De Zúrich a Berna
El director del Politécnico le instó que se preparara en la Escuela
Cantonal de Aargau, en la ciudad de Aarau. Acostumbrado a la férrea
disciplina germánica, el espíritu de libertad que allí se respiraba
sorprendió a Einstein. Y fue en Aarau, con 16 años, donde se planteó una
insignificante pregunta que le obsesionó durante mucho tiempo: ¿Qué
impresión produciría una onda luminosa a quien avanzara a su misma
velocidad? Acababa de nacer la teoría especial de la relatividad.
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Ya en el Politécnico
conoció a quien sería su primera mujer, Mileva Maric, una serbia cuatro
años mayor que él y coja desde su infancia. Su amor por ella le enfrentó
con sus padres, especialmente con su controladora madre Pauline:
“Echarás a perder tu futuro y cerrarás el camino a tu propia vida”.
Después de una época de mera supervivencia, saltando de un trabajo
temporal a otro –cuando lo tenía– con una familia empobrecida y un padre
cada vez más enfermo, Einstein fue contratado en la Oficina de Patentes
de Berna el 23 de junio de 1902. Cuatro meses más tarde moría su padre
dando consentimiento a su boda con Mileva.
Y llegó el año milagroso de 1905. Einstein publicó en Anales de la
Física cuatro artículos destinados a hacer historia. Su genio salió a la
luz y le empezaron a ofrecer puestos académicos. Max Planck, el padre de
la teoría cuántica, comparó a Einstein con Copérnico. Pero en 1919, al
comprobarse su predicción de que la gravedad del Sol curvaba la
trayectoria de los rayos de luz, se le canonizó. Se dio su nombre a
niños y a puros y el London Palladium le pidió que se asomara al
escenario durante tres semanas, fijándose él mismo el sueldo. Los medios
de comunicación titulaban sus teorías como los logros más importantes
del pensamiento humano y sus ecuaciones aparecían en la primera página
de los periódicos.
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Un pacifista
convencido
Durante toda su vida,
Einstein fue un irredento defensor de la paz. El temor a que los nazis
consiguieran la bomba atómica hizo que apoyara su construcción. |
El cerebro de Einstein
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¿Investigación
científica o fetichismo?
Durante la autopsia de Einstein se le
extrajeron su cerebro y sus ojos. |
Tras su
muerte se le realizó la autopsia. El patólogo a cargo de ella, Thomas
Harvey, extrajo el cerebro y lo guardó durante mucho tiempo en su casa.
¿Estaría allí la respuesta a su genio? Muchos años después un estudio
reveló que el tamaño de sus lóbulos parietales era superior a la media.
¿Explica esto su genialidad? Obviamente no; el talento no se mide en
centímetros.
Pero no sólo habían extraído su cerebro; el oftalmólogo de Princeton
Henry Abrams sacó sus ojos, que mantuvo durante décadas encerrados en
una caja de seguridad en la costa este de Nueva Jersey.
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Una leyenda viva
A comienzos de los 30 las universidades de Oxford, Jerusalén, París, Madrid
y Leyden le ofrecían todo tipo de prebendas con tal de que fuera profesor
suyo. Pero quien se lo llevó fue el recién creado Instituto de Estudios
Avanzados de Princeton. El 17 de octubre de 1933 Einstein, en compañía de su
segunda mujer, Elsa, su secretaria Helen Dukas y su ayudante Walther Mayer,
llegó a Nueva York. Como dijo el físico Paul Langevin, “el Papa de la Física
se ha mudado de casa y EE UU se ha convertido en el centro mundial de las
ciencias naturales”. Allí, entre los árboles que llevaban a su casa en la
calle Mercer, se forjó la leyenda.
Pero Einstein no fue sólo un físico. También estuvo comprometido con la
humanidad. Su pacifismo a ultranza –a menudo prestaba su nombre a
declaraciones por la paz– se vio truncado al apoyar firmemente la
construcción de la bomba atómica. Incluso copió de nuevo de su puño y letra
el artículo original sobre la relatividad que publicó en 1905 para recaudar
fondos para la guerra –en un determinado momento, mientras dictaba a su
secretaria, levantó la cabeza y exclamó: “¿He dicho yo eso? Podía haberlo
hecho sin tantas complicaciones”–. En la subasta alcanzó los 6 millones de
dólares.
Einstein también fue un hombre comprometido políticamente. Admiraba el
coraje político de personas como Walter Rathenau, ministro de Asuntos
Exteriores de la República de Weimar. Tras su asesinato escribió: “No es
mérito ser un idealista cuando uno vive en babia; él fue idealista aun
viviendo en la tierra y conociendo su hedor como casi nadie”. Pero había
algo que no lo convertía en buen político. Bertrand de Jouvenel decía que la
principal característica de un problema político era que admite arreglo,
pero no solución. Algo inaceptable para el genial físico. Así, cuando en
noviembre de 1952 murió el presidente de Israel Chaim Weizmann y el Primer
ministro David Ben-Gurion decidió ofrecerle la presidencia, éste preguntó a
su secretario personal: “¿Y qué hacemos si acepta?”. Por suerte para ellos,
no lo hizo.
El 18 de abril de 1955, una hora después de la media noche, su corazón dejó
de latir. Dos días antes había dicho a un amigo íntimo: “No estés tan
triste. Todos tenemos que morir”.
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