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La rueda de la vida
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La muerte un amanecer |
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Los niños y la muerte |
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Quien es
Elizabeth Kubler-Ross
De
origen suizo y cuerpo menudo, Elisabeth Kübler-Ross emprendió los
estudios de medicina con la esperanza de poder ir a la India como
misionera laica, tal y como había hecho Albert Schweitzer yendo
a África.
Pero
el destino la llevó a Nueva York, dónde empezó a trabajar con
enfermos mentales, a pesar de tener pocos conocimientos teóricos de
la rama de psiquiatría. A base de escucharlos y de estar con ellos,
al cabo de 4 años la mayoría había vuelto ya a emprender una vida
autónoma, aceptando sus responsabilidades y sin depender de otros
para ello.
Más
adelante emprendió su labor como acompañante a enfermos terminales,
tanto personas mayores como niños pequeños. Siguiendo el mismo
proceso, de escuchar y estar abierta a todo lo que estas personas
querían comunicarle, empezó a elaborar un esquema de las fases por
las que pasa una persona que se enfrenta a la muerte, o a la pérdida
de un ser querido. Dolor, rechazo a la situación, enfado,
negociación, aceptación, reconciliación con el proceso... Estos
trabajos le valieron el reconocimiento internacional en el
incipiente campo de estudio de la tanatología: el proceso de
morir.
A
entrar en contacto con miembros de la recientemente inaugurada
psicología transpersonal, Kübler-Ross pudo vivir una serie de
experiencias extracorporales y transcendentes que le validaron y
confirmaron que lo que le habían dicho muchos de sus pacientes,
acerca de seres y visiones que acontecían justo antes del momento de
la muerte, eran algo verídico y que cabía tener en
consideración, como uno de las etapas de mayor importancia en este
proceso.
A
partir de allí sus conferencias se abrieron al objetivo de exponer
que, además de la inexcusable importancia del acompañar al enfermo
terminal, la posibilidad de la supervivencia de la consciencia
después de la muerte era un ámbito de estudio que requería la
atención de todos -sobretodo de los anonadados miembros de esta
sociedad mecanicista occidental en la que vivimos. El deceso no sólo
era un hecho que requería aceptación, sino que además era un proceso
que había de ser afrontado sin miedo.
Después de años de un relativo rechazo por parte de la comunidad
científica -quizás por ser una 'vocera' del movimiento
'espiritual'-, el reconocimiento llegó en forma de numerosas
entregas de títulos honoris causa, concedidos por diversas
universidades de todo el globo.