El físico afable y humilde también tuvo una hija ilegítima, un matrimonio
fracasado, demostró desdén hacia las personas que le rodeaban y solo amó una
cosa en su vida: la ciencia.
“Si todo el mundo viviese una vida como la mía no habría necesidad de
novelas”, le dijo Albert Einstein a su hermana Maja cuando no era más que un
joven de 20 años que acababa de solicitar la nacionalidad suiza. El problema
es que una buena parte de esa vida fue ocultada al público y a los
historiadores de la ciencia por sus representantes legales. Así, cuando su
hijo Hans Albert murió de un ataque al corazón en 1973, muchos de los
secretos de su padre reposaban en el interior de una caja de zapatos en la
cocina de su casa en Berkeley: la correspondencia familiar desde finales del
siglo XIX. La colección era tan delicada que los albaceas de la herencia del
físico, que tenían el control legal sobre la publicación de sus palabras,
fueron a juicio para impedir que Hans Albert publicase parte de ellas tras
la muerte de su padre. No es extraño que los guardianes de la reputación del
sabio, su secretaria Helen Dukas y el economista Otto Nathan, recibiesen el
apelativo de “los sacerdotes de Einstein”. ¿Qué podía ocultarse en las
cartas y escritos del hombre del siglo de la revista Time?
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La "sacerdotisa" de Einstein
Tras la muerte del sabio, su secretaria Helen Dukas –arriba– se
convirtió en defensora a ultranza de su reputación, de forma que
ningún hecho de su vida que pudiera empañarla trasluciera al exterior.
Mantuvo la imagen idealizada del físico y no permitió que ningún
historiador tuviera acceso al verdadero Einstein
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Un hombre solitario
Einstein se definía como un hombre solitario, un Einspanner (un coche tirado
por un único caballo), y así se debe entender su vida. Bertrand Russell lo
describió como alguien a quien los asuntos personales no ocuparon gran cosa
en su mente. Su imagen de genio excéntrico y comprometido con la humanidad
le convirtió en, como el propio Einstein bromeaba, un santo judío. Sin
embargo, fue un hombre cuyas palabras en público se contradecían con sus
hechos en privado, fue un hombre “cuya combinación de visión intelectual y
miopía emocional dejó detrás de sí una serie de vidas dañadas”.
La primera de ellas fue la de Marie Winteler, la hermosa hija del matrimonio
que acogió al dieciseisañero Einstein en Aarau cuando se preparaba para el
ingreso en el Politécnico de Zúrich. Marie era dos años mayor que él y ambos
se enamoraron profundamente, como los dos adolescentes que eran. Su estancia
allí fue uno de los periodos más felices de su vida. Pero al terminar el
instituto y marchar al Politécnico en 1896 las cosas cambiaron. Einstein
sugirió, sin previo aviso, que debían dejar de escribirse. Es más, y según
se desprende de las cartas de Marie, Albert pareció acusarla de querer
acabar con su relación al irse de maestra a Olsberg, al noroeste de Aarau y
más lejos de Zúrich, donde se iba él. Pero eso no le impedía enviar la ropa
sucia a Marie para que se la lavara. La relación continuó, más por empeño de
Marie que de Albert, quien había posado sus ojos en una compañera de clase,
Mileva Maric. No está muy claro cuándo dio por terminada su relación con
Marie –simplemente, dejó de escribirla–, pero en las vacaciones de primavera
de su primer año en Zúrich marchó a ver a su familia a Pavía en lugar de
esperar a que Marie se reuniese con él tal y como había planeado durante el
invierno. La ruptura sumió a Marie en una profunda depresión de la que tardó
bastantes años en salir. Cuando se casó, Einstein dijo a su amigo Besso que
eso ponía fin a uno de los peores puntos negros de su vida.
Los tiempos del Politécnico
Einstein formalizó sus estudios científicos en Zúrich. Su escaso respeto
hacia la autoridad le granjeó la oposición de algunos profesores.
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Mientras, todo el interés del joven Einstein estaba dirigido a la serbia
y coja Mileva. Y es que a Einstein siempre le gustó la compañía de las
mujeres, aunque nunca estuvieron por encima de su pasión por la ciencia.
Marie, consciente de su inferioridad intelectual respecto a Albert, temía
ser poca cosa para él y que debido a eso perdiera interés por ella. Eso no
sucedía con Mileva. Acostumbrado a las conversaciones burguesas y casi
frívolas de las mujeres a las que había dedicado sus atenciones, Einstein
quedó fascinado por ésta. Y mientras Marie le escribía desde Olsberg, Albert
iba a conciertos con Mileva
Su primera mujer
En 1900, el año del examen de licenciatura, la Sección VI A, de Física y
Matemáticas, del Politécnico de Zúrich tenía 5 alumnos: Marcel Grossmann, el
vástago de una rica familia que estuvo a su lado en los tiempos de penuria y
quien, a través de su padre, le consiguió el trabajo en la Oficina de
Patentes; Jakob Ehrat, a menudo compañero de pupitre de Einstein y a cuya
madre iba a visitar siempre que se sentía sólo; Louis Kollros, quien sacaría
la mayor puntuación en el decisivo examen final; y la serbia de ojos oscuros
y bonita voz Mileva, de 21 años.
Su relación fue creciendo lentamente durante los 4 años de estudios en
el Politécnico. Einstein la veía como su camarada intelectual y para la
fecha del examen la amistad se había convertido en romance. El ya
ciudadano suizo quedó el cuarto (4,91 sobre 6) y Mileva no aprobó, algo
que la deprimió profundamente. Pero el amor entre ellos iba a
enfrentarse a un gran reto: la madre de Einstein. Cuando vio que esta
relación era algo más que uno de sus clásicos flirteos, se enfadó
muchísimo. Como buena alemana, Pauline creía que los serbios eran de una
clase inferior. Y no sólo eso: “Ella es un libro, igual que tú (...).
Pero tú deberías tener una mujer. Cuando tengas 30 años, ella será una
vieja bruja”
En enero de 1902 sucedió un “incidente” que iba a marcar profundamente
su relación y del cual nada se supo hasta 1987: Mileva dio a luz a una
hija, Lieserl. La actitud de
Einstein, que se encontraba trabajando |
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El Einstein popular
El genio al que todos admiraban y vitoreaban, como los estudiantes de
este instituto, modesto y amable, contrasta con el hombre distante,
solitario y emocionalmente ciego de su vida privada.
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Como profesor en
Schaffhausen mientras que Mileva permanecía en Zúrich, es llamativa.
Durante el embarazo sus cartas revelan a un padre expectante y
entusiasmado.Sin embargo, tras el nacimiento de Lieserl, adoptó una
actitud distante y fría. No la volvió a mencionar en sus cartas y jamás
fue a verla. Después de un pacto de silencio, ninguno volvería a
escribir sobre ella. La hija ilegítima de Einstein desaparece de la
historia dos semanas después de su nacimiento y jamás ha vuelto a
saberse nada de ella. |
Un matrimonio fracasado
La relación entre ambos se resintió y Mileva no volvió a ser la misma. A
ello habría que añadir que por segunda vez suspendió el examen de
licenciatura. A pesar de todo, se casaron el 6 de enero de 1903. Einstein,
ya en la Oficina de Patentes, se volcó en su trabajo y la pericia científica
de Mileva le convirtió en “su colega”. ¿Pudo esto, a la larga, afectar a su
matrimonio? Años después confesaba: “Muy pocas mujeres son creativas. No
enviaría a mi hija a estudiar Física. Estoy contento de que mi (segunda)
mujer no sepa nada de ciencia”. Para Einstein, la ciencia hacía a las
mujeres agrias. Quizá por ello dijera de Marie Curie: “nunca ha escuchado
cantar a los pájaros”.
Con el paso de los años, el matrimonio fue enrareciéndose. En mayo de 1912
la discordia ya era obvia. Para entonces Einstein había retomado su relación
con su prima Elsa, la que sería su segunda mujer –el primer mensaje que
Einstein le mandó el 30 de abril era una nerviosa declaración de amor–. Su
papel en la desintegración del matrimonio no está claro debido al natural
secretismo con que Einstein envolvió su vida. Lo cierto es que la evolución
del matrimonio Einstein-Mileva desde ese año hasta su divorcio en 1919,
justo el año en que el físico se convirtió en una figura reverenciada a
nivel mundial, fue el clásico: distanciamiento, peleas, falta de relación...
incluso llegó a pegarla.
El Papa de la Física se hace norteamericano
El 1 de octubre de
1940, en Trenton, New Jersey, Einstein junto a su hijastra Margot y su
secretaria Dukas juran su cuidadanía estadounidense. |
Sus hijos, Hans Albert y Eduard, sufrieron la separación y fueron usados
como arma arrojadiza. La relación que tuvo con ellos fue irregular: sí
ejerció de padre, pero la ciencia siempre estuvo por encima. Un momento
crítico sucedió al sufrir Eduard un colapso mental. Mileva y Hans Albert le
pidieron que regresara a Suiza para ayudarle. Einstein les contestó que
prefería quedarse en Berlín, donde entonces era profesor. Primero, porque
creía que allí podía hacer un buen trabajo científico; segundo, porque
estaba convencido de que Mileva había envenenado a sus hijos contra él.
Eduard, esquizofrénico, terminó sus días en una institución mental de Suiza.
El
científico violinista
Einstein fue un
virtuoso del violín; con él acostumbraba a dar conciertos como medio
para concentrarse en sus investigaciones. |
Einstein se divorciaba el 14 de febrero de 1919 y se casaba con Elsa el 2 de
junio. Su segunda mujer fue la pareja que necesitaba: cuidaba de él tan
amorosamente como podría hacerlo una madre. Einstein, convertido en una
figura legendaria, se dedicaba a su verdadero amor: la ciencia. Claro que no
descuidó a las mujeres. Muchos estudiosos piensan que fueron, casi sin
excepción, relaciones puramente platónicas pero lo suficientemente intensas
como para que sus dos mujeres tuvieran celos. Hasta el punto de que a Elsa,
enfrentada al secreto a voces de la relación entre su marido y Margarete
Lebach, una joven rubia austriaca, sus hijas le aconsejaron separarse.
Ante todo... pensamiento
La
imagen que el público tiene de Einstein es la que transmitió en sus
últimos años, el anciano de pelo blanco y ojos tristes e
inquisitivos. Resulta difícil imaginárselo como alguien que en un
tiempo fue joven. Y menos como un hijo errante, un tanto balarrasa y
casanova.
Si hay algo que caracterizó su vida fue, como recuerda su amigo
Abraham Pais, una “profunda necesidad emocional de no dejar que nada
interfiriera con su pensamiento. Era capaz también de sentir
profunda cólera... (pero) no lo hacía menos como hombre de
sentimiento que como hombre de pensamiento”. Tenía el don de poder
apartarse del mundo sin esfuerzo emocional; daba un paso y salía de
él cuando quería. Quizá por ello, al morir su gran amigo Michele
Besso escribió a su viuda: “Pero lo que yo admiraba más en Michele,
como hombre, era el hecho de haber sido capaz de vivir tantos años
con una mujer, no solamente en paz, sino también constantemente de
acuerdo, empresa en la que yo, inevitablemente, he fracasado por dos
veces”. |
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El físico
checo Ludek Zakel afirmó en 1995 ser hijo de Elsa y Albert
Einstein. No lo pudo probar. |
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¿Fue un misántropo?
Poco a poco Einstein fue expresando cínicos comentarios acerca del
matrimonio: “Tuvo que ser inventado por un cerdo sin imaginación, esclavitud
en un envoltorio cultural...”. Algunos le han acusado de misoginia, pero su
actitud hacia las mujeres fue la misma que hacia los hombres: a todos trató
con distante cortesía y amabilidad. Einstein fue un hombre preocupado por la
humanidad, pero indiferente con los seres humanos concretos, a quienes
valoraba únicamente por su capacidad intelectual (por eso Elsa siempre se
sintió inferior).
El éxito de sus teorías le convirtió en leyenda, incluso entre sus propios
colegas. El gran físico Wolfgang Pauli, un hombre que no se caracterizaba
precisamente por ser respetuoso, trataba a Einstein de manera diferente al
resto. Fue reverenciado como un dios, aunque él mismo era esencialmente
modesto y amable. “Yo hablo de la misma manera con todo el mundo, ya sea
basurero o rector de universidad”. Claro que también tenía su ego. Una vez,
Einstein envió un artículo a la revista Physical Review. El editor tuvo la
osadía de hacer lo que siempre se hace en las publicaciones científicas:
enviarlo a otros científicos para que lo revisaran y esperar su juicio sobre
si era de la calidad suficiente como para publicarlo. Esto no le gustó nada:
nunca más volvió a enviar sus trabajos a esa revista. |