LAS
ESCRITURAS DEL PATRIARCA ALDIS
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Dos días después Jhasua se
dejaba envolver por la suave ternura del hogar paterno, que se sintió
rebosante de dicha al cobijarle de nuevo bajo su vieja techumbre.
El lector adivinará los
largos relatos que como una hermosa filigrana de plata se destejía
alrededor de aquel hogar, pleno de paz y honradez, de sencilla fe y de
inagotable piedad.
Jhasua era para todos, el
hijo que estudiaba la Divina Sabiduría para ser capaz de hacer el bien a
sus semejantes. Se figuraban que él debía saberlo todo y las preguntas le
acosaban sin cesar.
Sólo Myriam, su dulce
madre, le miraba en silencio sentada junto a él, y parecía querer
descubrir con sus insistentes miradas, si la vida se lo había devuelto tal
como le vio salir de su lado. Su admirable intuición de madre, encontró
en la hermosa fisonomía de su hijo, algo así como la leve huella de un
dolor secreto y profundo, pero nada dijo por el momento, esperando sin
duda estar a solas con él para decírselo.
El joven Maestro que había
en verdad alcanzado a desarrollar bastante sus facultades superiores y
sus poderes internos, también percibió cambios en sus familiares más
íntimos.
Joseph, su padre, aparecía
más decaído y su corazón funcionaba irregularmente. Cualquier pequeño
incidente le producía visible agitación.
Jhosuelín había adelgazado
mucho, y tenía una marcada apariencia de enfermo del pecho.
Ana estaba resplandeciente
con su ideal belleza de efigie de cera.
Su tío Jaime que tan
intensamente le amaba, había venido desde Cana para encontrarse a su
llegada.
Sus hermanos mayores ya
casados, acudieron con algunos de sus hijos, niños aún, para que Jhasua
les dijera algo sobre su porvenir, ¡La eterna ansiedad de los padres por
saber anticipadamente si sus retoños tendrán vida próspera y feliz!
—Tú que eres un profeta en
ciernes, debes saber estas cosas —le decían medio en broma y medio en
serio.
Jhasua, acariciando a sus
sobrinos, decía jovialmente tratando de complacer a todos, sin decir
necedades.
—Tened por seguro que
todos ellos serán lo que el Padre Celestial quiere que sean, y El sólo
quiere la paz, la dicha y el bien de todos sus hijos.
Y cuando pasada la cena,
fueron retirándose todos a sus respectivas moradas, quedaron por fin
solos junto a la mesa, Myriam, el tío Jaime y Jhosuelín, para los cuales
Jhasua tuvo siempre confidencias más íntimas. Y el alma grande y buena del
futuro redentor de humanidades, fue abriendo sus alas lentamente como una
blanca garza que presintiera cerca las caricias del sol, y los suaves
efluvios de brisas perfumadas de jazmines y madreselvas.
—Jhasua... —le dijo
tímidamente su madre— ¡en estos 19 meses que duró tu ausencia, has crecido
bastante de estatura y creo que también tu corazón se ha ensanchado
mucho!... Me parece que has padecido fuertes sacudidas internas, aunque no
acierto con la causa de ellas.
"Bien sabes que nosotros
tres, hemos comprendido siempre tus más íntimos sentimientos.
"Si necesita tu alma
descansar en otras almas muy tuyas, ya lo sabes Jhasua. ¡Somos tuyos
siempre!
Ya lo sé madre mía, ya lo
sé y esperaba con ansia este momento. En mis varias epístolas familiares,
nada puedo deciros de mis intimidades, pues sabía que ellas serían leídas
por todos mis hermanos y sabéis que ellos muy poco me comprenden, a
excepción de Jhosuelín, Jaime y Ana.
Uno de los Terapeutas
peregrinos —añadió el tío Jaime— nos trajo la noticia de grandes
curaciones que habías hecho, y que todo el camino desde el Tabor a Ribla
fue sembrado de obras extraordinarias que el Señor ha obrado por
intermedio tuyo. Paralíticos curados, dementes vueltos a la razón, y creo
que hasta una mujer muerta vuelta a la vida.
Pero el Terapeuta también
os habrá dicho —dijo Jhasua—, que nada de todo eso se podía repetir a
persona alguna fuera de vosotros.
No pases cuidado, hermano
—dijo Jhosuelín—, que de nosotros nada de esto ha salido a la luz. Nos han
mandado callar y hemos callado.
—Bien. Veo que en vosotros
puedo confiar. No debe importaros que muchos familiares me juzguen
duramente, pensando que pierdo el tiempo.
—No, eso no lo piensan por
el momento Jhasua —intervino Myriam— pues todos esperan en que tú serás el
que des brillo y esplendor a la familia, como muchos de los Profetas del
pasado. Y hasta suponen algunos, que acaso tú contribuyas a que salga de
la oscuridad la Fraternidad Esenia, para libertar a la nación hebrea de
la opresión en que se encuentra.
—Y otros esperan —añadió
Jaime— que seas tú mismo el salvador de Israel, y me consta que le han
hecho grandes averiguaciones a tu padre.
—Y él, ¿qué ha contestado?
—Sencillamente que tú
estudias para ser un buen Terapeuta en bien de tus semejantes, y les ha
quitado toda ilusión de grandezas extraordinarias.
—En efecto —contestó
Jhasua— lo que el Señor hará de mí, no lo sé aún. Yo me dejo guiar d e los
que por hoy son mis maestros y me indican cual es mi camino. Confieso que
por mí mismo sólo una cosa he descubierto y es que por mucho que hagan
todos los espíritus de buena voluntad por la dicha de los hombres, aún
faltan algunos milenios de años para que ese sueño pueda acercarse a la
realidad. Tal sucederá cuando el Bien haya eliminado el Mal, y hoy el mal
sobre la tierra es un gigante más grande y más fuerte que Goliat.
—Pero una piedrecilla d«
David le tiró a tierra —dijo Jhosuelín— como para alentar a Jhasua en su
glorioso camino.
— ¡Sí, es verdad! y Dios hará
surgir de entre rebaños de ovejas o de las arenas del desierto, el David
de la hora presente —añadió Jaime.
—Así lo dicen los papiros
con sus leyendas de los siglos pasados —contestó Jhasua—. La humanidad
terrestre fue desde sus comienzos esclava de su propia ignorancia y del
feroz egoísmo de unos pocos. Y en todas las épocas desde las más remotas
edades, Dios encendió lámparas vivas en medio de las tinieblas. Como los
Profetas de Israel, los hubo en todos los continentes, en todos los climas
y bajo todos los cielos.
"Y el alma se entristece
profundamente cuando ve el desfile heroico de mártires de la Verdad y del
Bien, que dieron hasta sus vidas por la dicha de los hombres, y aún ahora
el dolor hace presa de ellos.
"Grandes Fraternidades
como ahora la Esenia hubo en lejanas edades; los Flamas lémures, los
Profetas blancos atlantes, los Dacthylos del Ática, los Samoyedos del
Báltico, los Kobdas del Nilo, los ermitaños de las Torres del Silencio de
Bombay, los mendicantes de Benarés; y todos ellos que suman millares,
hicieron la dicha de los hombres a costa de tremendos martirios que
costaron muchas vidas.
"Pero esa dicha fue
siempre efímera y fugaz, porque la semilla del mal germina, en esta tierra
tan fácil y rápidamente, cuanto con lentitud y esfuerzo germina la buena
simiente.
— ¿Qué falta, pues, para
que ocurra lo contrario? —interrogó Jaime.
—Falta... falta tío Jaime,
más sangre de mártires para abonar la tierra y más lluvia de amor para
fecundar la semilla... —contestó Jhasua con la voz solemne de un
convencido.
"Creedme, que entrar en el
templo de la Divina Sabiduría es abrazarse con el dolor, con la angustia
suprema de querer y no poder llegar, a la satisfacción del íntimo anhelo
de encontrar la dicha y la paz para los hombres.
"Los emisarios de Dios de
todas las épocas, han marcado el camino, mas la humanidad, en su gran
mayoría, no quiso seguirlo y no lo quiere aún hoy. Por eso vemos un mundo
de esclavos sometidos a unos pocos ambiciosos audaces, que pasando sobre
cadáveres han escalado las cimas del poder y del oro, y desde allí dictan
leyes opuestas a la Ley Divina, pero favorables a sus intereses y
conveniencias.
"No es sólo Israel que
soporta el humillante dominio de déspotas extranjeros. Toda la humanidad
es esclava, aún cuando sea de la misma raza el que gobierna los países que
forman la actual sociedad humana.
"Durante más de un
milenio, los Kobdas del Nilo en la prehistoria, hicieron sentir brisas de
libertad y de paz en tres continentes; ¡pero la humanidad se enfurece un
día de verse dichosa, aniquila a quienes tuvieron el valor de
sacrificarse por su felicidad, y se hunde de nuevo en sus abismos de
llanto, de crimen y de horror!
"Adivinabas, madre, que he
padecido en mi ausencia. Es verdad y seguiré padeciendo por la
inconciencia humana, que ata las manos a los que quieren romper para
siempre sus cadenas.
—Piensa, hijo mío, que tu
juventud te lleva a tomar las cosas con un ardor y vehemencia excesivos.
¿Acaso eres tú culpable de
la dureza de la humanidad para escuchar a los enviados divinos?
—Madre: si tuvieras unos
hijos que sin querer escucharte se precipitaran en abismos sin salida,
¿no padecerías tú por la dureza de su corazón?
—Seguramente, pero eran
hijos, parte de mi propia vida. Mas tú padeces por la ceguera de seres que
en su mayoría no conoces ni has visto nunca.
— ¡Madre!... ¿qué has dicho?
¿Y la Ley?... ¿no me
manda la ley amar al prójimo como a mí mismo, y no somos todos
hermanos, hijos del Padre Celestial?
Sí, hijo mío, pero
piensa un momento en que el Padre Celestial permite esos padecimientos y
deja en sufrimiento a sus hijos, no obstante de que los ama, acaso más de
lo que tú amas a todos tus semejantes. Está bien sembrar el bien, pero
padecer tanto por lo irremediable. . . ¡pobre hijo mío!, es padecer
inútilmente con perjuicio de tu salud, de tu vida y de la paz y dicha de
los tuyos, a los cuales has venido ligado por voluntad divina. ¿No hablo
bien, acaso?
Eres
como Nebai, la dulce flor de montaña, que amándome casi tanto como tú,
sólo piensa en verme feliz y dichoso. ¡Santos y puros amores, que me
obligan a plegar mis alas y volver al nido suave y tranquilo, donde no
llegan las tormentas de los caminos que corren hacia el ideal supremo de
liberación humana!
¡Está bien madre!. . .
está bien; ¡el amor vence al amor, mientras llega la hora de un amor más
fuerte que el dolor y la muerte!
¿Qué quieres decir con
esas palabras? —preguntó inquieta la dulce madre.
—Que tu amor y el amor de
Nebai me suavizan de tal modo la vida, que no quisiera pasar de esta edad
para continuar viviendo de ese dulce ensueño que ambas tejéis como un
dosel de seda y flores para mí.
El tío Jaime y Jhosuelín
habían bien comprendido todo el alcance de las palabras de Jhasua, pero
callaron para no causar inquietudes en el alma pura y sencilla de Myriam.
Unos momentos después, ella se retiró a su alcoba, dichosa de tener de
nuevo a su hijo bajo su techo, mientras él con Jaime y su hermano que
tenían habitación conjunta, continuaban hablando sobre el estado precario
y azaroso en que el pueblo se debatía sin rumbo fijo y dividido en
agrupaciones ideológicas, que la lucha continua iba llevando lentamente a
un caos, cuyo final nadie podría prever.
La noticia del regreso de
Jhasua a la risueña y apacible Galilea, llegó pronto a sus amigos de
Jerusalén, y apenas habrían transcurrido 25 días, cuando llegaron a
Nazareth cuatro de ellos: José de Arimathea, Nicodemus, Nicolás de Damasco
y Gamaliel.
Joseph, el dichoso padre,
que sentía verdadera ternura por José de Arimathea, les recibió
afablemente, sintiendo grandemente honrada su casa con tan ilustres
visitantes.
—Ya sé, ya sé —les decía—
que venís curiosos de saber si vuestro discípulo ha aprendido bastante. Yo
sólo sé que me hace feliz su regresó, pero si en la sabiduría ha hecho
adelantos o no, eso lo sabréis vosotros. Pasad a este cenáculo, que en
seguida le haré venir.
Y les dejó para ir en
busca de Jhasua que recorría el huerto, ayudando a su madre a recoger
frutas y hortalizas.
—He aquí —decía Gamaliel
aludiendo a Joseph:— el prototipo del Galileo honrado, justo, que goza de
la satisfacción de no desear nada más de lo que tiene.
—En verdad —añadía
Nicolás— que la Eterna Ley no pudo elegir sitio más apropiado para la
formación y desarrollo espiritual y físico de su Escogido. ¡Aquí todo es
sano, puro, noble! Difícilmente se encontraría un corazón perverso en
Galilea.
—En cambio, nuestro
Jerusalén es como un nidal de víboras —añadió Nicodemus, observador y
analítico por naturaleza.
— ¿Y habéis pensado a que
se deberá este fenómeno? —interrogó José de Arimathea.
—Tengo observado —contestó
Nicodemus— que los sentimientos religiosos muy exaltados hacen de una
ciudad cualquiera, un campo de luchas ideológicas que degenera luego en
odios profundos y producen la división y el caos. Y creo que esto es lo
que pasa en Jerusalén.
—Justamente —afirmó
Gamaliel—. La exaltación del sentimiento religioso, obscurece la razón y
hace al espíritu intolerante y duro, aferrado a su modo de ver y sin
respeto alguno para el modo de ver de los demás.
—Además —dijo Nicolás— los
hierosolimitanos se creen la flor y nata de la nación hebrea, y miran con
cierta lástima a los galileos y con desprecio a los samaritanos, que ni
siquiera se dan por ofendidos de tales sentimientos hacia ellos.
—Aquí llega nuestro Jhasua
—dijo José de Arimathea, adelantándose hacia él y abrazándole antes que
los demás—. ¡Pero estás hecho un hombre! —le decía mirándole por todos
lados.
— ¿Querías que siguiera
siendo aquel parvulito travieso que os hacia reír con sus diabluras?
—preguntaba sonriendo Jhasua, mientras recibía las demostraciones de
afecto de aquellos antiguos amigos, todos ellos de edad madura.
Y así que terminaron los
saludos de práctica, iniciaron la conversación que deseaban.
Quien mayor confianza
tenía en la casa, era José de Arimathea y así fue que él la comenzó:
—Bien sabes Jhasua —dijo—
que nuestro grado de conocimiento de las cosas divinas nos pone en la
obligación de ayudarte en todo y por todo a desenvolver tu vida actual con
las mayores facilidades posibles en este atrasado plan físico. Y
cumpliendo ese sagrado deber, aquí estamos Jhasua esperando escucharte
para formar nuestro juicio.
—Continuáis, por lo que
veo, pensando siempre que yo soy aquel que vosotros esperabais... —dijo
con cierta timidez Jhasua y mirando con delicado afecto a sus cuatro
interlocutores.
—Nuestra convicción no ha
cambiado absolutamente en nada —dijo Nicodemus.
—Todos pensamos lo mismo
—añadió Nicolás.
—Cuando la evidencia se
adueña del alma humana, no es posible la vacilación ni la duda —afirmó por
su parte Gamaliel.
— ¿Tú no has llegado aún a
esta convicción Jhasua? —le interrogó José.
—No —dijo secamente el
interrogado—. Aun no he visto claro en mi Yo íntimo, siento a veces
en mí una fuerza sobrehumana que me ayuda a realizar obras que pasan el
nivel común de las capacidades humanas. Siento que un amor inconmensurable
se desata en mi fuero interno como un vendaval que me inunda de una
suavidad divina, y en tales momentos me creo capaz de darme todo en aras
de la felicidad humana. Mas todo esto pasa como un relámpago, y se
desvanece en el razonamiento que hago, de que todo aquel que ame a su
prójimo como a sí mismo en cumplimiento de la Ley, sentirá sin duda lo
mismo.
"Las Escrituras Sagradas
nos dicen de hombres justos, que poseídos del amor de Dios y del prójimo,
realizaron obras que causaron gran admiración en sus contemporáneos. Esto
lo sabéis vosotros mejor que yo.
—Y vuestros maestros
Esenios ¿cómo es que no os han llevado a tal convicción? —preguntó
Gamaliel.
—Porque esta convicción
—según ellos— no debe venir a mí del exterior, o sea del convencimiento
de los demás, sino que debe levantarse desde lo más profundo de mi Yo
íntimo. Ellos esperan tranquilamente que ese momento llegará, más
pronto o más tarde, pero llegará. Yo participo de la tranquilidad de ellos
y no me preocupo mayormente de lo que seré, sino de debo ser
en esta hora de mi vida; un jovenzuelo que estudia la divina sabiduría y
trata de desarrollar sus poderes internos lo más posible, a fin de ser
útil y benéfico para sus hermanos que sufren.
— ¡Magnífico, Jhasua! —Exclamaron todos a la vez—.
Has hablado como debías hablar tú, niño escogido de
Dios en esta hora, para el más alto destino —añadió conmovido José de
Arimathea.
— ¿Y qué impresiones has recibido en este viaje de
estudio? —le interrogo. Nicodemus
— ¡Algunas buenas!... A
propósito; os he traído algo que creo os gustará mucho.
—Veamos, Jhasua. Dilo.
_
—He tomado para vosotros
copias de fragmentos de prehistoria que creo que no conocéis.
¿De veras? ¿Y dónde
encontraste esos tesoros?
Jhasua les refirió que, un
viejo sacerdote de Homero encontrado en Ribla, lo había obsequiado con un
valioso Archivo; que según los Esenios venía a llenar grandes vacíos en
las antiguas crónicas conservadas por
— ¿Y esas copias de que
tratan? —preguntó Nicolás.
Ponen en claro muchos
relatos que las Escrituras Sagradas de Israel han tratado muy ligeramente,
acaso por falta de datos, o porque en los continuos éxodos de nuestro
pueblo, tantas veces cautivo en países extranjeros, se perdieron los
originales.
"Por ejemplo, nuestros
libros Sagrados dedican sólo unos pocos versículos a Adán, a Eva, a Abel,
y no mencionan ni de paso, a los pueblos y a los personajes que guiaron a
la humanidad en aquellos lejanos tiempos.
"Bien veis que salta a la
vista lo mucho que falta para decir en nuestros libros. Adán, Eva, Abel y
Caín, no estaban solos en las regiones del Eufrates, puesto que ruinas
antiquísimas demuestran que todo aquello estaba lleno de pueblos y
ciudades muy importantes.
"¿Quién gobernaba esos
pueblos? ¿Qué fue de Adán?, ¿qué fue de Eva?, ¿qué fue de Caín? Si la
Escritura atribuida a Moisés llama a Abel el justo amado de Dios,
sería por grandes obras de bien que hizo. ¿Qué obras fueron esas, y
quiénes fueron los favorecidos por ellas?
"Nuestros libros sólo
dicen que fue un pastor de ovejas, pero no podemos pensar que por solo
cuidar ovejas, Moisés le llamara el justo, amado de Dios.
"Mis copias del Archivo,
sacadas para vosotros, explican todo lo que falta a nuestros libros
Sagrados que aparecen truncos, sin continuidad, ni ilación lógica en
muchos de sus relatos. Sería un agravio a Moisés, pensar que fuera tan
deficiente y mal hilvanada la historia escrita por él sobre los orígenes
de la Civilización Adámica. Yo creo que vosotros estaréis de acuerdo
conmigo sobre este punto.
Los cuatro interlocutores
de Jhasua se miraron con asombro de la perspicacia y buena lógica con que
el joven maestro defendía sus argumentos.
—Bien razonas Jhasua —díjole
José de Arimathea— y por mi parte, estoy de acuerdo contigo, tanto más,
cuanto que hace años andaba yo a la busca de los datos necesarios para
llenar los vacíos inmensos de nuestros Libros Sagrados, que en muchas de
sus partes no resisten a un análisis por ligero que sea.
—Perfectamente —añadió
Gamaliel—. Estoy encantado de vuestra forma de razonar, pero creo que
estaréis de acuerdo conmigo, que es ese un terreno en el cual se debe
entrar con pies de plomo.
—No olvidéis que nuestro
grande y llorado Hillel, perdió la vida en el suplicio por haber removido
esos escombros, y haber dejado al descubierto lo que había debajo de
ellos.
—Y en pos de Hillel,
muchos otros que corrieron igual suerte —dijo Nicolás—. También yo buscaba
al igual que José, pero silenciosamente a la espera de mejores tiempos.
—Creo —observó Nicodemus—
que estudios de esta naturaleza deben realizarse con gran cautela hasta
conseguir poner completamente en claro cuanto se ignora.
—Y así que se haya
conseguido, muy tercos serán si se niegan Pontífices y Doctores a aceptar
la verdad.
—Poco es lo que he podido
copiar, pero ello os dará una idea de lo enorme del Archivo encontrado en
Ribla —dijo Jhasua—. Muchas mejores informaciones podréis obtener si
algún día visitáis el Archivo en el Santuario del Tabor a donde ha sido
traído.
— ¿Desde Ribla, más allá
de Damasco?
—Desde Ribla, en pleno
Líbano.
—"¡Oh, desciende del
Líbano, esposa mía, y ven para ser coronada con jacintos y renuevos de
palmas!"... —recitó solemnemente Nicodemus parodiando un pasaje de los
Cantares—. Del Líbano tenía que bajar la Sabiduría, porque Ella busca las
cumbres a donde no llegan los libertinos y los ignorantes. Empiezo a
entusiasmarme Jhasua con ese Archivo, y desde luego propongo que vayamos
cuanto antes a visitarlo.
—Como gustéis.
— ¿Cuándo regresas tú al
Tabor —interrogó José.
—Aun no lo sé, pues
dependerá de especiales circunstancias de mi familia. Y como apenas he
llegado...
—Sí, sí, comprendo.
Pongámonos de acuerdo, y cuando tú decidas volver allá, nos mandas un
aviso, y alguno de nosotros irá contigo. ¿Qué os parece?
—Muy bien, José; elijamos
de entre nosotros los que deben ir.
—Yo estoy dispuesto y
tengo el tiempo suficiente —dijo Nicolás de Damasco.
—Y yo igualmente —añadió
Nicodemus—. Pero habrá que llevar intérprete, pues no sé si las lenguas en
que aparezcan los papiros serán de nuestro dominio.
—Por esa parte no hay
dificultad —observó Jhasua—. En el Tabor hay actualmente diez ancianos
escogidos en todos los Santuarios para servirme de Instructores, y entre
ellos hay traductores de todas las lenguas más antiguas. Y actualmente
ellos están haciendo las traducciones necesarias.
—Bien, bien; quedamos en
que irán al Archivo Nicolás y Nicodemus.
—Convenido —contestaron
ambos.
—Ahora Jhasua, tráenos tus
copias y explícanos, pequeño Maestro como tú lo comprendes —le dijo José
afablemente—. Mientras, yo hablaré con tus padres para ver si es posible
hospedarnos aquí por tres o cuatro días que pensamos permanecer.
—Yo tengo unos parientes
cercanos —dijo Nicolás y pernoctaré allí.
—Y yo soy esperado por el
Hazzán de la Sinagoga, que es hermano de mi mujer —añadió Gamaliel.
—Entonces Nicodemus y yo
seremos tus huéspedes, Jhasua —dijo José saliendo del cenáculo juntamente
con él para entrevistarse con Myriam y Joseph.
José de Arimathea y
Nicodemus eran familiares, pues recordará el lector que estaban casados
con dos hijas de Lía, la honorable viuda de Jerusalén que ya conocemos.
—Y poco después de la
comida del mediodía, en el modesto cenáculo de Joseph, el honrado artesano
de Nazareth, se formó como una minúscula aula donde los cuatro ilustres
viajeros venidos de Jerusalén, el tío Jaime y Jhosuelín, escuchaban a
Jhasua que leía su copia de fragmentos del Archivo y hacía los más
hermosos y acertados comentarios.
_
Tomé copia —dijo Jhasua—
de la parte final de la actuación de
Adán y Eva, y de Abel su
hijo, sacrificado por la maldad de los hombres. Fue lo que mayor interés
me despertó, porque no lo dicen nuestros Libros y yo lo ignoraba por
completo. Adán y Eva no fueron los rústicos personajes que nos figuramos,
sino figuras descollantes en esa civilización neolítica, y a su hijo
Abel, lo llaman esas Escrituras, el Hombre-Luz.
"¡Quién sabe si no ha sido
él el Mesías Salvador del Mundo que nosotros esperamos aun, por ignorar la
historia de aquellos tiempos remotos!
—Cada época tiene su luz
—dijo Gamaliel—. En los campos siderales como en los campos terrestres,
aparecen de tanto en tanto estrellas nuevas y lámparas vivas que iluminan
las tinieblas de la humanidad.
—Sí, es verdad —afirmó
Nicodemus—. Bien pudo ser Abel el Mesías de aquella época, como puede ser
Jhasua, el Mesías de la hora presente.
Este guardó silencio, se
inclinó sobre su copia como si sólo esto le absorbiera el pensamiento, y
luego de unos instantes dijo:
—Uno de los diez
Instructores que tengo en el Tabor, permaneció catorce años en la gran
Biblioteca de Alejandría por orden de la Fraternidad Esenia, y allí, en
unión de nuestro gran hermano de ideales Filón, han extraído cuanto allí
encontraron para los fines que se buscan, que como todos lo sabéis, es el
poner en claro los orígenes del actual ciclo de evolución humana, porque
en las Escrituras Sagradas hebreas, ni en las persas, ni en las
indostánicas, no se encuentra una verdadera historia que resistan un buen
análisis.
—Es verdad —dijo Gamaliel—.
Todo aparece brumoso, cargado de simbolismo y de fantasías hermosas si se
quiere, pero que no están de acuerdo ni con la razón ni con la lógica.
—Y es necesario —añadió
Nicolás— que al comenzar el ciclo venidero, la humanidad nueva que ha de
venir, encuentre la verdadera historia de su pasado, a fin de que, la
oscuridad no la lleve a renegar de unos ideales que no le merecen fe, pues
que están edificados sobre castillos de ilusiones, propias sólo para
niños que no han llegado a usar la razón.
—Creo que llegaremos a un
éxito bastante halagüeño si no completo— observó Jhasua.
"Este relato, por ejemplo,
es parte de los ochenta rollos de papiro que se conocen bajo el nombre de
"Escrituráis del Patriarca Aldis", que un escultor alejandrino
encontró excavando en los subsuelos de las viejas ruinas de granito y
mármol, sobre las cuales hizo levantar Ptolomeo I, Alejandría, la gran
ciudad egipcia que inmortalizó el nombre de Alejandro. El escultor buscaba
bloques dé mármol para sus trabajos, y al romper un trozo de muralla
derruida, se encontró con una lápida funeraria que indicaba cubrir las
cenizas del Patriarca Aldis, muerto a la edad de ciento tres años.
"Al levantar la losa se
encontró un cuerpo momificado, que había sido sometido al embalsamamiento
acostumbrado por los egipcios desde la más remota antigüedad.
"Y en la urna funeraria se
encontró hacia la cabeza, un voluminoso rollo de papiros bajo doble
cubierta de lino encerado y de piel de foca: eran estas "Escrituras del
Patriarca Aldis" que parecen ser el relato más extenso conocido hasta
hoy, sobre el asunto que nos ocupa a todos los que anhelamos conocer la
verdad.
—Y ese Patriarca Aldis,
¿qué actuación tuvo en aquella lejana edad? —interrogó Nicodemus.
—Fue el padre de Adamú,
que estudiando el relato, se ve, que este nombre corresponde al de
Adán de los libros hebreos. El Patriarca Aldis era originario de un
país de Atlántida, que se llamaba Otlana, y que fue de los últimos en
hundirse cuando la gran catástrofe de aquel Continente. Refiere con
muchos detalles, la salida de la gran flota marítima del Rey de Otlana
huyendo de la invasión de las aguas hacia el Continente Europeo. Entre el
numeroso acompañamiento de tropas, servidumbre y familiares, Aldis era
Centurión de los lanceros del rey, casado con una doncella de la
servidumbre particular de la princesa Sophía, hija única del soberano, la
cual amaba al capitán de la escolta real. Como el rey se opuso a tales
amores, allí empezó la lucha, pues al llegar al Ática, la princesa debía
casarse con el heredero de aquel antiguo reino, enlace de pura
conveniencia para la alianza de fuerza que se quería realizar entre el
soberano Atlante y el poderoso monarca del Ática prehistórica.
"Fue entonces que
resolvieron huir: Aldis con su mujer Milcha, y la Princesa Sophía con
Johevan, Capitán de la Guardia del Rey; y en una pequeña embarcación de
las numerosas que formaban la flota llegaron a una pequeña isla del Mar
Egeo. Las dos parejas prófugas se internaron luego hacia el oriente, de
isla en isla, y luego por la costa norte del Mar Grande. De Milcha nació
Adamú, y de Sophía nació Evana. "Aldis y Johevan fueron luego capturados
por los piratas que comerciaban con esclavos, y llevados a una gran ciudad
riel Nilo, Neghadá, donde una antigua institución de beneficencia y
de estudio pagaba muy buenos rescates. La embarcación con las dos mujeres
y los niños muy pequeñitos, fue llevada por la corriente en una noche de
viento hasta la costa de lo que hoy es Fenicia, donde encalló.
"Y en una caverna de las
montañas de la costa, hallaron refugio aquellas cuatro débiles criaturas
humanas. La caverna había sido habitación de muchos años de un solitario,
muerto ya de vejez, y había dejado allí con sus siembras y cultivos, una
pequeña majada de renos domésticos que ayudaron a vivir a los
desterrados, pues una reno madre crió con su leche a los pequeños. Las
madres acostumbradas a otro género de vida, se agotaron prontamente,
sobre todo la princesa Sophía que murió la primera. Poco después murió
Milcha, y los dos niños de muy pocos años quedaron solos con la majada de
renos, viviendo de los peces que arrojaban las olas a la costa, y de las
frutas y legumbres secas almacenadas por el solitario. El gran río
Eufrates llegaba entonces casi hasta la orilla del mar, pues fue siglos
después que desvió su curso un gran rey de Babilonia, para hacerlo pasar
por en medio de la ciudad y construir así los jardines colgantes que
fueron por mucho tiempo la más grande maravilla del mundo. Y entre las
praderas deliciosas del Eufrates y la costa accidentada del mar, pasaron
su primera vida Adamú y Evana. Allí fue que encontraron a Caín en una
barquilla abandonada, con su madre muerta, lo cual ocurría con mucha
frecuencia en esclavas que huían por los malos tratamientos, o esposas
secundarias que no soportaban el despotismo de la primera esposa.
"La joven pareja que sólo
tenía 13 años adoptó al huerfanito, al cual se unió tiempo después Abel
nacido de Evana, lo cual parece haber dado motivo a que se creyera que
ambos fueran hijos de Adamú y Evana.
"Yo os lo cuento a grandes
rasgos, pero "Las Escrituras del Patriarca Aldis" que más tarde encontró
a los niños, ya padres de Abel, relatan con minuciosos detalles todos los
acontecimientos y de tal forma, que la verdad razonable y de una lógica
irresistible, fluye de aquel relato como el agua clara de un manantial.
El Patriarca Aldis
—observó Nicodemus—, fue, pues, un testigo ocular de los acontecimientos,
lo cual da motivo bien fundamentado para que podamos decir que estamos en
posesión de la verdadera historia.
Y un testigo ocular desde
los 24 años de su edad hasta los 103 que duró su vida física —añadió
Jhasua—. Sólo hay un paréntesis —dijo el joven Maestro— y es desde que
Aldis y Johevan fueron capturados por los piratas, hasta que nuestro
Patriarca Aldis encontró de nuevo a los niños, ya de 14 años, en la misma
caverna entre el Eufrates y el mar donde los dejaron sus madres. Pero este
paréntesis se salva lógicamente con lo que los mismos niños ya
adolescentes debieron referir al Patriarca, en cuanto a los detalles de su
vida desde que ellos lo recordaban.
"A más, el mismo Patriarca
Aldis hace referencia en el primer papiro, a un tierno y conmovedor relato
escrito por la princesa Sophía en su propia lengua atlante, el cual
refiere detalladamente la vida que ambas mujeres hicieron en la caverna
desde que sus esposos fueron cautivos.
"La princesa lo escribió
para que los niños supieran su origen, y lo confió a Mucha, madre de Adamú,
que la sobrevivió varios años. 1 —La evidencia es notoria
—dijo José de Arimathea— y sobre todo, una lógica tan natural, tan sin
artificio que no deja la menor sombra de duda respecto a los
acontecimientos.
—Y aún hay más —afirmó
Jhasua— y es la concordancia de ciertos hechos del relato en cuanto a
fechas, con lo que se sabe por otras antiguas escrituras de otros autores
y otros países. Por ejemplo: las invasiones de los mares sobre los
Continentes, en forma que toda Europa y Asia Central quedaron bajo las
aguas, coincide con la fecha en que el Patriarca Aldis relata que abandonó
su país el rey Atlante Nohepastro, y su gran buque-palacio con toda
su flota anduvo varios meses sobre las aguas, hasta que éstas bajaron y
sus barcos encallaron en las cimas de las montañas de Manh, la Armenia de
ahora, que salieron a flor de agua por su elevación.
—¡Oh! mi querido Jhasua,
todo esto es maravilloso y podemos decir con toda satisfacción que la
Fraternidad Esenia, nuestra madre, es dueña de la verdad en cuanto a los
orígenes de esta civilización que hasta hoy, triste es decirlo, estaba
basada sobre una fábula infantil: Dios formando con sus manos un muñeco de
barro al cual sopla y le da vida; le arranca luego una costilla y sale la
mujer, compañera de su existencia —decía Nicolás de Damasco, como si se le
quitara un enorme peso de encima.
—Y aún hay más —observó
Nicodemus— y es que de ninguna forma la lógica podía arreglar lo que
siguió después. En los principios del Libro del Génesis luego de relatar
el asesinato que hizo Caín en la persona de Abel, añade que el asesino
huyó hacia el oriente al país de Nod, donde se casó y tuvo hijas y fundó
un pueblo. ¿De dónde sacó Caín mujer para casarse, si la única mujer
del mundo era Eva sacada de la costilla de Adán? Esto sólo prueba que
había seres humanos en aquellas comarcas, y que el origen de la especie
humana se remonta a muchísimos siglos anteriores al relato de nuestro
Génesis, que en esa parte tan reñida con la razón y con la lógica, no
puede de ninguna manera atribuirse a Moisés, sin hacer un estupendo
agravio al gran genio que dio a los hombres el grandioso Decálogo, que
servirá a la humanidad de norma de vida justa, mientras habite este
planeta.
—Sobre este punto
—respondió Jhasua— he presenciado largos debates y comentarios entre mis
sabios maestros Esenios, y todos hemos llegado a la conclusión siguiente:
"La verdadera historia
debió perderse en la noche de los tiempos al finalizar la Civilización
Sumeriana, en el Asia Central y Mesopotámia Norte, por la invasión de los
hielos polares que durante una larga época devastaron esas regiones, al
extremo de quedar casi desiertas.
"Esto sin duda dio motivo
a que Adán y Eva niños y solos con sus madres en el país de Ethea, que hoy
es Fenicia, se creyeran por largo tiempo únicos habitantes de la comarca.
"Más tarde, o sea tres
siglos después de Adán y Eva, la gran Alianza de los pueblos fundada por
los Kobdas del Nilo, fue destruida por luchas fratricidas, por invasiones
de razas bárbaras que asolaron toda la región del Eufrates, llegaron hasta
el África Norte y destruyeron a sangre y fuego cuanto había hecho de
grande y bueno la gloriosa Fraternidad Kobda.
"Neghadá era por entonces
el Archivo de mundo civilizado y Neghadá fue destruida y degollados sus
moradores.
"Dios quiso que aquel
inmenso Santuario guardase en los subsuelos, y entre las urnas funerarias
labradas en granito, muchas y valiosas Escrituras, debido a la costumbre
de los antiguos Kobdas, de guardar junto a la momia de un hermano
fallecido, algo de lo que en vida hubiera hecho. Y así el que había
escrito algo, tenía allí sus papiros; el que había sido artífice, tenía
también junto a su momia algunos de sus trabajos, el que había sido
geómetra, químico, astrónomo o cultivador de cualquier rama del saber
humano, algo de todo ello tenía en su urna funeraria. Y nuestro hermano
Filón conserva en su museo particular, una momia encontrada en
excavaciones de las ruinas de Neghadá, con una lira de oro colocada sobre
el pecho.
"Pero volviendo al punto
iniciado por Nicolás de Damasco a lo cual he querido contestar con todo lo
dicho, debo añadir lo que oí a mis maestros del Tabor: No sabiendo la
verdadera historia del origen de la civilización Adámica, los primitivos
cronistas creyeron sin duda engrandecer los acontecimientos envolviéndolos
en esa bruma maravillosa. Es bien sabido y bien conocida la tendencia de
las humanidades primitivas a lo maravilloso, a lo que sobrepasa el límite
a donde llega la razón, en todos los casos en que no ha sabido dar
explicación lógica de un hecho cualquiera.
"Durante la Civilización
Sumeriana, se sabe que hubo una especie de sociedad secreta cuyo origen
venía del lejano oriente. La formaban magos negros de la peor y más
funesta especie conocida entre los humanos, y para ocultar su existencia
la llamaban "La Serpiente" y "Anillos" a los que formaban dicha
agrupación. Todos los males, todas las enfermedades, epidemias,
tempestades, inundaciones, todo era atribuido a "La Serpiente", y nuestros
comentaristas Esenios juzgan, acertadamente, que de allí surgió la fábula
de la serpiente que engañó a Eva. En fin, que si algún día vosotros
estudiáis a fondo las "Escrituras del Patriarca Aldis" y otras más que
hay, creo que comprenderéis como yo, y como todos los que anhelamos la
verdad, y no una leyenda que no puede satisfacer jamás a quienes
buscan razonamiento y clara lógica en lo que se refiere a la historia de
nuestra civilización.
Pasado el preludio, Jhasua
—dijo José de Arimathea—, creo que bien podríamos iniciar la lectura de la
copia que nos has traído.
Como todos demostrasen
asentimiento, el joven Maestro comenzó así:
"Escrituras del Patriarca
Aldis — Papiro Setenta — Refiere la muerte del Thidalá de la Gran Alianza,
Bohindra, y su reemplazo por el joven Abel, llamado el Hombre-Luz.
"Una ola inmensa de paz y
de justicia se extendía desde los países del Nilo, por las costas del Mar
Grande, y hacia el oriente en las tierras bañadas por el gran río Eufrates
y sus afluentes; y. hacia el norte hasta el Ponto Euxino y el Mar del
hielo (el Báltico) y hasta las faldas de la cordillera del Káucaso.
"A tres Continentes había
llegado la influencia de los hombres de la toga azul, entre lote cuales
había bajado como una estrella de un cielo lejano, el Ungido del Altísimo
para elevar el nivel moral y espiritual de la humanidad.
"Dos centenares de pueblos
se habían unido al influjo de un hombre, mago del amor, el incomparable
Bohindra, genio organizador de sociedades humanas, entre las cuales
desenvolvió su misión Abel, el Hombre-Luz, hijo de Adamú y Evana.
"Una larga vida había
permitido a Bohindra recoger el fruto de su inmensa siembra, y la
Fraternidad humana era una hermosa realidad en los países a donde había
llegado la Ley de la Gran Alianza, esa obra magna del genio y del amor,
puestos al servicio de la gran causa de la unificación de pueblos, razas y
naciones.
"Bohindra, anciano ya y
cargado, más que de años, de merecimientos, veía terminada su labor. Veía
a su biznieto Abel, retoño de Evana hija de su hijo Johevan, que se
levantaba como un joven roble pleno de savia, de fuerza, de genio; y
sonreía lleno de noble satisfacción. Veía a
bu nieta Evana ya llegada a
los treinta años, apoyada en Adamú su compañero de la niñez que habían
respondido ampliamente a la educación recibida de las Matriarcas Kobdas, y
eran Regentes de los "Pabellones de los Reyes" escuelas-templos, donde se
formaba la juventud de los países aliados.
"¿Qué más podía desear?
¿Qué le faltaba por hacer?
"El Altísimo había
fecundado todos sus esfuerzos, dado vida real a todos sus anhelos de paz y
fraternidad humana, y nadie padecía hambre y miseria en toda la extensión
de la Gran Alianza.
"Y por fin, como un halo
de luz orlando su cabeza, veía a su fiel compañera Ada que circunstancias
especiales pusieron a su lado como una aurora de placidez que ahuyentaba
todas las sombras, como un fresco rosal plantado inesperadamente en su
camino, como un don de Dios a su corazón solitario. Y rebosante su alma de
dicha y de paz, con los ojos húmedos de emoción decía la frase habitual
del Kobda agradecido a la Divinidad: "¡Basta, Señor, basta!... que en este
pobre vaso de arcilla no cabe ni una gota más!"...
"Y haciendo un postrer
saludo con ambas manos a todos cuantos le amaban, y a la muchedumbre que
le aclamaba desde la gran plaza del Santuario, se retiró del ventanal
porque ya la emoción le ahogaba y se sentó ante su mesa de trabajo donde
durante tantas noches y tantos días había dado vida a sabias y prudentes
leyes, a combinaciones ideológicas grandiosas, a sus sueños de paz y
fraternidad entre los hombres.
"Y su alma que ya
desbordaba, se vació sobre un papiro de su carpeta. .. el último papiro
que debía grabar:
—"¡Señor!... ¿qué puedo ya
darte
Si cuanto tuve lo di?...
¿Qué puede hacer esta
chispa
Que sea digno de Ti?...
—Los hombres en este
mundo
Te han visto y hacia Ti
van!...
Si no pierden el camino
Pronto hasta Ti llegarán.
—Te saben Padre y te aman,
Buscan tu luz y calor;
Te saben grande y excelso
Y te dan su adoración..
—Tus dones les hacen
buenos,
Supo tu amor perdonar
Dolorosos extravíos
De esta pobre humanidad.
—Si en esta heredad que es tuya
Una gota nada más
Puso la savia de mi alma
Y la ayudó a fecundar.
—Que esa gota se convierta
En un anchuroso mar,
De aguas dulces y serenas
Que su sed puedan calmar!
—Si un solo grano de
arena
Mi débil mano aportó
Para el castillo encantado
De los que buscan tu amor,
Que se torne en fortaleza
Opuesta al negro
turbión...
¡Señor!... Si todo lo he
dado
¿Qué más puedo darte yo?...
—Si soy sólo en tus
jardines
Mariposilla fugaz,
en los mares de la vida
Ola que viene y se va...
Si soy pájaro que anida
En las ramas de un pinar
su nido lo destruyen
Las furias del huracán.
Si soy una chispa errante,
Gota de agua nada más,
Flor de efímera existencia,
Mariposilla fugaz,
¡Déjame, Señor, diluirme
En tu Eterna inmensidad!...
¿No es hora de que la gota
Retorne a su manantial?...
¿No es hora de que la chispa Se refunda en el
volcán?. . .
¿No puede la mariposa Sus
tenues alas plegar ?...
Soy viajero fatigado,
Tiemblan cansados mis
pies...
¡Dime Señor que repose
De tu Reino en el
dintel!...
¡Que este corazón se
duerma
Que cese ya de latir!...
Amó tanto en esta vida
¿No es hora ya de dormir
?...
¡Que tu voz me llame
queda,
Que tu amor oiga mi
ruego!...
¡Señor! ¡Espero que
llames!
¡Señor!... ¡Señor!... ¡Hasta luego!...
"El anciano por cuyo noble
y hermoso semblante corrían lágrimas de emoción, tomó su lira para cantar
en ella a media voz las estrofas que había escrito, pero la voz divina que
había evocado tan intensamente le llamó en ese instante, y la noble cabeza
coronada de cabellos blancos se inclinó pesadamente sobre aquella lira de
oro, ofrenda de sus amigos, y en la cual tanto había cantado a todo lo
grande y bello que encontró en su vida.
"Así murió Bohindra, el
mago del amor, de la fe, de la esperanza, siempre renovada y floreciente.
Así murió ese genial organizador de naciones, de razas, de pueblos, que
sin echar por tierra límites ni barreras, supo encontrar el secreto de la
paz y la dicha humana en el respeto mutuo de los derechos del hombre,
desde el más poderoso hasta el más pequeño, desde el más fuerte hasta el
más débil.
"Bien puede decirse que
fue Bohindra, quien puso los cimientos del templo augusto de la
fraternidad humana, delineada ya desde lejanas edades por el Espíritu
Luz, Instructor y Guía de esta humanidad.
"Pocos momentos después
corría como una ola de angustia por los vastos pabellones, pórticos y
jardines del gran Santuario de la Paz, la infausta noticia. Y como
avecillas heridas se agruparon todos en torno a la reina Ada, que apoyada
en Abel, en Adamú y Evana, debía hacer frente a la penosa situación creada
por la desaparición del gran hombre que había llevado hasta entonces el
timón de la civilización humana en aquélla época.
"Un numeroso grupo de
Kobdas jóvenes formados en la escuela de Bohindra, respaldarían a los
familiares del extinto en el caso de que las circunstancias les pusieron
de nuevo al frente de la Gran Alianza de las Naciones Unidas.
"Y el clamor inmenso de
los pueblos, huérfanos de su gran conductor, designó como en una ovación
delirante al joven Abel, hijo de Adamú y Evana, para suceder al
incomparable Bohindra, que había encontrado en el amor fraterno el secreto
de la dicha humana.
"El gran Thidalá
desaparecido, dejaba su esposa viuda, joven todavía, Ada, mujer admirable
que había hecho sentir su influencia sobre la mujer de todas las
condiciones, y sobre la niñez, esperanza futura de naciones y pueblos. Y
ella fue la Consejera Mayor del joven Abel, que reunió en torno suyo como
cooperadores, a las más claras inteligencias de aquella hora.
"Una agrupación de mujeres
valerosas y decididas habían sido el aliento de Bohindra, en sus inmensos
trabajos. Las llamaban Matriarcas, y varias de ellas eran
dirigentes de pueblos que por diversas causas quedaron sin sus jefes.
"Y de entre estas
Matriarcas, el joven apóstol de la verdad eligió dos, que en unión con la
reina Ada, fueron en adelante su apoyo y su sostén en medio de los pueblos
que lo habían proclamado Jefe Supremo de la Gran Alianza. Estas mujeres
fueron Walkiria de Kifauser, soberana de los países del Norte entre
el Ponto Euxino y el Káucaso y Solania de Van, Matriarca de
Corta-agua y de todo el norte africano, desde los países del Nilo hasta la
Mauritania.
—Y ese Corta-Agua
¿qué paraje o ciudad era? —interrogó Nicodemus interrumpiendo la lectura.
—Era el Santuario, desde
el cuál la Matriarca Solania sembraba el amor fraterno civilizador de
pueblos, que estaba edificado sobre el inmenso peñasco en que hoy aparece
Cartago, vocablo abreviado y derivado de "Corta Agua", que
alude sin duda a la atrevida audacia con que el peñón penetra en el mar
como un verdadero rompe-ola —contestó Jhasua, que estaba muy
familiarizado con citas de pueblos y lugares prehistóricos que aparecían
en aquellos viejos relatos de un pasado remoto.
—De estas "Escrituras del
Patriarca Aldis" ¿se habrán sacado copias, o estamos en poder del
original? —interrogó Nicodemus.
—Eso no lo podemos saber
—contestó Jhasua —pero es lógico suponer que se sacarían copias por lo
menos para cada uno de los Santuarios Mayores que eran tres: El de
Neghadá sobre el Nilo, que es donde se encontró la momia con estos rollos,
el de la Paz sobre el Eufrates y el del Mar Caspio. Si lo que tenemos en
el Archivo de Tabor, es sólo una de estas copias, no lo podemos saber por
el momento. Pero tampoco esto interesa mayormente, toda vez, que original
o copia, nos relata la verdadera historia de los orígenes de la actual
civilización.
—Estos papiros — observó
Nicolás— deben tener su historia, y sería interesante conocerla para tener
un argumento más a favor de su veracidad.
—Ciertamente —contestó
Jhasua— y mis maestros Esenios que en cuestión de investigaciones no son
cortos, ya hicieron las que creyeron oportunas al donante de este tesoro,
el sacerdote de Hornero, Menandro, que aunque griego de origen, pasó casi
toda su vida en la isla de Creta donde formó su hogar. Su afición a
coleccionar escrituras y grabados antiguos lo hizo un personaje muy
conocido, pues los unos por ofrecerle antigüedades para su Archivo-Museo,
los otros por obtener datos de sucesos determinados acudían a él. Como es
apasionado de Hornero su ilustre antecesor, fue en la búsqueda de datos
para reconstruir la vida del gran poeta griego, que Menandro se entregó
con toda su alma a la adquisición de cuanta escritura o grabado antiguo se
le ofrecía. Tenía agentes para este fin en distintas ciudades, y él cuenta
que un buen día se le presentó una joven llena de angustia porque
atravesaba por una terrible situación.
"Acababa de morir su
padre, dejándola sola en el mundo sin más compañía, ni más fortuna, que
una gran caja de encina llena de documentos y grabados en papiros, en
carpetas de tela encerada y hasta en tabletas de madera. Alguien le indicó
que eso podía representar un valor para los coleccionistas de antigüedades
y le aconsejaron acudir a nuestro Menandro en busca de ayuda.
"Tanto se interesó por la
caja de encina, que no sólo compró sino que tomó a esa joven por esposa y
fue la madre de los dos únicos hijos que tiene. La joven recordaba haber
visto esa caja en poder de su padre desde que ella fue capaz de
conocimiento, y decía que le oyó muchas veces decir que un sacerdote Kopto
se la dejó en depósito hasta el regreso de un viaje que iba hacer,
dejándole a más unas monedas de oro acuñadas en Alejandría y con la
efigie de Ptolomeo II, en pago de las molestias que aquella caja le
ocasionara.
"Tal es la historia de los
rollos de papiro, con las "Escrituras del Patriarca Aldis" y otros
muchos documentos referentes al antiguo Egipto, como ser actas de la
construcción de templos, palacios y acueductos. Y aunque éstos no nos
interesan para nuestro fin, sirven de refuerzo a la veracidad del origen
de estas Escrituras. Hay por ejemplo trozos de planos v croquis del famoso
Laberinto, templo y panteón funerario mandado construir por el Faraón
Amenemhat III en las orillas del Lago Meris. Y en esos planos están
indicados los sitios precisos donde se guardan urnas con momias de los
Faraones, y cofres con escrituras de una antigüedad remotísima. Y mi
maestro Esenio que estuvo catorce años haciendo investigaciones en
Alejandría con nuestro hermano Filón, asegura que esto es verdad, y no
sólo tiene croquis iguales sacados por ellos, sino que hasta tiene en el
Tabor Escrituras referentes a la fundación de un antiguo reino por Menes,
con un gran Santuario al que dio el nombre de Neghadá, lo cual nos hace
pensar que el tal Menes mucho anterior a los Faraones, debió ser un hilo
perdido de los antiguos Kobdas de Neghadá en los valles del Nilo.
"Y el nombre mismo del
Lago Meris aparece en esa vieja Escritura de Menes y le llama hijo de
la Matriarca Merik que gobernaba esa región.
En verdad Jhasua —observó
José de Arimathea— lo que nos estás diciendo es de una importancia capital
para todos los que anhelamos reconstruir sobre bases sólidas, el templo
augusto de la verdad histórica de nuestra civilización.
—Tengo más todavía —dijo
Jhasua entusiasmado de verse comprendido y apoyado por sus antiguos
amigos de Jerusalén—. Es lo siguiente: En la caja de encina y junto con
los papiros del Patriarca Aldis, se encuentran otros rollos escritos por
Diza-Abad, los cuales fueron encontrados en el Monte Sinaí por los
guerreros del Faraón Pepi I, que conquistaron esa importantes península de
la Arabia Pétrea, hace 3500 a 4000 años. El hallazgo fue hecho en una
gruta sepulcral perdida entre las ruinas de una ciudadela o fortaleza, de
una antigüedad que no se puede precisar con fijeza.
"Lo que parece claro, es
que Diza-Abad, estuvo vinculado a los sabios de Neghadá, y que el Monte
Sinaí que Moisés hizo célebre después, en aquella remota época se llamó
Peñón de Sindi, y era un terrible presidio para criminales
incorregibles.
"Y al narrar Diza-Abad
parte de su vida en aquel presidio, hace referencias de paso al
Pangrave Aldis que acompañando a su nieto Abel, estuvo en aquel
paraje. Menciona asimismo los nombres de Bohindra, de Adamú y Evana y de
otros personajes, a los cuales debió él la reconstrucción de su propia
vida.
"Esta Escritura, aunque
para nosotros no tiene la gran importancia de la otra, la refuerza y
confirma admirablemente dándole vida real, lógica, continuada.
—Verdaderamente Jhasua,
nos traes un descubrimiento formidable —dijo Nicolás— y tan entusiasmado
estoy, que hasta se me ocurre que debíamos abrir una aula para explicar la
historia de nuestra civilización.
— ¡Pero no en Jerusalén, por
favor! —Objetó entre serio y risueño Gamaliel—. A Jerusalén le tengo
pánico en esta clase de asuntos. Jerusalén sólo es bueno para asesinar
Profetas y sabios, y para degollar por miles los toros en el Templo y
negociar luego con sus carnes.
-— ¡En Jerusalén no, pero
podría ser en Damasco mi tierra natal —observó Nicolás—. Damasco no está
bajo el yugo del clero de Jerusalén, sino bajo el Legado Imperial de Siria
que para nada se mezcla en asuntos ideológicos, con tal que se acepte
sumisamente la autoridad del César.
—O también en Tarso —dijo
de nuevo Gamaliel— donde hay grandes escuelas de sabiduría, y una fiebre
de conocimientos, que acaso no la hay en ninguna otra parte por el
momento. Hay quien asegura que Alejandría no le lleva mucha ventaja a
Tarso en lo que a estudios superiores se refiere.
—Con el Mediterráneo de
por medio, las dos ciudades se miran frente a frente como dos buenas
amigas que se hablan d« balcón a balcón —dijo Nicodemus complacido en
extremo del punto a que había llegado la conversación—. Y pensar Jhasua
—añadió— que tú, un jovenzuelo de sólo 18 años, habías de ser el conductor
de este hilo de oro, que nos pone en contacto con una verdad que muchos
hombres han muerto buscándola, sin poder encontrarla entre los escombros
formados por la ignorancia y el fanatismo de las masas embrutecidas.
Prefieren comer y dormir tranquilos, antes que molestarse removiendo
ruinas para encontrar la verdad.
—Bendigamos al Altísimo
que nos ha permitido este supremo goce espiritual —dijo el joven Maestro,
conmovido a la vez ante el recuerdo de tantos mártires de la verdad como
habían sido sacrificados en los últimos tiempos, por haber comenzado a
remover los escombros encubridores de una verdad que dejaba en crítica
situación los viejos textos hebreos, venerados como libros sagrados, de
origen divino.
Aquí había llegado la
conversación, cuando Joseph se presentó en el cenáculo anunciando que era
la hora de la cena. Y Ana ayudada por Jhosuelín y Jhasua, comenzaron los
preparativos sobre la gran mesa central, donde hasta hacía un momento
estuvieron diseminadas las copias con que Jhasua obsequiaba a sus amigos.
—Alimentar primeramente el
espíritu, y en segundo término la materia, es la perfección de la vida
humana — decía José de Arimathea ocupando el lugar que le fue designado.
Durante la comida nada
absolutamente se habló de aquello que ocupaba el pensamiento de los
cuatro viajeros; pero cuando ella terminó y los familiares de Jhasua se
hubieron retirado, el modesto cenáculo Nazareno, volvió a ser el aula,
donde un puñado de hombres maduros en torno a un jovencito de 18 años,
buscaban afanosamente una verdad que como perla de gran valor se había
perdido hacía muchos siglos, y luchaban para desenterrar de los escombros
amontonados por las hecatombes que habían azotado a la humanidad y por su
inconciencia misma, que la hacía incapaz en su gran mayoría, de levantar
en alto la antorcha de su inteligencia para encontrar de nuevo el camino
olvidado.
Jhasua, en medio de ese
silencio solemne que precede a la aparición de una verdad largo tiempo
deseada, inició de nuevo la interrumpida lectura de las "Escrituras
del Patriarca Aldis".
"Los países de los tres
Continentes que formaban la Gran Alianza de Naciones Unidas, se vieron
conminados desde el Eufrates, por sus representantes ante la Sede Central
del Consejo Supremo, establecido hacia 25 años en el Gran Santuario de "La
Paz", en la llanura hermosa y fértil entre el Eufrates y el Hildekel, poco
antes de reunirse ambos ríos en el vigoroso delta que desemboca en el
Golfo Pérsico. Se les pedía su concurso para establecer el nuevo Consejo
Supremo que continuara la obra civilizadora de paz y de concordia iniciada
por Bonhindra, la cual había anulado la prepotencia, los despotismos, las
esclavitudes, en una palabra, la injusticia ejercida por los poderosos en
perjuicio de las masas embrutecidas por la ignorancia y la miseria. Y
desde los países del Ponto Euxino y del Mar Caspio, desde el Irán hasta
las tierras del Danubio, por el norte, y desde el Nilo hasta la Mauritania
sobre las Columnas de Hércules por el sur, se vieron reunirse en el
Mediterráneo caravanas de barcos que anclaban en Dhapes, importante puerto
del País de Ethea, donde terminaba el recorrido de las caravanas mensuales
que cruzaban toda la inmensa pradera del Eufrates, y las cuales conducían
a los viajeros hasta los pórticos de La Paz.
"Se repetía la escena,
grandemente aumentada de 25 años atrás, cuando los caudillos, príncipes o
jefes de tribus se reunían en torno al blanco Santuario, abriendo sus
tiendas bajo los platanares que lo rodeaban, para depositar su confianza
y su fe en un hombre que había encontrado el secreto de la paz y la
abundancia para los pueblos. Aquel hombre era Bonhindra. El no estaba ya
más sobre la tierra, pero quedaba un vástago suyo, un bisnieto: Abel, que
aunque sólo contaba 28 años, era conocido de todos los pueblos de la
Alianza a donde fuera enviado desde sus 20 años, en calidad de mensajero
y visitante de pueblos, como un portador de los afectos y solicitudes del
Kobda-Rey, para todos los países de la Alianza.
"¿En quién, pues, habían
de pensar sino en Abel, en el cual veían reflejada la noble grandeza de
Bonhindra y su heroico desinterés, para solucionar las más difíciles
situaciones y evitar luchas fratricidas entre pueblos hermanos? Y otra
vez, bajo los platanares que rodeaban como un inmenso bosque el Santuario
de La Paz, se oyeron los mismos clamores de 25 años atrás.
"¡Paz y concordia para
nuestros pueblos!... ¡Paz y abundancia para nuestros hijos!
"¡Abel, hijo de Adamú y
Evana, biznieto del gran Bonhindra que llevas su sangre, y un alma copia
de la suya!... ¡Abel! ¡Abel! ¡Tú serás el que llene el vacío dejado en
medio de nosotros por el gran hombre que nos dio la dicha! Y un clamor
ensordecedor formaba como una orquesta formidable a la terminación de
aquellas palabras.
"La reina Ada envuelta en
su manto blanco de Matriarca Kobda, apareció en el gran ventanal del
Santuario con Abel a su lado.
"Le seguían Adamú y Evana
que completaban la familia carnal del gran Thidalá desaparecido. Las
aclamaciones eran delirantes, y los príncipes y caudillos, entraron a los
Pórticos del Santuario, e invadieron sus grandes pabellones hasta
encontrarse con Abel a quien venían buscando.
"La reina Ada les presentó
sobre el gran libro de la Ley de la Alianza, la corona de lotos hecha de
nácar y esmeraldas, y la estrella de turquesa que 25 años atrás habían
entregado a su esposo como símbolo de la suprema autoridad que le daban.
"Y los Príncipes, puestos
de acuerdo, dijeron:
"—Eres Reina y Matriarca
Kobda, la fiel compañera del hombre que nos dio la paz y la dicha. Seas tú
misma quien entregue a nuestro elegido esos símbolos de la Suprema
Autoridad que le damos.
"Abel, mudo, sin poder
articular palabra por la emoción que lo embargaba, dobló una rodilla en
tierra para que la Reina Ada le colocara la diadema de lotos sobre la
frente, y le prendiera en el pecho la estrella de cinco puntas que según
la tradición lo asemejaba a Dios que todo lo ve y todo lo sabe.
"—La paz ha sido otra vez
asegurada. La dicha de nuestros pueblos ha sido de nuevo conquistada!
—exclamaban en todos los tonos los príncipes de la Alianza.
"Así llegó Abel al supremo
poder; el hijo de Adamú y Evana, nacido en una caverna del país de Ethea,
entre una majada de renos, y lejos del resto de la humanidad que por mucho
tiempo ignoró su nacimiento.
"Era el Hombre-Luz enviado
por la Eterna Ley, para guiar a los hombres por los caminos del bien, del
amor y de la justicia.
"Su primer pensamiento
como Jefe Supremo de la Gran Alianza fue éste: "Antes de todo, soy un
Kobda poseedor de los secretos de la Divina Sabiduría". Y este pensamiento
lo envolvió todo como un nimbo do luz y de amor, que lo condujo hasta el
Pabellón de la Reina Ada, a la cual encontró de pie junto al sarcófago de
su rey muerto, tiernamente ocupada en ordenarle la blanca cabellera, que
como una madeja de nieve coronaba su noble cabeza. Habían pasado los 70
días del embalsamamiento acostumbrado.
"-¡Mi Rey! —le decía a
media voz, mientras sus lágrimas caían suavemente como gotas de rocío
sobre un manojo de rosas blancas—. ¡Mi Rey!... No pensaste sin duda en mí,
que quedaba sola en medio de pueblos y muchedumbres que me amaban por ti.
"—Me acogiste bajo tu
amparo a mis 14 años, y en vez de la esclava que pensaba ser, me
colocaste en un altar como a una imagen da ternura, a la cual diste el
culto reverente de un amor que no tiene igual en la tierra!... ¿Y ahora,
mi rey... y ahora?...
"—Ahora estoy yo, mi
Reina, a tu lado, como el hijo de tu rey, que te conservará para toda su
vida, en el mismo altar en que él te dejó —dijo Abel, desde la puerta de
la cámara mortuoria—. ¿Me permites pasar?
"—Entra, Abel, hijo mío,
entra, que contigo no rezan las etiquetas —le contestó Ada sin volver la
cabeza para ocultar su llanto.
"El joven Kobda entró y
arrodillándose a sus pies le habló así:
"—Los madres tengo en esta
vida mía: tú y Evana. Y así como mi primer pensamiento ha sido para ti,
que el tuyo sea para mí, y que tu primer acto de reina viuda, sea para
adoptarme en este momento y ante el cadáver de nuestro Rey, como a un
verdadero hijo, al cual protegerás con tu amor durante toda tu vida.
"El llanto contenido de
Ada se desató en una explosión de sollozo sobre la cabeza de Abel, que
recibió aquel bautismo de lágrimas con el profundo sentimiento de amor
reverente y piadoso, con que recibiera años atrás a sus 12 años, la túnica
azulada que lo iniciaba en los caminos de Dios.
"—Hijo mío, Abel —le dijo
la reina—; tenías que ser tú quien recibiera primero todo el dolor que
ahogaba mi corazón.
"Y extendiendo ambas manos
sobre aquella rubia cabeza inclinada ante ella le dijo:
"—Desde este momento
quedas en mi corazón como el hijo de Bonhindra mi rey, y nunca más te
apartaré de mi lado.
"Entre ambos dispusieron
enseguida, que en la gran Mansión de la sombra del Santuario se reuniera a
todos les Kobdas, hombres y mujeres para hacer una concentración
conjunta, con el fin de ayudar al espíritu del Kobda Rey a encontrar en
plena lucidez su nuevo camino en el mundo espiritual.
"Cuando resonó el toque de
llamada, todos estaban esperando ya vestidos con las túnicas blancas de
los grandes acontecimientos, y la gran sala de oración se vio invadida de
inmediato por aquella concurrencia blanca, que entraba en filas de diez y
diez, según la costumbre.
"Al final entró la Reina
Ada envuelta en su blanco manto de Matriarca Kobda, y detrás de ella,
Evana, Adamú y Abel.
"El que esto escribe,
ocupaba por entonces un lugar en el alto Consejo de Gobierno que había
formado a su alrededor Bonhindra, y por ser el más anciano, de orden me
correspondía ocupar el lugar del Patriarca desaparecido. Mas, un íntimo
sentimiento de respeto hacia el dolor de la Matriarca Ada, me impidió
hacerlo, y el lugar de Bonhindra quedó vacío a su lado. Sobre uno de los
brazos del sillón estaba apoyada su lira, la que él usaba siempre para
las melodías de la evocación.
"Cual no sería el asombro
y emoción de todos, cuando a poco de hacerse la penumbra, se sintió la
suavidad inimitable de la lira de Bonhindra que preludiaba su melodía
favorita: "Ven Señor que te espero".
"Y en el mayor silencio,
apenas moviéndose imperceptiblemente unos en pos de otros, comprobamos la
sutil materialización del espíritu del Kobda-Rey, que ocupaba su sitial al
lado de su fiel compañera, y ejecutaba su más sublime evocación a la
Divinidad.
"Pocos momentos de emoción
como aquel he presenciado en mi vida. Juntos habíamos padecido luchas
espantosas, juntos habíamos sido felices; Bonhindra era, pues, para mí, un
hermano en todo el alcance de esa palabra.
"La reina Ada y todos los
sensitivos habían caído en hipnosis, y ayudaban sin duda a aquella
materialización tan perfecta como no recordamos haber visto otra en mucho
tiempo.
"El llanto silencioso de
todos, hacía más intensa las ondas sutiles de aquel ambiente de cielo en
la tierra, laborado con el amor de todos hacía el Kobda Rey que poseyó en
grado sumo, el poder y la fuerza de hacerse amar de todos cuantos le
conocimos.
"Abel se acercó el último
a la hermosa aparición, que por su extrema blancura parecía formar luz en
la penumbra violeta del Santuario. Y cuando terminó la melodía, la lira
quedó sobre el asiento del sillón y la visión ya casi convertida sólo en
un halo de claridad, envolvió a la Reina Ada y a Abel que se había
arrodillado a sus pies, y luego se evaporó en la penumbra de la gran sala
de oración, donde todos pensábamos lo mismo:
"¡Qué grande fue el amor
de Bonhindra que le hizo dueño de los poderes de Dios!".
"Tal fue la saturación de
amor de aquella inolvidable tenida espiritual, que todos salimos de ella
sintiéndonos capaces de ser redentores de hombres por el sacrificio y el
amor.
"Desde ese momento
comenzaron las grandes actividades de Abel, que con el apoyo y concurso de
todos, supo cumplir los programas de Bonhindra, en bien de los pueblos de
la Alianza.
"La Fraternidad Kobda,
reforzada por la unión de los últimos Dacthylos del Ática, lo fue aún más,
en cuanto al elemento femenino traído al Santuario de la Paz por la
Matriarca Walkiria, cuya grandeza atrajo a muchas mujeres de los países
del hielo, a vestir la túnica azulada de las obres del pensamiento.
“Reunido el alto Consejo
del Santuario, escuchó la palabra de Abel que decía:
“Los jefes y Príncipes de
los pueblos me han designado sucesor del Kobda-Rey, porque el hecho de
llevar en mis venas su sangre, representa para ellos como un derecho de
parte mía y una garantía para ellos, de que yo seré justo como él fue. A
las multitudes que no tienen nuestra educación espiritual, no podemos
cambiarles de raíz su criterio referente a este punto, pero nosotros que
estamos convencidos de que lo bueno como lo malo tiene su origen en el
alma, principio inteligente del hombre, debemos obrar de acuerdo a nuestra
convicción.
. "Esto quiere decir que
yo necesito que seáis vosotros, mis hermanos de ideales y de
convicciones, Quiénes digáis y resolváis si debo o no ocupar el lugar del
Kobda Rey en esta hora solemne de la actual civilización.
"Hilcar de Talpaken, el
sabio Dacthylos que desde su llegada del Ática ocupaba el puesto de
Consultor del Alto Consejo, aconsejó la conveniencia de no contrariar la
voluntad de los Príncipes de la Alianza en cuanto a la designación de
Abel. Y para aquietar los temores del joven Kobda, propuso que se hiciera
tal como 25 años atrás, o sea que el Alto Consejo de Ancianos fuera quien
respaldara al joven en todo cuanto se relacionara con el mundo exterior.
De esta manera se eliminaban las inquietudes de Abel, que descargaba parte
del gran peso del gobierno, en los diez Ancianos llenos de sabiduría y de
prudencia, que serían los asesores en quienes confiaba plenamente.
"Esta solución propuesta
por Hilcar, fue aceptada por todos, aun cuando era indispensable que ante
la Gran Alianza, sólo apareciera Abel como lazo de unión entre los pueblos
de tres continentes que lo habían proclamado Jefe Supremo en reemplazo de
Bonhindra".
Aquí terminaba uno de los
papiros del Patriarca Aldis y Jhasua lo enrolló, dejando a sus amigos
profundamente pensativos ante la verdadera historia que hasta entonces
habían desconocido por completo.
Aquellos cuatro doctores
de Israel, que habían desmenuzado sus escrituras sagradas punto por punto,
procurando deslindar lo verdadero de lo ficticio, se encontraban de
pronto con un monumento histórico que abría horizontes inmensos, a sus
anhelos largamente acallados por la incógnita de la Esfinge que nada
respondía a sus interrogantes.
Y ante el joven Maestro
silencioso, los cuatro amigos traían al espejo iluminado de los
recuerdos, ciertos datos verbales que la tradición oral había conservado
vagamente y cortes de escrituras armenias, de grabados en arcilla
encontrados entre las ruinas de la antigua Kalac, de Nínive, de las
antiquísimas Sirtella y Urcaldia en Asiría y Caldea, de Menfis y Rafia en
el Bajo Egipto. Templos como fortalezas, cuyas ruinas tenían una
elocuencia muda; piedras que hablaban muy alto con sus jeroglíficos apenas
descifrables, pero lo bastante para que espíritus analíticos y
razonadores, comprendieran que la especie humana sobre la tierra venía no
tan sólo de los cinco mil años que pregonaban los libros hebreos, sino de
inmensas edades que no podían precisarse con cifras.
Los sepulcros de las
cavernas con sus momias acompañadas de instrumentos músicos, de
herramientas, de joyas, hablaban también de viejas civilizaciones
desaparecidas, cuyos rastros habían quedado sepultados a medias en las
movedizas arenas de los desiertos, entre las grutas de las montañas y
hasta en el fondo de los grandes lagos mediterráneos que al secarse,
dejaron al descubierto vestigios inconfundibles de obras humanas por
encima de las cuales habían pasado millares de siglos.
La imaginación del lector,
ve de seguro en este instante, erguirse majestuosa ante los cuatro
doctores de Israel, la figura augusta de la Historia señalando con su dedo
de diamante la vieja ruta de la humanidad sobre el planeta Tierra. Y como
el lector lo ve, la vieron ellos, y su entusiasmo subió de tono hasta el
punto de hacer allí mismo un pacto solemne, de buscar el encadenamiento
lógico y razonado de cuanto dato o indicio encontrasen para reconstruir
sobre bases sólidas, la verdadera historia de la humanidad en la Tierra.
_
Nuestro hermano Filón
trabaja activamente en este sentido —observó Jhasua—. Tiene una veintena
de compañeros que recorren el norte de África en busca de esos rastros que
vosotros deseáis también encontrar. Mi maestro Nasan, el que estuvo 14
años en Alejandría, tiene que ir nuevamente de aquí a tres años en
cumplimiento de un convenio con Filón, como el que vosotros hacéis en este
instante.
— ¿Y ese convenio
consistía? —interrogó Nicodemus—, y sin dejarle terminar respondió
Jhasua:
—En que Filón en el Egipto
repleto de recuerdos y de vestigios, y Nasan en Palestina y
Mesopotámia, buscarían los rastros verdaderos de ese remoto pasado que
acicatean la curiosidad de todos los buscadores de la Verdad.
—En tres años tenemos el
tiempo suficiente para estudiar el Archivo venido de Ribla, lo cual nos
habrá dado la luz que podremos llevar como aporte a la gran reunión de
Alejandría —observó Nicolás de Damasco.
—Convenido. Tenemos una
cita en la ciudad de Alejandro Magno para dentro de tres años —dijo José
de Arimathea muy entusiasmado.
—Cuando yo tendré los
veintiuno de mi edad —añadió Jhasua— por lo cual creo que valdré algo más
que ahora, porque sabré más.
—Y yo —dijo el tío Jaime
que hasta entonces se había limitado a ser sólo un escucha—, ¿no podría
ser de la partida?
—Si le interesa este
trabajo, por nosotros, no rechazamos a nadie —contestó José.
—Si no me interesasen, no
estaría aquí. Mi propósito era facilitar el camino de Jhasua que
acompañado por mí no encontraría de seguro dificultades de parte de sus
familiares.
—Tú también vendrás,
Jhosuelín —dijo Jhasua a su hermano allí presente, como una figura
silenciosa que no perdía palabra de cuanto se hablaba.
—Es mucho tiempo tres años
para saber de seguro si iré o no —contestó sonriente Jhosuelín, cuyos
grandes ojos obscuros llenos de luz lo asemejaban a un soñador que está
siempre mirando muy a lo lejos—. Si puedo iré —añadió luego.
A los siete meses el joven
cayó vencido por la enfermedad al pecho, ocasionada por aquel golpe de un
pedrusco arrojado contra Jhasua y que Jhosuelín recibió en pleno tórax.
—Bien —dijo José—, no
perdamos, pues, de vista este convenio. Los que estemos en condiciones
físicas, acudiremos a la cita de Alejandría de aquí a tres años, o sea 36
lunas.
Como la hora ya era
avanzada, pocos momentos después todos descansaban en la tranquila casita
de Joseph, el artesano de Nazareth.
Y tres días después, los
cuatro viajeros regresaban a Jerusalén, satisfechos del gran
descubrimiento, y llevándose las copias que Jhasua les había regalado.
Llevaban, además, la
promesa de Myriam y de Joseph, de que pasados tres meses dejarían al
joven regresar al Tabor a donde habían convenido acompañarle Nicolás de
Damasco y Nicodemus con fines de estudio del Archivo, si los Ancianos del
Santuario lo permitían.
NAZARETH
Los tres meses de estadía
en su pueblo natal fueron para Jhasua de un activo apostolado de
misericordia. Se diría, que inconscientemente, preparaba él mismo las
muchedumbres que le escucharían doce años después.
Acompañando a los
Terapeutas peregrinos ejerció con éxito tus fuerzas benéficas en
innumerables casos, que pasaron sin publicidad, atribuidos a las medicinas
con que los Terapeutas curaban todos los males. Aun cuando los benéficos
resultados fueran ocasionados por fuerza magnética o espiritual, convenía
por el momento no despertar la alarma que naturalmente se sigue de hechos
que para el común de las gentes, son milagrosos.
Visitó los pueblecitos de
aquella comarca, en todos los cuales tenía amistades y familiares que le
amaban tiernamente. Simón, que cerca al Lago Tiberíades tenía su casa, le
hospedó muchas veces y probó al joven Maestro que aquella lección que le
diera años atrás bajo los árboles de la entrada al Tabor, había sido muy
eficaz.
—Nunca más dije una
mentira, Jhasua —decía Simón, el futuro apóstol Pedro.
—Buena memoria tienes,
Simón. Ya no recordaba yo aquel pasaje que tanta impresión te hizo.
Y Jhasua al decir esto
irradiaba sobre aquel hombre sencillo y bueno, una tan grande ternura, que
sintiéndolo él hondamente, decía conmovido:
—Eres, en verdad, un
Profeta, Jhasua. Apenas estoy cerca de tí siento que se avivan en mí los
remordimientos por mis descuidos en las cosas del alma, y me invaden
grandes deseos de abandonarlo todo para seguirte al Santuario.
—Cada abejita en su
colmena, Simón; que no es el Santuario el que hace justos a los hombres,
sino que los justos hacen el Santuario.
Si cumples con tus deberes
para con Dios y con los hombres, tu casa misma puede ser un santuario. Tu
barca que es tu elemento de trabajo, puede ser un santuario.
Este lago mismo del cual
sacas el alimento para ti y los tuyos, es otro templo donde el Altísimo te
hace sentir su presencia a cada instante.
La grandeza y bondad de
Dios la llevamos en nosotros mismos, y ellas se exteriorizan a medida de
nuestro amor hacia El.
—De aquí a tres días será
el matrimonio de mi hermano Andrés, y él quiere que tú vengas con nosotros
ese día. ¿Vendrás Jhasua?
—Vendré, Simón, y con mucho
gusto.
—La novia es una linda
jovencita que tú conoces, aunque no sé si la recordarás, Jhasua.
_
A ver, dímelo, que yo
tengo buena memoria.
_
¿Recuerdas aquella pobre
familia que vivía del trabajo del padre en el molino, y que fue preso por
un saquillo de harina que llevó para sus hijos?
_
Sí, sí, que la esposa
estaba enferma y los niños eran cinco.
El menor era Santiaguillo,
que corría siempre detrás de mí. Lo recuerdo todo, Simón.
_
Pues bien, la niña mayor
es la que se casa con mi hermano Andrés. Ese día estarán todos ellos aquí,
y tendrán un día de felicidad completa si tú estás con nosotros.
_
Vendre, Simón, vendre.
Es voluntad del Padre
Celestial que todos nos amemos unos a otros, y que no mezquinemos nunca la
dicha grande o pequeña que podamos proporcionar a nuestros semejantes.
—La madre sanó de su mal y
debido a los Terapeutas se reparó el daño hecho al padre que ahora tiene
un buen jornal en el molino —siguió diciendo Simón, que veía la
satisfacción con que Jhasua escuchaba las noticias de sus antiguas
amistades.
Al visitar la casa de
Zebedeo y Salomé, encontró al pequeño Juan con un pie dislocado por un
golpe. El chiquillo que ya tenía 7 años se puso a llorar amargamente
cuando vio a Jhasua que se le acercaba.
—Porque tú no estabas
Jhasua se me rompió el pie —le decía entre sus lloros.
—Esto no es nada, Juanillo,
y es vergüenza que llore un hombre como tú. Y así diciendo Jhasua se sentó
al borde del lecho donde tenían al niño con el pie vendado y puesto en
tablillas. Le desató las vendas y apareció hinchado y rojo por la presión.
Salomé estaba allí y
Zebedeo acudió después.
Jhasua tomó con ambas
manos el pie enfermo durante unos instantes.
—Si el Padre Celestial te
cura, ¿qué harás en primer lugar? —preguntó al niño que sonreía porque el
dolor había desaparecido.
—Correré detrás de ti y no
te dejaré nunca más —le contestó el niño con gran vehemencia.
—Bien, ya estás curado;
pero no para correr tras de mí por el momento; sino para ayudar a tu madre
en todo cuanto ella necesite de ti.
Juanillo se miraba el pie
que aún tenía las señales de las vendas pero que ya no le dolía; miraba
luego a Jhasua y a su madre como dudando de lo que veía.
—Vamos, bájate de la cama
—díjole Jhasua— y tráeme cerezas de tu huerto que las veo ya bien maduras.
Juanillo se puso de pie y
se abrazó a Jhasua llorando.
— ¡Estoy curado, estoy
curado, y pasé tantos días padeciendo aquí porque tú no estabas, Jhasua,
porque tú no estabas!
La madre, enternecida,
susurraba la oración de gratitud al Señor por la curación de su hijo, el
pequeño, el mimoso, el que había de amar tan tiernamente al Hombre-Luz,
que éste llegara a decir que "Juan era la estrella de su reposo".
—Jhasua es un profeta de
Dios —decía Zebedeo a Salomé, su mujer—, porque el aliento divino le
sigue a todas partes. Los pescadores del lago creen que es Elíseo porque
lo descubre todo. Nada se le oculta. Otros dicen que es Moisés, porque
manda sobre las aguas.
— ¿Cómo es eso? —Inquirió
Salomé—. ¡Tú nada me habías dicho!
—Porque los Terapeutas nos
mandan callar. Hace tres días hizo subir el agua hasta el banco grande
donde habían encallado dos barcas y sus dueños desesperados lloraban
porque era esa toda su fortuna, su medio de ganar el pan. Las tormentas le
obedecen y el viento de ayer, que hacía zozobrar las barcas, se calmó de
pronto, no bien él llegó a la orilla.
—La voz va corriendo de
que el hijo de Joseph es un profeta.
Este breve diálogo tenía
lugar en la casita de Zebedeo, junto al lago de Tiberíades, mientras
Jhasua bajo los cerezos del huerto recibía en una cesta de juncos, la
fruta que Jhoanín le dejaba caer a puñados desde lo alto de los árboles.
Fue en esta breve estadía
de Jhasua en su pueblo natal, que se despertó en Galilea un pensamiento
que estaba dormido desde los días de su nacimiento en que hubo sucesos
extraños en la casita de Joseph. Pero de eso habían pasado 18 años, y las
gentes olvidan pronto lo que no afectan al orden material de su propia
vida.
También estos sucesos se
adormecieron semi-olvidados en el silencio esenio, reservado y cauteloso
en aquella hora de inseguridad en que se vivía, bajo el yugo extranjero
por una parte, y bajo el látigo de acero del clero de Jerusalén, que
castigaba con severísimas penas a todo el que, fuera de los círculos del
Templo se permitiera manifestaciones de poderes divinos.
Las autoridades romanas
habían dejado a los Pontífices de Israel toda autoridad para juzgar a su
pueblo. Sólo se les había retirado el poder de aplicar la pena de muerte.
Pero la confiscación de bienes, las prisiones, las torturas, los azotes,
eran ejercidos con una facilidad y frecuencia que tenían espantados a los
hebreos de las tres regiones habitadas por ellos: Judea, Galilea y Samaría.
Esto explicará al lector,
el silencio que los Terapeutas mandaban guardar referente a los poderes
superiores que empezaban a manifestarse en Jhasua.
La ciudad de Tiberias
construida sobre la margen occidental del lago, y recientemente concluida
en toda la magnificencia de su fastuosa ornamentación, era el punto mágico
que tenía el poder de atraer por la curiosidad, a los sencillos galileos
que no habían visto nunca cosa semejante.
Y aunque los anatemas del
clero contra "La obra pagana inspiración de Satanás, según decía,
retraía un tanto a los más tímidos, este temor fue desapareciendo poco a
poco, hasta el punto de que eran muy pocos los que no hubiesen llegado a
conocer la dorada ciudad, orgullo de los Herodes.:
En determinadas épocas del
año, sobre todo en primavera y estío, era el punto de reunión de
cortesanos y cortesanas de Antipas o Antípatro, como más familiarmente se
le llamaba al hijo de Herodes el Grande, que aparecía como Rey de aquella
provincia, aunque su autoridad estaba limitada por otras dos más fuertes
que la suya: la del Gobernador Romano, representante del César, y la del
clero de Jerusalén, que para los hebreos representaba la temida Ley de
Moisés.
En tales épocas, el lago
de Tiberíades dejaba de ser el tranquilo escenario de los pescadores, para
convertirse en un espejo encantado, donde se reflejaban las fastuosas
embarcaciones encortinadas de púrpura y turquí de los cortesanos del rey.
Los festines y las orgías
empezadas en los palacios, en las termas, o bajo las columnatas de mármol
con techumbre de cuarzo que brillaban bajo el sol del estío, continuaban
sobre el lago, que iluminado con antorchas, tomaban un aspecto fantástico
y encantador.
Emisarios reales acudían
solícitamente a limpiar el lago de las sucias barcazas de los pescadores,
cuando iba a realizarse un festín sobre las aguas.
Un día ocurrió que Jhasua
con su tío Jaime y Jhosuelín, fueron a visitar las familias amigas de las
orillas del lago en las cuales había algunos enfermos. Los terapeutas, que
cuidaban aquella región, estaban de viaje por otros pueblos, y Jhasua se
creyó obligado a remediar la necesidad de sus hermanos.
Enseguida le informaron
los pescadores que por el fuerte viento de los días pasados no habían
podido salir a extender sus redes. Y que ese día que apareció hermoso y
sereno, ya vino la orden de Tiberias que ningún pescador de las cercanías
de la gran ciudad, saliera al lago, ni dejara redes tendidas.
Para nosotros es la vida,
es el pan, es la lumbre de nuestro hogar decían quejándose amargamente.
Tienen sus palacios, sus parques, sus plazas y paseos. Nosotros sólo
tenemos el Lago que nos da el sustento de cada día, y aun esto nos quita
los grandes magnates que están hinchados de todo.
El corazón de Jhasua
sentía este clamor y se rebelaba ante la injusticia de los poderosos, que
no podían ser felices sino causando dolor a los humildes.
¿A qué hora —preguntó— son
los festines de la corte?
—Comienzan al atardecer y
se prolongan durante toda la noche. Ya andan poniendo los postes para las
antorchas.
—Vuestra necesidad está
primero que los festines de los cortesanos del rey —dijo—. Dios manda por
encima de todos los reyes de la tierra, y Dios dá sus poderes divinos a
todo el que sabe emplearlos en cumplimiento de su voluntad.
—Tened fe en Dios, que El
es vuestro Padre y mira vuestra necesidad más que el capricho voluptuoso
de gentes que sólo viven para su placer.
La forma en que habló
Jhasua asustó a todos, pues pensaron que iba a entrevistarse con los
empleados reales que colocaban antorchas y gallardetes desde la ciudad
hasta larga distancia.
— ¿Qué vas hacer —le
preguntó su tío Jaime.
—Tú y Jhosuelín venid
conmigo. Vosotros todos entraos a vuestra casa y orad a Jehová para que
haga justicia en este caso —dijo resueltamente.
Y poseído de una fuerza y
energía que era visible para todos, subió a una barquilla amarrada a la
costa, seguido del tío Jaime y Jhosuelín.
Extendieron el rústico
toldo de lona para preservarse del sol, y Jhasua se sentó cómodamente y
cerró sus ojos.
Una vibración tan poderosa
emanaba de él, que el tío Jaime y Jhosuelín cayeron bajo su acción y se
quedaron profundamente dormidos.
Cuando se despertaron, el
cielo estaba color ceniza y amenazaba lluvia. Sólo habían pasado dos
horas.
—Vamos —les dijo Jhasua—.
La voluntad de Dios puede más que la de los hombres.
—Parece que tendremos lluvia
—dijo el tío Jaime, comprendiendo lo que había pasado, o sea que su gran
sobrino había puesto en juego los poderes superiores que había
desarrollado en grado sumo, y que cuando es justicia, se manifiestan en
bien de quienes lo necesitan y lo merecen.
Jhasua guardó silencio y
cuando llegaron a la casa de los pescadores, les encontraron contentos
preparando sus redes para salir al lago.
— ¿Salís ahora a tender
las redes? —le preguntó Jhosuelín.
—Claro está que salimos.
¿No ves que los hombres de la ciudad levantan sus aparejos del festín
porque temen la lluvia?
En efecto, recogían
gallardetes y colgaduras; y las balsas convertidas en plataformas con
mesas y divanes, con doceles de púrpura y guirnaldas de flores,
desaparecieron rápidamente. El cielo estaba amenazante y por momentos se
esperaba una descarga torrencial, pues el aire se había enrarecido hasta
ponerse sofocante.
—Una caravana de
pescadores salieron a tender sus redes.
—Nosotros no tememos la
lluvia, sino el hambre —decían mientras cantando tomaban posesión de su
lago, el querido lago que siempre les dio el sustento y al cual, la
audacia de un Reyezuelo soberbio había cambiado su viejo nombre de
Genezareth por el de Tiberíades para honrar la ciudad de
Tiberias edificada sobre la orilla occidental.
Unas horas después la
tormenta se desvanecía como una bruma de ceniza, y de nuevo la claridad
hermosa de un cielo de turquesa compartía la alegría de los humildes
pescadores galileos que decían a coro, aunque muy bajito:
—El hijo de Joseph es un
profeta de Dios al cual obedecen los elementos.
Pocos días después Jhasua
tuvo conocimiento de que en la suntuosa ciudad de Tiberias ocurría un
hecho que para él era insoportable y era el siguiente:
Los pobres, los
hambrientos, los desheredados, viven naturalmente buscando ío que
desperdician de sus harturas los ricos, los felices de la vida. Y sucedía
que grupos de estos desventurados acudían a la enterada a las termas donde
se levantaban tiendas movibles con toda clase de frutas y delicados
manjares, para incitar el apetito de las gentes de posición que acudían a
los baños. Y allí, los rostros escuálidos y hambrientos de los
menesterosos a veces movían a compasión a algunas elegantes mujeres, que
les pagaban en las tiendas algún puñado de frutas.
Pero este espectáculo
triste, de rostros macilentos y haraposas vestiduras, no podía agradar a
la corte de Antípatro cuando acudía con toda fastuosidad en lujosa litera
llevada por ocho esclavos etíopes, y seguido de sus cortesanos a bañarse a
las termas.
Y el mayordomo de palacio
acudía siempre una hora antes de la llegada del rey a espantar todo aquel
enjambre de chicuelos hambrientos, de viejos decrépitos, de paralíticos,
que se arrastraban sobre una piel de oveja, etc., etc.
Aquella visión no era
digna de los ojos reales ni de las sensibles cortesanas, que podían sufrir
crisis de nervios ante un espectáculo semejante.
Jhasua, que se interesaba
por todo dolor que azotara a los humildes, invitó un día a su tío Jaime y
Jhosuelín, compañeros de todas sus andanzas de misericordia, y llegó
hasta la dorada ciudad de los jardines encantados, donde había tantas
plantas finas y exóticas como estatuas de mármol traídas por Herodes el
Grande del otro lado del mar, y provenientes de las grandes ruinas de
ciudades de Grecia y de Italia. Con tales tesoros artísticos había
contribuido Tiberio César a pagar la adulación de Herodes creando una
ciudad que inmortalizara su nombre: Tiberias.
Jhasua no se escandalizó
como los puritanos fariseos, ni de los templos paganos, ni de la belleza
desnuda de mármoles que eran en verdad obras magníficas de los más famosos
escultores griegos de aquellos tiempos. De una sola cosa se escandalizó,
y, fue del dolor y la miseria que sufrían seres humanos en medio de la
hartura y alegría insultante y desvergonzada, de los privilegiados de la
fortuna.
Se sintió como si fuera el
brazo de la Justicia Divina, y se colocó como un paseante cualquiera en la
gran plaza de las Termas, que empezaba a llenarse de gentes para ver a la
corte que debía acudir esa tarde.
Pronto llegó el mayordomo
de palacio, en litera y escoltado por guardias armados de látigos.
El bajó y penetró a los
pórticos donde un ejército de criados tendían tapices, alfombras de Persia
en la entrada principal, y colocaba a loa músicos y danzarinas en los
sitios que les eran habituales. Y los guardias látigo en mano, se
disponían a ejercer sus funciones contra los escuálidos cuerpos de
chicuelos famélicos, que espiaban la caída de una fruta o de una golosina
en mal estado, o registraban las grandes cestas depósito, donde los
vendedores arrojaban los desperdicios.
El tío Jaime y Jhosuelín
temblaban, por lo que adivinaban que Jhasua iba hacer.
Lo veían con el semblante
enrojecido y todo él vibrando como una cuerda de acero que amenazaba
estallar.
Un guardia pasó cerca con
su látigo en lo alto hacia un grupo de chicuelos y dos mujeres indigentes
con niños enfermos en brazos, que ya se disponían a huir. El guardia se
quedó de pronto paralizado y con todo su cuerpo que temblaba como atacado
repentinamente de un extraño mal. El tío Jaime que adivinaba a Jhasua, se
acercó a una de las tiendas y compró una cesta de pastelillos y otra de
uvas, y repartió tranquilamente al azorado grupo sobre quienes; iba a caer
el látigo del guardia.
—Idos lejos de aquí y
esperadme en el camino a Nazareth —les dijo a media voz.
Jhasua se acercó al
guardia que luchaba por reponerse y le dijo:
—No uséis vuestra fuerza
contra seres indefensos, que hacen lo que vos haríais si tuvierais hambre.
—Yo soy mandado y cumplo
con mi deber —contestó cuando pudo hablar, pues que hasta la lengua tenía
entorpecida.
—El primer deber del
hombre es amar a los demás hombres, y no olvidéis nunca que por encima de
los reyes de la tierra, hay un Dios justiciero que defiende a los
humildes.
— ¿Quién eres tú que me
hablas así? —preguntó el guardia azorado.
—Soy un hombre que ama a
todos los hombres. Y en este momento, soy también la voz de Dios que te
dice: No te prestes nunca como instrumento de la injusticia de los
poderosos, y El te colmará de bienes y de salud.
El guardia se quedó lleno
de estupor que él mismo no se explicaba. Aquel jovencito le causaba
espanto. A los otros guardias de los látigos les ocurrió igual caso que el
que acabamos de relatar.
Jhasua había puesto en
acción lo que se llama en Ciencia Oculta, el poder de ubicuidad,
que le permitió presentarse al mismo tiempo a ¡os cuatro guardias en«el
momento en que iban a emprenderla a latigazos con los pobres y chicuelos
desarrapados que había en la plaza; y decirles las mismas palabras que
entre ellos comentaron poco después.
Y entre ellos corrió la
voz de que era un mago de gran poder; y tan insistente fue el cuchicheo
entre los guardias del palacio de Antípatro que el caso llegó a oídos del
rey, el cual, hastiado siempre de su vida de orgías, andaba a la pesca de
novedades que le divirtieran.
Y llamando a los cuatro guardias, a cada uno por
separado se hizo explicar el caso del hermoso mago, que siendo tan
jovenzuelo, sabía tanto.
Y mandó que le buscaran por toda la ciudad y lo
trajeran a su presencia, para dar un espectáculo nuevo a sus cortesanos
con los prodigios que aquél haría.
Mas Jhasua ya estaba en su
casita de Nazareth, perdida entre las Montañas a 30 estadios de la
fastuosa ciudad, y, lógicamente, los guardias no lo encontraron.
Pero Antípatro, aunque
voluble, era tenaz cuando se veía defraudado en sus caprichos, y empezó a
cavilar en el asunto del mago.
—Si habla de Dios —pensó—
y del amor a los mendigos hambrientos, no es un mago de la escuela de los
caldeos y de los persas, sino un profeta hebreo como los que- abundaron en
esta tierra desde siglos atrás. Mariana, su madrastra, contaba divertidas
historias de esos profetas.
Y llamando a su mayordomo,
le dijo:
—Anuncia que de aquí a
tres días iré con la corte a las Termas, donde haré un gran festín. Los
pordioseros acudirán en abundancia, y Muestro mago irá también a
defenderles del látigo de mis guardias.
—Quiero que le traigas a
mi presencia así que le veas. No quiero que le hagas daño alguno ni uses
violencia con él.
Pero Jhasua, no apareció
más en Tiberias, ni los pordioseros tampoco, porque el joven maestro,
ayudado por el tío y Jhosuelín, fue averiguando la causa de su extremada
miseria cuando les encontró aquel día en su Regreso de Nazareth. Les
colocaron muy discretamente entre las familias esenias, casi todos
artesanos y labradores. Y los que se hallaban inutilizados para todo
trabajo a causa de sus dolencias físicas, fueron llevados a los ocultos
refugios-hospicios que tenían los Terapeutas, donde se les ponía en
tratamiento y muchos de ellos se aliviaban de su mal, o curaban
completamente.
Nuestro Jhasua estaba muy
preocupado por la enfermedad que advertía en el más querido de sus
hermanos: Jhosuelín.
Y un día, en íntima
conversación con su madre y el tío Jaime, insinuó la conveniencia de
llevarlo consigo al Santuario del Tabor, a fin de ponerlo en tratamiento
por los métodos curativos que allí se usaban.
—Jhosuelín, no quiere
vivir —dijo tristemente Myriam.
— ¿Por qué? ¿Hay acaso
algún secreto odioso que le obligue a renegar de la vida? —preguntó
Jhasua.
—No lo sé hijo mío.
Jhosuelín es muy reservado en sus cosas íntimas y nada dice, ni aún a su
hermana Ana a la cual tanto quiere.
—Sólo tiene 21 años y
nuestro padre le quiere tanto... —añadió Jhasua—. Habrá que convencerlo
que debe vivir aunque sea por la vida de nuestro padre, que se verá
seriamente amenazada con un disgusto tan grave.
— Háblale tú y acaso
contigo sea más comunicativo —observó el tío Jaime.
— ¿Donde está él ahora?
—Con su padre pagando los
salarios a los operarios. Mañana es sábado. Vete tú allá, y di a tu padre
que venga a descansar, y tú ayudarás a Jhosuelin. Retirados los
jornaleros te quedas solo con él.
—Voy madre, voy. Y Jhasua
cruzó rápidamente el huerto y se perdió detrás de las pilas de maderas que
se levantaban como barricadas bajo cobertizos de cañas y juncos.
La Luz Eterna, maga de los
cielos que copia en su inmensa retina cuanto alienta en los mundos,
descorre a momentos sus velos de misterio, y deja ver a quienes con
justicia y amor la imploran en busca de ja Verdad.
La maga divina copió los
pasos, los pensamientos, los anhelos del Hombre-Dios en la tierra, y
nosotros humildes abejitas terrestres podemos alimentarnos de esa miel
suavísima y plena de belleza, de la vida íntima del Cristo en su doble
aspecto de divina y humana, tan hondamente sentida.
Tal como Myriam aconsejó a
su hijo, lo hizo y sucedió. Jhasua quedó con los operarios en el taller y
Joseph fue a ocupar su sitio habitual junto al hogar donde la dulce esposa
condimentaba la cena, y Jaime su hermano le adelantaba en el telar, el
tejido de una alfombra destinada a Jhasua para su alcoba en el Santuario
de Tabor.
Jhasua quiere hablar a
Jhosuelin sobre su curación —dijo Myriam a su esposo.
En verdad que su mal me
trae inquieto —contestó Joseph.
Jhasua quiere llevarle con
él al Santuario para que los Ancianos le curen como es debido, porque
aquí ya lo ves, no es posible. Cuando se vayan los jornaleros le hablará.
Lo que no consiga él —dijo
Joseph— de seguro no lo conseguirá nadie. Este hijo es de verdad un
elegido de Jehová y nada se le resiste.
Que lo digan si no, los
pescadores del lago —dijo Jaime interviniendo en la conversación. El mismo
les había hecho el relato.
Y que lo digan así mismo
los guardianes del rey —añadió riendo
Joseph, al recordar aquel
hecho que Jaime y Jhosuelin les había referido en secreto y con todos los
detalles.
—Pero a veces me espantan
estas manifestaciones del poder divino en mi hijo —decía Myriam—. Yo
quería un hijo bueno y gran servidor de Dios, pero no rodeado de tanta
grandeza, porque si se hace visible para todos, será menos nuestro,
Joseph. A más, que en estos tiempos más que en otros anteriores, es un
peligro de la vida el destacarse y llamar la atención de las gentes.
—Hay mucha cautela y
prudencia en todo hermana mía, ya lo ves decía Jaime tranquilizando a
Myriam siempre alargada por lo que pudiera ocurrir a Jhasua.
—A más Jerusalén está
lejos, y mientras él no toque los intereses de los magnates del templo, no
hay temor de nada.
— ¿Sabes Myriam que hoy
recibí una epístola de Andrés de Nicópolis, el hermano de Nicodemus, en la
cual pide permiso para que su hijo Marcos comience relaciones con
Ana?
— ¡Oh... es una gran
noticia! y ¿qué dice Ana, pobrecilla tan dulce y buena?
—No lo sabe todavía. Pero
¿dónde se han visto pregunto yo?
Yo lo sé. Debíamos haberlo
sospechado. Esto ha ocurrido en casa de nuestra prima Lía en Jerusalén. Y
ahora recuerdo que en nuestra última estadía allá para las fiestas de la
Pascua, Marcos frecuentaba mucho la casa de Lía y le vi varias veces
hablar con Ana.
— ¡Mirad, mirad, qué
calladito lo tenían el asunto! —decía Jaime.
—Un vínculo más con la
noble y honrada familia de nuestro querido amigo, es una gran
satisfacción para mí —añadió Joseph, mientras saboreaba el humeante tazón
de leche con panecillos de miel que Myriam le había servido.
Marcos, que estudiaba los
filósofos griegos y estuvo luego tres años en Alejandría al lado de Filón,
sería otro testigo ocular de gran importancia, que debía referir más tarde
la verdadera vida del Cristo, si no hubieran desmembrado su obra, "El
Profeta Nazareno" para dejarla reducida a la breve cadena de
versículos que el mundo conoce como "Evangelio de Marcos".
Y mientras esto ocurría en
la gran cocina de Myriam, en un compartimento del taller, Jhasua y
Jhosuelín dialogaban íntimamente.
—Jhosuelin, ya sabes como
te he querido siempre y te he obedecido como a hermano mayor, hasta el
punto que bien puedo decir que fuiste quien más soportó el peso de mis
impertinencias infantiles después de mi madre.
—Y yo estoy satisfecho de
ello Jhasua. ¿A qué viene que me lo recuerdes?
—Es que tu enfermedad
sigue su curso y tú no quieres que se te cure. Yo quiero llevarte conmigo
al Tabor para que los Ancianos se encarguen de curar tu mal.
—Si Dios quisiera
prolongar mi vida, tu solo deseo de mi curación sería bastante. ¿No lo has
comprendido hermano?
—He comprendido que hay
una fuerza oculta que obstaculiza la acción magnética y espiritual sobre
ti, y por eso he querido tener esta conversación contigo para tratar de
apartar esos obstáculos —decía Jhasua que al mismo tiempo ejercía presión
mental sobre su hermano, del cual quería una confidencia íntima.
Por toda contestación
Jhosuelin sacó de un bolsillo interior de su túnica un pequeño libreto
manuscrito y hojeándolo dijo:
—Si quieres oír lo que
aquí tengo escrito, quedarás enterado de lo que en este asunto te conviene
saber.
—Lee, que escucho con
gusto.
—Como buen esenio,
práctico todos los ejercicios propios para mi cultivo espiritual —añadió
Jhosuelin— y aquí está cuanta inspiración y manifestación interna he
tenido. Oye pues:
"Apresúrate a llegar
porque tus días son breves en esta tierra.
"Viniste sólo para servir
de escudo al "Ungido durante los años que él no podía defenderse de las
fuerzas exteriores adversas.
"El ha entrado en la
gloriosa faz de su vida física en que no sólo es capaz de defensa propia,
sino de defender y salvar a los demás.
"Pronto la voz divina te
llamará a tu puesto en el plano espiritual.
"Los custodios del Libro
Eterno de la Vida te esperamos".
Albazul.
— ¡Magnífico! —Exclamó
Jhasua—. Ahora lo comprendo todo; Albazul es el jerarca de la
legión de Arcángeles que custodian los Archivos de la Luz Eterna. Ignoraba
que tú pertenecías a esa Legión. Nunca me lo dijiste.
—Soy un esenio y sin
necesidad no debo hablar de mí mismo. ¿No manda así nuestra ley? Ahora te
lo digo porque veo la necesidad de que no gastes fuerza espiritual en
prolongar mi vida sobre la tierra.
— ¡Oh mi gran hermano!...
—exclamó Jhasua enternecido hasta las lágrimas y abrazando tiernamente a
Jhosuelin.
—Yo no quiero verte morir.
Vive todavía por mí, por nuestro padre que irá detrás de ti si te vas.
Jhosuelin, vive todavía un tiempo más y da a nuestros padres el consuelo
de dejarte curar.
¿No ves que están
desconsolados por tu resistencia a la vida? Parecería que estás cansado
de ellos porque no les amas.
—También dice nuestra ley —añadió Jhosuelin— que en
cuanto nos sea posible seamos complacientes con nuestros hermanos. Está
bien Jhasua, accedo a ir contigo al Tabor.
Gracias Jhosuelin, por lo
menos nuestro padre tendrá el consuelo, de que se hizo por tu salud,
cuanto se pudo hacer.
Y dos semanas después
llegaban de Jerusalén, los amigos que debían ir con el joven Maestro a
estudiar el Archivo de Ribla. Llegaban los cuatro: Nicolás, Gamaliel,
Nicodemus y José de Arimathea.
¿Cómo aquí José? —le decía
Jhasua cuando entró el primero en la casa.
¿Qué quieres hijo mío? El
corazón no pudo resignarse a no acompañarte, y cedí corazón. Y
Gamaliel no quiso ser solo el perezoso, y aquí estamos los cuatro.
Mejor así, por aquello de
que cuatro ojos ven más que dos —decía
Jhasua contento de ver que
el entusiasmo de sus amigos no había disminuido en nada.
Y antes de partir,
Jhasua en un aparte con sus padres les explicó referente a Jhosuelin,
haciéndoles comprender que en la terminación de las vidas humanas por lo
que llamamos muerte, no solamente hay que buscar la causa en una
deficiencia física, sino en la voluntad Divina, que ha marcado a cada ser
el tiempo de su vida en el plano terrestre. Y aunque hay casos en que por
motivos poderosos, ciertas inteligencias guías de la evolución humana,
pueden prolongar algo más una vida, como pueden abreviarla, en el caso de
Jhosuelin nada podía afirmarse.
—Tu hijo, padre, es un
gran espíritu y vino unos años antes que yo para protegerme y servirme de
escudo en el plano terrestre, durante la época infantil que me
incapacitaba para mi propia defensa. Esa época ha pasado, y él es tan
consciente y tan señor de sí mismo, que esa es la causa porque no ama la
vida.
"—No obstante se hará por
su salud cuanto sea posible, y vos padre, tendrás la fuerza necesaria para
aceptar la voluntad Divina tal como ella se manifieste.
—Bien hijo, bien. Que sea
como el Señor lo mande. ¡Pero yo quedare tan solo sin él! —y el anciano
padre ahogó un sollozo sobre el pecho de Jhasua que le abrazó en ese
instante.
—Si no podemos evitar la
partida de Jhosuelin, yo vendré a quedarme contigo hasta que cierres tus
ojos padre mío.
Y la pequeña caravana
partió hacia el Monte Tabor, entre cuyos boscosos laberintos se ocultaba
aquel Santuario de Sabiduría y de Santidad, que derramaba amor y luz en
toda aquella comarca.
La distancia era muy corta
y andando a pie podía hacerse en dos horas si fuese el camino recto, pero
como se hacía costeando serranías y colinas, llegaron pasado el mediodía.
Los Ancianos les
esperaban, y como los siete viajeros eran Esenios de los grados tercero y
cuarto, tenían libre entrada en todas las dependencias de aquel original
Santuario labrado por la Naturaleza, y donde bien poco había hecho la mano
del hombre.
Los siete viajeros fueron
instalados en la alcoba de Jhasua que era, como se recordará, un
compartimento del recinto de estudio, dividido por cortinas de junco que
se trasladaban a voluntad, así para disminuir como para agrandar un
local.
El tío Jaime manifestó a
su llegada, que él se encargaba de atender a que nada faltase a los
huéspedes y a ser el mensajero para el mundo exterior. El viejo portero
Simón padre de Pedro, estaba muy agotado por los años y pocos servicios
podían prestar al Santuario.
Jhosuelin se sometió
dócilmente al tratamiento curativo que los Ancianos le impusieron y que le
fue tan eficaz, que veinte días después regresaba al hogar con nuevas
energías y con nueva vida.
Era una concesión de la
Ley Eterna al justo Joseph que pedía la prolongación de la vida de su
hijo.
Viéndole tan lúcido y
consciente, los Ancianos dijeron a Jhosuelín.
—La Ley te concede un año
más en el plano físico. Vívelo para tu padre, que por él se te da.
Veinte días permanecieron también los cuatro
doctores de Israel estudiando el Archivo, del cual participará el lector
si desea conocer la verdadera historia de nuestra civilización.
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