CAPÍTULO SIETE
DE LAS RELACIONES ADICTIVAS A LAS RELACIONES ILUMINADAS
PRACTICANDO EL PODER
DEL AHORA
ENSEÑANZAS, MEDITACIONES Y EJERCICIOS
ESENCIALES
EXTRAÍDOS DE “EL PODER DEL AHORA”
ECKHART TOLLE |
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RELACIONES DE AMOR-ODIO
A menos que accedas a la
frecuencia consciente de la presencia, todas las relaciones, y en
particular las relaciones íntimas, acabarán fracasando y siendo
disfuncionales. Puede que parezcan perfectas durante un tiempo, mientras
estás «enamorado», pero esa perfección se altera invariablemente a
medida que van produciéndose discusiones, conflictos, insatisfacciones y
violencia emocional o incluso física..., momentos de tensión que suceden
con creciente frecuencia.
Parece que la mayoría de las
«relaciones amorosas» pasan a convertirse muy pronto en relaciones de
amor-odio. En ellas, el amor puede dar paso en un abrir y cerrar de ojos
a una agresividad salvaje, a sentimientos de hostilidad o a la total
ausencia del afecto. Esto se considera normal.
Si en tus relaciones
experimentas tanto un sentimiento de «amor» como su opuesto
—agresividad, violencia emocional, etc.—, entonces es muy probable que
estés confundiendo el apego adictivo del ego con el amor. No puedes amar
a tu compañero o compañera un momento y atacarle al siguiente. El
verdadero amor no tiene opuesto. Si tu «amor» tiene un opuesto, entonces
no es amor, sino la intensa necesidad del ego de una identidad más
completa y profunda, necesidad que la otra persona cubre temporalmente.
Este es el sustituto de la salvación que propone el ego, y durante un
breve episodio parece una verdadera salvación.
Pero llega un momento en que
tu pareja deja de actuar de la manera que satisface tus demandas, o más
bien las de tu ego. Los sentimientos de miedo, dolor y carencia, que son
parte intrínseca del ego pero habían quedado tapados por la «relación
amorosa», vuelven a salir a la superficie.
Como en cualquier otra
adicción, pasas buenos momentos cuando la droga está disponible, pero,
invariablemente, acaba llegando un momento en el que ya no te hace
efecto.
Por eso, cuando los
sentimientos dolorosos reaparecen los sientes con más intensidad que
antes y, lo que es peor, ahora percibes que quien los causa es tu
compañero o compañera. Esto significa que los proyectas fuera de ti y
atacas al otro con toda la violencia salvaje de tu dolor.
Tu ataque puede despertar el
dolor de tu pareja, que posiblemente contraatacará. Llegados a este
punto, el ego sigue esperando inconscientemente que su ataque o sus
intentos de manipulación sean castigo suficiente para inducir un cambio
de conducta en la pareja, de modo que pueda seguir sirviendo de tapadera
del dolor.
Todas las adicciones surgen
de una negativa inconsciente a encarar y traspasar el propio dolor.
Todas las adicciones empiezan con dolor y terminan con dolor. Cualquiera
que sea la sustancia que origine la adicción —alcohol, comida, drogas
(legales o ilegales) o una persona—, estás usando algo o a alguien para
encubrir tu dolor.
Por eso hay tanto dolor e
infelicidad en las relaciones íntimas en cuanto pasa la primera euforia.
Las relaciones mismas no son la causa del dolor y de la infelicidad,
sino que sacan a la superficie el dolor y la infelicidad que ya están en
ti. Todas las adicciones lo hacen. Llega un momento en que la adicción
deja de funcionar y sientes el dolor con más intensidad que nunca.
Ésta es la razón por la que
la mayoría de la gente siempre está intentando escapar del momento
presente y buscar la salvación en el futuro. Si concentrasen su atención
en el ahora, lo primero que encontrarían sería su propio dolor, y eso es
lo que más temen. ¡Si supieran lo fácil que es acceder ahora al poder de
la presencia que disuelve el pasado y su dolor, a la realidad que
disuelve la ilusión! ¡Si supieran lo cerca que están de su propia
realidad, lo cerca que están de Dios!
Eludir las relaciones en un
intento de evitar el dolor tampoco soluciona nada. El dolor sigue allí
de todos modos. Es más probable que te obliguen a despertar tres
relaciones fracasadas en otros tantos años que pasar tres años en una
isla desierta o encerrado en tu habitación. Pero si puedes llevar una
intensa presencia a tu soledad, eso podría funcionar para ti.
DE LAS RELACIONES ADICTIVAS A LAS RELACIONES ILUMINADAS
TANTO
SI VIVES SOLO COMO SI VIVES EN PAREJA,
la clave
es estar presente e intensificar
progresivamente tu presencia mediante la atención al ahora.
Si quieres que florezca el
amor, la luz de tu presencia debe ser lo suficientemente intensa como
para no verte arrollado por el pensador o por el cuerpo-dolor, ni los
confundas con quien eres. Conocerse como el Ser que está debajo del
pensador, la quietud que está debajo del ruido mental, el amor y la
alegría que se encuentran debajo del dolor, eso es libertad, salvación,
iluminación.
Desidentificarse del
cuerpo-dolor es llevar la presencia al dolor y así transmutarlo.
Desidentificarse del pensamiento es poder ser el observador silencioso
de tus pensamientos y de tu conducta, especialmente de los patrones
repetitivos de tu mente y de los roles que representa tu ego.
Si dejas de investirla de
«yoidad», la mente pierde su cualidad compulsiva, formada básicamente
por la constante tendencia a juzgar y a resistirse a lo que es, creando
así conflicto, drama y más dolor. De hecho, en el momento en que dejas
de juzgar y aceptas lo que es, eres libre de la mente. Has creado
espacio para el amor, para la alegría, para la paz.
PRIMERO DEJAS DE JUZGARTE A TI MISMO;
después dejas de
juzgar a tu pareja. El mayor catalizador del cambio en las relaciones es
la aceptación total de tu pareja tal como es, dejando completa- mente
de juzgarla y de intentar cambiarla.
Eso te lleva inmediatamente
más allá del ego. A partir de entonces todos los juegos mentales y el
apego adictivo se acaban. Ya no hay víctimas ni verdugos, ni acusadores
ni acusados.
La aceptación total también
supone el final de la co-dependencia; ya no te dejas arrastrar por el
patrón inconsciente de otra persona, favoreciendo de ese modo su
continuidad. Entonces, o bien os separáis —con amor—, o bien entráis
juntos más profundamente en el ahora, en el Ser. ¿Es así de simple? Sí,
es así de simple.
El amor es un
estado de Ser. Tu amor no está fuera; está en lo profundo de ti. Nunca
puedes perderlo, no puede dejarte. No depende de otro cuerpo, de otra
forma externa.
EN
LA QUIETUD DE TU PRESENCIA
puedes sentir tu
propia realidad informe e intemporal: es la vida no manifestada que
anima tu forma física. Entonces puedes sentir la misma vida en lo pro-
fundo de los demás seres humanos y de las demás criaturas. Miras más
allá del velo de la forma y la separación. Esto es alcanzar la unidad.
Esto es amor.
Aunque es posible tener
breves atisbos, el amor no puede florecer a menos que estés
permanentemente liberado de la identificación mental y tu presencia sea
lo bastante intensa como para haber disuelto el cuerpo-dolor, o hasta
que puedas, al menos, mantenerte presente como observador. De ese modo,
el cuerpo-dolor no podrá arrebatarte el control y destruir el amor.
LAS RELACIONES COMO PRÁCTICA ESPIRITUAL
Como los seres humanos nos
hemos ido identificando progresivamente con la mente, la mayoría de las
relaciones no tienen sus raíces en el Ser, y por eso se convierten en
fuente de dolor, dominadas por problemas y conflictos.
Si las relaciones
energetizan y expanden los patrones mentales del ego y activan el
cuerpo-dolor, tal como ocurre actualmente, ¿por qué no aceptar este
hecho en lugar de intentar huir de él? ¿Por qué no cooperar con él en
lugar de evitar las relaciones o de seguir persiguiendo el fantasma de
una pareja ideal que sea la respuesta a todos tus problemas o el
complemento que te haga sentirte realizado?
El reconocimiento y la
aceptación de los hechos te permite cierta libertad respecto a ellos.
Por ejemplo, cuando sabes
que hay desarmonía y lo tienes presente, ese mismo hecho constituye
un factor nuevo que no permitirá que la desarmonía se mantenga
invariable.
CUANDO SABES QUE NO ESTÁS
EN PAZ,
ese conocimiento crea un
espacio tranquilo que envuelve tu falta de paz en un abrazo amoroso y
tierno, y después transmuta en paz la ausencia de paz.
No hay nada que puedas
hacer respecto de tu transformación interna. No puedes transformarte
a ti mismo y, ciertamente, no puedes transformar a tu pareja ni a
ninguna otra persona. Lo único que puedes hacer es crear un
espacio para que ocurra la transformación, para que entren la gracia y
el amor en tu vida.
De modo que cuando veas que
tu relación no funciona, cuando haga asomar tu «locura» y la de tu
pareja, alégrate. Lo que era inconsciente está saliendo a la luz. Es una
oportunidad de salvación.
REGISTRA CADA MOMENTO,
registra en
especial tu estado interno en cada momento. Si estás enfadado, debes
saber que estás enfadado. Si te sientes celoso, si estás a la defensiva,
si sientes el impulso de discutir, la necesidad de tener razón, si tu
niño interno pide amor y atención o si sientes dolor emocional del tipo
que sea, conoce la realidad de ese momento y registra ese conocimiento.
Entonces la relación se
convierte en tu sadhana, tu práctica espiritual. Si observas un
comportamiento inconsciente en tu pareja, rodéalo con el abrazo amoroso
de tu conocimiento y no reacciones.
La inconsciencia y el
conocimiento no pueden coexistir durante mucho tiempo, aunque el
conocimiento no esté en la persona que actúa inconscientemente, sino en
la otra. A la forma energética que reside detrás de la hostilidad y el
ataque, la presencia del amor le resulta absolutamente intolerable. Si
reaccionas a la inconsciencia de tu pareja, tú mismo caes en la
inconsciencia. Pero si a continuación recuerdas que has de conocer y
registrar tu reacción, no se pierde nada.
Las relaciones nunca habían
sido tan problemáticas y conflictivas como ahora. Como tal vez hayas
percibido, su finalidad no es hacerte feliz o satisfacerte. Si sigues
intentando alcanzar la salvación a través de una relación, te sentirás
desilusionado una y otra vez. Pero si aceptas que la finalidad de las
relaciones es hacerte consciente en lugar de hacerte feliz, entonces te
ofrecerán salvación, y te habrás alineado con la conciencia superior que
quiere nacer en el mundo.
Para quienes se aferren a
los viejos patrones, cada vez habrá más dolor, violencia, confusión y
locura.
¿Cuántas personas se
requieren para hacer de tu vida una práctica espiritual? No te preocupes
si tu pareja no quiere cooperar. La cordura —la conciencia— sólo puede
llegar al mundo a través de ti. No tienes que esperar a que el mundo se
vuelva cuerdo, o a que otra persona se vuelva consciente, para
iluminarte. Podrías esperar eternamente.
No os acuséis mutuamente de
ser inconscientes. En el momento en que empiezas a discutir, té has
identificado con una posición mental, y junto con esa posición estás
defendiendo tu sentido de identidad. Entonces el ego se pone al mando.
Estás siendo inconsciente. En ocasiones, puede ser apropiado que señales
a tu pareja ciertos aspectos de su comportamiento. Si estás muy alerta,
muy presente, podrás hacerlo sin que el ego se inmiscuya, sin culpar,
acusar ni decir al otro que está equivocado.
Cuando tu compañero o
compañera se comporte inconscientemente, renuncia a juzgarle. El juicio
sólo sirve para confundir el comportamiento inconsciente de la otra
persona con su identidad real o para proyectar tu propia inconsciencia
en la otra persona y confundir tu proyección con su identidad.
Esta renuncia a juzgar no
implica que no reconozcas la disfunción y la inconsciencia cuando las
veas. Significa «ser el conocimiento» en lugar de «ser la reacción» y el
juez. Entonces te liberarás totalmente de la necesidad de reaccionar, o
reaccionarás conservando el conocimiento, el espacio en el que la
reacción puede ser observada y se le permite ser. En lugar de luchar en
la oscuridad, pones luz. En lugar de reaccionar a la ilusión, eres capaz
de verla y de traspasarla.
Ser el conocimiento crea un
espacio claro de presencia amorosa que permite a todas las personas y
cosas ser como son. No hay mayor catalizador de la transformación. Si
haces de esto tu práctica, tu pareja no podrá seguir a tu lado y
continuar siendo inconsciente.
Si los dos llegáis al
acuerdo de que la relación va a ser vuestra práctica espiritual, tanto
mejor. Entonces podréis expresar vuestros pensamientos, sentimientos o
reacciones en cuanto se produzcan, de modo que no crearéis un desfase
temporal que pudiera agriar una emoción no reconocida ni expresada.
APRENDE A EXPRESAR
lo que sientes sin
culpar.
Aprende a escuchar a tu
pareja de manera abierta, sin ponerte a la defensiva.
Dale espacio para
expresarse. Mantente presente. Acusar, defenderse, atacar..., todos los
patrones diseñados para fortalecer o proteger el ego, o para satisfacer
sus necesidades, están de más. Es vital dar espacio a los demás y
también dártelo a ti mismo. El amor no puede florecer sin espacio.
Cuando hayas resuelto los
dos factores que destruyen las relaciones, es decir, cuando hayas
transmutado el cuerpo-dolor y dejes de identificarte con la mente y las
posiciones mentales —y siempre que tu pareja haya hecho lo mismo—,
experimentarás la dicha del florecer de una relación. En lugar de
reflejaros mutuamente el dolor y la inconsciencia, en lugar de
satisfacer vuestras mutuas necesidades egocéntricas, os reflejaréis el
amor que sentís en vuestro interior, el amor que acompaña a la toma de
conciencia de vuestra unidad con todo lo que es.
Ése es el amor que no tiene
opuesto.
Si tu pareja sigue estando
identificada con la mente y el cuerpo-dolor, y tú ya te has liberado,
esto representará un gran reto, pero no para ti, sino para tu pareja. No
es fácil vivir con una persona iluminada o, más bien, es tan fácil que
el ego se siente amenazado.
Recuerda que el ego necesita
problemas, conflictos y «enemigos» que fortalezcan su sensación de
separación, de la que depende su identidad. La mente no iluminada de tu
pareja se sentirá muy frustrada porque no te resistes a sus posiciones
mentales fijas, lo que significa que se irán debilitando y temblarán, e
incluso existe el «peligro» de que se derrumben, produciendo una pérdida
de identidad.
El cuerpo-dolor está
pidiendo feedback y no lo está obteniendo. La necesidad de
argumentar, dramatizar y estar en conflicto no está siendo satisfecha.