-¿Sabes
algo sobre la Tercera Revelación?
-Nada.
-Describe una nueva
comprensión del mundo físico. Dice que nosotros, los seres humanos,
aprenderemos a percibir lo que antes era un tipo de energía invisible.
La posada se ha convertido en un lugar de reunión para los científicos
interesados en estudiar y hablar de este fenómeno.
-¿O sea que los
científicos consideran que esa energía es real? -pregunté.
En ese instante se
daba vuelta para cruzar el puente.
-Sólo unos pocos
-respondió-, y sufrimos ciertas presiones por ello.
-¿Eres científica,
entonces?
-Enseño física en una
pequeña universidad de Maine.
-¿Y por qué algunos
científicos están en desacuerdo con ustedes?
Permaneció un
instante en silencio, pensativa.
-Tienes que entender
la historia de la ciencia -dijo, y me miró como preguntándome si quería
ahondar en el tema. Hice un gesto afirmativo con la cabeza para que
continuara.
-Piensa por un
momento en la Segunda Revelación. Una vez que cayó la visión medieval
del mundo, de pronto los occidentales tomamos conciencia de que vivíamos
en un universo totalmente desconocido. En el intento por entender la
naturaleza de este universo, nos dimos cuenta de que debíamos separar de
alguna manera los hechos y la superstición. En este sentido, los
científicos adoptamos una actitud particular conocida como escepticismo
científico, el cual, en efecto, exige pruebas sólidas para cada nueva
afirmación referida a la forma en que funciona el mundo. Antes de creer
en algo, queríamos pruebas que pudieran verse y tocarse. Toda idea que
no podía ser probada de alguna forma física era rechazada en forma
sistemática. Sin lugar a dudas -continuó-, esa actitud nos sirvió para
los fenómenos más obvios de la naturaleza, para los objetos como rocas,
cuerpos y árboles, objetos que todos podemos percibir
independientemente de lo escépticos que podamos ser. Enseguida le dimos
un nombre a cada parte del mundo físico e intentamos descubrir por qué
el universo funcionaba como lo hacía. Al final, llegamos a la
conclusión de que todo lo que ocurre en la naturaleza responde a alguna
ley natural, que cada hecho tiene una causa física directa y
comprensible.
Me sonrió con
complicidad.
-¿Sabes? En muchos
sentidos, los científicos no se han diferenciado demasiado de otros
individuos de nuestra época. Decidimos, junto con todos los demás,
dominar este lugar en que nos encontrábamos. La idea era crear una
comprensión del universo que diera la sensación de que el mundo era
seguro y manejable, y la actitud escéptica nos mantuvo concentrados en
problemas concretos que daban una apariencia más tranquila a nuestra
existencia.
Habíamos avanzado por
el sendero sinuoso desde el puente y, tras pasar una pequeña pradera,
llegamos a un lugar más densamente cubierto de árboles.
-Con esa actitud
-prosiguió-, la ciencia apartó sistemáticamente del mundo lo incierto y
lo esotérico. Siguiendo el pensamiento de Isaac Newton, llegamos a la
conclusión de que el universo siempre opera de una manera predecible,
como una enorme maquinaria, porque durante mucho tiempo eso fue lo único
que pudo probarse. Se decía que los hechos que ocurrían en forma
simultánea con otros hechos, aunque sin una relación causal con ellos,
eran meramente casuales. Entonces tuvieron lugar dos investigaciones que
volvieron a abrirnos los ojos al misterio del universo. Mucho se ha
escrito en las últimas décadas sobre la revolución en la física, pero
los cambios en realidad derivan de dos conclusiones fundamentales, las
de la mecánica cuántica y las de Albert Einstein. El trabajo de toda la
vida de Einstein habría de mostrar que lo que percibimos como materia
dura es en su mayor parte espacio vacío con una estructura de energía
que lo atraviesa. Esto nos incluye a nosotros. Y lo que mostró la física
cuántica es que, cuando miramos esas estructuras de energía en niveles
cada vez más pequeños, pueden verse resultados asombrosos. Los
experimentos han revelado que cuando rompemos pequeños aspectos de esa
energía, lo que llamamos partículas elementales, y tratamos de observar
cómo funcionan, el acto mismo de observación altera los resultados...
como si esas partículas elementales se vieran afectadas por lo que el
experimentador espera. Esto ocurre aun si las partículas aparecen en
lugares a los que es absolutamente imposible que lleguen, dadas las
leyes del universo tal como las conocemos: dos lugares al mismo tiempo,
adelante y atrás en el tiempo, ese tipo de cosas.
Se detuvo y volvió a
ponerse frente a mí.
-En otras palabras,
la materia básica del universo, en su núcleo, va pareciéndose a una
especie de energía pura, maleable a la intención y la expectativa
humanas hasta un punto que pone en duda nuestro viejo modelo mecanicista
del universo... como si nuestra expectativa misma hiciera fluir nuestra
energía en el mundo y afectara otros sistemas de energía. Lo cual, por
supuesto, es exactamente lo que nos llevaría a creer la Tercera
Revelación.
Sacudió la cabeza.
-Por desgracia, la
mayoría de los científicos no toman en serio esta idea. Prefieren seguir
siendo escépticos y esperar a ver si podemos probarlo.
-¡Eh, Sarah, estamos
aquí! -gritó desde lejos una voz apagada. A la derecha, a unos cincuenta
metros entre los árboles, se veía a alguien haciendo señas.
Sarah me miró.
-Tengo que ir a
hablar unos minutos con esos muchachos. Llevo conmigo una traducción de
la Tercera Revelación, si quieres buscar un lugar y leer algo mientras
no estoy.
-Sí, por supuesto
-acepté.
Sacó una carpeta del
bolso, me la dio y se alejó.
Tomé la carpeta y
miré en derredor buscando un lugar para sentarme. El suelo estaba
cubierto de pequeños arbustos y se hallaba ligeramente húmedo, pero
hacia el este el terreno se elevaba hasta algo que parecía otro
montículo. Decidí caminar en esa dirección en busca de un lugar seco.
Ya en la cima de la
elevación, me quedé estupefacto. Era otro lugar de increíble belleza.
Los robles nudosos se alzaban a unos cinco metros de distancia unos de
otros y sus anchas copas se unían en lo alto, creando una suerte de
bóveda. En la base crecían plantas tropicales de un metro veinte o un
metro cincuenta de alto, con hojas de hasta veinticinco centímetros de
ancho. Entre ellas aparecían grandes helechos y exuberantes arbustos con
flores blancas. Escogí un lugar seco y me senté. Percibía el olor húmedo
de las hojas y la fragancia de los pimpollos.
Abrí la carpeta y
busqué el comienzo de la traducción. Una breve introducción explicaba
que la Tercera Revelación aporta una comprensión transformada del
universo físico. Sus palabras eran un eco del resumen de Sarah.
Predecía que en algún momento, hacia el final del segundo milenio, los
seres humanos descubrirían una nueva energía que originaba todas las
cosas -incluidos nosotros- y emanaba de ellas.
Analicé esa idea por
un instante y después leí algo que me fascinó: el Manuscrito afirmaba
que la percepción humana de esa energía empieza primero con una
sensibilidad acentuada respecto de la belleza. Mientras reflexionaba
sobre esto, atrajo mi atención alguien que pasaba por el camino que
corría más abajo. Vi a Sarah en el preciso momento en que ella miraba
hacia el montículo y me divisaba a mi.
-Este lugar es
fantástico -observó cuando llegó adonde yo estaba-. ¿Ya leíste la parte
que habla de la percepción de la belleza?
-Sí. Pero no sé bien
qué significa.
-Más adelante -me
aclaró- el Manuscrito lo explica con más detalle, pero trataré de
resumírtelo. La percepción de la belleza es una especie de barómetro que
nos indica cuán cerca nos hallamos de percibir realmente la energía. Es
algo evidente porque, una vez que observamos esa energía, nos damos
cuenta de que está en el mismo continuum que la belleza.
-Da la impresión de
que la ves -comenté.
Me miró sin la más
mínima inhibición.
-Sí, pero lo primero
que desarrollé fue una apreciación más profunda de la belleza.
-Pero, ¿cómo puede
ser? ¿Acaso la belleza no es relativa?
Sacudió la cabeza.
-Tal vez las cosas
que percibimos como bellas sean diferentes, pero las características
reales que adjudicamos a los objetos bellos son similares. Piénsalo.
Cuando algo te parece hermoso, exhibe una mayor presencia y precisión de
forma e intensidad de color, ¿no es cierto? Se destaca. Brilla. Parece
casi iridiscente comparado con la opacidad de otros objetos menos
atractivos.
Asentí.
-Mira este sitio
-continuó-. Sé que estás deslumbrado con él, porque todos lo estamos.
Este lugar se nos viene encima. Los colores y las formas parecen
aumentados. Y bien, el siguiente nivel de percepción consiste en ver un
campo de energía alrededor de todo.
Debo de haber puesto
cara de asombro, porque se rió y luego dijo, seria:
-Tal vez deberíamos
ir a los jardines. Quedan a menos de un kilómetro hacia el sur. Estoy
segura de que te parecerán interesantes.
Le di las gracias por
tomarse la molestia de explicarme el Manuscrito, siendo yo un absoluto
desconocido, y por mostrarme Vicente. Se encogió de hombros.
-Das la impresión de
simpatizar con lo que tratamos de hacer –explicó-. Y aquí todos sabemos
que debemos ocuparnos de las relaciones públicas. Para que esta
investigación continúe, debemos difundirla en los Estados Unidos y en
todas partes. Las autoridades locales no nos quieren demasiado.
De repente oímos una
voz que habló a nuestras espaldas.
-¡Disculpen, por
favor!
Nos dimos vuelta y
vimos a tres hombres que subían rápidamente por el camino en dirección a
nosotros. Rondaban los cincuenta años e iban vestidos con elegancia.
-¿Alguno de ustedes
podría decirme dónde están los jardines de investigación? -preguntó el
más alto de los tres.
-¿Podrían decirme qué
los trae por aquí? -preguntó a su vez Sarah.
-Mis colegas y yo
tenemos permiso del dueño de esta propiedad para examinar los jardines y
hablar con alguien sobre la presunta investigación que se lleva a cabo
aquí. Somos de la Universidad de Perú.
-Al parecer, no están
de acuerdo con nuestros hallazgos -comentó Sarah, sonriendo, en un
esfuerzo evidente por suavizar la situación.
-Por supuesto que no
-replicó otro de los hombres-. Creemos que es absurdo afirmar que ahora
se puede ver cierta energía misteriosa cuando nunca antes fue observada.
-¿Ha tratado de
verla? -inquirió Sarah.
El hombre la ignoró y
volvió a preguntar:
-¿Puede dirigirnos a
los jardines?
-Por
supuesto-respondió Sarah-. Unos cien metros más adelante verán un camino
que dobla hacia el este. Tómenlo y más o menos a unos cuatrocientos
metros los verán.
-Gracias -dijo el
hombre alto al tiempo que los tres emprendían la marcha a toda
velocidad.
-Los mandaste para
otro lado -observe.
-En realidad no
-respondió Sarah-. De ese lado hay otros jardines. Y las personas que
hay allí están más preparadas para hablar con esta clase de escépticos.
De vez en cuando llega gente así, y no sólo científicos sino también
buscadores de curiosidades, gente que no logra captar lo que hacemos...
lo cual da la pauta del problema que existe en la comprensión
científica.
-¿A qué te refieres?
-pregunté.
-Como te dije antes,
la vieja actitud escéptica resultaba muy útil cuando se trataba de
explorar los fenómenos más visibles y obvios del universo, como los
árboles o el sol o las tormentas eléctricas. Pero hay otro grupo de
fenómenos observables, más sutiles, que no se pueden estudiar, que ni
siquiera puede afirmarse que existan, a menos que dejemos de lado o
pongamos entre paréntesis nuestro escepticismo y tratemos a toda costa
de percibirlos. Una vez que lo logramos, volvemos al estudio riguroso.
-Interesante
-comenté.
Más adelante,
terminaba el bosque y se veían docenas de parcelas cultivadas, en cada
una de las cuales crecía un tipo distinto de planta. En su mayoría
parecían comestibles: de todo, desde bananas hasta espinacas. En el
borde este de cada lote había un ancho camino de ripio que corría hacia
el norte y terminaba, al parecer, en una ruta pública. Junto al camino
se alzaban tres construcciones de metal. Cerca de cada una había cuatro
o cinco personas trabajando.
-Veo a algunos amigos
míos -dijo Sarah, y señaló el edificio más cercano-. Vamos. Me gustaría
que los conocieras.
Sarah me presentó a
tres hombres y una mujer relacionados con la investigación. Los hombres
hablaron brevemente conmigo y luego se disculparon para continuar su
trabajo, pero la mujer, una bióloga llamada Marjorie, tenía más tiempo
para conversar.
-¿Qué es lo que
investigan aquí, exactamente? -quise saber, atrayendo la atención de
Marjorie.
La tomé desprevenida,
pero sonrió y respondió:
-Es difícil saber por
dónde empezar. ¿Has oído hablar del Manuscrito?
-De las primeras
secciones -comenté-. Acabo de empezar la Tercera Revelación.
-Bueno, por eso
estamos todos aquí. Ven, te mostraré.
Me hizo señas de que
la siguiera y rodeamos el edificio de metal hasta llegar a una parcela
de habas. Noté que estaban excepcionalmente sanas, sin hojas secas ni
daños visibles producidos por insectos. Las plantas crecían en un suelo
rico en humus y casi esponjoso, y cada planta se hallaba bien separada
de las otras; los tallos y las hojas estaban cerca pero nunca tocaban
los de la planta vecina.
Señaló la planta más
próxima.
-Hemos tratado de ver
estas plantas como sistemas totales de energía y pensar en todo lo que
necesitan para florecer: suelo, nutrientes, humedad, luz. Lo que
descubrimos es que el ecosistema total alrededor de cada planta es en
realidad un sistema viviente, un organismo. Y la salud de cada una de
las partes repercute en la salud del todo.
Vaciló y luego dijo:
-Lo esencial es que,
una vez que empezamos a pensar en las relaciones de energía alrededor de
la planta, comenzamos a ver resultados asombrosos. En nuestros estudios,
las plantas no eran particularmente más grandes, pero, según los
criterios nutrimentales, eran más potentes.
-¿Cómo lo medían?
-Contenían más
proteínas, hidratos de carbono, vitaminas y minerales. - Me miró con
cierta ansiedad. -¡Pero eso no era lo más asombroso! Descubrimos que las
plantas que recibían atención humana más directa eran aún más potentes.
-¿Qué clase de
atención? -pregunté.
-Bueno -explicó-,
remover la tierra, revisarlas todos los días, esa clase de cosas.
Iniciamos un experimento con un grupo de control: algunas recibían
atención especial y otras no, y la conclusión se confirmó. Es más,
ampliamos el concepto e hicimos que un investigador no sólo les dedicara
más atención sino que les pidiera mentalmente que crecieran más fuertes.
La persona se sentaba con ellas y concentraba toda su atención y
preocupación en su crecimiento.
-¿Y crecieron más
fuertes?
-En proporciones
significativas, y también más rápido.
-Es increíble.
-Sí, realmente... -Su
voz se apagó cuando vio que se nos acercaba un hombre mayor, de unos
sesenta años.
-El señor que se
acerca es micronutricionista -comentó con discreción-. Vino por primera
vez hace un año, y de inmediato tomó licencia en la universidad de
Washington. Es el profesor Hains. Ha hecho varios estudios estupendos.
Cuando llegó, nos
presentaron. Era un hombre robusto, de pelo negro con las sienes
canosas. Aguijoneado por Marjorie, el profesor resumió su investigación.
Me contó que su mayor interés era el funcionamiento de los órganos del
cuerpo, evaluado mediante análisis de sangre de alta sensibilidad, y en
especial en la medida en que ese funcionamiento se relacionaba con la
calidad de la comida ingerida.
Me dijo que le
interesaban mucho los resultados de un estudio en particular que
mostraba que, aunque ciertas plantas muy nutritivas del tipo de las
cultivadas en Vicente aumentaban en forma considerable la eficiencia
del cuerpo, ese incremento estaba muy por encima de lo que
razonablemente podía esperarse de los nutrientes en si, tal como
entendemos que funcionan en la fisiología humana. Algo inherente a la
estructura de esas plantas producía un efecto aún no explicado.
Miré a Marjorie y
pregunté:
-Entonces, ¿el
concentrar la atención en esas plantas les transmitió algo que, al ser
comidas, aumenta la fuerza humana? ¿Ésa es la energía que se menciona
en el Manuscrito?
Marjorie miró al
profesor. Este me dirigió una sonrisa a medias.
-Todavía no lo sé
-repuso.
Lo interrogué acerca
de su futura investigación y me explicó que quería hacer un duplicado
del jardín en el estado de Washington y emprender algunos estudios a
largo plazo, para ver si las personas que comen esas plantan tienen más
energía o son más sanas durante un período más prolongado. Mientras él
hablaba, yo no podía evitar mirar cada tanto a Marjorie. De pronto me
pareció increíblemente hermosa. Su cuerpo se veía largo y esbelto aun
debajo de los pantalones anchos y la remera. Tenía los ojos castaño
oscuro, y el pelo, del mismo color, le caía en rulos pequeños alrededor
de la cara.
Sentí una fuerte
atracción física. En el preciso instante en que tomé conciencia de esta
atracción, se volvió, me miró a los ojos y se apartó de mí un paso.
-Tengo que ver a
alguien -dijo-. Tal vez te vea luego.
-Se despidió de
Hains, me sonrió con timidez y, después de pasar ante el edificio
metálico, se alejó por el camino.
Al cabo de unos
minutos de conversación con el profesor, lo saludé y volví adonde estaba
Sarah. Seguía hablando animadamente con uno de los otros investigadores
pero, cuando pasé, me siguió con la mirada.
Al acercarme, el
hombre que estaba con ella sonrió y entró en el edificio.
-¿Averiguaste algo?
-me preguntó Sarah.
-Sí -respondí
distraído-. Parecería que esta gente está haciendo cosas interesantes.
Yo miraba hacia abajo
cuando ella preguntó:
-¿Adónde fue
Marjorie?
Al levantar los ojos,
vi que me miraba con aire divertido.
-Dijo que debía ver a
alguien.
-¿La hiciste enojar?
-me preguntó, ahora sonriendo.
Reí.
-Supongo que sí. Pero
no dije nada.
-No hacía falta
-replicó-. Marjorie detectó un cambio en tu campo. Era evidente. Yo lo
vi perfectamente.
-¿Un cambio en mi
qué?
-En el campo
energético alrededor de tu cuerpo. La mayoría de nosotros hemos
aprendido a verlos, al menos con cierta luz. Cuando una persona tiene
pensamientos sexuales, la energía de la persona se arremolina de alguna
manera y se proyecta realmente hacia la persona que es objeto de la
atracción.
Todo me parecía
absolutamente irreal, pero antes de que pudiera comentarlo nos distrajo
un grupo que salía del edificio de metal.
-Es la hora de las
proyecciones de energía -dijo Sarah-. Te gustará ver esto.
Seguimos a cuatro
muchachos, al parecer estudiantes, hasta una parcela de trigo. Cuando
nos acercamos, me di cuenta que la parcela estaba subdividida en dos
parcelas más, cada una de un poco más de tres metros cuadrados. En una
de ellas el trigo tenía unos sesenta centímetros de alto. En la otra,
las plantas tenían menos de veinticinco centímetros. Los hombres
caminaron alrededor de la parcela donde crecía el trigo más alto y se
sentaron, uno en cada punta, mirando hacia adentro. Como siguiendo
alguna señal, todos parecían concentrar los ojos en las plantas. El sol
del atardecer brillaba a mis espaldas y bañaba la parcela con una luz
ámbar claro, en tanto que el bosque se veía oscuro a lo lejos. La
parcela de trigo y los estudiantes se dibujaban contra ese fondo casi
negro.
Sarah se hallaba
parada detrás de mí.
-Esto es perfecto
-dijo-. ¡Mira! ¿Ves?
-¿Qué cosa?
-Están proyectando su
energía sobre las plantas.
Miré atentamente la
escena pero no logré detectar nada.
-No veo nada -dije.
-Entonces agáchate
-me indicó Sarah- y concéntrate en el espacio entre las personas y las
plantas.
Por un momento me
pareció ver un rayo de luz, pero llegué a la conclusión de que era
simplemente un reflejo o una mala jugada de mis ojos. Hice varios
intentos más por ver algo y al final me di por vencido.
-No puedo -protesté,
y me incorporé.
Sarah me palmeó el
hombro.
-No te preocupes. La
primera vez es la más difícil. Por lo general, hay que experimentar un
poco para aprender a enfocar la vista.
Uno de los
meditadores nos miró y se llevó el índice a los labios, de modo que
caminamos hacia el edificio.
-¿Te quedarás mucho
tiempo aquí en Vicente? -me preguntó Sarah.
-Es probable que no
-respondí-. La persona con la que vine está buscando la última parte del
Manuscrito.
Me miró sorprendida.
-Pensé que ya lo
habían localizado todo. Aunque en realidad no sé. He estado tan
concentrada en la parte que corresponde a mi trabajo, que no he leído
demasiado del resto.
Instintivamente
busqué el bolsillo de mi pantalón, pues no estaba seguro de seguir
teniendo la traducción de Sarah. Estaba enrollada en el bolsillo
trasero.
-¿Sabes? -dijo
Sarah-. Hemos descubierto que hay dos momentos del día más propicios
para ver los campos energéticos. Uno es el atardecer. El otro, el
amanecer. Si quieres, podemos vernos mañana al alba y volver a probar.
Estiró la mano para
tomar las hojas.
-Así puedo hacerte
una copia de esta traducción para que te la lleves Continuó.
Analicé la sugerencia
durante unos segundos y decidí que no habría ningún problema.
-¿Por qué no? -dije-.
De todos modos, hablaré con mi amigo para asegurarme de tener suficiente
tiempo. -Le sonreí.- ¿Qué te hace pensar que puedo aprender a ver eso?
-Digamos que es un
presentimiento.
Acordamos
encontrarnos en la colina a las seis de la mañana, y emprendí solo el
regreso a la posada. El sol había desaparecido por completo pero su luz
todavía bañaba las nubes grises que cubrían el horizonte con matices
anaranjados. El aire estaba fresco pero no había viento.
En la posada encontré
una cola formada frente al mostrador del bar del inmenso comedor. Como
tenía hambre, fui hasta el extremo de la cola para ver qué comida
servían. Wil y el profesor Hains se hallaban entre los primeros de la
fila, conversando.
-Bueno -dijo Wil-,
¿qué tal pasaste la tarde?
-Estupendamente
-respondí.
-Te presento a
William Hains -agregó Wil.
-Sí -dije-, ya nos
conocimos.
El profesor asintió.
Mencioné la cita que
había concretado para la mañana siguiente. Wil dijo que no había
problema, pues quería ver a un par de personas con las que todavía no
había podido hablar y no pensaba salir antes de las nueve.
La fila avanzó y las
personas que estaban más atrás me permitieron sumarme a mis amigos. Me
ubiqué al lado del profesor.
-¿Qué piensa,
entonces, de lo que estamos haciendo aquí? -me preguntó Hains.
-No sé-repuse-. Trato
de absorberlo de a poco. La idea de los campos de energía es nueva para
mí.
-La prueba de su
existencia es nueva para todos -contestó-, pero lo interesante es que
esta energía es lo que siempre buscó la ciencia: algo que estuviera
implícito en toda materia. A partir de Einstein, en particular, la
física ha buscado una teoría unificada. No sé si ésta lo es o no, pero,
en todo caso, este Manuscrito estimuló investigaciones interesantes.
-¿Qué necesitaría la
ciencia para aceptar esta idea? -pregunté.
-Una forma de medirla
–respondió-. La existencia de esa energía no es tan extraña, en
realidad. Los maestros de karate hablan de una energía Chi subyacente,
responsable de sus hazañas aparentemente imposibles de romper ladrillos
con las manos y ser capaces de permanecer sentados en un lugar,
inmóviles, mientras cuatro hombres tratan de empujarlos. Y todos hemos
visto a atletas que hacen movimientos espectaculares, que se
contorsionan, se tuercen y cuelgan en el aire desafiando la ley de
gravedad. Todo esto es consecuencia de esa energía oculta a la que
tenemos acceso. Obviamente -concluyó-, no será aceptado hasta que más
gente lo vea por sí misma.
-¿Alguna vez la
observó? -pregunté.
-He observado algo
-repuso-. En realidad, depende de lo que hayamos comido.
-¿Cómo?
-Bueno, las personas
de aquí que ven con facilidad esos campos energéticos comen sobre todo
vegetales. Y en general, sólo estas plantas muy potentes que ellos
mismos cultivaron.
Señaló la mesa de
comidas.
-Éstas son algunas de
ellas, aunque, gracias a Dios, también sirven algo de pescado y hacen
trampa para algunos viejos como yo, adictos a la carne. Pero si me
obligo a comer de otra manera, sí, puedo ver algo.
Le pregunté por qué
no cambiaba su dieta durante lapsos más prolongados.
-No lo sé -dijo-. Los
viejos hábitos son difíciles de dejar.