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ILUSIONES

Capitulo 16

¿De modo que en verdad lo sabes todo, eh?

Richard Bach

 

Las ferreterías ocupan siempre locales largos, atestados de estanterías que se extienden hasta el infinito.

Estaba en la ferretería Hayward, en los lugares más remotos, casi een la penumbra, buscando tuercas y tornillos de 3/8 de pulgada y arandelas de muelle para el patín de cola del Fleet. Shimoda miraba pacientemente mientras yo exploraba. Él, desde luego, no necesitaba ningún artículo de ferretería. Pensé que toda la economía se desmoronaría si el resto de la humanidad fuera como él y pudiera fabricar lo que se le ocurriera con la ayuda exclusiva de las imágenes mentales y el aire circundante, y reparar cualquier cosa sin piezas de recambio ni trabajo.

Por fin encontré la media docena de tornillos que necesitaba y volví con ellos al mostrador, donde el propietario difundía una música suave. Era Greensleeves, melodía que me ha perseguido placenteramente desde mi infancia, interpretada al laúd a través de un sistema de altavoces oculto, cuya presencia me sorprendió en un pueblo de cuatrocientas almas.

     

También sorprendió a Hayward, porque no se trataba en absoluto de un sistema de altavoces. Repatingando en su taburete de madera, detrás del mostrador, observaba al mesías mientras este hacía vibrar las notas en una barata guitarra de seis cuerdas tomada de un estante. Era un sonido hermoso y yo permanecí en silencio mientras pagaba mis setenta y tres céntimos y me sentía perseguido nuevamente por la melodía. Quizá fuera todo producto de la cualidad metálica del instrumento, pero evocaba la lejana y brumosa Inglaterra de otro siglo.

- ¡Es maravilloso, Donald ! ¡ No sabía que supieras tocar la guitarra!

- ¿No lo sabías? Entonces, ¿es que piensas que, si alguien se hubiera acercado a Jesucristo con una guitarra, este habría contestado "no sé tocarla"? ¿Lo habría hecho?

Shimoda dejó la guitarra en su lugar y salió conmigo a la calle soleada.

- ¿ O piensas - continuó -, que si alguien interpelara en ruso o en persa a un maestro digno de su aura, podría ser que éste no entendiera lo que le dicen? ¿ O que si quisiera desmontar un tractor D-10 o pilotar un avión, no sabría hacerlo?

- ¿De modo que en verdad lo sabes todo, eh?

- Tú también lo sabes, claro. Sencillamente, sé que lo sé todo.

- ¿Podría tocar así la guitarra?

- No, tendrías tu propio estilo, diferente del mío.

- ¿Cómo iba a hacerlo?- no pensaba volver corriendo a la tienda y comprar la guitarra. Sólo lo preguntaba por curiosidad.

- Bastará que deseches todas tus inhibiciones y todas tus certidumbres de que no puedes tocar. Pulsa el instrumento como si fuera parte de tu vida, cosa que en realidad es, dentro de otra existencia alternativa. Convéncete de que es lógico que la toques correctamente y deja que tu personalidad inconsciente se adueñe de tus dedos y arranque la melodía.

Había leído algo sobre el tema: el aprendizaje hipnótico, sistema que consistía en inculcar a los alumnos la idea de que dominaban el arte, merced a lo cual ejecutaban música, o pintaban, o escribían como artistas magistrales.

- Es difícil, Don, renunciar a mi convicción de que no sé tocar la guitarra.

- Entonces te resultará difícil tocarla. Necesitarás años de práctica para autorizarte a hacerlo bien, para que tu subconsciente te diga que has sufrido bastante y te has ganado el derecho a hacerlo bien.

- ¿Porqué tardé tan poco en aprender a volar? Eso es difícil, pero yo aprendí enseguida.

- ¿Querías volar?

- ¡Era lo único que me interesaba! ¡Más que cualquier otra cosa! Veía las nubes debajo de mí, y el humo de las chimeneas que se elevaba rectamente en medio de la placidez matinal, y veía… Ah. Ya entiendo. Vas a decir: "Nunca has alimentado el mismo sentimiento respecto de las guitarras, ¿no es cierto?"

- Nunca has alimentado el mismo sentimiento respecto de las guitarras, ¿no es cierto?

- Y esta sensación de zozobra que experimento ahora, Don, me dice que así aprendiste a volar. Un día subiste sencillamente al Travel Air y lo pilotaste. Nunca habías estado antes en un avión.

- Vaya, si que eres intuitivo.

- ¿No tuviste que presentarte al examen para obtener la licencia? No, espera. Ni siquiera tienes la licencia, ¿verdad? Una licencia oficial d e piloto.

Me miró con una expresión extraña, con un atisbo de sonrisa, como si le hubiera desafiado a mostrar la licencia y él pudiera exhibirla.

- ¿Te refieres a la hoja de papel, Richard? ¿Hablas de ese tipo de licencia?

- Sí, a la hoja de papel.

No se metió la mano en el bolsillo ni sacó la cartera. Se limitó a abrir la mano derecha. Allí estaba la licencia de piloto, como si la hubiera llevado constantemente consigo a la espera de que yo se la pidiese. No estaba estropeada ni doblada, y pensé que no tenía ni diez segundos de existencia.

Pero la cogí y la examiné. Era una licencia oficial de piloto, con el sello del Departamento de Transportes. Donald William Shimoda, con domicilio en Indiana, piloto comercial registrado, autorizado para pilotar mono y polimotores, y planeadores.

- ¿No puedes pilotar hidroaviones ni helicópteros?

- Lo tendré si me hace falta - respondió, con un tono tan enigmático que me eché a reír antes que él. El individuo que barría la acera frente a la tienda de International Harvester nos miró y también sonrió.

- ¿Y yo? - pregunté -. Quiero mi autorización para pilotar aviones de transporte.

- Tendrás que fraguar tus propias matrículas.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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