Una de las finalidades básicas de este libro ha sido, hasta
el momento, determinar en qué medida se reprimen de modo
sistemático y se pervierten con frecuencia, por ese
autoritarismo imperante en nuestra sociedad, los impulsos
naturales de los individuos en pro de la felicidad, la
madurez y la creatividad, los impulsos que llevan a lo que
yo llamo vivir Sin Límites.
Una de las
características del autoritarismo es su insidiosa capacidad
de enviciar a la gente a la persecución interminable de
recompensas exter¬nas: riqueza, prestigio, ascensos, que
otros aprueben el estilo de vida que lleva uno, honores
protocolarios y símbolos de estatus de todo tipo. Para
mantener a los individuos persiguiendo estas "zanahorias",
contamos con guías, normas, costumbres, tradiciones y
etiquetas de todo género. Nos vemos bombardeados
continuamente por la propaganda y por instrucciones y
directrices que provie¬nen de una hueste desconcertante de
fuentes externas desti¬nadas a que persigamos esos objetivos
con todas nuestras fuerzas para sentirnos satisfechos. La
terrible lección es que cuantas más recompensas externas
acumularlos, más satisfechos de la vida deberíamos
sentirnos.
Parte de la
atracción que ejercen esas recompensas externas en los
individuos que piden medios cuantitativos o numéricos para
valorarlo todo es que tales símbolos les facilitan la tarea
de calibrar su mérito como individuos y su posición relativa
en la escala social. Por ejemplo, si sigue usted al pie de
la letra a alguien como Emily Post, puede sentirse seguro de
que tendrá "buenas maneras", y se sentirá superior a todos
esos palurdos que no conocen a Emily Post y, por tanto, no
saben ser "finos" con la gente.Si tiene usted tres coches,
nadie podrá decir que no está triunfando.
Frente a los
signos externos que le animan continuamen¬te a correr más y
más de prisa tras lo que esos mensajes se proponen venderle,
tiene dentro de sí mismo numerosas fuentes de señales
internas que compiten con las externas por el control de su
vida. Esas señales internas le asaltan como pensamientos o
sentimientos, y entre sus fuentes están sus instintos
animales y la voz del niño que hay dentro de usted, a lo
cual añadiría yo la voz de sus "necesidades más altas" como
ser humano (por lo que entiendo, necesidades cuya
satisfacción puede "elevarle a las más altas cimas") y su
propio sentido de finalidad o misión en la vida, que se
expondrá en los dos capítulos siguientes.
Pero antes de pasar a pensar en profundidad sobre estas
necesidades superiores, así como sobre ese objetivo o
misión, es básico que se pare usted a determinar en qué
medida deriva su capacidad de conocerse a sí mismo de haber
aprendido a consultar esas señales internas, en vez de
basarse primordialmente en todas esas directrices que otros
intentan darle. Se trata de una de las etapas más difíciles
para la mayoría de la gente en la vía que lleva al vivir Sin
Límites, porque nos han condicionado a todos en tal grado a
responder a órdenes externas y hemos adquiri¬do tantas capas
de seguridad que estamos literalmente enterrados bajo ellas.
Pero confiar en sus señales internas también puede ser el
paso más importante en su objetivo personal de llegar a ser
todo lo plenamente activo y creador que pueda.
Algunos investigadores han utilizado el término "lugar de
control" para distinguir entre los individuos "internos" y
los "externos". Si su vida está predominantemente controlada
por señales procedentes del exterior, tendrá, según estos
investigadores, un lugar de control externo. Los psicólogos
afírman que el setenta y cinco por ciento de los individuos
del mundo occidental tienen un control primor¬dialmente
externo; en consecuencia, es evidente que muchos de nosotros
tenemos que hacer un gran esfuerzo para lograr que nuestros
centros de control dejen de ser predominantemente externos y
pasen a ser básicamente internos. Pero, en fin, todos somos
perfectamente libres a la hora de decidir cuánto control
queremos ejercer sobre nuestro propio destino y cuánto
deseamos ceder a esos sistemas externos de señales que
pretenden encauzarnos y dirigirnos por nuestras sendas
vitales. Si hace usted algo tan insignificante como comprar
una pieza de tela porque pieasa que algún otro con mejor
gusto o con mejor "vista para la moda" lo aprobaría (en vez
de porque sea cómodo, barato y le guste cómo le sienta), no
hay duda de que está convirtiendo a otros en dictadores de
lo que debe usted vestir. Lo mismo podemos decir si decide
usted que el gabán que más le abriga es demasiado pobre para
ir con él a una fiesta elegante una noche fría y acaba usted
tiritando sólo porque no se atreve a dar una impresión
"pobre" a los demás.
Cuando los controles externos fe dictan decisiones más
serías, por ejemplo la forma de educar a sus hijos, su forma
de ganarse la vida, dónde va a vivir y, sobre todo, cómo va
a disfrutar de la vida, las consecuencias pueden ser
devastadores conflictos con esas señales internas que su
propia mente está constantemente reprimiendo. Puede
convertirse literalmente en esclavo de cualquier
manipula¬dor que elija... y usted sabe de sobra que no
existen esclavos bien adaptados.
Por otra parte, la confianza en el continuo combinarse de
todas las señales internas, puede proporcionarle verdadera
seguridad, paz mental y alegría. Cuanto más opere usted
desde una perspectiva de confianza en sus señales internas y
menos se base en esas claves externas omnipresentes, más
aprenderá a centrar el punto de control sobre su propia vida
en sus propias manos, que es donde debe estar.
Antes de analizar con más profundidad los modos de llegar a
confiar más en las señales internas, quizá le sea útil
recordar que todos tenemos siempre algún "centro de control"
interno y alguno externo, y que ciertos días o en ciertas
circunstancias podemos ser más externos que inter¬nos o
viceversa. Puede ser usted mucho más sensible a las señales
de carácter externo de su jefe que a las de su vecinoo su
esposa, y, claro está, no debería considerarse controla¬do
externa o internamente en todo lo que hace, durante todos
los días de su vida, o intentar clasificarse o clasificar a
otros como "externos" o "internos", que es otro ejercicio
inútil de dicotomización que en realidad no lleva a ninguna
parte. Lo importante es impedir que esas señales externas
bloqueen sus impulsos internos en situaciones que puede
reaccionar de un modo externo, de forma que pueda asumir el
máximo control de su vida, y ser lo más indepen¬diente
posible de las opiniones ajenas y tomar el máximo número de
decisiones importantes por sí mismo.
No cabe duda de que es imposible eliminar algunos centros
externos de control. Todos vivimos integrados en esta
cultura y hemos de tener sistemas que puedan respetar todos
para que funcione nuestro sistema social, y sobre todo para
que funcione al máximo nivel. Un ejemplo básico de ese
"control externo" necesario y legítimo son las señales de
tráfico. Nadie en su sano juicio dirá: "Esa señal de tráfico
externa, ese semáforo, está en rojo, pero mi luz interna
está en verde", y se saltará el semáforo sólo para demostrar
lo independiente que es de todo control externo. Hay que
hacer, claro, ciertas concesiones a los controles externos
legítimos, y tendrá que aprender a reprimir sus impulsos
externos de vez en cuando. Pero si confia en sus señales
internas, sabrá muy bien que jamás le dirían que se saltase
un semáforo en rojo sin una buena razón para hacerlo.
Podrían decirle que se lo saltase en una emergen¬cia, pero
no sin cerciorarse de que no se pone en peligro por ello ni
pone á otros, en cuyo caso, sus controles internos podrían
"darle luz verde".
Otro obstáculo para llegar a estar más dirigido desde dentro
es superar esas señales extemas que le dicen que es un
egoísta si controla demasiado su propia vida.
Todos sabemos muy bien lo que es el egoísmo. Los egoístas
están excesiva o exclusivamente pendientes de sí mismos,
siempre procuran tener más ventajas que los demás, por cuyo
bienestar no se preocupan y pisotean en general los derechos
o las libertades ajenas. El niño "egoísta" era el que,
cuando se abría la bolsa de caramelosen la fiesta, se metía
todos los que podía en la boca, se enfurecía cuando otro
quería más, daba dos a cada niño y se guardaba los demás.
De todas las críticas que han hecho a mis anteriores libros
y a mis teorías, la más destacada ha sido la de que estimulo
el egoísmo. Desde luego, nunca he dicho ni escrito que crea
que la gente tenga que ser egoísta a expensas de los demás,
y en realidad he procurado decir exactamente lo contrario.
Pero, parece ser que muchas personas que captan que quiero
que la gente piense por sí misma, que consulte sus impulsos
internos y logre ser capitana de su propia alma, no pueden
evitar interpretar mis palabras como un estímulo al egoísmo
generalizado.
Permítame que siga mi propio consejo del capítulo anterior y
suponga que usted, el lector, y yo, el autor, nos estamos
aproximando a ese mundo abierto que he llamado vivir Sin
Límites, con un deseo sincero e infantil de entendernos. Si
es así, yo debería empezar por decir que quizá la mitad o
más de este malentendido entre esos críticos que me acusan
de estimular el egoísmo y yo es culpa mía. Quizás en mis
escritos anteriores no consiguiese expresarme con claridad,
no logré explicar lo que quería decir de modo que nadie
pudiese interpretarlo como un estímulo al egoísmo.
Por otra parte, desearía que mis críticos me hicieran el
favor de volver a leer Tus zonas erróneas y Evite ser
utilizado y preguntarse si no habrán leído en ellos cosas
que yo nunca escribí. Me gustaría en particular que usted,
lector de este libro, se preguntase si ha leído ya algo en
él que le haya hecho pensar: "Está diciendo que deberíamos
ser más egoístas". Si es así, no era eso lo que yo quería
decir, desde luego. Y ahora, esta pregunta para usted:
¿Utiliza la palabra "egoísta" para indicar a alguien que
sigue sus señales internas más que usted, y es quizá
muchísimo más feliz, en consecuencia, aunque nunca se
aproveche de los demás ni abuse de ellos? En tal caso, quizá
pueda estar utilizando mal la palabra "egoísta",
esgrimiéndola para condenar a individuos que no se adaptan a
la idea autoritaria que tiene usted de cómo deberían ser,
utilizando el términopara dominarles, lo mismo que se deja
usted dominar por otros.
Pero sea cuál sea la respuesta que dé a esa pregunta,
permítame que exponga con toda claridad cuál es mi punto de
vista respecto al egoísmo. Yo no pretendo impulsar a nadie a
ser desconsiderado o abusivo con los demás. Considero, por
el contrario, que el individuo Sin Límites es precisamente
el que ama y ¡o acepta instintiva¬mente a otros del mismo
modo que a sí mismo y, en consecuencia, es más considerado
con los demás, por el simple hecho de que si no lo fuese
estaría reprimiendo y menospre¬ciando sus propias señales
internas, que intentan siempre llevarle al gozo infantil de
ver a los demás como iguales, como "amigos de toda la vida"
o como "compañeros de juegos".
No puedo aceptar, por otra parte, el juicio de quien me diga
que es egoísta el que usted o yo orientemos nuestras vidas
según nuestros criterios personales. Yo no creo que sea
egoísta que usted se estime a sí mismo y se trate como una
persona que posee mérito propio y dignidad innata, que no es
egoísmo desear el tipo de vida que es más importante y más
satisfactorio para usted.
Para liberarse del error de permitir a otros hacerle a usted
sentirse mal llamándole egoísta cuando sus señales internas
(en este caso su conciencia) le dicen que su conducta es
perfectamente válida, sólo tiene usted que recordar que, si
sabe que su propia conciencia está segura que no ha
perjudicado en ningún sentido a otra persona, aquel que
califica su conducta de "egoísta" debe estar intentando, por
alguna razón, que se adapte usted a una serie de valores
externos y autoritarios, debe querer rebajarle en la escala
social.
Lo que pretendo decir es que confiar en las señales internas
es algo que nada tiene que ver con el egoísmo en si, sino
con la libertad de elegir. Si alguien le acusa de ser
egoísta, tiene usted una opción: acepte lo que le dice y
altere su conducta adaptándola a sus deseos sin pensar más
en el asunto, o deténgase a revisar su conducta según su
propia conciencia y altérela si llega a la conclusión de que
la otra persona tiene razón en realidad. Dejo a su elección
decidir qué actitud surge de un origen interno y tiene más
sentido.
Con estos tres sobrentendidos, que todos estamos
conti¬nuamente controlados en parte por señales externas y
en parte por señales internas, que hay ciertos controles
externos que son necesarios y legítimos (aunque sólo sus
señales internas pueden indicárselo), y que el hecho de que
confie en sus señales internas nada tiene que ver con el
egoísmo, creo firmemente que cuantas más decisiones pueda
usted tomar basándose en sus señales internas, y cuanto más
aprenda a ignorar las presiones externas que constantemente
intentan manipularle e inmovilizarle, mejor nos irá a todos
en la vida. Toda la cultura se beneficiará de la existencia
de individuos fuertes y dirigi¬dos por sus señales internas,
sean éstos dirigentes o ciuda¬danos normales. Una ciudadanía
que piense por sí misma, un país en el que la gente se
conozca a sí misma y confíe en sí misma a nivel individual,
sería prácticamente inmune a cualquier manipulación de
dirigentes sin escrúpulos. En las familias en las que los
individuos se conocen a fondo y confían en sí mismos, donde
hay confianza y conocimiento mutuos y se siguen las señales
internas, lo que une e integra es el respeto recíproco y no
las jerarquías de autoridad. Y en las relaciones
individuales, el que los individuos que se relacionen sean
capaces de confiar en sus propios impulsos internos será la
mejor garantía posible de que no intentarán manipularse unos
a otros y de que habrá, en consecuencia, muchas más
posibilidades para unas relacio¬nes cordiales y perdurables.
DE LO
EXTERNO A LO INTERNO
El primer paso para aprender a confiar en las señales
internas es que examine su pensamiento y su conducta con el
fin de determinar en qué áreas de su vida ha ido usted
"demasiado lejos" en su sometimiento a controles externos.
Incluyo a continuación un gráfico que creo que puede
ayudarle. Es una versión revisada de otro gráfico que
utilicé en un libro del que soy coautor, titulado Técnicas
efectivas de asesoramiento psicológico (Ediciones Grijalbo,
Barcelona, 1980, página 69).
ESTADOS
EMOTIVOS Y DIMENSIONES DE CONTROL INTERNO Y EXTERNO
Ahora bien, todos utilizamos explicaciones de ambos tipos
para indicar por qué nos sentimos como nos sentimos y unas y
otras suelen estar íntimamente relacionadas. Por ejemplo, si
sus padres se portan mal con usted, si cree usted que no le
quieren en realidad y que simplemente le utilizan como
alguien a quien poder dominar y dar órdenes para satisfacer
sus propias ilusiones de poder, le resultará muy difícil
decir que les respeta (pueda o no decir que les ama).
Si es usted un individuo que piensa con una orientación más
bien externa, se dirá, sin embargo: "En fin, mis padres me
tratan mal, me hacen desgraciado, eso es lo que pasa", y
soportará su desdicha. La desdicha que tiene una causa
externa es un callejón sin salida y la única salida que
puede usted procurarse pasa por la ruta interna. Si achaca
usted sus desdichas a sus padres, sus amigos, el mundo o
cualquier otro factor externo, si insiste en que ellos son
los únicos responsables de lo que siente usted, no tendrá
más remedio que esperar a que ellos decidan cambiar de
conducta y sólo entonces podrá sentirse bien.
Sólo buscando las causas internas de sus sentimientos, o
"traduciendo" las afirmaciones "causa-externa" en
afir¬maciones "causa-interna" puede encontrar el medio de
mejorar su situación. Es evidente que los individuos con una
dirección interna experimentarán más emociones negativas,
pero asumirán la máxima responsabilidad posible respecto a
tales sentimientos y a su superación, y, en consecuencia,
tendrán muchas más posibilidades de liberarse de esas
emociones que los que se sientan a esperar y desear que el
mundo cambie y les haga más felices.
Si se ve usted de modo predominante encerrado en esa
estructura mental de felicidad de origen externo, su primera
etapa para salir de ella está a su alcance inmedia¬to. Puede
empezar diciendo: "Detesto a mis padres porque me
maltratan". Con esto, centra usted en su propio odio una
parte, al menos, de lo que le produce tantas desdichas. Por
supuesto, si su padre está borracho siempre y le zurra
simplemente porque le da la gana, nada puede hacer para
eludir ese dolor físico si no se libera de la causa externa,
hallando algún medio de evitar las zurras. Esto puede
significar huir de casa, recurrir a alguien que pueda
controlarle a el y le proteja a usted, o cualquiera de toda
una serie de posibilidades. Pero dése cuenta: no puede
usted llegar nunca a la felicidad de orientación interna
sólo porque sea capaz de decir: "Amo y respeto a mi padre
porque es bueno conmigo", pero puede llegar a ella por una
combinación de pensamientos como: "No dejo que nadie me
amedrente (o abuse de mí)", "No permitiré que el odio que
siento hacia mi padre me inmovilice", o bien: "Voy a hacer
todo lo posible por ayudar a mi padre a superar su problema
para poder así amarle y respetarle". Si le parece que suele
acabar usted en la columna "externa", si puede encontrar
siempre veinte razones que expliquen su desgracia pero le
resulta difícil hallar unas pocas incluso que "le hagan
feliz", le apuesto lo que quiera a que la mayoría de las
razones que ha enumerado como causa de sus desdichas son de
origen "externo". Tenga razón o no, espero que considerará
muy en serio la posibilidad de utilizar algún método para
determinar si ha ido demasiado lejos en la cesión del
control de su felicidad, dejándose atrapar por "desdichas de
origen externo", y que pensará en medios de liberarse de esa
disposición mental convirtiéndose en un individuo más
internamente controlado, que es, en mi opinión, el único
medio de controlar la propia vida.
PARA
LLEGAR A SER VERDADERAMENTE SINCERO CON UNO MISMO
Esto sobre todo: sé veraz contigo,
y a eso seguirá, como la noche al día,
que ya no podrás ser falso con ninguno.
Polonio a Laertes, Hamlet, acto I, escena III
"Sé veraz contigo..." La segunda etapa para llegar a confiar
en las señales internas es convencerse de que son dignas de
confianza, o cultivar la propia conciencia, hasta el punto
en que pueda confiar en sus propios juicios morales (cuando
se le haga necesario decidir cómo va a actuar usted
personal¬mente), prescindiendo de los signos externos que le
están bombardeando, que intentan influir en usted en un
sentido o en otro.
Quizá le parezca que ser veraz consigo mismo sólo asegura
que "No podrá ser falso con nadie", o que no podrá usted
hacer nada inmoral, desconsiderado o abusivo para ningún
otro si tiene en principio conciencia. Quizá se esté usted
diciendo más o menos esto: "El pistolero de la Mafia es
absolutamente veraz consigo mismo. Su problema es que su yo
concreto no tiene conciencia".
Pero en este caso yo le diría exactamente lo contrario: que
el pistolero de la Mafia y todos los demás seres humanos de
este planeta nacen con una conciencia cuya "semilla" quizá
sea la percepción infantil de que para estar en paz con uno
mismo ha de tratar uno a los demás como le gustaría que los
demás le tratasen a uno. El problema de ese pistolero es que
ha reprimido y marginado su conciencia, ha ahogado sus
señales internas, permitiendo que quien rija su conducta sea
la Mafia, una de las "sociedades" más rígidamente
jerárquicas y autoritarias que pueda imagi¬narse; es decir,
está engañándose, en primer término, a sí mismo.
Ser sincero con uno mismo significa ante todo ser totalmente
honesto con uno mismo. Significa volver a ponerse en
contacto con los instintos humanos básicos de justicia y
equidad consigo mismo y con todos los demás. Significa
identificar las defensas que ha erigido usted contra su
conciencia y todas las demás fuentes de señales internas que
le han impedido ser todo lo que puede llegar a ser, y
liberarse de todo pensamiento defensivo (o paranoico) y de
la fabricación de excusas en la que ha acabado apoyándose
para explicar por qué es tan desdichado.
Lo que quiero decir, en cuanto a la conciencia se refiere,
es que una conciencia "buena" o "clara" sólo puede nacer de
la armonía de sus señales internas y externas, o, en otras
palabras, de la integridad personal: la integración de su yo
completo, en todas las áreas, desde sus instintos animales a
su sensación de tener un objetivo en la vida. Recuérdelo:
Sólo usted puede ser el creador de su propia integridad.
Sólo usted puede dirigir su propia sinfonía interna.
Pero no lo olvide: si acepta usted plena responsabilidad en
la dirección de la sinfonía de todas sus señales
(pensamientos y sentimientos), tendrá usted que atender a
toda la orquesta. No puede desfilar sólo al ritmo de tambor
de las órdenes externas. Tiene que escuchar también las
voces de su conciencia, la voz de ese niño que hay dentro de
usted y todos ese concierto de voces de origen interno que
tiene usted el privilegio de dirigir.
Una de las mejores imágenes populares de la conciencia es la
que encontramos en un cuento clásico de niños: Pinocho, que
la mayoría de la gente quizá conozca en la versión
cinematográfica de Walt Disney. Pinocho era una marioneta
convertida en niño, con la carga especial de que su nariz
crecía y se hacía muy larga cada vez que mentía. Sin
embargo, para superar este terrible obstáculo y poder entrar
en el mundo adulto, se le otorgó una conciencia clara y
encantadora (en la versión de Disney en la forma de Pepito
Grillo, un grillo que le seguía a todas partes y que silbaba
siempre que Pinocho estaba a punto de violar su conciencia).
Lo importante de la historia es que si uno no es sincero
consigo mismo, si no escucha a su Pepito Grillo y opera
"sobre todo" desde su propio lugar de control interno, será
y se sentirá en el fondo como un robot artificial más,
monstruoso incluso.
Como dijo un moralista francés del siglo XVII, La
Rochefoucault: "Si no tenemos paz dentro de nosotros, de
nada sirve buscarla fuera".
Cómo
empezamos a engañarnos a nosotros mismos
Creo que el autoengaño que a tantos nos margina de nuestras
señales internas, se inicia en realidad con tentati¬vas de
engañar a otros. Es evidente que el niño muy pequeño carece
de capacidad para engañarse a sí mismo o engañar a otros. Al
no conocer prácticamente impulsos externos, actúa siguiendo
casi exclusivamente sus señales internas. Sólo cuando se
hace patente el sistema externo de señal-y-recompensa surge
la tentación de intentar "burlar¬lo", de embarcarse en un
pensamiento y una conducta autolisiantes, intentando engañar
a otros para que piensen que somos algo que no somos:
concretamente, transmitir "señales falsas" a fin de
manipular a otros, para poder sentirnos superiores, según
pautas "externas". Estos pensa¬mientos y comportamientos
negativos pasan luego a incluir prejuicios sin ninguna base
real, falso orgullo, pretensiosidad y falsedad, hipocresía
(sobre todo condenar a otros por hacer el mismo tipo de
cosas que solemos hacer nosotros) y el recurso frecuente a
la cólera, la falsa humildad, la turbación fingida, la
susceptibilidad extrema, la arrogan¬cia, etc., en nuestros
intentos de utilizar en provecho propio el sistema de
señales externas.
Nuestra sinceridad con nosotros mismos puede medirse en gran
parte por nuestra voluntad de desviarnos de nuestro curso
para convencer a otros de que somos algo que en realidad no
somos. Todos conocemos personas capaces de alquilar lujosos
coches y chóferes para de esta manera impresionar a otros
con su riqueza cuando en realidad no pueden permitírselo, o
que llegan a extremos muy parecidos haciendo "exhibiciones
externas" de sí mismos. Conocemos individuos que fingirán
ser abiertos y carecer de prejuicios si las circunstancias
externas les indican que es aconsejable obrar así. Y luego,
se dan la vuelta y hablan en situaciones más íntimas de los
italianos o los judíos que están destrozándoles la vida.
Otros clamarán y vociferarán sobre los interminables males
que tiene esa joven generación que fuma yerba mientras ellos
toman sus qualuudes o "píldoras de dieta" u otras cosas para
animarse.
Cuando se pregunta usted asombrado: "¿Pero a quién intentan
engañar?", reconoce usted que esos individuos empezaron
intentando engañar a otros como usted y al poco tiempo
acabaron engañándose a sí mismos, extra¬viándose. Se dieron
cuenta de que tenían que defender las falsas señales que
habían transmitido al exterior, o vivir de acuerdo con las
imágenes falsas de sí mismos que habían proyectado. Y, como
había sido el sistema de señales externas el que había
proporcionado en primer término las "falsas imágenes",
intentar atenerse a ellas llevó inevita¬blemente a una
dependencia mayor de las señales externasen la orientación
vital del individuo, a más represión de las señales
internas.
Engañarse a si mismo significa en el fondo convencerse y
convencer a otros de que uno es algo que no es, desconfiar
de las señales internas que en realidad están intentando
decirnos quiénes somos. Significa en realidad hacer un
mamarracho de usted mismo frente a sí mismo, y, cuanto más
se ridiculice y se engañe, más desprecio por sí mismo irá
acumulando, tenga o no la honradez de admitirlo.
Un ejemplo muy real de las consecuencias internas de este
tipo de autoengaño procede de mi propia vida. Esa
experiencia me llevó a decidir ser distinto, e indica que
usted quizá tenga que pasar por algunas experiencias de
falsedad consigo mismo para poder sentir lo que es y luego
prometerse eliminarlo de su vida.
Yo estaba jugando un partido de tenis con un adversario que
en realidad era mucho mejor que yo, lo cual significa¬ba que
tenía que superarme a mí mismo para poder ganarle. Pero
quise ganarle del peor modo, y el tanteo iba muy igualado
cuando él lanzó una pelota que yo me di cuenta de que no
podía devolver. Supongo que lo que pasó por mi cabeza cuando
la pelota se acercaba fue algo así como: "¡Esa pelota tiene
que salir fuera!"; grité: "¡Fuera!" una fracción de segundo
antes de que mis señales internas me dijeran: "Fue casi
fuera, pero, repasando la imagen, he de decir que dio justo
en el borde interno de la línea". En una décima de segundo,
tuve que decidir entre decir lo contrario de lo que había
dicho y renunciar al tanto, o mantener mi postura. Mi
adversario no tenía ni idea de si había sido fuera o no,
porque yo le había impedido verlo al intentar coger la
pelota.
La cuestión es que me mantuve en mis trece y me apunté el
tanto, y gané, pero me sentía muy mal por lo que había
hecho, y, debido a mi mala conciencia, ya no pude dar pie
con bola. Perdí los tres juegos siguientes, el set y luego
el match, aunque había estado en posición de adelantarme y
ganar.
Lo que sucede es que sentía exactamente lo mismo que
Pinocho, mi nariz crecía por minutos, y tomé la decisión en
aquel momento, allí mismo, de que nunca volvería a hacer
nada semejante, fuese cual fuese la importancia "exterior"
del partido o fuesen cuales fuesen las circunstancias.
No sentí necesidad de explicar a mi adversario por qué se
había desmoronado mi juego. Mi propia sensación interna de
repulsa de mí mismo fue suficiente para ense¬ñarme la
lección que necesitaba: que la integridad perso¬nal y ser
sincero conmigo mismo tenía que ser mucho más importante
para mí que ganar un partido de tenis.
En realidad, he estado en la misma situación varias veces
desde aquel importante día, y unas cuantas me he cazado
incluso gritando: "¡Fuera!" cuando no lo era. Pero ahora
digo siempre de inmediato: "No, un momento, no fue fuera,
dio dentro de la línea... ¡fue un tanto perfecto!" Y, al
hacerlo, descubro que puedo seguir jugando bien después,
porque estoy en paz conmigo mismo.
Ser sincero con los demás y veraz consigo, no sólo le
ayudará a sentirse mejor ante sí mismo como ser humano, sino
que aumentará su capacidad de "jugar bien", haga lo que
haga. De gozar de si mismo y de su propia integridad
personal interna realmente; estoy seguro de que si decide
usted controlarse siempre que sus señales internas quieran
advertirle que está usted siendo falso consigo o con otros,
puede usted eliminar el autoengaño en su punto de origen,
deteniéndose y preguntándose: "¿A quién intento en¬gañar?"
Para
llegar a ser sincero consigo mismo
Si ha decidido usted preguntarse a quién está engañan¬do con
esos pensamientos y esa conducta controlados externamente, y
ha llegado a la conclusión de que es un error intentar
engañar a alguien respecto a lo que es usted, va por el buen
camino hacia lo que yo llamo autosinceridad total. Quizás
haya empezado ya a identificar parte de las defensas y
falsedades que ha utilizado hasta hoy. En tal caso, el paso
siguiente para llegar a ser verdaderamente sincero consigo
mismo no es ir a confesarse o sentirse culpable por algo que
ha hecho en el pasado. Significa simplemente aceptar que ha
estado haciendo ciertas elecciones autoengañosas, y luego ha
pasado a oponerse a ello por el procedimiento de estimular y
cultivar su capacidad de confiar en sus señales internas.
Autosincerídad significa liberarse de la necesidad de
valorar los propios méritos en términos externos y, en vez
de analizarse lo más objetivamente posible, procurando sobre
todo vivir más del modo en que usted quiere vivir ahora, en
vez de ser primordialmente fiel a "su modo de ser de
siempre". Significa mirarse cara a cara en el espejo y
sentirse a gusto porque hoy desea ser sincero consigo y con
todos los demás, y aunque pueda resultar costoso desde el
punto de vista externo (aunque pueda incluso costarle su
trabajo, su matrimonio, su mejor amigo) le proporciona más
paz interior que ceder a la presión externa y obligarse a
ser lo que no es.
La autosincerídad exigirá que valore usted sus fuerzas y
debilidades de modo realista, que identifique esas defensas
que ha erigido contra sus señales internas y procure
eliminarlas de su vida diaria.
No tiene por qué hacer declaraciones públicas ni expli¬car a
otros su programa si desea lograr la autosincerídad. Basta
con que se comprometa interiormente a ser todo lo que puede
ser, y reconocer que ningún otro puede darle a usted la
verdad ni la autosinceridad. Debe usted enfrentarse a sí
mismo y descubrir la verdad que hay en su interior, por sus
propias luces, porque está convencido de que es importan¬te.
Puede decidir usted seguir enviando señales externas falsas
para engañar a otros respecto a sí mismo, pero, aunque lo
hiciese, por lo menos, puede empezarla a ser sincero
totalmente consigo mismo. Si ha entendido usted lo que he
dicho hasta ahora, sabrá de lo que estoy hablando. Usted
sabe que tiene su propio Pepito Grillo, sus propias voces
internas, que le interrumpirán para mantener breves diálogos
consigo mismo siempre que esté a punto de sucumbir al
autoengaño. "¿Por qué lo hago? ¿Cuándo voy a dejar de
intentar fingir que soy algo que no soy? Sé que me resulta
más fácil ser arrogante que ser sincero, pero intentaré
cambiar".Estos diálogos consigo mismo son las sesiones
internas de preguntas y respuestas a las que habrá de
entregarse si desea llegar a ser más sincero consigo mismo,
desprendién¬dose de todas las máscaras que se ha puesto para
disfrazar¬se frente a sí mismo y frente al mundo. Si quiere
seguir llevando las máscaras ante los demás durante un
tiempo, adelante; pero si se afronta usted con una
valoración sincera de lo que es y por qué se porta como se
porta, y con una decisión de cambiar todo lo que es falso en
relación consigo mismo, pronto no necesitará usted llevar
máscaras para los demás. El asunto es que lo hace usted por
si mismo, porque vivir en paz consigo mismo es la esencia de
la autosinceridad; si puede usted confiar en que sus señales
internas le guiarán lo mejor que puedan en su vida, de ello
se seguirá, naturalmente, que usted confie en ellas al
tratar también con los demás.
Hay otro ejemplo de mi propia vida que tal vez ¡lustre bien
hasta qué punto es básico confiar en las señales internas
para lograr la paz mental y para tratar honrada¬mente con
otros.
Cuando presenté el manuscrito de mi primer libro, el equipo
editorial me hizo algunas críticas, junto con |>eti-ciones
de que hiciera algunos cambios que hubiesen modificado
fundamentalmente el mensaje del libro. Aun¬que yo estaba
deseoso de hacer cambios que mejorasen la calidad del
manuscrito, mis señales internas me decían con toda claridad
que me negase a hacer cambios que violasen mis intenciones
originales al escribirlo.
El editor, los correctores, los agentes e incluso algunos
buenos amigos me dijeron que debía aceptar los cambios
propuestos porque, si me negaba, la editorial se negaría a
publicar el manuscrito y no tendría siquiera libro. Pero lo
cierto es que había tomado una decisión y ningún argu¬mento
ni amenaza la alteraría. Mi libro diría lo que yo quería que
dijese. Iría a otro sitio, estaba dispuesto incluso a
publicarlo yo mismo, antes que renunciar a este prin¬cipio.
Pese a todas las señales externas que me pedían que
recapacitase, que cogiera el dinero y saliese corriendo, que
siguiese, que aceptase, me afirmé más en mi decisión. Envié
una larga carta al editor detallando mi postura, y cuando él
entendió cuál era mi actitud, el libro se publicó tal como
yo quería, diciendo exactamente lo que yo quería que dijese.
Muy pocos entendieron mi obstinada posición en este asunto.
La mayoría hubiesen preferido verme ceder a las presiones
externas. Pero mis señales internas me dijeron: "Sólo puedes
llegar hasta ahí, y esos cambios no puedes siquiera tomarlos
en consideración". En tal caso, al contrario de lo que me
sucedió la vez que intenté engañar a mi adversario en la
partida de tenis, me di cuenta de inmediato de que tenía que
vivir conmigo mismo y no estaba dispuesto a comprometerme
con presiones externas aunque los demás intentasen
convencerme de que seguir la corriente y aceptar era una vía
mucho más fácil.
Y, en realidad, era evidente que aceptar en ese caso no
hubiera sido más fácil a la larga. Habría sido desastroso.
¿Cómo iba a poder hablar yo de este libro con mis colegas,
utilizarlo con los clientes, hablar de él en público, si
hubiese accedido a decir en él cosas con las que no estaba
de acuerdo?
Pero, aunque parezca absurdo, editores y escritores se
plantean continuamente problemas de este tipo, y los
editores dicen cosas como: "Si lo hace así, nunca se
venderá" y respecto a las diversas fórmulas para escribir un
libro, ya consagradas, o señalando el último éxito de ventas
y diciendo: "Debería usted hacerlo como ése", o enseñán¬dole
el último informe de estudios de mercado que dice qué es lo
que compran ahora los lectores y lo que quieren leer, para
que pueda usted escribirlo... y, a menudo, le recuer¬dan a
uno, al mismo tiempo, de paso, que el lector medio es un
individuo torpe y superficial, y que por ello debería
siempre escribir para el mínimo común denominador y no
forzar demasiado al lector.
Quizá se pregunte usted para qué puede servir un libro que
no hace más que copiar el éxito de ventas del mes anterior,
que le dice a usted lo que ya piensa y que le obliga a
ejercitar la mente al mínimo... Ese es también mi punto
de vista. Por suerte, tras la primera experiencia, supe ya
lo bastante para dejar las cosas claras con los editores
desde el principio, y para aceptar únicamente a los que
estaban en principio de acuerdo en que no se dictarían
normas o fórmulas externas de ningún género respecto a cómo
habrían de ser mis libros. Siempre he disfrutado, desde
luego, de ayuda editorial, gracias a la cual mis libros han
sido más claros, y he recibido consejos positivos de todo
tipo, pero con el sobreentendido de que yo no aceptaría
ningún cambio que violase mi integridad personal, y que sólo
mis señales internas determinarían dichos cambios, sin
discusión posible al respecto. Creo firmemente que el único
motivo de que mis libros hayan alcanzado los primeros
puestos de las listas de éxitos de ventas es que he
rechazado todas las directrices externas respecto a cómo
llegar allí, y me he basado exclusivamente en mis propias
directrices internas asumiendo el control absoluto de lo que
mis libros deben decir.
LA
CREATIVIDAD Y LAS SEÑALES INTERNAS
El ejemplo anterior me lleva a mi último punto en relación
con la confianza en las señales internas, que es que lo que
ha venido en llamarse "creatividad" depende, evidentemente
de que estemos dispuestos a utilizar nues¬tros propios
recursos internos (concretamente, la imagina¬ción) y a
emprender cualquier tarea con un enfoque exclusivamente
individual y personal.
Recordará que yo decía antes que no hay ni puede haber
fórmulas para elaborar obras, originales, ideas o cualquier
otra cosa, y que no se puede predecir cuándo, dónde o de
quien surgirán. Los grandes artistas, músicos, escritores,
poetas, arquitectos, científicos, inventores (todos los
verdaderos innovadores de nuestro mundo) han sido sin
excepción aquellos que, sobre todo, no sólo aprendieron a
confiar en sus propias señales internas, en cuanto a cuál
iba a ser la tarea de su vida y cómo debían actuar
exactamente respecto a ella, sino que se negaron además a
permitir que ningún otro les dictase normas y se atuvieron a
sus propias ideas originales y a sus propios proyectos. En
otras pala¬bras, la Fuente de la Inspiración (o la
creatividad), lo mismo que la fuente de la juventud, está
dentro y no fuera de nosotros.
La mitología nos dice que "la musa" es la que sopla en el
individuo la inspiración poética. Ese mito es magnífico
siempre que se sepa que "la musa" no es ningún ser externo
que tenga que "entrar volando en usted" para que pueda crear
algo (pues eso le dejarla a usted inmovilizado escrutando
los cielos y murmurando: "Ojalá aparezca la musa para poder
crear algo"), sino que representa más bien el destapar el
pozo de sus propias señales de creatividad interna. Es
cierto que sólo aquellos a los que el pozo les resulta tan
fascinante que nunca logran volver a taparlo se ven lo
bastante arrastrados para consagrar su vida a ello y acabar
alzando "partenones" o ideando teorías matemáti¬cas de la
relatividad. Pero todos tenemos dentro un pozo de
profundidad infinita, en el que se encierra más creatividad
potencial de la que podamos imaginar. La única razón de que
muchos mantengamos cerrados nuestros pozos es, como ya hemos
dicho, el temor al fracaso por comparación con aquéllos a
los que otras entidades externas, la "socie¬dad" o la
"historia", han considerado "los más grandes". Por ejemplo,
oirá decir con frecuencia a la gente cosas como "me encanta
escribir canciones, pero soy muy poco original en realidad.
No tengo esos grandes arrebatos de inspiración que tienen
los grandes artistas".
¡Absurdo! ¿Cómo cree usted que lo hacen los grandes
artistas? Ellos no pueden permitirse pensar: "¿Dirán los
demás que esto es genial?". Los grandes artistas nunca
perdieron las señales internas infantiles que de algún modo
componen canciones, poemas, lo que sea, en todo tipo de
ocasiones. Nunca perdieron la confianza en su propio gusto,
porque sólo se preocupaban de si les gustaban a ellos o no
sus propias canciones, y deseaban recordar y cantar muchas
de ellas, para ellos mismos, para sus mejores amigos, o para
cualquier otro que pudiera desear escucharles en el futuro.
Podrá usted recordar sin duda que cuando era niño
hacia canciones para usted; "cancioncillas tontas", puede
que se diga. Pero yo respondo: "¿Y qué?" ¡Vuelva a
establecer contacto con esas señales que tiene en su
interior y que desean componer nuevas canciones, idear
nuevos inventos, recetas, teorías científicas o lo que sea,
y deles vía libre! Y, además, recuerde que si lo que hace
usted tiene sentido para usted, si todas sus señales
internas, sus instintos animales y su conciencia y su
imaginación y su capacidad de raciocinio le dicen, en una
doceava o una veinticuatroa-va parte o una veintiochoava
parte, que le encanta a usted lo que está haciendo ahora,
que cree realmente que está creando una vida bella y Sin
Límites para usted mismo, ¿corno pueden equivocarse? (Y, si
desea usted componer una canción para expresar y conmemorar
lo que siente respecto a la vida ahora, ¿cómo va a componer
usted una mala canción?)
Todo el mensaje de este capítulo se reduce a esto: usted y
todos los demás que habitan este planeta "nacieron libres",
nacieron con libertad para cultivar todo el poten¬cial
creador interno y vivir en paz con la propia concien¬cia.
Pero sólo puede usted afirmar esos derechos de nacimiento si
está dispuesto a correr los riesgos sociales o "externos"
que conlleva el ignorar todas las presiones exteriores que
nos mueven a hacer las cosas como otros dicen que
"deberíamos hacerlas".
Los individuos que se rigen siempre por sus impulsos
internos no sienten nunca el más mínimo respeto por el
sistema de recompensas o señales externas cuando significa
comprometer aquello en lo que creen realmente. Quizá los
individuos Sin Límites sean escasos en este mundo por lo
escasa que es realmente esa dirección desde dentro. Un
filósofo de la antigüedad griega, Pitágoras, lo decía a
menudo a sus discípulos y seguidores hace aproximadamente
dos mil quinientos años:
"Respetaos a vosotros mismos por encima de todo".
Si decide seguir usted tan sabio consejo, dará enton¬ces un
paso que puede ser gigantesco hacia la vida Sin Li¬mites.
ESTRATEGIAS PARA CONFIAR EN LAS SEÑALES INTERNAS
Usted (sí, usted, y cualquier otro) pueden empezar a forjar
una personalidad más internamente dirigida sin necesidad de
años de terapia o de discutir consigo mismo que no puede, en
realidad, cambiar porque lleva muchos años siendo una
persona externamente controlada. Si desea disfrutar de ese
gozo interno real de saber que es usted verdaderamente usted
mismo, si quiere que su paz interior sea más importante para
usted que cómo le juzguen otros o cómo se adapte a normas
externas, y si las recompensas externas que ha estado
persiguiendo tantos años le parecen cada vez más
insignificantes y desprecia¬bles, puede usted literalmente
dar la vuelta al partido optando por un pensamiento y una
conducta nueva dirigidos más interna que externamente.
A continuación enumero algunas cosas concretas que puede
usted ensayar hoy, algunos cambios de actitud que puede
iniciar en este momento, si usted (no un ellos o un ello)
decide que pase lo que tiene que pasar entre usted y su voz
interior:
Establezca claramente sus objetivos. Procure eliminar las
explicaciones externas de su conducta, sus circunstancias
vitales, sus ideas o sus sentimientos en la medida de lo
posible. Por ejemplo, en vez de decir: "Tengo un ataque de
angustia", como si una flota de aviones enemigos le hubiera
atacado de pronto con bombas de angustia, procure traducir
esta afirmación por: "Estoy reaccionando con angustia en
este caso". O en vez de decir: "Mi esposa me provocó una
manía persecutoria", lo cual es ridículo, diga: "Dejé que
las opiniones que tenía mi esposa sobre mí fueran más
importantes que mis opiniones sobre mí mis¬mo". En vez de
decir: "Me da miedo la altura", pruebe a decir: "Me asusto
cuando estoy en sitios altos, aunque sepa que no corro
ningún peligro". Luego procure "traducir" esas frases en
verdades sobre usted mismo que reflejen una felicidad de
origen interno:
"Reacciono con angustia en este caso, porque tengo
miedo de que al jefe no le guste mi trabajo, pero ha sido
una reacción absurda porque él ni siquiera lo ha visto aún.
Estoy asustándome a proposito con la peor posibilidad. Así
que voy a decidir no preocuparme del asunto. Aun en el caso
de que no le gustase, ¿de qué me sirve estar angustia¬do? Lo
discutiremos, decidiremos lo que hay que hacer y puede que
aprenda algo. ¡Lo peor que puedo hacer es mostrarme
defensivo con él al respecto! Si decide ser agresivo e
intenta angustiarme, es su problema, yo no estoy dispuesto a
caer en ese juego. ¡Hago el trabajo lo mejor que puedo según
mi buen entender y es lo más que puedo hacer, en realidad!"
"He decidido no permitir que mi esposa me manipule
condenándome por cosas que son perfectamente válidas según
mis señales internas."
"He descubierto que me daba miedo la altura porque me
imaginaba que caía cuando no corría ningún peligro si no
decidía saltar al vacio. Pero, en realidad, lo que me daba
miedo era perder el control de mí mismo y saltar de verdad.
Resolveré el problema decidiendo confiar en mis instintos
animales, e imaginar que soy un gato siempre que esté en un
sitio alto. ¿Miraría por el borde un gato? Desde luego.
¿Saltaría alguna vez por el borde? Jamás. Intentaré ser un
gato en varios sitios de mucha altura, empezando a subir
progresivamente hasta que llegue el momento en que pueda
subir al edificio más alto de la ciudad y seguro que
resultará. Dejaré de tener miedo a las alturas."
Examine cuidadosamente dónde y cuándo intentan otros
realmente controlar su vida de modo ilegítimo, y sabrá así a
qué o a quién debe enfrentarse directamente. Si considera
usted que sus padres se pasan de la raya en el control de su
vida, la mejor salida de ese callejón de desdicha de origen
externo en que está metido quizá sea sentarse con ellos y
tener una charla concreta detallando y explicando que sus
señales internas rechazan esos intentos de controlarle. Si
le obligan a asistir a unas clases de piano que a usted le
resultan insoportables, le dicen que a los dieciséis años no
se puede ir solo de acampada, o le obligan a estudiar
medicina cuando usted sabe lo que quiere ser, después de
unas charlas sinceras con ellos, o con cualquier persona a
la que usted haya permitido convertirse en su manipulador
externo, si se muestra usted firme y tranquilo (animado
incluso), verá cómo se tranquilizan y le respetan más.
Recuérdelo, toda vez que sienta que esa recompensa externa o
esas señales externas le controlan y chocan dolorosamente
con sus señales internas, ello ocurre sólo porque usted ha
permitido que ocurra. ¡Nadie puede engañarle sin su
consentimiento!
Puede que lo más importante sea que tome conciencia de que
no debería ser usted jamás un individuo que se limita a
reaccionar a su medio cuando puede ser usted un innovador;
que no tiene por qué limitarse a tomar lo que le da la
"vida" si lo que le interesa es otra cosa. Si se recuerda
usted a sí mismo que está atascado en uno u otro sector de
su vida sólo porque permite que su historia pasada, su
trabajo actual, su familia o lo que sea dicen que debe usted
mantenerse allí atascado, y si, cuando todas sus señales
internas intentan mostrarle la salida, decide usted correr
algunos riesgos "externos" para lograr un cambio, empezará a
crearse un medio propio en vez de limitarse a reaccionar a
lo que recibe de fuentes externas. En cuanto decida usted
apoyarse en si mismo para salir de sus estancamientos,
descubrirá que las oportunidades se multiplicarán tan
rápidas y furiosas como los taxis de la ciudad de Nueva York.
Puede usted considerar todas las situaciones de su vida
oportunidades de crecimiento y desarrollo, basta que se
prometa ser fiel a sus señales internas y correr los riesgos
que supone seguirlas hacia nuevas posibilidades de
felicidad.
Examine la siguiente lista de cosas externas de las que
nuestra cultura nos alienta a depender para nuestra
felicidad. Pregúntese sinceramente hasta qué punto puede
usted confiar en ellas y apoyarse en ellas y hasta qué punto
le impiden convertir¬se en un individuo internamente
dirigido.
Pastillas, alcohol, tabaco y "drogas sociales"
Somos un país —y no el único, por supuesto— de individuos
controlados externamente y obsesionados con la
idea de que para curar nuestros males o sentirnos bien hemos
de recurrir a "sustancias comerciales".
Seguro que muchas veces se ha dicho usted últimamen¬te: "No
pueda quitarme solo este dolor de cabeza, asi que intentare
que esta pastilla lo haga por mí"; "No puedo dormir"; "No
puedo estar despierto"; "No puedo con los niños"; "No puedo
aliviar toda esta tensión"; "No puedo controlar esta diarrea
/este estreñimiento/este mareo /estos dolores
menstruales/este constipado /este pequeño dolor
muscular/pero puedo tomar una de estas pastillas o
comprimidos". Son los productos comerciales anunciados que
invaden a diario su vida por la radio y por la televisión y
en los que ha acabado por creer.
£1 mensaje que está transmitiéndose a sí mismo cada vez que
toma una de esas "pastillas mágicas" es: "No puedo hacer
nada solo, así que confiaré en que este producto lo haga por
mí", y cada pastilla que se traga le ayuda a creer más en
las pastillas que en sí mismo.
No quiero decir que no deben tomarse nunca pastillas. Es
evidente que son necesarias para diversos tipos de
tratamientos médicos. Lo que quiero decir es esto: antes de
tomar la próxima pastilla, pregúntese qué podría hacer, qué
están intentando decirle que haga sus señales internas, para
resolver el problema sin pastillas. Sus señales internas
pueden estar intentando decirle lo siguiente: "Dése un baño
caliente para aliviar esa jaqueca. Ponga música suave, vaya
a dar un paseo por el parque", o cualquier otra cosa que sus
instintos animales de curación o cualquier otra de sus
señales internas consideren la solución a su proble¬ma. ¡Y
olvídese de la pastilla! Ensaye lo que le indican sus
señales internas. Le asombrará cuántas enfermedades
cotidianas saben eliminar sus señales internas; cuántos
dolores de espalda pueden curarse con ejercicios adecuados (aun¬que
pocos médicos lo digan), cuántos casos de diarrea crónica o
de estreñimiento se pueden resolver con una dieta adecuada,
sueño y ejercicio. Como ya dije antes, cuando tenga que ir
al médico procure buscar uno que crea que su trabajo es
ayudarle a usted a controlar su proble¬ma, con el máximo
respeto a la capacidad natural para
curarse de su propio cuerpo y el mínimo apoyo en ayudas
externas.
En lo que respecta a las sustancias externas que nunca es
necesario médicamente tomar, el cóctel para relajarse, el
cigarrillo para ayudar a aliviar la tensión, la mariguana
para animarse y poder disfrutar de sí mismo, son todos
productos tóxicos e innecesarios que ha decidido usted tomar
en vez de asumir plena responsabilidad de su propia
capacidad para animarse o relajarse. Cada vez que se apoya
usted en una de esas sustancias da un paso más en la perdida
del control de su vida y lo emplaza en un sistema de señales
externos a usted. Sus señales internas, si confía en ellas,
no le dejarán nunca envenenar su vida con pas¬tillas,
alcohol, tabaco o drogas sociales, pese a las muchas
presiones externas que intenten imponerle esas cosas.
La
indumentaria como símbolo de prestigio
¿Cuántas veces ha gastado usted dinero en ropa que no le
entusiasmaba gran cosa en realidad porque no podía sentirse
importante si no llevaba la firma del diseñador adecuado, o
no iba según "la moda actual"? Por muchas veces que lo haya
hecho, cada vez ha depositado usted la responsabilidad de su
estima de sí mismo y de su importan¬cia en manos de
diseñadores cuyo trabajo es hacer creer a la gente que sus
productos de esta temporada son la moda y todos los demás
no, gústele la moda de esta temporada o no a usted
personalmente, necesite o no en realidad esas nuevas
prendas. Puede usted conceder a la indumentaria y a sus
códigos un enorme sector de control sobre su vida si lo
desea, y si no puede sentirse a gusto consigo mismo sin su
aprobación (sean quienes sean esos que aprueban o recha¬zan),
no hay duda de que le tienen en sus manos, aunque usted se
resista a admitirlo.
Párese ahora mismo un segundo y piense en su guarda¬rropa.
¿Cuánto hay en él que ha comprado usted para adaptarse a
esos códigos, por "moda", y cuanto sólo porque sus señales
internas le decían: "Compra eso, te gustará llevarlo"? ¿Qué
fue lo que sus señales internas le dijeron que comprase
después? ¿Un par de zapatos nuevos para sustituir otros, a
sus favoritos, que están ya muy viejos, o unos zapatos
nuevos para sustituir a esos otros que. ahora están "pasados
de moda" pese a que aun pueden durar mucho más?
No quiero decir que deba usted procurar violar los códigos
de la indumentaria. Ir a la ópera con un traje de
hombre-rana de color rojo chillón, por muy divertido que
pueda parecer teóricamente, sería tan inconveniente e
innecesario (quizá) como tener que comprar cuatro trajes
nuevos todos los años en primavera para seguir la moda o
para adaptarse a la "imagen" que tenga uno de sí mismo. Lo
que digo es lo siguiente: considere en qué medida rigen su
vida esos códigos externos de la indumentaria como base del
prestigio y decídase a reducir al mínimo ese control
consultando sus señales internas en cuanto á lo que le
apetece ponerse o comprar y cuándo.
Normas
de etiqueta y de urbanidad
¿En qué medida permite usted que las señales externas dicten
cómo ha de conducirse en las relaciones sociales? ¿Se basa
usted en sus señales internas y confia en que ellas le digan
cómo ha de hacerlo para ser realmente cortés o considerado
con alguien con quien se encuentra, o cree que tiene que
consultar a las autoridades en la materia antes de decidir
cómo debe coger el tenedor, cómo debe contestar a una
invitación, cómo debe reaccionar en su próximo encuentro con
otra persona?
¿Recuerda usted al niño al que describí vagando por el
pasillo del restaurante en el capítulo cinco? Ese niño,
decía yo, utiliza los mejores modales que conoce, y confia
en que los demás hagan lo mismo. Pero, por otra parte, ese
niño no siente la menor necesidad de consultar libros de
etiqueta para determinar cómo puede ser cortés con la gente.
Si usted, siendo adulto, ha decidido adoptar una actitud
infantil hacia la verdadera cortesía, puede conocer todas
las reglas de todos los libros de etiqueta que se han
publicado, o puede no conocer ninguna de ellas, pero eso no
importa. Lo que importa es si puede sentirse usted cómodo
consigo mismo y hacer que se sientan cómodos los que están
con usted en cualquier situación.
Hay varias anécdotas clásicas que ejemplifican cómo los
individuos más verdaderamente corteses y educados han
"prescindido del código de normas de urbanidad" cuando llega
el momento de hacer que se sientan a gusto los demás, pero
mi anécdota preferida procede de un amigo:
Hace poco asistí a la boda de un amigo. El novio y la novia
pertenecían a la alta sociedad y sus familias habían
organizado una ceremonia con mucha etiqueta y mucho
protocolo. Pero el padrino, compañero de habitación del
novio en la universidad, procedía de una humilde familia
campesina de Arkansas. Era un gran tipo, pero se hundió al
verse en medio de todo aquello, al enfrentarse a tantas
cosas que se regían por libros de etiqueta, así que en el
ensayo del banquete, en el que sirvieron pechugas de pollo a
la brasa con salsa de crema, hizo lo que hacía siempre en
casa: cogió el pollo con los dedos y así se lo comió.
En fin, había que ver las miradas de horror de los demás
comensales; todos aquellos fanáticos de la etiqueta
cuchicheaban por lo bajo... hasta que la madre de la novia,
que era por cierto una de las damas más distinguidas de la
ciudad, advirtió lo que pasaba y cogió de inmediato el pollo
también con los dedos.
El padrino no se dio cuenta siquiera de lo que pasaba.
Siguió tranquilamente siendo él mismo, cordial con todo el
mundo, disfrutando dé la comida, mientras los otros
invitados que estaban tan preocupados por las buenas maneras
olvidaron también sus cuchillos y tenedores y los que aún
tenían la cabeza bloqueada por las normas de etiqueta se
quedaron perplejos sin saber qué hacer ni cómo comer. Quizás
aún se pregunten hoy qué dirían esos que establecen las
normas de etiqueta qué se puede hacer cuando la madre del
novio coge el pollo con los dedos en el ensayo del banquete
nupcial.
El mensaje de esta anécdota me parece obvio: las normas de
etiqueta y otros códigos de modales de formulación externa,
son sólo útiles en el sentido en que nos indican cuáles son
las normas aceptables en un determinado sector de la
sociedad externamente mentado en un momento deter¬minado.
Puede usted conocer a la perfección los "moda¬les" de los
esquimales del siglo XIX, o los "buenos moda-
les" de los norteamericanos del siglo XX, tal como los
explican esta o aquella autoridad, pero sólo sus señales
internas podrán decirle cómo tener siempre buenos moda¬les,
como sentirse cómodo yliacer que se sientan cómodos los que
están con usted.
Si se respeta usted a sí mismo y confía en que sus señales
internas le indicarán los "mejores modales" siempre
descubrirá que sus modales naturales son muy superiores a
cualquier idea de cortesía humana que pueda sacar jamás de
un manual o un libro.
Normas
externas del gusto
Cuando prueba usted un vaso de vino, reacciona ante una
película o una obra de teatro o un programa de televisión, o
decide si le gusta o no una canción, ¿está consultando, ante
todo, sus señales internas, prescindiendo de lo que le digan
fuerzas externas que ha de pensar sobre ello? ¿O está
valorando el vino por el prestigio de la marca o por el
precio de la botella, o prejuzgando la obra según lo que los
"críticos" dijeron ya al respecto?
Hay un refrán francés que dice: Chacun a son goát. ("Cada
uno según su gusto".) Lo que significa en esencia que, en
cuestiones de gusto, sólo usted es y ha de ser el juez de lo
que le satisface. Si ha bloqueado usted sus señales internas
hasta el punto de que su propio gusto depende de lo que se
diga que ha de decir o finja que le gusta algo cuando no es
así, puede volver a contactar con sus propios gustos
personales ensayando alguno de los experimentos que siguen:
La próxima vez que esté a punto de pedir un licor de marca
en un bar, pídale al camarero que le traiga una copa de ese
licor y otra de la marca barata que suele tomar, sin que le
diga cuál es uno y cuál es otro. Pruebe los dos y decida
cuál le gusta más. Si no puede distinguirlos, ¡decídase por
el menos caro! Si descubre que prefiere en realidad el más
caro, disfrútelo por su sabor, no por el estatus que
teóricamente le proporciona consumirlo.
La próxima vez que visite usted un museo de arte, la
casa de un amigo que tenga cuadros en las paredes, o
cualquier otro lugar en que haya obras de arte que usted
vea, determine que' obras de arte le satisfacen, basándose
en su propia valoración interna de la satisfacción que tales
obras le producen a usted, antes de ver quiénes son los
autores y cuánto cuestan las obras. Si a otros no les gustan
las cosas que a usted le parecen atractivas y les encantan
otras co¬sas que a usted no le dicen nada, o incluso le
llaman inculto porque no está de acuerdo con lo que dicen
"los especialis¬tas" que ha de gustarle, puede limitarse a
ignorar esos juicios sobre usted y sobre las obras de arte,
porque sabrá que ellos, por su parte, sólo hacen caso de lo
que piensan otros... y si es así, ¿por qué debería usted
prestar atención a lo que piensan ellos? Lo irónico de este
ejercicio es, como comprobará, que los que estaban más
preocupados por disfrutar intentando adaptarse a sus normas
externas le respetarán, sin lugar a dudas, mucho más por
confiar en sí mismo; mucho más de lo que harían si supieran
que en el fondo usted se limitaba a seguir ciegamente a los
especialis¬tas o a los críticos y que era un farsante como
ellos.
Los
mensajes publicitarios
Siempre que vea usted anuncios o mensajes publicita¬rios,
sean del tipo que sean, recuerde que son propaganda
destinada a convencerle de que las opiniones de otros
individuos son más importantes que sus propias opiniones
sobre usted mismo. Recuerde que esos mensajes intentan sobre
todo condicionarle externamente más que interna¬mente. Sea
lo que sea lo que tales mensajes intentan transmitir, lo que
intentan venderle, desde perfumes que volverán loco a su
esposo a desodorantes para los pies que garantizan que su
perro dejará de andar siempre olis¬queándole los pies
malolientes, los mensajes publicitarios están destinados
casi todos a destruir su confianza en sí mismo y a crearle
"adicción" a cualquier tipo imaginable de "recompensa
externa" que puedan convencerle que le hará a usted feliz
sólo con comprarla. El mensaje universal es que lo que otros
puedan pensar de usted es tan importanteque debe usted
asfixiar sus propias opiniones internas para estar seguro de
que complace a otros.
La próxima vez que lea u oiga un anuncio, pregúntese: "¿Qué
información real saqué de eso que pudiera ayudar¬me a
decidir si ese producto podría ser bueno y útil para mí y
cuánto del anuncio fue sólo pura petición (o exigencia) de
que compre ese producto porque, si no lo hago otros me
criticarían?"
Si examinase usted a esta luz el suficiente número de
mensajes publicitarios, pronto le dirían sus señales
internas que podía reírse de casi todos ellos y
rechazarlos... y le dirían también como poder diferenciar
los pocos que realmente le ofrecen algo bueno o algo que
podría serle útil en la vida.
Burocracias
Nuestras burocracias podrían volvernos locos a todos si se
lo permitiésemos. Nuestros múltiples niveles de gobier¬no,
nuestros grandes negocios, nuestros servicios públicos,
nuestros sindicatos y todas las superorganizaciones viejas y
rancias que se han convertido en inmensas burocracias son,
primordialmente, centros establecidos de control externo que
están intentando siempre regularnos y regimentarnos más allá
de lo razonable. Esa es la pretensión de las burocracias:
controlar las vidas de masas de individuos a través de "los
canales adecuados", para que los individuos se adapten al
mayor número posible de normas (para hacerles más "fácil" la
vida, menos dolorosa y trabajosa, a los burócra¬tas o a las
computadoras). Así, cuanto más logre una burocracia tenernos
haciendo cola una hora, perder otra media rellenando un
formulario, pagar el precio que nos dicen, olvidar nuestro
caso especial porque la computado¬ra no puede resolverlo,
ver al hombre del fondo del pasillo (que le enviará a usted
a otro hombre que hay al fondo de otro pasillo), más podrá
hacer pasar a través de nuestras duras cabezas el mensaje de
que no somos personas sino objetos destinados a que la
burocracia los manipule, y más burócratas intentarán
controlarnos estrictamente a todos. La cuestión es la
siguiente: ¿Cómo "lidiar" con eso?
Evidentemente, lo primero es no dejar que nuestras
burocracias nos vuelvan locos, y lo segundo evitar acosos y
molestias burocráticos cuando podamos oponernos a ellos y
oponernos cuando nuestras señales internas nos digan que
debemos. Sólo cuando un número suficiente de indivi¬duos
decide "no voy a aguantarlo más", decidirán nuestros
burócratas que es más "fácil" tratar a la gente con dignidad
y respeto individual que como ganado que hay que meter en
este o aquel corral según dicta "el sistema".
La próxima vez que se sorprenda maldiciendo esos impresos
fiscales incomprensibles, maldiciendo las largas colas que
debe hacer para sacar el dinero del banco, o cualquier otra
molestia burocrática que le ha impuesto un sistema
monumental de normas externas, pregúntese: "¿Qué me dicen
mis señales internas que haga en este caso?"
Descubrirá que tiene tres alternativas: 1) soportar las
molestias y pasar por ellas con el mejor humor posible; 2)
librarse de algún modo de esas molestias, o 3) armar un
escándalo y protestar por esas molestias innecesarias a que
le somete la burocracia... es decir, resistir.
Entra ahora en juego su felicidad interna: ¿cómo puede usted
acabar en el lado "felicidad" del tablero sea cual sea la
alternativa (o combinación de alternativas) que elija?
Para satisfacer su objetivo de hacer el mayor número posible
de entradas en la columna felicidad-de-origen-interno de su
vida, procurará rápidamente ensayar una de estas tres
alternativas básicas en el caso, por ejemplo, de que esté
usted haciendo cola, con cuarenta personas delante, para
sacar el dinero del banco:
1. Dígase a sí mismo: "Esperaba una cola así en el banco y
ya tenía previsto tiempo suficiente. Además, me he traído un
libro".
2. Dígase a sí mismo: "Esta cola es ridícula. Veré si .
puedo hacer efectivo un cheque en otro sitio".
3. Dígase a sí mismo: "Este banco está cada vez peor.
¡Pretenden que haga media hora de cola por el privilegio de
depositar mi dinero con ellos y luego sacarlo otra vez si
puedo permitirme perder el tiempo necesario y pasar por
todas estas molestias! Voy a explicarle claramente a ese
tipo cuales son mis derechos como cliente, me llevaré el
dinero a otro sitio si no me, dan explicaciones suficientes
y romperé el talonario de cheques y tiraré los pedazos aquí
mismo", o cualquier otra cosa parecida.
Lo importante, sea cual sea la estrategia que elija en éste
o en cualquier otro lío burocrático, es cerciorarse de que
ha seguido usted sus señales internas de modo que pueda
sentirse feliz y a gusto con cualquier estrategia que esas
señales internas hayan elegido para usted en el momento.
Si sus instrucciones internas le dicen que acepte una larga
cola en el banco con el mejor ánimo posible, quizá quiera
leer el sexto capítulo del libro mientras hace cola, o
bromear con otros sobre las largas colas y lo poco que el
banco se preocupa por sus clientes, pero aun puede eliminar
esa sensación de "pérdida de tiempo" diciéndose: "Utilice'
ese tiempo de espera en el banco del mejor modo posible, y
no me aburrí en ningún momento".
Si sus señales internas le han dicho que siga la segunda
opción y salga de esa situación imposible lo más de prisa
que pueda, tal vez se haya dicho: "Hay una vía rápida de
burlar al banco, y es hacer efectivo el cheque en la tienda
de ultramarinos". En ese caso, se sentiría usted muy
satisfecho sin duda pensando que un paseo rápido hasta la
tienda será más agradable que una espera en el banco, e irá
silbando muy contento camino de la tienda.
En tercer lugar, si sus señales internas le han dicho, por
ejemplo, "¡ya está bien!" y le han inducido a inclinarse por
la tercera opción, la de la resistencia, también debería
decidir usted pasarlo bien. Opte por romper el talonario de
cheques y salir corriendo y riéndose del banco, o tenga una
charla acalorada con un empleado protestando por el mal
servicio del banco y diciendo que va a sacar su dinero de
allí y llevarlo a otro sitio si no le atienden o consiga que
los otros que están haciendo cola canten al unísono:
"Estamos ya hartos, no aguantamos más!", ¡Podrá descubrir
entonces que hasta la resistencia puede ser divertida!
Mientras sepa usted que tiene una reclamación legítima
contra una burocracia que está exigiéndole cosas absurdas y
robándole tiempo, y le resulta a usted agradable protes¬tar
y ver cómo reaccionan "las computadoras del mundo", ¿por qué
no hacerlo? Después de todo, las burocracias quizás estén
intentando decirle que tiene usted que sopor¬tar quiera o no
sus sistemas absurdos y descomunales de control externo,
pero, en ese caso, tiene usted igual derecho a decirles, que
también ellas deben soportar a individuos furiosos que
zancadillean el sistema de vez en cuando y que si no saben
aguantar una broma, peor para ellos.
Grados
y rangos
Parvulario, primer grado, segundo grado... Novato, primera
clase, "Águila"... primera fila, segunda fila, soldado,
comandante, general... Somos parte de una cultura
obsesionada por los grados, los rangos y las jerar¬quías de
todo tipo: son estructuras externas a través de las cuales
podemos valorar el "progreso" o "estatus" de cualquiera,
incluidos nosotros, en cualquier sector posible de nuestras
vidas.
Si nos detenemos a pensar en el asunto, veremos
inme¬diatamente que aunque se nos ha condicionado
notable¬mente a aceptar como necesarios todos esos grados y
rangos y a defenderlos diciéndonos unos a otros que la
sociedad no podría funcionar sin ellos, hay muchos, en
realidad, que son completamente innecesarios, e incluso
aquellos que nos parecen legítimos nos los tomamos demasiado
en serio, con efectos destructivos, devastadores la mayoría
de veces, sobre nuestras propias posibilidades de felicidad.
Por ejemplo, ¿por qué demonios hay que organizar a un grupo
en tres clases de boy scouts, o exploradores, con uniformes
y alfileres y enseñas y cintas y toda clase de artilugios
que indican rango, y dividirlos en "patrullas" y convertir a
algunos en "jefes de patrulla" para salir de acampada con
ellos? No es necesario, desde luego. Pero algunos adultos
parecen pensar que un chico nunca aprenderá a montar una
tienda si no se le da una medalla por ello, mientras que
otros sostienen que, aunque nada de eso sea necesario ahora,
el objetivo es iniciar a los chicos en el funcionamiento del
mundo adulto.
Este segundo argumenta tiene tanto sentido para mí como la
idea de un sostén de entrenamiento, pero es más insidioso
porque admite que el objetivo de los boy scouts, en este
caso, es condicionar a los niños a reaccionar ante sistemas
externos de "señal-y-recompensa", y reprimir sus propias
señales internas, si intentan decirles que todo eso es
estúpido. Y eso lleva muy pronto a regimentar hasta a los
niños pequeños en grupos de aprendices de explorador, cosa
necesaria para iniciar a los chicos en el funcionamien¬to de
los boy scouts.
Según esto, es un milagro que no tengamos seis grados de
bebés exploradores, con medallas por los méritos en el
aprendizaje del control del pis y la caca prendidas en los
pañales. Después de todo, ¿no sería un perfecto medio de
iniciar a los bebés en el funcionamiento del mundo de los
aprendices de explorador? (Aunque los boy scouts
propor¬cionen una magnífica base de instrucción para que el
individuo confíe más en sí mismo y yo apoyo enérgicamen¬te,
desde luego, esos esfuerzos, la excesiva insistencia en lo
externo, si no se controla, puede echar por tierra el
objetivo mismo del propio entrenamiento.)
Por muy ridículo que pueda parecer el ejemplo anterior; es
en realidad la lógica seguida por todo nuestro sistema
"educativo", en el que casi todo el mundo está de acuerdo en
que hay que empezar con notas en el primer grado (¿cómo
saber si no quién pasará al segundo?) y así sucesiva¬mente,
hasta ocho o doce o más grados de educación, con las
inevitables notas en cada etapa del camino (¿cómo iban a
saber si no en la universidad si pueden admitir a un
candidato o no, o cómo va a saber el patrón si contratar o
no a un empleado?).
Desde luego, estos sistemas de notas y grados no colabo¬ran
gran cosa a que el individuo aprenda, como ya vimos en el
capítulo cinco, en el apartado "Para superar las
deficiencias de la educación". Su objetivo básico es
conver¬tirle a usted en un ser humano externamente
orientado, conseguir que acepte usted que la parte más
importante de su educación queda valorada por las notas que
le dan los profesores y por otras recompensas externas. El
sistema educativo, está destinado, todo él, a hacerle pasar
por un laberinto externo de señales de grados, más que a
enseñarle a apreciar los gozos intrínsecos o internos del
aprendizaje. Y una vez que le han condicionado en la escuela
a aceptar la persecución de matrículas de honor en todo y a
intentar que le pasen al grado siguiente (instituto,
universidad, escuela de graduados) como medida de su
"éxito", estará en condiciones de iniciarse en el "mundo de
los adultos", donde todos los que han sido condicionados de
igual modo conspiran para convertir en una profecía que se
cumple a sí misma la tan cacareada necesidad de grados en la
socie¬dad.
Enfóquelo de este modo: el "jefe de patrulla" de los boy
scouts reclutará a otros muchachos para que ingresen en la
organización, porque ha invertido mucho (y sacrifi¬cado
muchísimas cosas a las que sus señales internas le indicaban
que debía entregar su juventud) para lograr ese rango
realmente intrascendente. Él sabe que no podría ni siquiera
fingir que el rango significa algo si no hubiese
"exploradores" a los que dirigir en su "patrulla". (¡Se
vería limitado de nuevo a dirigirse sólo a sí mismo, Dios
mío!) Así que procura moverse y convencer a unos cuantos
novatos y la comedia continúa. Lo mismo puede ocurrir en
cualquier otro sector, desde las agrupaciones sociales (por
ejemplo, ¿es usted ya masón de tercer grado?) hasta la
escala laboral. ¿Teniente? ¿Catedrático?
En fin, el rango de teniente o el de catedrático no son nada
malo per se. Un ejército que combate tiene que tener redes
de mando claramente definidas, y una facultad universitaria
debe estar organizada, por lo menos lo suficiente para
proteger las libertades académicas. Las cuestiones que creo
que debemos plantearnos en lo que respecta a grados o rangos
o a nuestras posiciones en las jerarquías en cualquier
momento dado son: "Si consiguiese una matrícula de honor en
esto, y luego me ascendiesen a aquello, ¿sería porque unas
señales externas me dijesen que tenía que subir el siguiente
escalón en esa escala? ¿O medicen mis señales internas que
debería gozar más del aprendizaje en esa materia y que el
sistema externo me da este grado o este ascenso sólo porque
el sistema funciona de ese modo extraño, proporciona trozos
de papel llamados "títulos" y todo género de enseñas
distintas de mérito (dinero incluido) cuando uno aprende
cosas nuevas o se hace verdaderamente experto en ellas?"
En otras palabras: ¿llega el grado o el ascenso en realidad
por accidente? (usted no lo pretendía pero el sistema
sencillamente se le ofreció), o ¿llegó porque usted se
esforzó en lograrlo?
Haga una lista que incluya todas las formas en las que está
usted "graduado" externamente en este momento. Puede ser
jefe de departamento, un masón de tercer grado, un miembro
del equipo de primera de su liga de bolos, el doceavo de la
clase... Anote el máximo número de grados o rangos o
posiciones en la jerarquía en que pueda incluirse.
Luego, junto a cada uno de ellos, con la máxima sinceridad y
honradez consigo mismo, ponga una A si obtuvo esos "grados"
primordialmente como resultado de perseguir algo que sus
señales internas le decían que deseaba usted hacer, de todos
modos, y una F si los ha conseguido (y aspira a "grados
superiores" en el mismo sector) sólo porque deseaba usted
ahogar sus señales internas y perseguir esos grados o rangos
externos al precio de muchos sacrificios en su vida actual.
La lista le dará una idea clara de lo que ha invertido en
los sistemas externos de grado-y-rango, y de cuáles no son
necesarios en realidad o chocan con sus señales internas.
Decídase a resolver todos esos conflictos en favor de sus
señales internas, superándose al máximo.
Si quiere usted reírse un poco, vuelva a repasar su lista o
sus experiencias pasadas de "graduación" y ponga notas a
todos esos sistemas externos que se la han puesto a su
actuación en el pasado basándose en lo útiles que le hayan
sido a usted como individuo. Por ejemplo, ¿qué nota le pone
usted a su educación en la escuela primaria por el interés
que haya podido despertar por los estudios y el aprendizaje?
Si puede usted ponerle un aprobado, me sorprendería. Piense
en sus antiguas notas. ¿Cómo calificaría usted a los
profesores que le calificaron? Si fuese usted sincero
consigo les pondría, tantos suspensos como los que ellos le
pusieron a usted o más.
¿Recuerda cuando ponían sus notas en el mural para que todos
las vieran? ¿Recuerda usted todos aquellos títulos
honoríficos, y los premios y los castigos que reseña¬ban
públicamente como cosa normal todos aquellos crea¬dores de
grados? Puede que un ejercicio de la fantasía le ayude a
eliminarlos riéndose de ellos. Por ejemplo, yo he imaginado
muchas veces que entraba en la escuela y hacía una encuesta
en la que los estudiantes calificaban a sus profesores según
su actuación y que colocaba luego los resultados a la puerta
del colegio. Por supuesto, los profesores que hubieran
sacado malas notas y las vieran allí expuestas para que todo
el mundo las viese, tendrían un centenar de razones para
calificar de ilegítimo este sistema de calificación: a los
estudiantes no les gustan los profesores "duros" que quieren
imponerles disciplina (para que saquen buenas notas);
carecen del criterio "adulto" nece¬sario para calificar a
sus profesores; ponen mejores notas a los profesores que les
dejan divertirse; y, sobre todo, "no se puede calificar a
todos los profesores siguiendo el mismo criterio, porque
cada profesor trabaja de un modo dis¬tinto".
Si fantasea usted "calificando" a todas las personas e
instituciones que le califican y gradúan a usted del mismo
modo público que lo hacen ellos, tendría ocasión de reírse
mucho y tendría una perspectiva interna mucho mejor de todos
los grados, rangos y jerarquías externos.
También podría ayudarle a percibir que con los sistemas de
aprendizaje, en los que se dan notas según normas
artificiales y arbitrarias, se esfuma el impulso de
autosuperación. Por ejemplo, si conseguir una matrícula de
honor es la recompensa por su participación en una clase de
educación física, y el profesor establece un sistema
arbitra¬rio, según el cual la matrícula de honor son
cincuenta "planchas", el sobresaliente cuarenta, y treinta
el notable, el aprobado veinte, y diez el suspenso, la
mayoría de los
estudiantes intentarían llegar a las cincuenta planchas y
luego pararían. Muy pocos mostrarían interés por hacer cien
planchas o ciento cincuenta. ¿Qué sentido tendría? Obtendría
usted la misma nota que los que hacían cin¬cuenta. £1 mismo
efecto de "limitación del estímulo" que tienen los grados lo
tiene cualquier sistema de aprendizaje. Si su objetivo es
sólo un ascenso, es muy probable que no haga más que lo
suficiente para lograrlo. Sólo cuando sus motivaciones son
internas en principio, y persigue usted los beneficios
intrínsecos de hallar un sistema aún mejor de hacer lo que
hace, de convertirse en un individuo más inteligente y más
sensible, o lo que usted quiera, se hace ilimitado el
impulso de desarrollo y de crecimiento. En consecuencia, el
individuo Sin Límites, por definición, no puede preocuparse
por grados externos y por sistemas de rango externos, pues
esos mismos sistemas imponen límites a las ansias de
superación.
Estatus
familiar
¿Qué rango o qué grado ocupa usted en su familia? ¿Es usted
el varón de más edad, es usted el padre o el abuelo? ¿O es
sólo "uno de los chicos"? ¿Es usted el "gran éxito" o la
"oveja negra" de la familia? ¿Le preocupa mucho su rango en
la familia? ¿Hasta qué punto permite usted que este aspecto
de su estatus externo rija su vida?
La familia en sí puede organizarse en nuestra cultura de
acuerdo con rangos y grados externos, o jerarquías
autori¬tarias, en vez de seguir las líneas más acordes con
la felicidad interna de todos los miembros. Se sigue así la
tradición de que la familia como conjunto debe responder
sobre todo teóricamente (ha sido condicionada a hacerlo), a
los sistemas externos de "señal-y-recompensa" sobre todo, lo
que convierte a la "familia autoritaria" en piedra angular
del sistema de señales externas. Por eso las familias
rechazan con tanta frecuencia el pensamiento indepen¬diente
y castigan a los miembros que se apartan demasiado de lo
previsto por las normas externas. "Pertenecer a la familia"
pasa a ser más importante que pensar por uno mismo, que a
veces llega a considerarse una violación de la
responsabilidad familiar. Los que se rebelan siguiendo las
directrices de sus señales internas, lo harán a riesgo de la
crítica familiar y hasta del ostracismo. Salvo en las
familias más sanas, se considera un acto de traición confiar
en las señales propias del individuo. Todo miembro de la
familia recibe instrucción minuciosa en la tarea de reprimir
sus propios puntos de vista en favor de la "lealtad a la
familia", y suelen oírse cosas así: "¿Por qué no puedes
parecerte más a tu hermana? ¿Cómo puedes pensar sólo en ti
sin tener en cuenta a toda la familia? Si no haces las cosas
como quiere tu padre que las hagas, se enfadará. Recuerda
que como eres el hijo mayor, tienes ciertas obligaciones.
¿Quién si no va a heredar el negocio de la familia?"
Si considera detenidamente cuántos nos vemos forzados a
dejar a un lado la propia individualidad por respeto a
sistemas familiares de orientación externa, y hasta qué
punto pueden forzarnos nuestros "rangos" familiares a
abandonar el individualismo para "interpretar los pape¬les"
que nos ha adjudicado nuestro estatus familiar, quizás
empiece a comprender por qué se está desmoronando la familia
como institución tradicional. (O por lo menos eso es lo que
dicen los científicos sociales.)
Si su familia está sometida a una gran tensión, o se está
desmoronando incluso, es básico que reconozca usted que sólo
cuando los individuos se clasifican y gradúan mutuamente
según normas externas de jerarquías familiares, sólo cuando
hay alguien que está imponiendo rangos a otros, intentando
forzar a otros a reprimir sus propios impulsos y adaptarse a
categorías de valores y a conductas impuestas externamen¬te
en nombre de la familia, estallan el resentimiento y la
hostilidad. Si le resulta a usted imposible "controlar" a su
hijo adolescente, es probable que se deba a que sigue usted
insistiendo en que su rango como padre o madre debería darle
derecho a dictar las señales internas de sus hijos, cosas
que a éstos tiene que irritarles forzosamente, porque
sienten que intenta usted ahogar su desarrollo. La solución
es olvidar por un momento el "estatus familiar", sea usted
la madre, la hija adolescente, el tío rico, el primo pobre o
la oveja negra, en cualquier situación. Limítese a tratar a
todos los miembros de la familia y a tratarse a usted mismo
como si fueran todos de un mismo estatus o rango, y muy
pronto descubrirá que el mejor medio de generar respeto,
amor y responsabilidad "interna" en una familia es alentar a
cada uno de sus miembros para que piense y actúe con la
mayor independencia posible.
Lo he visto una y otra vez: en las familias que están más
preocupadas por su estatus en la sociedad como unidad
familiar, y son más rígidas en lo de los rangos y papeles de
cada miembro, los hijos suelen escaparse en cuanto pueden y
vuelven lo menos posible. Por otra parte, en las familias en
las que se ayuda a los hijos a salir del nido y a volar lo
antes posible en la dirección elegida por ellos mismos , en
las que todos se sienten más libres de las trabas "de
estatus familiar" impuestas desde el exterior, los hijos
vuelven con más frecuencia a casa y son las más unidas en
épocas difí¬ciles.
Su
psicología
Una de las cosas más tristes de la psicología académica y
profesional de hoy es lo mucho que estimula el pensamien¬to
orientado externamente, a través de las teorías filosófi¬cas,
rechazando la posibilidad de ayudar a la gente a volver a
contactar con sus propias señales internas y a aprender a
confiar en ella misma. Los psicoterapeutas suelen ' llevar a
sus clientes a depender aún más de ellos y de su aprobación
de lo que dependían de sus padres, esposas, hijos, jefes o
cualquiera otras personas, y transmiten a sus clientes la
idea de que nunca serán capaces de resolver del todo sus
problemas.
Los terapeutas no lo hacen deliberadamente y, en realidad,
suelen hablar muchísimo de problemas de "transferencias" y
de la dependencia. Creo que lo que les pasa es que no se dan
cuenta de hasta qué punto sus teorías, nombres y etiquetas
para definir el estado de sus pacientes, todo el aparato
externo de la psicología como disciplina investigadora,
impiden al cliente recuperar esa
confianza en sus propias señales internas que podría
permitirle lograr una verdadera integridad y la salud mental
o la "supersalud". En vez de enseñarles a interpre¬tar su
agitación, sus aspiraciones, sus fantasías e incluso sus
sueños por sí solos, se impulsa a los clientes a creer que
no pueden descubrir la verdad real sobre sí mismos más que
si un psicólogo especialista interpreta para ellos sus
señales internas; o, estudiando psicología durante años,
graduán¬dose y convirtiéndose también en psicólogos (e
incluso los que siguen esta ruta, raras veces dicen que su
disciplina les haya ayudado a ellos a convertirse en
individuos verdade¬ramente felices).
En casos extremos esta interposición de las teorías de la
psicología entre el cliente y sus propias señales internas
puede obligarle a ir al .terapeuta semana tras semana,
durante años y años, gastando quizá mucho más dinero del que
puede permitirse (otra causa de angustia), lo cual debería
por sí sólo ser clara prueba de que el terapeuta está
fomentando de algún modo una dependencia externa dañina. Si
es así, cuando el paciente piensa en abandonar la terapia o
tratamiento, puede producirse una conversa¬ción como la
siguiente:
CLIENTE:
Creo que me gustaría dejar el tratamiento. Llevo ya años con
él.
TERAPEUTA:
Me da la sensación de que se siente usted irritado y
decepcionado.
CLIENTE:
Sí, me siento un poco decepcionado: son muchos años y no veo
ningún beneficio.
TERAPEUTA:
Está usted irritado conmigo, ¿verdad?
CLIENTE:
Sí, supongo que sí. En realidad, lo que pasa es que quiero
dejarlo. Me gustaría intentar resolver mis problemas solo.
TERAPEUTA:
Eso demuestra que no está usted aún en condicio¬nes de
dejarlo, ya que no puede controlar su irritación. Habría que
resolver ese problema de transferencia antes de abandonar el
tratamiento.
Quizás esto parezca ridículo, pero es la grabación auténtica
de una sesión en la que una cliente hablaba con su terapeuta
de abandonar la terapia después de siete años de sesiones
semanales, una cliente que se sentía completa¬mente
atrapada, pues sabía que deseaba abandonar el tratamiento y
confiar en sus propias seriales internas, ¡pero no era capaz
de hacerlo sin el permiso de su terapeuta! Cuando habló
conmigo del asunto, le dije que no me parecía que tuviera
ninguna obligación con su terapeuta y que si creía que no
necesitaba tratamiento era motivo suficiente para que lo
dejara, que bastaba una llamada telefónica o una carta
informándole de su decisión.
Pero ella se mostraba reacia, asustada, porque si su
terapeuta no lo aprobaba era sin duda porque debía saber
algo de ella que ella ignoraba, y eso la asediaría en el
futuro si cortaba antes de que él dijese que estaba en
condiciones de hacerlo.
Este tipo de tratamiento que fomenta la dependencia es muy
corriente entre las "psicologías" de nuestra cultura
externamente orientada, y la idea de que es preciso que nos
ayude a resolver nuestros problemas un terapeuta
profesio¬nal impera hasta tal punto que muchos individuos no
tienen libre voluntad de dejarlo cuando se plantea la
disyuntiva de si necesitan o no uno, y llegan a creer que
les deben algo a los terapeutas aparte del tiempo y el
dinero que han gastado con ellos hasta el momento.
Los terapeutas pueden estimular el pensamiento externo y la
conducta externa en todas las áreas de sus sistemas de
diagnóstico y de tratamiento, apoyándose a menudo en exceso
en datos de pruebas psicológicas de carácter exter¬no, cuya
validez es de lo más dudoso. Si quieren conven¬cerle de que
las causas de sus problemas tienen sus raíces en que es hijo
único, o en que es el primero o el segundo, en la conducta
de sus padres, en su infancia o en su estatus social o
económico, en la personalidad de sus progenitores, en la
rivalidad con sus hermanos o en cualquier otra fuente
externa a usted mismo; si le dicen qué se dedique a vagar
por su pasado pero que sólo un terapeuta especializado puede
guiarle por él y ayudarle a desenredar la compleja maraña de
influencias destructivas de ese pasado que sigue influyendo
en usted; entonces, están enseñándole a ser ante todo un
individuo más externa que internamente dirigido, y
haciéndole adicto al tratamiento en vez de animarle a asumir
la responsabilidad de cuanto le pasa, y a asumir el control
de su vida.
Piense que no necesita usted para nada un terapeuta que
estimule la dependencia y le haga a usted esclavo de su
"psicología". La psicología externamente orientada impe¬ra
tanto en nuestra cultura que puede acabar "psiquiatrizándose"
usted mismo. Le enseñarán a buscar fuentes externas a las
que achacar sus problemas o a analizarlas en términos de
complejos de Edipo, complejos de inferiori¬dad,
compulsiones, etc. Es por tanto vital que no se lance usted
a buscar automáticamente salvación psicológica en una
dirección que no sea la de sus propias señales internas. Si
está usted en tratamiento, y si su terapeuta no le ayuda a
erradicar su dependencia de esos, "determinantes" exter¬nos
mientras intenta liberarle del tratamiento de las píldoras y
para que pueda hacer elecciones nuevas dirigi¬das
internamente, le recomiendo que lo deje o que busque un
terapeuta que no vaya a convertirse en otra fuerza directriz
externa de su mundo. Y hay muchos terapeutas que tienen
interés en ayudarle a convertirse en un indivi¬duo dirigido
internamente... sólo tiene que buscar profesio¬nales
orientados más interna que externamente.
Símbolos de autoridad y leyes
¿Cuál es su reacción profunda cuando ve a un policía?
¿Siente un leve estremecimiento de temor, pensando que quizá
le va a coger haciendo algo malo? ¿Revisa usted de pronto
toda su conducta para cerciorarse de que no se fijará en
usted?
¿Qué hace usted si un policía le pone una multa sobre la
cual sus señales internas le dicen que es en realidad
injusta e injustificada, y cita alguna oscura norma, como
"está prohibido aparcar a menos de tres metros de una boca
de incendios", que usted debe conocer teóricamente aunque la
línea amarilla del bordillo estuviera pintada sólo dos
metros setenta a ambos lados de la boca de incendios y
usted pensase (le indujeron a pensar) que había aparcado
legalmente?
¿Qué hace usted si ha sido víctima de un accidente de
tráfico poco importante y su abogado quiere que exagere
usted los daños sufridos para "sacar el máximo posible"
(diciéndole al mismo tiempo: "Lo hace todo el mundo")?
¿Cómo reaccionaría usted si fuera un soldado y un superior
le mandase disparar contra una multitud de civiles
desarmados?
¿Qué haría, por ejemplo, si hubiera una ley que dijera que
había que encerrar de inmediato en campos de concentración a
todos los norteamericanos de origen japonés? ¿Iría usted si
fuese un norteamericano de origen japonés o colaboraría en
la aplicación de tal ley si no lo fuera?
Responda como responda a estas preguntas y a otras similares
(cada cual puede formular las suyas: todos sabemos lo que
diríamos, pero ¿cuántos sabemos realmente lo que haríamos,
en situaciones concretas como ésas?), usted ya sabe, por sus
propias señales internas, que la gente externamente dirigida
tenderá a obedecer a la imagen de autoridad y a las leyes
sólo porque el policía lleva unifor¬me, el abogado sabe
mejor lo que hay que hacer en esos casos, es traición
desobedecer a un superior en tiempo de guerra y si el
presidente dice que los norteamericanos de origen japonés
son una posible amenaza para nuestra seguridad interna ha de
tener razón.
No cabe duda de que es sumamente autoritario creer que todo
el que lleve uniforme, todo el que tenga un título
rimbombante o que ocupe una posición de prestigio, merece
que se le obedezca sin discusión, y el "antídoto
igualitario" es aceptar que todo el mundo, usted incluido,
prescindiendo de posiciones y títulos, puede cometer errores
y puede dar órdenes que no merezcan cumplirse y que merezcan
la desobediencia. La obediencia ciega a normas, leyes,
regulaciones y símbolos de autoridad, constituye sin duda la
base del autoritarismo externamente dirigido. No quiero
decir con esto, ni mucho menos, que la gente
internamente dirigida contravenga de modo compulsivo la ley
o menosprecie habitualmente la autoridad; todo lo contrarío.
Cuando los individuos internamente dirigidos-coinciden o
simpatizan con los que tienen autoridad, pagarán
instintivamente las multas o se convertirán en los grandes
pilotos de caza de la guerra, en los agentes secretos que
reunirán las mejores pruebas para desenmascarar a aquel que
es realmente un espía enemigo. Pero pueden hacer esto sólo
porque, si las autoridades les piden que hagan algo que
viole sus propios valores personales, han aprendido a
ignorar esas órdenes y normas... y, en cuanto a sus
aspiraciones a la vida Sin Límites quizá le interesara
practicar la técnica de ignorar símbolos de autoridad
pomposos y leyes absurdas en la medida en que pueda hacerlo,
sin perjudicar a nadie.
La próxima vez que esté usted a punto de ceder a los
autoritarios que además sean símbolos de autoridad, o a
leyes determinadas sólo porque son leyes, recuerde que en el
estado de Massachusetts aún existe una ley que declara
ilegal sentarse en un retrete redondo.
Religión organizada (en algunos casos)
Tenemos plena conciencia la mayoría de que las religio¬nes
oficiales u "organizadas", cuando exigen que sus miembros se
adapten ciegamente a prejuicios etnocéntricos, tradiciones
rígidas u otros "códigos" generales que dictan cómo deben
regir su vida los individuos, cuando enseñan a ignorar el
sentido interno y personal de morali¬dad, son vigorosas
fuerzas externas o autoritarias en nuestra cultura,
catastrófícamente peligrosas a veces, como cuando fomentan
las cazas de brujas, las guerras religiosas y la fidelidad
excesiva al culto.
Lo irónico de esta conciencia casi universal de que hablamos
es que la mayoría de los católicos autoritarios dirán que
casi todos los musulmanes son "una pandilla de fanáticos que
no piensan nunca por su cuenta, que se limitan a seguir
ciegamente los dictados de sus ayatolajs", mientras que la
mayoría de los protestantes autoritarios
dirán lo mismo de todos los católicos, los judíos más
autoritarios dirán lo mismo de todos los cristianos, y los
musulmanes autoritarios dirán lo mismo de todos los que
siguen la tradición judeocristiana. En este sentido, quizá
sea Buda quien puede reír el último (a menos que esté muy
ocupado llorando por la orientación externa en que han
incurrido tantos supuestos budistas).
La cuestión es que, si bien usted puede legítimamente ver
mucha dirección externa en las "religiones organiza¬das" de
otros, cuanto más externamente dirigido esté uno, más
probable será que no vea esa dirección externa en su propia
iglesia. Como nos preguntó una vez un hombre cuando aún no
había religión organizada que siguiese sus doctrinas: «¿Por
qué ves la paja en el ojo ajeno y no ves la viga en el tuyo?
O ¿cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te
saque la paja que tienes en el ojo", cuando tú no ves la
viga que hay en el tuyo? Hipócritas, sacad primero la viga
de vuestro ojo y entonces veréis claro para sacar la paja
del ojo de tu hermano.»
En otras palabras, los que tienen mayores "vigas" de origen
externo en sus ojos serán los últimos en reconocer¬lo... y
también los primeros en ver pajas en los ojos ajenos. Serán
los primeros que digan "el aborto es válido" o "el aborto es
inadmisible", según lo que les digan que piensen sus
dirigentes religiosos, y serán también los primeros en
decir: "Esas personas cuyas religiones permiten (o prohi¬ben)
el aborto son como pequeños hitlers, que siguen ciegamente a
sus caudillos".
En cuanto a la religión y a la salud psicológica interna de
usted, olvide la paja o la viga que pueda haber en los ojos
de otros y limítese a pensar en sus ojos. ¿Le ayuda su
religión a ponerse en contacto con lo que sus señales
internas identifican inmediatamente como su Dios? ¿Alien¬ta
su religión el pensamiento independiente, que cada individuo
consulte su propia conciencia, que piense libre¬mente en
cuestiones religiosas? Tales religiones y sus miembros son
magníficas e importantes piezas de cualquier cultura. Pero
cuando se pretende decir a los seres humanos que deben
pensar como les digan que piensen sus "autoridades
religiosas", que deben hacerlo de este modo porque Dios les
dice que lo hagan así (por mediación de las autoridades
eclesiásticas), y que transmiten básicamente el mensaje de
que los "buenos" fieles han de ser robots sin voluntad libre
o "animales" o "niños" a los que hay que castigar
severamente si no hacen lo que manda la Iglesia, entonces,
la "religión organizada" surge como otra buro¬cracia
autoritaria que exige una entrega absoluta con castigos y
recompensas externos.
Cuanto más alienten las religiones al individuo a que se
rija por sí solo y asuma las responsabilidades de su propia
conducta, a ser moral y justo para sentirse bien consigo
mismo, más probable será que se cumpla la misión de to¬dos
los dirigentes religiosos Sin Límites verdaderamente
grandes.
Piense en su propia religión y pregúntese si un dios
verdaderamente bueno y amante de los hombres podría
engañarles con la ilusión de una voluntad individual libre y
sentarse luego y establece/ una religión organizada con
normas que determinan todas las decisiones importantes de su
vida. Pregúntese si su dios (si es que cree en alguno) cree
en usted, cree que usted debe pensar autónomamente, obrar
según la moral más alta, y le dice directa y personal¬mente
(a través de sus señales internas) que tendrá más paz
interior si lo hace, y si su religión es una experiencia
verdaderamente bella y personal.
Si descubre que concibe usted su religión como algo
primordialmentc externo en sus enseñanzas y en su
orientación, recuerde que algunas de las peores injusticias
cometidas se perpetraron en nombre de la religión, y que,
aun así, su religión puede ser interna y personalmente una
de las fuerzas más significativas de su vida... siempre que
estimu¬le el aprecio y el uso de la libre voluntad
individual.
Confio en que este capítulo le haya dado una idea ciará de
hasta qué punto han llegado a estar manipulados los
miembros de nuestra cultura por sistemas externos de "señál-y-recompensa",
y espero le haya estimulado en cuanto a capacidad personal
de ser feliz y de desarrollarse si decide explorar, expresar
y, sobre todo, confiar en esas voces e impulsos interiores
que siempre intentan guiarnos con nuestras propias luces,
sin la censura o la represión de nadie.
Si pensamos en Diógenes diciéndole a Alejandro Magno que lo
único que el gran conquistador podía hacer por él era no
quitarle la luz, y en el comentario de John Gardner de que
"una de las mejores cosas que podemos hacer por los nombres
y mujeres creadores es no quitarles la luz", quizás el
mensaje básico de este capítulo sea que, suponien¬do que
seamos todos individuos de una creatividad teórica¬mente
ilimitada, lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos es
no quitarnos nuestra propia luz interna.
Considere lo siguiente. Un grupo de personas ha sido
abandonado en la selva en mitad de la noche; todos tienen
linterna. Suponiendo que no corran peligro, no existe ningún
motivo concreto para que permanezcan juntos, están allí sólo
para disfrutar del vagabundeo hasta la mañana, en que
volverán a recogerles estén donde estén. ¿Cuáles son los que
enfocan la luz hacia delante y escudri–an en todas las
direcciones para explorar lo que atrae en concreto su
curiosidad? ¿Cuáles se sitúan automáticamente detrás de
otros y dejan sus linternas inactivas, colgando del
cinturón, de modo que lo único que iluminan es el suelo que
van recorriendo?
¿Cuáles dicen: "Lo primero que tenemos que hacer es
organizamos. Joe es <1 que tiene más experiencia en el
bosque, así que lo mejor es que le sigamos a él"? ¿Cuáles
dicen: "Bueno, está bien, seguidme todos, en fila india,
vamos, uno, dos tres, cuatro"? ¿Quién dice: "Yo quiero ir
por ese otro lado, y si alguien quiere acompañarme, vayamos
codo con codo, de modo que podamos iluminar más bosque,
descubrir más y si alguien encuentra algo puede llamar a los
demás para compartirlo con ellos"?
En suma, ¿cuáles quieren seguir sus propias luces y cuáles
bloquearlas? Le dejo a usted decidir qué tipo de individuo
desea ser. Por supuesto, siempre ha tenido esa opción, pero
lo más probable es que nunca lo haya considerado algo que
pudiera decidir por sí solo. Lo más probable es que en
muchos o en la mayoría de los sectores de su vida se haya
limitado usted a ponerse en la cola, dando por supuesto que
el tipo que la encabezaba sabía mejor adonde debía ir todo
el mundo. Si es así, puede que sea conveniente que piense un
poco sobre lo que dijo un hombre antes de que naciese la
religión que siguió sus enseñanzas: "Vosotros sois la luz
del mundo... Nadie enciende la lámpara y la coloca debajo
del candelero sino en el pedestal, para que ilumine toda la
casa".(1)
Todos decimos amar y estimar la libertad, pero defini¬mos
con demasiada frecuencia la libertad propia externa¬mente,
decimos, por ejemplo, que es "lo que nos propor¬ciona el
sistema político norteamericano". Nos entregamos demasiado
poco a buscar e indagar en la vida tras esa gloriosa
experiencia de la libertad personal a la que sólo pueden
conducirnos nuestras propias luces.
Naturalmente, deseamos ser buenos miembros de la familia,
amantes satisfechos, ciudadanos responsables y consagrarnos
a un trabajo significativo que mejore la calidad de la vida,
y no sólo de la nuestra. Pero para disfrutar "de la vida, la
libertad y la búsqueda de la felicidad", en estos y en todos
los demás sectores, hay que empezar por aprender a confiar
en las señales internas. Como escribió Platón: "El hombre
que hace que todo lo que lleve a la felicidad depende de él
mismo y no de los demás, ha adoptado el mejor plan para
vivir feliz". Unas palabras simples y sencillas dichas hace
unos miles de años, y que siguen siendo simples y sencillas
hoy: confíe en ' mismo.