, en estas palabras la próxima vez que alguien
trate de rebajarlo hasta su nivel.
Nada externo puede tener poder sobre mí. Deje que este sea su lema,
al igual que fue el de Walt Whitman, y con él se mantendrá tranquilo
a lo largo de cualquier día.
Hace muchos años, un domingo muy temprano, estaba sentado en una
cafetería tejana precisamente en las afueras de El Paso; disfrutaba
mi desayuno y también me divertía con una camarera vivaz animada de
rubia cabellera que sonreía y bromeaba con todos los clientes
mientras corría de mesa en mesa con las órdenes. Era alguien que
evidentemente disfrutaba su trabajo y su vida, y su actitud era
contagiosa. Esa mañana, todos nos sentimos un poco mejor gracias a
ella.
Mientras me tomaba mi segunda taza de café, pensando en el largo
viaje que me esperaba, un hombre de edad con un portafolios abultado
se dejó caer en el siguiente banquillo, echó un rápido vistazo a la
carta e hizo señas a nuestra pequeña camarera. Ella se le acercó
contoneándose, le lanzó su mejor sonrisa tejana y le dijo:
- Lindo día, ¿verdad?
El viejo caballero torció la boca y le contestó con un gruñido:
- ¿Qué tiene de lindo?
La sonrisa de la bella rubia no se inmutó:
- Vaya, señor, nada más intente perderse algo de un día como éste,
¡y ya verá!
Uno controla su vida. Si alguien le echa a perder su desfile y le
arruina el día, es únicamente porque uno lo permitió. Nunca más, ¿de
acuerdo?
|
|