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El diario de Jhasua

 

Cuando Jhasua entró en sus 19 años, algo muy interno, cambió en él.

Pienso que para conocer a fondo su gran personalidad, es necesario estudiarlo, al par que en su vida externa, también en su mundo interno. Y para esto nos servirá de espejo que lo refleja muy claramente, un diario que al entrar en sus 19 años, sintió la necesidad de llevar minuciosamente.

La separación de Nebai, la dulce y discreta confidente dé sus primeros años de joven, lo dejó como sumergido en una gran soledad de espíritu. Jhosuelín y el tío Jaime se hallaban en Nazareth ayudando a Joseph al frente de su taller de carpintería, que cada vez se engrandecía y complicaba por el aumento de obras y de operarios.

Sus maestros Esenios, buscaban también de dejarle más tiempo con­sigo mismo, para que su espíritu pesara bien las responsabilidades que tenía sobre sí, y más que nada para que entregado más de lleno a sus propios pensamientos, se orientase hacia su verdadero camino.

—Jhasua —le dijeron un día—. Te hemos enseñado cuanto sabemos en la ciencia dé Dios y de las almas. Creemos llegado el momento de que por ti mismo pongas en práctica cuanto has aprendido, y que seas juez de ti mismo en lo que concierne a tus facultades superiores y a todos los actos de tu vida.

— ¿Entonces me abandonáis? —les preguntó alarmado.

—No hijo mío —le contestó Tholemi, que era el de más edad de los diez instructores—. Nos tienes a tu disposición ahora y mañana, y siempre. Pero así como la madre, cuando es hora de que su niño sepa andar solo, no le lleva en brazos, sino que le deja en tierra y, le impulsa a andar, así ha­cemos tus maestros contigo, hijo mío, que has llegado antes que otros, no sólo a andar en tierra sino a volar como esas águilas que en los días de hermoso sol se remontan hasta perderse en el inmenso azul.

"Ahora ya eres libre de estudiar lo que quieras, de hacer concentracio­nes, transportes, desdoblamientos de tu Yo íntimo, irradiaciones de fuerza magnética a distancia, o en presencia, sobre los seres, o los elementos según tu criterio lo vea razonable y justo. Eso sí, en cualquier duda o tropiezo, ya sabes lo que hacemos todos: en la concentración mental de la noche y todos en conjunto hacemos una hora de consulta y comentarios. Hazte de cuenta que eres unos de nosotros, el más joven en edad física, es verdad, pero el más anciano como espíritu.

—Con esto me queréis decir —dijo Jhasua— que ya me consideráis un hombre que en las cosas del alma debe gobernarse solo.

— ¿Solo has dicho? No hijo mío —respondió el Servidor—. Un Esenio nunca está solo puesto que camina guiado por la Ley. En su vivo resplan­dor están todos nuestros grandes Maestros: Isaías, Elías, Elíseo, Ezequiel,

Jeremías, Miqueas Daniel y tantos otros que tú conoces y has leído como yo Y como nuestra Ley nos enseña la forma de evocarles y recibir sus mensajes cuando es necesario, el Esenio debe tener el convencimiento de que jamás está solo.

De esta conversación tenida con sus Maestros, surgió en Jhasua la idea de llevar un diario en su carpetita de bolsillo. Para sentirse menos solo, allí escribiría día por día sus impresiones, sus luchas, sus ansiedades y anhelos más íntimos.

Su diario comenzaba así:

"¡Señor Dios de los grandes y de los pequeños! Los hombres me dejan solo porque juzgan que soy ya un árbol fuerte que puedo afrontar sin apoyo ni postes, las sacudidas del vendaval".

"Para Ti Señor soy siempre el niño que comienza a andar".

"¡Padre mío que estás en los cielos y en cuanto vibra en tu creación universal... que estás dentro de mí mismo!. ¡Tu no me dejes en soledad como las criaturas me dejan, porque Tú sabes lo que ellas olvidan: que mi corazón de hombre es de carne, y necesita el calor de los afectos de familia, la ternura de la amistad, la dulzura inefable de los amores puros y santos!

"¡Tú sabes Padre mío cómo soy, cómo estoy formado con esencia tuya, con fibras tuyas, con átomos tuyos!... ¡Y mi alma, burbuja de tu eterna luz, encerrada está en una materia densa que camina por la tierra donde hay zarzales que se prenden al vestido, y lodo que mancha los pies!...

"¡Padre mío eterno! ¡Amor mío infinito! ¡Luz mía inextinguible! ¡Verdad mía Suprema!... Llena Tú mis vacíos insondables y que des­borden tus manantiales en mí en forma que lo tenga todo sin tener nada! ¡Que tu plenitud soberana baste para todas mis ansiedades!

Otro día escribía:

"Hoy comencé mis ejercicios de telepatía con José de Arimathea. Al transmitirle mi pensamiento poniéndome en contacto con él, he sentido una vibración de dolor, casi de angustia. Me pareció que debía tener uno de sus familiares enfermo de gravedad. Luego me convencí que era así en realidad.

"Me concentré hondamente y después de un gran esfuerzo, pude trans­portarme espiritualmente a su lado. Le encontré solo al lado del lecho de su única hijita mujer atacada de fiebre infecciosa. Cuando yo irradiaba sobre ella fuerza magnética, él pensó en mí con tanta intensidad que mi alma se conmovió profundamente. Creo que la niña está salvada de la muerte.

"¡Padre mío que estás en tus cielos y dentro de mí! Te doy gracias porque no me dejaste solo! Tú estabas en mí cuando yo decía a la niña: "quiero que seas sana: levántate".

"Sentado al borde de la fuente donde tantas veces hablé y escuché a Nebai, le he transmitido mi pensamiento a Ribla.

"He sentido una honda vibración de tristeza y soledad.

"En la glorieta de las glicinas la he visto con su madre que tocaba el laúd.

"He comprendido que aún no me ve, pero que ha sentido la vibración de mi presencia espiritual, porque vi correr dos lágrimas por su rostro que ocultó entre sus manos y apoyó la cabeza en el hombro de su madre.

"Le di tanto amor, consuelo y esperanza, que se animó rápidamente y buscando su carpeta escribió estas palabras:

"Hoy he sentido a Jhasua como si me hablara diciéndome que me acompaña a distancia, y que en la primera caravana me enviará una epístola.

"¡Oh Jhasua!... qué bueno es tu pensamiento que así ahuyenta del alma la tristeza y desaliento".

"Pronto podré comprobar si esto es realidad. La caravana pasa por Ribla mañana domingo. A mitad de semana estará frente al camino del Santuario. ¿Vendrá epístola de Nebai que me hablará de esto? Espe­remos.

"¡Gracias Padre mío Eterno, por el don divino del pensamiento he­cho a vuestras criaturas!

"¡Son las alas para volar que les habéis dado, y que ellas no quieren o no saben usar!

Dos días después Jhasua escribía en su carpeta:

"Ha llegado a mí como un grito de angustia, el pensamiento de Nicolás de Damasco. Una concentración mental profunda me ha dado la clave de este asunto. Aunque quise transportarme espiritualmente a su residencia de Jerusalén, me vi impedido de entrar.

"Siendo en su casa las asambleas de la Escuela Secreta, presiento que ha sido descubierto por un discípulo traidor, y los esbirros del Pon­tífice han invadido el recinto y aprisionado a algunos.

"Se empeñan en hablar de la aparición del Mesías en esta tierra y el Sanhedrín que vive temeroso de que la luz rompa las tinieblas que ocul­tan su vida delictuosa, la emprendan a sangre y fuego contra los que pueden servir de instrumento de la verdad.

"Me inquieta sobremanera el impedimento de penetrar espiritual­mente en la residencia de Nicolás. Una fuerte intuición me dice que hay allí seres contrarios que forman una espesa barrera de odios que no puedo romper, sin exponerme a un trastorno nervioso o mental que a nada conduciría.

"¡Padre mío justo y bueno!... Fortalece a tus elegidos para que ensanchen como el mar su corazón, y perdonen a los perjuros, a los traidores, a los ingratos, que habiéndolo recibido todo de tus santos, les traicionan, les olvidan, les arrastran por el polvo para engrande­cerse y gozar junto al dolor y el llanto de quienes les dieron vida, luz, ternura y calor!

Al siguiente día continuaba de este modo:

"Mi bueno y querido Nicodemus me ha visitado en mi concentra­ción espiritual de esta noche.

"De su mensaje mental extraigo este resumen: "Nuestra Escuela de Jerusalén ha sido descubierta, porque un joven Levita ha caído víc­tima de la sugestión que ejerce el deseo de grandeza en ciertos seres.

"El Consejo de Vigilancia del Sanhedrín, ha ofrecido grandes pre­bendas en el Templo a todo Levita que dé aviso de sitios de reuniones cabalistas, donde se hable de revisión de los Libros de Moisés, o de la aparición del Mesías Libertador de Israel.

"Nicolás como dueño de casa ha sido llamado a responder al alto Tribunal.

"Esperan que saldrá bien en sus respuestas y que habrá benevo­lencia con él, porque forma parte de ese tribunal, el tío de Gamaliel y un amigo de José de Arimathea.

"— ¡Qué oscuro enigma es el alma del hombre!... pienso mien­tras voy anotando los mensajes mentales de los que me son queridos y me aman.

"—Todo Israel, desde el solio pontificio hasta el más infeliz leña­dor, vibra en un anhelo conjunto por el Mesías Libertador, promesa de siglos hecha a los hebreos por sus guías y protectores.

"Y los poderosos magnates sienten una inquieta alarma cuando en medio del pueblo se forman agrupaciones preparatorias para la lle­gada del Mesías. ¿Por qué?...  ¿qué temen?

"Todo el bien que él traiga como Hijo de Dios, como Enviado Divino, será común para todos. Será como la llegada del hijo del Rey, que le envía a su pueblo para aliviar sus fatigas y cansancios, y brin­darle con el festín eterno del amor. ¿Cabe aquí el temor, la alarma, la inquietud?

"Deshojando como flores mentales estas reflexiones, voy cami­nando hacia atrás en el panorama de mis recuerdos, como si desandará un camino que hice a mis 12 años. Vi a Jerusalén. Vi el templo desde los pórticos hasta lo más apartado de los fosos, hasta la puertecilla de escape, y el portalón de los carros y de las bestias.

"El Templo de Jehová era un mercado y un degolladero. La sangre de las bestias inmoladas corría por un acueducto de mármol labrado en el pavimento, desde el altar de los sacrificios hasta el pozo blanco de donde la extraían con cántaros para condimentar manjares que deleitan en los festines de los magnates.

"En los patios interiores, cuadras, caballerizas y hasta entre los árboles, los traficantes y mercaderes, con ropas ensangrentadas y ma­nos inmundas, se arrebatan las carnes aún calientes, la grasa, las vísceras humeantes, y entregan bolsas de plata y oro a los agentes sacer­dotales encargados de tan lucrativo comercio.

"¿No será esta abominación inmunda, esta sacrílega profanación de la Casa de Dios, lo que engendra inquietud á los príncipes del clero, cuando el pensamiento del Mesías cruza como un meteoro por el hori­zonte nebuloso de su raciocinio?

"¿No vendrá el Mesías con los poderes de Moisés, y azotará de múltiples maneras a los dirigentes de Israel, como al Faraón egipcio por la dureza de su corazón?

"¿No acabará con la inicua matanza de bestias como símbolo de una fe sangrienta, nutrida y alimentada con el horrendo suplicio de inocentes animales?

"Me parece que todos estos interrogantes golpean en las mentes sa­cerdotales y pontificiales, y de ahí la inquietud y alarma cuando se co­menta que el Mesías ha llegado para poner todo en su debido lugar".

Más adelante estaba escrito en' la carpeta de Jhasua:

"Hoy llegaron al Santuario los Terapeutas que peregrinaban por el Sur. Vienen desde el Santuario del Monte Quarantana, trayendo un cargamento de epístolas que me dedican los amigos de aquellas regio­nes. ¡Tan amorosas, tan tiernas, tan llenas de nobleza, que he dejado caer mi llanto sobre ellas!

"Jacobo y Bartolomé, los muchachos de la cabaña de Andrés, por­teros del Santuario, la madre Bethsabé enamorada de sus nietecillos para, quienes me pide muchos besos por el aire; mis tíos Elcana y Sara de Bethlehen donde nací, mis primeros amigos de recién nacido, Alfeo, Josías y Eleazar que me relatan las mil encrucijadas de sus vidas la­boriosas y justas, la tía Lía de Jerusalén temerosa por sus hijas ca­sadas con José de Arimathea y Nicodemus, pertenecientes a la Escuela Secreta de la Cabala, recientemente descubierta por el Sanhedrín.

"¡Oh Padre mío que estás en tus cielos infinitos, y que ves la zozo­bra de tus hijos indefensos, y débiles ante la prepotencia de los po­derosos!

"¿Necesitas acaso de que yo te lo pida para remediarles? Tú lo sabes, lo ves y lo sientes todo, porque todos somos como las hebras del cabello de tu cabellera de luz que todo lo penetra y lo envuelve!

"Todos ellos viven en tu amor, Padre mío eterno, y Tú vives en ellos porque son tuyos como lo soy yo para toda la eternidad!

Y el alma pura y luminosa de Jhasua, seguía vaciándose como un vaso de agua clara sobre las páginas de su carpeta de bolsillo.

La mayor parte de los trabajos que se hacían en los Santuarios Esenios, consistían en aumentar las copias de toda escritura antigua para que pudiesen ser conocidas por todos los afiliados a la Fraterni­dad Esenia.

También labores manuales, como muebles y utensilios necesarios; el cultivo del huerto que les proporcionaba gran parte de su alimentación.

Los Ancianos sabían muy bien por avisos espirituales, que la vida de Jhasua sería breve sobre la tierra, le era necesario aprovechar bien su tiempo en ampliar más sus conocimientos superiores para que cuando llegase la hora de presentarse a la humanidad como su Ins­tructor, no le quedase nada sin saber. Y así, sin darle explicaciones lo destinaron con preferencia a las copias, pues que al hacerlo, iba bebien­do gota a gota la Divina Sabiduría que subió a tan extraordinarias al­turas en lejanas épocas, en que otras Escuelas y Fraternidades habían cooperado con el Espíritu-Luz, a la marcha evolutiva de la humanidad.

Sin descuidar esta tarea, el joven Maestro encontró siempre tiempo para sus ejercicios espirituales, en los cuales demostró una perseve­rancia invencible, hacer tres concentraciones mentales diarias: A la salida del sol, al ocaso y a la segunda hora de la noche, que es la que en nuestros horarios equivale a las diez de la noche.

Eran éstas sus citas espirituales de amor, de tierna amistad, de hermandad ideológica, que servían de estímulo al amante corazón del Cristo encarnado.

Habiendo venido a la tierra para amar hasta morir, sentía más hondamente que nadie, la necesidad de amar y ser amado con esa noble lealtad de las almas justas, para quienes es un delito grave la traición a la amistad, al amor, a la unión de almas destinadas a caminar juntas en la vida a través de la eternidad.

Continuemos, amigo lector, leyendo en el corazón puro del Hombre-Luz, reflejado en las breves escrituras de su carpetita de bolsillo.

Sentado al borde dé la fuente en la cabaña de piedra, poco antes bulliciosa y alegre con las risas de Nebai, Jhasua escuchaba embele­sado el arrullo de las palomas, sus aleteos bañándose en la fuente, y el gorjeo de los mirlos azules, que se sentían dueños del huerto solitario.

Su mirada se posó en algo que el vientecillo de la tarde agitaba entre un jazminero cercano, y vio pendiente de él una cestilla de jun­cos de donde caía el delantal azul de Nebai, olvidado sin duda por ella misma en sus correrías por el huerto, cuando jugaba a la escondida con su gacela favorita.

El alma delicada y sensitiva de Jhasua a los 19 años de vida física, encontró como un poema mudo en aquellos objetos olvidados allí por su dueña, que hacía dos semanas se encontraba ya en Ribla.

En su imaginación ardiente y genial, se dibujó la imagen de la niña con su delantal azul y su cestilla al brazo recogiendo jazmines y rosas para el altar hogareño, donde según el uso esenio, se guardaba el libro de la Ley y los libros de los Profetas.

Su espíritu se sumergió profundamente en sí mismo, con esa facilidad maravillosa que tienen los contemplativos por naturaleza y por hábito de hacerlo.

Y pasada una hora, volvió a la realidad de ese momento y vació en su Diario su sentir más íntimo y más tierno:

"Nebai —escribía emocionado— tu cestilla de recoger flores y tu delantal azul, han sido los hilos mágicos que esta tarde me han llevado hacia ti. Y te he visto, dulce niña de mi adolescencia, no ya corriendo como entonces detrás de tu gacela, sino tal como estás ahora, grave, meditativa, cantando versos de Hornero acompañada por tu laúd.

"Cantabas el salmo en que el poeta se queja, de que ninguna alma humana comprende el gemido de su corazón en la soledad del destierro. ¡Oh Nebai!... ¡he comprendido que tu alma lloraba en ese salmo como el poeta inmortal, de cuyo corazón estás bebiendo tú, con avidez se­dienta!

"Y al acercarme en espíritu a ti te he oído decir: "¡Jhasua!... me siento en un destierro porque he comprendido que para mí, la pa­tria eres tú, el amigo verdadero eres tú... el aire benéfico y el astro protector eres tú! ¡La belleza de la fuente de las palomas, de los jaz­mineros en flor, de todo aquel huerto que me parecía encantado, eras tú Jhasua que lo llenabas todo con ese algo de cielo que tú tienes, y que no se encuentra en ninguna parte sino en ti!

"Hice un esfuerzo mental, y me sentí ayudado con fuerzas astrales y magnéticas, y mi visión ante Nebai adquirió alguna densidad. Com­prendí que llegó a verme por un momento, porque soltó el laúd y abrió los brazos como para abrazarse de algo que veía. La misma vibración fuerte de sus emociones diluyó la visión, y ella comprendió que mi pro­mesa empezaba a cumplirse porque la oí decir:

"— ¡Gracias Jhasua por tu primera visita! ¡Perdóname si había llegado a dudar de ti por la tristeza de la larga espera! Creía que la pobre Nebai ausente, había sido olvidada. Tú no olvidas Jhasua como los demás seres, porque eres diferente de los demás.

 

 

"Nebai sólo tiene 15 años, demasiado pocos para pensar tan pro­fundamente. Ya es capaz de analizar la diferencia que hay de unos se­res a otros. En 15 años no ha podido conocer otras amistades. ¿Cómo sabe que soy yo diferente de los demás seres? He ahí una prueba de que el alma viene desde muy lejos y lleva andadas miles de jornadas en el eterno viaje. ¡Oh Nebai!... pequeña Nebai, Nubia de los Kobdas, Esther dominadora de Asuero, Judit vencedora de Holofernes... ¿qué serás en este y en los siglos futuros?,...

"¡Dios te bendiga mujer sublime, alma de luz y de fuego que en esta hora te has cruzado en mi camino como una alondra blanca, para cantarme la estrofa inmortal del amor, que vibra en los planos sutiles y puros donde es eterno, inextinguible, sin sombras, semejante a Dios del cual emana!

"¡Gracias criatura de Dios, por el don divino de tu amor que me das como se da una flor, un vaso de agua, una redoma de esencias!... ¡Gracias, Nebai!".

Una noche, durante una concentración mental en medio de los Ancianos Maestros, y cuando irradiaba su pensamiento sobre todos los que su corazón amaba como un incendio de luz desplegado en la inmen­sidad, sintió la tristeza íntima de su madre que en ese momento pen­saba en él.

Prestó atención, la evocó, la llamó con su alma vibrando de emo­ción y de amor, y percibió que ella creyéndolo presente a su lado, se incorporaba prontamente en su lecho diciéndole: ¡Jhasua, hijo mío! ¿Cómo vienes a esta hora?

¡Tan intenso había sido el llamado, que la ansiosa madre lo con­fundió con la voz física de su hijo... el amado hijo que siempre estaba en su mente como una estrella silenciosa que le alumbraba!...

Cuando ella se convenció que era un ensueño de su amor según ella creía, rompió a llorar silenciosamente para no ser sentida de los familiares que dormían en alcobas inmediatas.

Pero cada sollozo de la madre vibraba en el alma del hijo, como la elegía triste de un laúd que lloraba en las tinieblas.

Jhasua se concentró más hondamente aún, mientras oraba al Autor Supremo de toda luz.

"¡Padre mío!.. . ¡haz que yo vea! Se transportó a su hogar y vio.

Más sigamos lector, hojeando su carpetita donde él escribía esa misma noche ya vuelto a su alcoba solitaria:

"En la concentración de esta noche he visitado a mi madre, cuya tristeza recogí al irradiar mi pensamiento sobre todos los que ama mi corazón. Debido a esto, pasó la hora de concentración sin darme tiempo a irradiar el pensamiento sobre todos los seres de la tierra según lo ordena la Ley!

'¡Padre mío que eres Amor Eterno, inconmensurable!... ¡Perdón por mi debilidad y pequeñez! Aun soy egoísta Padre mío, y mi corazón de carne lleno con el amor de los míos... mi madre, me hizo olvidar de las demás criaturas... todas tuyas... nacidas de Ti mismo, como mi cuerpo nació de mi madre!

Tranquilizada su conciencia por esta confidencia a !a Divinidad, Jhasua escribía nuevamente:

"Hay honda tristeza en mi hogar. He visto a mi padre enfermo. Debe haber tenido algún grave disgusto y su corazón se afecta pro­fundamente. Jhosuelín no consigue, con todos sus esfuerzos vigorizar su organismo que responde a su ley, que le marca poca vida física en esta hora de su camino eterno.

"Ana, mi hermana, entristecida también porque Marcos, pertene­ciente a la Escuela Secreta ha sido detenido, contribuye aún más a formar el pesado ambiente de angustia que encuentro en mi hogar.

"Al amanecer me pondré en camino hacia Nazareth.

"Ahorraré el viaje que los Terapeutas pensaban hacer pasado mañana. Lo que ellos debían hacer, lo haré yo.

"¡Gracias Padre mío por los dones divinos de que habéis llenado el alma humana!

"Tus poderes, tus magnificencias, tu fuerza de amor, todo nos lo habéis dado sin mezquinarnos nada...

"Y la infeliz criatura humana pegada como un molusco al panta­no, olvida su noble condición de hija de Dios, para continuar indefini­damente su vida letárgica de gusano!..."

 

Tal como lo vemos escrito en su Diario, así lo hizo. Y dos horas después de salir el sol, Jhasua abrazaba a sus padres que tuvieron la más hermosa sorpresa. Era la primera vez que llegaba sin aviso previo.

—Orando al Señor por vosotros —les decía— os vi tristes por muchas razones y he venido a consolaros.

Ninguna de las cosas que os afligen son irremediables.

— ¿Cómo lo sabes tú, hijo mío? —le preguntaba su padre.

—La oración, padre mío, es la comunicación íntima de nuestra alma con Dios. Y como El lo sabe, lo ve y lo siente todo, el alma que se une a Dios en la oración puede saber, sentir y ver mucho de lo que El ve, sabe y siente.

"En mi oración de anoche comprendí vuestra tristeza y aquí estoy. Salí al amanecer, me vine por el caminito de los Terapeutas que aun­que es más áspero, es más corto que el de las caravanas. Con 19 años, bien puedo saltar por entre los peñascos.

Para aquellos felices padres, ningún galardón podía igualar al amor de tal hijo. Había saltado riscos y piedras entre arroyuelos que cor­taban el paso, en la semi oscuridad del amanecer, para llegarse hasta su tristeza como un rayo de sol en la tiniebla de un calabozo.

Joseph olvidaba su afección del corazón, Myriam no lloraba más, Jhosuelín sentía nuevas energías en su organismo agotado. Ana veía ya libre a Marcos, y el tío Jaime previsor en todo, traía un gran fardo de harina, miel y manteca del mercado porque adivinaba que en tal día, debía haber grandes actividades en la cocina de Myriam.

Una luna permaneció Jhasua en el hogar llenándolo todo de paz y de amor.

Al explicarles detalladamente cómo en la oración había percibido sus angustias, surgió en todos ellos el deseo de cultivarse más esmera­damente en la transmisión y percepción del pensamiento, ese mensa­jero divino dado por Dios a toda criatura humana.

Y en el gran cenáculo que sólo se usaba cuando había numerosos huéspedes, formaron un compartimiento dividido por espesas cortinas de tejidos de Damasco, que era lo más suntuoso que podía permitirse un artesano de posición media.

Aquel sería el recinto de oración donde los familiares se reunirían a las mismas horas en que Jhasua hacía las concentraciones diarias, con el fin de que sus almas se encontrasen unidas en el seno de Dios en los momentos de elevación espiritual.

—Si así nos encontramos tres veces cada día ¿a qué queda redu­cida la ausencia? —decía él.

"Vosotros me hablaréis en el silencio del Pensamiento y yo os contestaré.

Tal lo hicieron siempre nuestros maestros los Profetas, que de­bido a su gran unión con la Divinidad se convertían en mensajeros de Ella para con los hombres. Y de allí ha surgido la equivocada idea de que el Señor tiene hijos privilegiados a los cuales manifiesta su volun­tad con luces especiales.

En realidad lo que hay, es que unos hijos piensan en unirse al Padre Celestial por la oración, y otros no lo piensan jamás.

Los que se acercan a El con el corazón limpio de toda maldad, son iluminados y de su perseverancia en este acercamiento, vienen necesa­riamente las elevadas percepciones del alma que sumergida en Dios por la oración, adquiere gran lucidez en todo y para todo.

Durante los últimos días de su visita al hogar, Jhasua hizo sus concentraciones espirituales juntamente con sus familiares, a los cua­les recomendó el colocarse siempre en el mismo lugar en torno a la pe­queña mesa, sobre la cual colocó él mismo la Ley y los libros de los Profetas.

Idéntico trabajo realizó en las casas familiares de Simón y de Zebedeo, sus amigos del lago, de donde debían salir un día dos de sus discípulos íntimos: Pedro y Juan. Y les dijo: "Como lo hice yo con vosotros, hacedlo con vuestros amigos íntimos y así me ayudaréis a extender sobre la tierra el velo blanco del amor y de la paz".

"¿No decís que soy un Profeta? Cooperad conmigo en acercar a Dios esta humanidad, es la misión de los Profetas.

A la madrugada del trigésimo día emprendió el regreso al Santua­rio acompañado del tío Jaime, hasta mitad del camino.

Escuchemos su conversación.

—Jhasua —le dijo su tío— debes saber que tu padre quiso que fuera yo el administrador de tus bienes, y como ya estás en los 19 años creo que debo darte razón de ellos.

— ¿Bienes?... ¿pero, tengo yo bienes, tío Jaime? —preguntó ex­trañado.

— ¡Cómo! ¿No lo sabes? Son los aportes acumulados desde tu na­cimiento, de aquellos tres hombres justos y sabios venidos del oriente, traídos a este país por el aviso de los astros.

"Gaspar, Melchor y Baltasar no han fallado ni un solo año de enviar el oro que prometieron para cooperar a tu educación y bienestar de tu familia.

"Tu padre, delicado en extremo, sólo se permitió tomar una pe­queña suma cuando tenías creo 17 meses. Dejó el taller a mi cuidado para huir contigo y Myriam al Hermon, a ocultarte de la persecución de Rabsaces, el mago de Herodes.

—Si de esto me hubieses hablado, tío Jaime, antes de salir, yo ha­bría convencido a mi padre de que esos bienes son suyos y puede dis­poner de ellos como le plazca.

—Los hijos de Joseph —añadió Jaime— ignoran por completo es­tos aportes de los astrólogos orientales. No quiere Joseph que lo sepa, a excepción de Ana y Jhosuelín, que son alma y corazón contigo.

—Bien, tío Jaime, ya que mi padre te nombró administrador de ese oro donado a mí, te diré mi voluntad acerca de él.

"He visto que el taller necesita reparaciones indispensables para preservar de las lluvias y del sol las maderas para las obras. Esos co­bertizos de caña y junco están cayéndose. También el muro que rodea el huerto está ruinoso. ¡Es lástima dejar que se destruya todo mientras el oro está en la bolsa!

"¿Para qué sirve el oro si no ha de emplearse en tener un poco más de comodidad y de bienestar?

—Y tú, Jhasua, ¿nada quieres para ti? ¿No necesitas nada? —le preguntó Jaime.

— ¿Qué quieres que necesite en el Santuario? Mi vestuario, me lo dan mis padres, y el alimento, lo da el Padre Celestial. ¿Qué más ne­cesito?

"Mira tú, que en los refugios que tienen los Terapeutas no sufran hambre y desnudez los refugiados. El Padre Celestial no te perdonará, tío Jaime, si teniendo ese oro en la bolsa, sufren hambre algunas criaturas suyas.,

"Igualmente, no permitas que mi padre sufra inquietudes en el pago de sus deudas con los proveedores y con los jornaleros. La pro­longación de su vida depende de su mayor tranquilidad.

"Entre tú y Jhosuelín, bien pueden arreglarse para descargarle de todo peso.

—i Oh Jhasua! ¡No conoces a tu padre! Es tan escrupuloso en cuestión de pagos que quiere saberlo todo.

—Bien, que sepa que yo te autorizo para cubrir cualquier déficit que pueda traerle a él inquietudes.

"Tú habrás de acompañarme, tío Jaime, a visitar un día a esos tres hombres de Dios que velan por mi bien desde que nací —añadió Jhasua después de unos momentos de silencio.

_ ¿Cuándo será ese viaje? Recuerda que hay uno en proyecto para cuando tengas 21 años.

_ Sí, el de Egipto, a reunimos con Filón en Alejandría.

"Entonces podré visitar a Melchor en Arabia. Tiene su Escuela cercana al Sinaí.

"A Baltasar en Susan, le visitaremos el año próximo; es el más anciano y temo que la muerte me gane la delantera. Quizá a Gaspar le visitaré entonces también.

"A los tres les enviaré epístolas en este sentido.

"Hasta ahora fueron los Ancianos del Tabor quienes les enviaban noticias mías por ser yo un parvulito. Pero ahora que soy ya hombre, debo hacerlo por mí mismo.

Luego de encontrarse Jhasua en el Santuario, confió a los Ancia­nos en la reunión de la noche sus deseos de visitar a los sabios astrólo­gos de Oriente, que desde su nacimiento se habían preocupado de su bienestar material.

Hijo mío —le dijo el Servidor—; según convenio hecho con ellos, tus padres y nosotros, de estos asuntos debíamos enterarte a los 20 años que aún no tienes. Pero, puesto que lo has sabido antes, hablemos de ello, ya que sólo faltan meses para entrar en la edad fijada.

"No creas que hayas quedado mal ante ellos por tu silencio, que ellos mismos lo han querido.

"Ahora quieres visitarles porque tu delicadeza, sabiéndote favore­cido por ellos, te apremia en tal sentido, y esto era lo que ellos quisieron evitar, a fin de que nada perturbase la quietud de tu espíritu durante el crecimiento de la infancia y el desarrollo de la adolescencia.

"Como superiores maestros de almas, los sabias orientales dan d valor que tienen las inquietudes prematuras en los cuerpos que están en formación y crecimiento, y tratan de evitar la repercusión en el es­píritu.

"Y para que tu espíritu llegase a la plenitud a que está llamado a llegar, trataron ellos de evitarte angustias y terrores, comunes en los hogares azotados por todo género de contingencias.

"En nuestras crónicas que ahora ya puedes conocer, encontrarás con detalles la correspondencia que la Fraternidad Esenia ha tenido con los tres sabios astrólogos que te visitaron en la cuna.

"Los mensajes llegaban por las caravanas al Santuario del Monte Hermón en el Líbano, con los envíos anuales de treinta monedas de oro, diez por cada uno de tus tres protectores.

"Es una pobre casita del suburbio de Ribla, hospedaje habitual de nuestros Terapeutas peregrinos, eran recibidos, los mensajes y el donativo, que venía a nosotros y pasaba a tus padres llevado siempre por nuestros Terapeutas.

— ¿Por qué no me dijisteis de esa casita refugio en Ribla, para visitarla como se visita un templo? —preguntó Jhasua.

—Por las razones antedichas hijo mío. El silencio, cuando se promete guardarlo, es sagrado para todo esenio. Se esperaba que en­trases en la madurez de tu juventud, a la cual has llegado con toda la plenitud de tu espíritu que hemos procurado para ti entre todos.

"Jhasua—...   Eres el  Enviado  del  Altísimo  para remedio dé la humanidad en esta hora de su evolución, y todo cuanto hiciéramos por tu personalidad espiritual, nunca sería demasiado.

"En la primera vez que vayas a Ribla, podrás visitar el Refugio.

"El don de tus protectores está como ya lo sabes en manos de tus padres. Pero los mensajes de orden espiritual y las epístolas cruzadas entre los astrólogos orientales y nosotros, están en nuestras crónicas, y son copias de los originales que se encuentran en el Gran Santuario de Moab, según manda nuestra ley.

"El hermano cronista, queda autorizado para enseñarte todo cuanto hemos recibido referente a ti, de tus sabios protectores y amigos.

— ¡Gracias Servidor! —exclamó el joven Maestro—. Veo que soy deudor de todos y por todo, y que no me bastará una vida para pagaros a todos.

—No te preocupes, ya está todo pagado con tenerte entre nosotros y haber sido designados por la Eterna Ley para formar tu nido espiritual en esta hora de tu carrera mesiánica.

Jhasua, en una explosión de amor de las que solo él era capaz, se arrodilló sobre el pavimento en plena reunión y levantando al cielo sus ojos y sus brazos exclamó:

—Padre mío que eres amor eterno!... Seas tú, dueño de cuanto existe, el que pague por mí a todos cuantos me han hecho bien en la Tierra.

El Servidor lo levantó de su postración y le abrazó tiernamente.

—Este abrazo y este momento —le dijo— se ha anticipado en nueve lunas que faltan para entrar a tus 20 años. El Dios del Amor lo quiso así.

Los otros Ancianos le abrazaron igualmente, diciéndole todos, frases llenas de ternura y de esperanza para que le sirvieran de aliento y estí­mulo, al entrar en la segunda etapa de su misión como Instructor y En­viado Divino:

Uno de ellos, originario de Pasagardo en Persia, que por mayor co­nocimiento de aquella lengua era el que había sostenido la correspondencia con el sabio astrólogo Baltasar, dijo a Jhasua:

—En una de sus epístolas decía, que un momento de grandes dolores que hubo en su vida por la ignorancia humana, tuvo la debilidad de pedir la muerte por falta de valor para continuar la vida en la posición espiri­tual en que estaba. Y tú Jhasua en el sueño le visitaste cuando tenías trece años de vida física. Aún perduraba en ti la impresión sufrida en tu visita al Templo de Jerusalén y para consolar a Baltasar de las miserias huma­nas que le atormentaban, le referiste tu dolor por igual causa a tan corta edad.

"El pidió aquí la comprobación de que tú le habías visitado durante tu sueño. Por el Terapeuta que te visitaba cada luna, sabíamos bien tus impresiones en el Templo de Jerusalén.

"Te refiero esto para que sepas hasta qué punto estás ligado espiritualmente con ese noble y sabio protector tuyo, Baltasar.

"Tu visita a él sería oportuna en Babilonia donde pasa los meses de verano.

El Servidor anunció que era llegada la hora de la concentración mental y un silencio profundo se hizo de inmediato.

Velada la luz del recinto, en la suave penumbra violeta, impregnada de esencias que se quemaban en los pebeteros, con las melodías de un laúd vibrando delicadamente, las almas contemplativas de los solitarios con facilidad se desprendían de la tierra para buscar en planos superiores, la luz, la sabiduría y el amor.

Por la hipnosis de uno de los maestros, fue anunciado que algunas inteligencias encarnadas iban a manifestarse mientras su cuerpo físico descansaba en el sueño.

Este aviso indicaba que debían extremarse las medidas para una mayor quietud y serenidad de mente, a fin de no causar daño alguno a los durmientes cuyo espíritu desprendido momentáneamente de la materia, llegaría hasta el recinto.

El hilo mágico de la telepatía tan cultivada por los maestros espiritua­les de todos los tiempos, había captado la vibración del pensamiento de Jhasua hacia sus tres protectores y amigos a larga distancia, y después de un suave silencio en la sombra, la hipnosis se produjo en el maestro Asan, persa, luego en Bad Aba el cronista, después en el más joven de los Tera­peutas peregrinos, que estaba en un descanso de sus continuados viajes. Se llamaba Somed y era de origen árabe.

Las Inteligencias superiores, guías de la última encarnación Mesiánica de Jhasua, habían sin duda recogido los hilos invisibles de los pensamientos, los habían unido como cables de oro en la inmensidad infinita, y la unión de las almas se efectuaba natural y suavemente bajo la mirada eterna de la Suprema Inteligencia, que hizo a la criatura humana los dones divinos del pensamiento y del amor.

Los tres sabios astrólogos que hacía 19 años se unieron sin buscarse en el plano físico para visitar el Verbo recién encarnado, acababan de unirse en el espacio infinito para acudir al llamado de su amorosa gratitud, inquieta ya por desbordarse en ternura hacia aquellos que a larga distancia tanto le habían amado.

El mago divino del Amor es siempre invencible cuando busca el amor.

Y en la penumbra violeta de aquel santuario de rocas, se oyeron estos tres nombres pronunciados por los tres sujetos en hipnosis:

"Baltasar. Gaspar. Melchor.

Tu amor Jhasua nos trae enlazados, con hilos de seda —dijo Baltasar que habló el primero. —Bendigo al Altísimo que me ha permitido verte entrar en la segunda etapa de esta jornada tuya para la salvación espiri­tual de esta humanidad. No veré tu apostolado de Mesías desde este plano físico, sino desde el mundo espiritual al que tornarás triunfador a entrar en la apoteosis de una gloria conquistada con heroicos sacrificios de muchos siglos.

"Tu amor lleno de gratitud hacia tus amigos de la cuna, proyecta, ya lo veo, una visita personal, y aunque ella no entraba en nuestro pro­grama, si la Ley lo permite, bendita sea.

"En el abrazo supremo de dos soles radiantes en el infinito, llegaste a la vida Luz de Dios, que en ti desbordó su amor eterno para lavar la lepra de esta humanidad.

—"Gaspar de Shrinagar se acerca a ti en espíritu en el segundo portal de tu vida física; has terminado tu educación espiritual aún antes de que tu Yo se haya despertado a la conciencia de tu misión. La luz que traes encendida en ti, te deslumbra a ti mismo, y se diría que la velas para no cegar con sus vivos resplandores. Pero la hora llega ineludiblemente de la suprema clarividencia de tu Yo Superior. Para entonces estaremos contigo como en tu cuna, pero acaso desde el espacio infinito, a donde entrarás en gloriosa apoteosis, mientras tus magos del oriente desintegrarán en átomos imperceptibles, la materia que te sirvió para tu última jornada en la Tierra.

"La Eterna Ley que nos mandó cooperar con ella desde tu nacimiento, nos manda también destejer como un velo sutil tu envoltura de carne, y que sus átomos envuelvan el planeta que fue el ara santa de tus holocaustos de Redentor. ¡Paz de Dios, Avatar divino en tu segunda etapa de vida terrestre!

Melchor, el humilde Melchor, el príncipe moreno que vivía llorando aquel pecado de su juventud, no osó hablar de pie, sino que arrodillado el sensitivo en el centro de la reunión, dirigió al Verbo encarnado estas breves palabras:

"—La suprema dicha de mi espíritu me la dio la Eterna Ley al permi­tirme, Hijo de Dios, besarte en la cuna, ampararte en tu vida, y acompa­ñarte en tu salida triunfal del plano terrestre.

"Esta gloria, esa felicidad suprema basta a mi espíritu para su eter­nidad de paz, de luz y de vida.

"¡Hijo de Dios!... ¡bendice a tu siervo que no pide otra gloria, ni otra compensación que la de tu amor inmortal!

Jhasua no pudo contenerse más y llorando silenciosamente se acercó al sensitivo que tendía sus brazos hacia él con viva ansiedad, y poniéndole sus manos sobre la cabeza le bendijo en nombre de Dios.

Entre los brazos de Jhasua, el alma de Melchor se desprendió de la materia que por la hipnosis había ocupado breves momentos.

Los tres sensitivos volvieron al mismo tiempo a su estado normal, y Jhasua se encontró de pie, solo al centro de la reunión. Con su cabeza in­clinada sobre el pecho, parecía como agobiado por un gran peso que fuera superior a sus fuerzas.

Sus maestros lo comprendieron de inmediato.

El Servidor se levantó y fue el primero hacia él.

La luz se va haciendo en tu camino y te embarga el asombro que casi llega al espanto —le dijo a media voz.

Le tomó la diestra y le sentó a su lado.

Ante las palabras del Servidor, todos prestaron su fuerza mental para que aquel estado vibratorio demasiado intenso se tranquilizara poco a poco.

Aquella poderosa corriente durmió a Jhasua durante todo el tiempo de la concentración mental.

Cuando se despertó estaba tranquilo y pudo desarrollar lúcidamente el tema de la disertación espiritual acostumbrada, y que esa noche le co­rrespondía por turno. El asunto se hubiera dicho que fue elegido ex profeso, y había sido sacada por suerte la cedulilla que decía:

"La zarza ardiendo que vio Moisés". Y al escuchar su comentario de ese pasaje, todos comprendieron que Jhasua acababa de ver también en su camino como una llamarada viva, la encrucijada primera que decidiría su senda final.

Aunque en el fondo de su espíritu había gran serenidad, no pudo dormir esa noche y muy de madrugada salió de su alcoba al vallecito sobre el cual se abrían las grutas.

Caminando sin rumbo fijo por entre el laberinto de montañas y bosquecillos, se encontró sin pensar, en la pobre cabaña de Tobías donde sus cuatro moradores estaban ya dedicados a sus faenas de cada día.

Los dos muchachos Aarón y Seth curados que fueron de su parálisis en las extremidades inferiores, ordeñaban activamente las cabras, mientras el padre, Tobías, las iba haciendo salir de los establos y encaminándolas a los sitios de pastoreo.

Beila, la buena madre, rejuvenecida por la alegría de sus dos hijos fuertes y sanos, adornada de su blanco delantal, soberana en la cocina, sacaba del rescoldo los panes dorados con que la familia tomaría el de­sayuno.

Estos hermosos cuadros hogareños llevaron una nueva alegría de vivir al meditabundo Jhasua.

Tobías le acercaba el cabritillo más pequeño que llevaba en brazos. Aarón le ofrecía un canterillo de leche espumosa y calentita, y Beila salía de la cocina llevando en su delantal panecillos calientes para el niño santo como ella le llamaba.

Aquel amor tierno y sencillo como una égloga pastoril, llenó de emo­ción el alma sensible de Jhasua que les sonreía a todos con miradas de indefinible sentimiento de gratitud.

Y en el dulce amor de los humildes, se esfumó suavemente la penosa preocupación que los acontecimientos de la noche anterior le habían pro­ducido.

En aquella cocina de piedra rústica, alrededor de la hoguera en la que ardían gruesos troncos de leña, Jhasua se sintió de nuevo adolescente, casi niño, y compartió el desayuno familiar con gran alegría.

La familia no cabía en sí de gozo con la inesperada sorpresa, pues hacia ya tiempo que Jhasua no les visitaba.

Los amigos de Jerusalén, las copias, el archivo, el viaje a Nazareth, le habían ocupado todo su tiempo.

—Sólo os veíamos de lejos —decíale Tobías— y con eso nos bastaba.

El escultor antes de marcharse a Ribla nos dijo que estabais muy ocupados con gentes venidas de Jerusalén —añadió Seth.

Sí, es verdad —respondió Jhasua— pero hay otro motivo y me culpo de ello grandemente. Como ya os sabía tranquilos y dichosos, juzgué sin duda que no precisabais de mi, y quizá por eso se me pasó más tiempo sin venir.

— ¿Quién no precisa de la luz del sol, niño de Dios? —dijo riendo Beila que se había sentado junto a Jhasua, para pelarle las castañas recién sacadas del fuego y ponerle manteca en las tostadas.

—En este caso, madre Beila, sois vosotros la luz del sol para mí les dijo Jhasua alegremente— y acaso con el interés de que me la deis, será que he venido.

— ¿Cómo es eso? ¿Qué luz hemos de daros nosotros, humildes campe­sinos, perdidos entre estas montañas? —preguntó Tobías.

— ¡Sí Tobías, sí! No creáis que el mucho saber trae mucha paz al espíritu. Las profundidades de la Ciencia de Dios, tiene secretos que a ve­ces causan al alma miedo y espanto, como en las profundidades del mar se encuentran maravillas que aterran.

"Yo estaba anoche bajo una impresión semejante, y salí a la montaña pidiendo al Padre Celestial la quietud interior que me faltaba. Sin pensar llegué aquí, y en vosotros he encontrado la paz que había perdido. Ya veis pues, que soy vuestro deudor.

—Pero vos curasteis nuestro mal —díjole Aarón, y sanasteis nuestro rebaño y desde entonces, hace dos años, nuestro olivar y el viñero y todo nuestro huerto parece como una bendición de Dios.

—Hasta los castaños que estaban plagados —añadió Beila— se han mejorado y mirad que buenas castañas nos dan.

—En verdad —respondió Jhasua— que se comen maravillosamente. ¡Mirad cuántas ha pelado para mí la madre Beila!

—Todo bien nos vino a esta casa con vos niño santo —decía encan­tada la buena mujer— y aún nos decís que nos quedáis deudor.

—Yo sé lo que me digo madre Beila. Salí de mi alcoba entristecido y ahora me siento feliz.

"Vuestro amor me ha sabido tan bien como vuestra miel con casta­ñas. Que Dios os bendiga Tobías

—Gracias, y a propósito ¿sabes que tengo una idea?

—Vos lo diréis, vos mandáis en mi casa.

—En el Santuario nos hemos quedado sin porteros, y ya sabéis que tal puesto es de una extrema delicadeza. El viejo Simón fue llevado al lago donde tiene toda su familia. Quiere morir entre ellos. Yo le visité hace tres días y allí quedaron dos de nuestros Ancianos asistiéndole.

"Creo que el Servidor estará contento de que ocupéis vosotros ese lugar. ¿No os agradaría?

—Y ¿cómo dejamos esto? —preguntó Tobías.

— ¿Y por qué lo habéis de dejar? El Santuario está tan cerca que sin dejar esto, podéis servirnos allá. Puedes acudir a la mañana y a la tarde unas horas. Los muchachos y la madre Beila creen que bastan para cuidar esto. ¿Qué decís vosotros?

—Que sí, que está todo bien lo que vos digáis —decía Beila—. No faltaba más que nos opusiéramos a vuestro deseo. Si los Ancianos lo quieren, no hay más que hablar. Al Santuario debemos cuanto tenemos.

—Está bien, mañana os traeré la resolución definitiva.

"Y será también el momento oportuno de que Aaron y Seth entren a la Fraternidad Esenia, ya que sus padres lo son desde hace años.

"La familia portera del Santuario debe estar unida espiritualmente con él. Conque amigos míos —les dijo Jhasua a los muchachos— si que­réis ser mis hermanos, ya lo sabéis, yo mismo os entregaré el manto blanco del grado primero.

—Y ¿tendremos mucho que estudiar? —preguntó Seth que era un poco remolón para las letras.

—Un poquillo, y para que no te asustes seré yo tu primer maestro de Sagrada Escritura.

"Ya veis, algo bueno salió de esta mi visita a la madrugada. No todo había de ser comer miel con castañas y panecillos dorados. No sólo de pan vive el hombre.

Cuando Jhasua se despidió, un aura suave de alegría y de paz les inundaba a todos.

También el joven Maestro, había olvidado su penosas preocupacio­nes. Tobías y sus hijos le acompañaron hasta llegar al Santuario, mien­tras la buena Madre Beila repetía sentada en el umbral de su puerta:

— ¡Es un Profeta de Dios! Donde él entra, deja todo lleno de luz y de alegría! Que Jehová bendiga a la dichosa madre que trajo tal hijo a la vida!

Acaso pensará el lector que en la vida de un Mesías, Instructor de la humanidad de un planeta, es demasiado insignificante el sencillo epi­sodio que acabo de relatar. Lo sería, si no estuviera él relacionado con acontecimientos que más adelante fueron piedras firmes en los cimien­tos del Cristianismo. La Eterna Ley se vale de seres humildes y pequeños, ignorados de la sociedad para levantar sus obras grandiosas de sabi­duría y de amor.

La colocación como porteros del Santuario del Tabor de la familia de Tobías, trajo el acercamiento de un niño huérfano de madre, de 10 años de edad, hijo de padre griego, radicado en Sevthópolis de Samaría, cuyo nombre era Felipe. Su madre fue hermana de Beila esposa de Tobías la cual tomó al niño a su cuidado, y los maestros del Tabor cultivaron su espíritu. Como era muy turbulento y travieso, divertía grandemente a Jhasua, que acaso no pensó que aquel parvulito de diez años, sería un ferviente predicador de su doctrina años después, con el nombre muy conocido del Diácono Felipe, fundador de la primera Congregación Cris­tiana de Samaría.

Volvamos nuevamente a la intimidad de Jhasua, santuario secreto v divino al cual entramos en silencio y mediante su Diario que es el es­pejo en que se reflejaba.

Los nueve meses que faltaban para llegar a los veinte años, los pasó dialogando consigo mismo en la profundidad de su espíritu que buscaba su ley con una ansia indescriptible.

Durante ese tiempo, vivió tan intensamente su vida interna, que asombra ver el alto grado a que llegaron sus facultades espirituales.

Los Ancianos afirmaban que desde los tiempos de Moisés no se ha­bía visto nada semejante, ni aún en las Escuelas más consagradas a las experiencias supra-normales.

Durante este tiempo ocurrió también un hecho que vamos a conocer a través del Diario de Jhasua.

"En mis tres concentraciones espirituales de este día —escribe en su carpeta— he sentido, visto y oído algo muy singular. Desde el fondo de unas grutas muy semejantes a éstas, me llamaban por mi nombre, añadiendo los calificativos mesiánicos que algunos gozan en darme.

"Es un llamado espiritual sin voces y sin sonidos que sólo el alma percibe en los silencios hondos de la meditación.

"Los que llaman son encarnados y las grutas que habitan están en Samaría, entre las escarpadas montañas que quedan a la vista de la ciudad de Sevthópolis, punto de conjunción de todas las caravanas.

"Esas voces clamorosas y dolientes me piden que les consiga el per­dón de la Fraternidad Esenia. Somos Esenios —me dicen— del tercero y cuarto grado. La soberbia hizo presa en nosotros que quisimos erigir aquí un templo como el de Jerusalén con su deslumbrante pontificado. Como eso era salimos de nuestra ley, la protección divina se alejó de nosotros y en vez de un templo, nuestro Santuario se convirtió en madri­guera de forajidos que nos amarraron con cadenas reduciéndonos a las más tristes condiciones. No quedamos ya sino tres de los veinticinco que éramos. Casi todos han perecido de hambre y de frío, y otros han huido.

¡Mesías, Salvador de Israel ten piedad de nosotros!

"Jamás oí decir —continuaba escribiendo Jhasua —que en Samaría hubiera un santuario Esenio entre las montañas al igual que los demás.

"Oí hablar y conozco el del Monte Hermón, donde estuve oculto en mi niñez; el del Carmelo donde me curé de mis alucinaciones de niño; el del Monte Quarantana, donde recibí la visita de los Ancianos del gran Santuario del Monte Moab, y éste del Tabor en que he recibido mi educación espiritual de joven.

"¿Qué santuario es éste desde el cual piden socorro? Los Ancianos nunca me lo dijeron para no descubrir, sin duda, el pecado de sus her­manos rebeldes a la ley.

"No me agrada penetrar así como a traición el secreto que ellos han guardado referente a esto, mas ¿cómo he de comprobar si esto es una realidad, o un lazo engañoso que me tienden las inteligencias malignas para desviarme de mi camino?

"Forzoso me es preguntarles confiándoles lo que me ocurre.

"Mi espíritu está condolido profundamente de estos llamados an­gustiosos.

"En mi última concentración esta misma noche, no he podido menos que prometerles mentalmente que trataré de remediarles".

Y el Diario se cerró por esa noche.

A la mañana siguiente, después de la concentración mental matuti­na, Jhasua pidió al Servidor que le escuchase una confidencia íntima.

El Anciano le llevó a su alcoba, donde animado de la gran ternura que guardaba en su corazón para el joven Maestro, le invitó a hablar.

Jhasua le refirió cuanto le había ocurrido en sus concentraciones mentales del día anterior. Oigámosle:

—En cumplimiento de nuestra ley y de lo que vosotros me habéis enseñado, después de unirme con la Divinidad, extiendo mi pensamiento de amor hacia todos los que sufren, primero entre los conocidos y los lugares cercanos y luego hacia todo el planeta.

"Como algo, me ocupo de Felipe, el hijo adoptivo de Beila, el pen­samiento se posó, en Sevthópolis donde vive su padre, que en el concepto de Tobías, nuestro actual portero, ha tomado un comercio muy delictuo­so: la compra de esclavos.

"Del padre del niño me ocupaba en mi oración, cuando sentí an­gustiosos llamados de unos Esenios amarrados en unas grutas cercanas a esa ciudad.

"Tales voces me piden que les consiga el perdón de la Fraternidad Esenia porque reconocen haber pecado en contra de la ley.

"Tan insistentes llamados me causan una angustia indescriptible, que hasta me lleva a pensar si seré víctima de inteligencias perversas que quieren perturbar mis caminos espirituales.

—Hijo mío —le contestó el Anciano— puede haber una realidad en cuanto me dices.

"Jamás te hablamos de ese desdichado Santuario nuestro de Sa­maría, que se salió de su ley y pereció. Pero ya que el Señor ha permi­tido que por revelación espiritual lo sepas, no debo ocultártelo por más tiempo.

"Debe ser llegada la hora en que seas de verdad la luz de Dios sobre todas las tinieblas.

"Tinieblas del espíritu son las que envolvieron a esos hermanos nuestros, que cansados de la vida ignorada y sin aparato exterior, qui­sieron brillar en el mundo con los esplendores del Templo de Jerusalén.

"Las donaciones que los hermanos hacían para el sostenimiento de nuestro refugio de enfermos y de ancianos, las emplearon en adquirir maderas del Líbano y mármoles y plata para el templo que se propo­nían levantar en Sebaste, entre las hermosas construcciones hechas por Herodes el Grande, con los tesoros que fueron sudor y sangre del pue­blo hebreo. El Sanhedrín de Jerusalén que está alerta siempre, llegó a saberlo, y por medio de sus hábiles aduladores para con el Rey, los que dirigían los trabajos fueron detenidos, los materiales acaparados por orden del Rey, el Santuario invadido y robado, hasta que bandas de malhechores de los que tanto abundan en las montañas de Samaría, tomaron las inaccesibles grutas como antro de ocultamiento para sus crímenes.

"Creíamos que ningún esenio quedaba y que todos habían huido. Los que no estuvieron de acuerdo con la idea que los perdió, fueron cuatro y esos se retiraron al Santuario del Carmelo, donde tú les has conocido y donde aún permanecen.

"Nosotros les avisamos que se salían de su ley que mandaba para esta hora una obra puramente espiritual y de alivio a los que sufren.

"Nuestra misión era preparar los caminos al Enviado Divino des­de nuestro retiro, pues que siendo ignorados del mundo, gozábamos de la santa libertad que nos era necesaria. En toda la Palestina y Siria están diseminados nuestros hermanos, y son pocos los hogares donde no haya un esenio con una lucecita inextinguible dando claridad sin que nadie se aperciba.

y ahora ¿qué hacemos? —Preguntó Jhasua—. ¿Cómo compro­bar que tres seres están amarrados en las grutas y que piden perdón y socorro?

Hace tres días llegó uno de nuestros Terapeutas peregrinos que conoce mucho las montañas de Samaría., porque es natural de Sichen v que estuvo más de una vez en aquel santuario.

Llamado que fue el Terapeuta, dijo que en Sevthópolis había gran alboroto entre el pueblo, porque habían sido capturados los malhecho­res que habitaban en las montañas y que pronto serían ejecutados.

_ Si aun hay Esenios en las grutas —añadió— deben ser los que oí decir que los bandidos tenían secuestrados para evitar que dieran aviso a la justicia. Por otros Esenios que huyeron antes y dieron aviso, es que la justicia empezó a buscarles y por fin los han encontrado.

— ¿Entonces las grutas estarán solas? —preguntó Jhasua.

Probablemente, con los tres  amarrados en ellas según el  aviso espiritual —contestó el Servidor.

—Si vosotros me lo permitís, yo desearía ir allá para salvar a esos infelices hermanos que tan terriblemente pagan su culpa —dijo Jhasua al Servidor.

—Tu anhelo es digno de ti, hijo mío —le contestó el Servidor, pero debemos usar de mucha cautela y prudencia.

"En la concentración mental de mediodía consultaremos el caso con nuestros hermanos. Y lo que entre todos resolvamos será lo que más conviene. Queda pues tranquilo, hijo mío, que hoy mismo tendrás la respuesta.

De todo esto resultó que Jhasua con Melkisedec, con el Terapeuta samaritano como guía, con los dos hermanos Aarón y Seth y el niño Felipe, se pusieron en camino cuando pasó la caravana que venía de Tolemaida.

Ambos hermanos y el niño iban con el objeto de convencer al padre de este, de abandonar su indigno comercio y entregarse a una vida tranquila y honrada. Beila padecía hondamente con el pensamiento de que el marido de su hermana y padre de Felipe, cayera un día como un vulgar malhechor en poder de la justicia, causando la deshonra de toda la familia. El comercio de esclavos llevaba a veces a inauditos abusos.

Al pasar la caravana por Nazareth y Naim donde se detuvo unas horas, Jhasua aprovechó para volver a ver a sus amigos de la infancia Matheo y Myrina, aquellos dos niños que tanto le amaron cuando él era un parvulito de 10 años y estaba curándose en el Santuario del Carmelo.

Fue también a su casa paterna, donde les encontró alrededor de la mesa junto al hogar para la comida del mediodía.

Myriam dejó apresuradamente la cazuela de barro con el humean­te guiso de lentejas, cuando vio en el caminito del huerto la figura blanca dé Jhasua como un recorte de marfil entre el verde oscuro del follaje.

— ¡Otra sorpresa hijo!... ¿qué pasa? —le preguntó abrazándole tiernamente.

—Algo muy bueno, madre. Llegué con la caravana de paso para Sevthópolis. Ya te explicaré.

Ambos entraron en la casa donde todos los rostros parecieron ilu­minarse con esa íntima alegría del alma que nunca es ficticia, porque se desborda como un manantial incontenible.

— ¡Jhasua en nuestra comida de hoy!... —fue la exclamación de todos.

Sentado a la mesa entre Joseph y Myriam, hizo la bendición de práctica, que su padre le cedió como un gran honor hecho a su hijo, Profeta de Dios.

Les refirió lo que había ocurrido y que iba con dos Esenios más y los hijos de Tobías a restaurar el abandonado Santuario en las monta­ñas de Samaría.

La dulce madre se llenó de espanto, pues sabían todos allí, que las grutas se habían convertido en guarida de malhechores.

— ¡No temáis nada madre! —decía Jhasua tranquilizándola. Los bandidos fueron apresados todos, y allí sólo hay tres Esenios muriendo de hambre y miseria, amarrados en una gruta. Son ellos los que han pedido socorro.

"Salvarles y reconstruir un santuario de adoración al Señor y de trabajos mentales en ayuda de la humanidad, es una obra grandiosa ante Dios, y merece cualquier sacrificio.

La conversación siguió con estos temas, y las preguntas de todos daban motivo al joven Maestro para que él mismo y sin pretenderlo, fuera delineando cada vez más grande y más hermosa su silueta moral y espiritual de apóstol infatigable de la fraternidad y el amor en medio de la humanidad.

Cuando terminó la comida, el tío Jaime hizo un aparte con Joseph.

—Acompañaré a tu hijo en este corto viaje —le dijo— porque te­mo sus entusiasmos juveniles y quiero cuidarle de cerca.

—Bien, Jaime, bien. No podías haber pensado nada mejor. ¡Cuán­to te agradecemos tus solicitudes para con él —le contestó Joseph.

—A más —añadió Jaime— para cualquier eventualidad, si estás de acuerdo daré a Jhasua algo de sus dineros. El acaso lo necesita y lo merece. Aquel santuario habrá sido despojado de todo.

"¡Hace tantos años que fue asaltada por los bandidos!

—Habla esto con Jhasua y él lo resolverá —dijo el anciano al pro­pio tiempo que Jhasua doblaba cuidadosamente una túnica v un manto nuevos que su hermana le había tejido. La madre le acomodaba en una cestilla cerrada, una porción de golosinas y frutas. ¡Dulce escena hoga­reña, repetida cien veces en todo hogar donde hay madres y hermanas conscientes de su misión suavizadora de todas las asperezas en la vida del hombre!

Toda la familia le acompañó hasta el camino donde se veía desde el huerto la caravana detenida. Al verles llegar, Felipe corrió hacia Jhasua diciéndole:

—Creí que no volvías más. ¡Qué susto pasé!

Jhasua acariciándole explicaba a sus familiares quién era este niño y por qué le llevaban.

—Esto te interesa a ti —le dijo Jhasua entregándole la cestilla.

"Entre los dos daremos buena cuenta de todo esto, Felipe, si te place.

El chiquillo que ya había husmeado el olor de pasteles y melocoto­nes puso una cara de gloria que hizo reír a todos.

El tío Jaime se incorporó a la caravana que partió mientras la familia agitaba las manos y los pañuelos, despidiendo a Jhasua y los amigos que le acompañaban.

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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