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Usted Puede Sanar su Vida

El Cuerpo 2

Louise L. Hay

 
 

Los Pulmones

Representan nuestra capacidad de recibir y dar vida. Los problemas pulmonares

suelen significar que tenemos miedo de recibir la vida, o quizá que nos sentimos sin derecho a vivir

plenamente.                                                                                       

Las mujeres se han caracterizado tradicionalmente por su respiración superficial, y con frecuencia

se han considerado ciudadanas de segunda clase, que no tenían derecho a su propio espacio, y en

ocasiones, ni a vivir siquiera. Hoy, todo eso está cambiando. Las mujeres están ocupando su lugar

como miembros de pleno derecho en la sociedad, y están respirando plena y profundamente.

A mí me agrada verlas practicar deportes. Las mujeres siempre han trabajado en el campo, pero

hasta donde yo sé, ésta es la primera vez en la historia que se han incorporado al mundo del deporte. Y es un placer ver cómo se forman esos cuerpos espléndidos.

El enfisema y el exceso de tabaco son dos formas de negar la vida que enmascaran un profundo

sentimiento de ser totalmente indigno de existir. Los reproches no harán que nadie deje de fumar.

Lo primero que tiene que cambiar es esa creencia básica.

 

Los pechos

representan el principio de la maternidad. Cuando hay problemas con ellos, eso

significa generalmente que nos estamos «pasando» en nuestro rol de madres, ya sea en relación

con una persona, un lugar, una cosa o una experiencia.

Parte del proceso que exige el rol de madre es permitir que los hijos crezcan. Es necesario

saber cuándo tenemos que cruzarnos de brazos, entregarles las riendas y dejarlos en paz. La

persona sobreprotectora no prepara a los demás para enfrentar y manejar su propia experiencia. A

veces hay situaciones en que con nuestra actitud dominante cortamos las agallas a nuestros hijos.

Si el problema es el cáncer, lo que está en juego es, además, un profundo resentimiento. Libérese

del miedo, y sepa que en cada uno de nosotros reside la Inteligencia del Universo.

 

El corazón

representa el amor, y la sangre el júbilo. El corazón es la bomba que, con amor, hace

que el júbilo circule por nuestras venas. Cuando nos privamos del amor y el júbilo, el corazón se

encoge y se enfría, y como resultado, la circulación se hace perezosa y vamos camino de la

anemia, la angina de pecho y los ataques cardíacos.

 

Pero el corazón no nos «ataca». Somos nosotros los que nos enredamos hasta tal punto en los

dramas que nos creamos que con frecuencia dejamos de prestar atención a las pequeñas alegrías

que nos rodean. Nos pasamos años expulsando del corazón todo el júbilo, hasta que, literalmente, el dolor lo destroza. La gente que sufre ataques cardíacos nunca es gente alegre. Si no se toma el

tiempo de apreciar los placeres de la vida, lo que hace es prepararse un «ataque al corazón».

Corazón de oro, corazón de piedra, corazón abierto, sin corazón,

todo corazón... ¿cuál de estas

expresiones es la que cree que se ajusta más a usted?

 

El estómago

se lo traga todo, digiere las ideas y experiencias nuevas que tenemos. ¿Qué (o quién)

es lo que usted no puede tragar? ¿Y lo que le revuelve el estómago?

Cuando hay problemas de estómago, eso significa generalmente que no sabemos cómo asimilar

las nuevas experiencias: tenemos miedo.

Muchos recordamos aún la época en que empezaron a popularizarse los aviones comerciales.

Eso de meternos en un gran tubo metálico que debía transportarnos sanos y salvos por el cielo era

una idea nueva y difícil de asimilar.

En cada asiento había bolsas de papel para vomitar, y casi todos las usábamos, tan discretamente

como podíamos, y se las entregábamos bien dobladitas a las azafatas, que se pasaban buena parte del tiempo recorriendo el pasillo para recogerlas.

Ahora, muchos años después, sigue habiendo bolsas en todos los asientos, pero rara vez alguien

las usa, porque ya hemos asimilado la idea de volar.

 

Las úlceras

no son más que miedo, un miedo tremendo de «no servir para». Tenemos miedo de

no ser lo que quieren nuestros padres o de no contentar a nuestro jefe. No podemos tragarnos tal

como somos, y nos desgarramos las entrañas tratando de complacer a los demás. Por más im-

portante que sea nuestro trabajo, interiormente nuestra autoestima es bajísima, y constantemente

nos acecha el miedo de que «nos descubran».

En este punto, la respuesta es el amor. La gente que se aprueba y se ama a sí misma jamás tiene

úlceras. Sea dulce y bondadoso con el niño que lleva dentro, y ofrézcale todo el apoyo y estímulo

que usted necesitaba cuando era pequeño.

 

Los genitales

representan lo que hay de más femenino en una mujer, su feminidad, o lo que hay

de más masculino en un hombre, su masculinidad; nuestro principio femenino o nuestro principio

masculino.

Cuando no nos sentimos cómodos con nuestra condición de hombres o mujeres, cuando

rechazamos nuestra sexualidad, cuando no aceptamos nuestro cuerpo por sucio o pecaminoso, es

frecuente que tengamos problemas con la zona genital.

Rara vez me sucede encontrarme con una persona que haya sido criada en una casa en donde

se llamara a los genitales y a sus funciones por su verdadero nombre. Todos crecimos rodeados de

eufemismos. ¿Recuerda los que usaban en su casa? Pueden haber sido tan leves como «allí

abajo», pero también pueden haber sido términos que le hacían sentir que sus genitales eran sucios

y repugnantes. Sí, todos hemos crecido creyendo que entre las piernas teníamos algo que no

estaba del todo bien.

En este sentido, la revolución sexual que estalló hace unos años fue algo positivo. Decidimos

apartarnos de la hipocresía victoriana y, de pronto, estaba bien tener vanas parejas, y tanto las

mujeres como los hombres podíamos tener aventuras de una sola noche. Los intercambios

conyugales se hicieron más abiertos, y muchos empezamos a disfrutar, de una manera nueva y

diferente, del placer y de la libertad del cuerpo.

Sin embargo, pocos pensamos en encararnos con lo que Roza Lamont, fundadora del instituto de

Comunicación Consigo Mismo, llama el «Dios de mamá». Sea lo que fuere lo que su madre le

enseñó sobre Dios cuando usted tenía tres años, eso sigue estando en usted en un nivel subcons-

ciente, a menos

que conscientemente haya estado trabajando para liberarse de ello. ¿Era un Dios

colérico y vengador? ¿Qué opinión tenía sobre los asuntos sexuales? Si todavía seguimos andando

por el mundo con aquellos primeros sentimientos de culpa por nuestra sexualidad y nuestro cuerpo,

seguramente iremos en busca de castigos.

 

Los problemas anales y de vejiga, las vaginitis y las afecciones del pene y de la próstata

pertenecen todos a la misma dimensión, y provienen de falsas creencias referentes al cuerpo y a la

«corrección» y la «propiedad» de sus funciones.

Cada uno de nuestros órganos es una magnífica expresión de la vida. Si no se nos ocurre pensar

que los ojos o el hígado sean sucios o pecaminosos, ¿por qué hemos de pensarlo de nuestros

genitales?

El ano es tan hermoso como el oído. Sin el no tendríamos manera de deshacernos de lo que el

cuerpo ya no necesita, y muy pronto nos moriríamos. Cada parte y cada función de nuestro cuerpo

es perfecta y normal, natural y hermosa.

A mis clientes con problemas sexuales les digo que empiecen a relacionarse con órganos como el

recto, el pene o la vagina con un sentimiento de amor, apreciando sus funciones y su belleza. Y si

usted comienza a ponerse tenso o a encolerizarse al leer esto, pregúntese por qué. ¿Quién le dijo que

negase una parte cualquiera de su cuerpo? Dios no, ciertamente. Nuestros órganos sexuales fueron

creados no sólo para reproducirnos, sino también para darnos placer. Negar esto es crear

sufrimiento y castigo. La sexualidad no sólo está bien; es algo glorioso, maravilloso. Es normal que

usemos nuestros órganos sexuales, como lo es que respiremos o que comamos.

Por un momento, intente visualizar la vastedad del Universo. Es algo que excede nuestra

comprensión. Ni siquiera los científicos más importantes, con los equipos más avanzados, pueden

llegar a medir su tamaño. Dentro de este Universo hay muchísimas galaxias.

En una parte de las galaxias más pequeñas, en un rincón apartado, hay un sol muy de segundo

orden, alrededor del cual giran unos cuantos granos de arena. Uno de ellos es el planeta Tierra.

A mí se me hace difícil creer que la vasta, increíble Inteligencia que creó la totalidad de este

Universo no sea más que un anciano sentado sobre una nube, por encima de la Tierra, y que

esté... ¡vigilando mis órganos sexuales!

Y, sin embargo, cuando éramos niños, a muchos nos enseñaron este concepto.

Es vital que nos liberemos de esas ideas tontas y pasadas de moda, que no nos sirven de apoyo

ni nos alimentan. Yo siento con todas mis fuerzas la necesidad de creer que Dios está

con nosotros, y

no contra nosotros. Son tantas las religiones que hay para elegir, que si usted ahora tiene una que le dice que es un pecador y un gusano abominable, puede buscarse otra.

     

No estoy exhortando a la gente a que ande por ahí a todas horas buscando contactos sexuales

sin freno alguno. Lo que digo es que algunas de nuestras normas no tienen sentido, y por eso tanta

gente las viola y vive según sus propias normas.

Cuando liberamos a alguien de la culpa sexual y le enseñamos a que se ame y se respete,

automáticamente tenderá a tratarse -y a tratar a los demás— de la manera que le resulta más

gratificante y que más gozo le proporcione. La razón de que muchas personas tengan tantos

problemas con su sexualidad es que sienten rechazo y repugnancia hacia ellas mismas, y por eso

se tratan mal... y tratan mal a los demás.

No basta con que en la escuela se enseñe a los niños la parte mecánica de la sexualidad. Es

necesario que, en un nivel muy profundo, se les convenza de que su cuerpo, sus genitales y su

sexualidad son algo de lo que hay que regocijarse. Yo creo realmente que las personas que se

aman y, por lo tanto, aman su cuerpo son incapaces de abusar de sí mismas m de nadie más.

Considero que la mayoría de los problemas de vejiga

provienen de que uno se siente irritado,

generalmente, por su pareja. Estamos enfadados por algo que tiene que ver con nuestra condición

de mujeres o de hombres. Las mujeres tienen más problemas de vejiga que los hombres porque son

más propensas a ocultar sus agravios. También la vaginitis

significa generalmente que una mujer ha

sido afectivamente herida por su pareja. En los hombres, los problemas de

próstata tienen mucho

que ver con la autovaloración y con la convicción de que, a medida que envejecen, van siendo

menos hombres. La impotencia

añade un elemento de miedo, y a veces se relaciona incluso con el

despecho hacia una pareja pasada. La frigidez

se origina en el miedo o la convicción de que está mal

disfrutar del cuerpo. Puede venir también del autorrechazo e intensificarse en el contacto con un

compañero poco sensible.

 

El síndrome premenstrual,

que ha llegado a adquirir proporciones epidémicas, coincide con el

incremento de cierta clase de anuncios en los medios de comunicación. Me refiero a los que nos

acosan continuamente con la idea de que al cuerpo femenino hay que lavarlo, limpiarlo,

desodorizarlo, ungirlo de cremas, empolvarlo, perfumarlo y volverlo a limpiar de mil maneras para

que llegue a ser por lo menos aceptable. Al mismo tiempo que las mujeres van llegando a un

status de

igualdad, se las bombardea negativamente con la idea de que los procesos fisiológicos femeninos

no llegan a ser del todo aceptables. Esto, unido a las enormes cantidades de

azúcar que se

consumen en la actualidad, crea un terreno fértil para la proliferación del síndrome premenstrual.

Los procesos femeninos -todos, incluso la menstruación y la menopausia- son normales y

naturales, y como tales debemos aceptarlos. Nuestro cuerpo es bello, magnífico y maravilloso.

Estoy convencida de que las enfermedades venéreas

expresan casi siempre culpa sexual.

Provienen de un sentimiento, a menudo subconsciente, de que no está bien que nos expresemos

sexualmente. El portador de una enfermedad venérea puede tener contactos sexuales con muchas

personas, pero sólo aquellas cuyo sistema inmunitario mental y físico sea débil serán susceptibles

de contagio. Además de las afecciones clásicas, en los últimos años se ha dado, entre la población

heterosexual, un incremento del herpes

, una enfermedad que hace continuas recidivas para

«castigarnos» por nuestra convicción de que «somos malos». El herpes tiene tendencia a

reaparecer cuando estamos emocionalmente perturbados, y eso ya es muy significativo.

Ahora traslademos esta teoría a los homosexuales, que tienen los mismos problemas que los

heterosexuales, sumados al hecho de que gran parte de la sociedad los señala con un dedo

acusador y les llama pervertidos... un calificativo que generalmente también les aplican sus propios

padres. Y ésa es una carga muy pesada de llevar.

A muchas mujeres les aterra envejecer porque el sistema de creencias que nos hemos creado se

centra en la gloria de la juventud. A los hombres no les preocupa tanto porque unas cuantas canas

los hacen más distinguidos. El hombre mayor suele ser más respetado, y hasta es posible que lo ad-

miren por su experiencia.

No sucede lo mismo con los homosexuales, que se han creado una cultura que pone un énfasis

tremendo en la juventud y la belleza. Es cierto que todos empezamos por ser jóvenes, pero sólo

unos pocos satisfacen las normas de la belleza. Se ha dado tanta importancia a la apariencia

física del cuerpo que se pasan totalmente por alto los sentimientos. Si uno no es joven y hermoso,

es casi como si no contara. Lo que cuenta no es la persona entera, sino solamente el cuerpo.

Esta manera de pensar es una vergüenza, porque es otra forma de desvalorización.

Debido al modo en que suelen tratarse entre sí los varones homosexuales, la vivencia de

envejecer es algo que horroriza a muchos de ellos. Es casi mejor morirse que envejecer. Y el SIDA

es una enfermedad que con frecuencia mata.

Muchos hombres homosexuales, cuando se hacen mayores, se sienten inútiles y no queridos. Casi

es mejor destruirse antes de llegar a eso, y muchos se han creado un estilo de vida destructivo.

Algunos de los conceptos y las actitudes que forman parte del estilo de vida gay

 el exhibicionismo,

las críticas constantes y despiadadas, la negativa a una intimidad real- son monstruosos. Y el SIDA

es una enfermedad monstruosa.

Ese tipo de actitudes y de pautas de comportamiento no pueden menos que provocar culpa en

algún nivel muy profundo, por mucho que podamos parodiarlas en forma afectada. Esa afectación,

que puede ser tan divertida, puede ser también sumamente destructiva, tanto para quien la practica

corno para quien la padece. Es otra manera de evitar la intimidad y el acercamiento.

De ninguna manera es mi intención crear culpas a nadie. Sin embargo, es menester que miremos

las cosas que necesitamos cambiar para que nuestras vidas funcionen con amor, júbilo y respeto.

Hace cincuenta años, casi todos los hombres homosexuales se mantenían en la sombra, pero en la

actualidad disponen de núcleos sociales donde pueden manifestarse, al menos relativamente. Yo

creo que es lamentable que gran parte de lo que han creado sea causa de tanto dolor para sus

propios hermanos homosexuales. Aunque con frecuencia es deplorable la forma en que los hombres

«normales» tratan a los gays,

la forma en que muchos gays

tratan a los de su misma condición es trágica.

Tradicionalmente, los hombres han tenido siempre más parejas sexuales que las mujeres, y

naturalmente, entre hombres habrá muchos más contactos sexuales. No creo que haya nada de

malo en eso. Hay sitios previstos para satisfacer esta necesidad y me parece bien, a menos que

estemos dando a nuestra sexualidad un uso equivocado. A algunos hombres les gusta tener muchas

parejas para satisfacer su profunda necesidad de autoestima, más bien que por el placer que deriva

de ello. No creo que haya nada de malo en tener varias parejas, y tampoco censuro el uso

«ocasional» del alcohol. Sin embargo, si todas las noches terminamos sin sentido y si «necesitamos»

varias parejas por día nada más que para estar seguros de nuestro valor, entonces hay algo en

nosotros que no ancla bien, y es preciso que hagamos algunos cambios mentales.

Ha llegado el momento de la búsqueda del ser en su totalidad, el momento de la sanación y no de

la condenación. Debemos superar las limitaciones del pasado. Todos somos parte de la divinidad,

todos somos magníficas expresiones de la vida. ¡Exijamos esto ahora!

 

El colon

representa nuestra capacidad de soltar y liberar aquello que ya no necesitamos. Para

adaptarse al ritmo perfecto del fluir de la vida, el cuerpo necesita un equilibrio entre ingesta,

asimilación y eliminación. Y lo único que bloquea la eliminación de lo viejo son nuestros miedos.

Aunque las personas estreñidas no sean realmente mezquinas, generalmente no confían en que

siempre vaya a haber lo suficiente. Se aterran a relaciones antiguas que las hacen sufrir, no

animan a deshacerse de prendas que guardan desde hace años en el armario por temor a

necesitarlas algún día, permanecen en un trabajo que las limita o no se permiten jamás ningún

placer porque tienen que ahorrar para cuando vengan días malos. ¿Acaso revolvemos la basura de

anoche para encontrar la comida de hoy? Aprendamos a confiar en que el proceso de la vida nos

traerá siempre lo que necesitemos.

En la vida, las piernas

son lo que nos lleva hacia adelante. Los problemas en las piernas suelen

indicar un miedo a avanzar o una renuncia a seguir andando en cierta dirección. Corremos, nos

arrastramos, andamos como pisando huevos, se nos aflojan las rodillas, somos patituertos o pati-

zambos y nos quedamos patitiesos. Y además, tenemos los muslos enormes, coléricamente

engrosados por la celulitis, llenos de resentimientos infantiles. Con frecuencia, no querer hacer algo produce algún problema menor en las piernas. Las

venas varicosas significan que nos

mantenemos en un trabajo o en otro lugar que nos enferma. Las venas pierden su capacidad de transportar alegría.

Pregúntese si está marchando en la dirección en que quiere ir.

 

Las rodillas,

como el cuello, se relacionan con la flexibilidad, sólo que ellas hablan de inclinarse y

de ser orgulloso, del yo y de la obstinación. Con frecuencia, cuando avanzamos, nos da miedo

inclinarnos y nos ponemos tiesos. Y eso vuelve rígidas las articulaciones. Queremos avanzar, pero

no cambiar nuestra manera de ser. Por eso las rodillas tardan tanto en curarse, porque está en

juego nuestro yo. El tobillo también es una articulación, pero si se daña puede curarse con bastante rapidez. Las rodillas tardan porque en ellas están en juego nuestro orgullo y nuestra

autojustificación.

La próxima vez que tenga algún problema con las rodillas, pregúntese de qué está justificándose,

ante qué está negándose a inclinarse. Renuncie a su obstinación y aflójese. La vida es fluencia y

movimiento, y para estar cómodos debemos ser flexibles y fluir con ella. Un sauce se dobla y se mece y ondula con el viento, y está siempre lleno de gracia y en armonía con la vida.

 

Los pies

tienen que ver con nuestro entendimiento, con la forma en que nos entendemos y

en que entendemos la vida, tanto el pasado como el presente y el futuro.

A muchos ancianos les cuesta caminar. Su entendimiento se ha vuelto parcial y

retorcido, y con frecuencia sienten que no tienen adonde ir. Los niños pequeños se mueven

con pies alegres, danzarines. Los ancianos suelen arrastrarlos como si se negaran a

moverse.

La piel

representa nuestra individualidad, y los problemas dérmicos suelen significar que

de algún modo la sentimos amenazada. Tememos que otros tengan poder sobre nosotros.

Nos sentimos despellejados vivos, le arrancamos a alguien la piel a tiras, tenemos afinidades

o rechazos de piel, decimos que un niño es de la piel de Barrabás, andamos con los nervios

a flor de piel.

Una de las maneras más rápidas de curar los problemas de piel es nutrirse uno a sí

mismo repitiendo mentalmente, vanos centenares de veces por día: «Me apruebo...». Así re-

cuperamos nuestro propio poder.

 

Los accidentes

no son accidentales. Como todo lo demás que hay en nuestra vida,

nosotros los creamos. No se trata de que nos digamos que queremos tener un

accidente, sino de que nuestros modelos mentales pueden atraer hacia nosotros un

accidente. Perece que algunas personas fueran «propensas a los accidentes», en tanto

que otras andan por la vida sin hacerse jamás un rasguño.

Los accidentes son expresiones de cólera, que indican una acumulación de frustraciones

en alguien que no se siente libre para expresarse o para hacerse valer. Indican también

rebelión contra la autoridad. Nos enfurecemos tanto que queremos golpear a alguien y, en

cambio, los golpeados somos nosotros.

Cuando nos enojamos con nosotros mismos, cuando nos sentimos culpables, cuando

tenemos la necesidad de castigarnos, un accidente es una forma estupenda de conseguirlo.

Puede que nos resulte difícil creerlo, pero los accidentes los provocamos nosotros; no somos

víctimas desvalidas de un capricho del destino. Un accidente nos permite recurrir a otros para que

se compadezcan y nos ayuden al mismo tiempo que curan y atienden nuestras heridas. Con

frecuencia también tenemos que hacer reposo en cama, a veces durante largo tiempo, y soportar el dolor.

El sufrimiento físico nos da una pista sobre cuál es el dominio de la vida en que nos sentimos

culpables.

El grado de daño físico nos permite saber hasta qué punto era severo el castigo que

necesitábamos, y a cuánto tiempo debíamos estar sentenciados

 

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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