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2. Hechos a imagen de Dios

El poder simbólico de los siete chakras
El poder simbólico de los sacramentos cristianos
El poder simbólico de las diez sefirot

"Anatomía del espíritu"

Caroline Myss

 

 

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Hechos a imagen de Dios

 

Desde que tuve mis primeras intuiciones médicas he sa­bido que éstas se refieren fundamentalmente al espíritu hu­mano, a pesar de que describen problemas físicos y de que yo utilizo el lenguaje de la energía para explicárselas a los demás. «Energía» es una palabra neutra; no tiene ninguna asociación religiosa ni evoca temores arraigados sobre la relación perso­na] con Dios. Es mucho menos inquietante escuchar: «Se le ha agotado la energía», que: «Su espíritu está intoxicado.» Sin embargo, muchas de las personas que han acudido a míen rea­lidad han sufrido una crisis espiritual. Yo les he explicado esa crisis como un trastorno energético, pero habría sido más útil para ellas si lo hubiera hecho también en términos espi­rituales.

 

 

Después de comprender las correspondencias entre los chakras orientales y los sacramentos religiosos occidentales introduje finalmente el lenguaje espiritual en mis explica­ciones energéticas. Esto ocurrió repentinamente, durante uno de mis seminarios sobre la anatomía de la energía. Cuan­do estaba haciendo la introducción dibujé en la pizarra sie­te círculos, dispuestos vertical mente, para representar los centros de poder del sistema energético humano. Al mirar los círculos vacíos caí en la cuenta de que no sólo hay siete chakras, sino también siete sacramentos cristianos. En ese momento comprendí que su mensaje espiritual es el mismo. Después, cuando estaba investigando y explorando en más profundidad sus similitudes, descubrí que la cabala también tiene siete enseñanzas semejantes. La correspondencia entre estas tres tradiciones me llevó a comprender que la espiri­tualidad es mucho más que una necesidad psíquica y emo­cional: es una necesidad biológica innata. Nuestro espíritu, nuestra energía y nuestro poder personal son una sola y úni­ca fuerza.

Las siete verdades sagradas que comparten estas tradicio­nes están en el núcleo de nuestro poder espiritual. Nos ense­ñan la forma de orientar el poder, o fuerza vital, que circula por nuestro organismo. En efecto, encarnamos esas verdades en nuestros siete centros de poder; forman parte de nuestro sistema interno de orientación física y espiritual, y al mismo tiempo son un sistema externo de orientación para nuestro comportamiento espiritual y para la creación de salud. Nues­tra tarea espiritual en esta vida consiste en aprender a equili­brar las energías del cuerpo y el alma, del pensamiento y la acción, del poder físico y el poder mental. Nuestro cuerpo contiene una plantilla o programa inmanente para la curación.

El libro del Génesis nos dice que el cuerpo de Adán fue creado «a imagen de Dios». El mensaje de esta frase es a la vez literal y simbólico. Significa que las personas somos ré­plicas energéticas de un poder divino, un sistema de siete energías primarias cuyas verdades estamos destinados a explorar y desarrollar a través de la experiencia llamada vida.

Cuando entendí que el sistema energético humano en­carna estas siete verdades, ya no pude limitarme a un voca­bulario de la energía y comencé a incorporar ideas espiri­tuales a mis diagnósticos intuitivos. Dado que nuestro diseño biológico es también un diseño espiritual, el lenguaje com­binado de energía y espíritu pasa por diversos sistemas de creencias; abre avenidas de comunicación entre los credos e incluso permite a las personas volver a culturas religiosas anteriormente rechazadas, descargadas de dogmas religiosos. Las personas que asisten a mis seminarios han adoptado de buena gana este lenguaje de energía-espíritu para referirse a las dificultades que conllevan sus enfermedades físicas, tras­tornos causados por el estrés o sufrimiento emocional. Ver el problema dentro de un marco espiritual acelera el proce­so de curación, porque añade una dimensión de sentido y fi­nalidad a sus crisis y las capacita para contribuir a curarse a sí mismos; co-crean su salud y re-crean su vida. Puesto que el estrés humano siempre corresponde a una crisis espiritual y es una oportunidad de aprendizaje espiritual, casi cualquier enfermedad permite una nueva percepción respecto al uso, mal uso o mala dirección del espíritu o poder personal.

La mayoría de las tradiciones religiosas y culturales, des­de los antiguos griegos e hindúes hasta los chinos y los ma­yas, consideran divino el origen de la conciencia humana, el espíritu o el poder.

La mayoría de los mitos de todas las culturas hablan de la interacción entre la divinidad y la humanidad, en historias de dioses que se unen con seres humanos para engendrar hi­jos semejantes a dioses y semidioses. Estos hijos encarnan todo el espectro del comportamiento humano, desde gran­des actos de creación, destrucción y venganza, o mezquinos actos de celos, rivalidad y rencor, hasta actos trascendenta­les de metamorfosis, unión sexual y sensualidad.

Las primeras culturas que crearon estas mitologías divi­nas exploraron así su naturaleza emocional y psíquica y los poderes intrínsecos del espíritu humano. Cada cultura ex­presaba así sus ideas respecto a las transformaciones y los tránsitos del viaje espiritual universal, el viaje del héroe, en palabras de Joseph Campbell.

Entre las historias de Dios, sin embargo, la tradición ju­día es única, porque jamás se describe a Yahvé como un ser sexuado. A Dios se le atribuye una mano derecha y una mano izquierda, pero la descripción ¡amas continúa «más abajo de la cintura». A diferencia de otras tradiciones espi­rituales, los judíos transfirieron a Yahvé solamente algunas cualidades humanas, manteniendo una relación más distan­te con ese inaccesible Divino.

Pero cuando apareció en escena el cristianismo, sus se­guidores, todavía judíos entonces, dieron a Dios un cuerpo humano y lo llamaron Jesús, el hijo de Dios.

La gran herejía de los cristianos, según los otros judíos, fue cruzar el límite biológico y comenzar su nueva teología con un acontecimiento bioespiritual: la Anunciación. En la Anunciación, el ángel Gabriel anuncia a la Virgen María que goza de gran favor ante el Señor y va a dar a luz un hijo al que llamará Jesús. La implicación aquí es que Dios es el pa­dre biológico de este hijo. De pronto, el principio divino abs­tracto del judaísmo, llamado Yahvé, se acopla con una mu­jer humana.

Los cristianos hicieron del nacimiento de Jesús una «te­ología biológica», y convirtieron su vida en una prueba de que la humanidad está hecha «a imagen y semejanza de Dios». Judíos y cristianos creían por igual que nuestro cuer­po físico, en particular el masculino, era semejante al de Dios. Escritos teológicos más contemporáneos han puesto en du­da esa semejanza biológica, modificándola y convirtiéndola en una semejanza espiritual, pero de todas formas queda el concepto original de que biológicamente estamos hechos a imagen de Dios, importante aspecto literal y arquetípico de la tradición judeocristiana.

El hilo común a todos los mitos espirituales es que los seres humanos nos vemos inevitablemente impulsados a fu­sionar nuestro cuerpo con la esencia de Dios, que deseamos tener lo Divino en los huesos y en la sangre, en nuestra com­posición mental y emocional.

En los sistemas de creencia de todo el mundo, los conceptos de la naturaleza espiritual de lo Divino reflejan las me­jores cualidades y características humanas. Puesto que en nuestro mejor aspecto somos compasivos, Dios tiene que ser omnicompasivo; puesto que somos capaces de perdonar, Dios tiene que ser omniperdonador; puesto que somos ca­paces de amar, Dios tiene que ser sólo amor; puesto que in­tentamos ser justos, la justicia divina debe regir nuestros es­fuerzos por equilibrar lo malo y lo bueno. En las tradiciones Orientales, la justicia divina es la ley del karma; en el mundo I cristiano es el fundamento de la regla de oro. De una u otra manera, hemos tejido lo Divino en todos los aspectos de la vida, el pensamiento y las obras.

Actualmente, muchos buscadores espirituales tratan de impregnar su vida cotidiana de una mayor conciencia de lo sagrado, esforzándose en actuar como si cada una de sus ac­titudes expresara su esencia espiritual. Esta forma conscien­te de vivir es una invocación, una petición de autoridad es­piritual personal; representa el abandono de la relación clásica padre-hijo con Dios de las antiguas religiones y un avance hacia la edad adulta espiritual. La maduración espi­ritual supone no sólo desarrollar la capacidad de interpretar i los mensajes más profundos de los textos sagrados, sino también aprender a leer el lenguaje espiritual del cuerpo. Cuan­do nos hacemos más conscientes y reconocemos el efecto de I los pensamientos y actitudes (la vida interna) sobre el cuerpo físico y la vida externa, ya no necesitamos concebir a un Dios-padre externo que crea para nosotros y del cual de­pendemos totalmente. En calidad de adultos espirituales, aceptamos la responsabilidad de co-crear nuestra vida y nuestra salud. La co-creación es en realidad la esencia de la edad adulta espiritual, el ejercicio de elegir y aceptar que so­mos responsables de lo que elegimos.

Administrar nuestro poder de elección es el reto divi­no, el contrato sagrado que hemos venido a cumplir. Comienza por elegir cuáles van a ser nuestros pensamientos y actitudes. Mientras que en otro tiempo elección significa­ba la capacidad para reaccionar ante lo que Dios ha creado para nosotros, ahora significa que participamos en lo que ex­perimentamos, que co-crearnos nuestro cuerpo físico me­diante la fuerza creativa de nuestros pensamientos y emo­ciones.

Las sietes verdades sagradas de la cábala, los sacramen­tos cristianos y los chakras hindúes apoyan nuestra trans­formación gradual en adultos espirituales conscientes. Estas enseñanzas literales y simbólicas redefinen la salud espiri­tual y biológica y nos sirven para entender lo que nos man­tiene sanos, lo que nos hace enfermar y lo que contribuye a sanarnos.

Las siete verdades espirituales trascienden las fronteras culturales, y en el plano simbólico constituyen un mapa de carreteras para nuestro viaje por la vida, un mapa de carre­teras impreso en nuestro diseño biológico. Una y otra ve? los textos sagrados nos dicen que la finalidad de la vida es comprender y desarrollar el poder del espíritu, poder que es esencial para nuestro bienestar mental y físico. Abusar de este poder agota el espíritu y arrebata fuerza vital al cuerpo físico.

Dado que la energía divina es inherente a nuestro organismo biológico, todo pensamiento que nos pasa por la mente, toda creencia que alimentamos, todo recuerdo al que nos aferramos, se traduce en una orden positiva o negativa a nuestro cuerpo y espíritu. Es magnífico vernos a través de estas lentes, pero también resulta apabullante, puesto que ninguna parte de nuestra vida o nuestros pensamientos es impotente, ni siquiera privada. Somos creaciones biológicas de diseño divino. Una vez que esta verdad forma parte de nuestra conciencia, no podemos seguir llevando una vida corriente.

 

El poder simbólico de los siete chakras

 

Según enseñan las religiones orientales, en el cuerpo hu­mano hay siete centros de energía. Cada uno de ellos con­tiene una enseñanza espiritual universal para la vida, que he­mos de ir aprendiendo a medida que evolucionamos hacia una conciencia superior. En realidad yo ya llevaba años rea­lizando evaluaciones intuitivas cuando caí en la cuenta de que lo que enfocaba instintivamente eran esos siete centros energéticos. Esta antiquísima y sagrada forma de represen­tación describe con extraordinaria exactitud el sistema ener­gético humano, con sus hábitos y tendencias.

El sistema de chakras es una representación arquetípica del proceso de maduración de la persona a través de siete fa­ses claras y diferentes. Los chakras están alineados verticalmente desde la base de la columna hasta la coronilla, lo que sugiere que ascendemos hacia lo divino dominando poco a poco la seductora atracción del mundo físico. En cada fase perfeccionamos un poco más el entendimiento del poder personal y espiritual, puesto que cada chakra representa una enseñanza de vida o un desafío común a todos los seres hu­manos. A medida que la persona va dominando cada chakra, va adquiriendo un poder y un conocimiento de sí misma que se integra en su espíritu y la hace avanzar por el camino que conduce hacia la conciencia espiritual, a semejanza del clásico viaje del héroe.

A continuación presento un resumen muy breve de las enseñanzas vitales que representan los siete chakras (véase fig.3):
Primer cbakra: Enseñanzas relativas al mundo material.
Segundo chakra: Enseñanzas relativas a la sexualidad, el tra­bajo y el deseo físico.
Tercer cbakra: Enseñanzas relativas al ego, la personalidad y; la estima propia.

Cuarto chakra: Enseñanzas relativas al amor, el perdón y la compasión.
Quinto chakra: Enseñanzas relativas a la voluntad y la auto-expresión.
Sexto chakra: Enseñanzas relativas a la mente, la intuición, la percepción profunda y la sabiduría.
Séptimo chakra: Enseñanzas relacionadas con la espirituali­dad.
Estas siete enseñanzas de vida nos dirigen hacia una con­ciencia mayor. Pero si hacemos caso omiso de nuestra res­ponsabilidad y necesidad de aplicarnos conscientemente a aprender estas lecciones espirituales, la energía que contie­nen se puede manifestar en forma de enfermedad. En efec­to, las numerosas tradiciones espirituales orientales consi­deran que la enfermedad es un agotamiento del propio poder interior o espíritu. Las correspondencias entre las principa­les tradiciones espirituales subrayan la experiencia humana universal de conexión entre el espíritu y el cuerpo, la enfer­medad y la curación.

Considerados desde un punto de vista simbólico, no li­teral, los siete sacramentos ensílanos tienen un sentido cla­ramente análogo al de los siete chakras.

 

El Poder simbólico de los Sacramentos Cristianos

 

La iglesia cristiana primitiva identificó siete sacramen­tos, o ritos reconocidos oficialmente, que serían realizados por sus dirigentes ordenados.

Estos siete sacramentos eran, y siguen siendo, ceremo­nias sagradas que imprimen (para emplear el lenguaje cris­tiano) caracteres concretos de «gracia o energía divina». Ca­da carácter de gracia corresponde a un único sacramento. Si bien actualmente los siete sacramentos se asocian principalmente con la iglesia católica romana, otras tradiciones cris­tianas han conservado muchos de ellos, por ejemplo, el bau­tismo, el matrimonio y la ordenación sacerdotal.

En su sentido simbólico, cada sacramento representa también una fase de capacitación que invita a lo Divino a. penetrar en el espíritu de la persona. La propia palabra «sacra­mento» significa un rito que pide al poder de lo sagrado que entre en el alma de la persona. El sentido simbólico de los sacramentos trasciende su sentido religioso, y mis alusio­nes a ellos no han de mal-interpretarse como una sugerencia a recibir realmente los sacramentos de una institución cris­tiana.

Los sacramentos presentan tareas simbólicas para crecer hasta una madurez espiritual y para obtener la curación, pe­ro también son concretos en su descripción de lo que hemos de hacer en las principales fases de la vida para aceptar la res­ponsabilidad personal que acompaña a la madurez espiritual. Los sacramentos también son los actos que hemos de reali­zar junto con los ritos que se realizan en nosotros. Repre­sentan los poderes que hemos de conceder a los demás y re­cibir de ellos.

Consideremos el sacramento del bautismo, por ejemplo, por el cual una familia acepta la responsabilidad física y es­piritual de un hijo que ha traído al mundo. Nuestro reto, co­mo adultos espirituales, es aceptar simbólica, totalmente y con gratitud a la familia en que nacimos.

En este sentido simbólico, el bautismo también signifi­ca honrar, respetar a nuestra familia y respetarnos a nosotros mismos, perdonando a nuestros familiares cualquier pena o sufrimiento que nos causaron durante nuestra infancia.

El poder contenido en ese perdón es precisamente el po­der que sana al cuerpo.

Los siete sacramentos, con sus finalidades simbólicas, son los siguientes:
Bautismo: Recibir o conceder una expresión de la gracia que representa la gratitud por la propia vida en el mundo físico.
Comunión: Recibir o conceder una expresión de la gracia (en forma de «hostia») que representa la unión sagrada con Dios y con las personas presentes en nuestra vida.  
Confirmación: Recibir o conceder una expresión de la gra­cia que favorece e intensifica la individualidad y la estima propias.
Matrimonio: Recibir o conceder una bendición que sacraliza la unión con otra persona, y que en última instan­cia acepta además a todas las personas presentes en la pro­pia vida como un matrimonio sagrado.
Confesión: Recibir o conceder la gracia para limpiar el pro­pio espíritu de los actos negativos de la voluntad.
Orden sagrada: Recibir o conceder la gracia para sacralizar el propio camino de servicio.
Extremaunción: Recibir o conceder la gracia para concluir los asuntos inconclusos antes de morir.

Estas siete fases de iniciación personal representan los poderes innatos que hemos de hacer realidad, los poderes que hemos de emplear conscientemente afrontando los re­tos que nos presenta la vida.

 

El poder simbólico de las diez Sefirot

 

Las diez sefirot, o árbol de la vida de la cabala, com­prenden una enseñanza compleja que fue evolucionando a lo largo de muchos siglos, una enseñanza increíblemente análoga a la de los chakras y sacramentos. En la cabala me­dieval, las diez sefirot describen las diez cualidades de la na­turaleza divina. Dado que tres de estas cualidades están em­parejadas con otras tres, en realidad las diez cualidades se pueden agrupar en siete planos o niveles, que suelen re­presentarse en forma de un mítico árbol de la vida invertido, con las raíces arriba, en el cielo. En The Zohar: The Book or Enlightenment, Daniel Chañan Matt dice que las diez sefirot se consideran el programa divino de la enseñanza según la cual «el ser humano está creado a imagen de Dios* (Gé­nesis 1,27). Lo Divino comparte diez cualidades con los se­res humanos; estas cualidades son poderes que se nos man­da desarrollar y acendrar en nuestro viaje por la vida.

Aunque el judaísmo defiende el rostro más abstracto de Dios, las diez sefirot describen todo lo que es permisible de la personalidad de Yahvé.

A diferencia de otras tradiciones religiosas, el judaísmo jamás consideró que sus profetas fueran encarnaciones di­rectas de lo Divino. El budismo, en cambio, comienza con un hombre, Siddhartha, que fue ungido para llevar el men­saje de la iluminación a la gente de la tierra; el budismo no describe a un Dios semejante a un ser humano, pero el hinduismo tiene muchos dioses que han venido a la tierra, y el cristianismo tiene al «hijo de Dios»f que vivió treinta y tres años entre los hombres.

Las diez sefirot son las cualidades de lo Divino que tam­bién conforman al ser humano arquetípico. Estas cualidades se interpretan a la vez como la esencia de Dios y como ca­minos por los cuales podemos volver a Dios. Cada cualidad representa un progreso hacia una revelación más poderosa de los «nombres» o «rostros» de Dios.

Estas diez cualidades suelen describirse como vestiduras del Rey, vestiduras que nos permiten mirar al Rey, la fuente de la luz divina, sin cegarnos. La otra imagen, el árbol inver­tido, simboliza que las raíces de esas diez cualidades están profundamente arraigadas en una naturaleza divina que nos atrae de vuelta al ciclo mediante la oración, la contemplación y las obras. Nuestra tarea es ascender a nuestra fuente divi­na desarrollando esas diez cualidades en nuestro interior.

Las cualidades de las diez sefirot, los sacramentos cris­tianos y el sistema de chakras son prácticamente idénticas. La única diferencia está en la forma de numerar los poderes. Mientras los sacramentos y los chakras ponen el número uno en la base y cuentan hacia arriba, las diez sefirot ponen el nú­mero uno arriba (las raíces del árbol) y cuentan hacia abajo.

Aparte de eso, las cualidades atribuidas a cada uno de los siete niveles o planos son casi idénticas.

El orden aceptable de las diez Sefirot, los nombres más comúnmente utilizados y su significado simbólico (véase fig. 4} son los siguientes:
1.  Kéter (a veces se escribe Kether Elyon), la corona su­prema de Dios. Representa la parte de lo Divino que ins­pira la manifestación física. Esta sefirá es la más indefi­nida y por lo tanto la más incluyente. No hay ninguna identidad, ninguna especificidad en este punto de inicio entre cielo y tierra.
2.  Jojmá, la sabiduría. Esta sefirá representa el punto de contacto entre la mente divina y el pensamiento huma­no. Mediante esta energía comienza a formarse la mani­festación física; la forma precede a la expresión real.
3.  Bina, el entendimiento y la inteligencia de Dios. Bina es también la madre divina, la matriz donde todo se pre­para para nacer. Esta sefirá equivale al ánima de Jojmá.
4.  Jésed, el amor o clemencia de Dios; también grandeza. Esta sefirá está emparejada con la quinta, Gueburá.
5.  Gueburá (también llamada Din), poder, juicio y casti­go. Jésed y Gueburá se consideran los brazos derecho e izquierdo de Dios. Estas dos cualidades se equilibran mutuamente.
6.  Tiféret (también llamada Rahamin), compasión, armo­nía y belleza. Esta sefirá se considera el tronco del árbol o, por utilizar un símbolo comparable, el corazón del ár­bol.
7.  Nétzaj (o Nezá), la resistencia de Dios. Esta sefirá está emparejada con la octava, Hod, y juntas representan las piernas del cuerpo.
8.  Hod, la majestad de Dios. Juntas, Nétzaj y Hod forman las piernas derecha e izquierda de Dios. Son también la fuente de la profecía.

9.  Yesod, el falo, la fuerza procreadora de Dios, que funde la energía convirtiéndola en forma física. A esta sefirá se la llama también La Virtuosa, y se alude a ella en Prover­bios 10,15 llamándola «Cimiento del mundo».
10. Shejiná (también llamada Keneset Yisra'el y Malkut), lo femenino, la comunidad mística de Israel. Todo Israel es sus extremidades (Zóhar, 3,23 Ib).

Cuando Tiféret (compasión) y Shejiná (lo femenino) se fusionan, el alma humana despierta y comienza su viaje mís­tico. En ese momento las sefirot dejan de ser meras abstrac­ciones y se convierten también en el mapa del desarrollo es­piritual, orientando a la persona individuo en su camino de ascenso.

Incluso con una mirada al azar vemos que los sentidos arquetípicos de los chakras, los sacramentos y las sefirot son idénticos. Si logra sentir y comprender el poder simbólico contenido en todas estas tradiciones, habrá comenzado a uti­lizar el poder de la visión simbólica. Comprenderá la teolo­gía como una ciencia de la curación del cuerpo, la mente y el espíritu.

 

 

Combinar la sabiduría del sistema de chakras con el po­der sagrado inherente a los sacramentos cristianos y las ca­racterísticas divinas expresadas por las diez sefirot nos da una visión profunda de las necesidades del espíritu y cuerpo. Aquello que sirve al espíritu enaltece al cuerpo. Aquello que mengua el espíritu mengua el cuerpo.

 

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