Graduado
magna cum laude
en la Escuela de Medicina de la Universidad de Columbia, con un
posgrado en la Universidad de Yale, Weiss fue uno de los jefes de
psiquiatría más jóvenes del prestigioso hospital Mount Sinai, de
Miami.
A simple vista, hay que
admitirlo, es todo un catedrático. No obstante, cuando el diálogo
cobra vida y entra en acción, sus modales, que han olvidado la
solemnidad absurda pero que conservan la cortesía y el refinamiento,
invitan a que uno se olvide por completo de que se está frente al
controvertido doctor de trascendencia internacional, que decidió
suspender la lista de espera de su consultorio cuando ésta ya
superaba los cinco años.
“Era poco sensato planificar
una visita médica con tanta anticipación”, aclara el autor de
best sellers como Lazos de amor, El mensaje de los sabios
o A través del tiempo, con millones de copias vendidas
en todo el mundo.
Weiss, de 59 años, casado
con su eterna Carole y dos hijos, no se comporta con la arrogancia
de sus diplomas. Sin necesidad de fruncir de ceño en señal de
jactancia, sus observaciones inspiran, acaso más por la sensibilidad
que por la agudeza de las mismas, un respeto próximo al afecto.
“He recorrido un largo
camino desde el día en que, médico de formación clásica, profesor de
psiquiatría y escéptico empedernido, me di cuenta de que la vida
humana es algo más maravilloso y profundo de lo que me había hecho
creer incluso mi rigurosa formación médica”, cuenta este hombre que,
si bien ha sido bautizado como el gurú de la reencarnación en
Occidente, aún conserva la vestimenta arquetípica del académico
contemporáneo: la camisa tiesa, abotonada casi hasta el tope, un
discreto chalequito de fina trama y los pantalones pinzados que se
prolongan en un reluciente par de zapatos náuticos. Todo eso, claro,
en perfecta armonía con el puntilloso corte de pelo y los
inexorables lentes de diseño italiano.
Su mensaje, certero como un
rayo, saldrá disparado reiteradamente en dirección opuesta al del
tradicional discurso cientificista: “Si una persona evoluciona en un
ser más cariñoso, más compasivo y menos violento, es que ha tomado
la dirección adecuada. Y aquí, lo que importa, no es la velocidad
sino la dirección del camino que se elige.”
De temperamento
decididamente sosegado, su semblante parece imperturbable. “Estuve
meditando esta mañana”, confiesa Weiss,
como develando un secreto.
Más seguidor de Carl Jung
que de Sigmund Freud, a pesar de que utiliza muchas técnicas del
maestro vienés en sus tratamientos -la hipnosis, por ejemplo-,
advierte que las psicoterapias, al no tener raíces espirituales, no
sirven para liberar la verdadera naturaleza de los seres humanos.
Y convencido de que cada vez
que creamos grupos, nosotros y ustedes, estamos generando violencia,
potencialmente, recuerda que sólo existe un grupo: el espíritu
humano.
“Todo está conectado. Las almas
no tienen raza, religión, sexo o nacionalidad; son almas, una forma
pura de energía amorosa. Tenemos que aprender esto y enseñárselo a
los chicos”, propone, apoyándose en una cita del místico cristiano
Pierre Teilhard de Chardin: “No somos seres humanos atravesando una
experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una
experiencia humana”.
Según su experiencia, la
psicología sólo funciona si el terapeuta logra conectarse con el
paciente en un plano de verdadero afecto. “Lo que cura -insiste
Weiss- es la relación, no la técnica.” Y resalta: “Puede que Freud
no considerase sus teorías definitivas, pero para sus discípulos son
dogmas de fe. Jung, en cambio, era un inconformista que se anticipó
a su tiempo; comprendía lo misterioso, lo espiritual, lo intuitivo,
pero lo rodeaban personas ávidas de dogmas.”
-En sus libros,
usted también suele hablar de la intuición, algo que casi hemos
olvidado de utilizar en nuestra vida diaria.
-La arremetida contra
la mente comienza desde que somos muy pequeños. Se nos educa con
valores familiares, sociales, culturales y religiosos que reprimen
nuestros conocimientos innatos. Y si nos resistimos a esa acometida,
se nos amenaza con el miedo, la culpa, el ridículo, la crítica y la
humillación. O, también, pueden acecharnos el ostracismo, la
retirada del amor o los abusos físicos y emocionales. Nuestros
padres y profesores, nuestra sociedad y cultura pueden enseñarnos
falsedades peligrosas. Y a menudo lo hacen. El mundo actual es una
clara prueba de ello, pues se encamina a tropiezos y golpes,
imprudentemente, hacia una destrucción irreversible. Pero si se lo
permitimos, los chicos pueden enseñarnos la salida.
-¿Es cierto que
las mujeres son más intuitivas que los hombres?
-Es así, están más abiertas
a todos estos conceptos: espiritualidad, inspiración... Las madres
siempre se han basado en su intuición. Por eso, creo que los
científicos de hoy están equivocados. Si la ciencia y la tecnología,
que se nos están escapando de las manos, no comienzan a
desarrollarse en el contexto de nuestra sabiduría intuitiva,
entonces estamos frente a un peligro. Porque, mal empleados, pueden
destruir el mundo.
-¿Y por qué cree
que a la comunidad científica le cueste tanto aceptar esas
facultades que todos llevamos dentro?
-Porque existe un
descreimiento generalizado sobre todo aquello que no puede verse o
demostrarse por métodos científicos convencionales. Y eso está mal,
es erróneo. Nos enseñaron que todo eso es supersticioso, o no
científico, o inferior. Y no es así. Tenemos sentidos más allá de
los cinco sentidos. Y uno de ellos es la intuición. No sólo en el
arte, los grandes descubrimientos científicos también surgen
intuitivamente, y no necesariamente desde de la lógica pura. El
mismo Einstein lo decía. Tiene que haber un balance entre lo
racional y lo intuitivo. Algo que, en mi caso, tardó años en llegar.
Hasta que conocí a Catherine. Además, para recuperar ese equilibrio,
no podemos olvidar que el amor es el componente fundamental de la
naturaleza, que conecta y une a todas las cosas y las personas. Y la
energía del amor es, en potencia, más fuerte que cualquier bomba y
más sutil que cualquier hierba. Lo que sucede es que aún no hemos
aprendido a aprovechar esa energía tan básica y tan pura.
-¿Podríamos decir,
entonces, que intuición y poesía son casi sinónimos?
-Sin
duda están emparentados. Los griegos hablaban de las musas. Los
poetas, los músicos y los artistas en general trabajan mejor cuando
se dejan llevar por el cerebro derecho, es decir, por la intuición,
lo espiritual, lo no lineal; y no siempre ocurre lo mismo cuando se
guían por el cerebro izquierdo, el lógico, el racional. Le hemos
dado una excesiva importancia a la razón, a un punto tal que casi
hemos negado nuestra intuición, que era, precisamente, el sentido
predominante del hombre.
Cuando conoció a Catherine,
la paciente cuya historia se cuenta en su primer libro Muchas
vidas, muchos maestros, Weiss ya había publicado más de
cuarenta trabajos científicos y colaboraciones en publicaciones
médicas, y había adquirido reconocimiento internacional en
psicofarmacología y química cerebral. Con voz tenue, explica que
durante más de un año había intentado aliviar los ataques de pánico
de su paciente por medios de técnicas psiquiátricas convencionales
hasta que, durante una sesión de hipnosis, bien freudiana, todo
cambió.
La memoria de Catherine, en
lugar de revolver por los cajones de su infancia, fue incluso mucho
más lejos de lo que un escritor de cuentos fantásticos hubiera
imaginado jamás: Catherine, ese mojón fosforescente en el camino de
Weiss, se vio a sí misma, en otro cuerpo, 4.000 años atrás.
“Como hasta ese día era
totalmente incrédulo a todos aquellos campos faltos de rigor
científico, como la parapsicología, y además no sabía nada sobre las
vidas pasadas o la reencarnación, ni me interesaba saberlo, al
principio no consideré la vivencia de Catherine como un regresión
-explica Weiss-. De todas formas, continuamos con la hipnosis en las
sesiones siguientes porque notaba una clara mejoría en sus
síntomas.”
A partir de entones, Weiss
comenzó a investigar y a documentarse sobre el tema durante 15
largos años de silencio profesional. “Sabía que con tan sólo inferir
algo, mis colegas me tomarían por demente”, recuerda, esbozando una
sonrisa con un leve toque de picardía.
Pero cuando por enésima vez
se convenció de que sus hallazgos eran efectivamente ciertos,
decidió publicar, no sin un cierto grado de resquemor, cada detalle
de las regresiones de sus pacientes. Y de las propias.
-¿Cómo definiría a la
reencarnación?
-Es el concepto de que
poseemos un alma inmortal, que puede llamársele también conciencia o
espíritu, que abandona nuestro cuerpo en el momento de la muerte
física para luego renacer en una nueva criatura para continuar en
esa nueva vida con las lecciones que eventualmente la lleven a una
realización espiritual plena.
-¿Y realmente cree
que la realización espiritual plena sea posible?
-Sí.
Lo que ocurre es que nuestros valores están todos revueltos,
desordenados. Nos preocupamos demasiado por la impresión que le
causamos a los demás o sobre cuánto dinero tenemos. Y todo eso es un
tremendo error. Porque la felicidad viene desde adentro de uno. De
saber disfrutar el momento presente. Sabemos que el amor puede
curar, y que el estrés puede matar. Pero poco hacemos para aliviar
nuestra mente. No es necesario ser rico para ser feliz. En mi
consultorio he atendido infinidad de gente increíblemente rica, pero
infelices. Y su tristeza se disipaba cuando comenzaban a cultivar
sus valores humanos, a preocuparse por los demás.
Estamos atrapados en las
preocupaciones de nuestra mente sobre el futuro, o lamentando el
pasado. Aunque somos conscientes de que ni los lamentos ni las
preocupaciones pueden modificar ni el pasado ni mejorar el futuro.
Una cosa es planear, organizarse, eso está bien. Pero no
preocuparse. Ese sentimiento se ha vuelto un hábito de lo más
negativo. Lo mismo que con el pasado. Hay personas que se la pasan
rumiando sobre sus errores, preguntándose una y otra vez por qué no
hice esto o aquello.
-¿No cree que las
psicoterapias pueden caer en ese rumiar constante, que termina
volviéndose negativo?
-Entiendo que este no es
puntualmente un tema sencillo. Es bueno ver el pasado y reconocerlo.
Pero es cierto también que ese proceso, que puede ser muy doloroso,
tiene un límite. Lo que yo le digo a mis pacientes es que aprendan
de su pasado y que luego déjenlo ir. Ahora esté aquí, en el momento
presente, que es el único lugar en el que va a encontrar la
felicidad. Si seguimos varados en el pasado jamás seremos felices.
Eso les digo.
-Entre tanto dolor y
sensación de soledad, los psicofármacos son presentados como la
solución a los problemas existenciales del hombre moderno.
-Existen muchas razones que
explican ese fenómeno. La propaganda y la presión de la industria
farmacéutica es enorme. Y, además, persuaden a los médicos para que
receten sus productos de maneras subrepticias y a veces no tan
solapadamente. Por otra parte, la tendencia de las universidades es
a enseñar cada vez más a que el tratamiento pasa por la medicación.
Pero sabemos que con las pastillas no alcanza. Porque cada
depresión, ansiedad o cualquier síntoma, forma parte de un cuadro
holístico, donde intervienen la mente, el cuerpo y el espíritu.
Las pastillas son una
opción que no tienen por qué contraponerse con otras formas
curativas. Pero de nada sirven sin la compasión y el entendimiento
de que esa persona que está sufriendo es una ser humano y no un
sistema bioquímico con bajos niveles de cierta sustancia. Y en
algunos casos, aún siendo compasivo y con un buen tratamiento ni
siquiera es necesario recurrir a la medicación. O, si se receta, se
hace por menos tiempo y con dosis más bajas.
-¿Cuál
es la crítica más dura que tiene para hacerle a los médicos que
ejercen la medicina “tradicional”?
-Bueno, generalmente son ellos
los que me critican a mí.
-Bueno, a cada cual
su turno. Pero con espíritu constructivo.
-Mi principal crítica
es que los médicos necesitan abrir más su corazón y darse cuenta de
que son sanadores. Y para eso, es preciso estar conectado
intuitivamente con cada paciente, tener compasión y preocuparse
sinceramente por esa otra persona. Y esto es bueno no sólo para el
paciente, los médicos se sentirán mucho más satisfechos también. El
paciente no es un hígado, un corazón o una vesícula. Les recordaría
a los médicos que cada paciente es un ser humano, un alma al que
deben acercarse con compasión y con el corazón abierto.
Dos preguntas más
-¿Cómo definiría las
almas gemelas (soul mate)?
-Por empezar, tenemos más de
una. Y por eso almas gemelas no es imperiosamente un término
romántico. Es gente con la que hemos vivido en otras vidas, y existe
una forma de reconocimiento de sus almas que nos parecen familiares.
O en la mirada, o al tocar las manos, ciertas cosas que nos hacen
acordar. Un alma gemela no significa alguien con quien vamos a
compartir el resto de nuestra vida. A veces, se trata de una persona
que se cruza en camino tal vez por uno o dos meses solamente, pero
su sola presencia nos ayuda a cambiar nuestras vidas y a
evolucionar. Creo que en una dimensión mayor estamos conectados a
cada una de las almas del planeta, e incluso de más allá. Todos
estamos interconectados. Pero a la vez existen pequeños grupos de
familias de almas, gente que ha vivido junta en varias ocasiones. Y
a eso llamo almas gemelas. Este no es el único lugar o planeta donde
existen almas. Existen también otras dimensiones donde también viven
almas; los físicos están escribiendo sobre este tema.
-¿A su esposa Carole
ya la conocía de otras vidas?
-Sí.
A pesar de que nunca me encontré con ella en las regresiones. Sí, en
cambio, encontré a mi hijo en una de mis propias regresiones. Pero
sé, y ella también, que ya habíamos estado juntos antes. Nos
conocimos de muy jóvenes; yo tenía 18 años y ella 17. Fue
instantáneo. Ninguno de los dos estaba buscando una relación seria,
éramos los dos todavía muy jóvenes. Si mi hija, que ahora tiene 22
años, hubiera tenido una relación tan seria como la mía cuando yo
tenía 17 años, le hubiera dicho todavía eres una niña. En
mi caso, y en el de mi mujer, fue algo muy especial, de
reconocimiento, el sentido de familiaridad, de conexión, podíamos
terminar las oraciones que el otro estaba diciendo, compartíamos los
pensamientos... Yo no tenía ni idea de qué se trataba todo eso en
aquel entonces, sólo sabía que era muy fuerte.